14.
FUERA DE LUGAR
—Becca, ¿puedes contarnos algo sobre ti?
Todas las miradas del salón se pusieron sobre la chica que jugueteaba nerviosa con la cruz de su collar. La acariciaba entre los dedos, daba suaves tirones, la movía de un lado a otro. No se sentía cómoda siendo el centro de atención. No le parecía correcto. Ella no tenía nada interesante ni importante qué decir; solo era una estudiante intentando adaptarse a sus clases. Por un instante, lo recordó a Él. Su carisma, su facilidad para hablar ante el público y transmitir la palabra de Dios. Él sí merecía ser escuchado, tenía algo importante qué decir, una misión que cumplir. Becca tan solo deseó hacerse invisible.
Frente, el profesor de letras permaneció impaciente.
—Ehm, lo puedo intentar —se encogió de hombros—. Mi nombre es Becca. Tengo dieciséis años —escuchó algunas risas por lo bajo—. Y yo... Eh, creo que eso es todo.
—¿Te gusta leer?
—Sí, creo. Un poco.
—¿Qué leías en tu anterior instituto? ¿Algún clásico?
Negó.
—Fui... Yo... Fui educada en casa.
—Oh. Entiendo. ¿Alguna frase o poesía que quieras compartir con nosotros? —preguntó—. Lo hacemos a comienzo de año. Sé que ya pasó un mes del inicio de clases, pero me gustaría que lo hicieras para que te conozcamos un poco mejor.
Eran dinámicas que formaban parte del programa de la asignatura Letras y Literatura. El profesor Smith tenía predilección por los debates, intercambios de ideas y a la utilización de los textos literarios como representación de uno mismo.
—S-sí. Bueno, yo... Puedo... Está bien —titubeó—. Tengo algo —Becca inspiró una bocanada de aire; procedió a cerrar los ojos y, ante el silencio de sus compañeros, recitó lo que sabía de memoria:
«La caridad es sufrida y es benigna, y no tiene envidia, no se irrita fácilmente, no piensa el mal, no se regocija en la iniquidad, sino se regocija en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
La caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien».
Tras pronunciar la última oración, Becca puso una sonrisa pacífica aún con los ojos cerrados. Durante un efímero instante, volvió a sentirse en casa. Oír aquél extracto tan familiar le recordó a pequeños momentos felices y experimentó un alivio inmediato. Alivio que no duró demasiado pues, en cuanto perdió la concentración, empezó a oír ciertos murmullos que la inquietaron.
—Es un bicho raro.
—Otra fanática religiosa.
—Está loca.
No pudo identificar a los autores pero escuchó los comentarios. Un dolor agudo golpeó su pecho.
—Excelente, Becca. Gracias —murmuró cordialmente el profesor—. Por cierto, ¿has dicho postrer?
—Sí. Lo he dicho.
—Debo reconocer que tiene un léxico impresionante. Muy bien —la felicitó. Sin embargo, Becca no consiguió sentirse completamente bien.
Había algo que no encajaba... Como si estuviera todo el tiempo fuera de lugar.
Las lágrimas se acumularon en respuesta a los comentarios de los demás. ¿Por qué no podía entender lo que estaba mal en ella? Tragó saliva y se mordió el labio inferior para retenerlas. Estaba segura que ponerse a llorar solo empeoraría la situación.
🤍🏀🤍
La cocinera sirvió sobre la bandeja una porción contundente de pollo a la plancha con puré de calabaza. También entregó un recipiente pequeño de yogurt con frutas que Becca colocó en un rincón de la bandeja. Luego, se movió con lentitud entre la multitud hasta que consiguió salir de la fila. Las manos le temblaban y, al mismo tiempo, luchaban por mantenerse firmes para sostener la bandeja. De pie en un rincón, observó a grandes rasgos el comedor, buscando un sitio libre donde sentarse a comer. Todos los sitios se veían ocupados. Además, le daba temor acercarse a una mesa con desconocidos e intentar unirse a ellos.
Era intimidante.
