Capitulo 10

-Lo digo en serio, Taylor, a veces eres un maldito desastre -Roger lo miró enfadado. Freddie estaba colocando los pocos libros que aún tenían sobre la mesa de madera de su pequeño puesto con más fuerza de lo normal, haciendo que la misma temblase con cada impacto.

-Lo siento, ¿vale? ¿Qué más quieres que te diga?

-No quiero que me digas nada, solo que hagas lo que tienes que hacer cuando debes hacerlo. No tenemos prácticamente nada, ¿acaso no lo ves? -gritó señalando su improvisado escaparate. Entonces Roger se sintió fatal. 

Freddie tenía razón, nadie más que él lo sabía, pero le costaba demasiado admitirlo.

-Solo ha sido esta vez, Fred, por Dios, tampoco es para tanto.

-Ocho -dijo ignorando lo último que había dicho -. Yo conseguí ocho en una sola tarde, ¿y tú? ¿Cuántos has conseguido tú? -el rubio bajó la mirada y se mordió la lengua.

Tal y como se llevaban y lo que se querían el uno al otro cualquiera podría decir que eran pocas las ocasiones en las que discutían. Pero eso no es cierto. Rara era la semana en la que no tenían al menos un roce negativo. Las personalidades irascibles y orgullosas de ambos chocaban muy de vez en cuando y eso desembocaba en peleas que, aunque no les duraban mucho, eran numerosas.

-Ninguno -murmuró. 

-¿Cómo has dicho? No te he escuchado -añadió aunque en realidad lo había escuchado perfectamente, solo quería chincharle un poco más y desahogar su enfado de algún modo en él.

-¡Ninguno! ¿Puedes dejarme en paz? -Roger comenzó a ordenar los libros con velocidad y con la cabeza mirando al suelo. En ese momento el mayor pudo asegurar que vio algo... algo que por un segundo le oprimió el pecho pero que debido al enojo que aún sentía acabó disipando.

A Roger se le había nublado la vista debido a las lagrimillas que se le comenzaban a acumular en los ojos. Se odió. Últimamente estaba más sensible de lo normal aunque quiso agenciarlo a la frustración de saber que las palabras de su mejor amigo eran ciertas. 

-Bueno, pues espero que aprendas porque por todo esto esta semana comeremos aún mucho menos -después de aquello Freddie se calló y Roger no quiso continuar. 

El rubio estuvo casi toda la mañana con los puños apretados, la boca cerrada y solo hablando para contestar a los pocos clientes que se les acercaron ese día. Estaba demasiado enfadado. Entendía las palabras de Fred, claro que lo hacía, pero lo que había pasado no era su culpa, era de Brian. Aquellos niños les robaron porque el rizado les había distraído, porque había aparecido justo cuando ya no quería verle. 

Era culpa de Brian. Claro que era su culpa. No suya. Él no había hecho nada malo.

Pasaban las horas y tan solo habían conseguido vender uno. Pareciese que el bajo ánimo de cada uno sumado a las pocas ganas que tenían de llamar la atención y de ser simpáticos con la gente les pasó factura. Nadie parecía querer acercarse.

Por primera vez en bastante tiempo el estómago de Roger comenzó a doler con fuerza. Eso pasaba cuando llevaba demasiado tiempo con hambre, más de lo normal. Levantó la mirada e intentó localizar algún puestecito de comida para ir y robar algo.

Pero entonces una caja cayó de golpe sobre la mesa de madera haciendo que el rubio diese un bote. 

Su mirada se encontró con la de otra persona que, para su falsa desgracia, era de Brian.

-Hey -el rizado le sonrió pequeño. Estaba avergonzado por haber tratado a Roger tan mal el día anterior, por haberle hecho sentir como una mierda. Porque sabía que lo había hecho sentir así, se lo había visto en su mirada dolida y llena de decepción. Decepción hacia él.

Y no se había sentido tan miserable nunca antes.

-¿Qué haces aquí? -preguntó después de rodar los ojos. Se había puesto bastante nervioso pero intentó disimularlo.

-Quería pedirte disculpas -el rubio fingió indiferencia aunque estaba curioso y, extrañamente, esperanzado.

