Capítulo 21
No soy consciente de todo lo que se cierne a mi alrededor. Estoy paralizada, congelada. Las palabras de Ce han sido muy fuertes. Ahora que ya sé lo que va a pasar con el mundo, no puedo permitir que suceda. Por mucho que me duela, tengo que emplearme a fondo en esa misión. Es la única opción, somos la última solución. Tal vez sea mentira, y utilice la estrategia para distraernos, pero no le conviene.
Todos los miembros del campamento nos hemos reunido en el comedor: ha llegado la hora de actuar. Han adelantado el día de la misión. Iba a ser dentro de dos días, pero en cuanto Ce ha hablado, Azul no ha querido perder ni un instante más. Cada segundo cuenta. Se oye un gran barullo, pero no escucho a nadie. No me interesa nada de lo que tengan que decir, solo quiero hacerlo bien, no volver a fallar. Espero no volver a perder a nadie, porque no me lo perdonaría. Creo que tratan de trazar entre todos un plan, pero sin muy buenos resultados. Es lo normal. Estoy ausente aún, con la vista clavada en la mesa de madera. Con miles de sentimientos contradictorios en mi pecho. Miedo y valentía. Seguridad e inseguridad. Fortaleza y debilidad.
No sé si el agujero de mi estómago se hace más pequeño o más grande con cada minuto que pasa. Ahora, soy más consciente que nunca que el mundo está cambiando y no debe cambiar. No de la manera que está haciéndolo. Debemos guiarlo por el buen camino. Solo nosotros podemos. Es frustrante. Quiero gritar hasta que mis pulmones no puedan más, hasta que alguien me escuche. Noto movimiento a mi alrededor, salgo de mi estado ausente para ver como todos se dirigen hacia la puerta, se abalanzan contra ella. Gritan eufóricos, dan saltos por encima de las mesas, corren y empujan. Suspiro mientras noto un nudo en la garganta. No sé si de verdad quiero hacer esto. Estoy confundida. Entonces, siento una mano sobre mi hombro, que me aprieta.
—Vamos, Mil Seiscientos Diez, ha llegado la hora —dice.
Me giro, veo que el comedor ya está vacío, que solo quedamos él y yo. Asiento intentando asumir mi responsabilidad. Debo hacerlo, por muy difícil que me sea. Desliza su mano por mi brazo con lentitud, no hay prisa por irse, no hay prisa por que deje de rozarme. Su piel sobre la mía hace que sienta como ardo como un árbol en un incendio forestal. Lenta, pero intensamente. El contacto con él me produce pequeñas descargas eléctricas allí donde roza. Me hace grande, me hace sentirme segura y fuerte. Entonces sé que puedo. Con él sé que puedo. Soy fuerte, soy indestructible; soy ineluctable. Sus dedos se entrelazan con los míos, es una perfecta unión. No debe ser así, nada de esto puede ocurrir. Debería sentir repulsión. Debería odiarlo. Yo lo odio, o eso me he obligado a creer. Empieza a andar hacia la puerta, casi me arrastra hacia ella. Me dejo llevar. Me conduce por lugares en los que ya he estado cien veces. Pero esta vez no vamos a un sitio en el que ya haya estado. Vamos a explorar lo inexplorado. ¿Y si no vuelvo? ¿Y si él no lo hace?
Parece que se ha dado cuenta de mis pensamientos. Se detiene para girarse a mirarme con la intensidad que fluye de sus ojos verdes, y se propaga hasta mi corazón, dándome pequeños pinchazos. Pero no son dolorosos, aunque pueden llegar a serlos. Vacila un instante, luego lleva su mano libre hasta mi cuello, me echa el pelo a un lado. Vuelve a vacilar, pero finalmente me rodea con sus brazos, me deja esconderme en su pecho para aspirar su aroma a hierba, a jabón. Ahora quema más. Sigo ardiendo, ardiendo con más intensidad.
—Volveremos. No dejaré que te pase nada, Mil Seiscientos Diez —susurra en mi oído.
