Capitulo 39
Los días pasaban muy lentamente y la recuperación de Roger cada vez era más positiva. Para ese momento todas sus heridas estaban cicatrizando correctamente y los hematomas empezaban a adquirir tonos más difuminados. La peor parte, sus costillas rotas, aún le producían bastante dolor, sobre todo cuando permanecía un buen rato en pie, pero, como decía, iba mejorando.
Esos días pasaron lentos pero no por eso fueron aburridos. A Roger, con ayuda de Freddie, se le ocurrió una idea que le distraía y entretenía a partes iguales. Todas las tardes, un par de horas antes de la puesta de sol, Brian se acercaba hasta su casa para pedirle que le dejara entrar unos minutos.
Roger, por supuesto, le ignoraba.
Pero no era una ignorancia para hacerle daño o porque no quisiera abrirle la puerta, de hecho, las ganas de azotarla y lanzarse sobre él para rogarle que pasaran tiempo juntos eran infinitas, mucho más después de recordar todas esas veces las palabras tan reveladoras de Brian el primer día que fue a verle. Pero lo de ignorarlo lo hacía por venganza y diversión.
A Freddie le agradaba en especial la parte de la venganza. Disfrutaba escuchar a Brian rogar por algo que, al menos en ese día, no lograría.
Y siempre hacía lo mismo.
Después de pasar más o menos un cuarto de hora tras la puerta llamando y tocando con los nudillos la madera, después de que algunos vecinos salieran al pasillo para quejarse por los ruidos y algunos llegando incluso a amenazarle de formas muy gráficas, Brian salía del edificio.
Pero no salía para marcharse, sino para continuar gritando el nombre del rubio en dirección a la ventana de la sala de estar.
Y Roger lo que solía hacer siempre era salir a la pequeña terracita que daba a la calle a observarle con la boca cerrada y una sonrisa de triunfo. No iba a mentir, a Brian le medio divertía esa reacción porque, aunque en pequeñas dosis, estaba recibiendo su merecido. Pero no por ser ignorado iba a dejar de intentarlo.
-Algún día bajarás aquí, eso lo tengo tengo claro -habló en voz alta desde la calle. Roger le miraba por encima de la barandilla con las cejas alzadas. Freddie le había sacado una silla de madera para que no le doliera y para que pudiera pasarse vacilando a Brian el tiempo que quisiera.
-¿Cómo estás tan seguro? -se atrevió a preguntar. Brian sonrió. Fue la primera vez en todos esos días que Roger le dirigía la palabra ya que lo único que hacía en esos momentos era contemplarlo en silencio.
Hubiera contestado pero Freddie apareciendo al lado del menor le hizo prestar atención a lo que estaba por ocurrir.
Roger miró a su amigo y a lo que llevaba en brazos con una gran interrogante plasmada en su expresión. El moreno sujetaba con ambos brazos un cubo hasta arriba de agua.
-He terminado de lavar los platos con esto -sonrió y le guiñó un ojo. Roger solo comprendió lo que iba a hacer cuando Fred levantó los brazos -, ¡cuidado ahí abajo! -fue en ese momento, cuando Freddie inclinó el cubo dejando caer todo el contenido a la calle, en el que Roger abrió la boca para dejar escapar una enorme carcajada que intentó cubrir con sus manos.
Se escuchó un gritillo agudo y un gemido.
Cuando los dos amigos sacaron la cabeza por encima de la barandilla se encontraron con la visión imaginable e inmensamente graciosa al mismo tiempo.
Brian los miraba con la boca abierta y empapado de arriba abajo.
-¡Vaya, qué lástima! -gritó Freddie con sarcasmo -. No te había visto ahí, cielo. La próxima vez avisa.
Brian se sacudió y se pudo apreciar cómo murmuraba cosas por lo bajo, la mayoría insultos y vejaciones, y quizás hubiera gritado algo para defenderse pues, sinceramente, lo que le había hecho era una completa guarrería. Pero la risa tan sincera de la que Roger estaba siendo víctima le hacía mirar hacia arriba y sonreír.
-¿No notas cierto... olor peculiar? -preguntó Freddie haciendo gestos con los brazos que hicieron reír aún más al rubio.
-Sí, huele delicioso. Gracias -olía a mierda, eso estaba claro.
-De nada. La verdad es que desde aquí se ve que necesitabas un baño y sinceramente, eso también te pasa por cabrón.
