Capítulo 5
—¡Vamos, levanta, defectuosa! —me grita una voz seria desde arriba.
Noto una presión en el abdomen, muevo la cabeza a un lado. De repente noto como algo húmedo me empapa. Abro los ojos incorporándome sobresaltada. El agua helada me cala los huesos, haciéndome estremecer repetidas veces. Ce está de pie junto a mí con un cubo entre las manos.
—Serás... —empiezo, pero me callo cuando veo su mirada de desaprobación.
—Si obedecieses a la primera... —dice encogiéndose de hombros—. Vamos, vístete. Nos vamos.
Me tiende unas prendas de ropa diferentes a las que llevo. ¡Es mi ropa! ¡Perfecto!
—Estoy mojada —me quejo.
Él hace un movimiento con las cejas y la boca mientras se cruza los brazos en el pecho apoyándose en la puerta.
—¿Y qué quieres que haga? —responde severamente.
Me quito la ropa mojada para dejarla en el suelo, me cambio y me acerco hasta él. Va a cogerme el brazo, otra vez va a estrujarme.
—Por favor, te voy a seguir, no me hagas daño. Eres muy fuerte —le digo mirándome los zapatos.
Él resopla y abre la puerta sin que el sistema de seguridad se lo impida. Andamos por el vacío e interminable pasillo hasta llegar a la sala hexagonal con el águila protectora presidiéndola. Nos metemos por la puerta de nuestra derecha que da a una habitación oscura iluminada por una luz roja que cuelga del techo. Al otro lado hay un ascensor. Vamos hacia allí y pone una clave de seguridad en un teclado. Luego deja su huella dactilar y también se hace un escáner ocular.
Vayamos dónde vayamos debe contener algo importante, que tal vez me sea de utilidad para encontrar las respuestas a mis preguntas. La puerta del ascensor gris se abre y entramos. No tiene espejos por lo que no puedo ver mi aspecto, aunque me lo imagino demacrado, supongo. El edificio es simplemente metal y suelo de hormigón, creo.
Se apoya contra la puerta y le da al número del piso al que vamos. Yo lo hago en el lado contrario a él. Nos miramos mientras nos evaluamos con detenimiento. Lo observo detalladamente, lo analizo como si quisiera grabar cada detalle de su piel e n mi memoria. Tiene los ojos grises con pintas azul oscuro, los labios carnosos, el pelo negro y corto, su piel está bronceada y su nariz es recta. Me mira con los brazos cruzados en el pecho, con su actitud seria que lo acompaña siempre. Me cuesta imaginármelo con una sonrisa. No es algo que creo que le quede bien.
Un sonido nos anuncia que hemos llegado al piso al que nos dirigíamos, la puerta se abre detrás de él. Hay un cristal que nos impide salir, él lo sabe. Hace lo mismo de antes y se abre. Salimos a una sala igual que la anterior, que estaba en un piso inferior. Pero esta sala parece una recepción.
Hay un hombre que no sabría cómo describir porque no lo veo demasiado bien. Está sentado detrás de un escritorio desde el que atiende llamadas. No sé como soporta estar aquí con esta pésima iluminación. Y menos trabajando. Qué agobio. Nos dirigimos hacia él.
—Sí, sí, sí... Vale, ahora te llamo y te lo comunico tengo trabajo aquí arriba —dice colgando el teléfono, se dirige a nosotros con una sonrisa— ¡Ce! ¿Y la defectuosa? ¿Ya has despertado, monada? —no me mira mal, como el resto de las personas con las que he tratado, que se limitan a Ce y Ele, porque las demás ni siquiera se han parado a mirarme, parece amable—. ¿Vais a las pruebas?
Ce asiente con una sonrisa. Se me hace extraño verlo sonreír, estoy acostumbrada a verlo serio y enfadado conmigo.
—Sí, a ver qué sacamos en claro —responde.
El hombre también asiente y mira una lista que tiene en la mesa.
—Bien, entonces os dejo salir... A ver que tengo por aquí... —pasa el dedo por las palabras del folio hasta que para en una— ¡Aquí! Os dejo una moto para que vayáis más rápidos. ¡Suerte!
Abre una puerta transparente que hay detrás de él y le tiende a Ce unas llaves. No sé de qué hablaba. Nos adentramos a través de un oscuro túnel con luces alargadas y rojas en el suelo, a los lados. Llegamos al final donde hay dos hombres corpulentos vestidos con un traje negro, camisa blanca y corbata negra, están cada uno a un lado de otra puerta transparente. Son idénticos. Nos miran de arriba abajo evaluándonos.
