Capitulo 1
3 de mayo de 1924
Era la mañana de un sábado poco común para tratarse de la gran ciudad de Londres. El día amaneció claro, las temperaturas eran inusualmente altas y el bullicio de la acera de enfrente se escuchaba a través de la ventana entreabierta, entre cuyas cortinas se colaba una fina brisa que le revolvió los largos cabellos dorados que descansaban sobre su rostro. Roger se revolvió bajo la fina sábana que cubría su cuerpo semidesnudo. Se hizo una bola bajo la misma y quiso taparse la cara con la almohada para que la incomoda luz mañanera no le molestase en los ojos.
Pero algo impactó contra su cabeza con fuerza. Dio gracias que al menos era blando.
-Levántate de una vez, eres un maldito holgazán -su mejor amigo, Freddie Bulsara, le había lanzado su propia almohada. Esperaba impaciente y con los brazos cruzados a un lado de la puerta de la única y pequeña habitación de la casa, la cual tenían que compartir.
Roger murmuró algo, posiblemente un insulto, y se dio la vuelta sobre la cama, dándole la espalda.
-Oh, no, querido, a mí no me vas a ignorar -avanzó hacia la estrecha cama y se lanzó sobre el cuerpo de su amigo aplastándolo debajo de él.
-¡Quita! Que pesas -Roger intentó moverlo con ambas manos pero la fuerza mañanera era prácticamente inexistente nada más despertarse. Freddie soltó una carcajada cuando los ojos cansados y enfadados del rubio se posaron sobre su persona.
-No será por todo lo que comemos -comentó sarcástico pero la cara de niño enfadado que tenía su amigo le hizo reír más -. Tendrías que verte la cara, pareces la abuela de una chica lesbiana el día de su boda.
Roger lo miró perplejo, esperando a que Freddie dejase de reír.
-Qué comparaciones tan absurdas -volvió a intentar quitarlo de encima pero sin mucho éxito. Freddie terminó por apartarse él solo, quedando tumbado boca arriba pero sujetando su cabeza con las manos para ver bien al rubio.
Roger se puso en pie. Lo único que llevaba puesto eran los pantalones de pijama. Se acercó al cabecero de la cama para coger la camisa que el día anterior había dejado ahí tirada. Freddie aprovechó para darle una patada juguetona en el trasero.
-¡Fred! -se quejó.
-¿Qué? No es mi culpa que tengas ese culo -le guiñó un ojo y Roger se puso colorado. Decidió ignorarlo y se colocó la camisa blanca, aunque de blanca había pasado a beige; problemas de vivir entre suciedad. Por mucho que intentasen mantener la casa relativamente limpia la mierda siempre se colaba hasta por debajo de las puertas.
-Tienes mala cara -apuntó Freddie poniéndose en pie y persiguiendo a su amigo fuera de la habitación hacia la diminuta cocina del piso -, ¿se han vuelto a pasar toda la noche follando los de arriba?
-No sabes cuánto -suspiró Roger mientras tomaba una galleta rancia de un bote -. Encima parece que tiembla todo el edificio, son incansables.
-Sí sé cuánto, te recuerdo que yo también vivo aquí -le robó la nueva galleta que Roger había cogido y se la llevó a la boca -, y yo también soy incansable.
-Ya, lo sé perfectamente -rió rodando los ojos -, ¿a dónde fuiste anoche?
-¿A dónde voy a ir, cariño? A Hole.
Hole era uno de los barrios más oscuros de Londres. Allí había de todo; desde los garitos más desagradables y pervertidos hasta vendedores de las sustancias más nuevas y solicitadas en el mercado. Roger y Freddie se pasaban allí la mayoría de las noches, prácticamente todos los gays de la ciudad se reunían allí para encontrar alguna aventura de una noche. Claro que fuera de aquella zona ninguno podía decir abiertamente que era gay, de lo contrario, a parte de que era ilegal, nadie te defendería si te asesinaban en medio de la calle, cosa que en innumerables ocasiones había sucedido.
Nadie que estuviese en su sano juicio se atrevería a entrar en esos callejones malolientes y peligrosos. Pero ellos dos sí y se lo pasaban en grande. De todas formas y a estas alturas ya no tenían nada que perder.
