Capítulo 24
Salgo del comedor detrás de él, aunque mi mente me chilla que tengo que ir con Ce, que tengo que hablar con él. Sospecho que nunca me ha contado la verdad. No nos alejamos mucho, nos quedamos en medio del campamento, me da la espalda. Parece que no quiere mirarme. Pero yo necesito que me mire, necesito que me diga qué es lo que está pasando. ¿Por qué siento que todo el mundo tiene secretos? Extiendo un brazo hacia su hombro, pero antes de que llegue se gira. Tiene los ojos brillantes, se muerde el labio inferior, que le tiembla y las mejillas rojas.
—¿Qué pasa, Azul? —digo asustada, acercándome vacilante a él.
Sacude la cabeza interponiendo su brazo entre nosotros. Me está poniendo nerviosa. Se me seca la garganta, se me cierra el estómago, se me para el corazón, se me para el tiempo, que se congela en sus ojos verdes empañados.
—Rojo ha muerto —dice con voz dura.
Me tapo la boca, abriendo mucho los ojos. Odiaba más a Rojo que a su hermano, deseé su muerte miles de veces, pero ahora que sé que es la única familia con vida de Azul, no siento alivio al recibir la noticia. Siento una profunda losa sobre mi espalda, sé que no tengo la culpa de que ella haya muerto, pero me siento mal por él. Vacilo un momento antes de abrazarlo, finalmente no lo hago. No sé qué hacer.
—L-lo siento, Azul..., no es posible..., Rojo es...
Él sacude la cabeza una y otra vez. Nunca lo había visto así. Es como un niño pequeño con miedo a la oscuridad, pero él tiene miedo de otras cosas. Venzo las barreras obligándome a abrazarlo. Él me ha ayudado en cada pérdida, siento que le debo lo mismo.
—Tengo que aceptarlo —responde sobre mi pelo; en un suspiro—. Pero eso no era todo lo que quería decirte.
Me da un vuelco el corazón. Hay más. Me separo un poco de él, para poder mirarlo a los ojos, aún vidriosos. Asiento y él hace lo mismo.
—Yo he sacado a Cyril de la celda, espero que no te importe, pero lo necesitamos.
Trago saliva, intentando digerir lo que me está diciendo. No puedo hacerlo. No puedo creerlo. Azul ha accedido a la petición de Ce. Pero tiene que haber algo más. Algo que no soy capaz de entender.
—¿Por qué? —pregunto.
Frunce el ceño extrañado, queriéndome dar a entender que ahí está todo. Pero lo cierto es que me faltan datos.
—¿Por qué? Ya sabes..., es soldado, conoce algunos planes y eso.
Sacudo la cabeza a los lados. No lo creo. No del todo.
—Azul... —digo esperando otra respuesta.
Lo miro firmemente a los ojos, intentando intimidarlo, aunque no creo que lo consiga. Pero quiero saberlo. Si quiero saberlo, lo sabré. Resopla rindiéndose sin oponer mucha resistencia.
—Está bien..., fui a verlo para que me contase si sabía como se van a llevar a cabo los planes del gobierno y bueno..., conseguí sacarle algo. Algo más grande que lo demás.
Abro mucho los ojos y la boca. Aprieto su brazo con fuerza. Necesito saberlo. Estoy decidida a arreglarlo. Tengo que hacerlo. Debo hacerlo. Esto no es solo por mí; es por todo los que han muerto en busca de un mundo mejor desde el inicio de los tiempos.
—¿Qué puede ser peor, Azul? —digo tragando saliva.
Azul espera unos segundos, mueve el brazo para que deje de apretarle, se separa de mí. Aún tiene los ojos brillantes.
—Una bomba —responde.
La noticia me parece hasta absurda. Una bomba no es lo bastante fuerte para destruir todo el mundo. Podremos desactivarla o evitar que se elabore.
—¿Una bomba? —pregunto reprimiendo una risa histérica—. Podemos destruirla, lo conseguiremos.
Azul sacude la cabeza una y otra vez, cada vez se aleja más, no quiero que se vaya. Yo lo quiero más cerca, no más lejos. Me da igual que el mundo se acabe si sé que él seguirá a mi lado y yo al suyo.
—No lo entiendes. No es una bomba normal. Es una bomba muy fuerte, capaz de destruir todo cuanto conocemos.
