Capitulo 12
Caminaban en completo silencio uno al lado del otro. Pero por algún motivo ese silencio no era incómodo, sino todo lo contrario.
De vez en cuando se miraban el uno al otro, en la mayoría de las ocasiones pillando al contrario desprevenido y distraído, pero cuando sus miradas tenían la bonita casualidad de encontrarse, ahogaban pequeñas risas nerviosas y miraban hacia otro lado.
Fueron unos quince minutos de camino tranquilo hasta que, cuando empezaron a dejar poco a poco la baja estética de las calles de Smithfield para dar paso a una mucho más elegante, Roger se atrevió a hablar.
-Entonces... ¿a dónde tienes pensado llevarme? -no quería emocionarse, de hecho Brian no había asegurado que fuese así, pero aquello lo percibía como una especie de cita. ¿Era tonto por creer que lo fuera? Quiso pensar que no.
-Enseguida lo sabrás, pero antes tenemos que hacer algo -Roger lo miró curioso.
-Ah, ¿sí?¿El qué?
-Tú mismo lo has dicho -apuntó señalando lo que llevaba puesto, y aunque Roger sabía perfectamente a lo que se refería por un momento no le sentó bien que se lo volviese a recalcar -. No puedes entrar así a donde voy a llevarte.
-¿Me vas a llevar a Buckingham o qué?
-Algo parecido -le sonrió y el más pequeño no pudo evitar emocionarse. ¿Cómo podía Brian ser tan guapo? Es que no era normal.
Caminaron unos cuantos pasos más hasta que Brian se detuvo frente a un edificio de arquitectura modernista. Frente a ellos se alzaba una puerta con grandes ventanales en ella tras los cuales se podía ver parte del interior del local.
-¿Estás de broma? -preguntó volviendo la vista a Brian. El rubio rió un poco pero al ver que el contrario lo miraba tranquilo y sin expresar nada la risa se le cortó de golpe.
-¿Tengo cara de estar de broma? -alzó las cejas y sin decir nada más se acercó, abrió la puerta y entró.
-¿Qué? ¡No! Brian, espera -intentó detenerle de todas las formas posibles, le agarró del brazo e incluso tiró en su dirección pero desgraciadamente el rizado tenía algo más de fuerza y tan solo quedó en eso; en el intento.
Roger no quería entrar. De verdad que no. No le apetecía volver a sufrir la vergüenza y el bochorno que el pastelero hacía unos días le había hecho sentir. Pero no le quedó más remedio que seguir los pasos de Brian, no podía dejarlo solo ahora y darle plantón. Entró a la tienda con la mirada pegada al suelo, intentando pasar desapercibido.
Caminó detrás del más alto, intentando por todos los medios posibles que el matrimonio sentado en unos pequeños sofás en una esquina no se percataran de su presencia. Brian se acercó a un hombre de porte elegante y monóculo que se situaba detrás de un diminuto mostrador.
-Buenas tardes -Brian le dedicó una de sus tan famosas amables sonrisas.
-Buenas tardes, ¿qué se le ofrece, joven May? -en cualquier otro momento, Roger habría reído por aquella escena. Los momentos tan serios e innecesariamente formales le habían dado siempre ganas de reír. Pero en ese momento lo único que pudo hacer fue asomar la cabeza por el hombro de Brian para mirar al hombre.
Era delgado, tenía canas y arrugas en la comisura de los ojos. Pero para su propia sorpresa, cuando hizo contacto visual con Roger, inspecionándolo con la mirada como todo el mundo hacía fuera de Smithfield, no le dedicó una mirada desagradable. Sino que, en su caso, no borró aquella sonrisa que mostró con su llegada.
-Quería comprar algo de la talla de mi amigo -Brian se hizo a un lado para dejar ver completamente a Roger que, de inmediato, se puso colorado. No dijo nada mientras el señor le analizaba con la mirada, una mirada que seguía siendo amable.
