Capitulo 43
Brian llevó a Roger a casa de este último mientras ignoraba sus afirmaciones de que estaba bien.
Durante todo el trayecto se encargó de ignorar las insistencias del menor sobre que se encontraba en perfectas condiciones, pero prefería encargarse por sí mismo de que así fuera así que en su elección estaba no correr riesgos innecesarios.
A la llegada al apartamento de Hutton, este y Freddie los recibieron extrañados. Mientras Roger les contaba la historia de lo que había pasado, con Brian comentando puntos que pasaba por alto, Freddie miraba de uno a otro espantado e, incluso antes de que terminara de explicarse, ya había empezado a manosear y observar todo su cuerpo por posibles heridas o lesiones.
-Estoy bien, de verdad -repitió por última vez mientras Fred le volvía a colocar la camiseta.
-¿Estás seguro? Porque si tengo que salir a buscar a ese desgraciado y cortarle la garganta lo haré.
-No es necesario -añadió con una diminuta sonrisa para tranquilizarlo. Solo lo consiguió brevemente pues la expresión de Freddie continuaba siendo de auténtica preocupación .
-¿Y qué hicisteis con él? -preguntó Jim.
Roger y Brian compartieron una mirada. No sabiendo bien qué responder, el mayor le dedicó un encogimiento de hombros.
-Le dimos una paliza -contestó Roger con simpleza.
Jim y Freddie se miraron con los ojos muy abiertos, sorprendidos, y cuando volvieron a poner su mirada sobre el rubio, Fred soltó un gritito.
-¡Estoy orgulloso! -gritó mientras aplaudía con las manos -. Espero que le hayáis dejado paralítico.
-Pues no creo que hayamos llegado a tanto, aunque ganas tenía de sobra -contestó entonces Brian.
Después de aquello hubo un momento de silencio un tanto extraño. No llegaba a ser incómodo pero tampoco resultaba del todo cómodo. Brian se sentía observado bajo la mirada penetrante de Freddie y es que no cayó en cuenta de algo hasta entonces. Dudaba en que el moreno le quiera en esa casa y mucho menos que le quisiera con Roger.
Tuvo la necesidad de marcharse pero prontamente Freddie se puso en pie aún con su mirada oscura clavada en su persona.
-¿Podemos hablar un momento, Brian?
Tragó saliva. No le quedó otra que asentir y pronto sintió algo parecido a cuando el padre de Elizabeth le pidió hablar por primera vez con él. Esa terrorífica "charla" a la que todo hombre temía. Aunque realmente sentía más pavor en este momento que en aquel entonces.
Antes de seguirle, Roger le dedicó una mirada a su amigo indicándole con ella que no fuera muy duro. Este le ignoró y tan solo caminó hasta la habitación que compartía con Jim para tener algo más de privacidad.
El corazón de Brian empezó a latir a velocidades peligrosas cuando el moreno cerró la puerta detrás de ellos y tomó asiento en la cama. De repente el ambiente en la habitación se volvió tenso y sofocante. Brian sufrió de pequeños sudores cuando Freddie volvió a mirarle.
-Siéntate -palmeó el espacio a su lado y Brian obedeció. Intentó respirar con tranquilidad para relajarse. Ese nerviosismo fue demasiado evidente para Fred quien tenía que hacer esfuerzos superiores para no reírse de él -. Tranquilo, no voy a degollarte -admitió y Brian se tranquilizó un poco -. Aunque quizás una semana atrás lo hubiera hecho.
-Ya -comentó forzando una risa nerviosa -. Lo entiendo.
-Me enorgullece que entiendas eso -Brian calvó la mirada en sus manos nerviosas sobre su regazo y asintió -. Te he traído aquí para hablar y supongo que para advertirte de ciertas cosas -volvió a asentir -. Lo primero que quería decirte es que no me caes bien, no me fío una mierda de ti -habló con sinceridad y fue tanta esa sinceridad que Brian rió un poco -, la has cagado tanto que me sorprende que Roger haya accedido a darte otra oportunidad, pero ¿sabes qué? Creo que sí estás enamorado de él.
