Expuesto.
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Con la nieve bailando a mi alrededor, dejé que el frío me entumeciese las extremidades.
Es posible, me limité a pensar mientras enredaba los dedos en los pliegues de la ropa. Cerezo dio unos cuantos pasos hasta proporcionar un refugio del viento con su cuerpo. No logro comprender lo que siento y cuando creo que lo hago, aparece algo nuevo a lo que enfrentarme.
Alcé las comisuras de mis labios en una extraña sonrisa perdida en la oscuridad.
No hay nadie en este mundo que logre conocerse por completo. Es imposible averiguar cómo vas a reaccionar a situaciones que aún no has vivido.
Sacudí la cabeza negativamente.
Me hace feliz saber que piensas en mí, continuó Iris.
Voy a ir a buscarte.
Eso ya no me hace tan feliz. ¿Por qué ibas a volver al palacio? Has conseguido la libertad, no llames a las puertas de la jaula otra vez.
Imaginé dicha cárcel rompiéndose en mil pedazos.
Una vez te dije que con arrasar el palacio no ganas nada. Me regañó con su habitual tono serio, impidiendo que mi mente se deleitase en la destrucción del palacio fae.
Gano tu libertad.
Si mi libertad implica perderte, no la quiero. Que estés a salvo es más que suficiente para mí.
Si necesitas ayuda, pídela. ¿Por qué eres tan tozudo?
Tú también lo eres.
Voy a ir.
No.
Sí.
He dicho que no, Invierno. Saldré por mi propio pie.
El silencio. Los copos de nieve empapando mi cabello. A este paso terminaría enfermando y no podría hacer nada.
Me incorporé y apoyé la cabeza en el lomo de Cerezo. Desprendía un olor fuerte, aun así, no se comparaba con la peste de un barracón de esclavos. Dejé que su calor se combinase con el mío, a la espera de que Iris hablara. De alguna manera, era capaz de controlar sus pensamientos ahora. ¿Cómo hacía Iris para ser tan medido con todo?
Estoy demasiado acostumbrado a reprimirme, habló al fin. Paseé distraídamente los dedos por el pelaje de Cerezo.
Conmigo no tienes que hacerlo.
Sí tengo.
¿Por qué?
Eres diferente a mí.
Eso era cierto.
Comencé a temblar, por lo que a regañadientes volví al cálido interior del templo. Xistra se había ido a descansar y ahora solo quedaba Lirio. Observaba el fuego que había formado en su mano y jugueteaba con él haciendo que se moviera de un lado a otro.
¿Es un mestizo? Preguntó Iris con repentina curiosidad.
¿Puedes ver lo que estoy viendo?
No exactamente. Tus pensamientos son muy fuertes y a veces me llega alguna imagen.
Me encogí de hombros.
—Quiero estar a solas —indiqué a Lirio señalando la puerta de la cámara que utilizaba como habitación.
Lirio sonrió.
—En realidad estás hablando con Iris, ¿verdad? —se burló.
—Deja de jugar con fuego y lárgate.
—Lo mismo digo.
No os peleéis. Podéis quebrar Astria si eso sucede.
—Iris pide que nos rompamos la cara por el bien de Astria.
En ningún momento he dicho tal cosa.
—Apuesto a que ha dicho que no nos peleemos —rebatió Lirio.
—Sí. Era por probar. ¿De verdad se puede destrozar Astria si nos peleásemos?
Lirio cerró su mano, extinguiendo el fuego. Se incorporó con un movimiento ágil, los detalles en plata de su chaqueta de guarda de palacio relucieron con las brasas de la chimenea. Sus iris eran casi oro bruñido en contraste con las hebras de cabello negro que se escurrían por su cara.
—Intentemos. —Se acercó y se apoyó con el antebrazo en mi hombro. Ese contacto me crispó.
Tranquilízate, Invierno.
—Te molesta que te toque, ¿verdad? Usa esa ira y enciende la hoguera.
—Es posible que el que arda seas tú.
Lirio se rio abiertamente, como si le hubiese contado el mejor de los chistes. Se apartó antes de atraparme en un abrazo por la espalda.
—No me toques así.
