VII: The Reunion
Su vida dio un drástico cambio desde aquél espeluznante hallazgo, nada era lo mismo, todo había cambiado de una forma u otra.
Su padre había decidido que KiHyun era demasiado blando o eso era lo que había dejado saber a él, pero también guardaba sus secretos, demasiado bien algunas veces. Su jornada empezaba con los primeros rayos del sol, debía llevar los desperdicios de la noche a la fosa en el bosque junto con los demás, después se dirigía al campo de sus padres donde llevaba el resto de las obligaciones que tenía hasta el momento; desde desmalezar, regar, deshacerse de la fruta dañada y la pasmada. Una vez que terminaba, se dirigía al mercado con la carreta donde vendía sus productos, una vez que caía la tarde, hacía las entregas de los pedidos por encargo y recogía la leche para la noche.
Llegaba a casa cansado, magullado, con los pies doliendo y a veces le salían ampollas. Los últimos tres días habían sido largos, las noches cortas llenas de pesadillas. Añoraba a HyunWoo, cada vez que cerraba los ojos pensaba en él. Pero por alguna razón que desconocía, se sentía observado constantemente. Se limitaba a correr las cortinas e ignorarlo ¿por qué alguien lo vigilaría?
Sin embargo, sus padres atrancaban las puertas una vez que caía la noche por orden del hombre del templo que KiHyun odiaba cada vez más. Todos los días al ocaso, los habitantes del pueblo se congregaban alrededor de una fogata en la plaza principal, rezaban, recitaban alabanzas y plegarias al cielo; KiHyun no entendía la razón, no le agradaba y sus padres le informaron que únicamente estaba obligado a asistir un par de veces por semana. Tenía la impresión de que solo se trataba de una pantomima, para no mostrar ningún comportamiento beligerante de su parte. Hasta su madre que vivía ensimismada veía el peligro en aquellas personas desharrapadas.
Se databa del cuarto día de su martirio, añoraba sus viajes por el bosque; los sonidos, los olores, las ramitas bajo los pies y claro, a HyunWoo esperándolo en el árbol de siempre. Extrañaba las maravillas escondidas en el bosque, ocultas ante el ojo humano pero libres de ver para el resto de las criaturas, esas que no temían a lo desconocido, a lo diferente. Todas esas cosas que había presenciado, las veía gracias a HyunWoo quien le abrió los ojos ante el mundo que ignoraba, con el que coexistía sin saberlo.
La mayor parte de su vida se había limitado a obedecer las reglas de sus padres, esas que a su misma vez las personas de su pueblo imponían pero estaba cansado. Ese rígido reglamento se hacía más extenso, ahora le prohibía acercarse a HyunWoo, por lo que él era, mas KiHyun sabía que sus conclusiones estaban mal. HyunWoo no era lo que ellos aseguraban.
Esa noche se encerró en la habitación tras darse un baño, todo le dolía y estaba muy cansado pero no se permitió dormir. Por el contrario, se quedaría despierto y esperaría. Se limpió las heridas en los plantas, las que se le abrieron por largas jornadas a pie; las lavó con agua tibia, esparció una infusión que evitaría la infección y finalmente vendó. Repitió el proceso en sus manos, que ya habían comenzado a curarse pero seguían resentidas pues no tenía descanso de sus labores.
Apagó las velas de la habitación, se metió en la cama y se cubrió con las sábanas para fingir que dormía. Una hora más tarde la puerta de su habitación se abrió, su madre se asomó y miró por toda la habitación para solo hallar a su hijo dormido en ella. La puerta se cerró minutos después, KiHyun se mantuvo en su lugar por una hora más, esperando, pellizcándose el antebrazo izquierdo para no quedarse dormido, pero los párpados le pesaban, era cada vez más difícil.
Escuchó como cerraban la puerta principal así que fue momento para salir de la cama, estiró la espalda y abrió la ventana del cuarto. Recibió la templada brisa nocturna con una sonrisa, el beso de la misma contra su piel era algo exquisito después de días de no sentirla. Dio pequeños saltitos en su lugar, pasándose las manos por el rostro repitiéndose internamente que despabilaría.
Al estar seguro que sus padres se hallaban alejados, salió por la ventana agradeciendo en silencio su anatomía delgada que facilitaba su escape. Avanzó a gatas, manteniéndose pegado a la pared de la cabaña. El corazón le latía fuertemente contra el pecho, sentía que se le saldría, las manos le cosquilleaban al igual que el estómago se le torcía en un nudo. Otras veces también se había escapado al bosque para ver a HyunWoo pero los acontecimientos eran distintos, la presión era mayor. Antes, la mayoría creía que aquellos seres fríos eran únicamente mitos, no les prestaban verdadera atención; ahora sabían cuán reales eran, y los prejuicios se volvían más poderosos.
Se tomó unos minutos en el patio de su casa, tenía la boca seca, se sentía tenso mientras cerraba los puños sobre el césped. Apretó los ojos, respiró hondo y tomó una decisión. Se puso de pie, limpió sus rodillas y miró a los lados, no vio a nadie ni escuchó más que los insectos manifestándose. Sin más, se encaminó al bosque, sintiéndose emocionado, ansioso, eufórico.
¿Y si HyunWoo ya no lo esperaba en el árbol? ¿Y si había tardado demasiado en volver? Las dudas le dejaban un mal sabor de boca pero no se detuvo, siguió caminando a ciegas en el bosque pues había olvidado la lámpara de aceite por todo lo que pensaba mientras salía por la ventana.