Entonces Brian levantó la cabeza y le miró. Vio de nuevo esa sinceridad a través de sus ojos y expresó extrañeza.
-El problema es que no supiste manejarlo y un problema tan inocente como ese lo convertiste en una bomba de relojería. Te explotó en la cara y te llevaste por delante a gente inocente -Brian interiorizó todas esas palabras porque sabía que eran ciertas. Se enamoró de Roger mucho antes de darse cuenta y se desenamoró de Elizabeth mucho antes de aceptarlo -. La cuestión aquí es que toda la culpa de lo que pasó fue tuya. Quizás un diez por ciento de esa culpa sea de Dylan pero el resto, el noventa por ciento, es tuya. ¿Estamos de acuerdo en eso?
-Sí -asintió -. Lo sé.
-Vale -asintió él también -. Porque puede que Roger te haya perdonado pero yo no, conmigo te costará muchísimo más. ¿Crees que debas decirme algo respecto a todo esto?
-Sí... Bueno, no lo sé. Realmente no sé qué debería decir.
-Mejor no decir nada a decir tonterías, algo en lo que eres experto -bromeó. Y aunque rió después de decirlo, lo que consiguió una pequeña risa también del más alto, ambos sabían que la verdad iba de la mano de esa afirmación.
-Lo siento. Nunca me cansaré de decirlo así que de verdad lo siento. Quiero arreglarlo todo porque ahora sé hacia dónde quiero que vaya mi vida -el agobio y nerviosismo que sintió al acompañar a Freddie a esa habitación desaparecieron al instante. Y lo hizo porque ahora se sentía mucho mejor diciendo aquello que quería decir desde hace mucho. Y saber que Freddie le escuchaba con toda la atención y respeto, sabiendo que todo lo que había hecho había estado mal y sabiendo que no se lo merecía, le otorgaba esa valentía que le faltaba para decirlo. Para soltar que estaba enamorado de Roger y que quería vivir el resto de su vida a su lado. Curar las heridas que la vida y él mismo le habían provocado, y hacerle sonreír hasta el último de sus alientos.
-Espero que sea así. ¿Sabes? Tenía pensado amenazarte con cortarte el pene si volvías a hacerle daño.
-¿Decirlo no cuenta como amenaza?
-Tómatelo como quieras -ambos soltaron una pequeña risa que aligeró el ambiente -. El caso es que no lo haré. Quiero pedírtelo, quiero rogarte que no le vuelvas a hacer daño porque sé que en el fondo no tienes maldad y que puedes prometérmelo.
Ambos se miraron a los ojos unos segundos y Brian fue capaz de ver la desesperación a través de esa mirada. La necesidad tan pura de ver a su mejor amigo feliz por una maldita vez en su vida, y estaba más que dispuesto a cumplir con que así fuera. Por lo que asintió y por alguna extraña razón, Freddie le creyó indiscutiblemente.
-No lo haré -dijo -, planeo todo lo contrario. Lo prometo.
-Vale -sonrió. Y lo hizo porque le creyó y se sintió bien. Y esperaba no tener que volver a llevarse una mala sorpresa -. Bueno, demasiada charla profunda viniendo de mí, ¿no crees?
-Ha sido un poco tenso, sí.
-Cuando te relaciones conmigo tienes que verme como la madre de Roger, así que me alaga que me tengas miedo en ese aspecto -se puso en pie de un brinco y Brian lo imitó.
Vio las intenciones del moreno de salir de la habitación y antes de que diera un paso lo detuvo.
-Espera -Freddie se giró y con la extrañeza en su mirada esperó por sus palabras -. Quiero llevarlo ahora a un sitio.
-¿A dónde?
-Es una sorpresa, estoy seguro de que te lo contará al volver.
-Eso tenlo claro -dijo asintiendo con superioridad -. Me lo cuenta todo, me llegó a contar las posturas en que lo...
-¡Vale, vale! -corrió a interrumpirle -. Déjalo.
Freddie soltó una risa y salió de la habitación.
Ambos llegaron de nuevo al salón en el que Roger y Jim mantenían una amistosa conversación. A su llegada, el rubio observó uno a otro con una mirada escrutadora.
-¿Está Brian de una pieza?
