Intenciones y consejos.

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Cuando llegué al primer piso, Lume tenía la frente apoyada contra la pared y en el suelo a sus pies había un charco de vómito. Al personal de limpieza no iba a hacerle gracia alguna.

Me aproximé hasta quedar a su lado, sin decir nada. Respiraba con dificultad y el sudor le apelmazaba el cabello cobrizo haciendo que se pegase contra su rostro. ¿Qué iba a decirle? Ella misma tenía que darse cuenta de los errores que estaba cometiendo.

—Ni siquiera he preguntado por la habitación —farfulló sin separar la cabeza de la pared.

—Veo que tiendes a hacer las cosas sin pensar.

Lume elevó las comisuras de sus labios en una media sonrisa.

—Es uno de mis defectos, aunque intento cambiarlo.

—Gran intento.

Me crucé de brazos mientras esperaba a que ella decidiese moverse. Se giró para poder verme mejor, con un mechón de pelo medio metido en la boca. Por muy princesa que fuera, seguía siendo un ser vivo. Levanté la mano para indicar la habitación en la que se supone que iba a dormir y ella escupió el pelo antes de moverse.

—Al menos lo intento —dijo—. Al menos intento cambiar lo que nos rodea. Nadie hizo nada por vosotros hasta que yo llegué.

—No puedes esperar que una persona te dé las gracias cuando lo que haces es decidir por ella —rebatí—. Si quieres que el pueblo te siga, mézclate con él, no hables desde un pedestal. No obligues a una persona que no conoces a casarse contigo.

—No te estoy obligando, tú mismo has dicho que querías venir. —Salvó la distancia que nos separaba y asió mi camisa—. Te lo pregunté.

Me deshice del agarre apartando la mano con cuidado. Estaba arriesgándome demasiado, pero aun así me enfrenté a ella, harto de escuchar tonterías.

—Sacaste mi nombre de una urna, delante de todo el mundo. Si me hubiera negado me habrían matado en cuanto te dieses la vuelta. —Estaba agotado y lo que en verdad quería era dormir—. Es lo mismo que obligar.

—Siempre puedes irte —espetó ella, visiblemente enfadada. Estaba comenzando a parecerme a los esclavos ebrios, sin ser capaz de trazar una línea entre lo que era seguro decir y lo que no.

—No tengo hogar al que regresar, ni lugar al que ir. Si vuelvo, estoy seguro al cien por cien de que me matarán —siseé, acercándome para hablar cerca de su oreja—. Así que dependo de que tú quieras mantenerme con vida. Eso no es libertad.

Tembló a modo de respuesta. No sabría decir si fruto de un inminente llanto o de la rabia. Me dio la espalda y caminó hasta su estancia, posó la mano en el pomo y se dirigió a mí antes de entrar.

—Te devolveré tu libertad.

El portazo hizo caer un horrendo cuadro al suelo. Sacudí la cabeza, consciente de lo que acababa de hacer. Era una suerte si esta tarde me levantaba en el mundo de los vivos.

Entré en la diminuta habitación cuando el sol comenzaba a calentar las paredes. Era una estancia austera, con una cama y un pequeño tocador sobre el cual descansaba una jofaina con agua fresca. Bebí un poco y usé el jabón de verbena que había guardado como un tesoro en un dobladillo del pantalón para lavarme.

Me tiré en la cama. Era infinitamente mejor que el suelo en el que solía dormir.

Agotado, me entregué al sueño y no desperté hasta que alguien me tocó un par de veces el hombro. La luz había desaparecido y la estancia estaba en penumbra.

—Es mejor que te prepares para el viaje. —Por la suavidad de su voz, supe que se trataba de Iris—. Y controla lo que dices a partir de ahora. Puede que yo sea indulgente, pero nuestros compañeros de viaje no lo son. Tienes suerte de que no han escuchado tu conversación con la princesa.

Me incorporé, mi cabeza solo llegaba al pecho de aquel hombre.

—Tú escuchaste mi queja en la torre, ¿verdad? —Iris encendió un pequeño candil y lo dejó encima de la mesa.

—Yo siempre estoy escuchando, para tu desgracia. —De su chaqueta sacó un paquete que olía a empanada de carne. Mi estómago rugió, después de haber estado en ayunas desde la mañana estaba verdaderamente hambriento—. Llevo cuidando de la princesa desde su nacimiento y es mi deber saber qué acontece a su alrededor. Intenta ser más precavido.

Nuestras miradas se cruzaron durante un suspiro. Tenía las pestañas largas que cubrían sus ojos añil al examinarme.

—Tienes un rato para comer —dijo con un ligero carraspeo, cortando el contacto visual.

Se marchó de la estancia y me dirigí hasta la mesita para comer. Si algo me mantenía con vida en este mundo era la posibilidad de poder ingerir algo delicioso.

Me calcé las botas sin muchas ganas de continuar con el viaje. La capital todavía estaba a cinco días de distancia, si todo marchaba bien. No quería imaginar lo que iba a pasar en cuanto pisase el palacio Nenúfar, lugar en el que vivía la familia real y los nobles fae de la corte. Como decía Iris, tendría que extremar precauciones a la hora de hablar delante de los demás y no mostrar mis verdaderos pensamientos. Sin embargo, había un murmullo dentro de mí que me incitaba a hacer todo lo contrario.

Iris me esperaba en el pasillo, limpiando una daga con su capa. ¿Estaba pretendiendo amenazarme de nuevo? En cuanto me vio, la guardó en una de sus botas. No parecía importarle en lo más mínimo que yo supiese dónde ocultaba una de sus armas, ahí radicaba la diferencia de habilidades de combate que había entre los dos.

—Vamos.

Los demás estaban esperando ya en la entrada. Lume me ofreció una expresión tranquilizadora que sirvió para redoblar mi tensión.

Las calles habían cobrado vida y estaban repletas de gente que se dedicaba a sus quehaceres, incluidas las personas que se paseaban ligeras de ropa para atraer clientela. Nada parecía haber cambiado en Orquídea.

Marchamos hasta el establo y los guardas resolvieron continuar por el camino que seguía el río en vez de ir por la carretera principal que unía todo el reino desde una punta de la isla a otra.

Esta vez conseguí subirme a Golondrina en el primer intento y me acerqué a Lume para no perderme.

—Lamento lo de esta mañana —dije con cortesía fingida—. Debí acompañaros a vuestros aposentos.

Lume dio un respingo.

—¿Por qué estás hablando así ahora? —musitó.

—Por la misma razón por la que me habéis hecho la pregunta en voz baja —contesté, observando cómo nos desviábamos hacia un camino que discurría entre el río y la ciudad. Era una manera de cruzar Orquídea sin tener que meterte en ella.

Lume cerró la boca de golpe.

—Porque no te fías de lo que te rodea —sus palabras salieron en susurro desvaído que nadie más escuchó.

https://youtu.be/Pow58y80BRo

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