Desesperación.

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Alcé el arco hacia el cielo para tensar la cuerda, tal y como me había explicado Iris. La flecha estaba bien posicionada y la diana se encontraba a una distancia considerable.

Disparé y la flecha rasgó el aire con un silbido, perdiéndose entre las ramas del gran árbol que se encontraba en el claro.

—Inténtalo otra vez —dijo Iris mientras me tendía una flecha.

Si bien los días anteriores había estado acompañándolo en todos y cada uno de sus recados, esa mañana parecía dispuesto a entrenarme hasta el agotamiento. Cada vez que preguntaba si veríamos a Lume, me mandaba una serie de ejercicios con los que entretenerme.

Agarré la flecha con un mohín de disgusto y la coloqué. Iris se acercó para corregir el desastre que había hecho posando su mano sobre la mía y moviéndola con suavidad.

—Ahora tensa el arco —susurró en mi oído.

Volví a repetir el movimiento y apunté de nuevo. La flecha salió disparada hacia un lado, perdiéndose entre los arbustos que nos rodeaban.

Un grito de dolor de un hombre, seguido de una serie de improperios, llegó a nosotros. La risa emergió antes de que pudiera evitar de que saliera, imaginando al pobre individuo asaltado por una flecha perdida.

—No estoy seguro de si tu puntería es mala o simplemente se ve dirigida por tu maldad —apuntó Iris, quitándome el arco de las manos.

Llevé las manos al estómago del dolor que me estaba entrando por reírme. Seguí así durante un rato hasta que por fin me calmé y retiré las lágrimas de los ojos.

—Sabes reírte.

—Claro que sé reírme.

—Pero no apuntar.

—No, eso no.

Iris guardó el arco en su funda y lo posó contra uno de los árboles. Elevó la mirada hasta el cielo; su ceño se frunció haciendo que sus ojos se vieran más pequeños.

Eché un vistazo en la misma dirección buscando alguna señal, pero lo único que alcancé a ver fueron las nubes convertidas en jirones de color rosado. Todavía había suficiente luz para seguir entrenando un par de horas más.

Me encogí de hombros y estiré mis agotados brazos hacia arriba.

Iris permaneció silencioso durante un buen rato, por lo que mis pensamientos aprovecharon para ir en cualquier dirección.

Lume. Albor. Cade.

Cade.

Me quedé paralizado al verlo apoyado contra uno de los árboles. No lo había escuchado llegar.

—El rey te llama, Iris. —Su sonrisa se ensanchó como la de un animal que tiene arrinconada a su presa—. Me temo que el aprendiz tendrá que permanecer conmigo.

Si me iba a quedar con él, uno de los dos acabaría muerto.

—¿Y por qué vienes tú a darme el recado? —espetó Iris.

—Bueno, alguien ha disparado una flecha a Linera —dijo entre risas.

—No creo que al rey le importe que venga conmigo —replicó Iris.

—Ah, pero a mí sí que me importa. —Cade dio unos golpecitos en el símbolo que llevaba bordado en el pecho de su chaqueta—. No quiero que te lleves a un aprendiz junto al rey, ¿y si comete algún error? Recuerda tu posición.

Iris caminó hacia mí con el semblante ensombrecido. Aproximó sus labios a mi oído.

—No dejes que se acerque a ti. Volveré enseguida, te lo prometo. No te pasará nada.

Gran consejo.

Contemplé a Iris con el miedo exaltando mis sentidos. Los sonidos parecían haber cobrado mayor intensidad e incluso era capaz de percibir la respiración tranquila de Cade. Iris me tendió la espada y tomó una de mis manos para que la soportara. Con un roce fugaz, se separó de mí.

Ahora dependía de mi suerte.

Agarré el mango de la espada bajo el peso de aquel pensamiento. Su traición era más dolorosa de lo que había deseado. Como un iluso, esperaba su protección y cuidado.

Iris se aproximó hacia Cade y le dijo algo que no alcancé a escuchar. Poco importaba. Sin Iris a mi lado era demasiado vulnerable y eso hacía que me sintiera peor.

Vi al guarda colarse entre los arbustos para ir al encuentro de su querido rey.

Cade se separó del árbol y comenzó a rondarme sin mediar palabra. Su mirada iba desde mis labios hasta la abertura de mi camisa en un claro intento de molestarme.