-¿Por qué?

-Ya sabes, por... lo de ayer. Creo que fui demasiado brusco contigo -Freddie los miraba de reojo, pendiente de la conversación. Pero esta vez no tenía ánimos para entrometerse.

-Pues si es eso a lo que has venido, disculpas aceptadas. Ya puedes marcharte -Roger dejó de mirarle y algo dolió dentro del pecho del mayor. Pero no le hizo caso. 

Brian se removió nervioso y empujó un poquito la caja de cartón hacia Roger que la miró con confusión y curiosidad al mismo tiempo.

-¿Qué es eso?

-Es que no he venido solo a pedirte disculpas -agarró las solapas de la misa y la abrió -. Os traje esto. A los dos -dijo mirando también a Freddie puesto que se había dado perfectamente cuenta de que los había estado espiando. 

Las mejillas del moreno se pusieron colorados pero con la cabeza alta para disimular se acercó y se posicionó al lado de su amigo. Continuó sin decir nada, algo que le extrañó a Brian.

-¿Por qué...? -comenzó a preguntar el rubio tomando entre sus manos un par de libros tan o incluso más pulcros que los de la biblioteca que visitó el día anterior. Freddie abrió la boca y tomó otros dos para inspeccionarlos. 

La caja estaba llena de ellos. Probablemente habían más de veinte. Grandes y pequeños, de tapa dura o blanda y de mucha variedad de escritores, a pesar de que Fred y Roger no puedieran darse cuenta de ello.

-¿Y todo esto? -preguntó esta vez Freddie. Aquella situación había hecho que olvidase casi por completo su pelea con el rubio.

-Es mi modo de ayudaros -contestó encogiéndose de hombros. No mencionó el hecho de que había descubierto cómo conseguían los libros porque no estaba seguro de que a Freddie le pareciese bien que lo supiese. 

Roger, que hasta ese momento se había quedado embobado mirando el interior de la caja, levantó finalmente la mirada e hizo contacto visual con Brian que lo miraba nervioso, esperando una reacción.

-¿Son tuyos?

-Son de la biblioteca de mis padres. Tenemos una en casa y hay demasiados. Pensé que a vosotros os vendría mejor teniendo en cuenta que... -señaló el puesto y no continuó. Los dos amigos no dejaban de mirarle con la boca abierta.

-Estupend...

-No nos los vamos a quedar -Roger cortó las palabras que Freddie y le quitó los libros para meterlos de nuevo en la caja. Cerró las solapas y la arrastró de nuevo un poco hacia Brian -. Gracias por molestarte pero son tuyos, no nuestros.

Freddie lo miró enfadado y le habría dicho algo de no ser porque Brian se le adelantó.

-Bueno, creo que el propietario nunca os ha importado en realidad, ¿por qué ahora sí? -preguntó con una sonrisa para picarle. Roger apretó los labios y lo miró con los ojos entrecerrados.

-¿A qué te ref...? -pero de nuevo las palabras de Freddie fueron interrumpidas.

-¿Y qué pasa si se enteran tus padres? Eres un niño de papá y mamá, seguro que se enfadan y te castigan, ¿no? No querrás que eso pase -continuó con una sonrisa sarcástica -. ¿Qué harán? ¿Castigarte sin tu ración diaria de caviar?

Para sorpresa de los dos, Brian soltó una pequeña risa sin dejar de mirar a Roger. Y así se quedó unos segundos. Incluso el más pequeño se sintió demasiado nervioso por la mirada que le estaba regalando pero no pudo dejar de verle a los ojos tampoco.

Sería una tontería, pero Brian no podía dejar de mirarlo porque todo en él le parecía perfecto. Sus ojos azules más brillantes que el mismísimo océano, su sonrisa resplandeciente, sus mejillas que la mayoría de las veces estaban coloradas... sus palabras que intentaban ser hirientes pero que resultaban siendo adorables en ese intento. Y no pudo hacer otra cosa que quedarse embobado con una sonrisa que no había desaparecido aún del rostro del rubio.

Freddie se aclaró la garganta.

-En fin. ¿Lo de los libros sigue en pie? -preguntó señalando la caja.

