Alas rotas.
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El fae me empujó para guiarme hasta una especie de mirador oculto por un sinfín de enredaderas. Estaba separado del jardín por unos cuantos escalones agrietados. Aquel deje era extraño en el palacio Nenúfar, donde todo tendía a la ridícula perfección.
El techo estaba hecho del mismo cristal que el palacio y podía distinguir las nubes pasar con pereza. Había una pequeña mesa de piedra clara con dos asientos que tenían aspecto de no haber sido utilizados en muchos años.
Soltó mi hombro y por fin sentí que mi cuerpo volvía a moverse con total libertad. Con una pálida mano señaló uno de los asientos y plegó sus alas para sentarse.
Me quedé de pie y el fae sonrió con frialdad.
—¿Siempre tiendes a hacer lo contrario? —cuestionó. La mesa estaba cubierta de polvo y hojas, por lo que el amargado las quitó con cierto disgusto.
—No. —Y era verdad. Hasta hacía relativamente poco, siempre había obedecido las órdenes por muy absurdas que fueran.
Tras dejar la mesa impecable, extrajo de su blanca túnica una pluma de cristal cuya base era demasiado afilada. Parpadeé cuando sentí la piel de mi pecho siendo perforada. Ese bastardo me había apuñalado sin más. A pesar del dolor, alcé las manos para arrancar aquella pluma.
—Como imaginaba, se ha roto el hechizo que te mantenía a raya —comentó como quién habla del tiempo. Con un movimiento de su mano, la pluma se desintegró en pequeños retazos de luz. Palpé la tela del traje y comprobé que estaba intacta—. Al menos aún perdura el hechizo de supervivencia.
Confuso, no pude hacer otra cosa que mirarle. Con ese ataque sondeó mi interior y en menos de un suspiro ya había obtenido información que ni yo mismo conocía.
—¿La sacerdotisa te ha explicado cómo hacer uso de la magia?
—No. —Dejé las manos a ambos lados de mi cuerpo.
—Entiendo —musitó él para luego seguir hablando en voz alta—. Tampoco te han explicado qué es lo que puedes hacer para evitar que Astria caiga.
Volvió a ofrecerme asiento y esta vez lo tomé. Aquel fae tenía una cara alargada, su nariz era fina como sus labios. Me fijé que sus ojos, de una tonalidad muy similar a los míos, estaban cubiertos por largas pestañas plateadas.
—Aunque me lo expliquen, no tengo interés en ayudar.
Apartó los mechones de pelo blanco que caían a ambos lados de su cara.
—No es una opción, Invierno —dijo—. Te han permitido vivir para cuando llegara el día en el que Astria se encontrase en peligro. Es posible que los desgarrados se levanten.
—No sé qué son los desgarrados —rebatí—, pero si vuestra pretensión era criarme como un soldado no deberíais haberme hecho esclavo.
—Estabas escondido en Orquídea, el que te convirtieran en esclavo no fue intencional. —Se reclinó para apoyar la espalda—. Cuando descubrí que te habían vendido me pareció más seguro que permanecieras como esclavo.
Mordí mi labio inferior antes de soltar una risa. Así que estaba ante el hombre que me había mandado al infierno.
—La reina te hubiera matado —explicó tras escuchar mi desquiciada risa—. Pero tú tienes que vivir. Debes vivir.
—¿Para morir por un reino podrido?
—Si el reino cae, ya no te quedará un lugar al que regresar.
—Sigues equivocándote, nunca tuve un lugar al que regresar.
La magia lamió mi cuerpo, reaccionando a la ira que se revolvía en mi interior. El fae contempló el aire a mi alrededor durante un buen rato sin hacer nada. La suave voz de Lume irrumpió el tenso silencio que se había formado.
—Kalmia. —Lume subió las escaleras con lentitud. El fresco vestido se arrastraba por el suelo y sus hombros estaban al descubierto. La corona que reposaba sobre su cabeza tenía un intrincado diseño de flores, pájaros y hojas—. Mi padre os llama. Es muy urgente.
El hombre alzó sus cejas con incredulidad.
—Gracias por el aviso, su alteza. —Se incorporó e hizo una leve reverencia. Tras eso, se dirigió a mí—. Seguiremos hablando más tarde. Todavía hay algo más que debo decirte.
Desde mi posición, pude apreciar como Lume apretaba los labios en una mueca de disgusto.
—Váyase —imperó señalando la escalinata.
