Capitulo 32

Roger no estaba bien.

Por suerte, y según dijo el médico, las lesiones que había sufrido no llegarían a causarle algo tan drástico como la muerte, algo que Freddie se había encargado de preguntarle en numerosas ocasiones, pero debido a la gravedad de las mismas tardaría mucho tiempo en recuperarse.

Había pasado un día y seguía sin despertar. Elizabeth y Freddie, aunque en especial el último, se habían encargado de limpiarle toda la tierra y la sangre seca que cubría todo su cuerpo, le pusieron un pijama limpio y suave con muchísimo cuidado y le cepillaron el pelo. Pero lo peor de todo fue revelar las heridas y los golpes al realizarle la curación. Su rostro estaba completamente cubierto por un sinfín de heridas y hematomas, uno de los peores rodeaba su ojo derecho bajando hasta el pómulo, y una gran herida en la cabeza, al iniciar la línea del cabello, estaba cubierta por una gasa para evitar infecciones. El resto de su cuerpo no se quedaba atrás, pero lo peor de todo era la mancha violácea, grande y oscura, que recorría buena parte de su abdomen, justo sobre las costillas. Porque según el médico, Roger tenía rotas varias de ellas.

Así que sí, se podría decir que Roger estaba vivo de milagro.

Eso era algo con lo que Freddie seguía martirizándose con el paso de las horas. El sentimiento de la culpabilidad era irrefrenable y por mucho que John y Jim se molestaran en negarlo, era incapaz de pensar lo contrario. Había pasado un día completo y Roger seguía en esa casa. No era del agrado de Freddie pues convivir bajo el techo de una de las personas que ahora mismo más odiaba en el mundo le sacaba de sus casillas, pero la salud y seguridad de su mejor amigo no era tema a poner en duda, y debían quedarse allí hasta que al menos Roger fuera capaz de caminar por su propio pie.

Y sin embargo, Brian era incapaz de entrar en esa habitación.

Algo se lo impedía, algo que no era exclusivamente Freddie le frenaba. Era él mismo. Incapaz por mil razones de ver a Roger de nuevo. La horrible imagen de él en los brazos de Jim era algo que le carcomía los pensamientos desde el día anterior, sintiéndo terriblemente culpable por lo que le podría haber pasado. Nadie le decía en realidad lo que sucedió, aunque claramente ya se lo imaginaba. Él mismo vio lo que estaba sucediendo en esas mismas calles semanas antes.

Pensar que había llegado el turno de Roger le revolvía el estómago al mismo tiempo que le daban ganas de buscar por cielo y tierra al culpable. Cosa que haría en cuanto el rubio se recuparara al menos un poco. Porque a pesar de no haber sido capaz de comprobar su estado por sí mismo, de no haber podido ayudar en su curación o de haber ido simplemente a visitarle, preguntaba cada media hora a quien fuera cómo se encontraba.

Sus principales puntos de información eran Elizabeth y John, especialmente este último, porque tampoco quería que su mujer sospechara algo por toda la preocupación acumulada que retenía sin mucho éxito en cada una de sus preguntas. Le tranquilizaba saber que no empeoraba, aunque tampoco mejoraba.

Era frustrante no poder hacer nada, tanto que ni siquiera había podido dormir en toda la noche.

-Te he hecho café -escuchó la voz de John tras su espalda. Su amigo rodeó el sofá en el que estaba sentado y tomó asiento a su lado, dejando el café en la mesita de centro y observando a su amigo con una expresión un tanto preocupada.

-Gracias -suspiró y lo tomó con ambas manos. La taza estaba calentita y tuvo que soplar un poco antes de dar un pequeño y primer sorbo.

-También traje esto de mi casa -dejó sobre la misma mesita tres libros de midiano tamaño y bien cuidados. Aquello le hizo sentirse tanto confundido como dolido. Confundido por no saber la razón de que los trajera, y dolido porque los libros a lo único que le recordaban era a Roger.

