XII: Tragedy

JiMin volvió a la fogata después de despedirse de YoonGi en los últimos metros cubiertos por el bosque, antes de separarse le recordó que lo amaba y nuevamente le pidió que jamás lo dejara solo.

—Siempre estaré contigo —le dijo el vampiro, acunándole el rostro y besándole los labios una última vez antes de separarse.

El delgado chico le sonrió, con sus pequeños ojos reflejando la cantidad descomunal de sensaciones y sentimientos que despertaba en él, si YoonGi lo miraba bien podría leer todo el amor que el humano le profesaba como si de tratara de un libro abierto.

Lo que más le dolía es que podía hacerlo.

YoonGi se quedó inmóvil entre los árboles hasta que JiMin desapareció en la lejanía. El humano caminaba con cuidado, buscando hacer el menor ruido posible e intentando ver hacia donde se dirigía sin chocar e impactar de boca contra el piso. Gracias a la oscuridad, su caminata se hacía más discreta pero eso no aseguraba pasar desapercibido por todos.

Cuando llegó a la plaza principal donde la fogata había tenido lugar, solo vio leña humeante que apagaron hacía poco y las últimas personas dispersándose, volviendo a sus hogares para descansar y prepararse para la jornada del día siguiente. JMin apretó los labios, repentinamente nervioso sintió su corazón acelerado contra el pecho, el aire pesado en los pulmones y un nudo que le ceñía el estómago. Apretó las manos viendo como las luces de las lámparas se alejaban cada vez más junto a las personas que las usaban para guiarse el camino.

Se miró las manos, apenas podía ver los vendajes que las cubrían y suspiró, dándose la vuelta para seguir el camino a casa, tarareando la canción que minutos antes cantó para YoonGi.

Mientras yacía con él se preguntó por qué no huían juntos, deseaba estar con YoonGi lo que le quedara de vida e incluso no le importaría entregar su humanidad pero todas esas ideas se escurrieron como arena en sus dedos al pensar en su familia; su padre, era cierto que lo trató mal los últimos días pero antes de eso siempre fue atento, amoroso, lo admiraba y le profesaba gran amor. También estaba su madre, esa delicada mujer que le preparaba las más deliciosas tartas, que le amaba con todo su corazón, que siempre estuvo allí para cuando la necesitó ¿Cómo dejarla sola? Y por último pero no menos importante estaba su pequeña hermana, tan solo una bebé pero JiMin no quería perderla, ni su crecimiento tampoco, quería estar allí para apoyarla, para ayudarla a levantarse cada vez que cayera.

¿Cómo abandonar a una familia tan buena? Por un momento se disgustó, sería más fácil si hubieran sido diferentes pero... Le había tocado una magnífica familia, amorosos y correctos; no podía abandonarlos solo así, sin saber nunca qué fue de él ¿Cómo podría someterlos a tanto sufrimiento por razones egoístas?

Volvió a casa caminando cabizbajo, preguntándose qué hacer y si lo más prudente sería esperar varios años más porque después de todo, YoonGi era una ser inmortal y había estado cerca de él desde que era un poco más que un infante, no se iría después de haberse enamorado el uno del otro. Se sintió tonto por un momento porque estaba haciendo planes sin haberle consultado a YoonGi, pero le plantearía todo el asunto en algunos días, quizá.

Cuando llegó a casa, las lámparas seguían encendidas así que no tardó en entrar, teniendo cuidado en cerrar bien la puerta o se abriría por las corrientes de aire. Al levantar la mirada se halló con un escenario que definitivamente no esperaba; en las sillas alrededor de la chimenea se hallaban sus padres, sentados y con expresiones que no le mostraban nada bueno pero no estaban solos, a su alrededor se hallaban los hombres del templo vestidos con sus túnicas sucias y remendadas.

—Buenas noches —dijo JiMin, extrañado y repentinamente nervioso, con cada vello de su cuerpo erizado. Intuyendo la maldad.

—Buenas noches, JiMin —respondió el que parecía ser el líder, con sus manos delgadas y dedos como ramas aferrando una taza de las que su madre usaba para servir la sopa.

—¿Cómo sabe mi nombre? —cuestionó, tragando saliva, con un repentino escalofrío por la forma inusual en la que dijo su nombre.