—¡Ce! —lo reconoce el de la derecha—. ¿Qué llevas?
Le tiende la mano y él se la coge, estrechándola.
—¡Ese! ¡Llevo la moto! ¿Dónde está? ¡Me encanta esa moto! —dice entusiasmado.
Nunca lo había visto así, parece hasta feliz y mi instinto vuelve a traicionarme.
—Pareces un niño pequeño —murmuro, lo suficientemente alto para que me escuche.
Todos se callan, se quedan observándome perplejos. Aunque Ce lo hace serio y enfadado. Como siempre. Ya no me inspira tanta confianza como cuando me rescató el otro día. El otro día. Parece que acaba de ocurrir.
—¡Cállate, defectuosa! —grita secamente.
Pongo los ojos en blanco y resoplo. Los hombres de la puerta me lanzan miradas de desaprobación, creándose un ambiente de tensión. El que ha hablado con Ce pulsa un botón rojo que hay detrás de él mientras nos indica que lo sigamos. Estamos en un garaje lleno de automóviles y motocicletas de todas las clases, tipos, colores y marcas. Me quedo asombrada.
Este lugar está mejor iluminado que los anteriores. Y lo agradezco porque empezaba a agobiarme tanta oscuridad. Nos detenemos frente a una moto color azul noche bastante grande, tiene que volar. El hombre pasa por al lado de la moto dirigiéndose hacia a la pared del fondo. La toca para que en ella se materialicen unos cajones de metal. Abre uno de ellos para extraer un casco, se lo pasa a Ce que se lo pone. Luego abre otro cajón, saca otro casco y me lo pasa a mí. Lo intercepto, pero me golpea en el estómago con fuerza haciéndome daño. Ahogo un quejido.
Se aleja de nosotros por el pasillo que hay entre los coches y motos de una pared y los de la otra. Ce se monta en la moto, pone sus manos en el manillar, mientras me indica que también me suba. Me pongo el casco, paso una pierna por encima del asiento y me quedo sentada a horcajadas sobre el asiento.
No sé dónde sujetarme. ¿Será correcto aferrarme a su cuerpo? ¿Se sentirá ofendido? ¿O se sentirá ofendido si no lo hago? No tengo tiempo de pensar más porque la moto ruge bajo nosotros y entonces sale disparada hacia delante. Me agarro fuertemente de él, aunque sin demasiada intensidad. Gira a la derecha y subimos una pequeña rampa, al final de ella la puerta del garaje está abierta, a su lado el hombre de traje negro.
—¡Suerte en las pruebas! —exclama.
Ce asiente. Salimos a otro túnel. Es el túnel por el que entramos a este cuartel. Me pregunto muchas cosas. ¿A dónde vamos? ¿Por qué todo el mundo está al tanto de mis pruebas si es una misión tan secreta? ¿Es este el cuartel en el que vive Ce con los demás soldados? Porque todavía no he visto a otros soldados... ¿Qué me harán? ¿Qué soy? ¿Por qué he sobrevivido? Salimos de la oscuridad y nos sorprenden las primeras luces del alba rozando nuestros rostros con suavidad.
Cierro los ojos, intentando disfrutar del momento. Respiro hondo. Me gusta montar en moto. Mi padre tenía una y cuando era pequeña me encantaba montar, hacía tiempo que no lo hacía.
El viaje termina mientras pienso en todo esto, el paisaje ha vuelto a cambiar. Frente a nosotros, en mitad del desierto, se alza impecable un edificio blanco con un pequeño porche y diminutas ventanas. Nos aproximamos a él, hasta que llegamos a la puerta, Ce apaga el motor y aparca. Me bajo y quito mi casco, luego él hace lo mismo. Miro a mi alrededor admirando el lugar en el que me encuentro mientras él activa un extraño método de seguridad antirrobo.
—Vamos —dice con su tonto de voz característico—. Este es el hospital general del ejército y aquí vendremos los próximos diez días a hacerte unas pruebas para intentar comprender tu defecto.
Asiento intentando comprender. No me gustan los hospitales. Se me seca la garganta, me sudan las palmas de las manos y escucho mi corazón latir al son de mi entrecortada respiración en mis oídos. Entramos por una de las puertas que se abre automáticamente cuando nos paramos frente a ella. El suelo es de baldosas cobrizas, a nuestra izquierda hay una puerta roja y a su lado un gran mostrador de recepción es de madera. No hay nadie que nos atienda.