-¿Libros? -preguntó con la voz apagada. John asintió.

-Pensé que te vendría bien despejarte un poco, y qué mejor manera de hacerlo que leyendo. Necesitas una distracción -Brian asintió con el único propósito de complacerle, porque en realidad lo último que le apetecía en ese momento era leer.

Observó la cubierta de los mismos, pudiendo comprobar solo el primero de los tres. No se veía muy viejo o usado y tampoco parecía tener una gran cantidad de páginas. En letras bien grandes se leía "El Arte en el Rococó". En cualquier otro momento le habría parecido interesante, pero lo único que pudo hacer en ese momento fue apartar la mirada.

Pasaron unos minutos y Brian no se movió, no tenía intención de siquiera ojearlos un poco y John se sentía incapaz de insistirle, por lo que decidió pasarlo por alto.

-Se ve que has pasado mala noche.

-Sí... -volvió a dejar la taza en el platito sobre la mesa y se acomodó en el sofá. No se atrevió a mirar a John, no quería que descubriese todos y cada unos de sus sentimientos encontrados a través de su mirada que, claramente y sin dudarlo, revelaba demasiado -. Demasiadas cosas en las que pensar.

-¿No me vas a preguntar cómo está? -dijo y miró su reloj de muñeca -, hace como tres cuartos de hora que no me has vuelto a preguntar -dejó escapar una diminuta risa que no consiguió su propósito, el cual había sido animarle un poco. El rizado mantenía la mirada perdida en el café y John se aclaró la garganta un tanto incómodo.

-Ya. Imaginé que si hubieran habido cambios me habrías avisado.

-Sí, y claro que lo haré. Pero pensé que preguntar te aliviaba.

-No si las noticias no son buenas.

-Se va a poner bien, Brian -el mayor recibió la mano de su amigo sobre su muslo, el cual acarició con delicadeza, intentando trasmitirle seguridad y esperanza. Podría haber sido inútil, pero John supo que su gesto y sus palabras funcionaron al menos un poco cuando Brian al fin se dignó a mirarle. Levantó la cabeza y clavó la mirada en la suya, pudiendo observar así sus ojos húmedos y rojos de aguantar unas lágrimas que escocían dentro de ellos. Era como si Brian hubiese necesitado desde hace mucho tiempo esas palabras; que alguien le dijera con sinceridad que todo iba a salir bien -. Bri... Sé que no te gusta hablar de lo que sientes pero...

-¿Pero?

John suspiró. Aún no dejaba de mirar a su amigo pero lo hacía con más pesar, dándole vueltas en su cabeza una y otra vez a las palabras, intentando escoger las adecuadas para decir lo que llevaba queriendo decir desde hacer tiempo.

-Lo sé, ¿vale? -Brian le miró confundido.

-¿El qué?

-Sé lo que sientes por...

-¿Lo que siente por quién? -aquella pregunta tan inoportuna sorprendió a ambos. John ahogó sus palabras y miró detrás de ellos a Elizabeth que estaba de brazos cruzados bajo el marco de la puerta, mirando hacia ellos con el ceño fruncido. Brian miró a su amigo nervioso, no terminó su oración pero creía saber el final de aquellas palabras.

-Oh... Nada -contentó John rápidamente.

La chica descruzó los brazos y avanzó hacia ellos, haciendo que sus pequeños tacones golpearan contra la madera del suelo. Se sentó en el hueco que quedaba al lado de su marido y tomó sus manos, pero no dejaba de mirar de uno a otro con una expresión de confusión.

-Yo sí tengo una pregunta, John -ella le miró y John tuvo que tragar saliva nervioso. Por suerte sabía aparentar y mantuvo la calma. Sin embargo, Brian parecía haber vuelto a desatenderse de todo, volviendo a tener la mirada perdida esta vez en sus manos enlazadas con las de su mujer -. ¿Por qué, de entre todos los sitios a los que pudiste haberlo llevado, trajiste a Roger a esta casa?

