Parte Única
ALEJANDRO SAMBADE
LOS AMIGOS DEL ENIGMA
PERSECUCIÓN EN EL NORTE DE PORTUGAL
SINOPSIS
Todo parecía fantástico: unos días de descanso en Portugal, con una buena amiga y mucha
diversión. Pero Claudia, Juan, Cristina, Silvia y Martín pronto se vieron envueltos en una aventura
que dio un giro inesperado a sus días festivos
¿ Quién es el responsable de los robos que se están cometiendo por toda la región? Los cinco chicos
y chicas, acompañados de su amiga portuguesa y el gran perro de Martín deberán resolver un
misterio que hasta el momento las autoridades no han podido aclarar. ¿Qué peligros les esperan?
Capítulo 1: EL VIAJE
El tren regional procedente de A Coruña entró en la estación pontevedresa reduciendo la velocidad
hasta frenar. Las puertas se abrieron, y el andén se convirtió en un frenesí de gente subiendo y
bajando del vagón. Un grupo de amigos de unos trece años se despidió de sus padres y entró en el
convoy.
Unos minutos después, el tren comenzó a moverse y a ganar velocidad a medida que abandonaba la
capital provincial. A ambos lados de las vías había edificios bajos, propios de las afueras, y se veían
extensos campos.
El grupo de chicos y chicas que en el andén había abrazado a sus padres se encontraba en el vagón
número dos.
- Menos mal que al final pude traer a Zar- dijo Martín. - Porque, la verdad, dudo mucho que
estuviese demasiado cómodo en un transportín- rio.
Todos dirigieron su mirada hacia un gran perro de pelaje blanco que el chico sujetaba mediante una
correa. Éste le hizo una caricia en la cabeza, a lo que el animal respondió con un alegre movimiento
de la cola.
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No hablaron mucho durante el viaje hasta Vigo. La emoción los tenía a todos sumidos en sus
pensamientos. Joana, una amiga portuguesa del grupo, los había invitado a pasar el fin de semana a
su casa de Valença, aprovechando el puente y el buen tiempo. Como la mayoría de días festivos,
multitud de personas iban desde Galicia de escapada a Portugal.
El paisaje que se divisaba desde la ventanilla era espléndido: el sol daba un aspecto magnífico a la
Ría de Vigo, y desde el vagón se podía contemplar el Puente de Rande. El cielo se veía de un azul
tan claro que parecía obra de un pincel.
El tren cogió velocidad y rebasó el apeadero de Cesantes, así como la playa del pueblo, que estaba
repleta de bañistas.
Las siguientes paradas fueron Redondela- Picota y Redondela. Cada vez se acercaban más a la
estación donde realizarían un transbordo: Vigo- Guixar.
En esos momentos se notaban ya los trazos urbanos de Chapela y de la periferia de la mayor ciudad
de Galicia.
Capítulo 2: HACIA PORTUGALEl tren Celta era un convoy formado por tres vagones pintados de un vivo tono amarillo.
Transportando sus maletas, los amigos hablaban animadamente.
- ¡Estoy deseando llegar a Valença!- comentó Claudia.
- ¡ Y yo!- contestó Cristina. - Hace muchísimo que no vemos a Joana.
- Ya... ¡ Vamos a tener que ponernos al día!- declaró Juan.
- Una cosa, ¿ quién tiene los billetes?- preguntó Silvia.
- ¡Yo!- respondió Martín. - A ver... vale, estamos en el vagón tres, asientos treinta y cinco, treinta y
seis, treinta y siete, treinta y ocho y treinta y nueve.
- Es este- dijo Cristina. -Este es el vagón tres.
Después de que dijese esto, subieron y se acomodaron en sus asientos. El tren no tardó en ponerse
en marcha rumbo a la Raia, la frontera entre Galicia y Portugal.
- Deben ser preciosas las vistas justo cuando cruzamos el puente del Miño- declaró Claudia.
Durante el viaje, charlaron animadamente sobre lo que harían el fin de semana; el pequeño viaje los
tenía ilusionadísimos a todos. Incluso Zar parecía estar feliz de poder viajar.
Las estaciones pasaban rápidamente sin que el tren se detuviese en ninguna de ellas: O Porriño,
Guillarei, Tui...
- ¡Estamos a punto de entrar en Portugal!- exclamó Juan.
Cierto. Desde la ventanilla ya se veían las tranquilas aguas del Río Miño, así como el puente de
hierro diseñado por Gustave Eiffel que unía las dos orillas.
Caundo el tren Celta comenzó a cruzar el Puente Internacional, una visión espectacular apareció
ante los ojos de todos los pasajeros: las pequeñas olas que sacudían suavemente la superficie del río,
y la catedral de Tui en lo alto de una colina.
Tan absortos los dejó el paisaje que ninguno se percató de que ya estaban en territorio portugés. El
primero en darse cuenta fue Martín, que exclamó:
- ¡Por fin!¡Chicos, ya estamos en Valença!
El Celta había reducido ya notablemente la velocidad. Los amigos pegaron la cara al cristal de la
ventana para poder admirar una parte de la muralla de la localidad. Se habían informado antes de ir,
y les parecía increíble que una construcción tan antigua siguiese en pie, siglos después de su
edificación.
El tren redujo aún más la velocidad, y, al fin, enfiló la estación fronteriza de Valença.
El edificio databa del siglo XIX. Su particular encanto recaía en su aire majestuoso e histórico.
Cuando los cinco amigos y Zar bajaron al andén, pudieron contemplar la bella marquesina que
cubría las vías.
De inmediato, una pareja acompañada de una chica se acercó a recibirlos. Eran Joana y sus padres,
que les dieron la bienvenida con la alegría y la viveza tan habituales en ellos.
- ¡Joana, cómo te hemos echado de menos!- exclamaron los cinco amigos al unísono, a la vez que
Zar lanzaba unos ladridos felices.Tras un rato hablando, el grupo salió al exterior del edificio. Comenzaron a andar hacia el sur,
donde estaba la casa de su amiga portuguesa.
- Bueno, ¿ y qué tal el viaje?- preguntó María, la madre.
Los recién llegados comenzaron a hablar atropelladamente sobre el paisaje, sobre lo mucho que les
gustaba viajar en tren...
- ¡ Bueno, bueno, no habléis todos a la vez!- rio Francisco, el padre.
Tras unos escasos diez minutos caminando, pararon frente a una verja. María sacó unas llaves y
abrió el portón, y ante todos apareció una casa fabulosa. Estaba rodeada de un extenso jardín muy
cuidado, tenía las paredes exteriores decoradas con azulejos típicos de Portugal y un porche en el
que había unas sillas junto a una mesa de hierro forjado. Pero en lo que más se fijaron los amigos
fue en la piscina. Tenía el agua tan cristalina y hacía tanto calor que daban ganas de zambullirse sin
ni siquiera cambiarse la ropa.
Como si les leyese el pensamiento a sus huéspedes, Francisco les dijo:
- Os enseñamos la casa y dejáis vuestras cosas, y si queréis os podéis cambiar y estar en la piscina
un rato antes de comer.
Todos se mostraron de acuerdo con la propuesta. Atravesaron el umbral de la puerta principal y
entraron en el vestíbulo de la casa. Joana y sus padres los guiaron escaleras arriba.
- Espero que os gusten vuestras habitaciones- comentó la primera. - Las vistas seguro que os
encantan: desde las ventanas se ve la fortaleza sobre lo alto de la colina.
Juan y Martín se instalaron en un cuarto donde Joana había preparado una pequeña cama para Zar.
Cristina y Claudia se quedaron en el de al lado, y Silvia dormiría con Joana.
Después de que se instalasen, Francisco y María descendieron al primer piso para ir preparando la
comida.
Martín, Claudia, Silvia, Joana, Juan y Cristina se pusieron rápidamente los trajes de baño y las
chanclas, y bajaron las escaleras volando. Por la puerta corredera que daba al porche salieron al
jardín y se dirigieron directamente a la piscina. Riendo, se lanzaron al agua.
- ¡ Va a ser un fin de semana fantástico!- exclamó feliz Cristina.
Nadaron y se divirtieron hasta que llegó la hora de la comida. Mientras Francisco hacía una parte
del menú, María había preparado lo demás, y había colocado una mesa de pícnic bajo la sombra de
un árbol.
Todos se sentaron, y poco después el padre de Joana apareció con unas cuantas bandejas de
humeante comida. Había de todo, la mayoría platos tradicionales portugueses: feijoada, bacalhau
grelhado, frango y otros suculentos menús.
Durante la comida, la conversación fue muy animada, acompañada de numerosos cumplidos a los
chefs María y Francisco.
- Mmmm, esto está delicioso- dijo Claudia. -Tendríais que presentaros a un concurso de cocina,
¡seguro que lo ganaríais!- Me encanta el pollo- comentó Juan. - ¿Cómo lo llamabais en Portugal?
- En portugués se dice frango. Es un plato muy famoso- le respondió María.
Cuando llegó la hora del postre, estaban llenísimos, pero en el momento en que vieron la pinta
deliciosa del pão de ló que había cocinado la madre de Joana, les fue imposible no probar un trozo.
Una vez terminaron, recogieron la mesa entre todos y llevaron la vajilla a la cocina para que María
y Francisco la lavasen.
Decidieron subir a las habitaciones hasta que hiciese menos calor. Cuando el sol tuviese algo menos
de fuerza, irían a la fortaleza de compras y a dar un paseo.
Una vez que los seis amigos y Zar estuvieron reunidos en la habitación de Joana, ésta dijo:
- Chicos, ¿sabéis que están ocurriendo cosas muy raras? Está habiendo muchos robos por toda la
región. El otro día me llamó mi abuela por teléfono y me dijo que en su pueblo, Afife, robaron
varias figuras de la iglesia.
- Qué raro, ¿no?- respondió Martín. - Normalmente los ladrones van a monumentos más
importantes, no a iglesias de pequeños pueblos.
- Bueno- empezó Silvia. - Es más fácil robar en una pequeña iglesia, porque no está vigilada, y los
asaltantes pueden huir con el botín con menos riesgo de que les pille alguien.
- En realidad- continuó Joana- una amiga de mi abuela afirma haber visto a una persona entrando en
la iglesia mirando a los lados, como para asegurarse de que nadie la veía, y después saliendo con
unos sacos.
- ¿Y a qué hora vio la amiga de tu abuela a esas dos personas?- inquirió Claudia.
- Dice que sobre las diez de la noche.
- Chicos,¿os imagináis que resolviésemos el caso y encontrásemos a los ladrones?- dijo Cristina.
- Sería una aventura genial... Puede que hasta hiciesen una película- fantaseó Juan.
- No te pases,sólo son unos ladrones normales y corrientes que quieren ganar dinero- dijo Martín.
- Pues tiene muy buen gusto...- rio Joana. - La policía lleva mucho tiempo detrás de una banda que
organiza robos, pero sólo roban obras de arte, como joyas y cuadros.
- ¿ Y tú crees que son los mismos que robaron en Afife?- quiso saber Silvia.
- No lo sé- respondió pensativa Joana.
- Podríamos ir a Afife para averiguar más sobre el tema- propuso Martín.
- Por mí vale- dijo Cristina. - Aunque no creo que descubramos demasiado.
- Nunca se sabe- reflexionó Claudia.
Hablaron con los padres de Joana, que justo estaban pensando en ir a hacerle una visita a la abuela
materna de Joana, Judite, que vivía allí, en la pequeña localidad de Afife.
Quedó decidido que al día siguiente cogerían el tren a Afife, visitarían a la abuela y los amigos
aprovecharían para intentar descubrir algo más acerca de los robos.
Capítulo 3: SUCESO EN LA FORTALEZA
La fortaleza de Valença era un lugar mágico. Situada sobre una colina, sus murallas rodeaban las
pequeñas casitas antiguas del pueblo. Era muy fácil trasladarse mediante la imaginación al tiempo
en el que esos muros defendían a sus habitantes de los ataques enemigos, tantos siglos atrás.
Ahora, el recinto amurallado se había convertido en uno de los mayores reclamos turísticos de la
región del Alto Minho. Desde el lugar había una panorámica magnífica de la ciudad de Tui y el Río
Miño, así como de los alrederores de Valença.
