𖦹 VI: The Priest
JiMin tenía una pala en las manos, cavaba y cavaba. Sus manos no tardaron en mostrar su resentimiento a la situación mediante ampollas en las zonas de mayor contacto pero a pesar del dolor siguió con su trabajo. Al igual que los chicos que lo rodeaban.
Su padre lo despertó más temprano que de costumbre, algo había sucedido y puso a todo el pueblo en movimiento antes del alba, cosa que no estaba dentro de la rutina. Los hombres religiosos que construían el templo irrumpieron en la oscuridad, gritando, pidiendo ayuda al todopoderoso, haciendo un llamado a todos aquellos siervos del Señor.
Muchos se presentaron, algunos más por curiosidad sobre el revuelo en la plaza principal que atraído por la fe o por lo que hubiese pasado pero una vez frente al hombre descalzo, desaliñado y andrajoso, cambiaban de idea. A los pies del hombre que vociferaba, yacían varios animales que lucían secos como un arroyo durante le época árida. Sus únicas heridas resaltaban sobre cuello o en el lomo. Les habían afeitado parte del pelaje en las zonas de la herida para exhibirlas mejor; agujeros limpios, certeros. Dos en cada zona pero alrededor podía distinguirse sin ninguna duda marcas de dientes, de una mordida que hubiese pasado por humana de no ser por el par de aberturas.
Las víctimas iban desde un ciervo, hasta un lobo gris de buen tamaño que habría podido defenderse ante cualquier hombre adulto que osara enfrentarlo. Todos fríos, tiesos, sin una gota de sangre en sus cuerpos. Secos como cáscaras vacías.
A JiMin se le encogió el estómago, las manos le temblaron y con un sudor gélido se le erizaron los vellos de la nuca. Nunca antes sintió tanto temor, estaba lívido, trémulo, con la boca seca. Una expresión que parecía haber atestiguado la aparición del mismísimo demonio pero fue algo peor; no vio a ninguno de los animales allí tendidos, por un momento se vio a sí mismo. Allí, sin vida, sin sangre, drenado, con los ojos perdidos en la nada mostrando una mirada de perpetuo terror. Dio un par de pasos hacia atrás, llevándose la mano a la boca, sintiendo náuseas y la contracción de su garganta.
Porque él sabía qué clase de criatura era responsable.
«El jamás me haría esto, jamás me haría daño, si quisiera hacerme daño, hace mucho lo habría hecho» trató de consolarse, una acción infructífera en ese momento. Se sobresaltó al sentir una mano en su hombro pero al moverse, solo vio a su padre que le miraba con preocupación. Por un corto intervalo temió lo peor ¿su reacción fue demasiado obvia?
—Tranquilo... Sé que es, grotesco —empezó a decir su progenitor—. Pero tenías que saber del peligro que acecha.
Solo entonces se permitió relajarse, dando largas y profundas respiraciones para acompasar su ritmo irregular. Quería cerrar los ojos, y lo hizo. Quería irse, pero tenía que quedarse. Quería taparse la nariz para evitar el nauseabundo hedor que manaba de los cadáveres animales, pero no podía, eso lo haría parecer débil y él no quería serlo a ojos de todos.
Intentaba recuperar su compostura, sin embargo, todo era demasiado agobiante. Desde la multitud cada vez mayor, los gritos de aquél hombre que aseguraba que la oscuridad y la muerte los acechaba, en formas inofensivas, difíciles de distinguir, peligrosas, sin duda. Les reprendía a los escépticos, aseguraba que debían unirse contra su enemigo común o terminarían como esos pobres animales.
—¿Y qué es lo que son? —cuestionó una anciana.
—¡Vampiros! —contestó, elevando las manos al cielo—. Esos que ustedes llaman seres fríos.
Repentinamente todo cayó en un intenso silencio, lúgubre. La tensión podía sentirse, le cortaba la respiración. JiMin comprendió de inmediato que todo lo que vivió hasta el momento cambiaría drásticamente y su mente solo repetía «YoonGi» una y otra vez, como una especie de mantra. Tuvo el deseo de correr al bosque, de buscarlo, de cuestionar su naturaleza... ¿era él realmente peligroso? Pero ya lo se lo había negado, ya le había advertido y él no tenía razones para cuestionarlo.
Tragó pesado antes de abrir los ojos, respiró hondo, recobrando la compostura. Se pasó las manos por el rostro, luego por el cabello. La ansiedad lo consumía, se preguntó por qué se sentía así pero la respuesta vino a su mente como si estuviese esperando el momento indicado «porque lo quieres, lo quieres y lo sabes. Lo sabes bien» se odió a sí mismo por ello.