-Al único otro sitio al que podría haberle llevado era a mi casa y esta quedaba más cerca. Estaba muy mal, Elizabeth, ya lo viste -ella sintió y John se sintió algo más tranquilo. Esa había sido una de las razones, sí, pero obviamente no era la única ni la más importante.

-¿Y el hospital?

-No -John negó esta vez con mucha más sinceridad que antes -. Quién sabe cómo le hubieran tratado allí.

Las respuestas parecieron haber dejado satisfecha a la joven, pero no del todo tranquila. John sabía que había algo que seguía perturbándole, algo grave, pero no quiso decir nada con respecto a sus sospechas.

Eli volvió a dirigir su atención a Brian quien no había dicho ni una palabra en un buen rato, pero que cuando volvió a sentir la mirada de su mujer sobre la suya se vio en la obligación de corresponderla, forzando una dolorosa sonrisa que Eli comprobó increíblemente falsa.

-¿Por qué no has dormido?

-¿Por qué dices que no he dormido?

-Tus ojeras -Brian recibió la seriedad de su mujer con algo de miedo, temiendo que supiera algo que no debía -, y no lo sé... todo tú. Tienes un aspecto horrible.

-Vaya, gracias.

-Lo digo en serio, Brian. Pareces el enfermo tú en lugar de Roger.

-Estoy bien -contestó y apartó las manos de las de su mujer haciendo que la expresión de ella fuera un poco dolida. John se sintó terriblemente incómodo dentro de lo que parecía empezar a ser una discusión de pareja, por lo que se puso en pie y tras murmurar unas leves disculpas se marchó en silencio -. Solo un poco alterado por todo lo que está pasando.

-Ya -Elizabeth llevó las manos a su propio regazo y las descansó allí. Pasaron unos minutos de silencio hasta que se atrevió a volver a hablar -. Sabes que si hay que algo que debes contarme, tienes que decírmelo.

Brian asintió y la miró. Quiso intentar transmitirle con la mirada que todo estaba bien, que en realidad no le pasaba nada y que no debía preocuparse. Pero fue asquerosamente difícil, tanto que lo único que expresó a través de su mirada era dolor.

Un dolor que Elizabeth pudo captar perfectamente. Más evidente que la tarde de ayer, más claro, más desgarrador y más sincero. Todo más intenso. Y no pudo evitar darle vueltas. Intentar descubrir una razón a esa expresión que no fuera la que ya había pensado. Creía saberla, pero le dolía tanto a ella misma que intentaba encontrar otros motivos, intentaba disipar sus sospechas porque no creía poder soportarlas.

Ninguno pudo decir nada, y probablemente nunca lo hubieran hecho.

-¡Ha despertado! -los gritos de John se escucharon a lo largo de las escaleras a medida que sus pasos se acercaba a gran velocidad a la sala en la que se encontraron. Ambos se pusieron en pie de un salto y miraron hacia la puerta, en la que John había parado, mirándolos con clara emoción en su mirada -. Ha despertado hace unos minutos.

Algo ocurrió entonces dentro de Brian. Era una sensación extraña y aliviadora, pero sobre todo enorme. Porque esas simples palabras le hicieron volver a sentir la paz que llevaba anhelando desde hacía más de un día.

Él solo pudo suspirar de alivio, sintiendo que un peso de toneladas se había desprendido de su espalda, y Elizabeth tan solo siguió los pasos de John por las escaleras, los cuales avanzaban a gran velocidad para llegar lo antes posible.

Nada más volver a abrir la puerta de la habitación en la que Roger se encontraban, vieron, efectivamente, al chico despierto con otras dos personas tomándole con delicadeza de los brazos.

