Envío.
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Ahora estaba seguro de que Cade era el hombre que me había atacado aquella noche. Tenía que pensar una manera de acorralarlo y hacerle pagar por lo que había hecho. La muerte no sería más que un consuelo para él.
La sangre hervía en mi interior fruto de la ira, y lo cierto es que me estaba costando apaciguar mi sed de venganza. Sentía la imperiosa necesidad de ir a por aquel montón de estiércol y arrancar sus entrañas con un trozo de metal oxidado.
Eso no era posible por el momento.
Me senté con pesadez en el suelo sin prestar atención a la sangre. La esclava que tenía enfrente sollozaba mientras su cuerpo se movía con el temblor que la recorría. Lume se apresuró a buscar tranquilizarla acariciando su cabeza.
La magia volvió a revolotear, aunque esta vez la sensación que transmitía era de tranquilidad, de seguro, bajo la petición de la princesa. Aquel ser monstruoso debía estar más que lleno con las almas que se había tragado.
Una mano se posó sobre mi cabeza y dio un par de palmadas condescendientes. Alcé la vista para encontrarme con la del rey fae durante unos instantes. Era enorme y con las alas desplegadas lo parecía aún más.
—Lamento lo sucedido —habló. Su voz era potente, la clase de voz que tiene alguien que demanda ser escuchado. No se dirigió especialmente a mí, ya que su cabeza se movió hacia los otros esclavos que aún vivían—. Debí estar más pendiente de vuestra seguridad.
El fae con cara de amargado arrugó la nariz mientras ayudaba al joven esclavo que había sido atravesado por la lanza de Albor a incorporarse.
—Mi señor, usted ya tiene suficiente con los viajes a las islas colindantes para pactar alianzas comerciales —replicó. Pasó sus manos por muslo del muchacho y un brillo azulado salió de ellas. ¿Lo estaba curando?
—Es culpa mía, la gran mayoría de esclavos están sufriendo por mi culpa —susurró Lume, la cual ya había tranquilizado a la muchacha.
¿Es que nadie iba a sanar las heridas de Iris?
—Albor ha quemado a Iris —le dije directamente al rey—. Es un milagro que siga en pie.
El rey fae se giró hacia Iris. Aprecié el sudor que caía por su frente y perlaba parte de su cuello, no se había movido ni un palmo desde que había entrado el rey en la estancia.
—¿Es eso cierto? —preguntó el rey.
—No tiene la menor importancia, es mi castigo por desobedecer a un miembro de la familia real.
Lume se apresuró a desabotonar el traje de guarda que Iris llevaba puesto, revelando las quemaduras, así como las marcas claras en su piel oscura.
—Sabes que tienes permitido desobedecer una orden si va en contra de los principios de un guardián —comentó el rey todavía a mi lado, ¿es que no pensaba moverse?—. Tu deber es proteger a los habitantes del reino, no solo a la realeza.
Un sonido similar al del canto de un pájaro salió de entre los ropajes del rey. Metió la mano en los pliegues y extrajo un curioso objeto con forma de rombo. Tenía cuatro agujas posicionadas sobre unos extraños dibujos.
—Debo atender a una reunión, ¿Kalmia? —El fae había terminado de cuidar a los heridos y ya se encontraba al lado de su señor—. La princesa se encargará de ayudaros a enviar los cuerpos de las víctimas.
¿Enviar? ¿A qué se refería con eso? A los esclavos muertos los tiraban en un agujero muy profundo para que se pudriesen, lejos de cualquier río o fuente de agua.
Vi al soberano acercarse a la puerta y justo antes de salir volvió a mirarme.
—Espero poder charlar contigo en otra ocasión, Invierno —dijo y se marchó sin esperar respuesta por mi parte.
Suspiré, todavía mareado. ¿Acaso no iba a tener un día de paz en esta mierda de reino? Contemplé como Lume se afanaba en curar, al menos de manera superficial, las heridas de Iris.
Los esclavos todavía permanecían inmóviles, asustados por lo que acababa de suceder.