Pero no se fiaba. Nunca se fiaba de nadie y no iba a hacerlo ahora por un par de sonrisas que muy probablemente serían falsas.
-De acuerdo, ¿tendría el gusto de decirme su nombre, muchacho? -observó a Brian que le miraba como diciéndole que contestase. Entonces, más tranquilo, volvió a mirar al que aún esperaba por una respuesta.
-Roger, señor -no sabía muy bien cómo referirse a él y la verdad es que imponía bastante.
El matrimonio que a su espalda había estado charlando tranquilamente habían analizado a la pareja recién llegada a fondo. La mujer se levantó de un salto y tras llamar de un golpe en el brazo a su marido este se puso en pie también.
-Ya nos vamos, papá -dijo la mujer poniéndose su abrigo de pelo caro. El hombre a su lado le ayudó a colocárselo y cuando ambos estuvieron listos se dirigieron hacia la puerta.
-Está bien -el matrimonio miró con desaprobación a Roger, escrutándolo de arriba abajo y negando con la cabeza antes de marcharse.
Eso no le molestó.
-Encantado, Roger. Mi nombre es Harry -continuó ignorando las miradas de quienes se acaban de marchar. Dio la vuelta a su pequeño mostrador y se situó a su lado.
Le pidió que lo acompañara hasta detrás de un biombo situado en otra sala paralela a la recepción. Mientras lo seguían, Roger le dedicó una mirada completamente confusa y medio asustada a Brian quien rió bajito al mirarle. Pero no dijeron nada.
Hizo a Roger subir a una pequeña tarima y le pidió que se quitara la chaqueta, los pantalones y los zapatos. Aquello hizo que se muriera de vergüenza. Tan solo le quedaba puesta una fina camisa de manga corta y los calzoncillos holgados y ninguno de los dos hombres le quitaba la mirada de encima.
Él intentaba, por todos los medios posibles, evitar la mirada de Brian. Se giraba un poco y se tapaba como podía con los brazos mientras Harry le medía cada parte de su cuerpo y anotaba esas medidas en un cuaderno.
Odiaba su cuerpo. La falta de comida hacía que prácticamente estuviese consumido en sus propios huesos, y no era solo él, Freddie estaba casi exactamente igual. No era su culpa pero ahí estaba. Los huesos de las rodillas se marcaban más de lo que deberían, al igual que los de los codos y la clavícula. Y por no hablar de las costillas que, gracias a que la camisa no había tenido que quitársela, Brian no podía verlas.
Pero aquella percepción del rubio distaba mucho de lo que Brian en realidad opinaba. En ningún momento su pensamiento fue negativo sino todo lo contrario. Se deleitó con la imagen delante de él porque aquello era lo más cerca que había estado de verlo de ese modo y que no fueran sus propias fantasías sexuales, las cuales le consumían los sueños cada noche.
Tuvieron que esperar unos veinte minutos a que Harry encontrase el traje adecuado para Roger y le realizase algunos retoques para que se ciñese bien a su desmejorado cuerpo.
Pasado ese tiempo el hombre volvió con un precioso traje entre sus brazos y le pidió a Roger que entrase solo al vestuario. Brian esperó fuera.
Y cuando salió lo que vio lo dejó perplejo.
Roger salió de detrás del biombo con un precioso traje de terciopelo verde oscuro, casi negro, cuyo color resplandecía con los rayos de luz. Se ceñía a su cuerpo como si hubiese nacido para llevarlo, incluso Harry se había molestado en peinarle mejor el pelo que, aunque ya estaba guapo antes de hacerlo, ahora se veía mucho más elegante.
-Oh... -Brian se atragantó con su propia saliva y tuvo que apartar la mirada un momento para recuperar el aire que parecía haberse quedado atrapado en sus pulmones.
-¿Te gusta? -preguntó con timidez y las mejillas encendidas. Harry miraba de uno a otro con una sonrisa que no mostraba los dientes pero que hacía que las arruguitas de la comisura de sus ojos fuesen más notorias.
