IX: Destinată Om

La jornada de JiMin fue más amena que en los últimos días. Llevaba vendajes rudimentarios en las manos y en los pies para no empeorar las heridas de días anteriores. Le molestaban un poco pero se sentía optimista, feliz a pesar del calor y la tensión en sus músculos debido a la exigencia física de todo el trabajo que debía llevar a cabo.

Él sabía que todo se debía a YoonGi; la felicidad por haberlo visto seguía en su sistema y aumentaba al saber que esa noche lo vería otra vez. Conocía el peligro implícito en sus acciones pero no quería dejar de verlo, no deseaba que la misma añoranza se instalara en su pecho como pasó en los tristes días que no supo nada de él. Encima de todo, quería preguntarle por su estado anímico o si algo le había sucedido para comportarse decaído.

El padre de JiMin se había tornado más duro e imponente con él, mas esa mañana se le veía distante, con la mirada pérdida mientras cumplía con sus quehaceres. No le dirigió ni la más mínima palabra a su hijo desde el desayuno cuando le dio los buenos días.

JiMin no entendía qué lo había llevado a comportarse tan desapacible pero no cuestionó, ni tampoco preguntó por qué estaba tan absorto; amaba a su padre pero prefería guardar silencio para ahorrarse un trato tan áspero como el que le otorgaba recientemente.

Eran las seis de la tarde cuando JiMin vendió la última fruta que llevó al mercado, recogió sus cosas, amarró lo mejor que pudo la bolsa de las monedas a su cinturón y caminó de regreso a casa, tarareando una canción que escuchó de una niña pequeña que jugaba a saltar la cuerda. Estaba cansado, podía leerse al mirar su rostro pero estaba lejos de querer dormir, no lo haría hasta haber visto a YoonGi. 

Al llegar a casa, guardó la carreta en el cuarto de herramientas, cuidando colocar correctamente las cadenas y un candado algo oxidado en la puerta al salir, jamás habían sido víctimas de robo pero nunca estaba de más cuidarse lo mejor que se podía. Seguido se quitó los zapatos en la puerta principal, los sacudió y entró llevando estos en la mano. Por último, dejó la bolsa de las monedas en la mesa de madera frente a la chimenea.

Guardó el calzado en su habitación dónde también se despojó de los sucios vendajes, se le erizó la piel cuando liberó la zona herida y sensible. Suspiró aliviado, le era mucho más grato estar sin sus improvisados vendajes con retazos de lana basta pero para el trabajo le servían bastante bien. Salió a la cocina exterior donde su madre cocinaba un estofado de conejo en un fogón de barro. A poca distancia estaba su padre, llevaba en brazos a su pequeña hermana mientras alimentaba a las gallinas de corral.

—¿Cómo te fue hoy? —le preguntó a JiMin, que sacaba agua de un barril para comenzar a lavar los vendajes que usó durante el día.

—Bastante bien, vendí todo —respondió, con una sonrisa que ninguno podía ver debido a la posición.

—¡Felicidades! —exclamó su madre, agregando más papas y zanahorias troceadas a la olla.

Lo siguiente que se escuchó fue la risa de su hermana menor cada que una gallina se acercaba mucho a ellos o al observar a los recién salidos del huevo. JiMin no dijo nada más, únicamente se dedicó lavar lo mejor que pudo los retazos de tela, que colgó en la cuerda de lavandería, al lado de un par de vestidos que pertenecían a su progenitora.

Tomó una toalla de la misma cuerda y se dirigió hasta el pequeño cuarto de baño construido con madera a unos pocos metros. Allí se hallaba un barril lleno de agua, al tocarla comprobó que alguno de sus padres la calentó para él antes de su llegada. Estaba sudado, lleno de tierra, tanto él como la ropa que se quitó y colgó en una de las paredes. Se sintió renovado tras las primeras tazas de agua que se dejó caer encima.

—¡Gracias por calentar el agua! —exclamó.

—¡No fue nada! —respondió su padre al mismo volumen.

Cuando JiMin salió de allí, húmedo y envuelto en una toalla con una taza llena de agua en la mano para limpiarse los pies en la entrada, su padre se volvió hacia él. Su semblante era serio, pero la preocupación estaba presente en sus ojos, si JiMin lo hubiese mirado bien se habría percatado de que el lenguaje corporal del hombre hablaba por sí mismo; desde cómo apretaba los labios hasta la manera en la que ceñía contra su cuerpo a la pequeña pero JiMin caminaba con cuidado de no derramar el agua y evitando que se le cayera la toalla de la cintura, centrando su atención en este par de tareas.

Se lavó los pies una vez estuvo en el suelo de madera, eliminando la tierra que se le impregnó en el recorrido. Por otro lado, su padre le habló antes de que pudiera entrar a la casa y vestirse con su camisón para dormir como pensaba hacerlo.

—JiMin—le llamó, atrayendo la mirada de su hijo mayor—. Ponte ropa adecuada para ir a la fogata hoy.