—Nunca hemos estado a solas, ¿verdad?

Ofrecí el silencio por toda respuesta y bajé la espada para rozar el suelo con la punta.

Cade siguió caminando hasta situarse a mi espalda, así que me giré.

—¡Es verdad! —exclamó—. Hubo una vez en la que estuvimos a solas. Todavía recuerdo el tacto de tu pelo en mi mano y esos hermosos jadeos que soltaste.

Apreté la empuñadura de la espada con tanta fuerza que me dolían los dedos.

—Seguro que no te viene a la mente, estabas demasiado ocupado buscando respirar.

El río.

Alcé mi espada hacia su pecho.

¿Hoy le daría tiempo a matarme? Siempre podría escapar, pero no estaba seguro de que alguien me fuera a ayudar.

Si tuviera una oportunidad le rebanaría el cuello, me deleitaría viendo como su sangre empapaba la hierba.

—¿Estás seguro de que quieres pelearte conmigo ahora? —A su pregunta le siguió una larga carcajada.

Desenvainó su espada y con un gesto ágil mandó a volar la mía. La diferencia de nivel era abismal.

A la mierda pelear con putas espadas. Me agaché para sacar a Medialuna de la bota.

—Está bien, me pondré a tu nivel, pero solo por hoy. —Clavó la espada en la tierra y sacó otra daga del interior de su chaqueta.

Suspiré. Si iba a morir, me llevaría por delante a ese cabrón.

La magia chispeaba a mi alrededor, deseosa de alimentarse.

Cade se lanzó sin preámbulo alguno y su daga se abrió camino en la piel de mi cara. Asesté un tajo hacia su cuello que él desvió usando su antebrazo y golpeó mi mano. Aferré la daga con todas mis fuerzas para que no se me cayera; Cade aprovechó el momento para asestarme un rodillazo en la boca del estómago.

Boqueé y las rodillas parecían querer fallarme, aun así, conseguí mantenerme en pie. Volví a asestar otro golpe que Cade esquivó con facilidad.

No puedo. ¿Por qué Iris me ha dejado atrás? El hechizo de Lume no funciona y él no quiere arriesgar su vida por mí. Debí haberlo sabido.

Su daga voló otra vez y rasgó con destreza la fila de botones que mantenían mi camisa cerrada.

Estoy tan harto.

Volvió a atacar, esta vez la trayectoria llevaba a mis pantalones. Aproveché el momento para sujetar su daga con mi mano. Por un instante se detuvo.

La herida que me había hecho aquella noche en el balcón se reabrió, dejando gotear mi sangre sobre la hierba. La magia se estaba relamiendo, podía percibir su avidez mezclada con el aliento de Cade mientras este intentaba sacar la daga de mi agarre.

Apreté con fuerza y lo atraje hasta que nuestras caras quedaron a escasos centímetros de distancia.

—Esa mirada —masculló él con un tinte de emoción en su voz.

Muérete.

El crujir del hielo se escuchó y con él, una fina aguja helada rozó el aire y atravesó la pálida piel de su mejilla derecha en su camino hacia el hombro, donde se hundió hasta desaparecer.

Tras esa, incontables saetas comenzaron a caer sobre nosotros en una lluvia helada.

—¡Lo sabía! —gritó, ignorando las heridas que el hielo le estaba causando. Con un tirón se las arregló para lanzarme contra su cuerpo, precipitándonos a ambos al suelo. Caí sobre él y las agujas se desvanecieron como si de un sueño se tratasen. Cade aprovechó que todavía tenía el filo de su daga firmemente agarrado para obligarme pegar mi cuerpo contra el suyo—. Sabía que eras un mestizo. El único que queda en el reino.

La magia no había hecho gran cosa esta vez. No podría estrangularlo como hice con Hera. Contemplé a mi alrededor en busca de algo contundente con lo que pegarle hasta la saciedad.

A mi derecha estaba mi espada. Me moví para alcanzarla, sin embargo, Cade ya se encontraba a medio camino. Sus dedos obtuvieron la empuñadura antes que yo.

Me encogí esperando el golpe; lo que escuché fue el grito de Cade. Alguien había atravesado su mano con una espada y ahora la estaba retorciendo para causar el mayor daño posible.

—Te dije que no le pusieras la mano encima.

https://youtu.be/S_rplxqcSrA

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