Frunzo el ceño vuelvo a acercarme a él, pero sigue retrocediendo. Me asusta su comportamiento. Está raro. Aunque él nunca ha sido normal.
—Azul, mírame —él rehúye mi mirada y no soy lo bastante rápida para alcanzarlo—. ¿Estás bien?
Pero ya es demasiado tarde, mis palabras se quedan en un susurro inaudible cuando Azul sale corriendo. No soy capaz de seguirlo. Tengo que comprender, dejarle su espacio, luego hablaré con él. Espero que para cuando volvamos a encontrarnos ya esté mejor. Ahora tengo que reunirme con mis amigas. Tengo que contarles todo, de principio a fin. Vuelvo sobre mis pasos, pero mi mente y mi corazón se alejan con Azul, debería haberlo seguido. Pero no lo he hecho. Ahora me siento culpable. Está mal, nunca creí que lo vería así, ahora se me parte el corazón en dos y no sé cómo reaccionar. Soy estúpida.
Irrumpo en el comedor, así que el ruido me golpea con fuerza. Me quedo parada unos instantes en el umbral, paseando la vista por los comensales que comen con tranquilidad, o con ansias, enfrascados en escandalosas conversaciones o en silencio. Cada uno a lo suyo, pero todos juntos. Todos unidos por algo; nuestro defecto, nuestro don y nuestra misión: salvar el mundo, cambiar el mundo.
Se me encoge el corazón al pensar que cuando todo esto acabe, tanto si acaba bien, como si acaba mal, puede que no vuelva a ver esto. Pero sigo con mi camino, apartando estos pensamientos de mi mente. No importa. Mis ojos se encuentran con la nuca de alguien a quien conozco. Le ha crecido el pelo, ahora que ya no puede cortárselo. Tengo que hablar con él, aunque tengo la impresión de que me rehúye. Como Azul. ¿Qué les pasa? Vacilo. Siento el impulso de acercarme a él. Pero lo reprimo. Avanzo hasta la mesa en la que aún están mis amigas. Revuelven en sus platos la comida, de un lado a otro, sin llevársela a la boca, en silencio. Me parte el alma verlas así.
Me siento en la silla que antes ocupaba, Lucy es la única que levanta la mirada, así que me aclaro la garganta para reclamar la atención de las demás. Me miran con sus ojos tristes. Me da rabia. Rabia que sean tan débiles. Rabia saber que yo también he sido así. Ojalá pudiera transmitirles un poco de la fuerza que recorre ahora mis venas y me impulsa a seguir adelante.
—Tengo novedades. Algunas no os importarán. Y otras os harán despertar. Os he dicho que seáis valientes y sigáis vuestras vidas y ¿esto es lo único que sabéis hacer? ¿Darle vueltas a la comida? ¡Espabilad! ¡La guerra solo acaba de empezar! —les digo alterándome con cada palabra, dando golpes en la mesa.
Me miran incrédulas. Sé que me he pasado, que no debería haber sido tan dura, pero cuando yo estaba en su lugar habría necesitado lo mismo: que la rabia me atravesara el cuerpo para tener que demostrar algo; que no soy débil. Para sentirme orgullosa de mí misma y darle con sus propias palabras a la persona que me lo hubiera dicho. Para que la sangre volviese a correr por mis venas. Eso es lo que trato de hacer con ellas.
—Es muy fácil decirlo, pero sabes perfectamente que no hacerlo. ¿Acaso no fuiste tú la que pasaste semanas sin moverte? —me dice Lucy, que es la única que se aventura a contestar.
Giro la cabeza para poder esbozar una sonrisa. Es justo lo que pretendía.
—Sí. Y por eso no quiero veros en la misma situación. Así que vamos. Dejad de hacer las bobas.
Lucy sacude la cabeza, resopla y se va tirando el tenedor con rabia contra la mesa haciendo caer la silla cuando se levanta. Produce un estrepitoso ruido, pero nadie se inmuta, siguen a lo suyo, incluida yo. Me inclino sobre la mesa para hablar de nuevo, esta vez más bajo.
—Bueno chicas, ahora que he captado vuestra atención —susurro—. Sé más cosas.
Clavan sus ojos en mí, entrecerrándolos, esperando a que hable. Asiento, sonriendo un poco. Me siento importante. Me gusta tener la información en mi poder. Ahora sé lo que sienten Azul y Ce. Sé lo que se puede sentir con la información menos relevante del mundo, ahora que tengo entre mis manos la que puede destruirnos me siento poderosa. Acerco mi cabeza más a las suyas, que también se inclinan sobre el centro de la mesa.
