Capitulo 11
Brian se sentía en el paraíso.
Estaba tumbado sobre la gran cama de matrimonio de su habitación. Unos labios devoraban cada centímetro de su cuello; besando, chupando y mordisqueando. Unas manos ajenas le acariciaban cada parte de su torso sin dejar ni un solo rincón de aquel delicioso tacto que había comenzado hacía tan solo unos minutos.
Tomó el rostro de la persona entre sus manos y la alejó para mirarle a los ojos. Roger le sonrió. Tenía los labios rojos y húmedos y una mirada que demostraba todo lo que quería hacer con él en ese momento, todo lo que quería mostrarle y enseñarle. Brian también sonrió. Se veía hermoso.
El rubio volvió a acercarse al mayor y pasó la lengua por su mejilla, algo que lo encendió más. Sintió su piel erizarse y el bulto bajo sus pantalones creció aún más de lo que ya estaba a cada segundo que Roger le deleitaba con algún tipo de placer.
-Sigue... -gimió cuando volvió a sentir los labios sobre su cuello. Llevó ambas manos a su trasero y lo apretó provocando un suspiro del contrario. Roger soltó una pequeña risa y comenzó a desabotonar su camisa con una lentitud insufrible. Al dejar su pecho al descubierto volvió a repartir besos en esa zona, sacándole gemidos y suspiros.
Mientras no dejaba de atacarle con besos y lamidas bajó la mano hasta ponerla sobre su prominente erección. Nunca creyó haberla tenido tan grade. Gimió profundo cuando la mano del chico se coló bajo los pantalones y la ropa interior, comenzando a masturbar con lentitud aquello que estaba seguro lo volvería loco.
Todo lo que hacía Brian era gemir entre suspiros y palabras inteligibles. El movimiento de la mano de Roger era cada vez más rápido sin importar que aún tuviese la ropa puesta, aquello no significaba un impedimento para proporcionarle placer. Un placer que Brian no dejaba de considerar exquisito.
Quiso bajar aún más para llevar ese pedazo de carne a su boca, quería probarlo y saborearlo, pero Brian no se lo permitió. Sin previo aviso y de un rápido movimiento lo tuvo debajo de él y esta vez fue el mayor quien comenzó a devorar su cuello.
-Bri... -Roger llevó las manos a su espalda y clavó las uñas en ella. Enredó las piernas alrededor de su cintura y lo acercó más a él. El rizado comenzó a hacer movimientos que simulaban embestidas, con el propósito de rozar sus erecciones. Aquello volvió locos a ambos y los gemidos y suspiros de cada uno era lo único que podía percibirse en la habitación.
Pero notó algo raro.
Sin dejar de darle placer con constantes chupetones y besos en el cuello, bajó una de sus manos tal y como había hecho el otro anteriormente y la metió bajo la ropa del más pequeño.
Quiso tomar en su mano aquello que andaba buscando pero... no lo encontró.
-No pares... -suplicó en un gemido ahogado el rubio. Brian se separó y lo observó. Roger lo miraba con las pupilas dilatadas, ahogado en su propio placer y deseo de que Brian le hiciese suyo ese día.
Con rapidez llevó su propia mano hacia la de Brian y la apretó contra su intimidad, dejando escapar un gemido gustoso. Pero Brian se había detenido. Ahí abajo no había nada, o al menos no lo que esperaba.
Cuando volvió a clavar la vista el pecho del rubio se dio cuenta que bajo la camisa que aún llevaba puesta habían dos pequeñas montañitas. Los pechos de una mujer plenamente desarrollada.
Entonces subió la vista a su rostro y Roger ya no estaba, en su lugar era Elizabeth la que lo observaba con la cara roja de placer y los ojos húmedos y ardientes de deseo.
Brian se quedó perplejo.