Las coquetas tiendas exponían sus productos a ambos lados de las puertas de los locales: mantas,
sábanas, ropa y recuerdos de Portugal se apelotonaban en las entradas. De hecho, estos pequeños
negocios atraían cada año a miles de españoles.
El grupo formado por los seis amigos, Zar, María y Francisco caminaba tranquilamente por las
sinuosas callejuelas. Algunas personas permanecían sentadas en las mesas de las terrazas,
escuchando a un músico tocando y cantando en directo.
A ambos lados de la calle donde estaban los visitantes, se alzaban pequeños edificios con las
paredes recubiertas de azulejos antiquísimos.
- Chicos, os vamos a dejar un poco a vuestro aire para que compréis lo que os apetezca- anunció
María. - Nosotros tenemos que echar un vistazo a algunas cosas de casa, así que vamos hacia allí,
que hay sábanas y alfombras.
Ya solos, los seis amigos y Zar siguieron una calle más ancha que las anteriores. Martín, a quien le
encantaba la cocina, y en especial la repostería, dijo:
- Chicos, mirad ese delantal de ahí con dibujos de Portugal. ¡Me encanta!
- Y ese gallo que tiene dibujado, ¿qué es?- preguntó Juan
- Es el Gallo de Barcelos- le respondió Joana.
- ¿ Barcelos no es una ciudad cerca de Viana do Castelo?- inquirió Silvia.
- Sí- Joana se preparó para contarles más sobre el asunto. - Cuenta la leyenda que a un peregrino
gallego que salía de Barcelos hacia Santiago de Compostela se le acusó injustamente de un crimen
que no había cometido, y se le condenó a la horca.
"Desesperado, el detenido pidió ver al juez, el cual se encontraba a punto de comer un gallo asado.
El acusado le aseguró que el gallo se levantaría y cantaría para demostrar su inocencia. Pero el juez
no le prestó atención".
"Más tarde, cuando el prisionero estaba siendo ahorcado, el gallo se alzó y cantó. Fue entonces
cuando el juez se dio cuenta del error que había cometido. Milagrosamente, el peregrino había
sobrevivido a la horca debido a un nudo mal atado. El juez ordenó que lo liberasen, y el hombre
pudo continuar su peregrinaje".
- ¿ Y cómo acabó haciéndose tan famoso el gallo?- preguntó Crisitina, intrigada.
- Eso se cuenta ahora, al final de la historia- contestó Joana. - Se dice que el peregrino volvió años
después y construyó el Cruzeiro do Senhor do Galo( el Crucero del Señor del Gallo) para agradecer
lo sucedido. El monumento se acabó convirtiendo en el emblema de Barcelos- concluyó.
- Qué historia más curiosa- comentó Claudia.- Pero me gusta.
Zar, como si hubiese entendido toda la narración de Joana, ladró alegremente, como si estuviese
mostrándose de acuerdo con el comentario.
Después de la historia, siguieron caminando y comprando lo que más le gustaba a cada uno.
Martín acabó comprándose el delantal que había visto un rato antes, Claudia se hizo con una toalla
de playa con la bandera portuguesa; Juan adquirió una gorra de Portugal y Cristina una sudaderaque ponía "Valença"en letras grandes. Silvia decidió comprar una guía turística de la región que
estaba hojeando momentos antes, y Martín, después de buscar y buscar, encontró un regalo perfecto
para Zar: un collar con unas letras que decín: 'o cão de Valença" *
Cada uno consiguió un detalle para sus padres, y después echaron un vistazo a los productos de las
tiendas que todavía no habían visitado.
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Cuando estuvieron cansados de tanto caminar, se sentaron en un banco, bajo la sombra de un
frondoso árbol.
Se encontraban en una amplia plaza con un agradable restaurante y llena de gente caminando,
descansando, charlando relajadamente...
Al grupo le llamó la atención el hecho de que una multitud se aglomerase en la puerta de una
pequeña tienda. Se acercaron con curiosidad y descubrieron a una mujer de unos setenta años, que
debía ser la dueña del local. Se la veía afectada por algo, y tenía un aspecto cansado.
- Não chore, Serafina, você está bem e isso é o importante *- la consolaba una amiga.
- Ai, Teresa, há pessoas hoje em dia que não fazem nada bom *- se lamentaba la dueña del local,
Serafina.
Joana conocía a esa mujer, así que se acercó a ella para ver qué ocurría.
- Ó Serafina, o que aconteceu? *- le preguntó.
- Ruobaram- me! A mim! *- contestó la anciana tristemente.
- A senhora sabe o que é que levaram? *- inquirió un hombre.
- Não... Quer dizer, sim. Levaram jogos de lençóis e louça. *
Tras un rato escuchando, los amigos acabaron enterándose de lo que había pasado. Un hombre
había simulado que estaba echando un vistazo a algunos productos, y, en un momento dado, con
algunos de ellos en las manos, echó a correr mientras Serafina gritaba"¡cójanlo, cójanlo!"
Poco después la multitud comenzó a dispersarse.
- No sé cómo alguien es capaz de robar a una pobre anciana, que intenta ganarse la vida trabajando
pese a su edad- dijo Claudia.
- Ni yo, - contestó Martín- es increíble.
Silvia, con la vista fija en los adoquines del suelo, estaba pensativa.
- Ojalá pudiésemos hacer algo- dijo. - Pobre Serafina.
* El perro de Valença// No llores, Serafina, tú estás bien y eso es lo importante// Ay, Teresa, hay
personas que no hacen nada bueno// Serafina, ¿qué pasó?//¡Me robaron! ¡A mí!// ¿Sabe qué es lo
que se llevaron?// No... quiero decir, sí. Se llevaron unos juegos de sábanas y vajilla.
Justo entonces el móvil de Joana vibró en uno de los bolsillos de su chaqueta. Lo cogió y leyó en la
pantalla el mensaje que acababa de recibir.
- Chicos, dicen mis padres que quedemos con ellos a las ocho menos cuarto enfrente del
ayuntamiento para ir a cenar.
- Son las ocho menos veinte- avisó Juan después de consultar la hora. -Vamos yendo, ¿no?
- Sí, vamos.La fortaleza de Valença era pequeña, así que solo unos minutos después se reunían ya con los
padres de Joana. Buscaron entre todos un restaurante, y finalmente se decantaron por uno situado
junto a la muralla. De fondo sonaba una suave música de fado. Se sentaron en la terraza y pidieron
unas francesinhas.
Los amigos les contaron a María y Francisco lo ocurrido en la tienda de Serafina.
- Es increíble- reaccionó María. - Hay gente que no tiene nada mejor que hacer que robar a una
pobre anciana.
Dicho esto, el rumbo de la conversación se fue desviando poco a poco.
- Voy a comprar los billetes para mañana en la página web de Comboios de Portugal- anunció
Francisco.
- Me encanta el recorrido que hace el tren- dijo Joana, alegre. - A partir de Caminha, va todo el
tiempo pegado al mar.
- ¿ Creéis que descubriréis algo?- les preguntó María a los amigos.
- Espero que sí- respondió Martín. - Me encantaría que nos viésemos envueltos en una aventura.
¡Sería muy emocionante1
- Además- añadió Cristina- con Zar protegiéndonos es prácticamente imposible que nos hagan algo.
Tenía razón. El gran tamaño del perro de Martín asustaba a quien no lo conocía, aunque en realidad
no fuese tan fiero como parecía.
Durante toda la cena, este no había dejado de vigilar a un gato blanco que estaba tumbado sobre la
acera.
**********************
Una vez hubieron pagado la cuenta, María propuso dar un paseo para bajar la comida, así que el
grupo siguió un sendero que rodeaba la fortaleza. Siempre pegados a las murallas, se detuvieron en
algún punto para sacar las últimas fotos del día, ya que cada vez había menos luz. El paisaje parecía
de película: las luces anaranjadas de la puesta de sol iluminaban las aguas del río y daban color al
cielo.
Debían de ser cerca de las diez de la noche cuando decidieron volver . Poco después, ya en la casa,
Joana, Martín, Juan, Claudia, Cristina y Silvia se ducharon y se juntaron en la habitación de Joana y
Silvia.
- Estoy deseando que llegue mañana- dijo esta última, expresando así lo que todos pensaban en ese
momento.
Martín se masajeaba el pelo, pensativo.
- ¿ Creéis que el ladrón que robó en la tienda de Serafina podría pertenecer a la banda que ha
cometido robos en el resto de la región?- preguntó.
- No lo sé...- dijo Claudia por toda respuesta.
Cristina estuvo un rato absorta en sus pensamientos y luego dijo:
- No lo creo. La banda a la que busca la policía y que cometió los otros delitos solo ha robado obras
de arte, ¿no?¿Por qué razón iban a robar unas sábanas y una vajilla normales y corrientes?Parece
más obra de unos ladrones cualquiera.
- Supongo que tienes razón- contestó Juan.
- Bueno, sea como sea, puede que mañana averigüemos algo que lo aclare todo- sentenció Martín.
- Sí- corroboró Claudia. - Hasta entonces es mejor que no nos rompamos la cabeza.
Para intentar dejar de pensar en el asunto de los robos, cambiaron el tema de conversación y no se
acostaron hasta las doce .- Buenas noches...- se despidieron todos.
Martín y Juan se fueron a su habitación, seguidos por Zar, Claudia y Cristina.
El día siguiente les depararía muchas sorpresas.
Capítulo 4: NUEVOS DESCUBRIMIENTOS
Había amanecido soleado, era sábado y ese día Valença bullía de actividad, aunque esto no se
advertía desde la casa de Joana, ya que estaba algo alejada del pueblo.
Martín fue el primero en despertarse; levantó a Juan, y después de vestirse ambos fueron a llamar a
los demás.
Primero fueron a la habitación donde dormían Joana y Silvia, y después los cuatro acudieron a
llamar a Claudia y Cristina.Esta última todavía estaba muy cansada, y cuando Martín la zarandeó suavemente, contestó con voz
adormilada:
- Mamá, hoy no hay que ir al instituto, es sábado.
Los demás estallaron en carcajadas ante su reacción. Una vez estuvieron todos listos, descendieron
a la planta baja.
- ¿ A qué hora sale el tren?- preguntó Silvia mientras bajaban las escaleras.
- No estoy segura- respondió Joana.- Creo que mi padre compró billetes para el tren de las once.
Atravesaron el pasillo y entraron en la cocina. María y Francisco les dieron los buenos días, y les
invitaron a sentarse a la mesa. Sobre ella había de todo: tostadas recién hechas, cereales, leche,
mermelada...
Todos tomaron asiento entonces.
- Al final reservé asientos en el tren de las once en punto- dijo Francisco, al tiempo que extendía la
mermelada de arándanos sobre un trozo de pan integral. - Estaría bien que saliésemos de aquí sobre
las diez y media, para llegar a la estación con margen.
Un rato después, tras terminar el desayuno, subieron todos a lavarse los dientes y prepararse para
salir. Mientras cogían un par de mochilas que habían traído, Silvia le preguntó a Joana:
- ¿ Tú crees que averigüaremos algo?
- Ojalá... Sería fantástico desenmascarar a unos ladrones.
- ¡Sí! Ya puedo imaginármelo: nos harían entrevistas, apareceríamos en las noticias...¡seríamos
famosos!
-Bueno, tampoco te pases.
- Ya puedo ver el titular de la gran noticia: "Un grupo de jóvenes detectives desenmascara a los
ladrones del Alto Minho".
Joana rio ante este comentario.
- Detectives...poco más y montábamos un club en el que cobrásemos por resolver misterios.
- Pues, ahora que lo dices, no es mala idea.
Joana suspiró, divertida.
-Me parece que deberías aprender a distinguir la ironía, chica.
- Bueno, si vosotros no queréis me convierto yo en detective privada juvenil. Me llamaría
"Investigadora Silvine", porque Silvia sonaría más soso...
- Tonta... Venga, son casi las diez y media, salgamos ya.
Salieron del cuarto y se reunieron con los otros. Abajo los esperaban María y Francisco. El grupo
salió al jardín por la puerta principal y la madre de Joana sacó las llaves y cerró la casa.
Atravesaron la amplia zona verde frontal y salieron a la calle. Luego caminaron en dirección al
pueblo siempre de frente, hasta que tomaron una calle situada a mano izquierda que los condujo alpárking de la estación de tren. Por la zona apenas había gente, pero en cuanto entraron en el edificio
pudieron ver a bastantes viajeros, sentados en los bancos del vestíbulo.