JiMin frunció las cejas, buscando algún signo de broma en el rostro de su padre pero solo vio seriedad y el nerviosismo que él no supo catalogar.

—Estoy cansado, quisiera dormir cuanto antes —se excusó.

No quería ir a la fogata, no. Allí contarían historias terribles sobre la raza de YoonGi, cosas que él no podría desmentir por más que deseara hacerlo; ¡Quería gritarles que no todos los vampiros eran despiadados! E ir hasta allá significaría que no podría llegar a su encuentro con YoonGi.

—Antes te gustaba mucho ir —comentó el hombre.

—Sí, pero desde que tenemos que dar el diezmo a ese templo de los hombres andrajosos tengo que trabajar más —dijo con serenidad pero por dentro empezaba a molestarse aunque no lo dejaba ver—. Además ya estoy grande para esos cuentos.

—No hables así de ellos —reprendió el padre quién comprendió que no habría forma de cambiar el parecer de su hijo—. Vas a ponerte ropa adecuada para ir a la fogata, no quiero una palabra más sobre eso ¿entendido?

Por primera vez en su vida, JiMin le dirigió una mirada llena de molestia y resentimiento. Todo ese tiempo hizo lo posible por ignorar en duro trato que le había dado, pero con esas palabras; toda la indignación se reflejó en el rostro del chico.

—Sí, señor —contestó, a secas, con un tono insolente que extrañamente no recibió ningún regaño.

Terminó de lavarse y entró a la casa, se dirigió hacia su habitación mordiéndose el interior de la mejilla, torciendo la lengua y apretando los puños en un intento por calmarse y controlar la ola de sentimientos negativos que le revolvían el estómago ¿por qué tenía que ser así con él cuando no hizo nada malo? ¿por qué su padre se comportaba tan extrañamente?

De haber sido más observador y menos ensimismado, JiMin habría reparado varias cosas a lo largo de los últimos días.

Más allá, a kilómetros de distancia; un joven vampiro de cabello largo negro que le enmarcaba el rostro y le cubría la nuca, con ojos avellanados y labios rosáceos finos, estaba parado frente a una ventana observando el valle, el bosque y todo el maravilloso paisaje natural que se abría frente a sus ojos.

Para ser sinceros, él no concentraba su atención en la flora admirable a su disposición sino en el otro vampiro a pocos metros de la fortaleza donde residían, sentado con la espalda apoyada en un árbol, con un libro de quién sabe qué en sus manos, absorto en su lectura.

—¿Qué haces, JungKook? —cuestionó un segundo vampiro, haciendo su aparición entre las sombras de la poco iluminaba habitación.

—Miro a YoonGi —contestó—. No entiendo por qué le sucede esto, TaeHyung. Me duele verlo así... Morir lentamente.

TaeHyung respiró hondo, se cruzó los brazos sobre el pecho y caminó hasta posarse a un lado de su compañero, abrazándole por la cintura, apoyando el mentón en su hombro.

—Los vampiros vivimos como inmortales durante algunos siglos —empezó a explicar, rememorando las clases que NamJoon le impartió—. Sin embargo, después de llegar a cierta edad debes hallar al «Destinată Om» que se traduce del Rumano como «Hombre Destinado» y consumir su sangre.

JungKook pasó los dedos por las manos de TaeHyung, dándole leves toques mientras intuía la dirección que tomaría el relato que le contaba.

—En pocas palabras, tu cuerpo comienza a caer en el deterioro hasta la muerte, únicamente podrá cesar con el consumo de la sangre de tu humano predestinado, solo entonces podrás revitalizarte hasta alcanzar la inmortalidad definitiva. Claro está, contamos con instintos que nos guiarán hasta ésta persona y facilitarán la tarea pero entre más tardes, será más arduo ya que te consumes a ti mismo con cada día que pasa —explicó HoSeok—. Es como un tipo de enfermedad para llevar a cabo una selección natural, si todos los vampiros alcanzáramos la inmortalidad con excesiva facilidad, se rompería el equilibrio de la existencia y acabaríamos con la raza humana, luego con los animales que pasarían a ser su reemplazo y así sucesivamente; un desastre, en pocas palabras.

—Si YoonGi no ha podido encontrar el suyo, nosotros podríamos ayudar ¿no crees? —opinó JungKook, deshaciéndose del abrazo de TaeHyung para girarse y quedar de frente a él con la esperanza aflorando en su semblante naturalmente melancólico.

TaeHyung sonrió con tristeza, luego negó con la cabeza acunando el rostro de su amado entre sus manos, acariciándole las mejillas con la yema de los pulgares. La piel de JungKook siempre fue tan blanca, tersa e inmaculada que parecía de porcelana.

—Él ya lo encontró, pero se rehúsa a nutrirse con su sangre —murmuró.

—¿Por qué? ¿A caso está loco? ¡Morirá! ¡Ya entiendo porque NamJoon está tan molesto! —vociferó, dejándose llevar por el desconcierto.

—Loco, sí —concedió TaeHyung—. Padece una clase de locura llamada Amor.

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