Capítulo 8
La bruma oscura que me envuelve me acoge con gusto en su seno. Respiro con fuerza, cada vez más rápido y fuerte. Me desperezo intentando despegar los ojos con gran dificultad. Se han sellado por las lágrimas. Busco cerca de mí el calor de Ce, pero ya no está. Lo busco a tientas con las manos, pero no lo encuentro. Me ha dejado sola. Espero que haya ido a que le curen. Noto la presión de la venda en el brazo izquierdo, me dan náuseas otra vez. Mis manos rozan algo que hace un ruido que reconozco. Es un papel. Me incorporo para cogerlo. Enciendo la luz y entorno los ojos para que sea menos molesto. Es de Ce que tiene una descuidada caligrafía.
Eme, hoy no irás a las pruebas. Sigue estas indicaciones:
Ve a la sala hexagonal y entra a la puerta que está justo enfrente de la del pasillo de mi habitación. Sigue por ese pasillo y entra por la segunda puerta a la derecha. Luego diles que te acompañen. No duermas mucho. Te quiero bien despierta.
Ce.
Me levanto apresuradamente de la cama, no hace falta que me vista porque ya llevo mi ropa puesta. Me gustaría poder cambiarme y darme otra ducha, esta vez sin que nadie me observe a ser posible. Me paso los dedos por el pelo en un esfuerzo inútil por desenredarlo y mientras atravieso el inmaculado pasillo me percato de que llevo una goma en la muñeca derecha, así que me hago un descuidado moño.
Cuando llego al umbral me detengo. De nuevo siento el miedo atenazarme los músculos, no sé lo que voy a encontrarme ahí delante. Tengo que quitarme ya todos los estúpidos miedos. Así que suspiro con fuerza y expulso todos los temores de mí. Abro la puerta y entro a la sala hexagonal. Hay presentes símbolos de lo que ocurrió ayer por la tarde: varios impactos de bala en las paredes, la cúpula completamente derruida, algunos restos de sangre aún sin limpiar...
Por un momento vuelvo a verme apresada entre los brazos del chico de ojos verdes. Y me estremezco. Veo de nuevo a Ce arrodillado en el suelo a punto de morir. Y vuelvo a estremecerme. Sacudo la cabeza intentando olvidar lo ocurrido, borrarlo para siempre de mi mente. Pero ya está grabado con tinta imborrable en mi defectuoso ser. Cruzo la sala con pasos ligeros y siguiendo las indicaciones de Ce entro por la puerta de enfrente. Veo la segunda puerta a la derecha y casi me abalanzo a ella. Entro y lo que encuentro no me gusta.
El olor a desinfectante me golpea la nariz y me hace estornudar. Todos los aquí presentes se giran a mirarme. Me encuentro en una estancia casi infinita, también blanca con camas a la derecha y a la izquierda. Todas están llenas de esa gente a la que les gusta llamarse perspicaces. Esto es la enfermería del cuartel. Un chico con una bata blanca, puede que de la edad de Ce se acerca a mí. Tiene el pelo negro y rizado, los ojos negros como su pelo, sus labios no son más que una fina línea que podría desaparecer de un momento a otro y su nariz es achatada como la mía. Me observa con detenimiento de arriba abajo.
—Tú eres la defectuosa —afirma—. Te estaba esperando. Ce me ha dicho que estás herida. Ven por aquí.
Lo acompaño por el pasillo que hay entre las filas de camas y desaparecemos detrás de un biombo. No me gusta este lugar, no quiero que me hagan más pruebas. Hay una camilla y una mesilla con utensilios. Me estremezco. A saber a qué se refería Ce con sellarme.
—Siéntate —me pide.
Lo hago y coge entre sus brazos el mío. Lo desenvuelve de su vestimenta con cuidado y delicadeza, al contrario que Ce.
—Te desinfectó —vuelve a afirmar—. Y te sacó el cristal. No creo que lo hiciese con mucho cuidado —dice sonriendo, yo también le sonrío; es la primera persona que no me trata de forma extraña—. Sé que Ce es un bruto, era mi compañero cuando empezamos. Los dos vinimos aquí juntos y es mi mejor amigo.
