El templo hundido.
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Lume sujetaba con demasiada fuerza mi mano mientras volvía a recorrer los acristalados pasillos del palacio Nenúfar. Después de dejar a Iris cerca de los aposentos del rey, se las arregló para meternos en un estrecho pasadizo que se hundía en la tierra y golpeé mi pecho contra su cuerpo cuando se paró de golpe.
—Qué —dije con sequedad, sin tono interrogativo.
—No puedo llevarte por la entrada principal —murmuró.
—Y a dónde me llevas.
Apretó mi mano sin llegar a ofrecerme una respuesta y toqueteó la pared hasta que esta comenzó a brillar con unos dibujos de mariposas. El cristal se retiró hasta formar una abertura del tamaño de Lume. Había unas escaleras cuyo final no alcanzaba a ver.
La seguí encogiéndome para que mi cabeza no se tropezara con el techo.
—Este sitio es para personas pequeñitas —mascullé poniendo cuidado en pisar bien los escalones.
—Es para mí, solo mi magia abre esa puerta.
—Así que la magia es personalizada.
—Usas tu alma, claro que es personal y única.
—Pero la usáis para encender luces...
—No empieces.
Conforme bajábamos, la luz se iba haciendo cada vez más tenue hasta que al final Lume creó una mariposa enorme y brillante para que nos iluminara el camino.
Mi mente estaba trabajando a toda velocidad pensando en el terrible pago que debía ofrecer a aquel monstruo si quería utilizar la magia. Tampoco iba a negar que me sorprendía el hecho de tener alma siquiera; para mí todo eso no eran más que cuentos para gente aburrida.
Las escaleras terminaban en un camino bañado por una curiosa iluminación azulada. Alcé la vista al techo y a través del cristal pude contemplar diversos peces nadando en el agua del mar.
—Si eso se rompe vamos a m...
—No se va a romper.
El sol todavía llegaba hasta aquel lugar, por lo que se podía apreciar lo que había en el exterior. Me acerqué hasta el lateral derecho para maravillarme con un navío que reposaba en la arena del fondo. Los animales marinos se movían entre los huecos de la madera y las plantas se habían adueñado de gran parte de la estructura. ¿Sería un barco fae? ¿Qué es lo que lo habrá hundido tan cerca de la costa?
Posé mis manos en el helado cristal y dejé que mis dedos dibujasen el contorno del barco.
—¿Invierno?
—Todavía no me has dicho a dónde me estás llevando —comenté enfocando la vista en uno de los bichos marinos. No parecía un pez. Lume se puso a mi lado, pero en vez de mirar al exterior no dejaba de estudiar mi rostro—. Básicamente, me has arrastrado hasta el fondo del mar sin explicación alguna, ¿cuánto más piensas llevar mi vida?
Por el gesto contrariado, supe que mis palabras le habían hecho daño. Aparté con cuidado un mechón rebelde que se empeñaba en meterse en mis ojos y esperé la respuesta.
—Te llevo al Templo Hundido —dijo enterrando los dedos en la tela vaporosa de su vestido, cerca de sus muslos—. Su nombre real hace tiempo que ha sido olvidado.
Sus manos atraparon las mías. Frotó con suavidad mi piel antes de continuar hablando.
—Para usar la magia hacemos un pacto con ella —explicó—; una especie de intercambio. Ella se alimenta de un pedazo de nuestra alma antes de ofrecernos su poder.
—¿Eso significa que ya no volveré a recuperar ese pedazo?
Lume bajó la cabeza unos instantes antes de volver a encarar mi rostro, como si estuviera pensando en las palabras adecuadas para seguir hablando. Soltó una de mis manos y tiró de mí para que siguiera caminando, así que planté mis pies en el suelo con tozudez.
—Ya lo has recuperado, el alma es algo que se regenera con el tiempo y descanso. —Tiró de nuevo sin éxito—. Podrías haber muerto si se produjera un desgarro.
Un desgarro. Ya había escuchado esa palabra antes.
—Escúchame, voy a llevarte con mi maestra para que te ayude —admitió y comenzó a caminar esta vez sin llevarme de la mano.
—¿Qué es un desgarro exactamente?
Esta vez permaneció en silencio. Suspiré y me apresuré a alcanzarla.
El camino bajo el agua desembocó en una pequeña plaza con una estatua en medio. Se trataba de una persona fae sosteniendo en sus manos un cuenco.
Detrás se alzaba un imponente edificio cuyas torres sobresalían por encima de la superficie del agua. Al contrario que el palacio, este estaba construido con una piedra blanca. El mar había tomado pedazos de aquel templo hundido.
—La primera reina —musitó Lume mientras me llevaba hacia un arco que dejaba entrever el interior—. Es por aquí.
Observé las alas de la primera reina, finamente talladas en la piedra. Me pregunté cómo habían hecho las ondulaciones del vestido para que quedaran como si fueran a moverse con la más fina brisa.
Pasamos el arco y el interior estaba iluminado por las luces azuladas de la magia fae. No había nada decorativo, todo era piedra tratada para que no resultara rugosa al tacto.
Tras una pequeña entrada, la estructura se abría en una gigantesca estancia con varios bancos para sentarse alrededor de lo que semejaba un estanque artificial.
Una fae estaba recogiendo el agua cristalina con un cuenco idéntico al de la estatua. Sus alas blancas estaban empezando a deshacerse y su cabello era de una tonalidad gris oscuro.
—Bienvenida, princesa. —Su voz sonaba como el papel arrugado y cuando pude atisbar sus facciones me acordé de una esclava que había sido golpeada repetidas veces en el rostro por ser más hermosa que la mujer que llevaba la casa.
Se aproximó con el cuenco en la mano derecha y una flor blanca en la otra.
—Y bienvenido, muchacho.
Sus ojos almendrados eran de color castaño cálido, parecido a la miel. Me tendió la flor y esta se volvió azul en cuanto entró en contacto con mi mano. Después le dio el cuenco a Lume.
—Ve a la sala del cielo —le ordenó. Por su forma de hablar no parecía importarle encontrarse frente a la princesa del reino. Lume me miró con aprensión sin moverse y la vieja fae se rio—. No te preocupes por el chico.
—Sé que no se permiten hombres aquí, lamento haber roto la regla. Supongo que por eso no hay ninguna sacerdotisa a la vista.
La anciana entrecerró los ojos antes de reír de nuevo.
—Te equivocas, no se permite la entrada a las personas sin magia. —Le faltaban unos cuantos dientes y cuando abría la boca desprendía un aliento acre. Me sentía cómodo, era una mujer que podría haber estado conmigo en los barracones de los esclavos—. Ha habido hombres que han pisado este lugar, aunque todos ellos con sangrado lunar. Tu compañero es el primero sin él.
Pensé en el ayudante del rey. Era un hombre que podía usar magia.
Lume asintió y me echó otra mirada antes de caminar hacia uno de los tres arcos que marcaban la salida de la estancia.
Me quedé quieto sin saber qué hacer por lo que observé la extraña flor, parecía una rosa, aunque tampoco podría asegurarlo. Los extremos de los pétalos estaban recubiertos de una fina escarcha.
—Vamos, mestizo.
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