Capítulo 7
Atravesamos el pasillo mientras el alboroto aumenta conforme nos acercamos a la puerta que nos espera al final del corredor. Disparos ensordecedores acompañados de aullidos escalofriantes. Golpes secos y más alaridos de dolor estruendosos. Escucho como mi corazón late apresuradamente como si pensase que son sus últimos bombeos y quiere apurar los segundos que le quedan. Mi respiración es irregular, respiro al compás de mi corazón, como si mis pulmones quisiesen disfrutar de todas las bocanadas de aire posibles antes de expirar y no volver a inspirar. Me sudan las manos, no pienso con claridad y noto los latidos desesperados de mi corazón en mis oídos. Sólo corro porque Ce me empuja hacia adelante, porque noto su rugosa mano impulsándome hacia el peligro.
—No te separes de mí bajo ningún concepto, ¿me entiendes? Y no uses tu defecto —dice cuando nos paramos frente a la puerta; yo asiento.
Me rodea el cuello con un brazo y pega mi espalda a su pecho, acciona el picaporte y abre la puerta con el arma por delante y mientras salimos susurra en mi oído:
—Voy a llevarte a un lugar seguro. Te protegeré.
Me estremezco con sus palabras y el miedo crece aún más en mí. En estos casos me gustaría ser valiente, pero no puedo. Me dejo llevar por el pánico que hace flaquear mis piernas. Menos mal que está Ce para sujetarme. Cuando salimos a la sala hexagonal no veo nada, solo el pasillo que dejamos atrás. Y no veo el caos que hay establecido aquí. Pero esto es una imprudencia, Ce tiene que mirar hacia delante o nos matarán a los dos.
—¡Ce! —grito desesperada.
Entonces creo que se da cuenta y me suelta, se gira y me cubro en su espalda, agarrándome con fuerza a su camiseta verde. Me atrevo a asomar la cabeza por al lado de su brazo, es entonces cuando soy consciente del caos que lo envuelve todo. La estancia es una marea de cadáveres de personas con batas blancas en el suelo, y una multitud de negro corre de un lado a otro atemorizando a la gente que reside aquí, amenazándoles, quitándoles la vida. La cúpula de arriba esta rota, los cristales crujen bajo nuestros pies. Las paredes, los suelos blancos ahora se tiñen de rojo escarlata. Rojo sangre. Y el águila protectora que preside la sala, protegiendo el mundo observa el caos que ha reinado en un momento en este santuario de paz y silencio. Los de negro reparan en nosotros y disparan indiscriminadamente, Ce me arrastra al suelo con él, donde los cristales me arañan la blanquecina y sensible piel que recubre mi cuerpo. Me hago un ovillo mientras una lluvia de disparos cae sobre mí. No pienso. No puedo pensar. Ahora no se puede manifestar mi defecto. Es peligroso. Ce dispara a ciegas y finalmente me arrastra de nuevo a incorporarme.
—¡Corre! —me dice empujándome.
Doy varios traspiés, pero por fin puedo mantener el equilibrio y correr sin mirar atrás. Ce tiene que venir detrás de mí, me ha dicho que no me separe de él. Tiene que estar tras de mí. Me giro cuando llego a una de las puertas. Están todos tan absortos en su pelea que no se han percatado de que estoy huyendo. Pero Ce no está conmigo. Está peleando con dos chicos y una chica de negro. ¿Quiénes son estos que han decido tomar el cuartel? ¿Será el peligro del que me escondo incansablemente? Ce derrota a sus tres oponentes. Es increíble, no sé cómo lo consigue. Me mira indicándome que siga, que corra mientras avanza hacia a mí dando puñetazos por el camino. Le hago caso y desaparezco por la puerta dejándolo atrás. Espero que no le hagan daño.
Pero después de haberlo visto pelear, no creo en que se lo hagan. El miedo es más grande que cualquier otro sentimiento por lo que corro a través de este pasillo blanco y lleno de puertas. Aquí también se notan los estragos de los de negro. Quizás no haya sido buena idea salir corriendo sola, sin nada ni nadie que me defienda. Una puerta se abre y me paralizo. No puede ser cierto. Un chico vestido de negro sale por ella mirando hacia el lado opuesto al mío, luego a mí y sonríe. Me deslumbra con sus blancos dientes y clava sus ojos verdes en los míos marrones. Tan sólo su dura mirada basta para hacerme estremecer de arriba abajo.