Después de ese momento Brian tuvo que regresar a casa así, completamente empapado y oliendo a los huevos revueltos del almuerzo. Fue gracioso para los dos amigos verlo alejarse con la cara roja de vergüenza mientras los transeúntes le observaban con expresiones de desagrado.
Eso fue lo más interesante que pasó durante esos días.
Pero Roger no había salido de casa ni uno de ellos.
Algo se lo impedía. Era el hecho de estar completamente aterrorizado a poner un pie en la calle. De salir y de que todo el mundo le reconociera, que pasara lo mismo que ocurrió ese día en el mercado, que le tacharan de marica y de enfermo. Estaba muerto de miedo.
Jim y Freddie, obviando la parte de Brian, habían intentado de mil formas convencerle para que al menos bajara un momento a que le diera el aire para despejarse. Pero él simplemente no podía. Era incapaz de hacerlo. Una vez llegó a la puerta de entrada de la casa, a punto de salir al pasillo, pero después de sentirse patético por a penas haberlo considerado dio marcha atrás y cerró la puerta de un portazo, pidiendo disculpas a sus dos amigos por no poder hacerlo.
Así que no lo hizo.
Pero a lo que más miedo le tenía era a encontrarse con Dylan. Realmente, aparte del odio inconmensurable, era miedo lo que sentía hacia él. Desconocía el modo en que reaccionaría si llegara a verle de nuevo pero al menos en ese momento no quería averiguarlo.
Por lo que permaneció en casa.
Hasta que un nuevo día comenzó con la salida de sol de un caluroso día de verano. Solo unas horas más tarde, cuando Freddie y Jim habían marchado al trabajo de este último, que unos golpecitos débiles resonaron en la puerta.
Roger había estado jugando con Lady casi toda la mañana. La gatita resultó ser bastante juguetona aparte de dormilona en momentos puntuales, y siempre buscaba al rubio para jugar con él.
Extrañado, aunque al mismo tiempo pensando que sería Brian puesto que no sabía nada de él desde el día anterior cuando Freddie le lanzó el cubo de agua, se levantó del sofá y se acercó a la puerta.
Cada vez caminaba con menos dificultad y ya no necesitaba sujetarse cada dos por tres de los muebles y paredes.
Tomó el pomo y abrió apenas unos centímetros para asomar la cabeza y ver de quién se trataba.
Le costó enfocar y tuvo que parpadear un par de veces, pero pasados unos segundos reconoció la presencia de una mujer de más o menos su estatura, morena de pelo y de ojos azul brillantes como los suyos.
Elizabeth hizo un pequeño gesto con la mano y sonrió sin mostrar los dientes. Una sonrisa que resultó estar llena de vergüenza a pesar de que intentara disimularla.
-Hola, Roger -el aludido tragó saliva y terminó de abrir la puerta por completo. Miró detrás de la chica por si por algún casual venía alguien con ella pero no, se encontraba sola, frente a su casa, o bueno, la casa de Jim en la que ahora vivía, pareciendo haber llegado por su propia voluntad.
-Hola -dijo en voz baja y mirándola con una desconfianza difícil de disimular.
El nerviosismo de la joven era completamente palpable y el juego que realizaba con sus manos temblorosas la delataban. Llevó una de esas manos hasta un mechón de pelo que le tapaba parte del rostro y se lo colocó detrás de la oreja. Roger, sin embargo, esperaba paciente a que dijera algo más.
-Sé que te debe parecer extraño verme aquí -continuó.
-Un poco -demasiado.
-Ya... -los ojos de Elizabeth se pasearon por su rostro herido y aquello pareció hacerla sentir bastante peor -, lo siento, es que... Si me dejaras pasar te lo explicaría. Hablar aquí me resulta un poco raro -mostró una diminuta sonrisa para intentar relajar el ambiente tan denso que se había formado.
Roger lo pensó durante unos segundos. Pero a estas alturas, ¿qué tenía que perder? Dudaba de que, en caso de querer volver a hacerle daño, pudiera usar palabras más hirientes que las usadas la última vez.
Así que tras un leve asentimiento se apartó para dejar espacio.
-Gracias -Elizabeth entró y Roger cerró la puerta detrás de ellos.
