El pasillo de cristal.
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Permanecí en silencio. Con la mirada fija en el cielo, contemplé como este parecía abrirse para mostrar otro lugar. La fina grieta fue aumentando de tamaño, similar a cuando un cristal se resquebraja antes de romperse. La negrura que había tras la grieta era en cierto modo cautivadora.
El mundo se iba a caer a pedazos. Por fin.
Lume e Iris continuaron su discusión, ajenos a aquel espectáculo y representando su propia función.
Junté las manos en mi regazo y entrelacé los dedos mientras la lluvia intentaba colarse dentro de aquel desvencijado mirador.
—¡Capitán! —La voz de un hombre se hizo oír en el rugido de la tormenta—. ¡Capitán!
Una silueta se acercó corriendo atravesando el aguacero. Llevaba la espada bien sujeta en su mano izquierda y no se había molestado en tomar algo para cubrirse.
Iris se apartó de Lume para encarar al recién llegado. No fue hasta que levantó la cabeza que vi que se trataba de Lirio. Su expresión reflejaba ansiedad y temor, por lo que supuse que él sí había visto la grieta en el cielo.
—¿Qué sucede? —El tono de Iris fue suave y bien medido, no parecía en absoluto que hubiera estado peleando con la princesa.
Lirio tomó aliento antes de informar de la situación.
—La reina ha ordenado que movamos el baile al interior del castillo —dijo resollando—. Necesitamos cambiar toda la disposición de la guardia.
¿Nadie iba a hablar de la grieta? Volví a mirar hacia arriba para comprobar si seguía allí. Efectivamente, se extendía a lo largo del cielo sobre el castillo fae. Cada vez un poco más grande.
—Creo recordar haber dado órdenes en caso de alguna tormenta veraniega —apuntó Iris.
—El príncipe Albor ha imperado que Invierno y usted, mi capitán, estéis a su lado a la hora de comenzar el banquete —respondió Lirio. Quizás fue mi imaginación, pero su semblante mostró ironía durante un breve instante.
—¿Por qué iba a mandar a mis guardias personales? Para eso está el cuerpo de defensa —irrumpió Lume con los brazos cruzados con fuerza sobre su pecho, el cual subía y bajaba con rapidez tras la acalorada discusión.
El chico negó varias veces con la cabeza.
La grieta del cielo se abrió un poco más. Un sonido lacerante atravesó mis oídos y alcé las manos para cubrir las orejas antes de que me destrozara los tímpanos.
Parpadeé un par de veces, sumido en la confusión al comprobar que nadie más estaba afectado.
Bien, ya está. Te has vuelto loco. Estupendo, Invierno. Era justo lo que necesitabas.
Mi cabeza iba a estallar. Cuando me di cuenta, ya estaba gritando:
—¡¿Es que no lo escucháis?! ¡¿No lo veis?!
El primero en reaccionar fue Iris. Se acercó con un movimiento fugaz para envolver mis manos con las suyas. Me sentí algo reconfortado.
—No, ¿qué sucede?
Lume miró alrededor en busca de algo fuera de lugar, mientras que Lirio permanecía quieto en el sitio, aferrando su espada como si le fuera la vida en ello.
—El cielo, la grieta, el ruido... —jadeé.
Iris se giró hacia Lume sin dejar de proteger mis oídos.
—¿Se ha roto la barrera?
—Por supuesto que no, lo habría notado. —A pesar de sus palabras, extendió la mano hacia arriba; una tenue luz emergió de su palma y se dispersó casi al instante—. La barrera está bien. Quizás es algo que solo afecta a Invierno.
Ya no puedo confiar en mí mismo. Me eché a reír.
—La reina ha ordenado que nos movamos hacia el interior, quizás allí se encuentre mejor —intervino Lirio.
—Vamos. —Las manos de Iris siguieron presionando mis orejas a la vez que nos movimos sin atender a las réplicas de Lume.
En cuanto entramos a cubierto en el palacio de cristal, el sonido se amortiguó lo suficiente como para poder separarme de Iris. Me apoyé contra la helada pared y cerré los ojos unos instantes para organizar mis pensamientos.
Quizás tenga algo que ver con mi condición como mestizo. O tal vez estoy enfermo. He visto a otros esclavos perder la cordura.
—No podemos dejar que Invierno se acerque a Albor, Iris. —El tono rencoroso de Lume había sido sustituido por lo que semejaba genuina preocupación—. Iré a ver qué es lo que está sucediendo.
Abrí los ojos para tropezar con la mirada escudriñadora de Iris.
Con un revuelo de seda, Lume echó a correr por el pasillo. Por un instante, me pregunté si no estaría agotada después de todo lo que había sucedido.
