Capítulo 29
Dos vidas atormentadas quedaron unidas para siempre, de una manera u otra. Ella jamás volvería a ser la misma después de aquella experiencia en el que el dolor arrasó todo. Ya nada importaba. Así que mientras ella se iba apagando poco a poco, él no se separó de ella ni un instante. Habían quedado atrás las intrigas, ya no tenía sentido. Aunque el viaje hacia el cambio solo acababa de comenzar.
Así ella descubrió quién era de verdad Cyril. Un niño que había tenido que luchar por su supervivencia desde que tenía memoria. En su relato se identificó con el chiquillo asustadizo que se escondía entre las sombras para sobrevivir a un mundo que le había dado la espalda.
Los primeros recuerdos que tenía de su vida ya se habían empezado a desdibujar en las líneas del tiempo, empezaban a desvanecerse en la eternidad, comenzaban a disiparse, a perderse entre las brumas del pasado. Lo primero que era capaz de evocar es la luz. Sus ojos acariciados por la luz del sol por primera vez, y luego todo se perdía de nuevo entre la negrura. Cada día le costaba un poco más recordar. Si se esforzaba demasiado en pensar de dónde venía y qué le trajo hasta donde estaba, los recuerdos olvidados se materializaban en su mente algo desfigurados, cambiados, alterados. Entonces, era en ese momento cuando como un torrente de agua, miles de imágenes rodaban por su cabeza volviéndolo loco. Pero ya nada le importaba, porque estaba dispuesto a exponerse a ella. Era la única forma de hacerlo funcionar.
Con apenas cuatro años corría huyendo de un peligro incierto, al lado de otro niño algo más mayor. Él era quien le impulsaba a correr, quien le daba el aliento para que lo hiciese. Si no hubiera sido por eso, tal vez el peligro le hubiera alcanzado. Atravesaron calles mugrientas y tenebrosas, algunas de tantas en las que vivían cada día de su corta existencia. Ambos estaban solos en el mundo, nadie les quería tender una mano, sino que parecían querer tener la menor oportunidad para golpearlos y hacerlos caer más bajo.
Una noche todo se acabó. Años después, dormían al abrigo de algunos cartones en un callejón oscuro, donde la intemperie de las noches heladas de invierno no les molestase desmesuradamente. Estaba hecho un ovillo, el frío se colaba por cada resquicio de su cuerpo haciéndole castañear los dientes mientras tiritaba, cuando sintió que una mano estiraba de su ropa hecha jirones extrayéndolo de su pequeño refugio. Su pequeño corazón latía con la fuerza de un ciclón, recordaba una horrible cara manchada de hollín, repleta de cicatrices que mostraba una perversa sonrisa en la que faltaban algunos dientes. Un hediondo olor putrefacto le golpeó con fuerza la nariz, mientras el miedo palpitaba con más fuerza en él. Entonces ocurrió. Le lanzó contra la pared, contándole la respiración, y siguió escarbando en su pequeño lugar de cobijo.
También sacó al otro niño poniendo contra su cuello un cuchillo de refulgente hoja plateada. Y como exigido por la situación, sintió algo fluir por sus venas con un agradable cosquilleo, que se materializó en una cúpula añil que envolvió a mi amigo. Salió el hombre propulsado hacia detrás, sin una palabra más se marchó corriendo despavorido dejándose algunas maldiciones por el camino. El otro niño, lo miró confundido y asustado. No sabían qué era lo que había ocurrido, solo tenían mucho miedo, además de hambre, frío y sed. Solo era capaz de concebirse tapado bajo algunas mantas de pelo frente al calor de una chimenea, mientras se abandonaba al sueño. Pero eso jamás pasaría, tenía que enfrentarse a la realidad, a su realidad. Y la verdad era otra cosa que un pequeño muerto de hambre que no sabía nada de la vida y que tenía algo extraño en su composición.
Su compañero lo abandonó segundos después, también asustado, dejándolo de nuevo solo, como antes hicieron sus padres en una fría calle del más helado de los inviernos. Así pasaron los años, trató de sobrevivir a la vida en la calle, intentó averiguar qué era lo que tenía dentro, y fue así como descubrió que podía ayudar a la gente, aunque esa misma gente no le ayudara a él.