La mirada de la joven se paseó por el lugar. Nunca había estado en una casa tan pequeña y, para su gusto, descuidada, pero por raro que pareciese no llegó ningún mal pensamiento a su cabeza. Solo lo dejó pasar y se giró para centrar su atención de nuevo en Roger quien había avanzado hasta el sofá para sentarse.
-Puedes sentarte si quieres -le señaló una silla que estaba frente a él. Podía permitir que se acomodara pero tampoco tenía intención de que lo hiciera cerca de él en su mismo sofá.
Eli se sentó con un asentimiento en agradecimiento.
-Bueno, ¿entonces...? -Roger se vio en la tesitura de hablar al comprobar que el silencio de la chica parecía pretender ser eterno. Ella soltó una risita nerviosa.
-Perdona, estoy un poco nerviosa y no sé cómo empezar.
-Solo hazlo, yo te escucharé -y por muy raro que a Elizabeth le pareciera su afirmación, la mirada sincera de Roger le transmitía esa tranquilidad que intentó mostrar con sus palabras. Volvió a sentirse terriblemente avergonzada.
Roger era demasiado bueno.
-De acuerdo -tomó aire y continuó -. He venido a pedirte disculpas.
-Ah, ¿sí? -la frialdad de la contestación hizo que Elizabeth tragara inquieta.
-Sí.
-¿Por qué?
-Por todo -Roger la observaba curioso, esperando por más palabras que llegaron tras un profundo suspiro -. Todo lo que te dije en mi casa fue horrible. Y no voy a decir que en ese momento no lo pensara, sentí cada una de esas palabras, pero ahora... ahora sé que estuvo fuera de lugar y que no debería haberlo hecho. Antes debería haber hablado contigo; preguntarte.
-¿Preguntarme qué?
-Todo lo que no le pregunté a Brian -dijo. La mirada del rubio era tan penetrante que tuvo que alejarse de ella un momento y poner la suya en sus manos sudosas -. Si... cuando empezasteis a...
-A estar juntos -continuó por ella y Elizabeth asintió con dolor.
-Si cuando empezasteis a estar juntos tú sabías algo de mí, de lo nuestro.
-No -contestó sincero. Ella cerró los ojos -. Ni sabía que existías.
-Lo suponía -murmuró.
-¿Cómo? -preguntó confundido. Ella levantó la mirada y volvió a observarle con pena. Quería decir muchas cosas pero eran tantas y estaban tan desordenadas dentro de su cabeza que no sabía cómo hacerlo. Decidió empezar desde el principio.
-Verás, cuando Brian y yo nos conocimos ya todo estaba arreglado -empezó. Roger la miró con confusión, queriendo preguntar por qué le decía todo eso pero ella siguió rápidamente para que no le interrumpiera -. Nuestros padres trabajaban juntos y desde que éramos niños ya pensaron en las posibilidades de casarnos. No era algo que nosotros dos pudimos decidir. Pero pasaban los años y cuando crecimos fuimos capaces de enamorarnos, al menos por mi parte -lo último lo susurró, demasiado doloroso como para pronunciarlo en voz alta -. Y para mí todo era muy bonito porque a pesar de que iba a casarme con un hombre que yo no había elegido pude enamorarme de él. Porque es fácil hacerlo, ¿cierto? Brian tiene algo que simplemente te hace amarlo.
Roger sonrió pequeño y bajó la mirada.
Porque sí. Brian May tenía ese algo que conseguía atrapar a quien tuviera la suerte de encontrarle.
-¿Por qué me cuentas todo esto?
-Porque necesito explicarte mi punto de vista al igual que yo necesito escuchar el tuyo -contestó -. Estaba muy asustada, Roger. Cuando descubrí que Brian había estado contigo y que se había enamorado tuve muchísimo miedo. No solo por la parte de que me había engañado, de que yo estaba, y estoy, perdidamente enamorada de él. Sino por el matrimonio -se pasó una mano por el rostro e intentó tranquilizar la respiración que sin darse cuenta se había acelerado -. No sé si eres consciente de lo que pasa cuando un matrimonio se divorcia, pero no es algo bueno y mucho menos para mí. Si eso pasa quedas como una mala esposa que no ha sabido mantener su relación y eso me desprestigia socialmente, la gente me miraría mal y posiblemente perdería personas importantes en mi vida.
-Lo siento, pero esto no tiene nada que ver conmigo, repito que yo no sabía nada.