-Compruébalo por ti mismo -Freddie se dejó caer al lado de Jim en el sofá y se acercó para plantarle un besito en la mejilla que le puso colorado.
Brian se acercó al menor y se agachó poniéndose de rodillas para quedar a su altura. Roger sintió la mano del mayor entrelazarse con la suya y su mirada cálida abrazar la suya propia. Sintió derretirse en ese mismo instante.
-¿Vienes conmigo?
-¿A dónde? -preguntó entre curioso y nervioso. Brian tan solo sonrió.
-A demostrarte otra cosa.
-Dile que sí y marchaos ya -habló Fred interrumpiéndolos -. Así nos dejáis la casa sola.
Roger rodó los ojos sabiendo perfectamente las intenciones de su mejor amigo mientras que Jim era imposible que adquiriera una tonalidad más colorada de la que ya tenía.
-Está bien.
Así que no tardaron mucho en llegar.
Fue un camino ligero y animado. La curiosidad estaba plasmada en todas y cada una de las preguntas de Roger sobre a dónde se dirigían. Pero como era de esperar, no obtuvo ninguna respuesta. Claro que el menor no era el único manojo de nervios, Brian tampoco podía evitar sentir el corazón bombear a gran velocidad.
Lo que estaba a punto de hacer era algo que tenía en mente desde hace tiempo. Interiorizándolo para que cuando llegara el momento el miedo no lo invadiera y le impidiera ejecutar su plan. Pero no era lo mismo imaginarlo a hacerlo de verdad.
Pero supo que a pesar de los nervios y la inseguridad que toda la situación le producía, era algo que tenía decidido desde hace muchos días. Y estaba a escasos minutos de revelarlo al fin.
-¿Tu casa? -preguntó Roger extrañado cuando ambos frenaron ante el patio frontal del edificio.
-Antigua casa -corrigió -. La de mis padres.
-Ya -soltó una risita nerviosa -, ¿pero qué hacemos aquí?
-Ahora lo verás -Brian se abrió paso por el caminito que llevaba a la puerta principal y Roger le siguió, aunque estuvo a muy poco de darse la vuelta y salir huyendo lo antes posible.
El menor se puso detrás y hasta él fue capaz de notar el nerviosismo que consumía a Brian. Eso hizo que se acelerara más.
-¿Por qué estás nervioso? ¿Qué vas a hacer? -sintió la cálida mano de Brian tomar la suya y sus preciosos ojos posarse en los suyos.
-Confía en mí.
-No estoy seguro -pero antes de que pudiera decir algo más Brian había estrellado los nudillos de su mano en la puerta de madera. En ese instante Roger le soltó la mano de un tirón.
Pasados unos largos segundos se escucharon unos pasos detrás de la puerta para justo después ser abierta con lentitud.
-¿Brian? -Cathy May se hizo visible al abrirla por completo y la sonrisa amable que casi siempre portaba se hizo aún más grande al ver a su hijo -, cielo -se acercó y le dio un cálido abrazo que el rizado correspondió.
-Hola, mamá.
Al separarse del abrazo la mirada de la mujer pasó inmediatamente a Roger quien a penas asomaba la cabeza por el hombro del mayor.
-¡Oh! -gritó emocionada -. Tú eras Roger, ¿cierto? -con la extrañeza pero a la vez grata sorpresa de que recordara su nombre, Roger se dejó ver por completo y asintió con una sonrisa.
-Sí -quiso alargar la mano para saludar con amabilidad pero cuando la mirada de la mujer lo escrutó de arriba abajo supo que ya la había cagado y sin llevar allí más de dos minutos.
-Vaya... -habló con incomodidad -. Estás... diferente.
Claro que lo estaba. Ya no solo por las cicatrices que aún bañaban su rostro sino por todo lo demás. La última y única vez que Roger había visto a los May se había visto físicamente como alguien de su estatus. No con los arapos que otra vez volvía a tener puestos y, probablemente, el pelo despeinado.
No quiso ni pudo decir nada. En su lugar, al notar Brian la tensión del momento, carraspeó.
