Capitulo 47
Brian entró al local con una pequeña bolsa de tela bajo el brazo. Inmediatamente el dulce olor de la fruta invadió sus fosas nasales y provocó que el estómago le rugiera con fuerza.
Elizabeth quería hacer un pastel de manzana pues esa noche John y Anne iban a ir a cenar a casa y le había encargado ir a comprar unas pocas manzanas a la frutería de su barrio.
Llevaba ya bastante tiempo sin entrar en ese sitio. De pequeño solía acompañar a su madre todas las semanas a hacer la compra pues siempre conseguía algún capricho si sabía cómo jugar sus cartas. La señora May solía considerarse débil cuando su hijo le miraba con los ojitos brillosos y nunca podía negarse a lo que pedía.
El espacio no era muy grande. El dueño y su hijo eran los únicos trabajadores de la frutería y los conocía desde siempre. Eran de familia humilde que poseía un negocio de calidad que los ayudaba a sobrevivir y a ascender en cuanto a estatus social. Y siempre habían sido bastante simpáticos.
Entró con una sonrisa amable y quiso saludar a dos señoras que también hacían la compra a unos metros de distancia de él, pero estas, al verlo, decidieron apartar la mirada y alejarse. Esa vez fue la que más incómodo le hizo sentir una situación así. No había mucha más gente, solo otras dos o tres personas más que aún no se habían dado cuenta de su presencia.
Los cuchicheos de ellas y sus miradas acusadoras le hicieron sentir extraño. Decidió ignorarlas y acercarse a la estantería que contenía las manzanas. Tomó tres y las metió en una pequeña cesta de mimbre colocadas por toda la frutería.
Al darse la vuelta para ir a pagar, las dos mujeres que hasta ese momento habían estado hablando a sus espaldas dejaron las cestas con su compra en el suelo y tras lanzarle miradas de odio y desagrado salieron de la tienda.
Optó por no mencionar nada y acudir al mostrador para pagar. Tras él estaba el dueño, Nick White, con sus características canas mucho más abundantes de lo que recordaba y sin mostrar esa sonrisa amable que conocía desde niño.
-Buenos días, Nick -trató de ignorar sus penetrantes ojos sobre él y dejó la cestita sobre el mostrador de madera desgastado.
-Buenos días, aunque puede que no tan buenos para mí tras haber perdido dos clientes.
-Ya -intentó sonreír un poco y restar importancia al asunto pero fue en vano. Escuchó la puerta de la tienda volver a abrirse a sus espaldas pero no se giró para comprobar quién había entrado -, quizá tenían prisa.
El ambiente se percibía tenso. Muy tenso.
Al señor White parecía costarle realizar algún movimiento y Brian se removió incómodo bajo su mirada.
-¿Cuánto es? -se atrevió a preguntar. A sus espaldas volvió a escuchar susurros. El hombre ante él suspiró con profundidad.
-Será mejor que te vayas.
-¿Qué? -la exclamación resbaló de entre sus labios casi sin darse cuenta. Sus cejas se fruncieron en un signo de confusión y casi enojo.
-Me caes bien, Brian, siempre lo has hecho, pero prefiero echarte a ti de mi tienda antes que perder más clientes -señaló a su espalda y Brian giró la cabeza para observar tras él.
En esta ocasión era una madre de mediana edad y una niña de unos seis o siete años que muy probablemente sería su hija. La mujer lo miraba con recelo y apartaba a la niña de su vista.
Volvió a mirar a White.
-No lo entiendo. Yo no estoy provocando que nadie se vaya.
-Claro que lo estás haciendo -sentenció casi indignado -, tu sola presencia lo provoca. Así que mejor vete.
-No hasta que me lo expliques -Brian le dedicó una mirada seria y decidida, indicando con ella que no se iría hasta obtener lo que quería.
El hombre abrió la boca a punto de soltar alguna grosería para que se fuera, pero optó por retractarse.
-Hay rumores, aunque supongo que tú debes conocerlos perfectamente.
-Pues no -negó con confusión aunque también un poco asustado -, no sé a qué te refieres.
-A que de repente los May rechazan a su hijo y niegan que lo tengan -soltó de golpe y porrazo, y aunque estaba verdaderamente decepcionado y enfadado con sus padres, era inevitable el latizago de dolor que atravesó su pecho al escuchar la realidad -, y a que ese hijo que dicen no tener se pasea de un lado para otro de Londres con un chico de los suburbios. Hay muchos rumores, Brian, y algunos de ellos no te gustaría escucharlos.