—Hay una bomba —digo; suspiro y aún más rápido y en voz más baja susurro—: Y creo que estoy saliendo con Azul.
Se incorporan todas de golpe mirándome con los ojos muy abiertos. Es como si estuvieran viendo un fantasma.
—¿Qué? —exclaman.
Les indico que guarden silencio, pero no me hacen caso. Están histéricas. Si hubiera sabido esto antes, me hubiera inventado antes un titular loco.
—¿Qué ha sido lo último que has dicho? —dice Katy.
La boca se me seca, así que tengo que tragar saliva varias veces. No era la bomba lo que las ha impactado. Por lo menos a Katy. Me siento culpable porque supuestamente a ella le gustaba Azul. Me aclaro la garganta y respiro hondo.
—Bueno, eso, que yo y Azul..., bueno no sé si estamos juntos, pero..., nos hemos besado y..., y..., esta noche..., he..., dormido con él.
Estoy nerviosa me rasco la cabeza, el cuello y el brazo, no las miro a los ojos. No sé adónde mirar. De pronto oigo sus risas así que dejo escapar todo el aire de mis pulmones con un suspiro de alivio.
—¡Y parecía tonta! ¡Que lo odiaba decía! —dice Katy—. Vaya suerte, lo que daría por estar en tu lugar.
La miro a los ojos, me sonríe, pero sin nada de maldad como esperaba. Le devuelvo la sonrisa. No quiero hablar del tema. Ni siquiera sé qué somos Azul y yo. Y recordarlo así: roto y desorientado; me duele. Debería haber ido detrás de él.
—¡He dicho que hay una bomba que va a destruir el mundo! —exclamo en susurros—. Tengo que hablar con Ce.
Desvío la mirada hacia la mesa de Ce, habla con un chico, me sorprende lo bien que se ha adaptado de repente. Se supone que debería ser repudiado por todos, no apoyado. Busco su mirada, pero él no la mía.
—¿Ese es Ce? —dice la voz apagada de Jess, la miro, vuelve a mirar a Ce y asiento mirándola a los ojos de nuevo—. No me importaría que viniese a consolarme.
Reprimo una risa irónica girándome para mirar de nuevo al soldado. Nuestros ojos se encuentran fugazmente, en cuanto lo hacen el desvía la mirada. Está huyendo de mí. Frunzo el ceño, sin dejar de mirarlo. Aquí está ocurriendo algo raro.
—Sí, pues puedes esperar sentada porque Ce no es de esos —contesto—. Tengo que hablar con él.
Me levanto dejándolas ahí, parece que un poco más animadas. Con cada paso que doy parece que se me clavan mil agujas en las costillas. Ojalá mi ineluctabilidad sirviese para curarme las heridas. Algún día lo probaré, pero no ahora. Ce se levanta sin mirarme se aleja de mí, se acerca a la puerta, la abre y sale. Así que aligero el paso maldiciendo mis piernas por ser demasiado cortas. Es como un sueño de esos en los que por más que corres para alcanzar a alguien, nunca consigues la suficiente velocidad para llegar hasta él. Eso me frustra. Salgo del comedor y veo que Ce se interna entre una fila de árboles que hay detrás de las cabañas de enfrente.
—¡Ce! —grito.
Pero él no se detiene. Ni siquiera vacila.
—¡Ce! —repito.
Sigue sin responder. Avanza cada vez más rápido, así que comienzo a correr detrás de él desesperadamente. Hasta que solo me quedan unos pasos para llegar a él. Intento recuperar el aliento mientras recorto la distancia y cojo su brazo, pero aún así no se detiene.
—¿Se puede saber qué narices te pasa? —le grito intentando disimular la respiración entrecortada.
Estira de su brazo, se pasa las manos por la cara, suspira y se gira para mirarme.
—Aléjate de mí, Marina.
Lo miro frunciendo el ceño. Esto es nuevo. ¿Ahora me tiene miedo o qué? No. No es eso. Ce nunca podría tenerme miedo.
—¿Qué? —pregunto confusa—. No —respondo secamente.