-¿Podemos pasar? Será solo un momento, necesito deciros una cosa -esas palabras alarmaron de sobremanera al rubio. Quiso gritar a qué se refería con eso de decirles algo con él presente pero se mordió la lengua. La señora May seguía mirándole con una sonrisa forzada.
-Claro -dijo no muy segura -. Pasad al salón, ¿queréis té?
-No es necesario -Brian puso una mano tras la espalda del menor para que entrara en la casa y avanzara hasta la sala principal.
Roger lo hizo pero con ganas de salir huyendo como había pensado en un primer momento. Quería hacerlo y estuvo a punto de hacerlo. Pero no lo hizo.
-¿Está papá?
-Sí, ahí mismo.
Los tres avanzaron hasta la primera puerta del ancho pasillo e ingresaron en ella.
Dentro, sentado sobre uno de los sofás individuales, se encontraba Charles May leyendo el periódico. Roger le obversó igual de imponente y elegante que la primera vez, puede que en ese momento incluso más al tratarse de las circunstancias. El calor le invadió la tonalidad del rotro cuando el adulto dejó de leer el papel entre sus manos para prestar atención a los invitados.
Pero en lugar de sonreír feliz como hizo su mujer en un primer momento, solo mostró una mueca al ver a su hijo.
-Es raro verte por aquí, hijo.
-Lo sé -Brian ni se acercó. Tan solo tomó asiento en el sofá más grande guiando a Roger a hacerlo con él.
El menor se sentó tieso y nervioso. Se sentía a punto desmayar y más aún cuando el señor May lo miró. Su entrecejo se frunció al darse cuenta de quien era y se inclinó sobre su asiento para dejar el periódico sobre la mesita de centro.
-¿Qué hace alguien así en casa? -preguntó. Cathy avanzó hasta quedar en pie al lado de su marido y miró a ambos muchachos con ojos juzgadores.
Roger se encogió en su asiento y Brian sintió rabia dentro de él.
-¿Dónde está Elizabeth? -preguntó entonces la mujer.
-En casa, supongo.
-¿Supones? ¿No sabes dónde está tu mujer? -Roger miró al rizado de reojo. Brian estuvo a punto de responder que era su mujer según un papel firmado, pero que sentimentalmente no lo era.
-No es de ella de quien quería hablaros precisamente.
-¿Y de qué sino? -la mirada de Charles se posó en Roger de un modo casi fulminante -. ¿De cómo nos engañaste la última vez sobre este muchacho? En un principio ya lo dudé pero ahora está más que claro que no es nada de lo que dijo ser.
Brian intentaba bajo todos los medios guardar las formas. Si hubiera sido cualquier otra persona ya se habría lanzado sobre él para golpearlo pero se trataba de sus padres. Debía mantener un mínimo respeto por ellos, o al menos intentarlo.
-Sé que siempre te ha gustado hacer amigos, Brian, pero... -continuó Cathy -, hay... límites.
-¿Límites? -Roger mantuvo la mirada en el suelo durante casi toda la conversación. Quería desaparecer. Era la mirada de los May la que le hacía tan pequeño, el modo de juzgarle tan fácilmente lo que le derrumbaba. Y sobre todo saber que eran los padres de Brian y en que pudo haber un momento en que el mismo Brian pensara así de él.
-Exacto, ya sabes los límites a los que nos referimos.
Brian negó con la cabeza en un suspiro. Quiso terminar con ese tema de conversación porque sabía que no conseguirían llegar a ninguna parte y mucho menos a una opinión común. Además, amigos no era precisamente lo que representaban.
-He dejado a Elizabeth -soltó. Alto y claro. Con la mirada clavada en la de sus padres. Pasando de uno a otro cada dos segundos. Con la cabeza alta, afirmando aquello que acaba de decir para no dejar ni un solo ápice de duda.
Y el silencio fue atroz.
Roger levantó la cabeza y le miró con los ojos abiertos de sorpresa. La respiración pareció detenerse para los allí presentes, lentamente Roger dirigió la mirada al señor May y contempló que su rostro comenzaba a adquirir cierto tono rojizo. Rojizo por el enfado contenido.
-¿Qué? -preguntó Cathy en un hilo de voz. Se había cubierto la boca abierta con una mano, manteniendo la mala sorpresa a raya.