Brian solo pudo mover la cabeza de un modo que pretendía ser un asentimiento y que acabó por sacarle una pequeña risa al más pequeño.
-Estás muy guapo, Roger -comentó Harry.
-Gracias.
Y fue totalmente sincero. Porque ese hombre era el único, a parte de Brian, que se había dirigido a él como lo que realmente era: una persona. Que no lo había mirado mal ni lo había juzgado por simples apariencias. Fuera cual fuese su verdadero pensamiento sobre él lo había mantenido dentro de su propia cabeza para no hacerlo sentir mal. Y eso ya era bastante.
Brian pagó lo que, para Roger, fue una fortuna. Tanto que la cara se le quedó pálida, la boca completamente seca y fue el mayor quien tuvo que sacarle de allí a pequeños empujones porque no era capaz de moverse.
Una vez en la calle, no pudo evitar mirarlo como si hubiese cometido una desfachatez.
-¿Cuánto ha dicho que era? -su voz sonó muchísimo más aguda de lo normal. Brian rió.
-Deja de preocuparte tanto.
No tuvo tiempo de rechistar o de decir algo más pues al instante Brian le tomó la mano y comenzó a arrastrarlo calle arriba. Y le hubiera dado tiempo a emocionarse de no ser porque al momento en que sintió la mano del mayor tomar la suya, tuvo que apartarla de un tirón.
Aquello provocó un frío inexplicable en las palmas de ambos.
Roger miró hacia ambos lados con un poco de miedo, asegurándose de que nadie lo hubiese visto. Entonces Brian comprendió. Murmuró un casi imperceptible "lo siento" y volvieron a retomar el camino, esta vez caminando tranquilamente uno al lado del otro, sin a penas rozarse.
Brian tenía las mejillas rojas de vergüenza
Pero el rubio tuvo la suerte de olvidarse del tema tan rápido como terminó pues, para su sorpresa y desconcierto, ya no era un bicho raro en ese sitio. Iba vestido exactamente igual a como lo hacían las personas que aún paseaban por las calles de Londres. Incluso algunos llegaron a dedicarle pequeñas sonrisas amables, como unas jóvenes que se le quedaron mirando con demasiado descaro.
Si supieran que soy gay y pobre...
Aquello consiguió sacarle una pequeña risa que consiguió camuflar torciendo la cabeza. De reojo miró a Brian que seguía caminando con su habitual porte elegante. Se sintió un poco pato a su lado por lo que intentó imitarle. Estiró el cuello, sacó pecho y caminó con la espalda recta, moviendo las caderas exageradamente pero sin darse cuenta.
-¿Pero qué narices haces? -rió Brian nada más verle.
-Caminar como vosotros -dijo con orgullo y el rizado no pudo evitar reírse más.
-Pareces un flamenco estirado.
Roger se dio por vencido y volvió a sacar chepa pero riendo al igual que el otro. Gracias a ese momento parecía habérseles olvidado el anterior percance de las manos.
Pronto llegaron frente a un caro y lujoso restaurante. Al entrar, Roger no se sintió tan mal como las otras veces. En esta ocasión encajaba, en esta ocasión era uno más y la gente le hablaba y se dirigía a él con amabilidad y respeto. Y claro, eso no dejaba de ser hipócrita en su opinión, pero se dio el gusto de disfrutarlo durante al menos un día.
Mientras Brian pedía una mesa para dos, Roger se permitió darse el lujo de observar el interior del restaurante. Todo era muy grande, lleno de muebles caros con mesas de caoba y sillas forradas de terciopelo granate, enormes ventanales con vidrieras y velas que decoraban todo el lugar. No pasó por alto el hecho de que la mayoría de los presentes allí eran parejas en una cena romántica. Aquello le puso las mejillas coloradas al mismo tiempo que hizo que su corazón latiera con fuerza dentro de su pecho.