-Lo sé -admitió -, he tardado en darme cuenta de eso -sonrió débil, con tristeza. Roger seguía observándola curioso. Como si verla tan vulnerable le pareciese lo más extraño del mundo, mucho más después de haber sido víctima de sus crueles palabras hacía casi dos semanas.
-Yo nunca quise separarte de él, no era mi intención -pronunció él en voz baja -. Cuando me enteré quise alejarme.
-Lo sé -repitió.
-Yo también estoy enamorado de él.
-También lo sé -asintió lentamente. El rubio creía ver la fina capa de lágrimas que se acumulaban en sus ojos claros -. Por eso he venido. Creo que el amor supera con creces el miedo que siento -la confusión en la expresión de Roger le obligó a continuar -. A lo que me refiero es que ahora mi objetivo principal es que Brian, a pesar de todo, sea feliz.
-¿Qué quieres decir?
-¿No lo entiendes? -preguntó con una diminuta sonrisa en sus labios. Roger negó -. Voy a quitarme de en medio.
-¿Qué? -al ver la expresión medio asustada del contrario, Elizabeth dejó escapar una pequeña carcajada.
-No, espero que no hayas pensado en algo trágico -dijo -. Simplemente me apartaré de vuestro camino. Sé que tú le haces feliz.
-Pero yo...
-Oye -interrumpió -, sé que posiblemente te haya hecho tanto daño como a mí, pero te puedo asegurar que él no es así. Incluso me sorprendo a mí misma porque quizás lo que debería hacer es patearle el culo y contarle a todo el mundo lo que ha hecho, desearle la infelicidad de por vida, pero no haré eso. No puedo hacerlo. El amor ciega.
-Sí... Lo hace.
-Quizás por eso ninguno de los dos nos dimos cuenta de lo que estaba pasando. Y quizás por eso Brian no se dio cuenta de la gravedad de lo que hacía.
-¿Lo defiendes?
-No lo hago -negó -. Simplemente intento entenderlo. Es mejor intentar solucionar un problema que vivir dentro del dolor que ha causado durante toda la vida -paró unos segundos y su mirada se perdió en la alfombra. Roger la contemplaba tranquilo y paciente -. Y ya que yo no podré ser feliz del modo que me gustaría, ¿por qué no puedes serlo tú?
Sus miradas volvieron a encontrarse. Roger se sentía extraño. Era raro que Elizabeth fuera a su casa a contarle todo esto y básicamente a pedirle que fuera feliz. Después de todo lo que había pasado.
Después de que su prometido la hubiera engañado con él.
Era fácil percatarse de cuánto le costaba a Elizabeth hablar sobre el tema, de cuánto le había costado decidirse para ir a buscarle. Pero igualmente también era fácil percatarse de la tranquilidad emocional que le producía hacerlo.
Como si fuera una cuenta pendiente consigo misma que debía hacer para liberarse de las cadenas que le ataban dolorosamente a su marido.
-No te voy a mentir, posiblemente lo paséis mal -continuó pasados unos minutos en los que ambos se sumieron en sus más profundos pensamientos -, nadie acepta que dos hombres sean pareja. Por eso deberéis mantenerlo en secreto y cuidaros el uno al otro.
-Pero yo no estoy seguro de lo que haré -se atrevió a decir -. He sufrido mucho por él... Me da miedo volver a intentarlo.
-¿De verdad le amas, Roger? -el nombrado dejó escapar un suspiro, sintiéndose cohibido por la penetrante mirada de la chica.
-Por supuesto -claro que lo hacía. Eso era algo que no pensaba que en algún momento desapareciese. El sentimiento tan fuerte y real que había padecido jamás.
-Entonces mi regla se aplica; el amor supera al miedo. Sabes que si no lo intentas de nuevo no serás feliz. Olvídate por un momento de lo que pueda sentir él, céntrate en ti. En cómo te sentirías tú. Obviamente no voy a obligarte, ojalá no tuviera que estar diciendo esto y pudiera formar el futuro que siempre he querido pero debo hacerlo y quiero hacerlo. ¿Pero tú podrías ser feliz sin él?
-Podría intentarlo.
Eli sonrió.
-En eso tienes razón -pasaron los minutos y de nuevo el silencio reinó. Elizabeth esperó ese tiempo observando a Roger de reojo quien parecía estar perdido con la miarada fija en nada concreto. Una nueva respuesta surgió en su mente -. Inténtalo.
