2: Plantas peligrosas
En un páramo ardiente, un hombre con aspecto de reptil entraba corriendo. Sus ojos eran enormes y amarillos con pupilas rasgadas, parecía una enorme lagartija. Avanzó asustado hasta llegar a espaldas de un enorme trono. Aquel gran señor contemplaba la lava en el cráter del volcán.
—S-señor —balbuceó el sirviente, con una voz un tanto aguda.
—No me digas —la gruesa voz hizo eco—, ¿apareció el manipulador del viento?
—Dicen que sí. —Se cubrió la cabeza esperando algún golpe pero éste no llegó.
—Perfecto. Esto será divertido.
Aquel enorme hombre lagarto nunca ocultó su desdén ante la fantasiosa leyenda sobre su posible derrota, causada por alguien que manipulara el viento. ¿El viento? «Cosa más débil», se burlaba él. Se puso de pie, haciendo sombra en el terreno, ya en penumbras de por sí, con aquel brillo rojo de la lava del volcán.
—Quiero que lo busques —le ordenó al pequeño sujeto—, pero harás lo siguiente...
***
Aarón y Christopher dejaron a Ellie en la aldea Imperia para que, aparte de entrenar en la escuela, estuviera a salvo mientras emprendían la búsqueda del vientitos con Christopher.
El castaño pudo ver cómo Christopher le daba un dulce beso al dorso de la mano de su hermana. Rodó los ojos.
—No puedo creerlo —reclamó una vez que emprendieron su corto viaje y estuvieron lejos ya del pueblo—. Más te vale que no engatuses a Ellie en vano, ¿sí? He tenido que dejar a muchos sin dientes por querer pasarse de vivos.
—Mis sentimientos no pueden ser más sinceros —respondió el rubio sin vacilar—, sólo hago lo que me dictan. No me había pasado antes, he estado apartado de todos y de todo por años. De todos modos no me atrevo a tocar más a la dama.
Aarón resopló y rodó los ojos otra vez.
Su camino continuó hasta que empezaron a aproximarse a la entrada de un inmenso bosque, oscuro y tenebroso, temido por todos. Habitado por criaturas que nunca nadie había logrado imaginar. Cercado con enredaderas de enormes espinas venenosas, y una entrada conformada por un arco de gruesas ramas secas y gigantes.
Al quedar frente al ingreso, que parecía llamar a la perdición oscura, lograron ver un enorme reloj de arena colgado en lo alto del arco.
—De todos los sitios en donde podría ocultarse un dominante del viento, tuvo que ser aquí —renegó Aarón.
—Él mismo dijo que te trajera. Lo que pasa es que no es un humano. —El castaño lo miró con duda—. Es un dragón.
—¿Cómo puede ser un dragón? ¿No son dominantes del fuego?
—Él no...
Un destello los cegó por unos segundos, y cuando lograron enfocar su visión, un ser humanoide y de luz pura, se encontraba a un costado de la entrada. Era de naturaleza divina, su especie era conocida como la de los «altísimos».
—Humanos que buscan al dragón legendario —anunció. No tenía boca, no tenía ojos, era translúcido y brillaba con luces de distintos colores—. Tendrán que pasar una prueba.
—Adelante —respondió el rubio.
—La prueba es fácil —sentenció aquel ser de luz—, sólo debes adentrarte en ese bosque y luchar contra las bestias, una vez que lo logres encontrarás a tu ayudante. Aquel dragón especial listo para servir al dominante del viento. —Le hizo una leve reverencia—. Pero debes apurarte, cuando el reloj de arena haya culminado su conteo. El animal no aparecerá ante ti. Y esperará a otra generación para que tu descendiente lo obtenga.
—Estoy listo —dijo Aarón mientras empuñaba su espada.
—Conozco a ese animal —murmuró su acompañante—, su color es el blanco pero puede cambiarlo y camuflarse.
—Es un buen dato —susurró.