Pero no importaba, la luna le dejaba ver lo suficiente, una iluminación pobre pero era todo lo que tenía. El barro, las pequeñas ramas rotas y las hojas caídas se le pegaban en los vendajes de los pies, jadeaba de dolor cuando pisaba una roca y lastimaba sus heridas. Extendió el brazo izquierdo, para evitar golpearse el rostro con algo mientras que con la palma de la mano contraria se cubría parte del rostro, repeliendo las ramas bajas que le golpeaban.
El sudor le corría por las sienes a pesar de lo fresco del ambiente, temía no encontrar el camino correcto, en que sus sentidos le fallasen pero no se detuvo, siguió y siguió, sin dejar de pensar en HyunWoo.
Para su alivio, dio con el árbol. Una sonrisa se le formó en los labios, las palabras no le salían de la garganta. Sintió ganas de llorar cuando no vio a HyunWoo en el lugar usual.
Se sobresaltó, su corazón latió con rapidez y el gélido terror subió por su espalda como un escalofrío cuando una mano le sujetó la cintura y la otra le tapó la boca. Se removió, se debatió, lleno de miedo y trémulo.
—Tranquilo, cualquiera pensaría que voy a matarte —se burló, y claro que reconoció la voz.
KiHyun se relajó, suspiró, llevando ambas manos al antebrazo del mayor, apretándole. HyunWoo lo liberó de su agarre lentamente, el humano lo abrazó con fuerza una vez le fue posible y el vampiro correspondió, inhalando el aroma del mortal como la más dulce de las fragancias.
—Pensé que ya no volverías, creí que te habían envenenado con sus palabras —el dolor era palpable en sus palabras.
—Jamás —susurró, aferrándose a él, hundiendo el rostro en el cuello ajeno—. Yo... Te quiero mucho para eso.
KiHyun sabía que esas palabras no designaban a la perfección lo que sentía, pero temía, temía que no fuese correcto. Guardó silencio y esperó, sintió las acciones del mayor.
—Estás lastimado —comentó HyunWoo, en un tono bajo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó KiHyun.
—Puedo oler la sangre —respondió con sencillez—. Ahora vamos.
Lo tomó en brazos, acomodándolo como a un infante, pegándolo a su pecho y comenzó a caminar a oscuras con sus ojos competentes en dichas circunstancias. KiHyun estaba adormilado, aferrándose a su mayor. Cerró los ojos, y pegó el rostro a su pecho, lo habría arrullado el latir de su corazón; si emitiera sonido que escuchar.
HyunWoo siguió caminando en la penumbra, entre ramas largas que parecían querer tocarlo con sus retorcidos y largos dedos de madera. Las hojas secas crujían bajo sus pies, empezaba a alzarse una bruma liviana. Los aullidos de los lobos eran cada vez más constantes pero nada más se escuchaba; un mal presagio.
Esta vez, HyunWoo no lo llevó muy lejos tomando en cuenta la precaria situación con el tiempo. Se limitó a visitar un claro dónde la hierba les llevaba a la altura de la cintura, entró en ella con cuidado. KiHyun, quien estaba medio adormilado se reía cuando la hierba le rozaba los pies o los brazos, haciéndole cosquillas.
—Es un mar de hierba —susurró, haciendo un esfuerzo por mantener los ojos abiertos.
La hierba iluminada por el blancuzco resplandor de la luna le daba un matiz platinado, como dedos fantasmales dirigidos al cielo, listo para sujetar a quien se atreviera a cruzar.
HyunWoo dejó a KiHyun sobre sus pies pero él no se apartó, le abrazó el brazo, pegándose a su cuerpo y reposando la mejilla contra él. Estaba tan cansado, lo había extrañado tanto que no quería apartarse.
—Ven —dijo HyunWoo antes de comenzar a caminar, KiHyun miró de lado a lado con curiosidad.
Con cada paso que daban, pequeñas luces aparecían, amarillas, algunas más saturadas que otras. Al principio creyó que alucinaba pero cada vez hubo más, con lentitud ascendieron por encima de la hierba, un espectáculo hermoso. HyunWoo lo tomó de la mano, entrelazando sus dedos para avanzar con mayor rapidez y los pequeños insectos despertaron y emprendieron vuelo allí por donde pasaban.
KiHyun admiraba el paisaje embelesado, era totalmente hermoso. Tan etéreo, sencillo, y precioso. Siguieron caminando por la hierba, uno junto al otro, en un camino zigzagueante, recto, con curvas, iban en todas direcciones admirando el espectáculo. Hasta que, en una sección más baja, HyunWoo se dejó caer en el pasto tirando de KiHyun, provocando que cayera encima de sí. Pasó los brazos alrededor de su torso mientras que el humano se acomodó sobre el cuerpo ajeno, reposando la cabeza en su pecho, ambos riendo llenos de alegría por el otro, en medio de la desesperanza.
HyunWoo le acarició la espalda, la cadera, y la cintura, también se atrevió a pasar los dedos por el rostro del más delgado, pero KiHyun no hizo más que adormilarse. Minutos después, se rindió al sueño, relajándose como no lo hacía desde hace días, durmiendo plácidamente.
HyunWoo lo miró con una sonrisa, no podía ver su rostro pero el ritmo de su respiración junto a los casi imperceptibles espasmos de su cuerpo le daban una respuesta clara. No dejó de acariciarlo mientras dormía, en la espalda, el rostro o el cabello. Cerró los ojos, dejándose llevar por el momento, disfrutando del calor humano que recibía.
Desde hacía mucho tiempo no sentía tanta paz, tanta perfección y pertenencia. Tanto tiempo, que había olvidado lo era sentirse... ¿amado?
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