Me da la espalda para seguir andando, pero vuelvo a coger su brazo. No me voy a rendir tan fácilmente. Ya no soy de esas. Pero esta vez no me evita. Rodea mi cintura bruscamente empujándome hacia su cuerpo. Sus dedos se clavan en mi herida y grito de dolor, jadeo sorprendida. La arruga entre sus ojos, indica que está enfadado. Como siempre. Ahora que vuelvo a estar tan cerca de él, puedo sentir de nuevo como me hago pequeñita, el dolor desaparece, sustituido por un cosquilleo que me envuelve. Ahora que vuelvo a estar tan cerca de él, puedo sentir que nunca ha cambiado. Solo estaba jugando un papel para salir de ahí. Acerca su rostro al mío, hasta que nuestras narices se rozan y consigue hacerme estremecer.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunta con voz dura.
Trago saliva. No puedo hablar. Pero no puedo dejar que me paralice. Ya no.
—¿Por qué me evitas? —pregunto como respuesta.
Las comisuras de su boca se tuercen hacia arriba, en una irónica sonrisa, desvía un momento la mirada, pero inmediatamente vuelve a posar sus ojos grises sobre los míos, trasmitiendo más intensidad.
—No sé. ¿Tu novio no te ha dicho nada? —dice enfatizando la palabra «novio».
Me remuevo en sus brazos, intento separarme de él, pero no me deja, al contrario, hace más fuerte su agarre, haciéndome más daño en la herida. Azul tiene algo que ver en esto. No puedo creer que Azul haya intervenido en esto.
—¿Azul te ha dicho que no me hables? —pregunto incrédula, intentando descubrirlo.
Él ladea un poco la cabeza, hace más corta la distancia que nos separa un poco logrando que estremezca de nuevo con ese cosquilleo incesante que me remueve por dentro.
—Algo así —susurra—. Pero he decidido que no me importa lo que diga ese imbécil.
Me aprieta más contra él, haciendo que me estremezca sin parar. Espero que no esté notando mi corazón latir desbocado, tratando de escapar de mi pecho, ni como tiemblo entre sus brazos. Azul..., ¿por qué ha hecho esto?
—Suéltame —le pido intentando recuperar el aliento—. Me haces daño, estoy herida y me estás apretando.
Al contrario de lo que le pido, me aprieta más y más. Pongo las manos en su pecho y estiro hacia atrás. Pero no puedo luchar contra él.
—Si mi novio se entera de esto te matará —digo enfatizando yo también la palabra «novio», me siento rara usándola y no creo que sea un término adecuado para designar lo que hay entre Azul y yo—. ¡Suéltame!
Ce se ríe. Parece que todo esto le divierta. No debería ser así. Lo único que estamos haciendo es perder el tiempo. Quiero hablar con él seriamente, sin que me intimide ni se acerque demasiado a mí. Parece que nadie sabe respetar mi espacio personal.
—Ya te he dicho que me da igual ese imbécil.
—Pues no debería darte igual —dice una voz detrás de él.
Ce se gira, sin soltarme cuando oigo como algo impacta contra su cara, sonando bien fuerte: un puño; el puño de Azul. Ce me suelta, doy un paso atrás cuando se abalanza sobre Azul, con la intención de cogerlo por el cuello, pero él es más rápido y se aparta, le da una patada en el estómago, pero a Ce no parece importarle lo más mínimo. Avanzo hasta ellos, cuando se mueven en círculos, esperando el siguiente movimiento. No sé que hacer, pero tengo que impedir que se maten, eso seguro.
Azul lanza su puño contra la mandíbula de Ce, pero él es más rápido ahora, atrapa su mano, retuerce su brazo y lo hace caer al suelo. El soldado cae encima de él y comienza a golpearle con rabia en la cara. No puedo soportar esto ni un segundo más. Azul intenta defenderse, pero es inútil, nunca hubiera pensado que Azul fuera a perder una pelea con alguien. Siempre había pensado que ellos dos estaban igualados, ahora veo que no. Cojo a Ce de los hombros gritándole que pare, pero no me hace caso; parece totalmente ido.
—¡Para! —exclamo lanzando mi puño contra su omóplato.
Entonces se detiene, como si mi puñetazo lo hubiera hecho reaccionar, aunque no puede ser cierto, no le he dado tan fuerte. Me mira, se mira los nudillos que ahora están enrojecidos, se levanta y se aleja sin una palabra.
—Eres un imbécil —murmuro como si mis palabras fueran veneno.