Todavía faltaban diez minutos para la hora estimada de llegada, así que pasearon un rato por el
andén uno.
En un momento dado se oyó una bocina, y un tren comenzó a frenar para acabar deteniéndose junto
a la plataforma. De él bajaron varias personas, y quienes estaban esperando subieron al vagón.
- Lo mejor es que vayamos al coche uno, - aconsejó Francisco- en los otros dos hay mucho ruido
por culpa de los motores.
Una vez estuvieron en el interior del convoy, cada uno se dejó caer en uno de los espaciosos
asientos. Tan solo había dos personas más en el compartimento.
"Seguramente viajen a Oporto", pensó Martín, mientras le acudían a la mente los recuerdos del
fantástico viaje que había hecho con su familia a la segunda ciudad de Portugal.
En ese instante, las puertas se cerraron y el tren aceleró. Comenzó a moverse poco a poco, y cogió
velocidad a medida que salían de Valença. Las pequeñas casas y los campos de cultivo formaban el
paisaje que pasaba rápidamente frente a los ojos de los viajeros. .
- Me encanta Portugal- comentó Cristina mientras miraba por la ventanilla.
- Y a mí- corroboró Juan. -¿ Os habéis fijado? Este tren es mucho más antiguo que los de Galicia.
- Ya, es de 1980- dijo Claudia, sumándose a la conversación.
- Vaya, pues sí que tiene unos cuantos años- respondió Martín. -¿Será seguro?
- Bueno, yo he ido siempre en él y aquí sigo- bromeó Joana. -Aunque están modernizando la línea,
y pronto habrá trenes nuevos.
Pasaron la primera estación, São Pedro da Torre, y depués la segunda, Carvalha. El trazado por el
que circulaba el convoy discurría pegado al río Miño, hacia su desembocadura. Cuando estaban
llegando a Vila Nova de Cerveira, el tren pasó por encima de un largo trecho elevado, desde el que
se divisaba el casco antiguo de la localidad y una amplia plaza donde se celebraba el mercado
semanal. Sobre las casitas apiñadas se erigía majestuoso un pequeño castillo situado dentro de una
fortaleza, de menor tamaño que la de Valença.
El pueblo estaba repleto de turistas y rebosaba de actividad. Al otro lado, sin embargo, tan solo
había algunas personas que caminaban por una ruta fluvial. Había niños y niñas andando en
bicicletas, y otra gente disfrutaba de un momento tranquilo en aquel entorno natural.
En Cerveira subieron al tren algunos pasajeros más. Entre ellos, un padre con un niño pequeño que
berreaba en portugués y un perro al que Zar inspeccionó de arriba abajo con un aire suspicaz.
*******
Las estaciones y apeaderos que pasaban eran edificios antiguos y minúsculos. Algunos de ellos
estaban formados tan solo por un andén junto a una única vía, y un pequeño tejadillo para que los
viajeros pudiesen resguardarse en los días lluviosos o de tormenta.
A medida que pasaba el tiempo, más se acercaban al mar y, media hora después de salir de Valença,
el tren frenó a medida que se iba acercando a la villa costera de Caminha . A continuación pasó unpuente sobre el río Coura. Al otro lado del Miño se veía la orilla española, sobre la que se asentaba
A Guarda.
Este paisaje desapareció en cuanto el tren entró en Caminha y y se detuvo en la pequeña estación
del pueblo. Esta, como la mayoría de las del trayecto, tenía un tejado de color naranja y las paredes
decoradas con azulejos que representaban diversas escenas.
Tras la breve parada se reanudó la marcha, y el tren entró en un oscuro túnel. Cuando salió de él,
aparecieron como paisaje algunas pequeñas casas. De pronto, el convoy dejó de moverse, dando un
brusco frenazo. Permaneció así, parado, unos minutos, tras los que apareció el revisor.
- O comboio está averiado- les dijo a María y Francisco. - Há um problema no motor. Um autocarro
levara- os ao seu destinho. Chegará em corenta e cinco minutos. Obrigado e desculpem. *
Los padres de Joana le dieron las gracias.
- ¿Qué ha pasado?- preguntó Juan,que, pese a no hablar portugués, ya deducía la respuesta.- ¿Qué
os ha dicho?
- El tren está averiado, así que han avisado y va a venir a recogernos un autobús- le contestó María.
- ¿Y va a tardar mucho en llegar?- inquirió Cristina.
- Nos ha dicho el revisor que tardará unos tres cuartos de hora- respondió Francisco.
- Podemos salir a caminar un poco, porque no vamos a quedarnos aquí sentados tanto tiempo-
propuso María.
Así, se levantaron de sus asientos, abrieron la puerta del vagón y descendieron a un lado de la vía.
El tren se había quedado detenido a escasos metros de un apeadero. Los seis amigos de dirigieron a
la plataforma, y Martín leyó en voz alta el nombre que aparecía en el cartel informativo de la
parada.
- Senhora da Agonia.*
* El tren está averiado, hay un problema en el motor. Un autobús los llevará a su destino. Llegará en
cuarenta y cinco minutos. Gracias y disculpen.
*2 Senhora da Agonia significa Señora de la Agonía en castellano.- Senhora da Agonia...- repitió Silvia.- Pues sí que les ponen nombres inspiradores a las paradas.
- Ya, es que aquí en Portugal para la mayoría de la gente la religión es muy importante- dijo Joana.
"Hay muchos nombres por el estilo, como Santa Eulalia, Sặo Joặo da Madeira...
Claudia, que no había estado prestando demasiada atención a la conversación, dijo de pronto:
- Chicos, ¿habéis visto esa casa en ruinas? Tiene aspecto de ser muy antigua, incluso podría haber
algunos tesoros escondidos ahí dentro.
- A ver si lo adivino, - le contestó Martín con ironía- quieres que vayamos allí e investiguemos, ¿no?
- Vaya, estás hecho todo un detective- le contestó risueña Claudia.
Silvia y Joana intercambiaron una sonrisa, al recordar la conversación que habían mantenido antes
de salir de casa.
- Bueno, podríamos pedirles permiso a mis padres para explorar mientras no venga el autobús-
propuso esta última, para alegría de Claudia.
Cristina se mostró de acuerdo:
- Vale, todavía queda bastante tiempo. Todavía tenemos un buen rato para encontrar unos cuantos
tesoros.
- Pues venga- los animó Silvia.
Fueron al encuentro de Francisco y María, que paseaban junto al tren averiado, y les contaron el
plan.
- De acuerdo- accedió María- pero siempre y cuando no os alejéis mucho. Si no, podría llegar el bus
y que vosotros estuvieseis por ahí.
Felices por la respuesta afirmativa, cruzaron un paso a nivel seguidos por Zar, y tomaron el estrecho
y sinuoso camino de gravilla que conducía a la casa abandonada. El aspecto de esta denotaba que
nadie la había habitado desde hacía mucho tiempo. Estaba algo apartada del resto de viviendas de la
zona, y en el jardín frontal la maleza se había adueñado del terreno, lo que dificultaba el avance.
- Qué curioso- comentó Martín mientras se inclinaba sobre algo que estaba en el suelo. - Esta casa
parece deshabitada desde hace muchos años, pero aquí hay unas huellas. Fijaos, parecen recientes.
- Tal vez sean de algún animal- sugirió Cristina.
- No lo creo- Martín entornó la vista para pode ver mejor. - Fijaos, son huellas de zapato.
- Es cierto- corroboró Joana. - Incluso se ven las marcas que dejaron los dibujos de las suelas.
El grupo observó detenidamente las marcas un poco más, al tiempo que Zar se acercaba correteando
a lo que debía haber sido en un pasado la entrada de la construcción.
El perro de Martín comenzó a olisquear los rincones y a moverse en círculos. Los seis amigos
fueron tras él, cruzando los muros de la entrada. Todos escudriñaban las esquinas en busca de algún
indicio o prueba.
Silvia soltó un grito de sorpresa y se agachó para coger algo del suelo.- Vale, está claro que alguien ha estado aquí hace no mucho tiempo- dijo, mientras sostenía un lazo
para el pelo. Los demás se acercaron para poder examinar su hallazgo de cerca.
- Sí, está nuevo- dijo Claudia.
- Pero¿ quién querría venir aquí?- se preguntó Cristina en voz alta.
- No lo sé...- le respondió Juan.
- Yo os lo diré: o bien alguien que, al igual que nosotros, decidió entrar por curiosidad, o alguien
que anda tramando algo que no puede ser bueno- contestó Claudia, convencida.
- Todo esto es muy extraño- comentó Joana, pesativa. - Puede que, finalmente, sí que descubramos
algo interesante.
- Y nos veamos envueltos en un misterio, ¡ y vivamos una aventura!- exclamó Juan.
- Un momento- lo interrumpió Martín. - ¿Qué es eso? ¿Lo habéis visto?
Después de decir esto, se aproximó a un rincón de la estancia derruida en la que se encontraban.
Algo escondida tras una montaña de escombros, había una pequeña puerta de madera. Lo
sorprendente era que, a diferencia del resto de la casa, estaba en buen estado. Tenía una cerradura
que parecía resistente, y estaba fabricada con madera de buena calidad; además, se encontraba
entreabierta.
- Vale, aquí pasa algo- dijo Silvia. - No es normal que, estando el resto de la casa en ruinas, esta
puerta se haya mantenido intacta durante tanto tiempo de abandono. Está demasiado nueva.
- Chicos, - dijo Cristina- yo voy a entrar. Mirad, está abierta, no tendremos ni que forzarla.
Sin dejar tiempo a que los demás replicasen, apartó algunos cascotes, empujó la puerta con el
hombro y desapareció tras ella. Entonces sonó su voz desde dentro.
- ¡Chicos, no os lo vais a creer!- dijo. - ¡Rápido, entrad!
Uno a uno, fueron atravesando ese mar de escombros que había ante la pequeña puerta, y cruzaron
la entrada.
La sala en la que entraron estaba iluminada por unas luces blancas que Cristina había encendido
pulsando un pequeño interruptor que había junto a la puerta. Lo que apareció ante sus ojos los dejó
a todos boquiabiertos.
- Pero ¿qué...?- comenzó Claudia.
La estancia tenía unas dimensiones enormes, y estaba repleta de estanterías metálicas. En ellas
había almacenados todo tipo de objetos valiosos: pinturas, marcos de plata y oro, cubertería
carísima...y vajilla.
- Eeeehhh, chicos, -dijo inquieto Juan. - ¿Esa no es la vajilla que le robaron a Serafina? Es idéntica
a la descripción que le hizo ella a aquel hombre que le preguntó.
Martín miró alrededor.
- De hecho, no me sorprendería que todo lo que hay aquí fuese robado- declaró. - Al fin y al cabo,
¿quién almacena montones y montones de obras de arte en las ruinas de una casa a las afueras de un
pueblo?- Eso mismo me pregunto yo- respondió Claudia.
Joana comenzó a pasearse entre las estanterías para observar lo que había en ellas, y los demás no
tardaron en seguir su ejemplo.
- Son preciosas- comentó Joana mientras contemplaba ensimismada unas pinturas de paisajes
portugueses.
- Un momento- empezó a decir Cristina. -¿No creéis que deberíamos avisar a la policía, o algo?
- ¿Y qué les íbamos a decir?- le contestó Silvia. -¿Que entramos en una casa abandonada donde
encontramos una magnífica colección de tesoros? No sé, no tenemos pruebas de que todo esto sea
robado.
- Tienes razón- concordó con ella Cristina.
- Bueno, al menos podríamos hacerles fotos a algunas cosas para tener algo, por poco que sea-
propuso Martín.
Dicho esto, sacó de uno de los bolsillos de su pantalón su móvil y comenzó a fotografiar algunos
objetos. Los demás hicieron lo mismo.
- Bueno, creo que deberíamos volver ya- avisó Joana.- Hemos estado bastante aquí, el autobús va a
llegar en poco tiempo.
Después de dirigir una última mirada a la estancia, salieron uno a uno por la pequeña puerta,
cruzaron el resto de la casa medio derruida y, al fin, salieron al aire libre. Recorrieron de vuelta el
camino que conducía a la casa y bajaron la empinada cuesta por la que habían subido poco antes.
Luego atravesaron de nuevo el paso a nivel y se reunieron finalmente con Francisco y María.