-¿Y tú te los crees? -preguntó ansioso intentando evadir la realidad.
-No me hace falta creerlo cuando lo he visto con mis propios ojos -su mirada se volvió más rígida, mucho más fría. Brian sintió que incluso estaba enfadado con él; decepcionado de él. Y esos ojos que juzgaban se multiplicaron cuando volvió a mirar a su espalda, viendo a los pocos que aún quedaban en la tienda mirarle con recelo -. Márchate de mi tienda.
-Te consideraba más humilde.
-Y yo te consideraba menos pecador, se ve que los dos nos hemos equivocado -alzó el brazo y como último aviso señaló con uno de sus dedos arrugados a la puerta.
Brian se mordió la lengua y le dedicó una última mirada de decepción y enfado. ¿Cómo todo eso podía estar pasándole en su propio entorno? No lo entendía. No quiso intentar entenderlo. Dejó las manzanas donde estaban y giró sobre sus pies. Los que aún permanecían en la tienda le observaron avanzar hacia la puerta poco a poco.
A medida que avanzaba les dedicó miradas de repudio, miradas que le devolvían, como era obvio.
-Si es cierto todo lo que se dice de ti estás enfermo -soltó una voz a su derecha. Era una mujer, la reconocía por vivir en el barrio en el que vivían sus padres y de haberla visto al menos unas pocas veces los últimos años -. Me compadezco de tus padres.
-Yo también -paró en seco antes de tomar el pomo de la puerta y marcharse. Miró fijamente a esa mujer y sonrió de medio lado -, me da lástima que ni ellos ni ninguno de ustedes haya sentido lo que yo siento ahora por una persona. Que pasen buena tarde -abrió la puerta y se marchó no dando oportunidad a más palabras.
°°°
-¿Lo dices en serio? -fueron las primeras palabras que Roger pronunció tras escuchar todo lo que Brian tuvo para decir.
-Totalmente en serio -asintió. Observó la expresión del menor que aún no mostraba nada en concreto. Asimilaba la información e intentaba aceptarla como pudiera. De verdad que esperaba que aceptase -. Sé que es muy rápido lo que te pido, pero te prometo que no se me ocurre nada mejor.
Roger asintió con lentitud. Se acomodó sobre el sofá de la sala de estar, en casa de Jim. Él y Fred habían salido y tras salir de la frutería lo primero que hizo Brian fue acudir hasta allí para buscarle y hablar con él. Algo que ya llevaba pensando desde hace días y que era la mejor opción que se le cruzaba por la cabeza. La más sensata al menos.
El menor apoyó las manos sobre su regazo y suspiró con la mirada clavada en el suelo.
-Puedes ser sincero conmigo. Si de verdad no te gusta la idea lo dejaremos pasar y encontraremos otra solución -alargó una mano y enlazó la suya con la de Roger. Con el pulgar acarició el anillo que llevaba puesto y eso le hizo sonreír -, pero si lo hago quiero que sea contigo.
-Tampoco dejaría que lo hicieras sin mí -dijo con una sonrisa volviendo a levantar la vista para mirarle. Brian rió un poco.
Un maullido se escuchó en la lejanía y a través de la puerta de la habitación principal apareció Lady correteando hasta llegar a su lado. Ya estaba más grande. Sus movimientos habían dejado de ser los movimientos torpes de una gatita que acaba de nacer y ya incluso se subía a muebles más altos. Es por eso que dio un salto para subir al regazo de Roger y acurrucarse sobre él.
-Hola, mi amor -susurró y le acarició la cabecita. Lady ronroneó y cerró los ojos gustosa.
-¿Mi amor? Voy a ponerme celoso -bromeó. Roger dejó escapar una suave risa.
-No seas raro.
-No lo soy -rió también.
Ambos mantuvieron el silencio unos minutos más hasta que Brian tuvo que volver a preguntarlo.
-¿Entonces? -dijo nervioso -. Puedes pensarlo el tiempo que necesites, no es necesario que me respondas ahora.
-Es que no necesito pensarlo mucho más -sin dejar de acariciar a Lady lo miró. Lo hizo con una expresión seria, dejando en claro que tenía más que decidida su respuesta y que no existía cabida a dudas -, y esa respuesta es obviamente sí. Sí lo haré. Contigo.