Lirio todavía sujetaba la espada con tanta fuerza que sus nudillos se habían puesto blancos y tenía la mirada fija en el suelo.
—Puedes ayudar a terminar de situar a los guardas, vigila sobre todo las entradas no visibles —comandó Iris. Al ver que Lirio no se movía, posó con suavidad la mano en su hombro—. Estaremos bien.
El muchacho asintió y se despidió con una sonrisa afligida. Al igual que Lume, salió corriendo en dirección al banquete. ¿Por qué a todo el mundo le gustaba correr?
Solté un largo suspiro.
—¿Todavía lo escuchas?
—Amortiguado.
Esta vez fue el turno de Iris de suspirar. Recostó la espalda contra la pared que había enfrente de mí.
—¿Vamos a esperar a Lume? —pregunté tras un incómodo silencio.
—Albor seguramente quiera vengarse por lo que hemos hecho a su subordinado favorito —habló Iris, ignorando por completo la cuestión que acababa de hacer—. Siempre necesita demostrar que puede posicionarse por encima de los demás.
Las comisuras de mis labios se elevaron de forma burlona.
—Puede chillar lo que quiera, nunca podrá ser rey de una nación que precisa el uso de la magia para protegerse. Por lo tanto, siempre estará por debajo de alguien.
Iris frunció el ceño. Bajo aquellos techos de cristal la lluvia sonaba con demasiada fuerza.
—No tienes miedo de lo que pueda hacerte —afirmó.
Me concentré en el arrullo de la lluvia en una vana tentativa de borrar la presencia del ruido que generaba la grieta del cielo.
—Claro que tengo miedo —admití en voz tan baja que bien podría haberlo dicho mentalmente—. Intento dejar de estar asustado comportándome como si ya nada importara. Vivo con una constante pena de muerte sobre mi cabeza, no quiero irme de este mundo sin abrir mi bocaza para decir lo que se me antoje.
Cruzamos miradas de nuevo. Sus oscuros ojos parecían querer expresar mil cosas, pero de sus labios no emergió palabra alguna.
—Sé que estoy buscando que me ejecuten con cada palabra que digo —reí con acritud—. Quizás debería centrar mi esfuerzo en experimentar lo que pueda.
—¿Qué te gustaría experimentar?
Encogí mis hombros. El aguacero se escuchaba con tanta fuerza que el sonido de la grieta se había dispersado.
—Invierno, yo...
Antes de que pudiéramos continuar hablando, nos percatamos de que una silueta alta se acercaba con pereza por el pasillo.
Albor.
Su cara estaba a medias cubierta por una máscara de metal plateado. Las filigranas mostraban patrones de flores de nenúfar. Llevaba el cabello suelto y una túnica medio abierta que dejaba ver la parte superior de su cuerpo. Estaba claro que este hombre iba a llevar el pecho descubierto siempre.
—¡Al fin os encuentro! —exclamó con una radiante sonrisa—. La fiesta está a punto de empezar, pero necesitamos que el entretenimiento esté preparado, ¿no?
Iris tensó su cuerpo antes de ofrecer una inclinación.
—Su majestad.
El príncipe ensanchó su sonrisa y se giró hacia mí. En vez de ofrecer una inclinación, permanecí en la posición cómoda que había adquirido y sonreí también.
—¿Acaso el entretenimiento no eres tú? Puedes ofrecer un gran espectáculo enseñando tu cara quemada y chillando como lo hiciste la última vez que nos vimos.
Una lástima no haberte quemado entero.
Al contrario de lo que esperaba, Albor se echó a reír con fuerza. Se acercó hacia una de las luces fae y rompió el metal que la sostenía. Iris se posicionó delante de mí antes de que Albor pudiese lanzarme el fuego azul a la cara.
—Su majestad, la fiesta está a punto de comenzar.
—Apártate, soldado —siseó Albor—. Solo quiero hablar con el esclavo sobre el espectáculo que ha de ofrecer.
Iris levantó la cabeza.
—Puede hablar desde ahí, Invierno no es sordo.
Reprimí el impulso de aplaudir ante la rebelión de Iris.
Albor, lejos de enfadarse más, miró hacia la luz fae que crepitaba en su mano.
—Vais a venir los dos a mis aposentos. Sin más réplicas —ordenó y lanzó la luz hacia Iris. Este la esquivó con un movimiento ágil de su brazo.
Dio un par de palmadas antes de comenzar a caminar. Varios soldados se apresuraron a llegar hasta su señor, como era de esperar, el príncipe no había venido solo.
—Vamos a preparar la función.
https://youtu.be/xkZ0x3LuH6A
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