-¿Y qué tal? ¿Hiciste algo nuevo? -rió. Si Freddie iba a allí no era para hacer algo nuevo, sino para hacer lo que siempre hacía; divertirse con alguien que le llamase la atención.
-Qué preguntas más tontas. Lo de siempre.
-¿Alguien que conozca? -preguntó intrigado. Fred chascó la lengua.
-Nah, ni siquiera recuerdo su nombre. Estaba muy borracho y caliente, lo hice con el primero que me miró.
Roger soltó una carcajada a la vez que negaba con la cabeza. Su amigo era un caso y en muchas ocasiones no le gustaba la facilidad con la que confiaba en algún desconocido para acostarse con él, pero no era algo que él tampoco hiciese así que no tenía nada que echarle en cara.
-¡Encima me dejaste solo! Te eché de menos durante toda la noche -se quejó dándole un pequeño golpe en el pecho.
-Lo siendo, te dije que estaba muy cansado, ¡me estoy recuperando de un resfriado!
-Dios, si no tuvieses la resistencia anímica de un anciano enfermo de ochenta años te golpearía.
-¡Bueno, pero venga! Dame detalles.
-¿Qué detalles quieres que te de? Tenía la polla pequeña, me da vergüenza hasta decirlo -Roger tenía la cara roja de la risa -, no me hizo ni cosquillas.
-¡Freddie! -la risa incansable de Roger provocó que Freddie acabase riendo también.
-Basta, rubia -cortó mientras se secaba las lágrimas que le habían chorreado de los ojos -, ahora voy a decir algo que no te va a hacer tanta gracia.
Aquello llamó la atención del más pequeño que volvió a mirar a su mejor amigo con curiosidad.
-¿El qué?
-Veamos. Tene algo que ver con un hombre pelirrojo, alto, musculoso, de ojos verdes... -con aquella simple descripción Roger ya sabía de quien hablaba. Puso los ojos en blanco y se golpeó la frente con la palma de su mano.
-Dylan... -gimió cansado.
-Ajá.
-Es un pesado, ¿qué te dijo? -Freddie se acercó al pequeño armario que había debajo de la pila y sacó una botella medio vacía de ron. Tomó dos vasos de cristal y los llenó un poco. Le pasó uno a Roger y el otro se lo llevó a los labios.
-Nada fuera de lo normal -comentó después de su primer trago -, me preguntó dónde estabas y si le echabas de menos. Le dije que sí.
-¡¿Que le dijiste qué?!
-¡Es broma! -rió Freddie antes de que el rubio le tirase el vaso de cristal a la cabeza -, le dije que estabas enfermo. Se largó malhumorado.
-Joder -Roger se bebió todo el contenido de su vaso de un trago -, follas con alguien un día y ya se piensa que os casaréis y que formaréis una bonita familia.
-Lo de casaros está complicado, lo de tener una familia... ¿seguro que eres hombre, Roger? -el aludido lo miró con mala cara. Fred se inclinó y estuvo a punto de tirar de sus pantalones y asomar la cabeza en su interior pero Roger le dio un manotazo.
-¡Para, tonto!
-Ah, sí, perdona. Ya lo he visto muchas veces -le guiñó un ojo y, de nuevo, Roger se puso colorado.
-Dios, Fred, a veces hablas demasiado -dejó el vaso en el fregadero y fue hasta el pequeño saloncito que había frente a la cocina.
-Lo siento, Roggie. De todas formas con Dylan no has follado solo una vez, no me extraña que el chico se haga ilusiones -comentó sentándose en el sofá a su lado. Roger se calzaba las botas desgastadas.
-¿Y qué? Las otras dos veces iba borracho y colocado hasta el punto que ni me acuerdo, eso no significa nada.
-Pero él no, ¡oye! A lo mejor el hombre es majo y te trata como a una princesa -dijo con sarcasmo. Una vez atadas las botas, Roger apoyó la espalda en el respaldo del sofá y miró a Freddie con cara de asesino. Pero él ya estaba acostumbrado a ser la víctima de esa mirada, de todas formas esa era como la mirada perenne de Roger casi las veinticuatro horas del día.
-¿Pero tú estás de mi lado o del suyo?
-Yo soy un simple observador, cielo -y con esas se bebió el último trago de ron de su vaso.
