Capitulo 35
Jim vivía lo suficientemente lejos del centro de Smithfield como para no tener que cruzarse con demasiada gente al llegar. Y es que en realidad al joven no le iba del todo mal en el ámbito económico pese haber nacido y residido allí toda la vida. No le sobraba el dinero pero podía permitirse un apartamento más o menos decente y un par de comidas diarias gracias a su trabajo como artesano en el negocio familiar.
El piso era pequeño pero no tanto como el de los dos amigos. Roger se había encargado de echarle un vistazo rápido con la mirada al llegar, antes de que Jim le sentara en el sofá de la sala principal.
Pero no podía evitar sentirse un poco desubicado en ese lugar. No volver a la que había sido su casa desde hace años le hacía sentirse ligeramente inseguro, pero al menos tenía la tranquilidad de que Freddie estaba con él.
Ya no podía confiar en nadie.
En ese momento se encontraba solo.
Jim le había dejado un vasito con agua en la mesa a un lado del sofá y se había ido junto con Freddie a recoger las pocas pertenencias que habían en su apartamento. Sin contar con el carro lleno de libros que los había mantenido durante esos años. Ese pequeño tesoro de ambos amigos había desaparecido tras abandonarlo para ayudar a Roger ese fatídico día.
No se había movido en
los veinte minutos que llevaba esperando, extrañamente relajado y más seguro.
Salir de la casa de los May había eliminado toda tensión que había persistido los días que permaneció allí y estar solo le permitía relajarse lo suficiente como para pensar en sus cosas. Cosas que por primera vez en mucho tiempo no eran tan negativas. Y no lo eran porque básicamente estaba cotilleando con la vista todo lo que había a su alrededor, observando y analizando las pertenencias del joven Hutton. Prefería gastar en tiempo en eso antes que ponerse a pensar en sus incontables problemas.
Pero el sonido de la puerta abrirse pertubó toda concentración que pudiera haber conservado hasta el momento.
Freddie y Jim entraron al apartamento, ambos con una bolsa de tela cada uno y expresiones un poco agotadas por cargar con ellas. Hoy el día era bastante soleado y ligeramente bochornoso, y aquello hizo estragos en su resistencia, provocando que gotitas de sudor les resbalaran por la piel de sus rostros.
Roger les sonrió.
-Hola.
-Hola -Freddie se acercó hasta él y tiró la bolsa al suelo para sentarse a su lado. Tomó el vaso de agua y se la bebió toda de un trago. Roger rió bajito.
Jim también se acercó pero él tomó asiendo en la pequeña mesita frente al sofá dejando la bolsa que él cargaba en el suelo.
-¿Ya está todo?
-Creo que sí -contestó Freddie después de volver a dejar el vaso donde estaba -. Pero vamos a ir otra vez para echarle un último vistazo. No encontré mi chaqueta preferida y ya sabes que no puedo vivir sin ella. Para algo que tenemos que es medianamente decente no me voy a rendir hasta encontrarla.
-No me sorprende -añadió. Miró a Jim y vio que el joven les observaba con algo de ternura -. ¿No ha habido ningún problema?
-No, la verdad -contestó Jim.
-Solo nos encontramos a la anciana del tercero -añadió Freddie -, pero ya sabes que está un poco loca, ni siquiera nos miró.
Roger asintió algo más conforme.
-¿Nos vamos? -preguntó de nuevo Jim.
Freddie asintió y volvió a ponerse en pie. Sin embargo, antes de retomar su caminar hacia la puerta volvió a mirar a su amigo.
-¿No te importa quedarte solo un rato más?
-No, tranquilo -Freddie le observaba con preocupación pero después de que Roger le dedicara una sonrisa sincera decidió creerle. De todas formas sabía que en esa casa, a pesar de no haber estado antes, se sentía seguro. Y eso ya era un gran logro.
-De acuerdo.
Jim y Freddie se marcharon por segunda vez en el día. Roger creyó que esta vez se moriría de aburrimiento.