Alrededor de la estancia hay algunas filas de asientos rojos vacíos. En el centro de la estancia hay dos maquetas en miniatura del hospital. Seguimos andando, miro hacia la derecha, por la que se extiende un largo pasillo, igual que a la izquierda, pero nosotros pasamos a través de la puerta roja abierta que tenemos enfrente. Las baldosas cambian de cobrizas a blancas, a la derecha hay unas escaleras y en la pared junto a ellas unos letreros indicadores.
—Odio venir al hospital —murmuro asustada y nerviosa.
Él no contesta. Seguimos andando y pasamos por la siguiente puerta roja, también abierta. Otra estancia amplia se abre ante nosotros, a la derecha un largo pasillo y la cafetería cerrada por unas cristaleras traslúcidas. Seguimos andando hasta subir por una corta rampa. El pasillo se estrecha, hay dos puertas rojas a mi derecha y dos puertas también rojas a mi izquierda. Todas las puertas son rojas. Los suelos son blancos, pero en el centro hay un rombo formado por las mismas baldosas cobres de la recepción. En las paredes hay de nuevo esos bancos de sillas rojas. Pero seguimos andando, esta sala se termina y giramos con ella a la izquierda. Mi corazón late con fuerza, con nerviosismo. Hay otra recepción, pero no nos acercamos a ella. Ce abre una puerta traslúcida que hay a mi derecha para pasar. Lo sigo y cierro la puerta.
Hay una camilla en el centro, conectada a varios aparatos extraños, como los de la sala de ayer en la que Ele me sacó sangre. Una chica rubia de ojos azules bastante joven nos ha recibido y me ha pedido que me siente. Luego ha desaparecido. Ce me observa desde la puerta en la que está apoyado con los brazos cruzados en el pecho y el ceño fruncido para variar.
—Te va a volver a sacar sangre, espero que no suframos el mismo numerito de ayer.
Alzo la cejas. Suframos. Como si él hubiera estado en mi piel en esos momentos de tortura. Como los de ahora. Desde que hemos salido de la habitación siento esa sensación, como la de antes de subir al avión. Suspiro varias veces intentando liberarme de ella. Entonces observo bien su mandíbula. Está un poco morada, justo donde le di el puñetazo. Pero no puede ser que le hiciese daño. Arrugo la nariz extrañada.
—Parece que sí que te hice daño como quería —le digo con una pequeña sonrisa de satisfacción apareciendo en mis labios.
Él se palpa la cara y se pasa los dedos por la parte morada una y otra vez.
—Si querías hacerlo claro que lo conseguiste —me dice.
Frunzo el ceño, extrañada por sus palabras. Tal vez sea así como funcione esto. Pero me resultaría muy absurdo, porque siempre he querido cosas que no he conseguido. La chica rubia aparece de nuevo para pedirme que me acueste. Con un suspiro obedezco, al menos ella no me trata igual que Ele.
—Bueno, yo soy Nadia. En los próximos diez días seré tu encargada —dice mientras me coge el brazo—. Te explicaré, Ce —le dice a él; aprieta mi brazo con una goma y busca mi vena—. Se supone que sólo se le ha manifestado en una situación en la que tenía que salvar su vida. Entonces ha aparecido promovido por el miedo. Por lo que primero vamos a estudiar su amígdala cerebral que es donde se manifiesta el miedo y la hormona antidiurética o vasopresina, que digamos que es la que lo produce o algo así, ¿entiendes?
Ce asiente mientras Nadia me pincha el brazo. Ese dolor agudo que tanto odio. Dejo escapar unos grititos. Todo lo que ha dicho parece tener sentido, aunque yo no entiendo nada de eso, pero no quiero que experimenten conmigo y no sé para qué necesitan mi sangre si va a estudiar mi hormona vaso-no-sé-qué-más. Pasa un algodón por mi piel, en el lugar de dónde ha extraído la sangre para desinfectar y me hace incorporarme. Me mareo un poco y Ce aprieta los dientes. Sé que no quiere que lo haga, pero no puedo controlar mi cuerpo. No sé cómo hacerlo. Si lo supiera eliminaría cada sensación que odio. A nadie le molesta más que a mí ser tan débil.
—La pondremos a prueba en el gimnasio. Se enfrentará a situaciones de peligro reales, y para terminar le haremos un electroencefalograma y mañana seguiremos con algo más innovador.
No me gusta nada como suenan esas palabras. Situaciones de peligro reales. Electroencefalograma. Algo más innovador. ¡Está gente quiere matarme! ¡Estoy completamente y cien por cien segura! Nos conduce por la puerta traslúcida por la que ella ha salido y ha entrado antes. Hay máquinas propias de los gimnasios, cintas de correr, pesas, bicicletas estáticas... Y lo sorprendente es que hay gente utilizándolas.