Seguía sin estar confirmado, pero él quería creer que aquello era una cita.
El mesero les dirigió a su mesa y los dos tomaron asiento. Roger observó embobado como los camareros colocaban montones de cubiertos sobre la mesa y les preguntaban amablemente qué querían de beber.
Brian pidió un vino que tenía un nombre raro y que Roger desconocía.
-¿Qué te parece? -a Brian se le notaba ligeramente nervioso. No conocía a Roger demasiado pero a veces tenía la impresión de que al menor no le iban esas cosas. Que se había criado en una realidad mucho mayor y cruenta que él y que por lo tanto aquello solo era una obra de teatro ante sus ojos. Pero para su rica sorpresa, Roger le dedicó una sonrisa que bien podría ser comparada con la de un niño pequeño.
-¡Esto es genial! -le susurró emocionado. Brian rió. Era estupendo ver al rubio con los ojos brillantes de emoción y curiosidad. Y mucho mejor que él fuese el causante de dicha emoción.
Roger tomó la carta que descansaba sobre su plato y comenzó a leer el menú. Bueno, siendo sinceros... fingió leer. De repente le entró la risa floja. Brian lo miró por encima de su propia carta.
-No tengo idea de lo que son estas cosas -mentira no era pero verdad del todo tampoco -. Pide tú por mí.
Esa era una maravillosa forma de disfrazar su analfabetismo.
-¿Estás seguro? Dudo que tengamos el mismo gusto por la comida -comentó con las cejas alzadas.
-Estoy seguro de que no tenemos el mismo gusto por nada.
Ambos se sonrieron unos segundos hasta que Brian aceptó su propuesta. Cuando el camarero regresó con una botella de vino y su pregunta sobre lo que cenarían esa noche, Brian dijo tantas cosas que en la segunda oración Roger ya estaba perdido.
Mientras esperaban por la comida estuvieron charlando tranquilamente. Se dieron el gusto de conocerse más profundamente. Hablaron de temas banales pero que, al ser ellos los interlocutores, por un momento fueron importantes. El tiempo pareció volar ante sus ojos y antes de darse cuenta ya tenían el primer plato sobre la mesa.
-¿Caviar? -Roger levantó una ceja.
-Tú mismo lo dijiste, necesito mi ración diaria -aquello le sacó una carcajada al más pequeño que tras negar con la cabeza tomó los cubiertos. Se quedaron en silencio y por un segundo Roger se sintió perdido.
Siempre había comido con las manos.
De reojo miró a Brian tomar los cubiertos con elegancia e intentó imitarle. Supuso que lo hizo bien puesto que nadie lo miró raro o algo.
-¡Puaj! Esto está malísimo -dijo entre fingidas arcadas. Brian rió mientras el rubio echaba la comida en su servilleta de papel mientras soltaba ruidos raros y asquerosos por la boca. Muchas de las parejas que los rodeaban se giraron para mirarlos con desaprobación pero no pudo importarles menos -. ¿Cómo eres capaz de meterte esto al estómago?
-No tienes que comértelo si no te gusta.
-Oh no, es caro ¿cierto? Solo por eso me lo comeré -rió y se obligó a sí mismo a tragarse la siguiente cucharada.
A decir verdad después de las primeras cucharadas su paladar se iba acostumbrando a ese sabor tan desconocido por lo que no terminó de disgustarle del todo.
El resto de la cena fue, si podía ser, más agradable aún. Palabras de las que el contrario se quedaba prendado, risas que intentaban ser ahogadas con servilletas de papel, miradas y sonrisas que se dedicaban cuando el otro estaba distraído...
Para Roger fue una de las mejores noches de su vida. Mucho mejor que las que pasaba en Hole. Muchísimo mejor.
Y Brian tampoco podía decir lo contrario. Con la única persona con la que alguna vez se había sentido tan conectado y cómodo había sido Elizabeth y no estaba seguro de admitir que, en esta ocasión, había sido mucho más especial.