Aunque no sean las mejores palabras del mundo, ni las más románticas, a mí me parecen perfectas. No sé qué me está ocurriendo. ¿Me he ablandado? Yo odio a Azul. O al menos así era antes de..., antes de que se volviera así conmigo. Pero temo que esto es pasajero. Unos segundos más, en los que parece que el tiempo se ha congelado, sin que me importe demasiado, sin que sepa lo que ocurre a mi alrededor, me suelta, aclarándose la garganta, no vuelve a rozarme. Esto no debería ser así. Unos metros más allá, entre los árboles están concentrados todos los ineluctables del Campamento de Adiestramiento, o al menos eso me parece. Caminamos hasta reunirnos con la multitud congregada alrededor de algunos helicópteros. Esta gente tiene de todo. Me pregunto de dónde sacarán tantas cosas. Me encantaría saber toda la historia que alberga este valle. Azul va unos metros por delante de mí, así que llega antes que yo. Ya siento la responsabilidad de protegerlo. No me perdonaría si volviera a perder a alguien por mi culpa.
—Suerte, Marina —dice la voz de Joss a mi lado.
Giro la cabeza para mirarlo a los ojos mientras se amolda a mi paso. Asiento e intento sonreír, sin mucha convicción. El nudo que antes notaba en mi garganta parece hacerse ahora más fuerte, más doloroso.
—Lo mismo digo, Joss —respondo distante.
Llegamos junto a Azul, duda un instante, finalmente sacude la cabeza, se aleja sin mirarme de nuevo. Puede que haya sido la última vez que volvamos a vernos. Desde que Penny se fue, solo pienso en eso: nunca se sabe cuando va a ser la última vez que miras a alguien a los ojos, que hablas con alguien, que dices lo que sientes. Creo que debería haberle dicho a Joss algo que nunca le he dicho. Creo que debería hacerlo con todos mis amigos. Debería decirle a la gente que quiero eso, que la quiero.
—Ese chico estúpido... —gruñe Azul.
Lo fulmino con la mirada, así que pone los ojos en blanco. No sé qué es lo que le molesta de Joss. No le ha hecho nada, al contrario. Fue él quien estampo su puño en la cara de Joss.
—Cállate —le respondo mirándolo a los ojos.
Me encanta desafiar a Azul, aunque sea en lo más mínimo, en la más mínima medida. Guardamos silencio unos instantes, entonces los ineluctables comienzan a subir a los helicópteros, me coge de la mano, guiándome hasta uno de ellos. De nuevo vuelvo a sentir esa oleada de calor recorriéndome. También me gusta esta sensación que solo me hace sentir él. Cuando entramos al helicóptero, parece como si fuéramos en una de esas furgonetas con asientos dispuestos a ambos lados. Me siento en una silla, Azul se acomoda a mi lado, sin soltarme la mano. Observa nuestros dedos entrelazados con aire ausente, con una extraña expresión en el rostro que me hace dudar. Mi corazón late con fuerza contra mi pecho y mi respiración se agita.
—¿Qué pasa? —digo intentando sonar bien.
Él tarda unos segundos en reaccionar, cuando lo hace, el helicóptero empieza a despegar con un estrepitoso ruido. Esto no me gusta nada. Trago saliva y aprieto su mano con más fuerza. Me mira con intensidad, en esta penumbra, sus ojos parecen más oscuros, su rostro está ensombrecido, pero puedo ver perfectamente como esboza una sonrisa acompañada de una sacudida de cabeza.
—No es nada —contesta; con su otra mano me acaricia el pómulo con delicadeza, puedo sentir como ardo poco a poco y me consumo—. ¿Estás bien?
No sé qué contestar a esa pregunta, porque he olvidado donde estoy, ni siquiera escucho las hélices dar vueltas sin control para hacernos volar sobre el cielo noctámbulo. Solo escucho los fuertes latidos de mi corazón, propagándose por todo mi cuerpo, como el fuego que produce cada roce suyo en mi piel. Trago saliva, hago una mueca que pretende ser una sonrisa. Llevo mi mano libre, a la que sostiene sobre mi mejilla, también la cojo, con mucha delicadeza. Y asiento. Él también lo hace. Poco después dejo de sentir la quemazón, cuando baja su mano de mi mejilla y rompe el contacto visual. Apoya sus codos en sus rodillas, la cabeza entre sus manos. Y suspira.