-Te he dicho que no, Roger, no me hagas repetírtelo -Freddie le echaba la bronca con una expresión que reflejaba preocupación y enfado, pero sobre todo tranquilidad y felicidad de ver a su mejor amigo despierto.

-Deberías quedarte quieto -Jim, al otro lado, le empujó de los hombros para que volviese a quedar acostado completamente.

Roger no había dicho ni una palabra desde que despertó, pues lo primero que hizo nada más abrir los ojos fue intentar incorporarse, con cara de auténtico terror como temiendo cualquier cosa que estuviera a su alrededor.

Pero entonces miró a Elizabeth y ella le miró a él.

Fue cuando dejó de forcejear, con la poca fuerza que aún poseía, y los otros dos fueron capaces de volver a acostarle y cubrirle hasta los hombros con las sábanas.

-Así me gusta -dijo Jim para después relajarse un poco. Sin embargo, Freddie no fue capaz de decir nada. Tomó asiento en la silla al lado de la cama, de la que no se había despegado ni un solo momento y hundió la cabeza en sus manos, suspirando aliviado y susurrando palabras que ninguno pudo escuchar. Pero Roger tampoco fue capaz de prestarle la atención necesaria. En su lugar, tenía la mirada agotada y sufrida puesta sobre la joven que acababa de entrar en la habitación.

-Dejadme ver -Eli se acercó decidida a hacia el escritorio de la habitación, manteniéndose seria y serena y sintiendo una mirada ajena sobre sus pasos.

Mojó un trapito en el cubo situado a unos pocos metros de la puerta, tomó un pequeño tarro cerrado que había a un lado y se acercó a la cama.

Freddie continuaba tapándose el rostro, Jim pensó que incluso había empezado a llorar, claramente de alivio, por lo que tuvo la necesidad de acercarse y apoyar una mano sobre su hombro para darle un ligero apretón.

Solo entonces Roger dejó de mirar a la muchacha para prestar atención a su mejor amigo. Fue cuando se dio cuenta de todo, fue como si el peso de la verdad sumada a los recuerdos le cayera encima como un cubo hasta arriba de agua helada. Lo recordó todo. Desde hablar con Dylan en su casa hasta la pelea, los golpes que recibió en ella más los que recibió en el mercado. Toda esa gente burlándose, golpeándolo, humillándolo y aberrándolo. Pero los insultos y las palabras dolieron muchísimo más que los golpes.

Y por un momento dejó de pensar en ese dolor. En su propio dolor. Dejó de pensar en ello al ver a Freddie porque sintió el dolor de su amigo mucho más intenso que el suyo. Y a pesar del dolor que le provocó ese leve movimiento, deslizó la mano por las sábanas hasta llevarla a la de Freddie, una con la que aún se cubría el rostro. Y fue sentir ese frío y áspero tacto lo que le devolvió de nuevo a la Tierra. Apartó las manos y le miró. Roger tenía la mirada húmeda y roja, pero Freddie la tenía peor a pesar de las circunstancias.

-Eres un hijo de puta -susurró el moreno y justo después se echó a sus brazos. Pero no lo hizo con fuerza, sino que le abrazó con todo el tacto y cuidado que pudo pero manteniendo el contacto que ansiaba desde hacía más de un día. Y Roger se dejó fundir en ese abrazo que necesitaba tanto sin saberlo. Porque como Freddie, también empezó a llorar. Y lloró porque supo que se había confundido. Porque nadie le otorgaría jamás el cariño y afecto que Freddie sabía otorgarle, o al menos eso creía.

Y Freddie le abrazó porque no quería alejarse de él nunca más. Porque a pesar de no haber sido su culpa él la sentía como tal. Podría haberlo evitado, nadie podía decirle lo contrario. Pero no fue rápido, no fue útil, y ahora Roger se encontraba así. Y fue volver a ver sus preciosos ojos azules lo que le hizo reaccionar, lo que le devolvió la vida que no sabía que había perdido desde que Roger cerró los ojos. Los ojos de su familia; de su hogar.