-Sí.

-No.

Dijeron al mismo tiempo y sin dejar de mirarse. Brian sonrió y a pasos decididos caminó hasta situarse detrás del mostrador, a un lado de donde estaba Roger. El rubio tragó saliva y observó como el rizado se inclinaba para tomar unos cuantos libros de la caja que, como estaba justo a su lado, tuvo que acercarse tanto a él que sus rostros quedaron separados por tan solo unos centímetros. 

Ambos se observaron de los ojos a los labios. Unos labios que, para opinión de Roger, parecían ser de lo más apetecibles.

Pero para desagrado del más pequeño, Brian se alejó con unos cuantos libros en sus manos que comenzó a colocar en el improvisado escaparate.

-¿Me ayudas, Fred? -el nombrado asintió y con una sonrisa, aunque aún algo confuso por la reacción de los otros dos, hizo lo que Brian estaba haciendo también.

Roger los observó durante unos minutos sin hacer nada. De repente se volvió a enfadar un poco. No le hacían caso nunca.

-Vuelvo a preguntar -dijo aunque sin conseguir que los otros dos parasen con lo que estaban haciendo -. ¿Tus padres no notarán que les falta como... no sé, casi treinta libros?

-No -rió Brian -. Ya te he dicho que tengo una biblioteca y no es para nada pequeña. Los que he traído llevamos sin leerlos muchos años y algunos no sabía ni que estaban ahí así que no te preocupes.

-Gracias, Brian, haces mejor el trabajo que quien debería hacerlo en realidad -dijo Freddie mirando a Roger de reojo. El rubio puso los ojos en blanco y cruzó los brazos delante de su pecho, observándolos. 

-De acuerdo -miró a su amigo con veneno -. Si él hace tan bien ese trabajo que dices que venda los libros entonces. Vamos.

Miró a Brian con una sonrisa de superioridad. El rizado mentiría si dijese que no se sintió un poco presionado y nervioso, pero aquella propuesta se la tomó como una prueba para volver a ganarse la confianza de Roger. Prácticamente para volver a ganarse a Roger. Por lo que se lo tomó muy en serio.

-Está bien -sonrió y los dos amigos lo miraron sorprendido.

Una vez estuvieron todos los libros colocados dejó la caja en el suelo y mostró su mejor y más amable sonrisa al público.

-¡Señoritas! -dijo llamando la atención de dos chicas jóvenes, más o menos de la edad de ellos tres. Se parecían bastante así que probablemente serían hermanas.

Las dos soltaron una risita, la cual para Roger fue tan estúpida que tuvo que rodar los ojos, y se acercaron con timidez. Brian no había dejado de sonreír en ningún momento. 

-¿Os interesa leer la historia de amor más bonita y trágica del mundo? -preguntó tomando uno de los libros que descansaban delante de él. Roger estiró el cuello y lo miró. Frunció el ceño, era bastante similar al último que tomó en la biblioteca, aquel del que no pudo descubrir el autor.

-Bueno...

-¿Sabéis leer? -las chicas se miraron entre ellas y las mejillas se les pusieron coloradas. Una de ellas, la más alta, volvió a mirarle y negó.

-Nuestro hermano mayor sí.

-Entonces tenéis que decirle que os lo lea. Es precioso -mirándole directamente a los ojos hizo que la chica tomase el libro entre sus manos. Ella lo cogió pero le mantuvo unos segundos más la mirada puesto que Brian a parte de ser un joven encantador y amable era muy guapo. Guapísimo.

De eso Roger se dio cuenta; de las miradas que esas dos chicas le dedicaban al rizado, totalmente presuntuosas y esta vez pudo reconocer al cien por ciento que no le había gustado nada. Las asesinó con la mirada. 

-¿De qué trata? -preguntó la más pequeña.