Cuando expulso el veneno que me corroía por dentro siento que algo muy fuerte dentro de mí se libera un poco. Algo que estaba ahí dentro desde hace mucho tiempo. Desde que lo conocí. Reúno las fuerzas necesarias, miro el rostro de Azul. No tiene buen aspecto. Está sangrando. Eso tiene que doler. Eso duele.
—Azul..., mira lo que has hecho. Eres tonto —le digo con un hilo de voz.
Él se incorpora haciendo una mueca que pretende ser una sonrisa. Se encoge de hombros acercándose a mi boca, pero yo me aparto.
—No duele. Además, no iba a dejar que un gilipollas te pusiese las manos encima, ¿vale? Creía que se lo había dejado bien claro.
Lo miro incrédula levantándome del suelo arqueando las cejas. Lo suponía.
—Tú y tu orgullo. Algún día todo ese orgullo acabará tragándote. ¿Y tú quién eres para decidir quién me toca y quién no? —le grito—. ¡No debería dejar que ninguno de los dos os acercaseis a mí! ¡Pero claro vosotros solos os tomáis la libertad de hacerlo! ¡Os odio! ¡Sois lo peor! ¡Y encima tenemos cosas más importantes que hacer que andar con jueguecitos de niños! ¡Parece mentira que vosotros seáis mayores! ¡Os compartáis como críos!
Resoplo enfadada, me giro dispuesta a marcharme. Quiero desaparecer de este mundo. Aunque bueno, el mundo desaparecerá antes. Azul me detiene cogiéndome del brazo, como siempre. Para no perder la costumbre me detengo. Me detengo y me giro como la estúpida que soy. Cada vez lo odio más por toda la influencia que ejerce sobre mí. No me gusta este sentimiento de dependencia. La sangre le cae por la cara, me mira con ojos serios, como antes. Da pena verlo así. Suspiro buscando su mano.
—Vamos a que te curen eso, anda —le digo rindiéndome.
La sonrisa de Azul aparece de nuevo en su destrozado rostro y me dan ganas de hacerle más daño. Creo que no le ha dolido demasiado. Cuando llegamos a la enfermería no hay nadie que pueda atendernos. Esta situación no es de gravedad, por aquí las cosas aún no se han calmado. No cabe ni la punta de un alfiler. Resoplo. Últimamente todo me sale mal.
—Supongo que tendrás que hacerlo tú —susurra con una sonrisa entre los dientes.
Lo miro con los ojos muy abiertos y sacudo la cabeza. ¿Por qué siempre me tiene que pasar esto a mí?
—Oh, no. De eso nada. Tú te has metido en la pelea, tú mismo te curas las heridas. No soy tu enfermera personal.
Azul se ríe atrayéndome hacia él con un brazo. Lo odio. Así me produce repulsión. La sangre brillante que resbala por su mejilla me da náuseas.
—Oh, claro que sí —responde asintiendo—. Yo podría haber dicho lo mismo cuando te dispararon, ¿no? —dice dando un leve golpecito sobre mi venda.
Resoplo poniendo los ojos en blanco. No puedo con él.
—Anda, vamos —me rindo de nuevo.
Es imposible luchar contra él, ya lo he comprobado, así que tendré que hacerlo, por mucho asco que pueda darme. Azul se separa de mí y va a coger algo, supongo que los utensilios que necesita para que lo cure. Y así es. Unos segundos más tarde vuelve con varias cosas entre las manos, así que salimos de aquí. Llegamos a la cabaña de Azul, la de diecinueve, aunque debería estar en la de los privilegiados, no sé por qué duerme aquí, tiene un color y sus amigos están en dieciocho. No lo entiendo. Se sienta en su cama, yo hago lo mismo, sentándome sobre mis rodillas. Me da lo que ha cogido, hago una mueca cuando lo miro a la cara. Cojo un algodón y le echo agua oxigenada, lentamente lo acerco hasta su ceja hasta rozarla muy lentamente, con delicadeza. Él se ríe.
—A mí no me hace ninguna gracia, Azul —le digo seria—. Eres..., eres..., no tengo palabras para describir lo que eres. ¿Qué le has dicho a Ce y por qué?
Azul resopla, todo el aire que expulsa me da en la cara haciéndome estremecer, pero no deja de sonreír. Creo que esos golpes lo han dejado más tonto de lo que era.
—Hemos hecho un trato y de momento ya ha incumplido una parte. Pero bueno eso a ti no te importa ahora —me responde—. ¿Qué vamos a hacer?
