13.

INTOCABLE


Colton Bradford cerró la taquilla con fuerza. Estaba enfadado con el entrenador Kampbell porque le anticipó que haría un «cambio temporal» en las posiciones del equipo. Le dijo que asumiría de alero mientras que Julian, probaría en la que siempre fue su posición: escolta. Estaba indignado. El equipo funcionaba bien tal como estaba, ¿por qué tenía que hacerlo rotar? En ese instante, tenía un profundo resentimiento hacia el entrenador. Se sentía, sobre todo, traicionado por el hombre.

«¿Quieres ganar las estatales? Entonces no actúes como un niño caprichoso, Bradford», largó Kampbell luego de que Colton le dijera que no estaba de acuerdo. Sí, se mostró algo desesperado y fuera de control, nada le daba más miedo que perder todo por lo que había luchado desde que tenía, por lo menos, ocho años.

Toda su vida.

Tras colocar el seguro con su respectiva combinación, el chico giró y agudizó la vista para intentar divisar entre la multitud lo que creyó haber visto.

¿Estaba soñando?

A un pasillo de distancia, una chica de cabello largo, delgada y con un uniforme un par de tallas más grandes, renegaba con la combinación del casillero. Llevaba más de quince minutos intentando hacerlo funcionar. No había caso.

—¿Quién es ella? —preguntó a su mejor amigo, que permanecía a su lado esperando para irse al salón de entrenamiento.

—La chica nueva —respondió—. La misma que trabaja en la cafetería de Julian.

—Es Becca.

Shep se incorporó, sorprendido.

—Espera —murmuró intentando entender—. Becca, ¿la chica en la que no has parado de pensar en todo este tiempo?

—Sí. Es ella.

—¿La misma que fuiste a buscar al hospital? ¿La que investigamos en internet? —cuestionó impresionado.

Asintió. Colton no creía en el destino ni en dioses celestiales pero en ese instante sintió que una fuerza superior puso a la chica de nuevo en su camino. Tenía que hacer algo. Tenía que significar algo. No podía dejarla ir otra vez.

—Tengo que hablar con ella —dio un paso adelante, dispuesto a encontrarla. Sin embargo, lo sujetaron por los hombros con agresión, le proporcionaron un empujón y lo devolvieron a su taquilla. Julian Evans—. ¡Eh!, ¿qué te pasa?

—Aléjate de ella.

—¿Cuál es tu problema?

—Tú. Ustedes. Todos tus amigos.

—¿Y yo qué hice? —intervino Shep.

Cole observó a Julian como si fuera un lunático.

—Muévete, imbécil—le dio un ligero empujón para alejarlo—. No sé cuál es tu problema pero te aseguro que, si quiero hablar con la chica, lo haré.

—No finjas que no sabes cuál es el problema —largó resignado—. Lo que sea que estén planeando, olvídalo. No voy a dejar que se metan con ella. ¿Está claro?

—Nadie se meterá con ella, cálmate. No sé de qué hablas.

—¿No sabes? —lo miró incrédulo—. ¿Crees que no me doy cuenta de cómo se burlan? Puede que ella no lo note, pero yo sí.

—Julian, no tenía idea —dijo sincero—. Jamás me burlaría de ella ni dejaría que alguien más lo haga —aclaró con firmeza. Su cuerpo se había puesto tenso. Oír que la habían molestado despertó una extraña rabia en medio de su pecho—. ¿Quiénes lo hicieron? Dame nombres.

—Uh, aquí vamos otra vez. Esto se pondrá sangriento—comentó Shepherd que, al observar la situación desde fuera, adivinó enseguida lo que ocurriría a continuación. Un par de sus compañeros de baloncesto estaban en serios problemas.

—Rowley —masculló Julian con repulsión—. Y su amigo, Hudson. Principalmente Rowley.

—Esos idiotas... —resopló con la mandíbula apretada—. Me ocuparé de ellos.

Sabía exactamente a dónde encontrarlos. En quince minutos iniciaba el entrenamiento. Disparó como un rayo hacia los vestuarios que se encontraban en un recinto apartado, contiguo al instituto. Era territorio de los deportistas: había un gimnasio, vestuarios y una cancha de baloncesto completamente equipada. Mientras caminaba, su cabeza comenzó a trabajar y lo unió todo. La habían molestado en la cafetería y en el instituto. Becca era la chica sobre la que Rowley hizo comentarios repugnantes y pervertidos, a la que también llamaron «rara» y «mojigata». Recordó el descaró con el que habló Rowley aquel día y todo su torso se expandió de ira.

Lo mataría.

—Cole, amigo, no hagas tonterías —Shepherd intentó detenerlo tras verlo ingresar al vestuario pero no hubo caso.

Colton divisó a Rowley que acababa de vestirse con el conjunto deportivo, lo tomó del cuello y lo estampó contra las taquillas. El cuerpo golpeando contra la superficie metálica provocó que la hilera de taquillas se sacudieran como si estuvieran siendo acechadas por un terremoto, junto a un estruendo que captó la atención de todos.

—No te metas con Becca —exigió.

—¿Te has dado un golpe en la cabeza, Bradford? ¡Suéltame!

—El golpe te lo daré a ti si vuelves a molestarla, ¿está claro?

—Me estás dejando sin aire, por favor —reclamó. El tono de su rostro había comenzado a tornarse rojo.

Colton no suavizó el agarre. Quería deformar cada una de sus facciones.

—Responde —ordenó—. No molestes a Becca. No te acerques. Ni siquiera la mires, ¿escuchaste?