Pégale, me comunicó con aspereza Iris.
—He estado cavilando sobre esto. Quiero ver si es más sencillo utilizar tu ira. El tiempo juega en nuestra contra —susurró en mi oído—. Ahora piensa en fuego.
—Si pienso en fuego vas a salir ardiendo, gilipollas.
—Mira las brasas, yo estoy ahí.
Bajó las manos desde mi pecho hasta mi ombligo. Todo mi cuerpo se tensó en rechazo y una arcada me sobrevino.
Quémale, dijo Iris.
Arde, rumié.
La magia chispeó y se alejó, prefiriendo lamer la figura del otro mestizo.
—Suéltame. —Me debatí en su agarre.
Me dejó ir de sopetón, así que acabé trastabillando hacia delante. Mis rodillas cayeron contra el suelo y el dolor me atravesó. Me había clavado algo.
—Esta no es la reacción que esperaba —reflexionó él mirando hacia el techo—. Lamento haberte tocado sin permiso. Sin embargo, tú lo haces con los demás sin el mayor problema. ¿Tienes un trauma?
Sentí la boca reseca a pesar de tragar saliva.
—Lárgate.
—He acertado. —Caminó en círculos a mi alrededor.
—Si estás haciendo esto para enfadarme, ya lo estoy. De hecho, vivo enfadado.
Se detuvo.
—¿Te han violado?
El recuerdo de Cade y Hera llenó mi mente, exponiéndolo por completo a Iris. La vergüenza me consumió. Incluso si Iris ya lo sabía, mostrarle exactamente cómo había sucedido era demasiado. Arranqué la pulsera y la lancé lejos.
En algún punto, fui capaz de entender a Iris.
—¡He dicho que te largues! —grité y el hielo se extendió desde mis pies hasta apagar las brasas.
—Mal. Otra vez. ¿Ha sido una mujer? —Levanté el puño para enterrarlo en su cara. Lo esquivó con demasiada facilidad—. ¿Un hombre? ¿Varias personas?
—¡Déjame tranquilo! —bramé.
—Oblígame. Y de paso, enciende las llamas, que empieza a refrescar.
Sentí como los ojos me picaban y antes de que pudiera saltar alguna frustrada lágrima atrapé su pechera. Hundí la rodilla en su estómago.
Lirio tosió varias veces y me empujó, alejándome de él lo suficiente como para esquivar cualquier ataque posterior.
—Quieres matar a esa gente, ¿no es así? Todos y cada uno de los días que pasan, al menos una vez, te preguntas por qué te ha tocado a ti.
—Ya he matado a una.
—Han sido varias. —Su voz bajó hasta el punto de convertirse en un quebradizo hilo. Llevó su enguantada mano hasta cubrir la mitad de su cara. Solo podía apreciar el tono rojo de sus labios que se movían conforme las palabras salían afiladas—. Debes sentirte muy lamentable. Tan, tan lamentable. Tan culpable por ser débil.
La ira se enroscó por mis venas, pulsando la sangre mucho más deprisa de lo que ya iba. La magia esta vez aleteó en un toque invisible.
Haz que arda todo.
El tirón. Una parte de mi alma había sido arrancada de nuevo.
Lo que me rodeaba estalló en llamas. La madera que habíamos recogido, la ropa, la comida. Pero no Lirio. Las llamas no podían traspasar un círculo que se formó en torno a él.
—Casi.
Xistra salió en ese instante de la habitación. Gritó algo que no pude entender entre el rugir del fuego. Mis piernas quedaron paralizadas al ver la mirada triste de Lirio.
—Lo sé. Es imposible defenderte cuando son varias personas. No eres lamentable, ni débil, ni cobarde.
Movió su brazo derecho y las llamas se congelaron.
https://youtu.be/yO5w3FWQRDY
Expuesto. O cuando Lirio trató de ser un psicólogo con Invierno y salió mal.
Lirio: Menos mal que sé usar la magia.
Lume: ¿Por qué lo pones al límite?
Lirio: ¿Qué haces tú aquí? Sobras.
Xistra: ¡LA COMIDA! Bastardos. Egoístas.
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