No por quererlo, sino por demostrar allí que algo... Andaba mal. Era un chico de pueblo, sin educación, ignorante en muchos temas, su lectura resultaba pobre, y su escritura rudimentaria, pero hasta él sabía que su reacción traería repercusiones ¿Cómo podría haber sido capaz de inmutarse de otra forma siendo todo tan conmocionante? El nudo en su estómago seguía allí pero lo alivió saber que nadie lo miraba, nadie posaba su atención en él mientras aquél hombre siguiese hablando sobre el infierno, criaturas perversas y condenación eterna.
Todos excepto su padre, y su madre que ahora estaba al otro lado del hombre de familia, aún en camisón, sujeta de su brazo, visiblemente consternada. Rodeados por una pequeña multitud que se incrementaba cada vez más mientras ese hombre conferenciaba sobre las criaturas, de cómo los cazarían, los matarían hasta dejar un pueblo fantasma. Hablaba de su origen infernal, de cómo ellos debían actuar y JiMin notó la mirada que el hombre andrajoso le dedicó.
Ahora, con el sol naciente comenzando a bañar las montañas con su luz, se encontraba cavando hoyos en los límites del poblado, no solo él, sino en compañía de todo varón que tuviera la fuerza para sostener una pala y la espalda para cavar. Agujeros profundos, cientos, en una especie de formación donde enterraron objetos que JiMin no sabía identificar.
Vio piedras negras con un brillo inusual, odres con agua bendita, aunque JiMin no comprendía cómo el agua podía estar bendita y a ciencia cierta, tampoco sabía qué significaba con exactitud. Lo último fueron raíces y plantas con aromas extraños.
Para cuando terminó estaba sofocado, cansado, mareado, no le habían permitido más que agua fresca en toda la larga faena porque alegaban que no había tiempo que perder. Los músculos le dolían, ardían, sentía que se desmayaría en cualquier momento, el estómago le escocía y el dolor de espalda era intenso, caliente, era como tener hormigas picándole en cada parte de su columna. Sus articulaciones estaban tensas, todo lo que sentía era demasiado denso.
Cuando se les permitió, tiraron las palas. Tenía las manos heridas por el trabajo, sus rodillas le exigían descanso. Solo allí se permitió mirar al cielo; estaba oscureciendo. Había trabajado todo el día, duro y sin receso. Algunos cayeron desmayados a su alrededor pero él estuvo tan inmerso que no lo notó. Vio como muchos se permitieron caer al suelo, agotados, cuerpos que no resistían su propio peso, sucios de tierra y sudor, con estómagos vacíos y hasta dolores en la cabeza o en el pecho.
JiMin no se precipitó a caer sobre sus rodillas, a pesar de lo exhausto que se encontraba. No quería que lo vieran endeble, se limitó a enfocarse en el ardor de sus manos laceradas. A paso lento, los varones de las filas se fueron alejando de él, yendo en dirección a sus casas o junto a féminas que les esperaban, pero él se quedó donde estaba, parado y con la mente en blanco.
Caminó en dirección contraria.
Marchó por el bosque, hasta que sus piernas se rindieron, trémulas, y cayó contra la tierra presa del agotamiento. Rompió en llanto, como nunca antes lloró pero sin tener una razón en concreto. Las saladas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, gruesas, cargadas de dolor, angustia y sufrimiento. El mundo a su alrededor lo percibía ajeno, se abrazó a sí mismo en busca de un consuelo que no encontró.
Elevó los ojos vidriosos hacia el cielo cada vez más oscuro, hacia los árboles y sintió la brisa fría contra la piel maltratada por el sol.
—YoonGi... —murmuró— Tengo miedo.
Y durmió. Algo nefasto sucedería, lo presentía desde adentro. Esa noche no soñó con YoonGi, sino con el hombre andrajoso. Le arrancaba los dientes dejando la encía vacía, agujereada y sanguinolenta. Él trató de recogerlos del suelo, pero repentinas llamas lo abrasaron.
Despertó sofocado, en su cama de paja entre gritos desgarradores, con lágrimas, sudando frío y febril. Desorientado, sin la certeza de cómo llegó allí. La puerta de la habitación se abrió de súbito, con un fuerte golpe; era su padre.
Le golpeó la mejilla con el reverso de la mano, con tanta fuerza que JiMin sintió la sangre en la boca. Atónito, lo miró.
—Mejor será que empieces a comportarte como se debe, y no solo por tu bien —el hombre mayor escupió al suelo y se retiró tan de súbito como apareció.
JiMin observaba la puerta tembloroso entre sus sábanas remendadas, con lágrimas en los ojos y un hilo de sangre moviéndose hacia su barbilla. El metálico sabor que le llenaba la boca le provocó náuseas que se obligó a contener.
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