-No vuelvas a hacerme esto -pidió contra su hombro. Roger sentía las lágrimas mojarle el cuello.

-Lo siento -su voz se percibía ronca y le costaba demasiado decir palabra. La garganta le dolía.

-No -pasados esos minutos se apartó. Freddie acunó el rostro de su amigo con las manos y le miró a tan solo unos centímetros de distancia. Las lágrimas descendían por las mejillas de ambos sin descanso -. Yo lo siento, no debería haber dejado que ocurriera esto.

-No lo es... -habló en voz baja pero terminó por toser. Se alejó de Freddie y apoyó de nuevo la cabeza en la almohada. Cerró los ojos y llevó una de sus manos a la gasa que cubría la herida en su cabeza. Le dolía demasiado, sentía que la cabeza le estallaría en cualquier momento.

Elizabeth, que hasta entonces se había mantenido al margen con los utensilios en las manos, se acercó los centímetros que le quedaban.

-Debería curarle y ver que todo esté bien.

-Tú no eres médico -habló Freddie sin dejar de mirar al rubio. Ahora le había tomado de la mano con la que no se sobaba la cabeza en busca de un alivio difícil de encontrar.

-Mi abuelo fue doctor, y no es necesario llamar otra vez a un médico sabiendo que yo tengo los conocimientos necesarios para continuar con la labor que él empezó -intentó persuadir, pero Fred parecía distante, como si no le importaran sus palabras.

La joven miró a Jim, intentando pedir auxilio con la mirada pero el joven se encogió de hombros. Elizabeth suspiró y volvió a poner su atención en el moreno.

-Confía en mí.

-Mira cómo acaba la confianza -fue entonces cuando Freddie se dignó a mirarla. Y fue tan firme e inexpresiva su mirada que un escalofrío recorrió el cuerpo de la joven.

E hizo algo que sorprendió a los dos adultos ante él. Freddie se puso en pie.

Se inclinó un poco para dejar un pequeño besito sobre la mejilla de Roger y estuvo dispuesto a girarse pero el menor le apretó la mano que aún mantenía enlazada con la suya y evitó que se moviera. Cuando Fred bajó la vista hacia él vio que este le miraba con pánico, suplicándole con ella que no se marchara.

-¿A dónde vas? -su voz seguía manteniendo un volumen excesivamente bajo, pero a pesar de eso se entendió perfectamente.

-Voy a estar justo ahí -señaló la puerta -. No te preocupes.

Pero Roger no le soltaba la mano, incluso la apretaba con más fuerza. La poca que le quedaba.

-No.

-Prometo volver antes de que te des cuenta.

Eso pareció suficiente para convencerle. Freddie no quería irse, claro que no, pero necesitaba tomar un poco de aire y desahogarse sin que Roger estuviera delante. No había salido de la habitación para absolutamente nada desde que llegaron y no creía poder seguir soportando tanto agobio.

Entonces Roger aflojó el agarre en su mano y Freddie pudo soltarle. Forzó una sonrisa para transmitirle tranquilidad y se giró. Salió con Jim a un lado sin siquiera mirar a Elizabeth antes de hacerlo. Y cerró la puerta.

Roger volvió a mirarla, y ella volvió a mirarlo a él.

La chica se acercó y se sentó en la silla que Freddie había dejado libre.

Dejó el trapito húmedo y el tarro sobre la mesilla a un lado de la cama y con ambas manos apartó las sábanas que cubrían al rubio, dejando su entumecido cuerpo a la vista vistiendo un pijama blanco de algodón.

-¿Te duele? -preguntó. Roger asintió sin dejar de mirarla.

Ella llevó las manos a los botones de la camiseta y comenzó a desabotonarlos uno a uno. A medida que eso ocurría, Roger sintió algo. Algo que no tenía nada que ver con el dolor físico que sentía, sino eso que había dejado de sentir hacía semanas. Era verla a ella y no pensar, porque se quedaba bloqueado.