Tan solo quince minutos más tarde ambos ya estaban caminando a toda prisa por las calles de una Londres bastante animada y llena de gente. Iban camino de su trabajo, lo único que les proporcionaba un poco de dinero a sus bolsillos. Tenían un pequeño puesto en el mercado de uno de los barrios más desfavorecidos de la ciudad. No era mucho, en él vendían los libros que conseguían de todas las formas posibles y obtenían el dinero suficiente para pagar su barato alquiler. Aunque de vez en cuando también encontraban algún trabajo temporal y de unos días que les proporcionaba dinero extra, pero eso tan solo si tenían suerte.
Arrastraban un pesado carro de madera entre los dos. En él llevaban y vendían todos los libros que tenían. Muchas de las personas que caminaban tranquilamente por la acera les dedicaban miradas de desagrado. Aunque muchas de aquellas miradas, más que por molestar, eran por las pintas que llevaban; desarrapados. Pero a ninguno de los dos les importaba, en realidad les hacía gracia. Por muy pobres que fueran eran libres y vivían como les daba la gana, sin embargo, los ricachones, soberbios, bordes y de primera clase no podían permitirse decir lo mismo.
Y de todas formas, el mercado en el que trabajaban situado en Smithfield, en el mismo barrio en el que vivían, era un sitio de locos. Ellos dos se lo solían pasar en grande allí, siempre y cuando no hubiese problemas. A parte de ser famoso por ser uno de los marcados más bajos, mal cuidados y sucios de Londres, también lo era por los constantes enfrentamientos entre sus propios vendedores, los cuales, normalmente, acaban a golpes y sangre. Seguía siendo divertido de ver.
Situaron el carro en el espacio en el normalmente se ponían. Estaba más o menos en el centro ya que, al ser tan solo un pequeño carro con un par de tablas que ponían a modo de mesa para mostrar los libros, no ocupaban mucho espacio.
-¿Esto es lo que encontraste ayer? -preguntó Freddie mientras inspeccionaba dos libros.
-Sip.
-Son mierda -rió. Roger puso los ojos en blanco mientras comenzaba a colocar la tanda de libros sobre la mesa de madera que utilizaban a modo de escaparate.
-Que a ti no te guste la literatura romántica no significa que sean mierda.
-La literatura romántica es una mentira.
-Toda la literatura es una mentira, Fred. Además, no puedes leer así que deja de decir tonterías -Freddie se acercó a él y después de darle un leve empujoncito juguetón terminaron de colocar los libros entre los dos.
Cualquiera se preguntaría de dónde sacaban libros dos jóvenes veinteañeros y que a penas tenían dinero para comer. Bueno, en realidad... los robaban. Normalmente se metían en bibliotecas y librerías y fingían estar interesados, se metían un par de libros bajo el abrigo y salían zumbando. Algunas veces los pillaban, de hecho, en más de una ocasión habían acabado en un calabozo pero como no era algo tan grave, los acaban soltando al día siguiente.
No sabían leer, solo lo justo para poder identificar los autores o el género, pero nunca habían ido a clase, no sabían leer o escribir y, aunque estaban acostumbrados, les fastidiaba bastante.
-Esto está siendo un desastre -Roger se frotó la cara con las manos frustrado. En su lugar, Freddie no dejaba de animar a la gente a que se acercasen a su pequeño mostrador, pero hoy no parecía ser su día de suerte.
-No desesperes, Rog, queda mucho día por delante.
-Disculpe, señorita -escuchó una voz tímida tras su espalda. Giró más rápido de lo que debería (de hecho, le dio un tirón en el cuello) debido al modo con el que se habían referido a él. ¿Señorita? Pero cuando sus ojos entrecerrados y confundidos se cruzaron con unos marrones y amables, el joven cambió su semblante de sorprendido a avergonzado. Después de observar a Roger de arriba abajo las mejillas se le pusieron coloradas.
-¿Perdón? -preguntó Roger ofendido. Escuchó a Freddie reír detrás de él pero no quiso decirle nada en ese momento, no iba a insultarle delante de un desconocido.
-Ay, Dios... no sabes cuanto lo lamento -Roger inspeccionó al joven con los ojos entrecerrados. Le hizo gracia el modo con el comenzó a disculparse con él, como si de verdad estuviese arrepentido, pero no rió. Se limitó a observarlo mientras el otro no dejaba de disculparse.