Observar curioso a su alrededor había dejado de parecerle entretenido, sobre todo después de haberse aprendido de memoria cada rincón que escrutaba. Tampoco quería arriesgarse y empezar a caminar por toda la casa para cotillear las zonas que aún no había descubierto porque aún le dolía demasiado todo el cuerpo. Pero también sabía que quedarse sentado en el sofá sin hacer nada solo conseguiría que empezara a darle vueltas a la cabeza, recordando e imaginando cosas que ya no quería tener en su memoria.
Por lo que decidió abrir las dos bolsas de tela que Jim y Freddie habían traído.
No era como si no recordara sus propias y escasas pertenencias pero pensó en echarlas un vistazo, separarlas por prendas y doblarlas como buenamente pudiera sobre la mesa.
Eso fue lo que hizo con la primera bolsa. Separó las camisetas y las chaquetas de los pantalones, doblándolos y estirándolos orgulloso. Aún seguía sintiendo los brazos un poco pesados y un ligero dolor en las heridas que los cubrían, pero no había punto de comparación a los dos primeros días después de su despertar.
Al abrir la segunda bolsa la sonrisa de orgullo que había conseguido al organizar las prendas anteriores desapareció.
Dentro de ella se encontraba un traje de terciopelo verde.
Estaba arrugado y mezclado con el resto de la ropa. Como si fuera una prenda más dentro de ese saco lleno de cosas sin valor, pero aun así mucho más brillante que el resto, aunque para sus ojos parecía haber perdido ese brillo especial. Pasados unos segundos y con decisión, Roger metió la mano para sacarlo.
Ese traje que constaba de tres partes. La chaqueta y los pantalones de la característica tela más una bonita y sencilla camisa de seda blanca. Elegido y cosido a su talla. Expresamente para él y para nadie más.
Sin embargo, Roger estaba harto.
Con dificultad y sin soltar el traje consiguió ponerse en pie. Con su mano libre agarraba cualquier mueble o pared que estuviera a su alcance para ayudarse a sí mismo a caminar, hasta que consiguió llegar a un mueble bajo el que se situaba el pequeño hornillo de cocina. Abrió el primer cajón y para su suerte se encontró con unos pocos cubiertos.
Tomó un cuchillo.
Hubiera buscado otra cosa. Quizás unas cerillas. Pero no tenía las fuerzas suficientes para intentarlo. Y con el cuchillo bastaría.
Se sentó en el suelo cerca del sofá. En el proceso dejó escapar un pequeño gemido de dolor y tuvo que agarrarse del abdomen un momento y respirar tranquilo. Cuando el dolor hubo desaparecido dejó el traje sobre el suelo frente a él.
Lo miró.
Y al mirarlo lo recordó todo.
Pero esta vez no se sintió triste. No quiso llorar por el recuerdo y ni siquiera le entraron ganas de hacerlo. Lo único que sintió fue una pequeña rabia interna, pero sobre todo fueron las ganas de pasar página las que le obligaron a actuar de ese modo.
Quería olvidar, quería ser como Brian, quería labrarse una vida diferente sin tener que unirse sentimentalmente con nadie. Era capaz de vivir solo. No necesitaba nada más. Quería estar solo porque todo el mundo le demostraba lo cruel que el ser humano puede llegar a ser a veces.
Él entregaba todo lo bonito que tenía pero el resto solo le entregaban lo más horrible.
Así que lo rompió. Tomó el cuchillo por el mango y lo rajó. Empezó por la chaqueta. Desgarró las mangas, rajó cada tramo de tela que se cosía al siguiente. Destrozó los pantalones, convirtiéndolos en trozos sin sentido e hilos descosidos. Y destrozó la camisa.
Lo destrozó todo.
Y en lugar de sentirse mal se sintió fuerte. Se sintió bien.
No supo cuánto tiempo estuvo haciéndolo todo pedazos, pero reconoció que había sido demasiado al solo ver lo que quedaba del traje frente a él. El suelo estaba cubierto de trocitos de tela diminutos, tan diminutos que costaba creer que en algún momento estuvieron hilados formando una bonita prenda de vestir.