-Que he dejado a Elizabeth. Fue hace más de una semana, ya lo hemos hablado y todo está decidido.
La terrible sorpresa no le permitía soltar más palabras a su madre quien no tuvo más remedio que bajar la mirada hacia su marido esperando que él pudiera decir algo.
-Tonterías -soltó con voz grave y ronca.
-No son tonterías, es la verdad.
-Brian, te has vuelto loco... -susurró su madre. Entonces Charles May se puso en pie pero no se movió. Tan solo pretendía mostrar poder y autoridad sobre el resto.
-¿Lo sabe alguien?
-No.
-Entonces deja de decir estupideces, Brian.
-No es ninguna estupidez. No quiero estar con ella y no voy a estar con alguien a quien no amo -se escuchó un gemido angustiado de parte de la señora May que fue ignorado por todos.
-¡¿Crees que me importa que la ames o no?! -gritó y con toda la fuerza que acumuló en su mano estrelló el puño de la misma sobre la mesa de centro haciéndoles sobresaltar a todos.
Roger dio un brinco sobre el sofá y quiso que el propio sofá le absorbiera y le llevara a la otra punta del mundo.
-¡Me he dejado mucho dinero en esa boda! ¡Desde siempre se te ha dicho que era eso lo que tenías que hacer! ¡Lo único que tenías que hacer en toda tu maldita vida! ¡Y te atreves a decir ahora que no!
Cathy tuvo que sujetar a su marido del brazo para que no se abalanzara sobre el chico. Brian se vio en la obligación de ponerse en pie y Roger no pudo hacer otra cosa que imitarle y acercarse a su cuerpo lo máximo que podía, muy atento a los posibles movimientos de Charles.
-Guarda las energías para lo siguiente, papá -Charles expulsaba aire por la nariz con rabia, haciendo que sus fosas nasales se ampliaran de un modo que nunca había visto. Roger miró al más alto de reojo temiendo por lo que diría ahora y que seguramente tallaría sus tumbas bajo ese techo.
-Poco puedes decir que nos destruya más -gimoteó Cathy.
-Depende de cómo os lo queráis tomar.
-Habla antes de que me arrepienta, porque después de esto te dejarás de tonterías y volverás a casa con tu mujer -Brian sonrió irónico. Debido a la cercanía, Roger pudo notar el ligero temblor que aún sacudía todo el cuerpo del rizado. No por inseguridad, ya no. Sino por el qué dirán. El qué dirán de personas tan importantes como lo eran sus padres.
-Estoy enamorado de alguien más.
Eso ya no pareció sorprender a nadie. El único que pudo sentir su sangre helarse, hasta tal punto que sintió un ligero mareo y las náuseas a causa de la sorpresa y nerviosismo ascender por dentro de sí mismo, fue Roger. Quien solo miraba a Brian con pánico en su mirada. Pánico sumado a la emoción de escuchar esas palabras salir de sus labios.
Ninguno de los dos padres dijo nada entonces. Una no podía a causa de la decepción y otro no podía a causa del enfado.
-Y no estoy enamorado de ninguna mujer.
-¿A qué coño te refieres? -ladró Charles -. ¿Ahora te gustan los malditos perros?
-Roger -contestó y pasó uno de sus brazos por los hombros del rubio, provocando que las piernas del susodicho flaquearan y que su mirada, al fin, se pusiera en sus "suegros".
Cathy se dejó caer como el peso de una pluma en el sofá, llevándose las manos al rostro y empezando a llorar dramáticamente. Brian pensó que se lo había tomado mejor de lo que pensaba. Al menos no se había desmayado.
-Me niego a que mi hijo sea un marica -habló May entre dientes -. Deja de decir gilipolleces, ¡Mi hijo no es un sucio maricón!
-¡Sí lo soy! -gritó Brian con una sonrisa que sorprendió a los otros tres -. ¡Soy un maricón! Pero un maricón feliz, ¿y sabes cuánto tiempo llevo follando con un hombre? -ninguno del matrimonio May daba crédito a las palabras de su hijo. Nunca les había levantado la voz, nunca había dicho groserías, nunca se había negado al matrimonio que le comunicaron incluso de niño. Nunca había hecho nada de lo que estaba haciendo ahora -. Desde hace ya unos cuantos meses.