El repentino recuerdo de su prometida hizo que se le revolviese el estómago.
¿Debería contárselo? ¿Que dentro de unas pocas semanas se casaría?
No, ¿para qué hacerlo? No le debía nada, no eran nada y nunca lo serían. Eso estaba claro.
Ambos eran hombres y tan diferentes...
Después de la agradable cena que terminó con los pensamientos negativos de Brian tomaron sus chaquetas y salieron a la fresca calle de Londres. Ya era tarde, serían más de las diez de la noche, y ya no quedaba a penas nadie por la calle.
Ese hecho más el silencio que los inundaba a ambos hizo que Roger tomara la iniciativa. Con valentía, de la que siempre le gustaba fardar y aprovecharse en Hole, tomó la mano de Brian con la suya. Por un momento se mantuvo tenso y con la mirada pegada al suelo esperando por el rechazo del mayor. Pero se sorprendió gratamente cuando, pasados unos segundos de indecisión, Brian terminó por enlazar sus finos dedos con los más pequeños.
Roger ocultó una pequeña sonrisa mirando hacia el lado contrario.
Pero Brian no pudo ni quiso ocultar la suya. No sabía por qué pero la mano de Roger encajaba a la perfección con la suya. Sonaría muy estúpido o algo, excesivamente romántico y empalagoso, pero era un simple sentimiento. El sentimiento de creer por un segundo que Roger había nacido para estar con él, algo que no le había ocurrido nunca con Elizabeth.
La mano de Roger estaba tibia y ligeramente áspera debido al frío y contrastaba con la suave y cálida piel de la de Brian. Pero no se soltaron en todo el camino. Un camino que, por cosas del azar, los acabó llevando hasta un parque algo apartado de edificio altos. Tomaron asiento en uno de los bancos situados bajo un árbol y al lado de un pequeño estanque.
Los parques así en el centro de Londres escaseaban, pero Brian conocía ese muy bien.
-Solía jugar con John aquí todos los días cuando éramos pequeños -comentó sin a penas darse cuenta y con una sonrisa nostálgica en los labios.
-¿De verdad? -hizo esa pregunta por educación porque en realidad no le importaba lo más mínimo cualquier cosa que tuviese que ver con John.
-Sí -rió bajito y señaló un pequeño barrizal bajo unos columpios de madera -, ahí se rompió los dos paletos con seis años. Le hice la zancadilla por ganarme al ajedrez -con aquellas palabras Roger sí rió pues se imaginó a un John pequeño con la boca sangrándole y llorando un mar de lágrimas.
No se sintió mal por hacerlo.
Se hizo de nuevo el silencio ya que ninguno de los dos sabía qué más decir. Roger bajó la mirada y contempló sus manos aún enlazadas. Brian siguió su mirada hacia el mismo lugar. Volvió a sonreír.
Algo se revolvió dentro de su estómago con esa simple y pequeña imagen, una imagen que muchos considerarían antinatural y criminal, pero que en sí era bonita.
Levantaron las miradas al mismo tiempo. Azul y marrón chocaron de un modo casi mágico, penetrando en los profundos ojos del contrario que eran capaces de desvelar mucho más que sus propias palabras. Se quedaron así. Estaba bien, era agradable.
-Eres muy guapo -las palabras salieron de los labios de Roger antes de que pudiese hacer algo para detenerlas -. Digo... -apartó la mirada avergonzado y con un notorio rubor en las mejillas.
Brian no pudo evitar ponerse nervioso pero al mismo tiempo le pareció una revelación, a parte de orgullosa para él, adorable. Musitó una leve sonrisa y tomó a Roger del mentón para que volviese a mirarle. De nuevo sus miradas chocaron y se permitió acariciarle la mejilla con la yema de sus dedos.