Una sonrisa tanto de sorpresa como de alegría se plantó automáticamente en los labios de Brian. Roger también sonrió al verlo.
-¿Sí?
-Sí.
-¿Estás seguro?
-Completamente.
-Es un cambio muy grande.
-Lo sé -los ojos les brillaban al hablar. Al imaginar en su cabeza ese futuro juntos -. ¿Prefieres que le de más vueltas o mejor disfrutamos de la decisión?
-¡No, no! Está bien. Pero sí es cierto que es un cambio muy drástico.
-Lo hablaré con Freddie -dijo y soportó dentro de sí mismo la presión que sintió al pronunciar el nombre de su mejor amigo. Aunque bien podría intentar apuntarle a él al plan, junto a Jim. Sería estupendo hacerlo juntos.
Como siempre habían estado.
Juntos.
-Quizá se apunte -dijo con entusiasmo. Brian asintió contento con la idea. Saber que Roger estaría mucho más feliz si Freddie accedía a ello le revolvía el corazón de satisfacción.
-Seguramente sí. Freddie se apunta a todo.
-Le conoces mucho para solo haber convivido con él unos pocos meses.
-Digamos que es muy transparente -Roger había dejado de acariciar a Lady hacía unos minutos y la gatita, al haber dejado de recibir la rica atención que le encantaba, dio un salto y salió corriendo para buscar algún sitio de la casa y dormir un poco de tiempo.
Roger se acercó y le dejó un suave besito sobre sus labios. Brian sonrió pero para él no fue suficiente por lo que se acercó aún más y lo echó de espaldas al sofá, colocándose sobre él y rozando sus labios con los suyos.
-Me haces muy feliz -susurró contra ellos. Roger dejó escapar una tos fingida.
-Tú a mí no si me echas el aliento en la cara, guarro -Brian abrió la boca con ofensa y Roger se tragó la carcajada.
-¿No te molesta mi saliva pero sí mi aliento?
-El aliento viene de más profundo, y además, ¿seguro que te has lavado los dientes esta mañana? -abanicó con una mano el aire frente a su rostro -, yo diría que no.
-¿Por qué no me los lavas con tu lengua?
-¿Qué? ¡Puaj! Qué asco -fingió una arcada y Brian lo miró con ofensa mucho más forzada.
-Veamos si quieres o no lavarme los dientes -sin esperar más respuestas empezó a atacar su cuello con sus labios, pero de tal modo que lo único que le provocó fueron cosquillas.
-¡No! ¡Para! -con sus manos libres atacó sus axilas y Roger empezó a retorcerse mientras intentaba darle patadas para que parara -. ¡BRIAN! -sus carcajadas le picaban en la garganta y hacían que le doliera el abdomen. Brian también reía pero mucho más contenido pues aún no había alcanzado su objetivo.
-¿Qué es lo que tienes que hacer para que pare? -frenó sus ataques unos segundos para poder mirarle con más tranquilidad. Roger lo hizo con la respiración acelerada, las mejillas coloradas y los ojos húmedos.
-No sé -mala respuesta. Brian volvió a atacarle con lo mismo.
Las carcajadas volvieron. Brian recibió un rodillazo en sus partes masculinas, suerte que no fue lo suficientemente fuerte como para dejarle fuera de batalla y poder continuar con su labor.
-¡Vale, vale! ¡Ya está! ¡Lo haré! -lo hizo, paró y se acercó solo unos centímetros. Roger recuperó el aire solo lo suficiente para acercase y cazar sus labios en un profundo y hambriento beso, recorriendo con su lengua toda la cavidad bucal del mayor que, naturalmente, sabía a gloria.
-No folléis en mi sofá, guarros -ni siquiera escucharon la puerta abrirse ni notaron la presencia de dos personas allí con ellos.
Brian se apartó de un salto avergonzado mientras Roger se cubría la boca para no reír. Jim cerró la puerta a sus espaldas mientras Freddie se dejaba caer en el sofá entre ellos dos. Brian miró al menor con las mejillas coloradas y Roger soltó una pequeña risita.
-¿Qué tal la tarde solos? ¿La habéis aprovechado? -miró de reojo de uno a otro. Roger alzó las cejas mientras que el rizado decidió abtenerse a contestar.
-Por supuesto -ambos amigos compartieron miradas de perversión mientras que los otros dos se miraban, Brian con incomodidad y Jim con confusión.