-Tranquilo -forzó una sonrisa -. Causo esa impresión.
-No, de nuevo, te pido disculpas.
El chico le tendió la mano para que Roger se la aceptase, lo cual acabó haciendo solo para que terminase por callarse. Tampoco era para tanto, no era la primera vez que lo confundían con una mujer, al menos de espaldas.
En el momento en que sus manos se rozaron, Roger se limitó a contemplar al hombre delante de él. Sus instintos homosexuales comenzaron a hacer acto de presencia. Era... guapo, bastante guapo, guapísimo. Tenía el pelo rizado y le llegaba por los hombros, era alto, apuesto y de ojos marrones penetrantes. Una sonrisa con la que conseguiría conquistar a cualquier mujer en un solo segundo... o a un hombre. Pero, cuando Roger miró la ropa que llevaba puesta algo no le cuadró.
-Disculpas aceptadas -esta vez sí sonrió. De todas formas el joven tampoco dejaba de hacerlo. Se habían quedado callados y quietos, aún con las manos enlazadas y la mirada perdida en la del contrario. Hasta que alguien, o más bien Freddie, se aclaró la garganta llamando su atención y haciendo que ambos se soltaran rápidamente.
Roger giró la cabeza un momento para mirar a su mejor amigo. Freddie le dedicó una mirada extraña, parecía estar pensando lo mismo que él, pero no se permitirían perder un cliente por algo como eso, así que Freddie le hizo un ademán rápido con la cabeza para que lo atendiese.
-Bueno, qué... ¿qué necesita? -preguntó lo más educadamente que podía. Rara vez era educado, nunca lo era de hecho, pero con alguien que vestía con ropas caras y que parecía venir del mismísimo palacio real se vio obligado en hacerlo. El hombre pareció haberse quedado atrapado en su mirada pero rápidamente pestañeó y contestó con una sonrisa.
-En realidad nada en concreto. Aunque, ¿tenéis autoras?
-¿Autoras?
-Sí, ya sabes... mujeres.
Qué estúpido eres, Roger, tienes a un hombre guapo y rico frente a tus narices, concéntrate un poco. A su cabeza le encantaba insultarle en situaciones como esa.
-Oh, claro. Sí -por un momento se sintió perdido, se frotó las manos en la chaqueta mientras observaba hacia los libros sin buscar nada en concreto, demasiado nervioso para pensar -, creo que sí -llevó uno de sus mechones de pelo rubio tras su oreja y buscó en el mostrador.
El hombre frente a él no dejaba de mirarlo, pero por algún motivo no le ponía nervioso el hecho de que lo hiciese, lo cual podría resultar algo creepy, sino porque lo hacía con una sonrisa amable, dulce, con el mero propósito de intentar hacer sentir a Roger más tranquilo, aunque lo que estuviese haciendo fuera completamente lo contrario.
-Aquí, solo tengo estos -dijo tomando dos libros viejos y usados. Por primera vez en su vida sintió vergüenza porque aquellos libros estuviesen en ese estado tan deplorable. En realidad sintió vergüenza por todo en general; por su ropa que prácticamente eran harapos sucios, por su pelo que lo tenía largo, descuidado y sin peinar, y por el mero hecho de estar allí que eso ya significaba a qué clase de personas pertenecías. No le gustaba sentirse de ese modo, nunca le había pasado y solo conseguía que le frustrara.
Uno de los libros era de Mary Shelley y el otro de Emily Brontë, pero era incapaz de leer los títulos.
-Vaya, Shelley es una de mis favoritas -volvió a mirarle con aquella sonrisa que... Dios, ¿cómo podía alguien ser tan guapo?
-Sí, es... buena.
-Tienes suerte, no tengo ninguno de los dos, ¿cuál me recomiendas? Imagino que los habrás leído.
-Oh, pues... -comenzó a agobiarse -, ehm, este es bueno -señaló el de Shelley por el simple hecho de que había dicho que era de sus favoritas, porque no sabía leer, no había leído en su vida y no tenía ni idea de quién era Shelley.
-Sí, ¿cierto? Pero voy a llevarme los dos, ¿cuánto es?