Volvió a escuchar la puerta del apartamento abrirse pero no se molestó en mirar. En su lugar, seguía troceando la tela con el cuchillo.
-¿Rog? -Freddie se acercó y se arrodilló frente a él mientras Jim cerraba la puerta detrás de ellos.
Freddie miraba los trozos de tela sobre el suelo con los ojos como platos.
En el momento en que encontró el traje en el armario cuando minutos antes había ido a vaciar su antigua casa con Jim le dieron ganas a él mismo de tirarlo a la basura para no tener que volver a verlo nunca, pero llegó a la conclusión de que si alguien debía hacer algo con ese traje era el propietario del mismo, es decir, Roger, por lo que decidió meterlo en la bolsa junto a las otras prendas.
Pero ahora que lo veía de ese modo no sabía muy bien cómo sentirse. Tomó algunos trocitos de tela con los dedos y los observó. El terciopelo seguía siendo brillante como siempre había sido y el color verde resaltaba más con los rayos solares que se colaban entre las cortinas.
Cuando alzó la vista vio que Roger le había estado mirando desde que se agachó a su altura. Pudo asegurar que le tranquilizó no ver ni un solo reflejo de dolor en la mirada de su amigo, ni de decepción, ni de nostalgia o sufrimiento. Ni si quiera de ira. Y sí le sorprendió ver una pequeñita sonrisa asomar en la comisura de sus labios.
Fue cuando Freddie lo comprendió.
Roger había pasado página.
°°°
Sus pasos eran nerviosos y acelerados y estos recorrían todo el espacio de su gran habitación de matrimonio, buscando entre cajones y armarios algo de ropa que ponerse.
Él lo consideraba una tontería porque desde hacía bastantes días Brian había dejado de preocuparse por su aspecto. Solo era Elizabeth la que se encargaba por si tenían que salir a algún evento de importancia o cena de negocios que fuera lo más formal y elegante que pudiera.
Pero en esa ocasión y aprovechando que su mujer había salido hacía unos minutos para tomar el té de las cinco de la tarde con sus amigas de la clase de costura tomó el primer traje decente que encontró y se vistió.
Bajó las escaleras con velocidad porque, a pesar de que Eli no se hubiera ido hacía mucho y que seguramente no llegaría a casa hasta dentro de unas pocas horas, Brian quería salir de allí cuanto antes. No quería encontrarse con ella por si en algún casual regresaba antes de lo esperado y le comenzara a realizar preguntas insistentes sobre a dónde se dirigía.
Tomó los tres libros que había dejado sobre una mesa de la salita de entrada para que no se le olvidaran y salió a la calle.
Caminó por la acera esquivando a transeúntes y niños que jugaban con balones y canicas. Como siempre que salía a la calle no eran disimuladas las miradas y suspiros que les robaba a jovencitas, y no tan jovencitas, que paseaban por Londres. Estaba acostumbrado y siempre había contestado a esas miradas con dulces y amables sonrisas, a veces incluso saludos esporádicos, pero todo había cambiado y en ese momento lo único que le apetecía era apartar la mirada con un claro horror e incomodidad en su expresión.
Sentía el estómago revuelto por el mal sentimiento que le provocaba imaginar algo con aquellas señoritas. Últimamente odiaba todo lo que tuviera que ver con una mujer e incluso llevaba son tocar a Elizabeth varias semanas.
Sentía que no era él mismo.
Solo frenó su rápido andar cuando los nudillos de su mano libre impactaron en la madera refinada de una puerta. John vivía varias calles más abajo de la suya por lo que el camino no duraba más de diez minutos si se iba a paso ligero.
Fueron unos cortos segundos de espera hasta que la misma puerta se abrió lentamente dejando ver los curiosos ojos de una joven guapa y simpática que se acariciaba la ya más prominente barriga con una mano.
-Hola, Brian, qué agradable sorpresa.