-¡HE DICHO QUE NO! -berreó antes de abalanzarse contra su hijo. Fue ese momento en el que Roger tomó la valentía suficiente para ponerse delante del rizado y enfrentar al señor May quien se detuvo en cuanto captó la presencia del rubio frente a él.
-¡Déjelo en paz! -gritó. Charles se detuvo al instante, tan solo separados por medio metro. El adulto fulminándolo con la mirada, dedicándole una llena de odio, rencor y ganas de degollarle -. ¡Debería estar agradecido por tener un hijo así!
Brian sonrió con orgullo.
-Maldito crío de... -vio a su padre levantar el brazo con la intención de golpearlo y Brian apartó a Roger de un tirón enfrentándolo él de nuevo.
-Ni se te ocurra -Charles le miró a los ojos y Brian pudo jurar que nunca había visto unos tan coléricos antes. Llegó a imponerle un poco pero la adrenalina del momento le impedía achicarse ante su presencia -. A ver si te entra en la cabeza que estoy enamorado de Roger y de que pretendo pasar el resto de mi vida con él, sea con vuestro apoyo o sin él -un nuevo sollozo se escuchó tras ellos. Cathy lloraba y rezaba tendida sobre el sofá.
-Mi hijo va a ir al infierno, señor...
-¡Acabas de destruir esta familia! -gruñó May -. Estoy dispuesto a olvidar todo este numerito absurdo si vuelves a tu casa con tu mujer y echas a este maldito perro a la calle -miró a Roger quien ahora le estaba fulminando con la mirada.
-En ese caso serán dos perros los que echaréis de esta casa -volvió a decir con una sonrisa. Roger también sonrió con suficiencia mientras Charles aún lo miraba y eso solo consiguió que más rabia, si eso era posible, saliera a flote de ese hombre colérico.
-¡Os voy a despellejar a los dos! -intentó volver a abalanzarse sobre ellos, con los brazos extendidos y la boca abierta gritando insultos y groserías. Brian empujó a Roger del brazo y ambos se apartaron del camino.
-¡Corre! -Brian le señaló la puerta con la mano pero el rubio no pudo desaprovechar esa oportunidad.
-¡Ha sido un placer conoceros, suegros! ¡Sois encantadores! -Cathy empezó a sollozar más alto y Charles soltó un nuevo gruñido de frustración para volver a perseguirlos hasta la puerta.
Brian lo tomó de la mano y ambos echaron a correr, atravesando la puerta principal y corriendo por el patio de entrada.
-¡No vuelvas a esta casa! ¡Ya no eres mi hijo! ¡Tú no eres un May!
Corrieron entre risas y chillidos agudos. Salieron del patio y cruzaron la acera, sintiendo la adrenalina a medida que avanzaban. Ignorando las miradas de la gente, ignorando los gritos del señor May en la distancia. Ignorándolo todo.
Mantuvieron sus manos unidas y no cesaron de correr. No importó nada cuando se trató de huir de aquello que quería mantenerlos atados a tradiciones y jerarquías absurdas. Todo había empezado de nuevo. Su vida acababa de comenzar.
Brian sintió un tirón en su brazo cuando Roger paró en seco. Se dio la vuelta para preguntar por qué había frenado pero para lo único que le sirvieron los labios fue para recibir otros sobre ellos.
Roger se lanzó hacia él, rodeando sus brazos alrededor de su cuello, presionando sus labios juntos, saboreando de nuevo su calidez, su sabor, su suavidez. Respirando su respiración y mirando su mirada. Un beso lleno de desesperación, lleno de recuerdos, pero sobre todo, lleno de amor y pasión, aquella que solo pduieron demostrarse un poco en el pasado.
Y Brian no tardó en aceptarlo. Pues sus brazos pronto lo tomaron por la cintura, elevando al chico lo suficiente como para poder acceder mejor a esa parte exclusiva de su cuerpo, sus labios.
Permanecieron así.
Comiéndose a besos en un estrecho callejón de una Londres antaña.
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