Un día, encontró a una chica, era mucho más mayor que corría a una velocidad vertiginosa por una gran avenida. Se quedó parado mirándola, intentando averiguar qué era lo que le ocurría. Pronto lo supo. Unos hombres corrían detrás de ella empuñando armas, en ese momento no sabía qué eran porque jamás había visto una pistola, pero sí supo que no debía ser nada bueno. No supo qué había hecho. Solo quiso ayudarla. Pero la acorralaron, y aunque intentó ayudarla, intentó protegerla. Pero solo consiguió que la matasen. Cada vez que esa escena penetraba en su mente todo se volvía negro y confuso. Ya apenas lo recordaba con exactitud, pero quedó grabado con tinta imborrable al paso de los años, en cada molécula que le componía. Ese día descubrió que había más personas como él. Esa chica lo era, algo en su interior le decía que la habían matado por ser así. Por lo que culpable, cansado, harto, se decidió a desaparecer entre las sombras, a hacerse más invisible que nunca. Aunque sospesaba la idea de que tal vez la muerte fuese la mejor solución a todos sus problemas, no se rindió tan fácilmente y dejó pasar los años, mientras se sumía en la oscuridad, en el profundo olvido del mundo que jamás le había conocido.
Años después se sintió preparado para volver a emerger al mundo real. Hacía tiempo que había dejado de ser un niño torpe y asustadizo, quizás nunca fue un niño. En ese momento, se sintió más fuerte que nunca, así que salió de su escondrijo para enfrentarse a lo que le esperaba fuera. Tal vez por casualidad, tal vez porque ese era su destino, se encontró con otro chico perdido con ideas atolondradas en la cabeza, por el que se dejó engatusar. Él fue quien le habló de algo llamado ejército, proponiéndole ir con él, a pesar de que no tenían aún la edad necesaria. Fue convencido de que esa era la forma perfecta de cumplir con su cometido: ayudar a la gente.
Así se adentraron en territorio desconocido, en el territorio de su enemigo, sin saberlo. Pero siempre optó por mantener en secreto sus poderes mágicos, porque sabía que podían resultar peligrosos. Tanto para él, como para los que le rodeaban. Y allí vio cosas que nadie tendría que ver, que nadie tendría que sufrir. Fueron verdugos engañados de gente inocente. Su carácter frío e impasible con el que ejecutaba todas las órdenes de sus superiores sin cuestionarlos los cautivó por lo que, de la noche a la mañana, escaló puestos incansablemente, hasta que se convirtió en alguien importante. Hasta que mi importancia le dotó de una reputación temida. Nadie se atrevía a cuestionarle, empezó a tomar decisiones y todos las acataban sin vacilar.
Y así fue como llegó a introducirse en el mundo que le buscaba. Le ofrecieron partir a la caza de personas especiales, capaces de sobrevivir a grandes catástrofes, que debían ser erradicadas por ser diferentes. Aceptó. Fue allí donde aprendió poco a poco a conocerse a fondo, ocultando su verdadera identidad entre las sombras. Aprendió qué significaba ser ineluctable y aprendió a comprender el mundo. Ayudó a encontrar más defectuosos a los que llevaba a los cuarteles y hospitales donde experimentarían con ellos para saber por qué eran así. Su único aliciente para hacerlo era ese, no otro. Quería saber de él.
Entre idas y venidas se enteró de los meticulosos planes del gobierno; que querían acabar con todos los ineluctables de una vez por todas, costara lo que costase. Así, entre subidas y bajadas se hizo más importante e imprescindible; lo tenía todo al alcance de su mano, en la palma de mi mano. Entonces sin que lo esperase ni lo creyese posible todo cambió de la forma menos imaginable posible; de la mano de una defectuosa. Asustada tras el accidente de avión en el que acababa de perder a toda su familia, lo miró con sus grandes ojos marrones y derribó todos sus ideales, aunque se esforzó en no creerlo, no se podía dejar vencer por ella, aunque lo cierto es que removería cielo y tierra, el universo entero si hiciera falta, por mantenerla siempre a salvo. Desde el primer momento en el que sus miradas se cruzaron, supo que una unión invisible lo ataba a ella, no sabía qué era, no sabía qué tenía, tal vez fuese su aparente fragilidad que lo incitaba a protegerla de todo el mundo que les rodeaba, o tal vez fuera toda ella. Lo que sí sabía era que parecía que se ha convertido en el centro de su universo y que tenía todo el poder que quisiera para destruirle.
