𖦹 V: The Songs

Cuando los padres de JiMin volvieron a la cabaña, él yacía plácidamente en su cama de paja, entre sábanas remendadas que lo mantenían caliente. Lo alumbraron con la luz de la vela, para asegurarse que todo estuviera en orden, no había nada fuera de lo común así que no permanecieron más tiempo allí.

Retrocedieron sobre sus pasos, y cerraron la puerta tras de ellos. Intentaron no hacer ruido pero se había atascado, al tirar de ella emitió un sonido, casi un chirrido y sin más, desaparecieron por los pasillos.

JiMin esperó cerca de media hora, para estar seguro de que no volverían, entonces se incorporó y miró por la ventana con una mirada soñadora a aquél oscuro bosque.

Donde muchos veían peligro, JiMin solo veía felicidad. Porque ese día comprendió que de no ser por YoonGi, jamás habría descubierto las muchas cosas hermosas allí donde le decían que no debía ir. Le mostró que debía cuidarse pero jamás dejar de intentar. Que debía seguir sus propios anhelos, sin tener por qué tomar el sueño de otro para convertirlo también en el suyo.

En un pueblo tan pequeño como aquél, los jóvenes hacían lo que los adultos autorizaban. Lo que alguien más ya intentó, pues lo diferente podría ser peligroso y lo peligroso estaba prohibido. JiMin entendía que solo lo hacían por cuidar su bienestar pero él descubrió que lo diferente podría ser hermoso, que donde otros veían peligro, podría yacer algo mejor y que si no se arriesgaba, no vería tantas cosas hermosas ni experimentaría tan esplendidas sensaciones.

Fue entonces cuando JiMin recordó que cuando era niño, deseó dedicarse a cantar pero sus padres le dijeron qué le dejase eso a las féminas que cantaban alabanzas a los dioses y a los bardos errantes, que un joven como él debía dedicarse al negocio familiar, que no era ningún afeminado ni un vago. Para ese momento, él entendió poco de lo que sus padres le dijeron pero captó la reprimenda y nunca más volvió a cantar, nunca más hasta ése día.

Pero, gracias a YoonGi vio más allá del molde en el que lo mantenían, ese que demandaba y prohibía. Cuando JiMin articuló la primera palabra de su canción; sintió cómo se deshacían los nudos que lo mantenían atado a las expectativas. Se abrían, se evaporaban, a medida que cantaba. Cantó mirando por la ventana, al bosque donde se encontraba con YoonGi.

Él no sabía canciones, ni melodías pero aún así cantó; cantó sobre el marinero que lloró cuando volvió de la guerra y conoció al hijo que su esposa cargó en su vientre mientras él estaba en combate. Cantó sobre la niña que llegó con los pies ensangrentados al pueblo, tras un ataque en carretera donde solo ella sobrevivió. Cantó sobre el anciano ciego que siempre se paseaba hablando con la esposa que fallecida desde hacia años. Y, más importante; cantó por YoonGi.

Su voz era suave, mejor de lo que él mismo pensaba pero nadie lo escuchaba. Cantaba bajo, para él mismo, para la araña que tejía su tela en la esquina de su ventana. Su voz transmitía paz, tranquilidad y liberación. Porque descubrió que al cantar se sentía libre, como nunca se había sentido antes, casi tan bien que como cuando estaba con YoonGi.

Cantó hasta cansarse, hasta que sus párpados pesaron y supo que era tiempo de dormir. Sin embargo, se durmió tarareando la melodía de la canción que cantaba, la de rimas desiguales y ritmos impares.

Sus sueños le transmitieron dulzura, tranquilidad y una sensación que no supo describir. En sueños pudo ver a YoonGi en aquél bosque de sauces, en las aguas de colores, lo vio igual de impecable que siempre con esa mirada tan intensa. En su sueño, estaba tan cerca de él que pudo sentir calor, lo sintió cerca, lo necesitó más cerca aún, hasta esconder el rostro en el cuello del vampiro, inhalando el aroma que despedía.

Al despertar una sonrisa se formó en sus labios, durmió bastante poco pero su descanso fue único. Cayó en cuenta que era imposible sentir calor a través de YoonGi ¿o no? Porque se suponía que su calor se extinguió junto con el latido de su corazón. No conocía prácticamente nada sobre lo que era, sobre los suyos. Se planteó preguntarle acerca de su raza en el próximo encuentro entre ambos.