Decidió ir al patio. Volteó hacia la puerta de salida con los ojos en la bandeja, prácticamente en el piso, lidiando con la incómoda sensación de que todos la estaban observando, como si estuvieran vigilando sus movimientos. Sin embargo, su huída se vio interrumpida al chocar abruptamente contra un torso endurecido. Rebotó sobre el cuerpo másculino, la bandeja disparó de sus manos y cayó al piso, hecha un completo desastre. Sucia y avergonzada. No pudo observar al muchacho a la cara tras darse cuenta que había estropeado su camisa blanca.
—Lo siento. Lo siento. Lo siento mucho —se empezó a disculpar mientras intentaba recoger el lío causado en el piso.
—No, no. Ha sido culpa mía. Estaba distraído —él respondió enseguida—. Déjame ayudarte.
Becca continuó con la cabeza gacha pero de rodillas, tratando de arreglar el desastre.
—Lo limpiaré. No te preocupes —se justificó. Temía despertar la ira de aquél chico que tenía un tono de voz vagamente familiar. Sin embargo, al darse cuenta que estaba en medio de un comedor escolar y qué no podría solucionar aquel caos tan rápido, no pudo contenerse. Las lágrimas resurgieron con la fuerza de un diluvio.
—Ey, ¿Becca? No hagas eso. No llores —pidió con parsimonia. Sin dudas, el corazón de Colton sufrió un pequeño ataque al ver sus lágrimas caer al suelo—. No pasa nada. Te prometo que no pasa nada —los ojos de la chica, finalmente, se fijaron en él.
—¿Ángel?
—Sí —sonrió con dulzura—. Soy yo. Colton.
—Cole —dijo de manera amigable entre lágrimas—. Podemos... ¿Podemos ir a otro sitio?
—Sí, claro. Te sacaré de aquí —prometió—. Tú sígueme, ¿de acuerdo? —Becca asintió. Cole la sujetó por los brazos hasta ponerla de pie y la cobijó a un costado de su cuerpo, procurando mantenerla apartada lo máximo posible de las miradas curiosas. De inmediato, empezó a caminar hacia el exterior.
—No, espera. No puedo dejar todo ese desastre —se preocupó.
—La gente que trabaja en el sector de limpieza se ocupará —le transmitió calma—. Fue un accidente, Becca. Podría haberle pasado a cualquiera.
Ella agachó la cabeza, avergonzada. Al mismo tiempo, estaba tan pegada a él que podía percibir el calor que emanaba su cuerpo. Completamente a gusto bajo el brazo que él tenía alrededor de sus hombros. En su interior, estaba un cien por ciento convencida de que Cole era un ángel. Uno de verdad. Podía sentirlo.
—Por Dios —se limpió las lágrimas a medida que caminaban a través de un camino hecho de parqué—. No puedo volver así al hogar —pensó en voz alta. El uniforme estaba repleto de puré de calabaza y yogurt de vainilla, incluso tenía restos de comida en el pelo. Cole también había ligado algunos rastros, aunque Becca sufrió la peor parte—. No puedo volver así —repitió. Sus ganas de llorar se acrecentaron.
—Puedo hablar con tus padres y asumir la culpa del accidente.
—No, no. No es buena idea —contestó alarmada. De solo imaginar que tenía que decírselo a Oscar la aterró—. Sabes... ¿Sabes si aquí tienen lavadora? O quizá puedo usar un lavabo. Sí. Podría quitar esto con agua y jabón, solo... Ay, no lo sé.
«Oscar me castigará» dedujo con miedo en su interior.
—Tranquila, Becca —murmuró. Detuvo el caminar y la hizo sentarse sobre un banco al aire libre. Él también se acomodó con las piernas una a cada lado del banco—. Tengo el auto en el estacionamiento. Podemos ir a mí casa y usar la lavadora —comentó al mismo tiempo que limpiaba los restos de puré de su rostro con un clínex. También absorbió con delicadeza algunas lágrimas—. ¿Quieres?
Ella lo miró temerosa.
—Uhm...
—Te llevaré a casa en cuánto estés lista.
—Tengo que ir a trabajar después de clases —aclaró.
—Está bien. Te dejaré en tu trabajo.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo, Becky.
🤍🏀🤍
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