—Vaya, a ti te estaba buscando yo —dice acercándose poco a poco.
¿A mí? Pero... ¿Cómo lo sabe? No es posible. Esto no me puede estar pasando a mí.
Noto como me paralizo. No puedo reaccionar, no sé cómo hacerlo. Mi corazón ha dejado de latir, mis pulmones han dejado de pedirme aire, de mis mejillas el calor rehúye. Ha sido una total imprudencia introducirme en estos pasillos sola y desarmada. Sus ojos verdes cristalinos me recorren de arriba abajo mientras yo retrocedo. Pero sé que no tengo escapatoria a no ser que: Ce aparezca detrás de mí, utilice mi defecto (cosa que no puedo hacer, aunque ya qué más da) o actúe.
—Ni un paso más, preciosa —dice apuntándome con una pistola.
Trago saliva.
Me convenzo para actuar eligiendo una opción. Levanto una pierna e intento atizarle con ella en la mano para que suelte el arma y caiga fuera de su alcance. Intento. Porque anticipa mi movimiento y coge mi pie haciéndome perder el equilibrio tirándome hacia atrás. Me quejo y jadeo. Antes de que pueda reaccionar lo tengo encima mía a horcajadas, sin dejarme escapar, inmovilizada. El cañón de la pistola apunta mi pequeña frente. Dejo escapar todo el aire que hay en mis pulmones, cierro los ojos con fuerza esperando mi momento. Ya está. Todo ha acabado. Y lo peor es que sé que puedo defenderme y no debo hacerlo, porque es peligroso. Pero esto va a acabar con mi vida. Y ese peligro es incierto.
—Vamos, defectuosa, levántate y sígueme.
Abro los ojos, se está levantando y me coge el brazo, igual de fuerte que Ce. Y me empuja por donde he venido. Forcejeo con él, pero es inútil, solo consigo hacerme más daño.
—Pórtate bien, defectuosa, sino me veré obligado a hacerte daño de verdad —me dice con voz cansada.
Avanzamos a través del pasillo rápidamente, no deja de apuntarme con la pistola. Y entonces llegamos de nuevo a la sala hexagonal donde el suelo es una mezcla de blanco, negro y rojo, sobre todo rojo. Siento la impotencia recorrer mi cuerpo. Está en mis venas. Y llega a mi garganta provocando una indestructible bola gruesa de dolor en su centro.
—¿Qué vais a hacerme? —consigo articular.
Él se limita a empujarme y se reúne con otras personas vestidas de negro, como él. Busco a Ce entre ellos. Y lo encuentro en el centro de un tumulto. Está apresado e intentando resistirse. ¡No! No puede ser... Él es invencible. O eso me gusta creer.
—Limítate a hacer lo que yo te diga —me susurra apretando los dientes.
No quiero acatar más órdenes me he hartado ya. Quiero actuar. Pero no tengo ni determinación ni físico para hacerlo. Los de negro que sujetan a Ce se acercan hacia donde estamos nosotros justo cuando el chico de ojos verdes hace el amago de echarme sobre su hombro.
—¿Qué hacemos con este? —le pregunta uno.
Ce no ha perdido su expresión impasible, sigue dándome miedo. Pero así, en estos momentos, solo quiero que esto acabe y vuelva a llevarme en la moto a esas estúpidas pruebas.
—Hmmm... Soldado... —dice el chico de ojos verdes mirándolo de arriba abajo dándose unos golpecitos en la barbilla con el cañón de la pistola—. Matadlo —sentencia.
No. No puedo creerlo. Me niego a hacerlo. Ce no puede morir. El nudo en mi garganta se hace más y más grande. Quiero chillar, quiero actuar, pero no puedo: estoy paralizada. Me pone sobre su hombro de un tirón. Estoy bocabajo viendo su espalda. Me hago daño en las costillas. Pataleo sobre su torso.
—¡No! —chillo notando las lágrimas empañando mis ojos; acompañadas de un fuerte nudo en la garganta—. ¡No! —repito con más fuerza.