—Eso no tiene importancia —su tono no le gustó, menos la sonrisa que esbozó—. Me gustaría hablar contigo sobre algunas cosas, JiMin.

El joven se removió en su lugar, pálido, sentía las manos entumecidas. Pasó la mirada por sus padres; captó la preocupación de su madre, también el temor en los ojos de su padre. Se aclaró la garganta y caminó hacia el pasillo, unos cuantos pasos nada más.

—Lo siento pero... Me siento cansado, quiero ir a la cama. Si viene mañana, podemos hablar de lo que desee... —las palabras se le atropellaban, intentaba sonar seguro. Nadie percibió seguridad en él—. Mañana tengo mucho trabajo que hacer.

Aseguró con convicción, y es que no era ninguna mentira de todas formas. El joven intentó atravesar el pasillo para irse a su habitación, un par de hombres salieron de la oscuridad impidiéndole el paso, tenían semblantes severos pero lo más atemorizante eran el mazo y el pico que llevaban en las manos a modo de arma. JiMin sintió todo su cuerpo temblar, el terror lo recorrió de pies a cabeza. Retrocedió con pasos torpes, las piernas le fallaron y cayó. La puerta se abrió con un golpe, más hombres entraron, todos llevando herramientas usadas en el campo o tablas gruesas con clavos y por la oscuridad severa en sus miradas; no temerían usarlas.

—¡DIJO QUE SOLO HABLARÍA CON ÉL! —Interrumpió el padre de familia, levantándose violentamente de su lugar—. ¡LOS QUIERO A TODOS FUERA AHORA MISMO! ¡NO VAN A PONERLE UNA MANO ENCIMA A MI HIJO!

El par de sujetos que iban con el líder y que JiMin vio al entrar, lo sujetaron de brazos y hombros con brusquedad. La madre gritó, haciéndose hacia atrás... Y lo vio.

Vio la espada corta y oxidada que atravesaba el vientre de su padre, llena de sangre espesa, casi negra, junto a la expresión atónita del hombre, su rostro pálido. Las piernas le fallaron, gimió con dolor, un sonido agónico cuando la espada salió y el cayó sobre sus rodillas llevándose ambas manos a la herida mortal.

JiMin gritó, tan fuerte que sintió como se quebraba la voz y le ardía la garganta. Su madre parecía haber perdido la voz, solo miraba conmocionada, paralizada, abrazando contra su pecho a la bebé que se removía, lloraba, intentaba respirar. La fuerza con la que le apretaba le cortaba el paso de aire a su pulmones.

—Solo hablaríamos, pero él no quiere colaborar —respondió el hombre, hablándole al padre agonizante en un charco de su propia sangre—. No tengo que tener benevolencia con un jovencito de su calaña, un antinatural, un adorador de demonios.

A JiMin lo sostenían de ambos brazos, tan fuerte que sentía los dedos ajenos clavarse en su carne. Se removía, gritaba, desesperado intentaba llegar a su padre pero no se lo permitían, lo sometían en su lugar mientras las lágrimas le corrían por las mejillas, pero él jalaba con tanta fuerza que sentía desencajarse.

El líder de los religiosos hizo un ademán con los dedos, y uno de los que sujetaba a JiMin le dio un fuerte golpe en la nuca, desmayándolo.

Al salir de la cabaña, cientos de personas se aglomeraban a su alrededor para saber qué pasaba pero todos se mantenían a una distancia prudente por la cantidad de seguidores militantes armados uno más severo y fiero que el otro.

El líder vociferó sobre los pecados del chico, sobre su adoración por esos seres antinaturales y demoníacos, por su violación a la naturaleza impuesta por el todo poderoso regidor celestial del mundo.

A JiMin lo arrastraban por el camino de tierra, lacerándole la piel con lo que se encontraba por el camino.

Dentro de la cabaña, la mujer se arrodillaba en el suelo, llenándose las rodillas con la sangre de su esposo, quien todos esos días de reprimendas trató de proteger a su adorado hijo. Ella no se percató que la niña en sus brazos había dejado de respirar a causa de asfixia por los brazos de su madre, al menos hasta ese momento. Entonces gritó, gritó tan fuerte que tosió gotas de sangre.

Del otro lado del bosque, lejos en las montañas se alzaba una fortaleza, en el gran salón del castillo lóbrego y frío, tres vampiros intentaban detener a un cuarto.

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