Siempre le dio rabia, porque le había absorbido y no sabía cómo reaccionar. Decidió mantener las distancias desde una posición cercana, aunque no era fácil. Porque cada fibra de su ser, cada molécula que lo componía lo empujaba hacia el suyo, le grita que necesitaba su piel pegada a la suya, aspirando su olor, impregnándome con su calor. Y su lejanía, su frialdad y su actitud seca le hicieron perderla antes de tenerla.
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Cuando el final llegó y ella se vio tan consumida por los acontecimientos, él intentó bajar su barrera, no seguir frenando sus sentimientos, pese a la promesa que le había hecho a Azul. Hay cosas que son imparables, por más que quieras no se pueden evitar. Eso fue lo que sucedió con ellos. Pronto el fuego que habían dejado que poco a poco se extinguiera entre ellos se fue avivando de nuevo. Se acercaron peligrosamente, pero en el último momento él se arrepintió.
—¿Ibas a besarme? —dijo ella sonriendo pícaramente.
Abrió los ojos sorprendido de que hubiera sido tan directa. No creía que estuvieran en un buen momento para eso. Pero, ¿cuándo sería un buen momento?
—¿Qué? No... Yo... —contestó. Pero cuando miró sus ojos, que lo atrapaban siempre, se dio cuenta que inútil seguir intentando frenarlo—¿Puedo?
Ella se encogió de hombros con una sonrisa aún más grande.
—Prueba —le retó.
Cyril le devolvió la sonrisa, así que por fin se decidió a inclinarse. Sus labios encontraron con suavidad los de Marina por unos segundos que se hicieron eternos. Así ardieron. Con este simple acto inició su relación caracterizada por las quedadas a escondidas, lejos de las miradas indiscretas del resto de defectuosos. Pronto todo cambió, Cyril tuvo que marcharse, solo iba de vez en cuando a la ciudad donde permanecía Marina, que no había encontrado aún su cometido en la vida. Trataron de hacer que eran una pareja normal, que no habían vivido todas esas cosas horribles. Intentaron restaurarse, igual que estaban haciendo con el mundo, así que hacían planes como cualquier otra pareja; iban al cine, salían a cenar... Incluso iban a ver las estrellas. Todos esos buenos momentos terminaban amargamente en una estación de tren en la que tenían que despedirse. Pero en la que se reencontraban un tiempo después para seguir queriéndose.
Descubrieron nuevos lugares en un mundo que luchaba por reconstruirse, después de sus primeras peleas. No faltaban las risas entre ellos, los besos las caricias. Eran lo único que tenían en el mundo. Pero pronto no fue suficiente. Los buenos momentos se vieron enturbiados por los tristes, las peleas cada vez eran más frecuentes, más duras, más amargas. Hasta que ya no quedó nada bueno a lo que amarrarse.
Todo se tornó oscuro como si de un cálido y pacífico verano hubiera transicionado con la fuerza de un huracán a una fría e implacable tormenta de invierno. Se terminó el beso que los unió. Sus labios dejaron de rozarse, todo estaba a punto de acabar. En lo alto de la azotea del edificio que Marina se había negado a abandonar en todo ese tiempo.
—Qué quieres hablar ahora. Qué te pasa ya —empezó Cyril cansado de la situación.
—Quiero dejarlo —soltó ella.
Las palabras salieron suavemente de sus labios, con un hilo de voz. No se quedaron atascadas en su garganta como otras veces. Pero era algo irremediable, se estaban haciendo daño. Inmediatamente después se fundieron en un barullo de gritos, en el que solo quedaban los reproches. Hablaba uno por encima del otro, al unísono, sin pararse por un momento a escuchar al otro.
—¡Siempre estamos igual! ¡Madura ya! ¡No todo el peso de la relación recae sobre mí! ¡Eres una exagerada! ¡Lo sacas siempre todo de contexto! ¡Solo ves lo malo! ¡Parece que no he hecho nada nunca por ti! —gritaba Cyril.