Pasaron el resto de la tarde juntos aunque Brian no tardó en marcharse. Lo hizo cuando el sol ya se había perdido entre los edificios tiñendo el ciejo de naranja. Roger decidió quedarse esa noche en casa pues necesitaba hablar con su amigo. Supuso que era mejor decirlo cuanto antes pues así sería más sencillo.
Tras despedirse de Brian en la puerta la cerró y tomó aire. Al girarse observó a los dos tortolitos hablar felizmente al lado de la mesa de la pequeña cocina. Se acercó nervioso y tardó unos segundos en hablar. Finalmente carraspeó interrumpiendo la conversación que ambos tenían.
-¿Podemos hablar un momento? -Freddie notó su mirada puesta fijamente sobre la suya. Con curiosidad asintió.
Caminaron hasta la habitación que él y Jim compartían y cerraron la puerta tras ellos para obtener más privacidad. Así, sentados en la cama uno al lado del otro, Roger empezó a juguetear con los dedos de sus manos. Freddie observó la acción con incertidumbre y con poca paciencia lo preguntó.
-¿Vas a quedarte callado todo el tiempo? -Roger rió nervioso y se colocó un mechón de pelo tras la oreja.
-Nos vamos de Londres.
Decidió decirlo de una sola vez, alto y claro, porque así sería mucho más fácil. Freddie abrió los ojos con sorpresa y tardó unos segundos en procesar la información tan inesperada que acababa de recibir. En ese silencio Roger se sintió impaciente, con los nervios a flor de piel y esperando una reacción que no estaba seguro de cuál querer.
-Oh -Fred dejó que su vista se perdiera en un punto indefinido. Roger se acomodó acercándose más a su amigo -, ¿quiénes?
-Brian y yo -se mordió el labio cuando el moreno asintió despacio. De un momento para otro el ambiente se volvió algo tenso. Los silencios se sintieron como años y por primera vez desde que se conocían, Freddie se había quedado sin palabras.
-Eso está bien si es lo que queréis, supongo.
-Sí... Pero, ¿sabes qué sería genial? -preguntó con una amplia sonrisa. Freddie volvió a mirarle y la observó. Era bonita pero la sentía un poco triste. Esperó a que continuara -, que Jim y tú también viniérais. Aún estamos pensando a dónde ir, Inglaterra es muy grande y está llena de ciudades y pueblos preciosos. Aunque creo que sería mucho mejor que nos apartáramos a algún lugar del campo, ya sabes, para poder vivir tranquilos -hablaba emocionado, feliz, y Freddie sonrió porque era de las primeras veces que veía a su mejor amigo, a su hermano, tan ilusionado con algo -. Y podríamos vivir en dos casitas, una para vosotros y otra para nosotros. Llenas de gatitos porque sé que a ti te encantan, y tendríamos nuestro huerto y nuestras gallinas. Y no necesitaríamos de nadie más para vivir. Estaríamos a gusto y tranquilos. Y podríamos juntarnos para cenar todas las noches. ¿No sería genial?
-Yo...
-Ya lo hemos hablado Brian y yo y sería fantástico que viniérais también. A mí me haría muy feliz. ¿Crees que es mejor ir al sur o al norte?
-Pues la verdad...
-Es que el norte es más frío que el sur pero seguramente también es más tranquilo, quitando el hecho de que queda más lejos de Londres. Estamos seguros de que no queremos volver aquí nunca y...
-Roger -habló más alto, interrumpiéndole. Roger paró de hablar y le miró con los ojos curiosos pero asustados. Había intentado convencerle con palabras pues la expresión que tuvo su amigo al contárselo no era la que esperaba.
-Estaremos más seguros -insistió en voz baja -. Los cuatro.
-Jim y yo nos quedamos aquí -intentó sonreír pero tan solo resultó ser un triste intento.
Con esas palabras Roger sintió que su corazón se hundía poco a poco. Se ahogaba y no podía hacer nada para remediarlo. Era presión, una presión que pocas veces había sentido, ni siquiera cuando descubrió toda la verdad. Era diferente. Era similar a la ansiedad, una que hasta ese momento no sabía cómo se sentía.
-Pero...
-Él tiene su vida aquí, su trabajo que cada vez va a mejor, una casa acogedora que esperamos mejorar con el tiempo.
-Pero la gente...
