Capítulo 30

Cuando me anunciaron que tenía que irme pronto decidí escribirte esta carta, viejo desconocido, para que seas consciente de que a pesar de todo lo que he sufrido en este tiempo jamás te he olvidado.

Cuando me dieron la noticia de que tendría que partir a otro lugar, lo cierto es que no me entristecí, era todo un alivio para mí dejar aquel horrible espacio atrás. Era lo que llevaba deseando desde hacía tanto tiempo que ni siquiera recuerdo cuando fue la primera vez que el pensamiento tomó forma en mi mente.

Así que antes de irme, decidí escribirte por primera y última vez. Lo hago para dejar constancia de mi existencia aquí, para que no creas que solo he vivido en tu cabeza hueca, porque sé que quizás lo hayas pensado alguna vez en tu vida. Te escribo porque quiero dejar mi huella en un mundo tan grande, que sea consciente de todo lo que hicimos, solo así lograré hacerlo. Siempre he sido un punto, y tal vez mañana siga siendo un punto, o un borrón que se difumina hasta desaparecer, pero déjame tener un solo momento de gloria; mi primer, mi último, mi único momento de gloria. Déjame cobrar importancia y pervivir por un segundo microscópico en tu memoria y formar parte de lo que fuiste y serás.

No sé si aún me recuerdas. Nos conocimos hace tiempo. Hace tanto tiempo que he olvidado cómo eran tus ojos, o qué forma tenía tu nariz. Lo lamento, pero no me culpes por ello, sé que tú también te has olvidado de mí. No lo niegues, pero es normal, son los estragos del tiempo. Lo que no te perdono es que permitieses que la vida nos haya hecho esto; olvidarnos.

Te fuiste como llegaste a mí, de repente. Y ahora yo también me libero de esta carga que es la vida, mi vida, a toda velocidad. Te esfumaste como el humo, en silencio y sin despedirte. Aún me cuesta olvidarte. Me cuesta despedirme de ti, decirte adiós. De nuevo he comprendido que nunca más volverán a repetirse todos aquellos momentos que vivimos. He dejado de poder verte, de contemplarte de cerca. Y ahora me marcho. Me voy a vivir al lugar donde nadie nos recuerda.

El amor, qué caprichoso. Te lo quita todo, te lo devuelve y luego vuelve a quitártelo para hacerte más daño. El amor es destructor. El amor es la destrucción total de alguien y algo. El amor. El amor no existe. Es un cuento. Llega una vez y si lo dejas pasar habrás perdido tu única y última oportunidad. El amor desaparece con el tiempo como se desvanece un recuerdo en la memoria. El tiempo pasa rápido y los sentimientos cambian. Tranquilo, querido desconocido, te lo contaré todo desde el preciso momento en el que desapareciste, en el que te olvidaste de respirar y te perdiste en las tinieblas de la vida enredado en el miedo. Porque te fuiste, pero te dejaste olvidados pedacitos de ti en mí. Éramos dos almas gemelas creadas para coexistir juntas en armonía. Que encajaban a la perfección como las piezas de puzle. Tú existías, existes, porque yo también lo hago. Fuiste creado exclusivamente para mí. Yo existo porque estaba destinada para ti desde tiempos inmemoriales. Fui hecha para ti en tu justa medida. Dos polos opuestos que salvan la distancia para estar juntos porque fueron nacidos para eso. Fuiste un ángel fugaz que llegó a mi vida para iluminarme el camino. Un ángel que cumplió́ pronto su misión y tuvo que partir. Querido desconocido, te llevaste mi corazón, mi sonrisa, mi alegría y mi vida contigo.

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La figura a la que pertenecían aquellas manos que recogieron la carta mira aún por la ventana. Ya se ha hecho de noche, cuando de repente se escucha la puerta abrirse. La luz del pasillo se enciende iluminando la casa.

—Cyril... ¡Ya estoy en casa! ¿Qué hacemos de cenar hoy? —dice una voz femenina mientras avanza por el pasillo.

La mujer se va quitando los zapatos mientras se desliza por el pasillo hasta la habitación.

—Ha sido un día horrible. Así que quiero consolarme con una buena cena. ¿Te parece bien?

Cyril se sienta en el sofá mientras se pasa una mano por el pelo, asimilando lo que acaba de leer. Está un poco desesperado, ni siquiera está escuchando lo que le dice su prometida. En realidad, no le interesa lo más mínimo. Observa los papeles que tiene entre las manos, leyendo una y otra vez cuando la joven se asoma al pasillo para intentar verlo. Pero él está en la oscuridad del salón.

—¿Cariño? ¿Me estás escuchando?

La mujer se acerca al salón, cuando entra enciende la luz para encontrarse a Cyril cabizbajo con unos papeles arrugados entre las manos. Se acerca a él, preocupada, entonces le pone una mano en el hombro, pero él sigue sin reaccionar.

—¿Cyril? ¿Qué te pasa?