JiMin salió de la cama con las luces del alba, como era costumbre todas las mañanas. Luego de lavarse, se colocó su ropa de algodón y cuero, desteñida y algo manchada. No le importaba demasiado lucir aquellas fachas, no era un secreto para nadie que él no formaba parte del limitado círculo de ricos en aquél pueblo.

Tenía las ojeras marcadas bajo sus ojos, sentía el cuerpo pesado pero no estaba de mal humor. Cuando fue a la cocina para su desayuno, su padre se había adelantado con el trabajo del campo por lo que solo comió en compañía de su madre que llevaba a su pequeña hermana en brazos. Él las saludó antes de ocupar su lugar en la mesa. Desayunó pan recién hecho, queso algo duro y jugo de naranja.

El día transcurrió normal, aburrido en gran medida. No hizo más que sus deberes en el campo, no tuvo que hacer recados, solo desmalezar y cosechar todo el día hasta que cayó la noche y pudo volver a casa. Estaba cansado, sí, la falta de sueño y su arduo trabajo habían dejado estragos. Los dedos le ardían ya que sufrió picadas de varios bichos que asentaban su hogar en las plantas, algo que no podía permitir. Bebió mucha agua apenas estuvo bajo el techo de su hogar, no esperó cenar, tenía tanto sueño que su estómago parecía tener un agudo nudo que lo repelía todo.

Lo único relevante que notó fueron las actitudes de sus progenitores, se veían pensativos y a cada sonido medianamente extraño; su padre miraba alrededor con temor en sus ojos. JiMin no se atrevió a preguntar, al menos no por ahora.

Una vez en su habitación, caminó de un lado a otro con las manos por su rostro, su cabello, tirando un poco de él. No quería dormir, no podía, porque si se dormía; no vería a YoonGi. Entonces comenzó a cantar, con mejor melodía que el día anterior queriendo imitar el sonido de la flauta que escuchó al mediodía, cuando tenían su pausa para el almuerzo y uno de los pocos trabajadores que su padre contrataba ocasionalmente tocó la flauta tras comer lo poco que había llevado.

Sus esfuerzos eran en vano, los párpados le pesaban, la voz se le apagaba aunque de por sí ya cantaba bajo, no queriendo que sus padres lo escucharan aún. La habitación se le movía bajo los pies, las pequeñas llamas de las velas se veían dobles, los brazos los sentía hechos de plomo y los pasos comenzaban a costarle. Se odió porque sabía que no aguantaría mucho más despierto, antes de caer al suelo; se recostó con ambas manos sobre sus sienes, las pasaba por sus ojos luego por sus mejillas, dándose pequeños golpes en un último intento por mantenerse despierto.

Pero eso no duró más de diez minutos. JiMin cayó rendido, un sueño profundo y reparador sin siquiera haberse quitado las ropas llenas de tierra con las que trabajó.

Horas más tarde, YoonGi esperaba su llegada. Miraba de un lado a otro esperando la aparición del humano pero eso no sucedió. Se preocupó, creyó que algo malo le había pasado pero NamJoon le hizo prometer que no se acercaría al poblado más de lo necesario pero... ¿cómo podía solo quedarse allí si JiMin estaba herido?

Esperó y esperó, pero el adorable joven con el que compartía las noches jamás apareció entre la penumbra del bosque. No escuchó sus livianos pasos aplastar las hojas secas o ramitas caídas, solo el sonido lejano de los animales que se mantenían lejos de él, debido a su naturaleza. Escuchó un búho, un lobo, una serpiente, pero jamás al humano que tanto ansiaba ver.

YoonGi cerró los ojos, respirando hondo. Esa era una de las últimas veces que se verían a consecuencia de la llegada de la nueva secta religiosa al poblado. Él no quería irse, no quería dejar a JiMin atrás pero en el fondo sabía que NamJoon tenía razón. Debían irse antes de que una matanza se desatara.

—¿Por qué no los matamos antes de que se les ocurra tomar acción? —preguntó JungKook en la reunión que tuvo lugar horas atrás.

—Matamos por alimento, no por placer, JungKook —le regañó NamJoon, con una expresión verdaderamente indignada.

—Esto no es por placer, es por sobrevivir —replicó JungKook.