Lo miro incrédula. No puedo creer que Ce entable amistad con alguien. Aunque ahora que lo pienso... Aunque conmigo no lo sea, con Ele y Nadia parece simpático. Les sonríe, parece que tienen química. Una punzada de dolor imperceptible me atraviesa el corazón y hago una mueca extraña que provoca la risa en el chico que examina ahora mi herida.
—Vale, puede que al principio sea un poco arisco y tosco. Pero ya sabes... El roce hace el cariño —coge un bote que en su interior contiene una especie de pasta—. Por cierto, soy Erre.
Asiento mientras abre el bote e introduce su dedo índice con dificultad en la masa. Lo saca y me lo aplica sobre la herida.
—Yo soy Eme —digo observando como lo hace.
Él sonríe y le devuelvo la sonrisa.
—Lo sé.
Qué estúpida, claro que lo sabe. De pronto noto como la piel que rodea la herida se va moviendo, duele un poco. Pero empieza a juntarse y la herida parece cicatrizar. Hasta que se une y donde había un gran corte ahora ha sido sustituido por una nueva piel de color rosa.
—Aún no está curada. Esto solo es el sello, ahora tus células epiteliales empezarán a trabajar para que tu verdadera piel se una de nuevo.
Asiento, tampoco ha sido tan malo, y ya no tengo que ver esa terrible herida. Ahora está sellada.
—¿Tienes más? —pregunta.
Sacudo la cabeza, tengo algunos rasguños, supongo. Pero ya no más cristales.
—Oye, Ce... —empiezo, pero él me interrumpe.
—Ya. No puedo acompañarte, estoy un poco ocupado como verás, te daré un plano y te marco dónde es.
Salimos de detrás del biombo y llegamos a un escritorio que hay justo al lado de la puerta de entrada. Abre uno de los cajones y saca un papel doblado, lo desdobla. Es un mapa del edificio. ¡Es enorme este lugar! Aunque ya lo sabía. Coge un rotulador rojo y marca el camino.
—Buena suerte. Te daría un guía, pero no tengo ninguno a mano. Hasta luego —se despide con la mano y vuelve a atender a otros pacientes.
Salgo y sigo las instrucciones del mapa. Un guía. ¿Qué será? Aquí todo es tan extraño... Hasta las personas son extrañas. En la sala hexagonal entro por una puerta que está en diagonal conmigo. Hay un ascensor. Aprieto el botón para llamarlo y no tengo que esperar, inmediatamente se abre como si él hubiese estado esperándome todo el día. Tengo indicado por Erre que tengo que bajar al piso menos cinco. Es el más profundo. Así que pulso el menos cinco y espero mientras desciendo al vacío.
La puerta se abre y ante mí se extiende un túnel negro iluminado por alguna luz roja cada varios metros. Trago saliva. Tengo que encontrar otra puerta para llegar a mi destino. Así que echo a andar por el corredor con un paso tranquilo y muy alerta por si alguien se oculta entre las sombras o si me han planeado una encerrona. Vislumbro una puerta entre las sombras y me dirijo a ella. La abro sin dificultad y deja escapar un chirrido muy desagradable.
—¡Por fin! —dice una voz seria que conozco muy bien.
No encuentro el cuerpo a quién pertenece. Miro a mi alrededor. Hay una luz iluminando el centro, es una sala vacía y oscura con olor a polvo. Me dirijo al centro lentamente y cuando estoy debajo de la luz veo sus ojos brillar en la oscuridad. Se acerca a mí con algo en la mano. Me lo tira y lo cojo después de que me golpee en el estómago. Observo el objeto con cautela y detenimiento. Es una pistola. ¿Pretende que me suicide? ¿Qué lo mate? Mi cara debe de ser muy graciosa por lo oigo reírse por lo bajo.
—Voy a enseñarte a disparar y a defenderte —me explica.
Siento el alivio, que me he quitado un peso de encima y que ya puedo respirar. Me rodea y me giro para mirarlo.
—Enciéndete —dice en voz alta.