-¿De verdad no sabéis de qué trata Romeo y Julieta? -Brian de verdad que estaba sorprendido. Aquella era su historia de romance más querida, su favorita a pesar de su triste final. Ambas negaron -. Pues... trata sobre dos jóvenes que tienen raíces diferentes y... bueno, que sus familias se odian entre ellas. Pero eso no impide que se enamoren y siempre encuentran el momento perfecto para escabullirse y encontrarse -Roger escuchaba atentamente sus palabras, tanto él como Freddie y las dos chicas, pero él las interpretó de un modo distinto, más personal y cercano -. A pesar de que sus familias no apoyan su relación, de que ellos mismos saben que no pueden y que no deben amarse, a pesar de los peligros y de todas esas dificultades lo hacen, se enamoran tan perdidamente que son capaces de dar la vida el uno por el otro. No les importa que no puedan estar juntos, nada importa, solo ellos dos y su amor eterno.

Freddie miró a su amigo de reojo pero Roger estaba demasiado atrapado en las palabras de Brian. Algo dentro de él se había encendido; una llama, pero una llama demasiado desconocida. Algo que nunca antes había sentido. Algo que, a pesar de la incertidumbre, era muy bonito y que le consumió el pecho en una calidez reconfortante.

-Wow, ¿cómo acaba? -preguntó la mayor que, de las dos, era la que más prendada se había quedado de él. Brian se encogió de hombros con una sonrisa.

-Para eso tendréis que decirle a vuestro hermano que os la lea.

Las chicas se miraron entre las dos y sonrieron. Volvieron la vista al joven y asintieron al mismo tiempo.

-¿Cuánto es? -Brian se giró e hizo contacto visual con Freddie. El aludido tardó unos segundos en procesar lo que acababa de ocurrir.

-Oh... ¡Oh! -de un salto se acercó y se posicionó a su lado mirando a las muchachas con una sonrisa que no resultó ser tan amable como la de Brian -. Cinco libras, cielos -ambas rieron con el mote con el que Fred se había dirigido a ellas, pero él estaba tan acostumbrado a usarlo que no entendió la razón de esas pequeñas carcajadas. 

La mayor sacó un billete de su cartera y se lo entregó a Brian. El rizado lo tomó sin poder evitar el roce de manos que la joven le hizo con una caricia. Tras sonreír y guiñarle un ojo, las dos hermanas desaparecieron emocionadas entre toda la multitud de personas. 

Aquello último hizo que Roger recuperase el cabreo que hacía unos minutos había perdido. ¿Pero qué eran aquellas dos? ¿Unas fulanas?

Y la mayor de las dos era la peor... pensó, ¿qué se piensa? No tiene posibilidades con él, él es rico y ella probablemente pobre o al menos humilde y...

Se dio un golpe mental. Prácticamente estaba resumiendo su propia situación con Brian.

-Eres bueno -admitió Freddie tomando el billete. 

-Gracias, creo que siempre me ha gustado tratar con la gente.

-Y se te da bien, ¿no es así, Rog? -pero Roger estaba embobado con el rostro del mayor -. Míralo, ya se ha vuelto a quedar empanado -el mencionado parpadeó y sonrió avergonzado.

-Reconozco que sí...

Aquellas tras palabras hicieron que Brian se regocijara internamente en su propio orgullo. Se sintió bien porque había vuelto a hacer sonreír a Roger con sinceridad y parecía que ese se había vuelto su objetivo principal día tras día.

Las horas siguientes se hicieron demasiado cortas para los tres. Brian era, de ellos, el que más clientes atraía y por tanto quien más vendía. Y lejos de resultarle algo negativo a Roger le encantaba. Le encantaba porque tenía una excusa para mirarle sin vergüenza y sin que el otro se diese cuenta. Le encantaba observar sus charlas naturales y felices con la gente, el modo en que lograba convencerlos a través de sus breves historias sobre los libros. Se le notaba que amaba la literatura y ese amor era capaz de transmitirlo a otras personas. 

Freddie le pillaba de vez en cuando embobado mientras miraba a Brian por lo que esas veces carraspeaba y hacía a su amigo volver al trabajo, pero solo resultaban ser unos minutos porque enseguida volvía a quedarse prendado de las acciones del más mayor. 

La tarde llegó con rapidez y con ella la puesta de sol. Ese día fue el que más rato se quedaron pues el éxito que estaban teniendo con Brian allí no podían desaprovecharlo. 