- ¿Encontrasteis algo interesante mientras explorabais?- preguntó la última.
Los seis amigos intercambiaron unas miradas fugaces. Llegado el momento, ya les contarían a los
padres de Joana su descubrimiento, pero por el momento era mejor mantenerlo en secreto.
- No, nada especial, solo paseamos un poco por allí arriba- contestó Juan mientras señalaba con el
dedo hacia lo alto de la cuesta.
Poco después, un microbús recogía a los pasajeros del tren estropeado. Realizaría el recorrido hasta
Viana do Castelo, y allí los viajeros con destino a Oporto enlazarían con un tren distinto.
Por suerte, nadie se había visto realmente afectado por la avería, ya que la mayoría de las personas
que viajaban en el tren eran turistas que viajaban sin prisa.
El grupo formado por los seis amigos, María, Francisco y Zar subió al vehículo en último lugar.
Cuando se hubieron acomodado en varios asientos, el conductor cerró las puertas y el microbús
partió.Capítulo 5: EN AFIFE
Afife era un pequeño pueblo costero situado entre Viana do Castelo y Caminha. El trayecto en
microbús hasta allí había sido breve y menos agradable que en el tren, ya que en lugar de discurrir
junto al mar como la línea férrea, la carretera general lo hacía a través de los pueblos.
El microbús entró en la pequeña localidad y los dejó en la pequeña estación. El grupo bajó y pudo al
fin estirar un poco las piernas. Zar salió disparado y comenzó a corretear por los alrededores.
- Bueno, por fin hemos llegado- suspiró María. Un rato antes había llamado a Judite, la abuela de
Joana, para avisarle de que el tren se había averiado y llegarían algo más tarde de lo previsto.
No tuvieron que caminar mucho para llegar a la casa de Judite. Esta se trataba de un edificio
precioso: tenía un jardín frontal repleto de diversas especies de flores, y una verja de hierro forjado
verde con relieves cerraba el terreno.
María llamó al timbre, y unos segundos más tarde la puerta principal se abrió, y una mujer ya
entrada en eños y con el cabello con brillos plateados se asomó por ella.
- María!- exclamó. Se apresuró a salir al jardín y abrir la puertecita de la verja.
- Olá, Judite- le saludó la madre de Joana.- Tudo bem?*
- Sim, sim, e vocês?Como estão?*
Uno a uno, fueron saludando a la madre de María. Joana se lanzó al cuello de su abuela y la abrazó
durante un buen rato. Cuando se separaron, Judite los hizo pasar al interior de su coqueta casa.
Hablaba bastante bien español, así que mientras conducía al grupo a través del jardín charló un poco
con los amigos de su nieta.
- Qué mala pata que se averiase el tren- comentó. - Pero bueno, al menos el autobús fue rápido y os
recogió poco después.
Mientras les hablaba, los chicos y chicas intercambiaron unas sonrisas. Judite les había caído a
todos de maravilla, sobre todo a Zar, que avanzaba pegado a ella.
Una vez dentro, pasaron al espacioso comedor. En Portugal se comía bastante pronto, así que la
mesa que había en el centro de la sala estaba ya preparada, y sobre ella había platos y fuentes con
todo tipo de comida.
Decidieron esperar un rato para comer, ya que ninguno tenía hambre todavía, así que se dejaron
caer en los sofás y los sillones que había junto a los altos ventanales.
María, Francisco y Judite comenzaron a hablar de diversos temas. Mientras, Silvia miraba
impresionada a su alrededor.
* Hola, Judite, ¿todo bien?// Sí, sí, ¿y vosotros? ¿Qué tal estáis?- Es increíble- dijo. - Esta casa es maravillosa: la decoración, los muebles...¡todo es perfecto!
**********
La comida fue excelente. Judite era una cocinera magnífica, y así lo dijeron todos los comensales.
Tras una larga sobremesa se levantaron y todos y cada uno de ellos ayudó a recoger y lavar la
vajilla. Con la intención de bajar la comida, Judite propuso dar un paseo por el pueblo.
Poco después, salieron a la calle. Caminaron entre chalets con amplios jardines en dirección a la
playa.
Judite y los padres de Joana abrían la comitiva, seguidos desde algo más atrás por los seis amigos y
Zar.
- Chicos- dijo Martín en voz baja. - Ahora que hemos encontrado la casa abandonada y todos los
tesoros que esconde, ¿qué vamos a hacer exactamente?
- Pues...la verdad es que no tengo ni idea- contestó Cristina. - Estoy algo perdida.
- A ver,- empezó a decir Silvia- hemos encontrado el lugar adonde llevan los objetos robados unos
ladrones buscados por la policía en toda la región, o incluso el país. Pero, para ser sinceros, por muy
sospechoso que sea que todo eso esté escondido en una casa en ruinas, no tenemos pruebas que
demuestren que verdaderamente sean objetos robados.
- Es cierto- la apoyó Juan. - Incluso nos podrían hacer algo por supuesto allanamiento de morada.
- ¡Pero si la casa estaba abandonada!- exclamó Cristina.
- Bueno, pero nunca se sabe...
Joana declaró entonces lo que pensaba ella.
- Yo creo que deberíamos esperar a ver si descubrimos algo más. Al fin y al cabo, lo que
pretendíamos al venir a Afife era averiguar algo que nos ayudase en la investigación.
- Vaya, ya ni siquiera me acordaba de eso- respondió Claudia. - Se me había olvidado por completo,
con la emoción del descubrimiento de la casa en ruinas.
- Bueno, pues si queremos empezar una investigación seria, tenemos que cavar más hondo en este
tema. Necesitamos encontrar pruebas- sentenció Joana.
- Bueno, ¿y por dónde empezamos?- preguntó Juan.
- Ni idea- le contestó Joana. - Bueno, aunque...
Claudia, después de pasar un rato pensativa, exclamó:
- ¡Ya sé!Vayamos a la iglesia del pueblo, que es el lugar donde robaron. Seguramente haya alguien
allí a quien le podamos preguntar si sabe algo más sobre el asunto. Si finalmente no descubrimos
nada, al menos tendremos el consuelo de que los intentamos.
Silvia se mostró de acuerdo.
- A mí me parece bien.
El asunto quedó decidido: darían un paseo con los padres de Joana y con Judite, y después les dirían
que tenían la intención de investigar el caso de los robos en la región.El resto de la tarde lo pasaron caminando por el paseo marítimo. El buen tiempo había atraído a
numerosas personas. Muchas de ellas paseaban por la orilla mientras las olas les golpeaban
suavemente los pies; otras tomaban el sol extendidas sobre sus toallas y bastante gente nadaba en
las transparentes y limpias aguas. Más allás de las boyas había algunas barcas de pescadores, así
como unos veleros que navegaban lentamente sobre la superficie del mar.
Cuando decidieron parar a descansar un poco, se sentaron en una terraza y pidieron unos helados y
unos refrescos. En ese momento hacía mucho calor, pero por suerte la mesa que habían escogido
estaba protegida por una gran sombrilla que les tapaba del intenso sol.
Después de dar un pequeño sorbo a su refresco de limón, Joana les preguntó a sus padres si más
tarde Silvia, Cristina, Claudia, Martín, Juan y ella podían acercarse a la iglesia del pueblo para
intentar descubrir algo sobre la banda de ladrones a los que se responsabilizaba de numerosos robos
por toda la región.
- Claro- le respondió María. - Judite, Francisco y yo volveremos a casa en un rato. Podéis ir
entonces, pero aseguraos de no volver muy tarde, porque el tren de vuelta sale de la estación a las
ocho menos cuarto.
- ¡Genial, mamá, gracias!
Los seis amigos se miraron entre ellos, muy esperanzados. ¿Descubrirían más pruebas reveladoras?
¿Lograrían desenmascarar y atrapar a los delincuentes que robaban todo tipo de obras de arte?
Tendrían que esperar un rato para poder saberlo.
Poco después, el grupo se levantó de la mesa donde habían estado hasta ese momento. Los padres y
la abuela de Joana volverían ya a casa. Caminaron un trecho todos juntos, y, al llegar a un cruce
donde había una calle que se desviaba hacia la derecha, se despidieron. Los seis amigos, siempre
acompañados por Zar, tomaron esa bifurcación hacia el lado derecho.
Joana era la única que conocía el camino hasta la iglesia, así que los demás se limitaron a seguirla
por los lugares que ella les indicaba.
- Seguramente Asunção esté delante de la iglesia- dijo mientras los conducía hacia el edificio, para
el cual todavía quedaba un trecho por recorrer.
- ¿Quién es Asunção?- inquirió Martín.
- Es una amiga de mi abuela que pasa mucho tiempo junto a la iglesia. Me da bastante pena porque
vive sola, pero todo el mundo en el pueblo la aprecia mucho. Algunas veces está en casa de mi
abuela cuando vengo aquí. Os aseguro que si hay alguien en el pueblo que sabe algo del robo, o
mejor dicho de los robos, es ella. No sé cómo lo hace, pero siempre se las apaña para enterarse de
todo.
- Bueno, sería genial que nos pudiese dar algo de información- dijo Silvia.
- Por cierto, ¿falta mucho para llegar a la iglesia?- preguntó Juan, que ya tenía las piernas doloridas
por culpa de los largos paseos que habían dado aquella tarde.
- No, no falta nada- le contestó alegremente Joana. - De hecho, ya hemos llegado. Os presento la
magnífica, enorme, fantástica iglesia de Afife.Estas últimas palabras las había acompañado de unos gestos teatrales. Obviamente, la iglesia del
pueblo no tenía nada de especial. Era coqueta, sí, pero tabién pequeña. En definitiva, el típico lugar
de culto de una pequeña localidad del norte de Portugal.
- Mirad, allí está Asunção- comentó Joana. Luego, levantando un poco la voz, dijo: - Boa noite,
dona Asunção!*
Dicho esto, comenzó a acercarse a una mujer mayor que estaba sentada en un banco de piedra,
indicando a los demás que la siguieran. Zar fue el más rápido: se acercó trotando a aquella mujer de
avanzada edad y permitió que esta le acariciase el blanco y abundante pelaje de la cabeza.
- Boa noite, Joana. E estes, são os teus amigos?*- preguntó sonriendo la mujer, visiblemente
contenta de verse rodeada de tanta gente.
- Sim, são Juan, Martín, Silvia, Claudia e Cristina. São da Galiza. E este é o Zar, o cão do Martín.*
- Ah, ¿sois españoles?- les preguntó Asunção.
- Sí, Joana nos invitó a pasar unos días en su casa de Valença- respondió Claudia. -Pero, un
momento, usted habla muy bien español.
- Eso es porque viví en España durante casi veinte años. De hecho, mi marido era de Zamora.
- ¿Y usted dónde vivía cuando estaba en España?- le dijo Silvia, al ver que a la afable anciana se le
ensombrecía algo el semblante al hablar de su difunto esposo.
- Pues bien, al principio me mudé a Madrid por trabajo. Fue allí donde conocí a Manuel. Vivimos
cinco años juntos, y entonces nos trasladamos a Valladolid, donde vivían sus padres. Al final,
terminamos mudándonos aquí, porque a los dos nos surgieron trabajos estables en Viana. Vinimos
porque ya estábamos cansados de la vida ajetreada en las ciudades, y porque a los dos nos
maravillaba el mar.
Asunção miró melancólica hacia el horizonte.
- Entonces ¿usted no es de aquí?- inquirió Martín. - ¿No nació en Afife?
La mujer sonrió.
- No, no- respondió. - Yo nací en Setúbal, una ciudad cerca de Lisboa. Pero bueno, ¿a qué venís a la
iglesia? Pensaba que a la gente de vuestra edad no le gustaba ir a misa. Los miró uno a uno,
sonriente.
- Ah, bueno, veníamos...- vaciló Juan.
*Buenas noches, doña Asunção. // Buenas noches, Joana. Y estos, ¿son tus amigos?//
Sí, son Juan, Martín, Silvia, Claudia y Cristina. Son de Galicia. Y este es Zar, el perro de Martín.- Estamos intentando averiguar quién está detrás de los robos que se están cometiendo por toda la
región- se lanzó Claudia. - Nos preguntábamos si usted sabría algo sobre el que se cometió en esta
iglesia.
- Ah, es eso...Conque queréis ser detectives, ¿eh? Bueno, os contaré lo que sé.