-Buenas tardes, Anne -la chica sonrió con la mención de su nombre. Cuando bajó la vista a los libros que Brian traía en una mano se hizo a un lado.
-¿Quieres pasar?
-Por favor -el mayor ingresó en el hogar de los Deacon como ya había hecho en incontables ocasiones y Anne cerró la puerta detrás de ellos. Escuchó los pasitos de la muchacha golpear el parqué del suelo hasta que ella quedó a su lado y volvió a hablar con esa sonrisa tan simpática que siempre le había caracterizado.
-Puedes esperar en los sillones del jardín trasero si gustas, iré a avisar a John que estás aquí.
-Claro, gracias.
Brian caminó por un largo pasillo hasta una puerta con unos pequeños ventanales en ella.
En verano eso era lo que John y él siempre solían hacer. Podían pasar horas en el pequeño jardín de su patio hablando de todo tipo de temas. Y ahora que esa estación del año estaba mucho más cerca su utilidad volvía a ser aquella.
Por eso le relajó salir fuera. El sonido de los pájaros siempre le había calmado mucho y, debido a la ubicación de la vivienda de su amigo, el bullicio de las calles a penas era reconocible.
Tomó asiento en uno de los pequeños sillones de mimbre y dejó los libros en la mesa hecha con el mismo material.
Solo tuvo que esperar unos minutos hasta que su amigo hizo acto de presencia saludándole con una pequeña sonrisa.
-Hola, Bri -le encantaba cuando John le decía así, le recordaba a cuando eran niños y su amigo le consideraba prácticamente un hermano mayor.
-Hola, Johnny -rió cuando sintió un ligero golpe en su hombro. John había tomado asiento a su lado pero ahora le miraba con expresión seria.
-Te he dicho mil veces que no me llames así, maldito árbol.
-De pequeño te gustaba.
-Sí, ¿con seis años? Déjame decirte que ya no tengo seis años -contra su voluntad apareció una pequeña sonrisa en sus labios. Al fin y al cabo a él también le gustaba recordar sus momentos de la infancia, sobre todo porque en la mayoría de ellos Brian estaba presente.
-Ya... -John se acomodó mejor en su asiento y se sorprendió de ver los tres libros que días antes había llevado a casa de Brian, cuando Roger aún estaba grave. No pudo preguntar lo que hacía con ellos allí pues el rizado se adelantó -. Vine para devolvértelos.
-¿Tan pronto?
-Ha pasado una semana -dijo recordando los horribles días que vivió hace ese tiempo y que, lamentablemente, seguía viviendo.
-Lo sé -asintió -. ¿Te sirvieron de algo?
En ese momento Brian volvió a fijarse en la cubierta de los libros. En esta ocasión el único que había leído, de la época del Rococó, se encontraba bajo los otros dos. No le gustaba recordar el sueño que había tenido, o pesadilla. En realidad no sabía muy bien dónde clasificarlo porque los sentimientos vividos habían sido tanto felices como desgarradores.
Pero al fin y al cabo ese sueño le ayudó a enfrentarse a Roger, independientemente de cuál hubiera sido el resultado de hacerlo.
-Algo así -comentó arrugando la nariz.
John no quiso indagar más en el tema de los libros ya que, aunque erróneamente, dudaba en que hubiese algo más respecto a ellos.
-Bien, me alegro -volvieron a pasar unos minutos más de silencio y John no pudo evitar realizar la pregunta que llevaba atormentándole desde hacía una semana. Miró a su amigo y contempló las ojeras que aún coloreaban el contorno de sus ojos, al igual que la palidez en exceso que teñía su rostro -. ¿Cómo has estado estos días?
Le hubiera gustado decir que había estado bien para no preocuparle o crear sospechas mayores, pero al mirar a su pequeño amigo supo que aquello era innecesario. No puedes engañar a quien ya sabe la verdad.
-Intentando olvidar todo.