-Quince libras cada uno -antes de que Roger pudiese abrir la boca, Freddie se coló en la conversación. El rubio miró a su amigo con cara de querer matarlo, ¡¿quince libras?!
-Claro -Freddie contempló con la mirada penetrante al hombre sacar su billetera del abrigo mientras Roger miró hacia los lados en alarma. Seguramente si alguien que estuviese por allí veía una billetera como esa, que parecía estar repleta de billetes, le atracaría y probablemente lo mataría para eliminar pruebas. Por suerte nadie pareció fijarse y el joven ya había vuelto a guardarla en el bolsillo -. Aquí tienes -aunque fue Freddie quien le había dicho el precio, le tendió los billetes a Roger. El rubio estuvo a punto de cogerlos pero de nuevo, Freddie fue más rápido y los cazó antes que él.
-Gracias -y sin más se dio la vuelta y los guardó en su propio bolsillo. Roger rodó los ojos.
-Perdónale, normalmente no es así -se disculpó y por un segundo pensó que a lo mejor el joven se habría enfadado por cómo reaccionó su amigo, pero lejos de parecerlo, no quitaba aquella maldita sonrisa de sus labios.
-No te preocupes, trato con gente así todos los días, en realidad si lo comparamos con esa gente tu amigo es muy amable -los dos soltaron una pequeña risa. Era la primera vez que a Roger le costaba aguantarle la mirada a alguien, cada vez que intentaba mantenérsela tenía que apartarla con un estúpido sonrojo ocupando sus mejillas. Se sentía tonto.
-¿Por qué le interesa tanto las escritoras? -y otra cosa nueva en el vocabulario de Roger Taylor era tratar a alguien de usted. Ese término siempre le había hecho gracia, le parecía patético, pero en ese momento le pareció todo lo contrario.
-No lo sé, siempre me ha gustado leer desde el punto de vista de una mujer. Supongo que la sociedad no sabe apreciar lo buenas que pueden llegar a ser en cualquier campo, en especial en la escritura.
-Sí, yo pienso igual -mentira, en mi vida me había planteado ese tema, o cualquier tema en realidad.
-Me alegra escuchar eso. En fin, ha sido un placer... esto...
-Roger -dijo rápidamente.
-Roger. Bien, pues ya nos veremos, Roger.
Y sin más se alejó de allí. Roger se quedó embobado con su esbelta espalda mientras aquel hombre guapo y misterioso desaparecía entre toda aquella gente. Pero entonces cayó en algo.
Ya nos veremos.
¿Significaba eso que volvería a venir?
-Qué raro -Freddie apareció por su espalda. Apoyó la cabeza en el hombro del rubio y observó en la dirección en la que él también lo hacía -. ¿Has visto eso? ¿Desde cuándo esa gente viene por aquí? Me extraña que no lo hayan atracado ya -por algún motivo, el hecho de imaginarse a ese joven apuesto siendo atracado le revolvió el estómago.
-Oye -dijo Roger de repente separándose de él y mirándolo a la cara -. ¿Quince libras, Fred? ¿En serio?
-¿Qué pasa? Haberle pedido las cinco libras que pedimos siempre habría sido de estúpidos -intentó defenderse. Pero Roger lo miraba con los brazos cruzados y cara de enfado -. ¿Acaso no has visto que ese tío estaba forrado? Seguramente le habríamos pedido cincuenta y nos lo habría dado sin problema, ¡o incluso más!
-Pero eso está mal, es estafar.
-¿Desde cuando te importa a ti estafar o no? Te recuerdo que cada día te metes en bibliotecas a robar, y a saber qué más haces por ahí.
-¡Pero...! ¡Eso no es...!
-¿Qué? No te hagas el santo ahora, cariño -sacó de su bolsillo los billetes obtenidos y los miró con los ojos brillantes de emoción -. Además, con el dinero de más que nos ha dado esta noche nos pondremos hasta arriba de todo.
Roger puso los ojos en blanco y decidió ignorarlo. Se dio la vuelta y volvió a intentar atraer clientes. De todas formas sabía que Freddie acabaría convenciéndolo para salir, y tampoco es como si Roger pusiera mucha resistencia o como si no le apeteciera.
De todas formas, salir, emborracharse, drogarse y follar eran lo que hacían casi a diario.
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