—Si hacemos eso, le daremos exactamente lo que quieren; más motivos para darnos caza. Aún más excusas para lavarles el cerebro a esos campesinos ignorantes —opinó TaeHyung, con ambos cruzados sobre el pecho. Con sus ojos oscuros clavados en la mesa donde varias velas negras les dejaban verse las caras los unos a los otros.

—¿Y qué es lo que vamos a hacer? ¿Vivir en los bosques como animales? —preguntó JungKook, con evidente mala gana que el resto ignoró.

—Un aquelarre del norte nos refugiará, ya han refugiado al núcleo vampírico del este —respondió YoonGi, una de las pocas veces que habló en dicha reunión.

—Brujas —murmuró JungKook, luego levantó la mirada hacia TaeHyung—. ¿Qué es lo que quieren? Las brujas no hacen nada gratis.

—Esto sí —dijo NamJoon—. Somos vampiros, una de las criaturas infernales a las que les han prometido devoción, es un honor para ellas tenernos como invitados. Solo nos piden como favor, no como precio, que mantengamos lejos a los cazadores.

—Y ahí está el precio —resopló JungKook, con una sonrisa pero se ganó una mala mirada por parte de NamJoon quien decidió ignorarlo.

—¿Cuándo nos iremos? —inquirió TaeHyung.

—La próxima luna llena —NamJoon apagó las velas, dando por finalizada la reunión.

YoonGi no dejó de lamentarse desde ese día, faltaban escasos quince días para cumplir el plazo y su corazón, que había dejado de latir hacia tanto, que sólo seguía vivo por la sangre que consumía de otros, se sentía doler. Una sensación que el vampiro creyó extinta. 

¿Cuándo fue la última vez que su corazón padeció así, roto y solitario? Muchos años atrás, durante la guerra y la hambruna. Sus padres lo llevaron a él y a NamJoon, cuando estaban al borde de finalizar su niñez, a un río de corriente fuerte. Les dijeron que debían dejar el pueblo para buscar un nuevo lugar, embarcaron al par de chicos en una canoa a la que ellos nunca subieron. Deshicieron los nudos y dejaron que sus hijos se perdieran corriente abajo en el río.

NamJoon y YoonGi gritaron llamando a sus padres, creyendo que se trató de un accidente pero cuando YoonGi observó la pasividad de sus progenitores, solo observando para luego darse la vuelta y desaparecer en la espesura, supo que se trataba de un acto deliberado así que con lágrimas en los ojos abrazó a su hermano y lo soltó poco después para tomar un remo e intentar guiar la turbia trayectoria pero las lágrimas apenas le dejaban ver y las aguas rápidas se negaban a colaborar.

Ahora volvía a sentir la misma desolación, al saber que no vería de nuevo a JiMin y que él no se presentara a su encuentro, aumentó la dolencia en su no latiente corazón, si es que eso era remotamente posible.

Se dio la vuelta, listo para volver a la oscura habitación que le pertenecía en la fortaleza donde residía pero a último momento se encontró caminando hacia la cabaña donde vivía el humano. Esperó hasta que todas las luces fueran apagadas y entró por la ventana que el chico olvidó cerrar, transformado en un murciélago negro para no levantar sospechas.

Lo contempló durmiendo, con la escasa luz que le proporcionaba una vela casi consumida por completo. Deshizo el nudo que mantenía las cortinas hacia un lado, se transformó una vez las ventanas estuvieron cubiertas. Su oído más desarrollado le permitiría saber si los padres del humano se dirigían hasta allí.

Comprendió por qué no había ido, lo profundo y pesado de su respiración era evidencia del cansancio, acentuado por el par de bolsas bajo sus ojos. Sintió ternura, pero también un deje de tristeza. Le acarició el cabello, peinándolo hacia atrás. Luego pasó a las mejillas, tocándole con el dorso de la mano, el humano ni se inmutó por el agotamiento del que era víctima.

YoonGi le quitó las botas de cuero, dejándolas a un lado. Le quitó la camisa blanca manchada y luego los pantalones descoloridos. Le colocó el camisón que regularmente usaba para dormir, no era una noche fría, más bien hacía calor y así descansaría mejor.

Se dio la vuelta para abandonar la habitación pero entonces escuchó la voz de JiMin, llamándole. Lo miró, creyendo que había despertado pero  al verlo, comprendió que lo llamaba en sueños.

A raíz de sus murmullos, se apaciguó la pesadumbre en su casi petrificado corazón.

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