04.

UN ÁNGEL LLAMADO COLTON


—Eres un ángel —murmuró convencida.

—¿Eh? —él la miró de soslayo, confuso.

—Eres un ángel —repitió.

Colton puso una sonrisa amplia que dejó a la vista dos perfectos hoyuelos que lo hacían ver aún más atractivo. Minutos atrás, había finalizado su cita en el cardiólogo del hospital. Había acudido por un intenso dolor en el pecho tras desplomarse en el vestuario luego de un arduo entrenamiento de baloncesto. Su mejor amigo, Shep, lo había visto perder la estabilidad y prácticamente, le puso una soga en el cuello para obligarlo a ir al médico. «Irás a ver al médico o se lo contaré todo al entrenador y luego a tus padres» advirtió sin rodeos. Sabía que Shep era un tipo de palabra, así que no le quedó otra opción que acudir al profesional. La cita había ido más o menos bien, aunque el doctor le indicó una serie de estudios que debía realizarse para investigar el problema a fondo y le sugirió que redujera la actividad física hasta determinar lo que estaba mal. Por supuesto, Colton no acataría la recomendación. El baloncesto era su vida y se encontraba en un punto decisivo, debía entrenar y jugar más que nunca.

Estaba a rumbo a su vehículo aparcado a la orilla de la carretera, cuando divisó el problemático tránsito y la chica asustada frente a una fila de autos que albergaba conductores exaltados e impacientes. Nada gentiles. Por el lenguaje corporal de uno, adivinó que estaba a punto de atacar a la chica e intercedió. Ahora, la cargaba en sus brazos y no la dejaría hasta asegurarse que se encontraba a salvo. Evidentemente, algo estaba mal en ella.

—No, no soy un ángel —respondió—. Soy Colton, puedes llamarme Cole.

—Ángel Cole —insistió como si fueran sinónimos.

«Imposible», pensó. «Me encuentro lejísimo de ser un ángel».

Por empezar, llevaba tiempo mintiendo a sus padres acerca de los dolores en el pecho. También a su entrenador. Además, hacía meses que mantenía una especie de relación con una chica a la que, estaba seguro, no quería de verdad. Ella solo lo empujaba a ser «algo más» y él, de momentos, cedía porque no tenía la valentía suficiente para cortar el vínculo de raíz.

—Estás confundida. Cuando estés lucida, te darás cuenta que no lo soy —aclaró mientras ingresaban al hospital.

El recinto estaba plagado de gente, así que caminó directo a la recepción.

—Los ángeles protegen a las personas. Tú me protegiste —agregó con los ojos grandes y abiertos, fijos en él. Colton experimentó una extraña debilidad. Esa chica se veía tan frágil y tierna qué, de algún modo, sintió pena de dejarla sola.

—Bueno, debo admitir que, dicho así tiene sentido —no encontró manera de contradecirla. En su expresión había algo inusual: cierta inocencia. Como si no pudiera ver la oscuridad en el mundo. Eso llamó su atención de inmediato—. Sabés mucho de ángeles, ¿eh?

—Sí, creo. Bastante —pronunció bajito.

—Hablando de ángeles, ¿cómo te llamas?

—Rebecca —contestó—. Pero me gusta más... Me gusta más que me digan Becca.

—Está bien, Becca. Te dejaré un momento aquí. Iré a pedir ayuda en recepción, no te muevas. ¿De acuerdo?

—Sí.

Becca tocó el suelo. Todavía envuelta en la chaqueta deportiva blanca y verde inglés, retrocedió hasta acoplarse a la pared. Presionó su espalda hasta volverse diminuta, casi imperceptible. No quería ser un obstáculo en el camino de todas aquellas personas que parecían llevar prisa.

El muchacho se dirigió hacia la recepción, había dos mujeres del personal médico haciendo papeleo, una enfermera que rebuscaba algo entre cajas y una secretaría que se mantenía al teléfono. Se tronó los dedos, impaciente. Echó un vistazo tras su espalda, justo hacia Becca que permanecía pegada a una pared con la mirada aterrorizada y un brazo que sangraba.

—Disculpe, señora. Hay una chica que necesita ayuda de inmediato.

—Debe aguardar en el sector de espera, muchacho.

—No, no entiende. Ella está perdida. Estaba internada o algo así —trató de explicar—. La encontré en la carretera.

—¿Dónde está? —La enfermera que buscaba entre cajas, dejó de hacerlo. Puso la mirada sobre el muchacho y se inquietó.

—Allí —Colton señaló con el dedo índice.

—Oh, es Rebecca Larsen —murmuró la mujer sorprendida—. No sabíamos que había huído.

—Bueno, como sea. Deberían tener más cuidado —reprendió—. La avenida es un peligro. Podría haberse matado.

—Sí. Lo sé. Ha sido un error gravísimo —se lamentó—. Gracias por haberla traído de vuelta.

Colton asintió, tan solo habían sido unos pocos minutos de su tiempo a cambio de salvar a esa chica. La enfermera, Ellie, se acercó a Becca que enseguida relajó la expresión al ver un rostro ligeramente familiar. Él observó la escena a lo lejos; debía irse, pero sintió la necesidad de acercarse por última vez. Esquivó el gentío y alcanzó a las dos que habían emprendido camino hacia la habitación.

—¿Becca? ¿Puedo hablarte un momento?

—Necesita descansar —intervino la enfermera.

—Serán cinco segundos —justificó aunque Becca no esperó la aprobación, tan solo volteó y arremetió en su dirección—. ¿Estarás bien?

Ella se encogió de hombros.

—Uhm, eso... eso creo.

—¿Estás con algún familiar?

