Extra I: Lirio ∴ ❈ ∴ En la soledad del trono.
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Dejo caer la corona que me ha sido otorgada tras una ceremonia sencilla. Rueda escaleras abajo hasta tropezar con las rodillas de Albor. Su gesto permanece inmutable cuando la recoge y alza la cabeza para mirarme con furia a través de sus ojos castaños.
—¿Acaso no la querías? —digo con una suave sonrisa—. Ponla en tu cabeza.
Bajo los escalones con parsimonia mientras espero a que deposite la corona sobre su cabeza. No lo hace. Atrapo sus manos y le obligo a ponerse el ridículo adorno de cristal.
Me inclino para susurrarle al oído.
—Te queda bien.
Él cierra sus ojos y toma aliento.
—Mátame de una vez —musita. Es algo que lleva repitiendo desde que lo capturé.
Una de sus alas fue destrozada cuando la rabia de Invierno explotó y ahora cuelga como una tela ajada. Acaricio la suavidad de su ala rota, un fino polvillo cubre mis dedos. El famoso "polvo de hada" no es más que diminutas escamas que determinan la coloración de sus alas, entre otras cosas.
—Ven —digo tirando de sus delgados brazos para que se levante.
No está encadenado. Tampoco es necesario.
Lo llevo de la mano hasta el trono. El viejo asiento de mármol rosado todavía ofrece un aspecto glorioso. Su base está formada por miles de pétalos cincelados con esmero por algún artista cuyo nombre fue olvidado.
Tras un leve empujón, Albor se derrumba sobre el trono. La corona se ha torcido y la abrigada túnica azul que viste está arrugada. No se molesta en apartar el largo cabello castaño de su fino rostro, así que lo retiro con el dorso de mi mano. La cicatriz de la quemadura evoca una sonrisa que baila en mis labios.
Me siento en el reposabrazos, suelto mi capa y esta se desliza entre el trono y el suelo.
La sala del trono todavía está adornada con glicinas que penden del techo en honor al emperador de Shira, y rosas blancas dispuestas en jarrones que simbolizan al gobernante de Astria, el cual guiará a la población en nombre del emperador. La alfombra borgoña destaca sobre la nívea superficie y va desde las escaleras del trono hasta la puerta que está custodiada por dos de los mejores soldados de mi ejército.
Después de las negociaciones, se acordó que nobles humanos y fae podrían vivir en el palacio. Los jardines estarían abiertos al pueblo llano, tal y como manda la tradición de Shira. Se contrató un nuevo servicio y se procedió a limpiar y reparar todos los desperfectos ocasionados por la apertura de la grieta.
Las cortinas con el emblema de Shira se agitan con el leve viento que entra por las puertas que dan al jardín interior.
Paseo mi mirada por las lágrimas que se resbalan por las mejillas de Albor.
—Mi pobre príncipe sin reino.
—¿Por qué me mantienes con vida?
Me encojo de hombros y retiro la corona de su cabeza.
—Todavía no me has dicho qué pretendías cuando apuñalaste a Xistra —comento observando los detalles de la corona; representa pequeñas mariposas de cristal revoloteando en una enredadera—. Tienes suerte de que se haya salvado. La ira de Invierno es explosiva, pero la mía es mucho peor.
Albor muerde los labios con fuerza.
—¿Por qué te importa un cocinero? —replica frustrado.
—Porque tiene una dulzura e inocencia que se contradice con este lugar —respondo con sinceridad y Albor agarra mi traje. Tengo que sujetarme al respaldo del trono para no caer sobre su cuerpo—. Es la esperanza de que todavía quedan buenas personas a las que vale la pena proteger.
—Tú eres mío —farfulla Albor—. Y, desde luego, eres un hijo de puta. No mientas, tú no quieres proteger a nadie. Si me dijeras que quieres follar con él, sería más creíble.
Presiona sus labios contra los míos, buscando entreabrirlos para introducirse en mi boca. Permito que lo haga. ¿Cuántas veces nos hemos besado? Ni siquiera recuerdo cuando comenzó. No recuerdo si lo quise en algún momento. Lo único que llena mi interior es un extenso vacío, a veces iluminado por un tenue rencor.