Oigo como tiran a Ce al suelo, sujetándolo. Me incorporo sobre el hombro del chico de ojos verdes que ha ordenado su ejecución, mientras sus manos me aferran con fuerza, sujeta su cintura con una cuerda que pende del techo. Me acabo de dar cuenta, las paredes están llenas de cuerdas negras y la cúpula ahora totalmente rota. Es el plan de escape. Veo a Ce arrodillado en el suelo sobre una mancha de sangre que no es suya, le inmovilizan las manos y le apuntan por detrás a la cabeza. Él mira fijamente al suelo. Sin ningún rastro de alguna expresión en su rostro. El chico de negro que le apunta pone el dedo sobre el gatillo y mi corazón se paraliza.
—¡Quieta, defectuosa! —me grita el chico de ojos verdes que ha sentenciado el destino de Ce.
Forcejo con sus brazos, pero es imposible deshacerme de ellos, son de hierro. Y entonces todo está perdido. Lo sé. Todas las puertas de la estancia hexagonal presidida por el águila que vigila la Tierra se abren y otra marea de personas irrumpe en ella.
La estancia se llena en un momento de hombres de verde con metralletas entre sus manos: soldados. Entonces todo pasa muy rápido. Ce aprovecha la confusión del momento, le da un puñetazo en la mandíbula a un chico de negro y se incorpora con agilidad, le da una patada en la mano al que sostenía el arma, haciéndose con ella. Dispara al otro en la pierna y corre hacia mí. Apunta al chico de ojos verdes y forcejea con él hasta que me suelta. Ce me coge por la cintura y me sube en sus brazos como si fuera una niña pequeña, yo me agarro con mis piernas fuertemente a su torso y con los brazos a su cuello. Los de negro tiran de sus cuerdas y desaparecen en el cielo sin que los soldados puedan darles caza. Pero el chico de ojos verdes que me retenía hace tan solo unos segundos apunta hacia nosotros antes de salir. Apunta y dispara. Y yo jadeo asustada. La bala va directa a la cabeza de Ce, así que no sé cómo lo hace, pero acaba impactando en su clavícula. Ni siquiera se queja, corre conmigo hasta el pasillo que lleva a nuestra habitación y solo me suelta cuando estamos sobre la cama. Yo sobre él que apoya la espalda en la pared. Ni una mueca. Su camiseta está manchada de rojo oscuro. Creo que me estoy mareando. Yo he resultado ilesa, excepto por algunos cortes de los cristales rotos de la cúpula.
—Estás herido —digo llevando mis dedos hasta su herida, pero sin tocarla.
Asiente ladeando la cabeza y acerca mi cabeza a su pecho donde lo noto subir y bajar con su respiración agitada que poco a poco se va calmando. Me acurruco ahí, me hago un ovillo encima de su cuerpo y él me envuelve con sus brazos mientras siento miles de escalofríos.
—Y tú —me responde.
Lo miro a los ojos y sacudo la cabeza.
—Te han disparado, tienes que ir a que te curen, Ce —le digo atropelladamente, desesperada.
Coge mi brazo y lo gira hacia arriba. Está manchado de sangre. No. La sangre sale de él a borbotones. Ni siquiera lo había notado, y ahora duele mucho. Se me nubla la visión. Me estoy mareando y tengo ganas de vomitar. La cálida sangre emana de la herida y recorre mi brazo hasta acabar goteando sobre él.
—¡Pero a ti te han disparado! —le digo mientras observa mi corte de cerca y pasa sus dedos por el borde mientras intento recuperar la nitidez de mi visión.
Se levanta y abre el cajón de la mesilla que hay al lado de la cama. De él saca vendas, algo para curar que no sé lo que es y vuelve a la posición en la que estábamos antes.
—Déjame que te cure eso primero.
Yo lo miro sorprendida. Sacudo la cabeza asustada como respuesta. Me coge el brazo con fuerza y lo examina de nuevo de cerca.
—Sí que lo harás, porque acatas mis órdenes —dice, me mira a los ojos y añade—. Es un cristal.
Un cristal. Me quiero morir. Esto es lo peor, qué ganas de desmayarme que tengo. Asiento preparándome para este momento. Entonces introduce sus dedos en mi herida y chillo. Pero qué bestia.
—Luego te dejaré que hagas lo mismo conmigo, si quieres —me dice intentando tranquilizarme; creo o dándome la oportunidad de vengarme.
Ni siquiera se ha lavado las manos, verás que infección me sale. Se me retuercen las tripas de solo pensar en lo que me está haciendo y en que yo también voy a tener que hacerlo. Por fin lo extrae. Es bastante grande. Aprieto los dientes, cierro con fuerza los ojos, respiro profundamente y abre el frasco con el que me curará. Pienso en todo lo que acaba de ocurrir. Entre las brumas del dolor, surge una pregunta.