«Eso fue entrometido. No debiste hacer eso» se reprendió Colton de inmediato.

Becca negó.

—Solo yo —contestó. Apretó los labios, formó una sonrisa fina. Débil—. Gracias, ángel. Cole, quiero decir —se corrigió casi al instante—. Gracias.

«Déjale tu número».

«No. No puedes dejar tu número».

«Está sola».

«No necesitas un nuevo problema».

—No ha sido nada, Becca. Ve a descansar —decidió responder ante la presencia de la enfermera que lo fulminó con la mirada.

La chica se dispuso a regresar pero nuevamente volteó hacia él. Esta vez, sus manos se encontraban aferradas en un puño al borde de la chaqueta deportiva. Parecía a gusto en esa prenda de ropa seis veces más grande.

—Tu chaqueta. Te pertenece.

—No, no. Por favor, quedatela. Ahora es tuya.

La sonrisa de Becca, de pronto, se ensanchó. Estaba repleta de entusiasmo. Había algo tan puro en la manera que sonreía que atravesó el corazón de Colton y se guardó para siempre en su memoria. Tenía una clase de sonrisa inolvidable, de las que no veía a menudo. Aquel simple gesto le alcanzó para determinar que, evidentemente, su día había mejorado un cien por ciento. Guardó las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón y marchó hacia su vehículo, sin mirar atrás. Estaba seguro de que, si volteaba una vez más, no aguantaría las ganas de dar a esa chica su número de teléfono.

—¡Eh, Cole! —alguien lo abrazó por los hombros. Giró la cabeza hacia el costado para descubrir que se trataba de su mejor amigo.

—¿Eres idiota? Acabas de darme un susto de muerte —masculló enfadado—. ¿Qué haces aquí? Espera, ¿me estás siguiendo?

—¿Seguirte? No, amigo. Pasé a recoger a mi hermanita de sus clases de baile, la dejé en casa y luego vine hasta aquí —explicó—. Recordé que tenías la cita.

—Ya lo veo.

—¿Cómo te fue?

—No me dijo mucho. Tengo que hacerme pruebas, Shep —comentó sin demasiados ánimos de ahondar en el tema—. Ya veremos como va eso.

—¿Y mientras tanto?

—Tengo que seguir entrenando. Vida normal —mintió. Shep puso esa mirada dudosa pero verlo en el hospital lo tranquilizó.

—De acuerdo. ¿Qué harás más tarde? —preguntó animado—. Es viernes. ¿Sabés lo que hace la gente de nuestra edad los viernes? Sale de fiesta —murmuró como si estuviera detallando un gran descubrimiento.

A pocos pasos, Colton avanzó hacia su vehículo. Se sentó en el lado del conductor, luego esperó que Shep se ubicara en el costado libre. Tal como era costumbre. Usualmente, él se colocaba o traía la borrachera mientras Colton conducía de vuelta a casa.

—Estoy agotado, Shep. Creo que no haré nada esta noche.

—¿Nada de nada?

—Tal vez vea una película en la cama.

—¡Anciano! —masculló—. Te invitan a todas las fiestas, amigo. Puedes tener a cualquier chica que quieras. Eres el maldito rey del instituto —Colton arrugó la nariz. Odiaba ese término—. No puedes quedarte en la cama mirando una película de mierda.

—Sí que puedo.

—Estarán las chicas. Irá Kaylee. ¿No quieres terminar la noche con ella?

Colton dudó mientras ponía en marcha el vehículo para emprender destino a su casa. Se relamió el labio inferior, pensativo. Kaylee le agradaba. Era una pelirroja de piernas largas, silueta esbelta y carácter extrovertido. Era fácil ir al grano con ella y, la verdad, la conexión sexual se les daba bastante bien. Un rato con ella lo haría poner la mente en blanco, relajarse y olvidar sus malditos problemas médicos.

—Puede ser.

—Te estoy convenciendo, eh —sonrió el joven—. Ya sé. Pedimos pizza, vemos la película y luego nos vamos por ahí de fiesta. ¿Eh, qué dices?

—Es una oferta tentadora —admitió—. Está bien, Shep. Iremos a esa fiesta.

Resopló, tratando de olvidar la tensión. La realidad era que no podía olvidar la voz del cardiólogo «tendrás que reducir la actividad física hasta que sepamos cuál es el problema». En un punto, sabía que hacer caso era lo correcto. Sin embargo, no quería decepcionar al equipo escolar. Ni al entrenador. Tampoco a los cazadores de talento que lo tenían entre ceja y ceja para ficharlo en la liga universitaria. De su carrera deportiva dependía absolutamente todo su futuro. No quería decepcionarse a sí mismo echando todo por la borda por un problema cardiaco que jamás debió aparecer. Tenía tan solo dieciocho años. Era joven, sano y deportista. Esas complicaciones no formaban parte de su panorama. No podían hacerlo.

—No te arrepentirás —prometió a su amigo—. ¿Qué mierda, Cole? ¿Eso que tienes en la camiseta en sangre? —cuestionó alarmado. Colton bajó rápidamente la vista hacia la camiseta blanca y comprobó un camino de gotas rojas a través de la zona de los pectorales.

Becca.

—Sí. Le eché una mano a una chica que estaba herida. Fue eso —explicó para calmar la innegable preocupación de su mejor amigo.

«Una chica a la qué dejaste completamente sola» la voz en su cabeza lo torturó. Y como siempre, la voz del arrepentimiento llegó: «Debiste ayudarla, Colton. Podrías haber hecho más». De nuevo, decidió ignorar esos pensamientos. Tenía que enfocarse pura y exclusivamente en su carrera deportiva. Así había sido desde siempre y lo seguiría siendo los próximos años. 


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