La chica se dio cuenta del repentino cambio en la expresión de su prometido pero en lugar de preguntar, se lanzó hacia él para unir sus labios en uno de aquellos besos que pocas veces se regalaban. Brian tomó a Eli de las mejillas y continuó el beso pero, esta vez, con un sabor amargo en los labios.
El calentón de hacía unos minutos había comenzado a disiparse muy poco a poco.
Sin separar sus labios, la joven llevó de vuelta su mano a la entrepierna de Brian tan solo para encontrarse con una desagradable sorpresa.
-Se te ha bajado -dijo terminando el beso y mirando a Brian con el ceño fruncido. El rizado sintió que las mejillas le ardían de vergüenza y quiso alejarse de ella pero Eli no se lo permitió. Lo tomó de la nuca y volvió a acercar sus rostros -. No te preocupes, ya lo soluciono -quiso volver a meter la mano dentro de su ropa pero Brian fue más hábil y la tomó para alejarla de ahí.
-Espera -pidió y se alejó. Esta vez ella lo miró un poco triste, aunque también se podía apreciar cierto enojo en su expresión.
-¿Qué pasa? ¿Ya no tienes ganas? -intentó volver a poner la sonrisa pícara con la que había seducido a Brian tantas veces e intentó sentarse sobre sus piernas pero, de nuevo, el joven la detuvo.
-No, es que... sigo pensando lo que ya te he dicho todas las veces -dijo lo primero que se le pasó por la cabeza aunque, en realidad, esa siempre había sido la razón principal de su rechazo a hacer con Elizabeth algo más que no fuesen besos y toqueteos.
La chica lo miró sin un ápice de excitación esta vez y se volvió a abotonar los botones sueltos de su camisa.
-¿Pero qué más dará? -se quejó.
-No da igual, sabes que nuestros padres no quieren que hagamos esto hasta la noche de bodas -intentó convencerla de algún modo. Aquella conversación ya la habían tenido más de una vez pero en esta ocasión ese no era el único motivo.
Algo se le hacía raro dentro de su cabeza. ¿Por qué se había imaginado a Roger todo el tiempo?
¿Por qué se había empalmado con él y por qué Elizabeth no había conseguido excitarlo de ese modo? Estaba confundido pero, al mismo tiempo, estaba enfadado consigo mismo. No podía pensar de aquel modo con un hombre, por Dios, ¿en qué narices pensaba?
-Que les den a nuestros padres, no tienen por qué enterarse.
Brian negó con la cabeza y Eli soltó un bufido enfadado. Ahora también tenía ganas de golpearse, la había hecho enfadar y odiaba cuando eso ocurría. Sin levantarse de la cama giró para enfrentarla y tomó sus manos con las suyas. Ella lo miró aún con el ceño fruncido.
-Sabes que quiero hacerlo tanto como tú, Eli, de verdad -por un momento sintió una presión en el pecho, aquella que sientes cuando sabes que estás mintiendo -. Pero créeme, es mejor esperarnos. ¿Y lo especial que será cuando ocurra? La misma noche de nuestra boda -le dedicó una dulce sonrisa que solo consiguió hacer reír un poco a la joven.
Brian se sintió bien por hacerla reír.
-Lo sé -admitió. El enfado parecía haberse disipado -. Pero tengo muchas ganas de entregarme a ti. Nunca he tenido algo tan claro en mi vida -esta vez lo miró a los ojos con toda la sinceridad del mundo, una sinceridad que Brian pudo captar a través de aquellos ojos azul celeste que le recordaban tanto a la persona con quien ya había fantaseado -. Estoy enamorada de ti, Brian.
Y ya se lo habían dicho más de una vez. La primera vez que se sinceraron fue hacía unos seis meses. Y era cierto, ambos se habían enamorado en un corto período de tiempo. Brian pensó que jamás encontraría a alguien tan o más especial que Elizabeth, la consideraba única y realmente hermosa, porque lo era.
Pero en ese momento un nudo se instaló en su garganta. Un nudo que no le permitió hablar durante unos segundos pero que supo camuflar bien.