Noto una vista clavada en mí, así que siguiendo mi instinto veo que un chico que pedalea en una de las bicicletas me mira. Es castaño, de tez bronceada y ojos marrones. Me observa con curiosidad. Y yo también a él. Nos evaluamos lentamente hasta que Ce me empuja para que siga andando. Me sonríe arrogantemente y sigo a Nadia. Me lleva hasta una parte de la sala vacía, me pone unos parches conectados a una máquina que comienza a pitar con el latido de mi corazón, en mis sienes y en mi pecho. Cuando subo al aparato lo enciende.
—¡El avión se va a estrellar!
Arrugo la nariz.
—¿Qué? —digo frunciendo el ceño.
El horror se refleja de nuevo en mi cara. Dejo de verlos. Lo oigo. El estruendo de los motores del avión ardiendo de nuevo. Estoy cayendo otra vez hacia el vacío. Sola en un avión sin pasajeros. ¿Cómo he llegado hasta aquí? Grito pidiendo ayuda. Sé que alguien puede oírme. Las llamas están llegando hasta a mí. Pronto comienzan a lamerme la piel. Vuelvo a chillar, suplicando ayuda. Esto no puede acabar aquí. Cyril y Nadia no pueden dejarme morir aquí. Soy importante. Soy peligrosa. Vamos, no. Vamos. Cierro los ojos con fuerza notando un cosquilleo recorrer mi cuerpo. Ya había sentido esta sensación antes.
El pitido se ralentiza. De mis dedos fluyen unos hilillos de luz azul cuando abro los ojos y dejo de apretar los dientes. ¿Qué es eso? Miro mi cuerpo y estoy como envuelta en un aura azul. El avión ha desaparecido. Estoy de nuevo en el hospital, aunque quizás nunca me haya ido y todo estuviera en mi mente. Miro a Ce que tiene las cejas levantadas en señal de asombro y a Nadia asintiendo de satisfacción. Ellos también la ven. Miro alrededor. La gente del gimnasio ha desaparecido. Estamos solos. ¿Se los han llevado sin que me entere? Sería lo más lógico, se supone que no deberían ver esto por mi seguridad.
—Ya basta.
Nadia me quita los parches. Jadeo y me agacho agarrándome las rodillas, saco la lengua de la boca y respiro. Necesito aire.
—Vamos, defectuosa, acabamos de empezar —dice Ce poniéndome una mano en la espalda.
Me coge de un brazo y me arrastra frente a un espejo.
—Pero si ya habéis visto lo que queráis ver —digo entre bocanadas.
Lo miro a través de su reflejo a mi lado y él también a mí.
—¿Soy mágica? —pregunto movida por un impulso; he leído demasiados libros y me he vuelto loca.
Sacude la cabeza, oigo un chasquido detrás de nosotros. No me había dado cuenta. Nadia nos apunta con una pistola, primero a mí y luego a él. Subo las manos instintivamente. ¿Se ha vuelto loca? O quizás hemos entrado en la boca del lobo y sin saberlo me he entregado al peligro. Pone el dedo índice firme sobre el gatillo y me interpongo entre ella y él.
—¿Qué haces, defectuosa? —dice él en mi oído.
Sacudo la cabeza. Sé que a mí no puede hacerme daño. Soy indestructible. No sé por qué, pero lo sé. Su mano se cierra firmemente entorno a mi brazo.
—Apártate, defectuosa —dice Nadia escupiendo las palabras.
Pero no le hago caso. Apunta a la cabeza de él que sobresale unos cuantos centímetros por encima de la mía y traga saliva. Respira hondo y aprieta el gatillo.
Grito.
—¡No!
Alzo los brazos y cierro fuertemente los ojos.
No. Cyril no puede morir. Tiene que ayudarme.
Pienso desesperadamente. Entonces noto surgir esos hilillos azules hacia fuera, percibo el cosquilleo correteando por cada fibra de mi ser, siento como esa aura vuelve a envolverme. Envolviéndolo a él también, protegiéndolo. Entonces la bala rebota contra mi aura mágica en el último segundo.
—¿Te has vuelto loca? —le grita Ce—. Si no funciona me matas.