-Pues tendremos que hacer lo que siempre hemos hecho, ocultarnos -se acercó un poco más y tomó las manos de Roger con las suyas. Estas estaban frías e inmóviles. Las enlazó con las suyas, triste de que sería una de las últimas veces que lo haría.
-Pero Brian tiene que irse -susurró -, y yo también. Todo el mundo lo sabe.
-Entonces tenéis que hacerlo. Tenéis que iros.
-Pero no puedo irme sin ti -sin quererlo la voz se le rompió al final de la oración. Los ojos se le habían empañado ligeramente y Freddie sintió su corazón romperse. Él lo soportó, se tragó las lágrimas que habían empezado acumularse en sus ojos y sonrió pequeño con una gran dificultad.
-Claro que puedes. Puedes hacer todo lo que te propongas.
-Esto no -sentenció negando desesperado -. Esto no puedo. Has sido siempre lo único que he tenido, no puedo alejarme.
-Sí que puedes -alzó el brazo y situó la mano en su mejilla, acariciándola, sintiéndola ardiente por el dolor que sentía Roger al asimilar que tenía que irse. Y era absurdamente doloroso ver a la persona que más había querido en toda su vida pasarlo mal -. Tú mismo lo has dicho; era. Ahora tienes a Brian y sé que va a cuidar muy bien de ti.
-Pero yo no...
-Hemos estado juntos mucho tiempo y creo que ya es hora de que cada uno construya su propia vida -la primera lágrima descendió por la mejilla del menor y Fred se la llevó con la caricia de su pulgar -. Y no voy a permitir que te quedes sabiendo que aquí no eres feliz y que pueden hacerte daño.
-A ti también te lo pueden hacer.
-No te preocupes por eso, yo estoy bien.
El ambiente se había vuelto mucho más pesado. Era ligeramente agobiante pero ninguno de ellos quería marcharse. Se observaron a los ojos mutuamente durante largos segundos, sin dejar de hacerlo un solo momento pues memorizar cada rincón de sus rostros era lo más importante. Freddie bajó la mano y Roger aspiró con fuerza.
-Gracias -pronunció casi sin pensarlo. Freddie le miró confundido en un primer momento -. Gracias por todo lo que has hecho por mí. Siempre te he sentido como un hermano mayor.
-Hermana, querrás decir -con aquella broma ambos soltaron una pequeña risa que aligeró un poco el ambiente -. Pero no tienes por qué agradecérmelo. Es lo mejor que jamás he hecho en mi vida y volvería a hacerlo mil veces.
-Me salvaste la vida -esa revelación hizo que Freddie no puediera soportarlo más y dejó escapar las primeras lágrimas que descendieron con velocidad sin poder evitarlo.
-No exageres -pidió intentando frenar su pequeño llanto con restregones en los ojos -. Además, tú también lo hiciste conmigo. Solo no era una mierda.
Roger sonrió. Con el rostro empapado por su propio llanto silencioso, ambos protagonizando una escena digna de película.
-También hice que descubrieras tu orientación sexual -Roger volvió a soltar una carcajada al escucharle.
-Sabes que odio que saques ese tema.
-Déjame disfrutar de tu vergüenza por última vez -rió pero al percatarse de sus propias palabras la tristeza volvió a hacerse cargo de todo su ser. Imaginarse una vida sin Roger era difícil, sabía que iba a ser un camino complicado, pero no imposible.
Sabía que los dos habían significado toda la vida el uno para el otro. Habían compartido momentos juntos, tanto felices como crueles, y habían sobrevivido a la crueldad de esa década de la mano. Si uno se caía, el otro se tiraba a su lado. Y así durante años.
Era duro imaginar esa vida separados. Pero ya era hora de volar lejos.
-Te quiero, maldita rubia dramática -su voz se escuchó temblorosa. Roger sonrió.
-Yo también, morena reinona.
Roger se lanzó a sus brazos y ambos se abrazaron con fuerza. Aspirando profundamente sus aromas y decidiendo, en ese mismo instante, que si se alejaban físicamente, sentimentalmente no llegarían a hacerlo nunca.
•••
Laura del sufrimiento llega en este momento para anunciar que queda un solo capítulo más el epílogo.
Esto llega a su fin y soy la primera que no quiere que ocurra, os amo tanto que me explota el corazoncito de orgullo por teneros 💛
Mil gracias <3
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