Tras la marcha de Kalmia, Lume caminó con sus diminutos pies descalzos hasta quedar frente a mí. Atrapó mi mano herida y comenzó a quitar las vendas sin mediar palabra; algunos puntos se habían soltado y la carne estaba separada. La magia bulló adquiriendo apariencia física, como si de pequeñas semillas de diente de león se tratasen. Se colaron por los pliegues de mi piel y el dolor desapareció por completo. La piel se juntó dejando una fina línea plateada en su lugar.
—¿Te duele? —inquirió.
—No —dije—. ¿Y a ti?
Señalé con la cabeza las aparatosas alas de metal.
Lume elevó la comisura de sus labios en una desvaída sonrisa. Sopesó sus palabras largo rato antes de contestar.
—Creí que tenía aliados aquí —dijo—, que podría cambiar la situación de gente como tú. ¡Pero mírame! Ni siquiera puedo oponerme a mi madre.
Alzó las piernas para subir los pies sucios a la mesa. En el fondo de mi mente, pensé en el esfuerzo que había hecho Kalmia para dejarla limpia y me entraron ganas de reír.
—Incluso Iris me ha mentido todo este tiempo —continuó con amargura—. Ese asqueroso bastardo estuvo conspirando a mi espalda.
—¿A qué te refieres?
Por alguna razón, no podía imaginar a Iris intentando dañar a la princesa. Lume apoyó la cabeza en las rodillas con el ceño fruncido.
—Mi padre me ha revelado que todos los papeles en la esfera de cristal contenían tu nombre. Iris es el que preparó esa urna. Estoy segura de que Lek estaba a punto de decir la verdad justo cuando Iris lo mató. Todo el camino ha estado comportándose de manera extraña, debí haberme dado cuenta antes de su traición. No era normal que estuviera tan irascible.
—¿Y qué culpa tiene Iris de que tu padre decidiese traerme a palacio a toda costa y sin revelar a nadie lo que soy? Dices que no eres capaz de oponerte a tu madre y te quejas de que Iris no se oponga al rey que ha servido durante toda su vida.
—Podía habérmelo dicho.
—Dudo mucho que tú le cuentes todo a Iris.
—¿Por qué lo estás defendiendo?
—¿Por qué uniste mi corazón al suyo?
Tragó saliva, con las mejillas encendidas. Respiraba de forma superficial y sus manos se habían enterrado en la fina tela de su vestido. Alzó la vista al acristalado techo, intuyo que en un vano intento de calmarse.
—Pensé que me consolarías —murmuró hacia las nubes que languidecían en el cielo.
—Oh, sí. Lamento que tu madre sea una perra. —Me levanté, harto de estar sentado en la dura piedra—. Quizás deberías acabar con su vida para que deje de joder a los demás.
—¡Es mi madre! —gritó e inmediatamente un gesto de dolor cruzó por su rostro. Se tambaleó hacia delante y cayó contra mi pecho con un jadeo sordo.
Las alas estaban cambiando de color. En la zona en la que la piel se juntaba con el metal, el verde pálido pasó a ser rojo sangre. La magia se arremolinó contra las alas como si oliera un delicioso plato.
Sujeté los hombros de Lume a pesar de que no parecía que fuese a caer y ella se aferró a mi uniforme.
—Estaré bien en un momento —gimió—. No debí alterarme.
Miré hacia la herramienta de sumisión que ahora brillaba con tono rojizo. Llevé una de mis manos hasta que las yemas de mis dedos tocaron el metal: estaba templado.
La reina estaba dispuesta a sacrificar la salud de su hija con tal de mantenerla bajo control. Aquello parecía más odio que amor.
Ojalá pudiera romper esta mierda, pensé con acritud y apreté los dedos.
Rómpete.
Ja, como si fuera a suc...
Sentí un fuerte tirón cuando la magia consumió mi alma para cumplir mi mandato. Bajo mis dedos, el fino metal se agrietó. La grieta se hizo más y más grande hasta recorrer por completo una de las alas. Con un sonoro chasquido, ambas se desintegraron en miles de esquirlas.
Lume chilló al sentir como sus alas se destruían. Me empujó y terminé cayendo hacia atrás, un tanto aturdido.
La sangre salpicó el suelo mientras Lume gritaba de dolor.
Antes de que pudiera moverme, Iris ya había aparecido. Sujetó con delicadeza a la princesa sin preguntar en absoluto qué es lo que había sucedido.
—Quédate aquí —instó—. Por lo que más quieras, no te muevas hasta que vuelva.
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