"Hace unos días estaba yo en esta plaza, justo en este banco en el que estamos sentados ahora,
descansando un poco. Era bastante tarde, así que no había nadie por aquí. Pero, de pronto, apareció
una furgoneta de la que bajó un hombre. Al principio, no le podía ver bien la cara, pero entonces se
volvió y la luz de una farola iluminó un rostro que me era familiar, pero no conseguía identificar.
"El hombre entró furtivamente en la iglesia, como si temiese que alguien lo viera. Yo continué
sentada en este banco, esperando para saber qué era lo que hacía allí, en la iglesia, a esas horas,
cuando estaba oscuro y la gente estaba ya dentro de sus casas. No tuve que esperar mucho: el
hombre salió poco después con algo bajo el brazo. Me sorprendí muchísimo cuando vi lo que era.
¿Qué hacía aquel hombre con esas figuras de santos? ¿Se trataría de un ladrón? Tenía toda la pinta.
Abrió apresudaramente la furgoneta y se introdujo de nuevo en ella. Después arrancó el motor y
salió pitando de aquí".
- Vaya- dijo Martín, impresionado. - Pues sí que sabía bastante del tema.
- ¿Y no reconoció después al hombre?- le preguntó Claudia a Asunção.- ¿No recuerda dónde vio ese
rostro antes?
- Sí, al final lo acabé recordando. Ya sé por qué me sonaba: lo había visto rondando una casa en
ruinas cerca de Caminha, en una ocasión en la que fui a visitar a una sobrina mía.
Los seis amigos intercambiaron unas miradas, boquiabiertos. Fue Martín el que se decidió a hablar.
- Y...¿esa casa no estará por casualidad en Senhora da Agonia, cruzando el paso a nivel que hay
junto a la estación?- dijo.
- Sí- respondió extrañada la anciana señora. - ¿Pero cómo lo habéis sabido?
Entonces le contaron a Asunção su gran descubrimiento. Le hablaron de la casa abandonada, y de
todos los tesoros que se escondían en su interior.
- No cabe duda de que es la misma casa- dijo la mujer después de que Silvia le describiese
detalladamente el aspecto de la construcción.
- ¿Cree que deberíamos avisar a la policía?- le preguntó Cristina.
- Puede que fuese una información muy valiosa en la información, pero...- contestó la señora.
- ¿Pero?- le animó a continuar suavemente Claudia.
- Pero eso significaría que os veríais fuera del asunto, se convertiría en un caso policial, y vosotros
parecéis felices de estar viviendo esta pequeña aventura. Pero, en fin, la elección es vuestra; al fin y
al cabo, fuisteis vosotros quienes realizasteis el hallazgo.
La duda atravesó los semblantes de los amigos.
- Yo creo que, de momento, es mejor no avisar a nadie- sentenció Joana. Consultó la hora en su reloj
y dijo: - Creo que deberíamos ir yéndonos, el tren sale dentro de un rato.Los demás se mostraron de acuerdo con su propuesta de no avisar todavía a las autoridades.
Agradecieron a Asunção toda la información que les había proporcionado y se despidieron de ella.
La mujer los abrazó uno a uno con mucho cariño, como si los conociese de toda la vida, y se
encaminó a su casa mientras el grupo de amigos se marchaba en la dirección opuesta.
Se les veía entusiasmados con sus descubrimientos y con las nuevas informaciones que tenían
ahora. La amable anciana les había dado una descripción exacta de la persona que había visto
entrando en la iglesia la noche en la que se cometió el robo, así que confiaban en poder reconocer
al hombre si coincidían con él. Al día siguiente de presenciar esta escena, la mujer había hablado
por teléfono con un agente de la policía regional, y también a él le había descrito al ladrón.
- Asunção es increíble- comentó Joana encantada mientras se dirigían a la estación de pueblo, donde
habían quedado con María, Judite y Francisco. - Ya sabía yo que ella tendría información
privilegiada.
Martín caminaba con aspecto alegre.
- ¡Cada vez estamos más cerca de desenmascarar a los ladrones!- exclamó. - Ahora tenemos que
decidir qué es lo que vamos a hacer.
Claudia tomó entonces la palabra.
- Bueno, sabemos que el hombre que vio Judite está relacionado con la casa en ruinas, ¿no?- dijo.
Los demás asintieron, y ella prosiguió.
- Pues yo propongo que vayamos allí mañana e intentemos descubrir algo nuevo. Con un poco de
suerte, encontraremos al ladrón de la iglesia por la zona.
- ¿Pero no es un poco peligroso?- preguntó Juan, algo temeroso. - Si lo encontramos y sospecha que
estamos metiendo las narices donde no nos llaman ¡puede hacernos cualquier cosa! Quién sabe qué
barbaridades...
- Pues entonces tendremos que actuar con cuidado- repuso Claudia.
- Yo estoy de acuerdo con Clau- la apoyó Cristina. - Mañana por la mañana cogemos el tren hasta
Senhora da Agonia, bajamos, investigamos y a partir de ahí, dependiendo de si descubrimos o no
algo, decidimos lo que haremos después.
Durante lo que les quedaba de trayecto hablaron sobre el nuevo plan y se dedicaron a perfeccionarlo
y a añadirle detalles.
Al llegar al pequeño edificio de la estación ferroviaria se reunieron con la abuela y los padres de
Joana. Les contaron todo lo que les había dicho Asunção, y aprovecharon para hablarles de las
ruinas que habían visitado mientras esperaban al autobús. Después de esto, les pidieron permiso a
María y Francisco para coger el tren al día siguiente.
Ellos accedieron, y la madre añadió:
- Pero prometednos que andaréis con cuidado. Además, os acompañaremos nosotros dos en el viaje
de ida, porque mañana tenemos que ir a Viana do Castelo a hacer unas gestiones.******
Un rato después, el movimiento del vagón los sacudía suavemente mientras realizaban el trayecto
de vuelta a Valença.
Los seis amigos tenían un pensamiento común: ¿qué pasaría al día siguiente? ¿Nuevas sorpresas?
¿ Nuevas pruebas y revelaciones? Mañana lo sabrían.Capítulo 6: SUCESO EN LA CASA ABANDONADA
Al día siguiente, la casa de Joana estaba muy ajetreada. Todos se habían levantado temprano para
coger un tren a las nueve y media.
- ¿Alguien ha visto mi mochila?- preguntó Cristina mientras inspeccionaba todos los rincones de la
casa en busca de ella. - Juraría que la había dejado en el salón...
- ¿No es esta de aquí?- dijo Martín, al tiempo que alzaba una mochila que hasta ese momento había
estado oculta detrás de un sillón.
- ¡Ah, sí, gracias!
- ¡Ya son las nueve!- avisó Joana desde el piso de arriba. A continuación, bajó saltando las escaleras
hasta la planta baja.
Claudia, Cristina, Martín y Silvia estaban ya en el salón, listos para salir a la calle.
- ¿Dónde está Juan?- les preguntó Joana mientras buscaba al chico con la mirada. Justo entonces
entró Juan allí apresuradamente.
- ¡Estoy aquí!- exclamó. - Me había olvidado de coger el móvil.
- Tampoco te hacía falta para nada el...- comenzó Silvia. - Bueno, da igual. Vámonos, que ya es
hora de marcharse.
Dicho esto, salieron al pasillo, donde los esperaban María y Francisco ; luego, al jardín y
finalmente, después de cerrar la puerta principal de la casa, se encontraron ya en la calle. Por fin, se
dirigieron a la estación.
Un rato después se encontraban subiendo al tren Interregional, que, tras cerrar las puertas, salió de
la terminal.
A los seis amigos el trayecto se les hizo eterno, a pesar de que tan solo duraba unos cuarenta
minutos. Estaban tan emocionados y ansiosos por descubrir algo sobre los robos que solo deseaban
llegar al pequeño apeadero de Senhora da Agonia y volver a entrar en la misteriosa casa
abandonada.
Cuando el convoy abandonó la estación de Caminha, se levantaron y se prepararon para bajarse en
la siguiente parada. Una vez que el tren se detuvo junto al pequeño andén de la estación, Claudia se
adelantó y abrió la puerta, y ella y los demás salieron atropelladamente del vagón.
Francisco y María se despidieron de ellos desde la ventanilla del tren ondeando la mano, las puertas
se cerraron y, tras un bocinazo, el tren comenzó a moverse y a coger velocidad hasta desaparecer
del campo de visión del grupo de amigos.
Bajaron una pequeña rampa y luego caminaron un trecho hasta cruzar el paso a nivel. Con paso
enérgico y decidido, Claudia comenzó a subir la cuesta a través de la cual se accedía al ruinoso
edificio. Zar trotó hasta colocarse a su lado y los demás los siguieron a los dos, andando un poco
más atrás.Todavía era temprano, así que, pese a que hacía un día soleado, el calor no se hacía notar
demasiado.
- Chicos...- comenzó a decir Juan. - ¿Y si de repente aparecen por aquí los ladrones?
- Tranquilo- le respondió Cristina. - Sería mucha coincidencia que viniesen aquí justo ahora.
Además, no nos vamos a echar atrás en este momento, cuando estamos tan cerca de conseguir más
pruebas. O al menos eso espero. .
Claudia, que desde que habían bajado del tren había sido la más decidida, empujó la oxidada puerta
de hierro de la verja que rodeaba el terreno de la casa, y comenzó a recorrer el camino de gravilla
que conducía hasta el edificio. Después de dar unos cuantos pasos, se volvió y animó a los otros:
- ¡Vamos, no os quedéis ahí como unos papanatas!
Los demás fueron tras ella por el camino que había recorrido. Juan, a regañadientes, los siguió.
Estaba algo nervioso por lo que podía pasar.
"¿Y si vienen unos delincuentes peligrosos?", se preguntaba. "¿Qué nos podrían hacer? Quizá
atarnos y dejarnos encerrados ahí dentro. Solo de pensarlo me entran escalofríos".
Entraron por fin en el interior de la construcción. Estaba tal y como la habían encontrado la última
vez que habían ido. Una gruesa capa de polvo cubría por completo el rugoso suelo de cemento, y
los escombros estaban esparcidos por aquí y allá.
Al igual que en la otra ocasión, empujaron la puerta de la estancia de los tesoros, que de nuevo
estaba entreabierta.
Nada más entrar comenzaron a buscar pistas, aunque en realidad ninguno sabía qué pretendían
encontrar exactamente, y era complicado descubrir algo en medio de aquel desorden.
- Bueno, ¿y ahora qué?- dijo Silvia. - No sé qué andamos buscando exactamente.
- Ya... No sé, tú intenta encontar algo que te llame la atención- le respondió Joana.
Claudia se agachó y recogió algo brillante del suelo. Después de examinarlo, comentó:
- No sé si esto podría considerarse una prueba, pero creo que...
No pudo acabar la frase, porque unas voces de hombres llegaron hasta los oídos de los seis amigos
y su peludo acompañante.
- ¡¿Quiénes son esos?!- susurró alarmada Cristina.
- Los ladrones... ¡Lo sabía!- dijo Juan, también en voz baja.
Las voces comenzaron a oírse más cerca de donde estaban, y ya podían entender algunos
fragmentos de la conversación.
- Já sei que é a Mónica quem está ao mando, mais acho que sería melhor passar as coisas
roubadas outro día, não hoje*- decía uno de ellos.
* Ya sé que es Mónica quien está al mando, pero creo que sería mejor pasar las cosas robadas otro
día, no hoy.Las voces se escuchaban ya muy cerca de la puerta. ¡Tenían que ser los ladrones!
- Não sejas parvo! Hoje é domingo, há menos control na fronteira; mas amanhã é segunda feira e
estará lá a polícia. *
- ¡Se acercan!- Susurró Martín con urgencia. - ¡Rápido, escondeos!
Justo entonces la puerta se abrió con un chirrido de las bisagras y dos hombres entraron en la
estancia, topándose cara a cara con los temerosos seis chicos y chicas, así como Zar. Los seis
amigos, al igual que esos dos hombres, quedaron petrificados. ¡Los habían descubierto!
- E isto?!- vociferó uno de ellos. - Quem são vocês?*
Los amigos se habían quedado sin habla por causa del miedo que sentían.