Se adentraron en el lugar. El bosque era bastante frondoso, las copas de los altísimos árboles obstruían la entrada de luz. Las flores eran enormes y de distintos colores, insectos bastante grandes revoloteaban a su alrededor.
Apenas pasaron unos segundos, cuando enormes raíces salieron de la tierra y fueron a atraparlos. Aarón no dejó que una lo agarrara, blandiendo la espada y alejándola con el viento que salió disparado.
Christopher corrió pero una le atrapó el pie y lo alzó, haciéndolo soltar un grito de susto y sorpresa. Aarón golpeó la raíz con el viento que disparaba con su espada pero no fue suficiente. Otra raíz le aprisionó el cuello al rubio y empezó a patalear mientras intentaba aflojarla con sus manos.
—¡Corre! —gritó a duras penas—. ¡El tiempo se agota!
El castaño no sabía qué hacer, no tenía el poder suficiente como para alejar a esas enormes y gruesas raíces de su compañero, pero si lo dejaba moriría seguramente.
Un rugido se escuchó en la espesura y Aarón volteó.
—Es él... El dragón blanco. —Se apresuró a querer buscarlo, pero el grito del otro joven lo detuvo.
Las raíces se habían vuelto una prisión sólida, les habían salido cortas espinas, clavándose en la piel del muchacho. Aquellas plantas del mal aprisionaban a su presa y se alimentaban de su sangre, «cruentum carcerem», como las llamaban.
El gran reloj de arena colgado en la entrada, ahora obstruida por las raíces, estaba por la mitad. No podía ser, no habían avanzado ni la primera parte del tramo.
Más rugidos se escucharon, y a lo lejos, sorteando los gruesos troncos de los árboles, miles de animales negros alados se aproximaban, pareciendo perros con rabia.
—¡Corre! —insistió Christopher, mientras trataba de cortar un poco la raíz con su daga plateada.
Aarón hizo caso omiso y volvió sobre sus pasos para seguir intentando liberarlo. Empezó a tratar de cortar las raíces usando su espada a modo de hacha. Dio un vistazo hacia atrás y se espantó al ver a los seres.
Piel negra como la noche y sin pelo, alas de murciélago que terminaban en filosas garras y enormes colmillos en sus hocicos alargados. Recibió el rápido y salvaje zarpazo de uno en la espalda, que le desgarró no solo la cazadora negra de cuero sino también su piel. Soltó un corto y fuerte grito, apretó los dientes y giró con la espada, mandando lejos a los animales con una ráfaga. Christopher logró librar su cuello y pudo respirar con más facilidad.
—¿Estás bien? —quiso saber.
Aarón asintió, aunque la espalda le ardía y sentía que la sangre le mojaba gran parte de ésta. Las bestias volvían al ataque y las raíces volvieron a la vida.
El castaño cortó una raíz que estaba a punto de lanzarse y atravesarlo, la cosa botó un líquido oscuro y viscoso que le salpicó. Del espeso follaje surgieron insectos de patas largas, de medio metro de altura, con mandíbulas enormes que se movían con la ansiedad de haber detectado carne fresca. El joven maldijo mil y un veces mientras cortaba las raíces que aprisionaban a su amigo.
Cortó la última, liberándolo, y giró para cortar en dos a uno de los insectos que le había brincado. Christopher, aunque cubierto de la sustancia viscosa, se puso a pelear contra los insectos. Un bicho saltó para morderlo, pero uno de los animales negros voladores se lo llevó de encuentro y se lo empezó a comer al vuelo.
Más de los animales se posicionaron y agazaparon para lanzarse. Aarón apretó los dientes. No moriría ahí, saldría como fuera, buscaría al dragón blanco y acabaría con el rey del fuego, así pareciera imposible con sólo el poder del viento. Lanzó un fuerte grito de guerra mientras empuñaba con más fuerza su espada. Los miles de seres se amontonaron, botando espuma por las ansias y el hambre.
Desechó por el momento su lado compasivo por los seres vivos y le hizo un tajo en el vientre al primero que se aproximaba. Giró con fuerza y una ráfaga de viento expulsó a los demás, pero pronto fueron reemplazados por otros, cubriéndolos casi enseguida.