Jadeante, busca tomar aliento.
—Primero dices que te mate, ahora me besas. —Meneo la cabeza negativamente—. Aclárate.
Hunde los dedos en la tela de mi traje hasta que se clavan en mi piel.
—Quiero vivir —solloza—. Quiero que me ames.
Tomo con cuidado su ala rota y tiro de ella hasta que Albor grita de dolor.
—Por supuesto que vas a vivir. Nunca ha sido mi intención matarte.
Bien sujeto por el ala, lo arrastro.
—He estado muy ocupado reparando este reino para que sea habitable —digo y lo llevo hacia el exterior. Él me golpea y busca arañar mi cara, sin lograrlo—. La nieve echó a perder los cultivos, el pueblo casi se muere de hambre porque fui demasiado lento. Así que te debo una disculpa, no he podido atenderte como es debido.
El jardín que se encuentra pegado a la sala del trono es un recoveco privado para que los reyes descansen. Tiene forma de media luna, con un estanque en medio. La vegetación todavía no se ha recuperado tras el cambio de clima, por lo que de momento son un amasijo de plantas marchitas.
Quema sus alas. La magia acude rauda a tomar mi alma. Arranca un bocado y las alas de Albor comienzan a arder.
Para, ordeno cuando el fuego se acerca a la cremosa piel de la espalda del príncipe que se asoma por la abertura de la túnica especialmente diseñada para un fae.
—No llores. El dolor pasará pronto.
Se postra en el suelo y lleva la frente hasta el empedrado. Todo su cuerpo está temblando.
—Lo siento —consigue decir al cabo de un rato—. Lo siento. Perdóname. Siento haber hecho que tu hermana fuera acosada en palacio. Siento haberle contado a la reina que era una hierbarosa. Lamento haber dejado que Cade...
Estampo su cara contra las piedras.
—Cállate.
La sangre se escurre por su nariz cuando levanta su cabeza.
—Era irritante —espeta—. Siempre sonriendo y fingiendo ser una buena persona. Tan falsa e hipócrita como yo.
—He dicho que cierres la boca, ¿no entiendes el lenguaje común? ¿Lo digo en fae? ¿En shirano?
Se limpia la sangre y decido que ya he tenido suficiente. Me dirijo hacia el interior del palacio sin prestarle más atención. En cuanto entro, mis soldados se apresuran a capturar al príncipe herido para llevarlo a su habitación.
Por supuesto que Aira no era perfecta, pero ella fue la primera persona que me trató con cariño sin esperar nada a cambio. Me escuchaba, contaba historias de épocas pasadas y me traía libros del clan Mythral para que leyese sobre los ciervos y su cuidado. No merecía morir de esa forma y tampoco lo que padeció antes de su ejecución.
Me siento en el trono vacío.
Era vagamente consciente de que mi venganza solo me ofrecería una satisfacción temporal, y, aun así, continué hasta perderme.
Astria está a salvo gracias a la decisión de Invierno y a la bofetada de Xistra. Llevo mis dedos a la mejilla con aire distraído. Nadie en este reino se percata de que sus vidas han sido protegidas por un antiguo esclavo y un cocinero.
Sé dónde están, más no tengo el valor para ir a su encuentro.
¿Cómo era yo antes de todo esto? Artei, el tímido decimoquinto príncipe de Shira que nació tras un fortuito amorío entre una dama fae y el emperador. Lirio, el muchacho al que le gustaba desenterrar la historia y restaurar artefactos antiguos mientras escuchaba hablar a su hermana. A veces me da la impresión de que puede apreciarse algún retazo entre las mentiras y los enredos.
Envuelto en la soledad del trono, contemplo la corona que ha quedado tirada en uno de los escalones.
Ya no importa lo que fui, ahora no tendrán más remedio que llamarme su alteza. A mí, un mestizo.
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https://youtu.be/lW9ep22YmlM
¡El siguiente extra también será de Lirio! Y el próximo será sobre Lume.
Por fin, el esperado extra. Me ha costado bastante, porque Lirio es un hombre que está vacío por dentro, muy diferente de lo que es Invierno.
¡Espero que os haya gustado y nos leemos en el siguiente!
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