Y obedeciendo sus órdenes, frente a mi parece una diana que se ilumina. A mi derecha un saco de boxeo. A mi izquierda una especie de maniquí acolchado. Todos iluminados por una luz. Pero la estancia sigue igual de oscura. Me ha encantado eso. Ojalá lo hubiese tenido en casa. Noto su respiración sobre mi pelo, pega su cuerpo al mío y me ruborizo. Menos mal que no me ve la cara. Pero espero que no note los alocados latidos de mi corazón. Pasa sus manos por mis brazos hasta llegar a las mías, las coge y las junta con la pistola entre ellas, las sube a la altura de mi rostro. Noto como traga saliva.
—Es fácil, los pies paralelos, recta, con una mano sujetas y con la otra aprietas —susurra colocándolas correctamente—. Guiña un ojo para apuntar. Concéntrate —eso es difícil en esta situación—. Respira hondo y dispara.
Aprieta mi dedo contra el gatillo y la bala sale disparada contra la diana emitiendo un ensordecedor sonido. Impacta justo en el centro.
—Vaya —digo asombrada.
Se separa de mí para situarse a mi lado.
—La suerte del principiante. Además, he sido yo el que ha disparado —dice llevándose el mérito.
Pongo los ojos en blanco y resoplo.
—Vamos, otra vez —dice.
Ce me mira serio, con el ceño fruncido y los brazos cruzados en el pecho, cambiando el peso de un pie a otro. Pongo los pies paralelos, la espalda recta, sujeto la pistola con la mano izquierda para que no se mueva, y con la derecha la guío, guiño un ojo, dejo la mente en blanco, respiro hondo. Y aprieto el gatillo.
Vamos, Marina, en el centro.
El disparo resuena por toda la estancia, me desestabiliza un poco y retrocedo. En el centro. Ce asiente ladeando la cabeza y arqueando las cejas.
—Aprendo rápido —le digo.
Me indica que dispare de nuevo y me dispongo a hacerlo.
—No opino lo mismo —responde.
Me pasa una mano por la cintura y me tira hacia atrás. Caigo al suelo de espaldas y veo su sonrisa de satisfacción desde arriba. He disparado al techo.
—¿Así dispararías en medio de una pelea?
Me levanto y me pongo tensa, alerta, esperando su siguiente movimiento mientras apunto a la diana. Respiro hondo. Resbala su pierna por mis pies, volviéndome a desequilibrar y haciéndome caer al suelo de bruces. Resoplo y me levanto con agilidad. Vuelvo a mi posición.
—En una pelea no te dejarán estar quieta. En una pelea tienes que utilizar el cuerpo, no el arma. El arma solo cuando tengas al oponente doblegado y rendido —me dice dando vueltas a mi alrededor, con los brazos cruzados en el pecho y su expresión con el ceño fruncido.
Asiento y trago saliva, aprendo y aplico. Seguimos así gran parte del día. O al menos eso me parece porque los minutos parecen horas. Y Ce no hace más que echarme la bronca, ni siquiera me felicita cuando lo hago bien. Pero ahora como resultado de mi entrenamiento estoy obligada a llevar un arma escondida en la cintura.
—Ya está bien por hoy —dice mientras respiro entrecortadamente desde el suelo de nuevo.
Finalmente me acompaña hasta el baño donde me deja ducharme a solas y me trae ropa limpia. Luego volvemos a la habitación. Estoy cansada.
—Te iba a llevar al comedor, pero mejor te traigo la comida aquí —dice cuando ve que caigo rendida en el colchón.
Asiento, cierro los ojos y me abandono de nuevo al sueño. Horas después, que me parecen un segundo porque estoy muy cansada, Ce me despierta vertiendo un cubo de agua en mi cabeza.
—¡Eh! —grito mientras trato de no ahogarme y lo fulmino con mis ojos legañosos.
Inmediatamente me levanto con el cuerpo dolorido por el duro entrenamiento de ayer, me visto con mi ropa nueva. Lo sigo a través de los inmaculados pasillos hasta el garaje donde el hombre de la recepción nos saluda alegremente como todos los días, donde cogemos la moto y partimos hacia el hospital. En cuanto llegamos sé que algo va mal. Antes de llegar ya lo intuyo.