- Apanha- os, Mario!- dijo el compañero del hombre que había hecho la pregunta. - Temos que
amarrá- los!*
El pánico apareció todavía más visible que antes en los rostros de los seis chicos y chicas. Justo en
ese momento, los dos ladrones se abalanzaron sobre ellos. Cogieron unas cuerdas de una de las
estanterías y los ataron firmemente entre ellos por las manos. Zar ladraba furiosamente; mientras
tanto, Martín había logrado escabullirse , pero Mario lo agarró y le ató las manos a la espalda junto
a las de Juan.
- E o que fazemos com o cão?- le preguntó a Mario su compañero. - Pode que sejamos ladrões, mas
eu não posso matar um animal. *
- Amarrámo- lo lá fora, numa barra de ferro. *
- Pois venha, e vamos embora já!*
Dejando a los seis amigos maniatados, agarraron a Zar. Al principio, este profirió unos gruñidos ,
pero luego, como si comprendiese que era mejor no resistirse para evitar causar problemas a los
demás, dejó que se lo llevasen fuera de la sala de los tesoros. Mario, ya fuera de la habitación, le
ató bruscamente una gruesa cuerda al collar, y el otro extremo lo sujetó con un apretado nudo a una
barra de hierro que había en la pared.
Hecho esto, volvieron a la gran sala donde estaban capturados los seis amigos cargando con unas
enormes cajas que habían sacado del maletero del coche antes de entrar en la casa.
Mario comenzó a coger objetos y a meterlos en la suya, y animó a su compañero, Arlindo, a que lo
imitase.
- Venha, despacha- te!*
* ¡No seas tonto! Hoy es domingo, hay menos control en la frontera; pero mañana es lunes y estará
allí la policía. //¡¿Y esto?! ¿Quiénes sois vosotros?// ¡Atrápalos, Mario! ¡Tenemos que atarlos!//¿Y
qué hacemos con el perro? Puede que seamos ladrones, pero yo no puedo matar a un animal. //Lo
atamos allí fuera, en una barra de hierro. //¡Pues venga, y vámonos ya!//¡Venga, date prisa!Arlindo empezó también a meter algunos tesoros robados en su caja. Ambos actuaban como si los
seis chicos y chicas no estuvieran allí.
Cuando no pudieron meter nada más en esas cajas, las cerraron y se dirigieron a la salida. Pasaron
justo por delante de Claudia, quien les puso la zancadilla en un intento de ganar algo de tiempo para
poder escapar. Mario tropezó con su pierna extendida, aunque, tras mucho balancearse, consiguió
mantener el equilibrio y no caer al suelo.
- Menina parva!- exclamó. - Estes jovens de hoje em dia são repulsivos...*
Arlindo y él salieron de allí, y el primero sacó un manojo de llaves; con una de ellas, cerró la puerta
de madera de la sala. Estaban atrapados.
- No me lo puedo creer- exclamó Joana. - ¡Noa han capturado!
Martín dijo, pensativo:
- Para escapar tendríamos que soltarnos, y Zar está fuera, así que no podemos hacer que nos muerda
las cuerdas.
- ¿Y por qué no intentamos, no sé, romper las cuerdas nosotros mismos o algo?- inquirió Juan en un
intento de elaborar un plan de escape.
- Ya, ¿pero cómo?- le respondió Claudia. - Si hubiese por aquí algo afilado, podríamos frotar las
cuerdas y deshilacharlas...¡Eso es! Buscad algo que penséis que pueda valer, cualquier cosa.
Empezaron a buscar con la vista algo que les pudiese ser útil para desatarse, pero no parecía haber
nada que les sirviese.
- Es inútil- suspiró Martín, desanimado. - Nunca conseguiremos salir de aquí.
Era muy raro verlo así, puesto que él siempre era el optimista del grupo, y el que animaba a los
demás.
- Bueno, pues no sé tú, pero yo no pienso pudrirme en una casucha abandonada- le contestó
Claudia, decidida- porque un par de paletos nos haya encerrado aquí.
Justo entonces, Silvia exclamó:
- ¡Mirad, este saliente de aquí nos puede valer!
Los otros dirigieron la mirada hacia donde ella señalaba con un dedo extendido. Había encontrado
un saliente de la pared de ladrillos que podría ser su salvación.
- Venga, ¿a qué esperamos?- dijo Claudia. A continuación se dirigió a Martín y Juan. - Vosotros sois
los que más cerca estáis. Intentad moveros y llegar hasta esa pared.
Con energías renovadas y la esperanza de poder escapar, los dos chicos, atados el uno al otro,
empezaron a arrastrarse con dificultad por el frío suelo de baldosas de la habitación. Avanzando
muy lentamente, debieron de tardar al menos un minuto que a los demás les parecieron horas en
acercarse al saliente del muro.
Una vez allí, con los brazos colocados detrás de la espalda en una postura bastante incómoda,
comenzaron a frotar las ataduras que les sujetaban las muñecas.
* ¡Niña tonta! Estos jóvenes de hoy en día son repulsivos...- Venga...- murmuraba Martín a medida que las cuerdas se iban deshaciendo. - Ya casi está...
Los dos amigos lanzaron un grito de júbilo cuando se vieron libres de nuevo. ¡Lo habían
conseguido!
Entusiasmados, se acercaron a los demás para desatarlos también a ellos. Poco después corrieron
todos juntos hacia la puerta, pero el desánimo los invadió una vez más.
- ¡No me acordaba!- exclamó Joana con tristeza. - ¡La puerta está cerrada!
Claudia se situó delante de la salida con una sonrisa pícara.
- Esto dejádmelo a mí- dijo. - Yo me ocupo...
Dicho esto, introdujo la mano en un bolsillo de sus vaqueros y sacó de él una horquilla. La metió en
la cerradura de la puerta y comenzó a girarla dentro de ella.
- Ehhh....¿estás segura de lo que haces?- le preguntó Cristina. - ¿O estás recreando la escena de una
película de aventuras?
Claudia se apartó con la mano un mechón moreno de delante de los ojos.
- No seas tonta, sé lo que hago- la tranquilizó.
Justo en ese momento, el cerrojo cedió con un pequeño chasquido.
- ¡Genial!- exclamó emocionadísima Joana.
- ¿Dónde has aprendido a hacer eso?- le preguntó asombrado Martín a Claudia.
Esta le respondió quitándole importancia al asunto.
- Bah, en un campamento de supervivencia. Fue uno de los muchos trucos que nos enseñaron.
Se apresuraron y salieron del almacén de los tesoros robados. Después de soltar a Zar, que los
recibió con inmensa alegría, cruzaron rápidamente el resto de la casa esquivando escombros y, por
fin, salieron al exterior. Todavía eran visibles las marcas de neumático que había dejado en el
camino de gravilla la furgoneta de los delincuentes. Juan se dobló sobre sí mismo jadeando,
exhausto por las emociones vividas.
- Creo que deberíamos avisar a la policía- dijo. - Tienen que saber todo lo que se oculta aquí.
- ¡Y lo que ha pasado!- exclamó Claudia. - ¡Que no se te olvide que unos ladrones buscados por
toda la región nos ataron y encerraron en una casa en ruinas!
- ¿Cuál es el teléfono de la policía en Portugal?- preguntó Silvia. - Joana, ¿los llamas tú?
- Claro- respondió esta. Cogió su móvil y marcó una serie de números en el teclado. Se acercó el
teléfono a la oreja y esperó. Sonó un tono, luego otro, y entonces habló una mujer.
- Bom dia, polícia de Viana*
- Olá, bom dia*- contestó Joana. Después le dijo que debía denunciar unos hechos.
En los minutos siguientes, le resumió a la policía todo lo que había pasado. Cuando hubo
terminado, colgó el teléfono.
- En un rato estarán aquí- avisó a los demás. - Vienen desde Viana, así que tardarán un poco.*Buenos días, policía de Viana. //Hola, buenos días.
*******
Un furgón de la policía se detuvo justo frentre a ellos. De él se apearon dos agentes, una mujer y un
hombre. Se acercaron al grupo de amigos e intercambiaron unas palabras en portugués con Joana.
Por suerte, también sabían hablar español, así que al grupo le resultó sencillo contarles lo que les
había pasado.
- Entonces, cuando estábamos registrando la habitación en busca de pistas, oímos unas voces-
explicó Cristina. - No tuvimos tiempo suficiente para escondernos, así que abrieron la puerta y nos
encontraron.
Silvia continuó con la historia.
- Luego nos ataron y encerraron ahí dentro, llevándose unas cajas que contenían algunos tesoros que
habían robado.
- ¿Y cómo conseguisteis escapar finalmente?- les preguntó la agente.
- Bueno, - contestó Martín- logramos desatarnos frotando las cuerdas en un saliente de la pared, y
después Claudia abrió la puerta con una horquilla.
- Impresionante- respondió el compañero de la agente. - Es increíble que consiguiseis escapar de ahí
dentro sin ayuda.
Justo en ese momento, el sonido de un coche acercándose llamó la atención de todos los presentes.
Un taxi frenó junto a ellos, y de él bajaron a toda prisa María y Francisco, a quienes Joana había
avisado por teléfono de lo ocurrido.
Se acercaron rápidamente y abrazaron a su hija con alivio.
- Ay, madre mía, ¿estáis bien?- preguntó María, todavía algo nerviosa. - No me puedo creer lo que
os ha pasado.
- No os preocupéis, estamos bien- la tranquilizó Juan- Estuvimos muy poco tiempo ahí dentro,
conseguimos escapar algo después de que nos encerraran.
- Bien- comenzó la agente de policía. - Nos gustaría ver la sala de la que nos habéis hablado. ¿Os
importaría llevarnos hasta ella?
El grupo de amigos, con Claudia y Zar a la cabeza, guio a los padres de Joana y a los policías hasta
el interior de la casa. Una vez dentro de ella, los condujeron hasta la sala donde estaban acumulados
los artículos robados. Los dos agentes comenzaron a pasearse entre las estanterías, tomando notas
en unas libretas que sostenían con la mano.
- Decidme, chicos- dijo la mujer mientras se acercaba al grupo de amigos. - ¿Escuchasteis algo
importante en la conversación de los ladrones? ¿Cualquier cosa que nos ayude a localizar su
paradero?
- Les oímos decir que cruzarían hoy la frontera- respondió Silvia. - Aunque no dijeron en qué punto
lo harían.- Será difícil atraparlos- comentó Juan. - Porque pueden traspasar la frontera en Caminha, Vila Nova
de Cerveira, Valença... ¡Es imposible saber por dónde pasarán!
- Bueno, si quieren pasar cosas robadas lo más probable es que atraviesen el límite en Monção-
razonó Joana. - Porque está más apartada, no como Valença, donde cruza muchísima gente.
Los dos agentes intercambiaron una mirada, y el hombre dijo:
- Es cierto. Llamaremos a algunos compañeros nuestros y les diremos que hagan control en las
fronteras, que registren todos los vehículos. Los delincuentes podrían haber cambiado de transporte,
por precaución.
Dicho esto, cogió un teléfono y avisó a algunos refuerzos para que instalasen controles en el
transbordador de Caminha, y en los puentes internacionales de Valença y Vila Nova de Cerveira.
- Bien, nosotros controlaremos la frontera en Monção. ¿Vienen con nosotros?- preguntó la agente.
- Sí, por supuesto- le contestó María. - Muchas gracias.
Los dos policías echaron un último vistazo rápido a los objetos de la estancia, y poco después
subieron todos a su furgón. La mujer maniobró un poco y luego dirigió el coche hacia el norte, a la
pequeña ciudad fronteriza.
Condujo lo más rápidamente que pudo, pero aun así a los seis amigos el viaje se les estaba haciendo
eterno. Para avanzar con mayor rapidez, habían encendido la sirena, que lanzaba haces de luz rojos
y azules en todas direcciones, por lo cual los demás vehículos que circulaban por la carretera se
apartaban a su paso para dejarles espacio.Capítulo 7: AVENTURA EN MONÇÃO
- Vayamos a dar un paseo- propuso Juan. - Necesito moverme ya, no aguanto más.
El grupo de amigos, los padres de Joana y los dos policías se encontraban en el puente internacional
que unía la orilla portuguesa con Salvaterra de Miño, en España. Estos últimos llevaban ya un buen
rato parando a los conductores que se dirigían a territorio español.
- De acuerdo- respondió Silvia. - Pero avisemos antes a los padres de Joana.