Dejo el algodón empapado de sangre y cojo otro nuevo el para repetir el proceso. No puedo creerme que Azul se crea ahora dueño de mi vida y mis compañías. Encima no puedo saber qué le ha dicho a Ce. Pero no me voy a rendir. Él es tozudo, pero yo también.
—¿Qué le has dicho a Ce? ¿Cuál ha sido el trato? —hago una pausa y nos quedamos en silencio mientras desinfecto su herida—. ¿Qué vamos a hacer de qué? ¿El mundo? No sé, tú sabrás. Eres el que hace lo que quiere sin consultar a nadie.
Él se queda en silencio, finalmente suspira, como si se rindiese en una batalla que se está librando en su interior. Se acerca más a mí, pero yo retrocedo.
—Tú, eres mía y de nadie más. Y eso es. No creo que quisieras estar presente en ese momento, ¿verdad?
Lo miro incrédula. El corazón me ha dado un vuelco. Así que ahora cree que es mi dueño. ¿Y qué tiene que ver eso con que Ce pueda hablarme? Es ridículo, él es mayor que yo, siempre me lo recrimina, así que es totalmente imposible que Ce intente nada conmigo, y ahora que ha conseguido lo que quiere, menos.
—Eres tonto. Yo no soy tuya, yo no soy de nadie, solo me pertenezco a mí misma, me pareces ridículo. Y no nos desviemos del tema. ¿Qué vamos a hacer?
Dejo el algodón y miro hacia las sábanas, donde se encuentran los utensilios, eso no me gusta nada. Aguja e hilo. Trago saliva. No sé hacer eso.
—Ya sé que soy tonto, un imbécil, un idiota y todo eso, ¿es que no te cansas de insultarme? —yo sacudo la cabeza enérgicamente y se fija en la dirección de mi mirada—. Vamos, no es para tanto, solo tienes que meter la aguja en mi piel y coser. Puedes hacerlo.
Con solo la explicación me da náuseas. Pero bueno, he de hacerlo. Cojo la aguja y el rollo de hilo, lo enhebro y me dispongo a introducir la aguja en su piel, haciendo muecas. Azul se ríe. Si yo estuviera en su lugar no podría reírme.
—Creo que deberíamos reunirnos todos y tomar una decisión —digo.
Atravieso la piel de Azul con la aguja, empiezo a ver puntitos de colores. No puedo desmayarme, no puedo vomitar.
—No podemos velar por el mundo eternamente, Turquesa —responde.
Frunzo el ceño y los labios. Yo quiero hacerlo, creo que es lo correcto. Además, no quiero morir, aún no.
—¿Me estás diciendo que vas a dejar que destruyan el mundo?
Termino de coserle para quedarme mirándole incrédula. Nunca hubiera creído que Azul fuese así.
—Estoy diciendo que, si no son ellos ahora, serán otros después.
Él también frunce el ceño y nos evaluamos el uno al otro con minuciosidad, como si fuera la última vez que vamos a vernos.
—¿Te estás rindiendo? Me estás decepcionado. Pensaba que eras ineluctable de verdad, que no se podía luchar contra ti, pero hoy me estás demostrando todo lo contrario.
Mi voz suena con la dureza justa que pretendía, espero que así decida actuar, ser lo que es y no huir como el cobarde que no es.
—Hay cosas que sí pueden contra mí. No soy invencible, creo que tienes una visión distorsionada de mí.
Ladeo la cabeza. ¿Será cierto? ¿He idealizado la fortaleza de Azul? ¿Por qué iba a hacerlo?
—¿Qué cosas? —me aventuro a preguntar, porque no se qué decir.
Él se acerca un poco más a mí, esta vez no retrocedo, no puedo, es como si me hubieran clavado aquí.
—Tú —responde en un susurro acercándose más a mi boca.
Me da un vuelco el corazón. No lo dejo que termine el trayecto, giro la cabeza, así que sus labios ensangrentados me rozan la mejilla, quemándome. ¿Por qué tiene él el poder de hacerme arder? Lo miro a los ojos. Estamos demasiado cerca. Llevo una mano a sus labios y los recorro con el dedo corazón. Azul rodea mi cuerpo, vacilando. No respondo. No sé por qué ha dicho eso. Claro que puede luchar contra mí, siempre me deja tirada en el suelo, es absurdo que diga eso. Seguro que me está tomando el pelo. Cojo otro algodón dispuesta a seguir con el proceso de curación. No hay tiempo que perder, hay muchas cosas por hacer.