Ella se arrodilla para poder verle la cara. Así es como ve las lágrimas en sus ojos antes de que él se aparte con brusquedad. Cyril se levanta con un impulso, sin decir nada sale de casa dando un portazo con la intención de no volver jamás.

Horas más tarde llega al edificio en el que todo había acabado. Quiere encontrar a Marina, pero quizás ya es tarde. Así que encuentra para su sorpresa a Lucy, que parte hacia un lugar alejado de todo ese caos. El mundo siempre estará en peligro. Es muy pesado intentar arreglar todo el tiempo los destrozos de otros.

—Anda, Ce. ¿Qué haces aquí? —dice sorprendida.

Intenta no mirarlo con hostilidad, pero después de todo el daño que le hizo a su amiga, le es imposible. Cyril traga saliva, intentando buscar palabras para hablarle a Lucy.

—¿Le ha pasado algo a Marina? —dice sin querer escuchar la respuesta.

Lucy lo mira con dureza. No puede evitarlo, ni esconderlo. Intenta hacer un esfuerzo para hablar, aunque le cuesta.

—Hace unos meses se desmayó. Fue al médico, pero no sabían qué le pasaba. Le hicieron pruebas y nada. Cada vez se encontraba peor, no se podía ni levantar. La enterramos hace un mes.

El silencio reina en la estancia. Cyril se queda paralizado, como si una losa hubiera caído sobre su cabeza. Intenta no derrumbarse, pero es inevitable. Se le llena los ojos de lágrimas. Lucy desvía la mirada para no sentirse mal por lo que acaba de hacer.

—¿Por qué no me avisasteis? —Logra preguntar Ce.

Lucy se encoge de hombros, no quiere pasar ni un segundo más en esa conversación. No es de su incumbencia. Siempre había odiado esa relación.

—Le hiciste mucho daño, y... —empieza, pero Ce la interrumpe.

—No era mi intención. Solo quería que fuera feliz. La quería muchísimo... La quiero muchísimo...

Ce llora desolado como un niño, Lucy lo mira impasible sin un ápice de compasión.

—No todos pensamos lo mismo. ¿Cómo te has enterado?

Cyril mira hacia todas partes, agobiado por la situación. Jamás hubiera pensado que algo pudiera afectarle tanto, que pudiera superarlo. Después de todo lo que había vivido.

—Hoy me ha llegado una carta en la que alguien había escrito una historia. Nuestra historia. Decía que nunca se ha olvidado de mí... Pero que ya no podíamos estar juntos porque se moría...

Lucy traga saliva intentado deshacer el nudo que se le está formando en la garganta, sin éxito. Tiene que mantenerse fuerte.

—Lo siento mucho —dice ella.

Cyril da un paso atrás, empezando a alterarse.

—¿Por qué si no se ha olvidado de mí no me ha avisado antes? Quería haberme despedido al menos. ¿Es que ella no quería?

Lucy lo mira preocupada. Teme que pueda hacer cualquier locura en el estado de nervios en el que se encuentra. Jamás hubiera imaginado ver al duro de Ce así.

—Ni siquiera te acordabas de ella. No quería hacerse más daño —respondió simplemente.

Aún así él no entra en razón. Los nervios hacen que le tiemblen las manos, mientras las lágrimas siguen deslizándose por su mejilla con rabia.

—¡Sí que me acordaba de ella! ¡Cómo voy a borrar tantos años de mi vida! ¡Mi primer amor! ¡Todo lo que hemos vivido! ¿Por qué no me llamó si no me había olvidado?

Lucy lo coge de los brazos mirándolo fijamente a los ojos intentando calmarlo, sin mucho éxito.

—Ce, estás siendo un poco injusto. Ella tuvo que mirar por ella. Y como te quería tuvo que dejarte ir. Además, tengo entendido que vas a casarte, ¿no?

—¡No quiero casarme! —chilla en mitad del vestíbulo.

Todo el mundo que pasa por ahí se queda mirándolo sorprendido, entonces comienzan a cuchichear a su alrededor. Ce se da cuenta de lo que está ocurriendo, así que se detiene. Invoca a la calma que lo caracteriza para volver a guarecerse bajo su manto. Se queda en silencio sorprendido por lo que acaba de gritar. Pero todas las energías son inútiles. Vuelve a recaer estallando de nuevo en llanto

—Tenía que haber cambiado. Teníamos que haber seguido juntos. Haberlo intentado una vez más.

—Es un poco tarde para lamentarse.

Ce mira a su alrededor, perdiendo el sentido del espacio. Solloza como un niño desamparado. Ya no existe el consuelo para él.

—¿Qué voy a hacer ahora? —se lamenta.

Lucy le pone una mano en el hombro, antes de irse le dice:

—Tendrás que aprender a vivir con ello.

Parece que ella también se lo llevó todo en su último aliente. Pero quizás no sea el final, sino el principio. Morado aparece en el vestíbulo, al ver a Ce en ese estado se acerca para intentar calmarlo. Juntos suben hacia la azotea.

—Ce, debes calmarte. Aún no está todo perdido.


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