La chica portuguesa se acercó a María y Francisco, y les avisó de que iban a pasear un poco por el
pueblo. Ellos se mostraron de acuerdo, así que los seis, acompañados de Zar, se dirigieron a la
localidad. Caminaron un rato hasta llegar a una amplia plaza, llamada Deu- la- Deu.
Pasearon algo más por las inmediaciones, y poco después fueron a comer con los padres de Joana.
- ¿Hay alguna novedad?- preguntó Juan, después de que un camarero depositase sobre la mesa unas
bandejas humeantes que rebosaban de comida. - ¿Han atrapado o encontrado a los ladrones? ¿Saben
algo de ellos?
- No, todavía no- le respondió María. - Los dos agentes temen haber llegado demasiado tarde, que
los delincuentes ya hayan cruzado la frontera con todo lo robado.
- ¿Y en los otros controles?- añadió Claudia, esperanzada. - ¿Tampoco allí los localizaron?
María y Francisco menearon la cabeza negativamente al mismo tiempo. Cristina, viendo a los
demás algo decaídos, los animó.
- ¡Venga, no os preocupéis! Seguro que al final sale todo bien. ¡No escaparán con todas esas obras
de arte! ¡ No podemos prermitirlo!
- Tienes razón- reconoció Martín. - Es mejor que nos animemos e intentemos disfrutar. Al fin y al
cabo¡estamos de turistas en Monção!
A partir de ese momento, dejaron de hablar del tema que hasta entonces había ocupado la mente de
todos, y charlaron sobre otras cosas.
Cuando acabaron la comida, María y Francisco pagaron la cuenta del restaurante y, a continuación,
ellos y los demás salieron a la calle.
Callejearon un par de horas por el casco antiguo, y luego decidieron bajar a caminar por un paseo
que discurría junto al río Miño.
Allí estuvieron durante el resto de la tarde. María les había dado a los policías su número de
teléfono para que la llamasen en caso de que detuviesen a los delincuentes. Pero de momento su
móvil no había sonado, por lo que deducían que no habían tenido éxito.
El tiempo pasó rápidamente, y antes de que se diesen cuenta ya había oscurecido. El grupo se sentó
en un banco junto a la orilla para poder descansar un poco.- Bueno, parece que no ha pasado nada- suspiró Joana. - Es una pena, la verdad es que tenía la
esparanza de atrapar a los dos hombres. Pero, en fin...
Cuando terminó de decir la frase, el silencio regresó, tan solo roto por el ligero chapoteo producido
por las pequeñas olas que golpeban suavemente los lados de unos barcos de madera amarrados
frente a ellos.
En ese preciso instante, Martín se levantó del banco y se aproximó al agua.
- ¿Qué es esa luz?- preguntó, al tiempo que entornaba los ojos para intentar ver mejor.
- ¿Qué luz?- preguntó Silvia, incapaz de ver de lo que hablaba Martín .
- Esa de ahí- . El chico señaló con el índice un pequeño punto luminoso que flotaba sobre la
tranquila superficie del agua.
Zar comenzó a gruñir por lo bajo, y de pronto lanzó unos ladridos furiosos.
- ¿Qué ocurre, Zar?- le preguntó su dueño. Entonces, con una expresión de sorpresa dibujada en el
rostro, exclamó: - No me lo puedo creer, ¡creo que son los dos hombres que buscamos! ¡Les acabo
de ver la cara! ¡Están en una barca!
- ¡No lo dirás en serio!- se sorprendió Joana.
- ¿Y ahora qué hacemos?- preguntó Cristina.
- Está claro, ¿no?- contestó Claudia. - ¡Cojamos prestadas una de esas barcas e intentemos
alcanzarlos!
Juan dudó.
- Pero no son nuestras, no lo sé...
- ¿Quieres atrapar a los ladrones, sí o no?- le replicó Claudia. Al ver la expresión decidida de su
amigo, añadió: - ¡Pues venga!
Rápidamente, acercaron uno de los botes que había allí tirando de la gruesa cuerda que los
amarraba. Se montaron en él, lo desataron y se adentraron en el agua despidiéndose de los padres de
Joana.
- Vale... hay un inconveniente- dijo Silvia. - ¿Alguno de vosotros sabe remar?
- ¡Yo!- respondieron a coro Claudia y Joana. Cada una cogió uno de los largos remos de madera que
había en el fondo de la embarcación, y las dos comenzaron a impulsar el bote con ellos.
Cada vez se acercaban más a la otra barca, la cual ya casi había alcanzado la orilla opuesta.
- Oh no, ¡está entrando agua!- exclamó Martín, alarmado. - ¡Venga chicas, remad más rápido, antes
de que nos hundamos!
Por una pequeña brecha situada en uno de los costados había comenzado a filtrarse agua. No
entraba demasiada cantidad, pero debían darse prisa para evitar acabar empapados.
- Los ladrones ya casi han llegado a la orilla- anunció Juan. - ¡Vamos, ya no queda nada!
Joana y Claudia dieron los últimos impulsos a la barca. Cuando entraron en una zona en la que casi
no había profundidad, los seis se bajaron del bote, así como Zar, y corrieron en la dirección en laque escapaban los dos fugitivos. Estos iban un poco por delante de ellos, pero avanzaban con
dificultad por culpa de las grandes cajas que transportaban. Los seis amigos y el perro ganaban cada
vez más terreno, y finalmente los rodearon. Este último ladraba y les enseñaba los colmillos a los
dos hombres.
Arlindo se sacó justo entonces un revólver de la chaqueta.
- ¡Quietos!- vociferó. - ¡Y como no se calle ese perro le pego un tiro!
"Así que sabe hablar español", pensó Martín.
- ¡Ni se os ocurra moveros, o disparo!- continuó diciendo Arlindo.
Ahora sí que estaban apañados: estaban en inferioridad de condiciones, ya que, pese a que
superaban en número a los ladrones, estaban desarmados.
"¿Y qué hacemos ahora? ", se preguntaban todos los amigos.
Todo parecía perdido, pero justo entonces Claudia, tan osada como siempre, se abalanzó
repentinamente sobre la espalda de Arlindo. Este no tuvo tiempo para reaccionar y acabó en el
suelo. Su mano derecha soltó el arma justo cuando cayó, y esta salió disparada y acabó a los pies de
Joana. Ella la recogió del suelo y amenazó a Mario y Arlindo.
- ¡No se muevan, tengo un arma!
Mario, desde el suelo y con Claudia sujetándolo, soltó una carcajada ronca.
- ¡Como si fueses capaz de usarla!- rio. - Solo sois unos críos...
- ¡Ponme a prueba!- le retó la chica.
- ¡Vamos, que alguno llame a la policía!- dijo Claudia.
Martín se sacó del bolsillo su móvil algo torpemente y marcó el número adecuado.
Mientras, Cristina, Juan y Silvia se habían aproximado a Arlindo, a quien Joana apuntaba con la
pistola para evitar que intentase escapar. Cristina se arrodilló y abrió la caja que había junto a los
pies del ladrón. Ella y los otros dos vieron que en su interior había varios cuadros, algunas joyas
y...unas figuras religiosas.
- ¡Mirad, estas deben ser las figuras de la iglesia de Afife!- indicó Juan.
- Menos mal que están intactas- se alegró Cristina. - Con tanto lío podían haber acabado hechas
polvo.
No tuvieron que esperar mucho hasta que oyeron unas sirenas de la policía. Un furgón se detuvo al
lado de la carretera, y de él bajaron los dos agentes que los habían llevado hasta Monção. Se
acercaron corriendo e, inmediatamente, les sujetaron las muñecas con esposas a los dos
delincuentes. Después de meter a Arlindo y Mario en la parte trasera del vehículo, los dos policías
se volvieron hacia los amigos para felicitarlos.
- Habéis estado increíbles- les dijo la mujer. - No me puedo creer lo que habéis conseguido: ¡atrapar
a dos peligrosos delincuentes armados!- En realidad, creo que todo ha sido pura suerte- respondió Martín. - Que el tren se averiase y
encontrásemos la casa en ruinas, que Asunção hubiese visto a un hombre robando en la iglesia...
Ciertamente, los amigos tampoco daban crédito a todo lo que habían vivido. Todo les parecía
sacado de una película o una novela de aventuras y misterio.
- Y nosotros que pensábamos que íbamos a pasar un puente tranquilo y normal- rio Claudia- pero
nos han encerrado en una casa abandonada, hemos capturado a unos ladrones...Al final hemos
vivido toda una aventura.
Los demás estallaron también en carcajadas.
- ¿Y qué van a hacer con todos los objetos robados?- les preguntó Cristina a los dos policías.
- Bueno, - comenzó a explicar el hombre- los identificaremos y, poco a poco, iremos
devolviéndolos a sus legítimos dueños.
- ¿Queréis que os acerquemos a Monção?- les preguntó la agente. - Vuestros padres están allí, ¿no?
- Sí, muchas gracias- respondió Joana. - Aunque, bueno, son mis padres, ellos son amigos míos.
- Ah, perfecto. ¡Pues todos adentro!
***********
Cuando llegaron a la plaza Deu- la- Deu, donde se habían citado con los padres de Joana, los
amigos y Zar se vieron abordados por una horda de periodistas y reporteros. No tenían ni idea de
cómo se había llegado a enterar toda esa gente de lo que había pasado, pero se dedicaron a
responder a las preguntas que les hacían. Hasta les sacaron alguna foto de grupo.
Ya entrada la noche, alrededor de las diez menos cuarto, los policías invitaron a María, Francisco y
los siete héroes a ir en su furgón hasta Valença. Poco antes, habían llegado refuerzos policiales que
se habían llevado esposados y detenidos a Mario y Arlindo, para que fuesen juzgados en Viana do
Castelo.
El furgón policial partió del pueblo con todos a bordo, mientras los amigos se despidían con la
mano de la multitud que se había congregado en la plaza desde detrás del cristal de la ventanilla.
El viaje fue breve, y a todos se les pasó el tiempo volando porque la conversación fue muy animada
durante todo el trayecto.
Cuando por fin se detuvieron frente a la casa de Joana, se despidieron de los dos agentes de
policía( los cuales les dedicaron numerosos nuevos halagos) y entraron en ella.
Por turnos, fueron duchándose y, al acabar, se reunieron en la sala de estar. María encendió la
televisión y puso el informativo. En él aparecieron fragmentos de las entrevistas a los seis amigos, y
hablaron sobre las aventuras que estos habían vivido. Además, descubrieron que Mónica, la
cabecilla de la banda, y los demás miembros se habían entregado a las autoridades tras descubrir
que Mario y Arlindo habían sido detenidos.
Cuando ya era bastante tarde, se despidieron y cada uno se fue a dormir a su cuarto. ¡Menuda
aventura inesperada la que acababan de vivir!Capítulo 8: LA DESPEDIDA
- ¡Que alguien coja el teléfono!- vociferó María desde su cuarto en el piso superior de la casa.
Francisco, que se encontraba en la planta baja, fue hasta el salón y descolgó el aparato, con lo que
cesó el ruido.
- Sim? Sim, estão mesmo aqui, agarde um bocado. *
El padre de Joana llamó a su hija y sus amigos, los cuales llegaron rápidamente.
- Un señor acaba de llamar, quiere hablar con vosotros.
Los seis chicos y chicas se miraron entre ellos.
- Vale, ¿quién coge el teléfono?- preguntó Martín. -Yo no.
- Ni yo- se apresuró a decir Silvia.
Finalmente, fue Claudia quien respondió.
- Hola, sí, somos nosotros, buenos días.
- (...)
- ¿De verdad? Vaya, es usted muy amable.
Los demás se preguntaban sobre qué estarían hablando su amiga y su interlocutor.
- (...)
- ¡Por supuesto, cuente con nosotros! ¡Muchísimas gracias!
Claudia colgó el teléfono, exultante.
- ¡Bueno, me parece que ya tenemos plan para hoy!- dijo alegremente.
- ¿Ah, sí?- respondió Cristina. - ¿Qué te ha dicho ese hombre?
Ella les explicó todo.
- Veréis -comenzó. - El hombre que llamó es el dueño de un hotel en Vila Praia de Âncora. En él
hay una sala de exposiciones en la que se estaban exhibiendo algunos cuadros muy valiosos. Y, al
parecer, los ladrones a los que atrapamos ayer por la noche habían asaltado la sala y se habían
llevado consigo algunas obras.