-Dudo que eso sea algo positivo, ¿no crees? -Brian se encogió de hombros -. Esta conversación ya intenté que la tuviéramos días antes pero nos interrumpieron -continuó haciendo alusión al momento en que Elizabeth irrumpió en el salón en el que ellos hablaban, con Roger malherido en la primera planta -, pero ahora estamos solos y creo que podré hacerlo. Al igual que me siento orgullo de poder decir que me desveles lo que me desveles, y sea cual sea tu respuesta, no voy a juzgarte. Bajo cualquier situación te apoyaré. Tienes mi más sincera promesa.
-Lo sé -murmuró en voz baja.
-Bien -John apoyó las codos en sus rodillas y se inclinó para poder apreciar mejor el rostro y expresiones de su amigo -. Teniendo esto claro entonces, ¿hay algo que te gustaría contarme?
Brian dejó escapar una diminuta risa sin gracia.
-Creo que son demasiadas cosas.
-Entonces realizaré la pregunta que llevo queriendo hacerte desde hace mucho -se aclaró la garganta y continuó -. ¿Mantuviste una relación íntima con Roger?
Brian tuvo que expulsar todo el aire que había estado manteniendo en sus pulmones los últimos minutos. Ahí estaba la pregunta que le había costado tanto verificar hasta a él mismo, y ahora era su oportunidad de ser sincero por una vez en la vida y aceptar que había estado con un hombre.
Pero que había estado con el mejor hombre que alguna vez había conocido.
-Sí.
John asintió.
No le sorprendía, era algo que llevaba sospechado mucho tiempo, pero aún así se sintió algo extraño. Por mucho que fuera a aceptarlo y apoyarlo seguía siendo un tema negado por su familia y sociedad que le rodeaba y no era algo realmente cómodo para él.
Pero hizo un esfuerzo. Tenía que hacer un esfuerzo y debía hacer el esfuerzo.
-Está bien -con esas dos palabras Brian tuvo que levantar la cabeza y mirarle con algo de sorpresa. Al fin y al cabo era su amigo quien estaba sobrellevando bien el hecho de que hubiera mantenido una relación amorosa con otro hombre. John captó esa expresión y solo pudo reír levemente -. No me mires así, te dije que te apoyaría. Está bien, no te preocupes.
Brian sonrió algo más tranquilo y volvió a mirar hacia la nada. Estuvieron en un silencio, por esta ocasión algo más incómodo, durante unos eternos minutos.
John se movió incómodo y se vio obligado a decir lo primero que se le pasó por la cabeza para romper ese maldito silencio.
-En realidad... Roger es un chico bastante... guapo -comentó con un poco de esfuerzo. Brian inclinó la cabeza y le miró de reojo con una deja alzada. John sintió que sus mejillas se volvían rojas -, ¿no?
-¿Qué? -y para sorpresa del menor, Brian rompió a reír. John sentía su rostro arder pero debido a las carcajadas interminables de su amigo acabó riendo también -. Oye... -Brian se sujetaba del estómago con una mano mientras con la otra se restregaba los ojos apartando las pequeñas lagrimitas que se le hubieran podido escapar. John recuperó la compostura unos segundos antes que él -. No necesito que te fuerces en reconocer la belleza de un hombre, eso no va a hacer que parezcas más tolerante o no.
-Bueno, lamento que mi punto atrayente sean las mujeres -comentó con una sonrisa.
La tensión e incomodidad del momento habían desaparecido por completo.
-Lo sé, amigo.
-Entonces... ¿Qué vas a hacer? -preguntó el más pequeño haciendo que la seriedad volviera a recaer en la conversación.
-¿Qué voy a hacer con qué?
-Ya sabes con qué, o con quién más bien -Brian le miró confundido.
-No entiendo.
-¡Con Elizabeth!
-¿Qué debería hacer con ella?
-¡Por Dios, Brian! -se lamentó en un grito que obligó al mayor a dar un pequeño saltito -, es con Roger con quien quieres estar, ¿no es así? -Brian tardó unos segundos en contestar hasta que finalmente asintió con lentitud. Pero al comprobar la mirada obvia de John rectificó y empezó a negar con la cabeza desesperado.
-No.