Roger levantó la mirada con expresión confusa.
-Sé que mi palabra no te sirve de mucho porque no confías en mí, pero aunque no lo hagas, te puedo asegurar que no te arrepentirás. Jamás he visto tanto amor dentro de él como el que siente por ti. Es precioso.
-¿Y si me vuelve a hacer daño? -preguntó en un susurro.
-La vida es un cúmulo de emociones. Nunca ganas si no arriesgas. Yo solo puedo decirte que estoy segura de que no lo hará. Además -sonrió -, si lo hace esta vez sí que le patearé el trasero de verdad por perder una oportunidad más de ser feliz, eso te lo aseguro.
Aquello le otorgó la visión de una pequeña sonrisa de los labios de Roger.
-Ya...
Entonces, enternecida, Elizabeth se levantó y caminó hasta el sofá donde Roger se encontraba. Al comprobar que el chico no decía nada tomó asiento a su lado. Roger la miró y a pesar de transmitir paz en su mirada, Elizabeth podía percibir pequeñas pistas de temor atraves del océano que inundaba sus ojos azules.
Levantó una mano y tomó la de Roger dándole un ligero apretón.
Y así, perdida en su mirada, la cual transmitía el dolor y el sufrimiento de toda una vida, sumada a alegrías y esperanzas que le habían mantenido a flote durante todos esos años, se dio cuenta de algo.
-Creo que empiezo a entender por qué Brian se enamoró de ti -murmuró. Sin embargo, Roger no se sorprendió, no se avergonzó y no apartó la mirada -. Eres bueno y mereces cosas buenas. Deja que alguien dispuesto a dártelas te las de.
Él simplemente no fue capaz de decir nada, ni siquiera asintió. Pero Eli supo que estaba de acuerdo mientras le miraba y parte de ese temor que acontecía en su mirada desapareció.
Tras una pequeña sonrisa se levantó.
-Será mejor que me marche.
-Espera -con el llamado, Eli se giró para mirarle -. ¿Cómo sabías dónde vivo?
-Interrogué a John -dijo mientras dejaba escapar una risilla -. Fue gracioso el momento, ambos se cuentan todo, es obvio que lo sabría.
Roger sonrió al darse cuenta que la amistad que compartían Brian y John era similar a la que él tenía con Freddie.
Cuando la chica se giró para continuar con su partida, Roger, lo más rápido que pudo, se puso en pie y avanzó hacia la puerta para despedirse.
Antes de marchar, Elizabeth recordó algo y esperó bajo el marco de la misma,mirándole con súplica en la mirada.
-Necesito pedirte una última cosa -Roger solo asintió, lo que le dio pie para continuar -. Hazle feliz, es lo único que quiero, lo que necesito -pidió con esperanza en su mirada. Roger no puedo decir nada pues antes de abrir la boca Eli siguió hablando -. Pero sobre todo no olvides ser feliz tú también.
Se acercó los centímetros que le separaban y dejó un suave beso sobre su mejilla.
No hizo nada más, simplemente se dio la vuelta y se marchó dejando a Roger completamente sorprendido y afectado por toda la conversación que había acontecido los últimos minutos.
Pero todo lo que dijo era cierto. ¿Tenía razón? En absolutamente todo.
¿Qué decidió Roger?
Fue algo esporádico. Ni siquiera le comentó a Fred que Elizabeth había ido a verle, no se lo dijo a nadie. Esa noche a penas durmió por haberle dado mil vueltas a las palabras de la chica. Lloró de frustración, de miedo, de alegría y de esperanza. Lloró de apoyo por haberlo recibido de una persona que no esperaba.
Y al día siguiente llamaron a la puerta.
Ese día Roger se acercó a la misma y la abrió.
Tras esa puerta estaba Brian, sorprendido porque al fin el rubio hubiera dado ese paso.
Roger sonreía.
Eso le obligó a sonreír también.
Y las palabras del menor le indicaron que poco a poco podían construir la felicidad que ambos buscaban y que tan injustamente les costaba conseguir.
-¿A dónde vamos?
•••
Hola, mis monis.
Ya hace un tiempito que no os saludo por aquí y me apetece empezar a haceros questions para conocer vuestra opinión.
Os lanzo una a ver qué me contáis.
¿Cuál es vuestro personaje preferido y más bebé de la historia?
Os adoro con mi corazón de histérica.💛
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