-Sabes que yo también -la chica sonrió y enrolló sus brazos alrededor de su cuello, apretujándolo en un fuerte abrazo lleno de un amor que, en ese momento, solo ella era capaz de transmitir.
°°°
Eran aproximadamente las seis de la tarde y Roger y Freddie se encontraban en la estrecha mesa de madera de la salita comiendo algo que no estaban seguros de haber probado alguna vez en la vida, aunque lo más probable sería que no.
-¿Y cómo decías que se llamaba esto? -preguntó Roger metiéndose un trozo de carne enorme a su boca. Hizo un sonido con la garganta que cualquiera que no supiera lo que estaba haciendo en realidad supondría que fue un gemido de placer.
-Y yo que sé -respondió Freddie con la boca llena y manchado la mesa con trocitos de comida que escupió. El rubio rió ante eso -. Solo le pedí que me diera lo más rico que tuviese. Tú solo calla y traga, que eso se te da muy bien.
-¡Eh! -se quejó y le dio un fuerte golpe en el brazo. Freddie se lo sobó mientras reía -. Cerdo.
Y es que por un día se habían sentido ricos. Con el dinero que Brian les había conseguido vendiendo todos esos libros habían decidido comprar algún tipo de comida "cara" para ellos. Y sí, cualquiera pensaría que eran unos irresponsables, que mejor guardar el dinero e ir gastándolo parcialmente en cosas importantes, más días de comida, pero estaban hartos de alimentarse a base de huevos, maíz y carne barata de cerdo, tenían ganas que probar algo distinto. Nadie podía culparlos por eso.
Tan pronto como terminaron de comer corrieron a la habitación para vestirse y prepararse para salir. ¿Hacía falta decir que irían a Hole? Yo creo que no.
-Eh, rubia -Roger se dio la vuelta mientras se ponía los pantalones y observó a Freddie mostrándole dos camisas completamente iguales -. ¿Esta o esta?
El más pequeño ahogó una risa.
-Son iguales, Fred.
-Tsh, ya lo sé -rió haciendo un ademán con la mano -. Solo quería hacerme el interesante durante un rato.
Optó por ponerse la más limpia de las dos, al menos algo era algo. Intentaron apañarse un poco los pelos y la cara frente al pequeño espejo de la habitación, empujándose el uno al otro y soltándose insultos pero entre risas. Aquello era algo cotidiano.
Pero entonces, cuando ambos ya estaban casi listos, alguien llamó a la puerta.
-Como sea Dylan de nuevo te corto los huevos por haber querido follártelo en casa aquella vez -le advirtió apuntándole con su dedo índice. Roger dejó escapar una carcajada en cuanto su amigo salió de la habitación para ir a abrir la puerta.
Aprovechó que estaba solo para ocupar el espejo él solo y continuar peinándose su cabello dorado. Comenzó a tararear una canción que escuchó la noche anterior en un pub mientras movía las caderas al mismo tiempo.
-¡Rog! -escuchó el grito de Fred desde el salón y, la verdad, no parecía muy contento. Dejó el peine en su sitio y se preparó mentalmente para enfrentar al pesado de Dylan y al furioso de Freddie.
Pero cuando llegó al salón se llevó una sorpresa que en el inicio no supo cómo interpretar.
-Hola -Brian le dedicaba una bonita sonrisa desde la puerta, aquella a la que había comenzado a hacerse adicto.
Y dio gracias a los Dioses porque hubiese estado poniéndose guapo los últimos veinte minutos. Sonrió de vuelta.
-Hola, ¿qué haces aquí?
El que no parecía nada contento era Freddie que miraba de uno a otro con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados frente a su pecho.
-Quería verte -aquello hizo que las mejillas de Roger se pusieran coloradas de inmediato. Sintió algo extraño revolverse en su estómago, unos nervios que solo sentía cuando tenía a Brian delante. Pero, aunque confusos, eran agradables -, e invitarte a tomar algo.