Habían conseguido vender casi todos los libros que les había traído y alguno que ellos ya tenían, por lo que el éxito había sido el más grande desde que decidieron crear ese pequeño puesto. 

Después de tener todo recogido (Brian les había ayudado) el rizado colocó la última caja de libros en el carro que siempre utilizaban para transportarlo todo y se despidió con su típica y amable sonrisa. 

Roger lo vio alejarse unos pasos y no pudo evitarlo. Sin avisar a Freddie corrió detrás de él.

-¡Espera! -Brian se dio la vuelta y quedó sorprendido de ver al chico de nuevo a su lado, tranquilo y feliz como hacía ya unos días que no lo veía. 

Roger se pasó la mano por el pelo nervioso y mostró una pequeña sonrisa.

-No te lo he dicho pero gracias.

-Ya os dije que no había problema, tengo libros de sobra.

-No es solo por eso... -las mejillas se le pusieron coloradas y Brian lo miró con curiosidad -. Ayer -continuó -. Por deshacerte de esos guardias de seguridad. Tenías razón, no sé qué se me pasó por la cabeza para ir a allí -en realidad lo sabía perfectamente pero eso no se lo diría a él, porque en realidad Brian había sido la razón principal de ello, el detonante.

El mayor le devolvió la sonrisa y Roger sintió que se derretiría ahí en medio. Llevaba todo el día dedicándole esa sonrisa a desconocidos, a mucha gente, pero cuando se la dedicaba a él era diferente, y le daba vergüenza admitirlo pero la reconocía mucho más brillante, más sincera. 

Y lo era.

-Oh, no hay de qué, Roger -estuvieron así en silencio unos segundos más. El rubio miraba hacia sus pies y Brian hacia la nada. Estaban nerviosos y no sabían por qué aunque los pensamientos y las razones comenzaban a amoldarse poco a poco dentro de sus cabezas. Pronto descubrirían esas razones. 

-¿Espero verte pronto? -dijo al fin y aunque quiso que sonase como una afirmación más bien fue una pregunta. 

-Si esta vez me dejas por supuesto.

-Claro que te dejaré, es solo que... -se mordió el labio y lo pensó; en sus razones. Quería que siguiese viniendo pero al mismo tiempo no, era confuso. Su mente decía que no pero su corazón rogaba que sí -. No se lo digas a tu amigo.

Brian soltó una pequeña carcajada. Eso ya lo había decidido él. Por primera vez en su vida no le diría uno de sus secretos a John.

-Tranquilo, no lo haré. Y siento si en algún momento fue grosero con vosotros, cuando lo conoces bien juro que no es así.

Roger asintió también riendo aunque su risa no podría ser de lo más falsa. Le costaba imaginarse a ese tal John siendo agradable, no después de lo que les había dicho.

-En fin... será mejor que me vaya -pero no quería irse. Roger, muy a su pesar, asintió aunque él tampoco quería que se fuera. 

-Sí... bueno, pues... ¿adiós?

-Adiós, sí.

Parecían tontos. Realmente lo parecían y ellos se sentían así, tontos. Pero por un momento nada de lo que tenían alrededor importaba, absolutamente nada. Solo captaban la mirada del contrario, los ojos brillantes y resplandecientes de cada uno chocar con los ajenos. Hasta que supieron que era hora de marcharse.

Y se marcharon. 

Pero a medida que caminaban Roger se dio la vuelta para observar la esbelta espalda del joven que últimamente no podía sacarse de la cabeza desaparecer entre los pocos rezagados que aún no habían abandonado la plaza, y cuando volvió la vista al frente, Brian se dio la vuelta también y observó al chico alejarse junto a su amigo con la puesta de sol vislumbrándose entre los edificios de fondo.

•••

¡Hola, bebés!

Os amos a vosotros y a vuestros comentarios, me dais la vida. ❤️

Y no sé, simplemente me apetecía poner por aquí que me apetece un montón escribir smut socorro no sé qué me pasa. Pero intentaré controlarme 😡

Esa florecilla golosa mía está floreciendo sana y fuerte.

¡Espero que os haya gustado!

Que ahora todo es muy bonito... ejem ejem.

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