El viejo molino.
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Me senté en un rudimentario banco de madera vieja y carcomida. La nieve por fin había dejado de caer y podía verse el cielo azul con el astro rey brillando como si el mundo no estuviera al borde de una catástrofe.
Frente a mí, Lirio se encontraba acicalando las astas de Cerezo, retirando las flores medio marchitas. Cuando estas caían al suelo, se creaba una diminuta planta de una tonalidad verde intensa. Al cabo de un rato, la hierba había sustituido a la nieve.
—¿Cómo te sientes? —curioseó Lirio todavía concentrado en cuidar al animal. Su cabello largo estaba suelto a un lado de su rostro, la nariz roja debido al frío. La pesada capa azul ondeaba con la brisa helada. Era evidente que había salido a algún lugar.
—Apenas puedo caminar —admití con un gruñido—. A este paso Iris...
—Solo han pasado cuatro noches, es normal que tu alma todavía no se haya regenerado. Para todo lo que has hecho, necesitarás al menos dos noches más. —Me lanzó un paquete envuelto con varias capas de papel marrón que tenía guardado en el bolsillo interior de su capa—. Come eso, te ayudará.
Distraído y con las manos agarrotadas, rasgué el papel hasta revelar el contenido.
Parpadeé con incredulidad y agarré una de las galletas que estaban perfectamente colocadas.
—¿No son una especialidad de Shira? —musité dejando la galleta en su sitio. Olía a canela y al cereal del que me había hablado Iris.
Lirio asintió.
—Sí, me las han regalado —explicó—. La canela es una buena forma de recuperar la energía que se come la magia.
Me incorporé y le tendí el paquete.
—No las quiero.
Él miró el envoltorio sin llegar a moverse.
—Entiendo —dijo sin más—. Guárdalas para él.
Una torcida sonrisa afloró en mis labios. Caminé hasta Cerezo y acaricié su suave pelaje; el ciervo bajó su cabeza y la frotó contra mi mejilla. Hundí mis dedos en su pelo, disfrutando de un instante de calma antes de que la aprensión me sacudiese de nuevo.
—Tenemos que pensar un plan.
—¿Qué crees que he estado haciendo?
—Pasear y vivir la vida.
Puso los ojos en blanco y resopló antes de contestar.
—He ido a comprobar varias cosas, pero el plan ya lo tengo más o menos formado.
—Pues dilo —espeté.
Lirio palmeó un par de veces el lomo de Cerezo y me hizo un gesto para que lo siguiera hacia el viejo molino en el que nos encontrábamos. Al parecer, Xistra había tenido que cambiar de refugio en cuanto nos separamos de él, pues los soldados que pertenecían al noble no dejaban de vigilar la zona exterior en busca de posibles desgarrados.
El molino se hallaba cerca de la desembocadura del río que había en el Bosque de ciervos, lo bastante alejado de la capital como para que nadie se aventurase a buscar. Era una estructura vieja, con una suerte de vivienda que se había formado alrededor de la zona de trabajo. La piedra estaba tan sucia que casi había alcanzado el color negro en algunos bordes.
El interior se mantenía cálido gracias a la chimenea en la que se estaba calentando una sopa que Xistra removía de vez en cuando. Nos ofreció una amable sonrisa en cuanto entramos en la sala principal.
—En un rato estará listo.
Dicha sala principal solo tenía una mesa de trabajo y dos sillas, además de las herramientas necesarias para operar en el molino. Varios cubos se alineaban cerca de la chimenea, cada uno lleno de agua potable.
Me acerqué a la ventana. Desde aquel lado, se podía apreciar la densidad del Bosque de ciervos, los enormes árboles que se alzaban con sus ramas cargadas de nieve estaban juntos, casi sin espacio aparente para moverte con soltura entre ellos.
—Al parecer, han comenzado las revueltas en las ciudades principales —dijo Lirio mientras se situaba cerca del fuego—. Aun así, cinco de los ocho grandes nobles protectores se han acercado a la capital para discutir sobre la sucesión. La reina ha muerto en condiciones misteriosas, y no pueden coronar a Lume así como así. La ley dicta que deben deliberar durante un cuarto de luna y decidir lo que se hará. Por suerte, en este reino, el príncipe no puede interferir en eso ni reclamar el trono. De momento.
Crucé los brazos sobre mi pecho.