—¿A qué se refería con enviar los cuerpos? ¿Los vais a tirar al foso? —Caminé hasta el primer cadáver, el de un hombre relativamente joven. Albor le había clavado su lanza varias veces en la espalda por lo que se podía apreciar.
Lume se tambaleó ligeramente e Iris posó sus enormes manos sobre los hombros de la princesa para evitar que cayese.
—¿Qué estás diciendo? —exclamó ella—. Los cuerpos se queman, no importa la casta a la que pertenezcas. Si los dejas estar podrían atraer a seres oscuros.
Solté una carcajada larga y seca. Se quedaron quietos contemplándome como si hubiera enloquecido.
—Está claro que no controláis para nada lo que sucede fuera de la capital, ¿eh? —Con el pie di la vuelta al cuerpo sin vida del esclavo, su rostro reflejaba una calma que solo la muerte puede proporcionar. Al menos ya no sufriría más los embates de este mundo—. En los campos, granjas y conserveras que hay al otro lado de la isla, los cadáveres se tiran al Hoyo, de ahí su nombre. Si tuvieran que quemar a los que se mueren, el cielo permanecería negro todo el día, supongo.
Iris tensó su mandíbula y me atravesó con sus oscuros ojos. Parecía molesto. Intuí que no quería que la princesa se enterase de algo tan siniestro.
Lume avanzó a grandes zancadas hasta ponerse frente a mí, después agarró con fuerza la parte superior del traje que vestía.
—No uses tus pies para mover el cuerpo de una persona como si fuera una pelota —espetó apartándome del muerto con brusquedad—. Mandaré que busquen ese Hoyo y prendan fuego. No me puedo creer que pongan en peligro a la población por ahorrar tiempo.
Atrapé su mano para apartarla de mí. Lejos. No quería que nadie me tocara en ese momento.
—¿Y piensas que mandando la orden se va a cumplir? Si sigues así no vas a ser capaz de detener la corrupción en la vida.
—Cállate, Invierno —interrumpió Iris con cansancio—. No vas a conseguir calmar tu malestar por mucho que te quejes y tampoco se te olvidará tu sed de venganza. Así haz algo bueno y ayuda a los demás.
Cerré la boca como si me hubiese golpeado con fuerza. Sabía que Lume nos había conectado, pero no me había parado a pensar que sería capaz de conocer lo que se paseaba por mi retorcido corazón. Mordí el labio inferior en un intento de contener las numerosas réplicas que tenía preparadas y me agaché para cerrar los ojos aún abiertos del hombre.
Lume se arrodilló a su lado y alzó las manos. Estaba agotada, podía verlo en la forma en la que se movía, a pesar de que intentaba ocultarlo por todos los medios.
La magia comenzó a revolotear hambrienta de nuevo.
—¿Alguno de vosotros sabía cómo se llamaba?
La muchacha que había atacado Albor se adelantó.
—No tenemos nombres, su número era el trece y así es cómo le llamábamos.
Lume asintió y susurró una disculpa sin sentido al cuerpo sin alma. Un gesto fútil, su alma pertenecía a la magia.
Unas chispas chasquearon en el aire alrededor de Trece antes de comenzar a arder. El fuego era de un extraño color cobrizo, desprendía brasas que se desintegraban en el aire.
No se quemó como lo haría un cuerpo en una hoguera normal, se deshizo en ascuas, ofreciendo un triste y bello espectáculo.
Se suponía que la familia real poseía la magia más poderosa, pero no imaginé que Lume pudiese desintegrar un cuerpo de forma tan sencilla.
Preguntó los nombres de los otros caídos y juntó sus manos diciendo un lo siento antes de verse rodeada por ascuas. Su pequeño cuerpo emitía un brillo antinatural en cuanto terminó y pedazos de luz danzaron en aquella acristalada sala hasta desvanecerse.
De forma inconsciente, me acerqué a ella justo a tiempo para sostenerla antes de que se desmayara.
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https://youtu.be/Uc_8lHo2ta4
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