Un destello cegó a todos, y un fuerte rugido invadió el lugar. Frente a Aarón se posicionaba el ser más majestuoso que jamás había visto. Erguido en sus dos patas traseras y las inmensas alas extendidas, blanco como la nieve brillando bajo la luz del sol. Sus garras delanteras tocaron suelo y, de un par de aleteos, todos los animales negros fueron apartados y alejados varios kilómetros a la redonda.
—Sube —ordenó el majestuoso dragón. Su grave voz retumbó en cada árbol.
El castaño miró en todas sus direcciones buscando a su amigo, preguntándose si estaría bien después de ataque.
—Gracias por no abandonarme —agregó el ser alado, sorprendiendo a Aarón.
Se inclinó, doblando las patas delanteras, para dejar su lomo en fácil acceso al joven. Éste pisó sobre el grueso antebrazo del animal y subió.
—Para la próxima, me avisas antes que tú eras el bicho —le reclamó.
El dragón mostró una leve sonrisa, el viento se arremolinó a su alrededor, y despegó con una velocidad que hubiera sido imposible de creer, si no fuera porque aquel ser dominaba el viento también.
Aarón lanzó un grito de espanto por la velocidad, aferrándose a las escamas alargadas de la base del cuello del dragón, y viendo la tierra alejarse, sintiendo que si se soltaba siquiera un poco, el viento lo sacaría disparado.
—¡Arma tu burbuja de aire! —ordenó Christopher.
El joven no pudo contestar, el frío que empezaba a hacer le bajó la temperatura corporal, la falta de oxígeno y facilidad para respirar por la rápida ascendida le empezó a afectar. Christopher se dio cuenta y descendió casi en picada, provocando que el muchacho volviera a gritar, con el poco aliento que le quedaba, al sentir la terrible sensación de caída.
—¡Relájate y respira! —El dragón extendió bien las alas y dejó de caer.
Quedó planeando con suavidad, deslizándose sobre el viento. Aarón jadeaba con fuerza, con los ojos bien abiertos por el susto. Sacudió la cabeza y respiró hondo para calmarse. Pudo ver el hermoso horizonte y todo el bosque que se extendía debajo.
—Tienes mucho que aprender —sentenció Christopher—. Ahora que has activado mi forma real, podré enseñarte, y tus poderes se fortalecerán desde ya.
—Sí, me gustaría. Ahora bájame de aquí.
—Primero disfruta...
Aceleró un poco, haciendo que Aarón volviera a gritar pero ya no de susto, sino de sorpresa. Pronto se acostumbró y sonrió. El viento golpeando su rostro le dificultaba ver bien, así que se concentró en el aire a su alrededor y trató de visualizarlo en calma y a modo de escudo.
Respiró hondo varias veces, mientras el viento se hacía remolinos frente a él. Hasta que poco a poco el aire que lo rodeaba se iba tornando calmado, estable, y fuerte a la vez. Sonrió.
—Muy bien —lo felicitó su amigo dragón.
Aceleró y Aarón se aferró bien sus largas escamas, disfrutando del viaje. El animal se lanzó de bajada y el castaño soltó un fuerte grito de victoria. Christopher ascendió y giró mientras rugía. Extendió las alas y quedaron inertes en el cielo.
—Puedo controlar el viento, así que soy indiscutiblemente más veloz que cualquier otro, y el único capaz de quedar estático en las alturas.
—Eso es muy útil.
—Pero si tú caes de mí, pierdo el poder.
—Tranquilo —frunció el ceño—, no caeré.
Divisaron humo en el horizonte. Una aldea estaba siendo atacada por los hombres del fuego, más allá del bosque oscuro.
—¿Llegaremos a tiempo?
—Cuenta con eso. Arma tu esfera de aire. —Aarón lo hizo y se concentró, respirando hondo—. Sujétate.
El viento se arremolinó y salieron disparados a una velocidad casi supersónica.
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