Los ojos de Roger brillaban resplandecientes a pesar de la oscuridad de la calle, podría ser perfectamente gracias al brillante reflejo de la luna. La suave brisa de aquella noche de mayo revolvía los finos mechones de pelo que descansaban sobre su rostro.
Juraría no haber visto en su vida a alguien más precioso que él.
Esta vez no pudo compararlo con Elizabeth, no podía porque por esta ocasión tenía claro el vencedor.
Roger puso su mirada en los labios del contrario. Unos labios que estaban entreabiertos y que parecían querer buscar lo que él mismo estaba buscando, lo que necesitaba o que al menos creía necesitar. No podía negarlo, tenía ganas de besarlo. Las había tenido desde el día en que se conocieron pero no quiso admitirlo antes.
Y se acercó unos centímetros sin apartar la mirada de esos labios rosados pero... pero no pudo. Simplemente no pudo y tuvo que apartarse.
Brian sintió una presión en el pecho cuando Roger se puso en pie alejándose de su tacto. Su mano se heló al contacto con el aire de nuevo.
-¿Nos vamos? -preguntó el rubio algo incómodo esta vez.
-Sí, claro -Brian se puso en pie y antes de hacer otro movimiento Roger comenzó a caminar por delante de él, casi sin esperarle. Tuvo que avanzar unos pasos a grandes zancadas para situarse a su lado. Pero esta vez Roger se abrazaba a sí mismo con los brazos. No por frío sino para evitar el posible contacto con la mano de Brian de nuevo.
Lo hubiese besado... de verdad que lo hubiese hecho. Pero con él era diferente, lo sentía diferente. No quería sentirse como la puta de nuevo, el chico fácil con el que todo el mundo se acostaba y ya. Tenía miedo de que al fin y al cabo fuese eso lo que Brian quisiera. Una noche de sexo y ya está. Porque es lo que siempre habían querido todos.
Y no quería que aquel sueño tan maravilloso a su lado se esfumase.
Esta vez caminaron en silencio todo el trayecto hasta el edificio de apartamentos en el que vivía el rubio.
A su llegada, ambos pararon en seco y Roger se giró para mirarle.
-Me lo he pasado muy bien -sonrió pequeño. Brian hizo lo mismo.
-Entonces espero volver a tener otra cita así contigo -no se dio cuenta de lo que había dicho hasta que los ojos del más pequeño lo miraron sorprendido -. Ehm... bueno...
-Claro -Roger sonrió tan resplandeciente que Brian no quiso rectificar sus palabras. Había dicho cita pero... por alguna razón se sentía bien. Se sentía normal.
Roger se puso de puntillas y sin previo aviso le dio un corto beso en la mejilla. Un beso que a penas duró un segundo y que dejó a Brian plantado en su sitio.
-Hasta pronto -con las mejillas coloradas de bochorno Roger corrió a la puerta del edificio y se metió en él sin esperar respuesta.
Brian tuvo que esperar unos segundos hasta poder reaccionar. Aún creía sentir el fino tacto de los labios del más pequeño en la suave piel de su mejilla, un picor que le obligó a pasar sus dedos por la zona y sonreír como un estúpido.
Esa sonrisa no desapareció hasta llegar a su casa.
Y todo parecía perfecto, para ellos dos lo era. Y lo era porque no se habían dado cuenta de un pequeño detalle.
Alguien los había seguido desde el restaurante hasta el final. Fue testigo tanto de sus manos enlazadas, sus caricias en el parque y el último beso de despedida.
Y Dylan no estaba nada contento.
•••
¡Hola mis bonitas!
Voy a molestar un poco por aquí para decir una cosa, que aunque muchas de vosotras ya lo sepáis lo pondré de todas formas por si acaso.
Hace muy poquito subí un one-shot maylor y pues me haría mucha ilusión si os pasáis y votáis y demás. Se llama Let me fly. Es un poco sad pero le he escrito con todo mi amor y cariño❤️
Y ya está. Espero que os haya gustado este capítulo, que sois muy bonitas.
¡Os amo!
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