Una vez la camiseta estuvo abierta por completo, Roger se permitió bajar la mirada hacia su propio abdomen y lo que vio le dejó sin aire.

-Tienes rotas varias costillas -habló Eli mientras abría el tarro que había traído consigo. Tomó una pequeña porción del ungüento con los dedos y los acercó a su abdomen pero antes de llegar a tocarlo frenó -. Posiblemente te duela un poco, y lo notarás frío.

Roger no dijo nada, simplemente dejó escapar un gemido de dolor cuando los dedos de la chica esparcieron el producto con delicadeza y tacto, intentando hacer el menor daño posible pero no pidiendo disculpas cuando Roger se quejaba en voz baja.

Una vez estuvieron cubiertos todos los hematomas, cerró el tarro y tomó la pequeña toalla que había mojado. Se acercó más a él y retiró la gasa que cubría la herida de su cabeza. Empezó a limpiar la sangre seca que había vuelvo a manchar la misma.

Esta vez Roger no se quejó, pero no se atrevió a mirar teniéndola tan cerca, sino que mantuvo la mirada en otra cosa que le causó aún más dolor. La mano que la oven apoyada en su regazo. En el dedo anular se situaba una bonita sortija con un diamante brillante en el centro.

-Brian está abajo -escuchó. Aquello hizo que Roger volviera a mirarla. Elizabeth había dejado de limpiarle la herida y había vuelvo a colocar una gasa limpia sobre ella.

Roger tragó saliva a medida que sentía un nudo formarse en la boca de su estómago. No pudo decir nada.

-Está bien... Ya sabes, por si te preguntas si está preocupado o algo -ella intentaba no mirarle, pero cuando lo hizo no pudo seguir mintiendo.

Era la mirada de Roger, el dolor plasmado en ella. Era similar al que había visto en su marido minutos antes; el que llevaba viendo en él desde la boda. La misma puta mirada de dolor, de no tener lo que quería, de haber perdido algo y de desear lo mismo con esa intensidad tan insufrible. Y lo notó. Ya no necesitaba más pistas. No necesitaba nada más.

Todo estaba claro.

-Él... -Elizabeth bajó la mirada durante un segundo. Sus dedos jugaron con la sortija de su dedo anular -. Él está casado -sentenció. Y con sus palabras su mirada volvió a ponerse con dureza sobre Roger.

El chico la miraba con la misma expresión. Seguía sin poder decir nada. Sin poder moverse. Casi sin poder respirar.

-Yo soy su mujer -le mantuvo la mirada unos segundos, pero cuando Roger continuó sin decir nada y cuando sintió sus propias lágrimas acumularse en sus ojos Elizabeth soltó una pequeña risa. Una risa que vino acompañada por la caída de unas pocas lágrimas.

-Yo...

-Cállate -pidió. Llevó las manos a su rostro y las apartó -. No quiero que digas nada, solo quiero que me escuches -Roger la observó atento a la vez que confundido. Ella suspiró antes de continuar -. Lo sé -dijo al fin -. Lo sé todo, y lo odio. Empecé a sospechar el día que te conocí en el parque frente a la iglesia. Fue demasiado obvio -volvió a soltar una risa para nada feliz, venía acompañada de un evidente dolor -. Vuestras miradas, tu reacción y la reacción de Brian... Todo. No se os da bien disimular. Y sin embargo no quise darme cuenta en ese momento, tan solo lo dejé pasar.

Los ojos se le volvieron a inundar de lágrimas a la joven, pero esta vez no llegaron a caer. Permanecieron en su sitio empañando su vista y evitando que viera con claridad la expresión de Roger que, siendo sinceros, era imposible de descifrar.