—No me interesa la situación política de Astria —mascullé.
—Solo soy un cocinero, la verdad es que... —balbució Xistra con el cucharón en la mano.
Lirio se quitó la capa con parsimonia y la dejó sobre una silla.
—Por otro lado, las personas de Shira miran con deseo el trono y buscan la forma de hacerse con el reino —continuó hablando como si nuestras quejas hubieran sido un mero soplo de aire—. Han enviado tropas para "ayudar" al príncipe Albor.
—Te estoy diciendo que me da igual, cuando tengas un plan me avisas —me quejé y me dispuse a salir de nuevo. La parte trasera de mi camisa fue sujetada. Lirio me arrastró hasta una silla y obligó a mi cuerpo a sentarse.
—Tú no huyas tampoco —amenazó a Xistra, el cual estaba intentando escabullirse hacia la pequeña despensa—. Siéntate.
Lirio suspiró antes de seguir con su monólogo.
—Los enviados de Shira han colaborado conmigo en varias ocasiones. Lo último que hice para ellos ha sido entregar el cabello y la sangre de Lume —reveló—. Pueden infiltrarnos en palacio cuando queramos y asegurar nuestra salida, pero antes de eso tendremos que hacer algo por ellos.
—¿Buscan que ayudemos en la toma de poder? —aventuró Xistra con las mejillas coloreadas.
—El imperio quiere que cerremos la grieta. —Una leve sonrisa irónica surgió en sus labios—. No les interesa poseer un reino que puede ser arrasado por los monstruos del otro lado.
—¿Monstruos del otro lado? —dije.
—Pero a mí eso no me conviene de momento, así que he mentido.
—¿Eh? —Xistra miró directamente a los ojos de Lirio.
—Les he dicho que no podemos hacer nada —aclaró—. Entonces he asegurado que puedo estabilizar el clima en menos de una luna.
Me removí en la silla, con el cansancio todavía acariciando mis huesos.
—Eso es imposible —rebatí.
—Eso ya está hecho —afirmó Lirio—. No he tenido que mover un solo dedo.
—Increíble, debes ser muy poderoso —murmuró Xistra con cierta admiración.
—Para nada, la propia naturaleza lo ha hecho —dijo Lirio—. ¿Alguna vez habéis estado en un invernadero?
Asentí con la cabeza mientras que Xistra pronunció un desvaído sí.
—¿Nunca os ha parecido extraño que solo hubiera dos estaciones? Si uno viaja al exterior se dará cuenta de que hay cuatro.
—He pasado toda mi vida trabajando, nunca me he parado a pensar en las nubes —puntualicé.
Lirio posó su mano en mi cabeza.
—Perdón, a veces se me olvida.
—Quita esa zarpa o te la arranco.
Un trozo de madera salió volando. La magia revoloteó por la estancia, sin embargo, Lirio continuó hablando sin retirar sus dedos de mi cabello.
—La barrera ha provocado que la temperatura se eleve —expuso—. Como un invernadero. Ahora que se ha roto, hemos caído de golpe en la estación invernal en la que esta parte del mundo se encuentra. Las tormentas y el frío repentino han sido fruto del calor que desprendía nuestra tierra.
Xistra se inclinó en su silla, visiblemente emocionado.
—¿Cómo te has dado cuenta?
—Me gusta estudiar el pasado. —Se apartó con la soltura de un gato—. En las piedras del castillo olvidado se habla del otoño en el Bosque de ciervos, pero nosotros solo conocemos el otoño por los libros de otros reinos.
—Entonces no tenemos que hacer nada más que ir a salvar a Iris con la ayuda de esa gente —corté.
—Antes de eso, creo que deberíamos ver a otra persona.
—¿Quién?
—Mi madre, una de las dos gobernantes de la ciudad de Loto.
https://youtu.be/0EY28tdiFlc
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Xistra: ¿Realmente contáis conmigo para la batalla final?
Lirio: Y con el ciervo.
Cerezo: ... (Pensando en hierba.)
Invierno: ... (Pensando en comida/Iris.)
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Esta novela me está quedando más larga que un día sin pan y eso que no cuento todo el lore que tengo metido en la cabeza. Me alegra saber que hay personas que siguen el proceso al día. Gracias a vosotres puedo seguir escribiendo.
Sin más, un abrazo virtual y hasta el siguiente capítulo.
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