-¿De verdad? -preguntó esperanzado pero entonces sintió que estaba siendo demasiado obvio y demasiado fácil, así que se aclaró la garganta, borró su sonrisa y lo miró con las cejas alzadas -. ¿Te crees que es todo tan fácil?
Pero Brian no era capaz de dejar de sonreír. Miraba a Roger con un brillo en sus ojos que, aunque el rubio no lo sabía, no había tenido nunca. Esa mirada hizo poner más nervioso al pequeño (si aquello era posible).
El rizado se encogió de hombros.
-Pensé que te apetecería ir a un restaurante. No sé, será otra de mis escusas para seguir disculpándome contigo.
Pero en el fondo sabía que había algo más.
-¿A un restaurante? -preguntó realmente sorprendido. Y no era el único, Freddie también parecía haber perdido durante un segundo su enfado.
-Sí, ¿no te parece bien?
-Ehm... no, quiero decir, sí... -Brian rió ante el lío mental que el más pequeño parecía estar sufriendo, pero entonces su mirada viajó por el cuerpo de Roger y posteriormente por el de Freddie, dándose cuenta de lo obvio.
-¿Ibais a salir?
-Pues sí, querido.
-En realidad no -Roger habló sobre las palabras de Freddie quien lo miró estupefacto. El rubio se mordió la lengua y apartó la mirada de él, no podía soportar el modo en que lo miraba -. Digo, no era importante, ¿cierto?
Freddie le miró con una expresión que fue demasiado difícil de explicar. Era cierto lo de que a Fred nunca, o casi nunca, le afectaban las palabras o las acciones de otros, pero cuando se trataba de Roger era completamente diferente. Él era la única persona que le quedaba en el mundo y viceversa, su mejor amigo casi hermano, por lo que en este caso sí importaba. Y mucho. Quizás demasiado.
-Cierto -concluyó aunque al decir esas palabras sintió una presión en el pecho. De nuevo el sentimiento de la mentira. Habló de un modo serio y cortante, su único modo para ocultar lo que realmente estaba sintiendo. Aunque para Roger aquello no funcionaba. Él lo conocía lo suficiente como para saber que todo lo que decía, en realidad, no lo sentía -. Que os divirtáis -pasó de largo y rozando el hombro de Roger a propósito se encerró en la habitación con un portazo.
Roger bajó la mirada. Se sintió fatal por dejarle plantado.
-¿Estás seguro? Puedo venir mañana si lo prefieres -habló Brian que se había quedado sorprendido por aquella escena. Pero Roger levantó la mirada y forzó una sonrisa.
-Sí, tranquilo. No es importante, de verdad -tomó la chaqueta que descansaba sobre el sofá y se la colgó al brazo -. Entonces... -dio unos saltitos hasta situarse frente a él -, a un restaurante, ¿eh?
-Pensé que sería lo apropiado, intuí que nunca habrías estado en ninguno.
-Intuiste bien -entonces cayó en algo y la sonrisa se borró de su rostro -. Pero... no me van a dejar pasar así -admitió señalándose la ropa.
-Deja de preocuparte, ya lo tengo todo pensado.
Vaya. No supo si sentirse bien por que Brian hubiese planeado aquella escapada con detenimiento o mal porque al mismo tiempo hubiese reconocido que era un completo desastre.
Pero decidió no pensar en ello y disfrutar. Ambos salieron del apartamento y de él a la calle. Roger no volvió a pensar en Freddie; en que le había dejado plantado. Ni siquiera se le pasó por la cabeza haber ido a animarle, a ver como estaba o a despedirse antes de marcharse. Algo que, estaba claro, antes de conocer a Brian habría hecho.
Porque eso es lo que parecía estar haciendo el rizado al aparecer en su vida. No solo cambiar su modo de vivirla y de verla, sino cambiarlo también a él.
A veces esos cambios eran buenos pero, en otras ocasiones, no resultaban ser tan positivos.
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