-No, ¿qué?
-No puedo hacer nada, John. Ahora no depende de mí -soltó con un suspiro -. La cagué con Roger, la cagué muchísimo y le hice un daño irreparable. Y ahora con Elizabeth... Simplemente no puedo decir que no a un matrimonio. Ya no es porque arruinaría solo mi vida sino que arruinaría la de ella por igual. No puedo hacerlo.
-¿Y pretender vivir infeliz por el resto de tu vida? Mira, Brian, quiero muchísimo a Elizabeth y me parece una chica estupenda, pero lo que no puedo soportar es ver a mi mejor amigo infeliz.
-¿Y qué si me lo merezco? -preguntó con la voz rota. John llegó incluso a percibir las lágrimas esperando por salir de sus ojos -. He hecho daño a las dos personas más importantes de mi vida.
-¿Estás enamorado de él? -la pregunta fue repentina e inesperada pero no por eso Brian llegó a sorprenderse. Solo pudo cerrarlos ojos y suspirar -. Contéstame, ¿lo estás?
Cuando volvió a abrir los ojos sintió una fina lágrima resbalar de uno de ellos. No quiso concentrarse en saber si fue el izquierdo o el derecho, pero la sintió cruzar su mejilla hasta terminar en el borde de su barbilla, cayendo y mojando el suelo.
Giró la cabeza para mirarle. John esperaba paciente por una respuesta, aunque la mirada de Brian ya la estuviera revelando.
-Sí -contestó firme y decidido. Nunca una verdad le había hecho sentir tan completo y seguro -. Más de lo que lo he estado jamás.
-Entonces no sé por qué sigues dudando. No sé por qué no luchas.
-Porque he hecho mucho daño -continuó -, y estoy harto de hacerlo.
-Brian -sintió la mano de su amigo posarse sobre su muslo y dedicarle un pequeño apretón -. Yo estoy seguro de que Roger está enamorado de ti. Si tú tienes claro que está o que ha estado enamorado de ti deberías ir a buscarle. Pelear por él porque estoy seguro de que si no lo haces te arrepentirás toda la vida.
-No lo sé, John...
-Lo sabes -contestó en voz muy alta -. Tienes toda la vida por delante y no debes desperdiciarla en estar lamentándote de lo que hiciste. E ir a dedicarle y demostrarle tu amor será suficiente disculpa.
Brian suspiró sintiendo las lágrimas inundarle la vista a medida que recordaba los momentos vividos con Roger. Tanto preciosos como horribles, pero tan intensos que no podría olvidar ni un mínimo detalle de cada uno de ellos, nunca.
-¿Qué hago con Eli? -preguntó en un lamento. John apartó la mano y suspiró también.
-Ella debería saber la verdad. El cómo y el cuándo depende de ti.
Brian se restregó el rostro con ambas manos, apartándose las lágrimas que habían conseguido escapar. Volvió a dejarlas caer en su regazo y miró a su amigo.
-Le necesito, John... -susurró -. Necesito a Roger demasiado.
-Lo sé -el menor le dedicó una sonrisa sincera -. Es por eso que te ayudaré en todo lo que pueda.
-¿Cómo?
-Sé que Freddie y Roger ya no viven donde solían vivir -habló y Brian prestó mucha atención, olvidándose de todos sus sentimientos y centrándose en las palabras de su amigo que ahora eran mucho más importantes -. Freddie y Jim hablaron conmigo antes de marcharse, se han ido a vivir con él.
-¿Con Jim? -John asintió.
-Pero no sé dónde vive -eso último volvió a bajar el ánimo de Brian. ¿Ahora cómo se supone que debía buscar la casa de un hombre en todo Londres? Era prácticamente imposible descubrirlo -. Lo que sí sé es dónde trabaja -sonrió.
De nuevo Brian volvió a sentir una lucecita de esperanza de su interior.
Necesitaba a Roger más que respirar y estaba plenamente dispuesto a luchar con lo que hiciese falta para recuperarlo.
Costara lo que costara.
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