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —murmura Ce.
Ante nosotros el hospital está ardiendo, solo se escucha el crepitar del fuego consumiendo la fachada y los gritos de la gente que hay aún dentro. La moto derrapa, casi caigo al suelo, pero él me sujeta y no lo hago. Bajamos apresuradamente mientras nos quitamos el casco.
—¿Llevas la pistola? —me pregunta y yo asiento—. Vale, cúbreme.
Me pongo detrás de él con el arma en alto, apunta hacia delante. Se apoya en el muro y asoma la cabeza, me hace un gesto para que lo siga y nos adentramos en el recinto. No veo lógico esto. Por qué en un incendio debemos tener cuidado e ir armados. A no ser que haya sido provocado por los chicos de negro. Y podría ser. En cualquier caso, Ce confía en mí. En que le cubra las espaldas, en cierto modo su vida está en mis manos, no puedo fallar. Y si me ha confiado su vida será porque no soy tan mala. Nos acercamos al edificio de donde emerge un humo negro que me asfixia, por la puerta la muchedumbre sale despavorida tosiendo. No sé si quiero entrar. Pero tengo que ser valiente. Ce confía en mí. Entramos, él primero, yo le sigo de cerca. El olor a quemado me golpea la nariz, se introduce por ella junto a la humareda que me llena los pulmones de aire impuro que mi organismo quiere expulsar con tos. Me escuecen los ojos también. Atravesamos los pasillos que recorremos todos los días de camino a mis pruebas, pero ahora apenas se ven.
—¿Qué ha pasado? —logro articular entre toses.
Él sacude la cabeza, está alerta. Se introduce más en la neblina que ha formado el humo. No lo veo, y aunque sigo andando hacia delante ya no está. Ha desaparecido. No puede ser. Sigo hacia delante y miro a los lados, pero no veo nada. Ni tampoco escucho nada. Solo oigo los latidos de mi corazón en mis oídos y mi respiración entrecortada por encima del crepitar del fuego en alguna parte de este edificio.
—¡Ce! —lo llamo.
Nadie contesta.
—¡Ce! —vuelvo a llamarlo.
Sigue sin contestar nadie. Me estoy empezando a asustar, subo el arma, apunto a los lados y luego al frente. Nada. No creo que pueda aguantar mucho más, me estoy asfixiando. Mis piernas fallan y caigo al suelo, me hago un ovillo mientras la oscuridad se apodera de mí y el oxígeno me falta. Mi mejilla pegada al suelo siente como cada vez está más caliente. Toso para liberar mis pulmones del aire tóxico, pero vuelven a llenarse de este.
Vamos Marina, no puedes rendirte aquí. Sigue, busca a Ce. Corre, levántate.
Creo que ya todo está perdido mientras me repito eso y no puedo levantarme. Mi garganta está reseca, no me queda aire que respirar, además me duele la cabeza. Me lo repito de nuevo inútilmente:
Vamos Marina, no puedes rendirte aquí. Sigue, busca a Ce. Corre, levántate.
https://youtu.be/HSg3tBzAVFk
Pero no es mi cuerpo casi asfixiado el que se levanta. Son cuatro brazos sobre mí los que me ayudan a incorporarme, me llevan a otro lugar. No los veo, solo oigo sus voces, pero no las escucho, no entiendo lo que dicen. Solo noto sus brazos sobre mí, guiándome y obligándome a andar. Después de todo, pierdo el conocimiento, me desmayo y ya no sé dónde estoy, ni con quién.
De repente vuelvo a ese sueño de oscuridad, pero la música se ha detenido, ya no hay más bailes. Observo a Ce desde la distancia, entre la neblina de la inconsciencia. No sé si está ahí realmente. Lo único que tengo claro es que este es nuestro final. Vamos en direcciones diferentes, yo alejándome vertiginosamente hacia el abismo. Sé que está observando cómo desaparezco mientras la música termina de extinguirse. No sé si alguna vez volveremos a vernos. Lo único que tengo claro es que estoy totalmente perdida. He sucumbido al peligro.
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