—Puedes curarme de otra forma, ¿sabes?
Lo miro a los ojos frunciendo el ceño y arrugando la nariz. ¿Qué está diciendo?
—¿Qué? ¿Cómo? ¡Me estás haciendo pasarlo fatal y ahora me dices que hay otra forma!
Azul se ríe un poco, por lo bajo y suspira.
—Sí. ¿Me das un beso?
Siento como el calor llega a mis mejillas para enrojecerlas y el corazón me da otro vuelco, latiendo con fuerza. Odio que me pase esto. No se a qué juega Azul. Lo odio.
—Así no —respondo.
¿Pero qué digo? ¿Cómo que así no? Azul se encoge de hombros, coge el algodón que tengo en la mano y lo pasa sin ninguna delicadeza por su labio, haciendo que la sangre desaparezca, aunque aún sale un poco.
—¿Mejor? —pregunta levantando una ceja.
No puedo evitar sonreír. Esto me resulta demasiado ilógico. Pero no puedo evitarlo. Creo que tiene un imán de carga opuesta a la mía en alguna parte de su cuerpo que me atrae hacia él como una fuerza imparable, inaplacable, ineluctable. Rozo mis labios con los suyos, saben a sangre, pero no me importa, de nuevo exploto. Y lo olvido todo. Olvido que el mundo está en peligro, que debemos impedir lo que está a punto de pasar. Olvido que Joss, Collin y Russel han muerto. Olvido mi culpa. Olvido a Ce. Olvido a mis padres. Todo desaparece. Solo queda el incendio que se propaga por mi interior cuando Azul me empuja a caer sobre él, cuando me roza y desliza sus labios con más fuerza sobre los míos. Pero entonces suena un ruido ensordecedor y me levanto sobresaltada, aunque Azul intenta detenerme. Un escalofrío me recorre la espina dorsal y sé que algo va mal.
—Azul, está pasando algo —digo sobre sus labios.
—Me da igual —responde volviendo a besarme, apretándome más contra él.
Lo aparto de mí dándole un golpe en el abdomen, me levanto de la cama y me coloco bien la ropa.
—Pero a mí no —digo mientras me alejo corriendo.
Abro la puerta y salgo. Donde me encuentro con una imagen horrible. No es posible. Esto no debería estar pasando. Debe ser un sueño porque no parece real. No parece, pero lo es. Algo dentro de mí me grita que lo es y que tengo que hacer algo. Pero ya es tarde. Ante mí, un ejército verde inmenso mata ineluctables, cuyos cadáveres ahora me miran con ojos vacíos mientras los míos se anegan en lágrimas. Otros se ven obligados a ir con ellos, directos a unas horribles pruebas para sacarles como sea el secreto que alberga su cuerpo. Me han visto. Dos hombres robustos, provistos de dos pistolas cada uno, se acercan lentamente a mí, no puedo retroceder. Me he quedado paralizada por la confusión. Estoy segura de que ha sido Ce. ¿Cómo hemos confiado en él? ¿Cómo me ha hecho esto? La bola de mi garganta cada vez es más y más grande. Quiero gritar. Pero no puedo hacer nada.
Los soldados llegan hasta mí y me rodean. Intento luchar contra ellos, pero soy demasiado torpe, tropiezo con las escaleras , cayendo de bruces al suelo, haciéndome daño en la herida de bala. Los hombres se ríen y sin ninguna dificultad me cogen, uno por cada brazo alejándome de mi hogar, me alejan de mi única familia, me alejan de Azul. Entonces reacciono. Comienzo a patalear y a moverme para desestabilizarlos, pero lo único que consigo es que aprieten sus manos con más fuerza contra mis brazos, que me claven sus dedos como dagas. Veo a Azul salir de la cabaña, me ve y abre mucho los ojos. Corre hacia nosotros desesperado, desarmado. Uno de los hombres que me sujeta lo apunta con una de sus pistolas y dispara.
—¡Azul! —chillo en un sollozo.
—¡Cállate! —dice el otro soldado.
Me da un golpe en la sien con la culata de la pistola y el dolor hace que todo se vuelva negro. La más absoluta y tenebrosa oscuridad me envuelve, como el frío que ahora siento. Todo está perdido, ya no hay nada por lo que luchar. Me rindo, hace demasiado frío.
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