- Bueno, ¿y entonces qué pasa?- inquirió Juan, ansioso.
* ¿Sí? Sí, están justo aquí, espere un momento.- Pues que nos ha invitado a pasar el día gratis en las instalaciones del hotel. ¿No es genial? Hay
piscina, jacuzzi, sauna...¡de todo!
- ¡Es fantástico!- se alegró Joana. - Y bueno, ¿cuándo nos vamos?
- Ya mismo, si queréis- le respondió María, que estaba junto al marco de la puerta, al lado de
Francisco.
- ¿En serio?- se sorprendió Silvia.
- ¡Pues claro!- exclamó Francisco. - Preparad vuestras mochilas con bañadores, toallas y todo lo
que necesitéis, ¡y vámonos!
Ilusionados, los seis amigos subieron a sus habitacionesy se prepararon rápidamente. Escasos
minutos después, una comitiva encabezada por Zar y por los padres de Joana atravesaba el jardín
para subirse después al coche familiar.
María puso el vehículo en marcha y salieron del pueblo.
**********
El hotel Ondas da Âncora tenía un aspecto fantástico. El edificio estaba a medio camino entre una
construcción antigua y una moderna, y tenía una calificación de cuatro estrellas.
Un hombre alto y trajeado, ya entrado en años, se acercó a ellos.
- ¡Bienvenidos!- exclamó, con los brazos abiertos. - Vosotros debéis de ser los famosos aventureros,
¿me equivoco? ¡Todo el mundo habla muchísimo de vosotros!Mi nombre es Duarte, por cierto, y
soy el director del hotel.
- Encantados, señor Duarte- respondieron todos al unísono.
- Chicos, de verdad que os agradezco inmensamente todo lo que habéis hecho- sigió diciendo el
hombre, que tenía aspecto de rondar los setenta años. - Esos cuadros son realmente impresionantes,
tienen un valor sentimental para mí incalculable. Y, gracias a vosotros, los he recuperado. Me alegro
tanto...
- Somos nosotros los que le tenemos que dar las gracias a usted- contestó educadamente Silvia. - Ha
sido muy amable por su parte el habernos invitado a pasar el día en su hotel.
- ¡Claro! No es nada... Vosotros sentíos como en casa. Venid, os enseñaré la zona de la piscina.
Espero que lo paséis en grande.
Duarte los condujo a través del hotel, al tiempo que conversaba con María y Francisco.
Cuando llegaron frente a una puerta , la abrió y salió al exterior, indicándoles con un gesto a los
demás que lo imitasen.
Esa salida daba acceso a una zona de ocio muy amplia. Algunas personas descansaban tumbadas en
hamacas bajo la sombra de los grandes parasoles, y la mayoría de los presentes se refrescaba en las
cristalinas aguas de la enorme piscina.- Bueno, espero que disfrutéis del tiempo que paséis aquí- les deseó el director del hotel, al tiempo
que abarcaba con los brazos el lugar. - Espero que me disculpéis, pero ahora tengo que arreglar
algunos asuntos pendientes.
Dicho esto, entró de nuevo en el edificio. El grupo de amigos y los padres de Joana dejaron sus
pertenencias sobre unas tumbonas y se pusieron la ropa de baño.
- Qué lástima que Zar no se pueda bañar- comentó Martín. - Aunque bueno, parece que está
socializando bastante.
Su perro se había acercado a dos bulldogs que rondaban por allí, y los tres habían comenzado a
corretear por la hierba, persiguiéndose entre ellos.
Silvia, Martín, Juan, Claudia, Cristina y Joana se aproximaron a la piscina. Claudia se sentó en el
bordillo, dejando los pies sumergidos en el agua.
- Uyyy, me parece que yo de momento no me voy a meter- comentó Cristina. - ¡Está helada!
Al tiempo que decía la primera frase, había rozado con las yemas de los dedos la gélida superficie.
Joana se acercó a Martín, que estaba de espaldas a ella, justo en el borde de la piscina. Le dio un
suave empujón y el chico cayó al agua con un grito sorprendido. Cuando emergió de nuevo,
comenzó a reírse como un poseso.
Juan tiró al agua también a Joana, pero esta lo agarró y acabaron los dos empapados.
Todos reían; Claudia, Cristina y Silvia, quienes no se habían metido todavía en la piscina, se
sumergieron por fin.
- Bueno, no está tan fría como parece- reconoció Cristina. Silvia añadió entonces:
- Ya, además hace calor, así que no viene nada mal un baño.
Nadaron y se divirtieron durante unas horas. De vez en cuando, en los momentos en los que tenían
frío, salían del agua y se tumbaban al sol en las hamacas donde habían dejado sus cosas.
Cuando por fin llegó la hora de comer, María y Francisco, que también se habían bañado, los
llamaron y les dijeron que se cambiasen. Los amigos se pusieron ropa seca y fueron con los padres
de Joana a sentarse en una mesa libre que había en la terraza del restaurante, llevando consigo a Zar.
Pidieron diferentes platos para compartir, y el agradable camarero que les atendió colocó en el suelo
un cuenco con agua y otro con unos grandes huesos para la mascota de Martín.
- Lo he pasado genial- comentó Claudia mientras le servía a María un poco de ensalada.
- Y yo- corroboró Martín. - Es una pena que ya tengamos que irnos hoy. Se me ha pasado el puente
volando.
- Os voy a echar muchísimo de menos- les dijo Joana a sus amigos españoles. - Pero, por suerte,
dentro de nada ya van a ser las vacaciones de verano, y podremos vernos de nuevo.
- ¿Recordáis lo bien que nos lo pasamos el verano en el que te conocimos, Joana, hace dos años?-
divagó Cristina. - Parece que hace siglos de eso.
A todos los presentes se les escapó una sonrisa, al tiempo que rememoraban aquellas fantásticas
vacaciones que habían pasado juntos.- Aún no me puedo creer la aventura que hemos vivido durante estos últimos días- sonrió Juan. -
Todo parece un sueño.
- O una pesadilla- bromeó Silvia. - Depende de cómo lo mires.
Los otros rieron con el comentario. Habían pasado cantidad de cosas juntos esos días, y les producía
una aguda tristeza el pensamiento de tener que dejar a su amiga portuguesa para volver a
Pontevedra.
- Bueno, que no os sorprenda que nos llamen en unos días para hacer una película sobre nuestra
historia- dijo bromista Juan, para que él y los demás apartasen los pensamientos sobre su marcha de
sus mentes.
******
- Muchísimas gracias, Duarte, ha sido un día maravilloso- le agradecieron los amigos al director del
hotel.
- No ha sido nada, tan solo quería expresar mi gratitud por todo lo que habéis hecho por mí-
respondió este, restándole importancia al asunto. - ¡Espero que tengáis un buen viaje de vuelta,
chicos, y que viváis nuevas y emocionantes aventuras!
El grupo de los amigos, Zar, María y Francisco se subieron al coche y cerraron las puertas,
sacudiendo la mano para despedirse del director de Ondas da Âncora.
Un poco después, se dirigían ya a Valença. El silencio reinaba en el interior del vehículo, ya que
Francisco se centraba en la conducción y los demás observaban el magnífico paisaje que corría ante
sus ojos.
El trayecto fue breve, y algo más tarde se encontraban en la casa de Joana haciendo las maletas.
- Jo, de verdad, no me quiero marchar- se lamentaba Claudia.
- Y yo no quiero ir al instituto- decía a su vez Cristina.
- ¿Ya estáis preparados?- preguntó Francisco desde las escaleras. - ¡Es hora de que os larguéis! Jaja,
es broma.
Los cinco invitados comprobaron que no olvidaban nada, y a continuación descendieron las
escaleras cargando con sus equipajes.
Después de salir del jardín, se encaminaron a la terminal ferroviaria. Durante el corto recorrido
intercambiaron algunas palabras, pero la mayor parte del tiempo permanecieron en silencio, cada
uno sumido en sus pensamientos.
Fue después de sentarse en un banco en el andén cuando hablaron más. Otra gente, al igual que
ellos, esperaba la llegada del tren Celta procedente de Oporto.
Los cinco cinco chicos y chicas españoles les agradecieron a Joana y a sus padres el haberlos
invitado a pasar unos días allí, en Valença.
- No es nada, y sabéis que podéis venir siempre que queráis- les respondió amablemente María.- Todavía pasará un tiempo hasta que volvamos a vernos- le dijo Claudia a su amiga portuguesa,
algo triste.
- No te preocupes- la tranquilizó ella. - Ya verás cómo el tiempo pasa rapidísimo. Cuando te des
cuenta, ya será verano.
Unos traqueteos les indicaron que su transporte estaba llegando. - Uno a uno, los amigos abrazaron
a Joana. Una vez que las puertas de los vagones se hubieron abierto, los invitados de la chica
subieron cargando con sus maletas, y después se instalaron en sus asientos. Con los rostros pegados
al cristal, saludaron a la familia agitando la mano a modo de despedida.
Las puertas se cerraron, y el tren se puso nuevamente en marcha, llevando a los cinco amigos y su
acompañante canino de vuelta a Galicia.
FIN
* QUÉ ES REAL EN ESTA HISTORIA*
Muchos de los lugares en los que se desenvuelve la trama de este libro son ficticios, como el hotel
Ondas da Âncora o la casa abandonada donde los protagonistas encuentran los tesoros robados.
Pero otros existen en la realidad y merecen una visita, como Monção, Caminha o la Fortaleza de
Valença.
- LA FORTALEZA DE VALENÇA
Esta fortificación atrae anualmente a miles y miles de visitantes, sobre todo españoles. Dentro de
sus murallas se encuentra la zona histórica de la pequeña localidad, donde hay numerosos
monumentos visitables, como el Museu do Bombeiro, la Estatua de São Teotónio o la iglesia de
Santo Estevão.
Antiguamente, durante el reinado de Sancho I, el nombre de Valença era Contrasta, por su situación
geográfica fronteriza frente a la ciudad española de Tui.
OTROS LUGARES PARA VISITAR EN VALENÇA
- Capela Militar do Bom Jesus
- Portas do Meio
- Paços do Concelho
- Antiguo Palacio del Gobierono Militar- Casa do Eirado
- Casa das Varandas
- Marco Miliário Romano
- Porta Marechal
- Portas do Sol
- Igreja de Santa Maria
Vista de la fortaleza de Valença, el puente internacional de hierro y la ciudad de Tui, al fondo a la
izquierda.
- LA LOCALIDAD DE CAMINHA
Caminha es un pueblecito costero situado en la desembocadura del Río Miño. En la localidad se
pueden visitar algunos monumentos, pero los mayores atractivos de la zona son sus playas.
En la plaza Conselheiro Silva Torres se puede admirar una bonita fuente, la Torre do Relógio( Torre
del Reloj) y los Paços do Concelho (Ayuntamiento). Además, en la zona sur, situada al final de una
empinada cuesta, se encuentra la Igreja de Santo António ( Iglesia de San Antonio).OTROS LUGARES PARA VISITAR EN CAMINHA
- Conjunto fortificado de Caminha
- Igreja Matriz de Caminha
- Igreja da Misericórdia
Vista de la Praça Conseheiro Silva Torres, corazón del casco antiguo de Caminha.
LA CIUDAD DE MONÇÃO
Monção se trata de una agradable ciudad fronteriza que formó antiguamente parte de la cadena de
fortalezas que se utilizaban para defender el territorio en la actualidad limítrofe con España.
Los principales monumentos para visitar son la Igreja Matriz(Iglesia Matriz), el recinto fortificado
y sus famosas termas. Al otro lado del río se encuentra la localidad gallega de Salvaterra de Miño,
así como su zona de ocio junto al río.Plaza Deu-
la- Deu,
centro urbano
de Monção.
AGRADECIMIENTOS
En primer lugar, gracias a Román Habela por recordarme que tenía que escribir los
agradecimientos.
Gracias a mis padres, por inspirarme para escribir este libro con nuestros viajes a Portugal. , y por
supuesto a mi hermano mayor, por nunca dejar de tocarme las narices, jeje.
También agradezco muchísimo todo lo que ha hecho al fantástico equipo que hizo posible la
publicación de esta aventura.
Por último, no te pienses que me he olvidado de ti, gracias a mi mejor amigo Diego, por las
fantásticas sesiones de yoga de la risa. Jajajaja.
FIN
Texto de Alejandro Sambade Caamaño.
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