—Sí, sí. Te entendí —pronunció ahogado—. Ya. ¡Déjame!

Finalmente Row cayó al piso, desesperado por encontrar un poco de aire. Cole volteó hacia los demás, buscó a Hudson con la mirada pero el cobarde se había escondido como una rata. El resto de sus compañeros miraban obnubilados la escena. Tenían mucho respeto a Colton, ninguno se atrevía a cuestionarlo o poner en duda sus decisiones.

—Esto va para todos —habló con firmeza—. Becca Larsen es intocable. Si alguno de ustedes se atreve a molestarla, estará acabado. ¿Quedó claro?

Escuchó el «sí, está claro» a través de murmullos de algunos de sus compañeros. Otros asintieron, dando por aludido que esa chica era la protegida del capitán. Él también se había agitado. Aquellos brotes de furia tampoco eran buenos para su corazón que había empezado a latir con una prisa inusual de la que nadie sospechaba pues era un perfecto simulador.

—Cole, tienes que calmarte —aconsejó Shep—. Esto no te hará nada bien ni a ti, ni al equipo.

Elevó las manos en señal de rendición.

—Ya está. Estoy tranquilo —prometió ante la preocupación de su amigo—. Debería agradecer que no le rompí la cara —se dejó caer en una larga banqueta que se encontraba en medio del vestuario. Frunció el entrecejo de forma pronunciada y arrugó la nariz, mientras se llevaba una mano al corazón.

Su ritmo cardíaco se había acelerado.

—¿Cole? Cole, ¿qué te pasa? —preguntó Shep asustado—. Llamaré a Kampbell.

—No, no. Estoy bien —se retorció. Inspiró hondo. Expulsó el aire por la boca. Realizó aquella rutina durante un minuto—. Estoy bien —repitió con la intención de calmarse a sí mismo. De convencerse de que todo estaba en orden.

—Colton... No puedes entrenar así.

—Sí. Sí puedo —insistió poniéndose de pie—. Vamos. Tenemos que ganar las estatales.


🤍🏀🤍


Miró el plato de comida que su madre le puso enfrente. En medio, había un gran filete con patatas y cebolla. A un extremo, ensalada de lechuga, tomate y zanahoria. No podía comer cualquier cosa. Tenía una dieta estricta que obedecía que se adecuaba a su entrenamiento deportivo. Tenía que mantener su estado físico; alimentarse con proteínas y carbohidratos de calidad. Sin embargo, no tenía apetito. Los episodios en los que perdía el hambre habían empezado a repetirse con cierta frecuencia. Le parecía una tontería que su cuerpo se negara a comer, una ironía que se estuviera saboteando a sí mismo. La comida era el combustible, su cuerpo no podría funcionar adecuadamente sin ella, eso lo tenía claro. Por eso, se obligó a devorar el menú completo. Dejó el plato vacío.

Luego de que terminó la cena, su madre se internó en la cocina y regresó minutos después con una gran porción de pie de frambuesa con merengue suizo. Sí. A su madre le gustaba consentirlo; quería darle gustos a pesar de la dieta estricta que la nutricionista le había indicado.

—No puedo comer eso, mamá. Lo sabes —se negó con dolor—. Demasiada azúcar.

—Es tu preferido, Colty. Vamos, prueba un poco —insistió.

—Uhm, déjalo en el refrigerador. Comeré un bocado más tarde —aseguró. Sabía que no lo haría. Por muy delicioso que luciera, no tenía hambre. Además, era un dulce que debía consumir con suma moderación. Prefería no hacerlo—. Voy a entrenar un rato.

—¿Entrenar?

—Sí. Tengo que hacer pesas —Colton tenía montado un gimnasio personal en el caserón de su familia.

—¿No has entrenado suficiente en todo el día?

—No —cercioró—. Los partidos decisivos están a la vuelta de la esquina.

—¿Sabes? No me gusta que entrenes tanto —su madre dejó la bandeja con pie sobre la mesa y abrazó a su hijo desde atrás, por los hombros—. A veces creo que estás tan involucrado en el baloncesto que olvidas comportarte como un adolescente normal. Quiero que descanses, Colty. Que te diviertas. Que salgas con tus amigos o con una chica... o chico.

—Me gustan las chicas, mamá. Mucho.

Ella sonrió divertida.

El chico suspiró abrumado.

—Bueno, lo que sea. Prométeme que no olvidarás tener una vida normal de vez en cuando, por favor.

—Está bien, ma. Te lo prometo. ¿Puedo irme?

—Puedes —permitió, aunque antes lo besó en la mejilla múltiples veces.

—Mamá... No soy un bebé.

—No digas tonterías. Siempre serás mi bebé, Colty.


La rutina de levantamiento de pesas le costó más de lo normal. No la completó. De los noventa minutos que hacía usualmente, hizo cuarenta y cinco. La fatiga golpeó su cuerpo como una descarga eléctrica; lo tomó por completo. Apenas sacó fuerzas para meterse a la ducha, lavarse los dientes y meterse a la cama. Mantuvo los ojos abiertos, perturbado por la falta de sueño. No podía dormir. Estaba harto de su propio cuerpo intentando complicarle la vida. Recogió el móvil, leyó un par de mensajes de Kayle que habían sido enviados horas atrás. Ella quería que salieran juntos. Pasar el tiempo. Aunque sea hablar con él. Colton ni siquiera tenía energía para responder un simple mensaje. Se preguntó si algo estaba muriendo dentro de él... Hacía rato que experimentaba una agobiante falta de motivación.

Una oscuridad que lentamente lo ahogaba. 


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