Albor.
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El sol me quemaba la nuca mientras nos adentramos en la capital. Los edificios estaban construidos de manera desordenada en la periferia, amontonándose unos al lado de los otros en un desesperado intento de llegar al círculo interior. La gente se apresuraba en sus quehaceres y en varias ocasiones recibí un par de empujones. Todo estaba bastante más limpio de lo que cabría esperar, presupuse que aquí usaban a los esclavos para mantener las calles libres de desperdicios.
Lume se había despedido de Cerezo en la entrada de la ciudad, por lo que caminaba a paso ligero delante de mí. No había hablado nada desde que dejamos a Iris en el prado y lo cierto es que yo tampoco tenía muchas ganas de entablar conversación.
A mi alrededor se sucedieron una serie de estrechos caminos, plazoletas y numerosos puestos de diversos productos mientras seguía a Lume. Se paró de golpe frente a una pequeña casita de ladrillo rojo y piedra corvo en el lado oeste de Nenúfar. Estaba medio embutida entre dos enormes robles que ofrecían una sombra agradable. Enjugué el sudor con el dorso de la mano para impedir que siguiese cayendo sobre mis ojos. Quería beber, pero no pedir agua por lo que tragué saliva.
Lume abrió la pequeña y ridícula puertezuela de metal que separaba la entrada de la casa de la carretera de piedras. Había dos macetas con unas flores blancas a ambos lados de la puerta principal y Lume levantó una de ellas para sacar una llave de metal que se escondía en un agujero.
Sin embargo, llamó varias veces a la puerta para comprobar si había alguien. Al cabo de un rato, un hombre alto y delgado abrió la puerta.
Por el gesto congelado de Lume intuí que no era la persona que esperaba ver. Advertí como apretaba la llave entre sus pequeños dedos.
—Eres tan predecible, hermana. —El hombre le ofreció una desganada sonrisa. Llevaba el cabello largo hasta la mitad de la espalda, de un tono terroso que ciertamente recordaba al de Lume. Sus ojos eran rasgados y la nariz puntiaguda. Avanzó un par de pasos y Lume retrocedió—. Tan predecible que es hasta preocupante.
Me acerqué con cautela sin dejar de observar al hermano de Lume. ¿Cómo se llamaba? La verdad es que no había prestado demasiada atención a su nombre. Él había mandado a Hera para asesinar a la princesa.
Llevaba como única prenda una túnica medio abierta que dejaba ver su pecho y parte de un hombro. Apoyó uno de sus brazos en el marco de la puerta y toqueteó el brillante pendiente de cristal que pendía de su oreja derecha.
—¿Te has quedado muda por el camino? —Sonrió él.
—¿Dónde está Xistra? —Lume guardó disimuladamente la llave en el bolsillo.
El hombre dirigió una aburrida mirada hasta mí. Entrecerró sus ojos mientras parecía analizarme.
—Está haciendo pasteles en palacio para el gran banquete de esta noche. ¡Por fin vuelve la princesa! ¡Y con su futuro cónyuge! —Sacudió la cabeza con desdén—. La verdad es que esperaba a alguien más horrendo, has tenido suerte.
Ella resopló y empujó el cuerpo de su hermano para entrar. Dudé unos instantes en seguir a la princesa y eso fue lo único que necesitó el príncipe fae para acercarse a mí.
Desplegó las enormes alas similares a las de una mariposa monarca y las agitó un par de veces cuando llegó a mi posición. Nunca había tenido a un fae tan cerca como para poder apreciar la delicadeza de sus alas. Eran hermosas sin lugar a dudas. E inútiles. Dudaba mucho que pudiesen soportar el peso de una persona adulta.
Mordí el interior de mi mejilla buscando centrar la mente.
—Dime —susurró cerca de mi oído—, ¿qué sentiste al matar a Hera?
—¡Albor, apártate de él! —Lume gritó en algún lugar, aunque yo solo podía ver una de las alas del príncipe fae—. No quiero pelear contigo ahora.
—¿Cómo fue? —Albor posó uno de sus dedos en mi cuello y hundió una de sus uñas en mi piel. Sujeté su mano para apartarla. ¿Qué les pasaba a los hombres de este estúpido reino?
—Estás muy convencido de que fui yo. Así que te lo diré. ¿Cómo fue? —repetí con sorna—. Puse ambas manos en su cuello y apreté hasta que dejó de respirar.
Los hombros de Albor se sacudieron con una risa que no llegó a salir.
—Inesperadamente honesto. —Se apartó para poder contemplarme desde su altura—. Podría ordenar tu ejecución aquí y ahora.
—Podrías. —Por el rabillo del ojo, vi a Lume con la mano en la empuñadura de su espada, dispuesta a atacar si todo salía mal—. No creo que te sirva de nada matarme. Y dudo mucho que esa mujer te importase lo suficiente como para merecer la pena el esfuerzo.
Los ojos almendrados de Albor se abrieron durante unos instantes.
—Interesante —musitó y agarró mi mentón para alzar mi rostro. Se inclinó hasta que pude sentir su aliento—. Tienes razón, su muerte es una simple molestia para mí. Y por la frialdad de tus ojos veo que a ti te importa incluso menos.
La expresión de Hera aparecía en mi mente de vez en cuando para recordarme lo que había hecho.
—En eso te equivocas, fue satisfactorio acabar con su vida —repliqué. No estaba seguro de si lo que salía de mi boca era una mentira o la verdad que había estado escondiendo todo este tiempo—. Y si intentas lo mismo, créeme que disfrutaré haciendo que dejes de respirar. Con mis manos de esclavo, su alteza.
Sin previo aviso, el príncipe posó sus labios sobre los míos. Entreabrió mi boca con su lengua y me quedé completamente paralizado.
¿Qué estaba haciendo ese imbécil?
El puño de Lume impactó sobre la mejilla de Albor y este trastabilló hacia un lado.
—Cómo te atreves. —Sacó la espada y de pronto varios guardas salieron de la casa. Un total de cinco.
Albor se recompuso y chasqueó la lengua con un gesto de disgusto al toquetear la herida que había hecho Lume con sus nudillos.
—Madre ha despertado —dijo él—. Veremos si tu estúpido juego podrá continuar.
Chasqueó los dedos y un guarda le trajo una sombrilla hecha con bambú.
—¿Solo has venido para eso? —espetó Lume.
—Oh, quería ver al asesino de Hera —respondió Albor—. Cade me ha contado que el estado del cadáver le había dejado una sensación de frialdad que iba a ser difícil de olvidar. Y desde luego, querida hermana, tú no eres capaz de algo así.
Con el dedo pulgar me limpié los labios. Qué asco. ¿Por qué la gente se besaba si era así de asqueroso? Es como si me hubieran tirado un par de babosas encima de los labios. Iba a necesitar usar de nuevo varias veces el potingue para limpiar los dientes. Sin esperar a escuchar lo que tenían que decirse, agarré el morral de Lume y me metí en el interior fresco de la casa.
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