Se aparta de mí, acercándose a ella muy enfadado. Ella lo mira con una sonrisa de suficiencia en los labios. Parece que ha conseguido asustar al todopoderoso Ce. Veo algo entre ellos dos, que no sé que es. Pero no me gusta. Siento arder algo dentro de mí. Bajo la mirada avergonzada, mientras una punzada de dolor me atraviesa el corazón al tiempo que ellos siguen en su juego de miradas que termina en risas.
—Sigamos, pues —dice Nadia; la seguimos a través del gimnasio—. Creo que hoy hemos sacado algo en claro. Realmente eres defectuosa y sabemos que tu defecto se manifiesta en situaciones de peligro. Mañana seguiremos indagando sobre esto —Abre la puerta por la que hemos entrado y volvemos a la estancia de antes—. Ahora me parece interesante el electroencefalograma.
Asiento tragando saliva. No hay nada que más miedo me de que las palabras extrañas relacionadas con los médicos o los hospitales. Me indica que me siente de nuevo en la camilla, esta vez lo hago sin rechistar, aunque sigo estando asustada. Comienza a conectar los electrodos en mi frente y en mis sienes, hasta que no queda ni un hueco.
—Con esto estudiaremos el funcionamiento del sistema nervioso central. Registraremos las corrientes eléctricas que se forman en las neuronas —le explica a Ce—. Pero claro, así sería una prueba sencilla y normal que nos serviría para diagnosticar enfermedades como la epilepsia, la narcolepsia o demencias, entre muchas. Por ello vamos a estimular la amígdala y vamos a suministrar a su cerebro la hormona antidiurética.
Eso no me ha gustado nada. Desaparece tras un escritorio que hay al lado de la camilla y oigo como remueve en los cajones en busca de algo. Comienza a exclamar palabras incomprensibles para sí misma. Ce está apoyado con los brazos cruzados en el pecho en la puerta de nuevo. Siempre hace eso. Sigue observándome. No me pierde ni un segundo de vista.
Nadia se acerca a mí y mueve mi cabeza un poco. No veo lo que tiene en la mano. Pero en seguida lo noto. Un dolor agudo me atraviesa justo debajo de la oreja. Entonces empiezan los espasmos. Comienzo a moverme de forma violenta sobre mi asiento. Nadia enciende la máquina a la que están conectados los electrodos. Unas pequeñas descargas eléctricas me envuelven, no sé si soy yo o la máquina. Mi respiración se vuelve irregular y entrecortada, cojo aire inspirando profundamente y haciendo mucho ruido, jadeo.
Es como si me estuviese dando un ataque. Como si me faltase el aire. Trago saliva una y otra vez sin parar. Tengo la garganta seca. Oigo el fuerte latido de mi corazón contra mis oídos y lo siento latir en cada parte de mi cuerpo. Me sudan las palmas de las manos. Y no solo eso. Un sudor frío me moja la frente al tiempo que los escalofríos recorren constantemente mi espalda. Tampoco puedo ver o veo nada porque todo se ha vuelto oscuro. Se han anulado por completo mis sentidos. Me gustaría que esta sensación parase. Y el tiempo parece no transcurrir. Definitivamente no me están gustando estas pruebas. Odio venir al hospital. Necesito que esto acabe ya. Quiero vivir un día más.
Noto ese cosquilleo fluir de mí con fuerza a través de los hilillos azules que me envuelven, protegiéndome. Y todo cesa, permitiéndome ver de nuevo. Dejo de oír el latido de mi corazón, mi respiración vuelve a ser constante, dejo de sudar, los escalofríos cesan y ya no noto la garganta seca. Me siento casi en paz.
—¡Estúpida! —dice Nadia a mi lado.
Ce se remueve desde su posición y cuando lo veo sonrío, o eso intento.
—Está bien, ahora quedará registro de eso también —dice cansado.
Pero la que está más cansada soy yo. Por fin la rubia me quita los electrodos y dejo de sentir esas malditas descargas. Me incorporo, no puedo evitar marearme de nuevo. Le achaco eso a la hormona antidiurética. Y entonces mi estómago se encoge y expulsa todo lo que no he comido hacia afuera, dejando el suelo de la estancia hecho un cuadro.
—¡Genial, defectuosa! ¡Justo lo que no quería que hicieses! —exclama Ce enfadado.
Me coge por el brazo, me saca de la habitación a rastras sin importarle mi estado. Se disculpa y se despide de Nadia. Segundos después recorremos los mismos pasillos que hemos recorrido momentos antes para llegar hasta aquí. Tras unos minutos de viaje en moto por la carretera volvemos al cuartel. Ahora tengo más dudas que cuando hemos salido esta mañana. Y además estoy exhausta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top