—¿Qué ha pasado?
Él sacude la cabeza mientras vierte algunas gotas en mi herida y hago una mueca de dolor.
—Estas gotas solo desinfectan, luego iremos a que te sellen —coge las vendas y sin limpiarme la sangre empieza a cubrirme la herida; me mira a los ojos a veces y una de ellas añade—: Ese es el peligro. Te quieren usar como arma. Pero son estúpidos, nunca lo conseguirán.
Asiento intentando comprender. De modo que esos chicos de negro son el peligro al que me enfrento. Creo que tampoco es para tanto. Tendrían mi edad o tal vez la de Ce. Aprieta con fuerza la venda y ahogo un grito de dolor.
—¿Sabes lo qué es la delicadeza, perfecto? —le digo con ironía.
Él esboza lo que creo que es una media sonrisa y sacude la cabeza. Me separa un poco de él y se quita la camiseta empapada de sangre. Es la primera vez que estoy sentada en el regazo de un chico al que apenas conozco y que está sin camiseta. Y me siento avergonzada y pequeña. Trago saliva y miro su herida de reojo, no puedo mirarla, es demasiado para mí. Quiero vomitar.
—No me llames así, los que residen aquí se hacen llamar perspicaces porque se creen capaces de cualquier cosa y creo que lo sabes de primera mano —me explica; creo que denoto una pizca de odio en su tono, pero no estoy segura. Además, sería una tontería pensarlo.
Cuando termina nos quedamos mirándonos fijamente mientras el mundo desaparece a nuestro alrededor.
—¿Qué significaba eso? —me mira frunciendo el ceño, aunque esa expresión es habitual en él—. Ya sabes, lo de esta tarde.
Resopla y mira a la pared que tengo detrás, luego a mí. Tendrá que contestarme, hace unos minutos estaba dispuesto a contarme cualquier cosa.
—Será mejor que no sepas nada de eso por ahora, hasta que se calmen las cosas. Podrían intentarlo de nuevo y... Bueno, es peligroso —dice suavemente; me sorprende ese tono en él.
Asiento. Entiendo lo que quiere decir. Ambos nos quedamos mirando su herida. Debe ir a curarse, aunque ahora la enfermería estará a rebosar de pacientes.
—He sobrevivido a cosas peores —masculla y deja escapar un suspiro.
[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para visualizarlo.]
Asiento, creo que hasta sonrío un poco. Y luego poco a poco, mi respiración se acompasa y caigo en un profundo sueño mientras sus manos pasean por mi brazo, mi cuello, mi mejilla, haciéndome cosquillas. Mientras los míos se aferran a su cuerpo en un afán de buscar la seguridad y la protección que me ofrece él.
Entonces me siento embargada por la oscuridad que envuelve la estancia por completo. Cuanto nos rodea se convierte en simples formas difuminadas, mientras comienza a sonar una suave música de fondo que hace que nos sumerjamos en una coreografía de acercamientos, distanciamientos, de juegos de idas y venidas. Nuestras figuras es lo único que se percibe con nitidez. Nos acercamos con timidez, nos observamos. Damos vueltas alrededor del otro, imitando los gestos del otro. Parece que nos vamos a coger de la mano, rozarnos la cara. Pero no sucede nunca. Nunca. Siempre reculamos, siempre nos alejamos.
Nuestra coreografía sigue bajo las constelaciones de las estrellas más brillantes que he visto en un cielo nocturno. Así volvemos a acercamos, nos reímos o simplemente nos miramos. Nos evaluamos. Ce se queda mirándome ahí de pie, pero finalmente agacha la cabeza. Vuelvo junto a él, doy vueltas a su alrededor sin parar de reír. No puedo evitarlo. Sé que intenta no hacerme caso. Soy un peligro con el que no sabe lidiar. Pero acaba alzando la cabeza para girar. Vuelve a girar conmigo. Siempre lo hace.
Una vez más, estamos tan cerca que parece que nuestros labios se unirán por fin, pero ni siquiera nos hemos rozado cuando ambos nos alejamos. Pero la luz está cambiando. Está amaneciendo, y con el amanecer inevitablemente se recupera la nitidez de la escena. No sé si conseguiremos unirnos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top