-Antes de la boda ya actuaba extraño, debí darme cuenta también entonces, pero de nuevo no quise hacerlo. Y después de casarnos... -el rubio sintió la mirada de Eli incidir en la suya como un disparo. Tan fija y agresivamente que le costó sostenerla -, después de casarnos fue peor. Todo fue de mal en peor. Y ahora... ahora no me mira como te mira a ti. No me piensa como te piensa a ti. Y no me ama como... -se mordió el labio inferior y evitó continuar.

Roger sentía que volvía a derrumbarse por dentro, y Elizabeth sentía exactamente lo mismo.

-Pero tú no lo entiendes -continuó -. No entiendes nada de esto y jamás lo harás. Pero estamos casados y un matrimonio no puede romperse por nada del mundo.

-Yo no...

-Él es mi marido -alzó un poco la voz, tanto que Roger quiso encogerse en su sitio -. Él va a estar conmigo toda su vida, va a envejecer a mi lado y vamos a formar una familia juntos, ¿lo comprendes? Porque no quiero ni pensar cómo se le ocurrió estar con un hombre y sinceramente me da igual. Pero está conmigo y no se separará de mí jamás. No lo separarás de mí jamás. ¿Entiendes eso?

Lentamente y con pesar, Roger asintió. Sentía las lágrimas acumularse en sus ojos como las de Elizabeth. Sentía de nuevo ese dolor agudo en el pecho que creía haber olvidado. El dolor de la verdad.

-Si de verdad le quieres... Si de verdad le amas, dejarás que permanezca a mi lado y no le arruinarás la vida -Roger volvió a asentir -, no me arruinarás la vida a mí tampoco. Porque no es justo... no es justo...

-No lo es... -susurró, y no se dio cuenta que un par de lágrimas resbalaban por los ojos de ambos.

Elizabeth intentó tranquilizar su respiración. Se restregó con ambas manos sus mejillas y sus ojos para apartar las lágrimas y volvió a poner su atención en él. Esta vez mucho más seria, más penetrante. Más violenta.

-En serio, Roger, piénsalo -dijo. Roger captó el volumen de su voz mucho más cortante que antes. Había dejado el dolor de lado para dar paso a la crueldad con la que empleó sus siguientes palabras. Unas palabas que Roger guardaría en su memoria durante el resto de su vida -. ¿Por qué iba a querer alguien como él estar con alguien como tú?

Fue entonces cuando Roger tuvo que apartar la mirada. Casi como si hubiera recibido un golpe más. Él último que le quedaba para terminar por creerse muerto. Estaba muerto por dentro. Creía estar muerto por dentro; completamente vacío.

-Y por mucho que te duela, tienes que reconocer que sería imposible.

Fue lo último que escuchó. Lo último que quiso escuchar.

Porque esas palabras eran ciertas. Y eran tan ciertas que quemaban. Quemaban demasiado. Y sin embargo no dijo nada. Las escuchó, las interiorizó y las aceptó. Porque nunca había escuchado algo tan cierto como eso.

Elizabeth percibió el silencio de Roger como un aviso para marcharse, así que se puso en pie. Sin embargo, tuvo que decir algo más antes de marcharse.

-En cuanto te recuperes, quiero que dejes mi casa lo antes posible. Y no quiero que vuelvas a acercarte a Brian nunca -pidió -. Por tu bien, el mío y el suyo. Todo es mucho mejor así.

Tomó su silencio como una respuesta. Al menos quiso creer que le había escuchado, y lo hizo pero se sentía incapaz de contestar siquiera con un simple asentimiento.

Por lo que Elizabeth se marchó cruzándose con Freddie en el pasillo que regresaba a la habitación. No cruzaron palabra, ni siquiera se miraron. Pero Fred supo que había pasado algo cuando se encontró con la mirada perdida y bañada en lágrimas de Roger sobre la cama.

Repitiéndolo una y otra vez en su cabeza.

"¿Por qué iba a querer alguien como él estar con alguien como yo? Me duele, pero tengo que reconocer que sería imposible."

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