—¡Soy la única que se preocupa por lo nuestro! ¡Parece que estoy sola! ¡Y así me siento! ¡Nunca cuentas conmigo para nada! ¡Deberías plantearte si quieres estar de verdad conmigo! ¡Y empieza a compórtate como una persona normal! ¡Nunca haces nada por mí! ¡Estoy harta de ti! —gritaba Marina por encima de los gritos de él.
—¡Pues empieza por olvidarte de Azul! ¡Supera su muerte! ¡No va a volver! ¡Y luego búscate algo que hacer en la vida! ¿Crees qué es fácil para mí estar con alguien así?
El silencio se alzó entre ellos como un muro más poderoso que cualquiera de ellos dos juntos. Cada vez estaban más lejos.
—Esto ya ha ido muy allá —dijo Marina con un hilo de voz. Desgarrada por el dolor que le producía la situación—. Parece que no tiene arreglo.
—¿Tú crees? —preguntó él reticente a romper la relación.
—Míranos...
Sus siluetas se quedaron en la distancia, destinadas a desaparecer en la oscuridad, en el olvido. Entre la oscuridad se abrió paso un destello acompañado del ruido blanco de una televisión. Poco a poco la luz fue más potente hasta que nos permitía ver una habitación repleta de televisiones, algunas más nuevas, otras más antiguas que ya no sintonizaban ningún canal. En las que aún estaban encendidas asistíamos a las vidas de cientos de personas que sentían, que vivían. Así que si que quizás se te hubieras esforzado un poco, entre todas las historias hubieras visto la suya. La vida de ella no cambió mucho después de su partida. Siguió allí, intentando encontrarse a sí misma, pero no lo haría nunca si no dejaba el pasado atrás, si no salía de allí a enfrentarse a sus miedos como previamente había hecho. Mientras tanto él volvió a irse, aún seguía ayudando a la gente tanto como pudiera, por todo el mundo.
Ambos se quedaron mirando a través de una ventana, pero en espacios diferentes. Aun así, daba la impresión de que podían verse, podían sentirse. Pero ya no era así. Estaban muy lejos. De pronto, aunque Marina seguía estancada en su tristeza, Cyril encontró otro par de ojos que lo atraparon, sin embargo, fue ella quien lo invitó a cenar.
Al tiempo que Marina se consumía, la nueva pareja de Ce abría la puerta de la casa a la que se estaban mudando. Estaba muy ilusionada, una gran sonrisa iluminaba su cara mientras observaba cada detalle de la casa. Después entró en él, que observaba a su novia con desinterés.
Un día Marina se desmayó sin previo aviso delante de todos en el comedor. No sabía qué le estaba ocurriendo. Se sentía cada vez más y más débil. Quizá fuera porque llevaba días sin comer. Pero lo que no sabía era que había algo más. Por su parte Ce encontró entre algunos panfletos un anuncio de joyería, que no le cabía duda que su nueva novia había colocado para que lo viera, ya que siempre se detenía ante los escaparates para ver los anillos y últimamente no dejaba de mostrarle las fotografías de las bodas de sus amigas. Pero eso a él no le interesaba.
Ella cada vez estaba más débil, ya ni siquiera podía levantarse de la cama, así que empezó a escribir para deshacerse de todo lo que le había hecho llegar hasta ese punto. La monotonía de la rutina consiguió convertir a Ce en un hombre de carácter amargado que no conseguía sentir interés por nada. Cuando llegaba del trabajo de oficina al que se había visto obligado a acudir, no hacía caso de su ya prometida cuando le bombardeaba con preguntas de la boda. A él no le interesaba nada de eso.
Cada vez, la televisión que mostraba las imágenes de Marina se iban volviendo más oscuras. Se encontraba cada vez peor. Entonces rodeada de amigos se fue apagando. La velaron toda la noche, esperando a que se marchara. La dejaron ir poco a poco en un solemne silencio mientras el dolor se iba adueñando de sus corazones. Cuando llegó la mañana, su pecho se hinchó una vez más con fuerza para después soltar todo el aire en su última exhalación. Entonces soltaron su mano, la dejaron sola. La dejaron ir. Su pantalla se apagó. Pero la de Ce siguió con su rutina, hasta que encontró una carta en el buzón que lo cambió todo.
Hay amores que nunca se olvidan. Porque se crearon con la fuerza de una catástrofe.
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