—Mil Seiscientos Diez, no te lo he dicho, pero... —dice con seriedad; trago saliva y miro a mi alrededor con los ojos muy abiertos, nadie nos está prestando atención, luego vuelvo a posar mi mirada sobre su nuca—, si vienes conmigo tendrás que enfrentarte a mayores peligros. No quería someterte a esto, pero yo sé que tú puedes.
Suspiro, un poco aliviada porque me había temido que quería decirme otra cosa. Aunque creo que es prácticamente imposible que algún día me diga lo que se me había pasado por la cabeza. Pero la tensión crece en mi estómago. Si hay más peligros, hay más posibilidades de morir. Si hay más peligros, tendré que estar más alerta. Si hay más peligros: tengo que superarme a mí misma; no puedo dejarnos morir.
—Vale —respondo con un hilo de voz.
Sonrío, porque me sienta bien que confíe en mí. Cierro los ojos, apoyo mi cabeza contra la pared del vehículo, inspiro y espiro varias veces, tratando de olvidar que estamos volando, que estoy volando otra vez. Es la primera vez que vuelo después del accidente. Con solo pensarlo el corazón se me sube a la garganta, logrando detener la respiración. Vuelvo a verme en al avión, hecha un ovillo mientras nos precipitamos al vacío y tengo que abrir los ojos jadeante. Gimo, las imágenes no desaparecen de mi cabeza, siguen ahí, ante mis ojos empañados, parecen reales. Me duele el pecho; mi familia ha muerto y está calcinada a mi lado de nuevo. Cierro los ojos apretando los dientes. No, eso ya ha pasado. No volverá a pasar. Sé que podré protegernos, que nada me ocurrirá, ni a mí ni a ellos. Estamos seguros; soy ineluctable, soy fuerte, soy indestructible. Llevamos horas aquí, el sonido de las hélices girando sobre mi cabeza, empieza a hacer que me duela. Además, no me gusta estar a tantos metros sobre el suelo después de mi trágica experiencia.
—¿Cuánto queda, Azul? —susurro en su oído.
Aún sigue con la misma posición de antes. De verdad hace que me preocupe. Seguro que me está ocultando algo. Siempre habrá algo que me oculte, nunca me abrirá por completo su mente, o su corazón. Se incorpora para apoyarse sobre la pared, yo hago lo mismo. Me mira de reojo, luego gira la cabeza para poder observarme mejor.
—Nada —responde serio.
Resoplo. No sé cómo tengo que tratarlo para poder tener de una vez por todas una relación normal con él. Supongo que aquí nunca podré tener una relación normal con nadie puesto que no somos normales. Azul es complicado. Se levanta para dirigirse hacia el centro del vehículo. Se agacha estirando del suelo, abriendo un compartimento.
—Acercaos y coged un arma. Hay una para cada uno —explica volviéndose hacia todos.
Soy la última en llegar hasta él, es el mismo Azul quien ha guardado el último revólver para mí. Es un poco más grande que una pistola normal, un poco más pequeña que una metralleta; es extraña, pero es perfecta, todo lo perfecta que puede llegar a ser un instrumento mortífero. Además, lleva una correa para poder llevarla colgada.
—Vamos —dice poniéndome una mano sobre el hombro; con la otra sujeta su arma—. Cúbreme, cúbrete y ayúdame a ganar.
Asiento tragando saliva antes de seguirlo hasta las compuertas del helicóptero, memorizando lo que tengo que hacer por si se me olvida, aunque no es muy difícil. Aún no ha aterrizado, ni siquiera lo he sentido bajar. Esto me hace temer lo peor. El corazón me palpita con fuerza, algo dentro de mí se agita nervioso. Todos mis sentidos están alerta, preparados para lo que sea; pero eso no quiere decir que no tenga miedo. Porque lo tengo. Detrás de nosotros se ha creado un gran tumulto de ineluctables de negro. Ninguno va conmigo al adiestramiento, son mayores: deben ser de ciento setenta o ciento ochenta. Azul abre, sin ninguna dificultad, las compuertas así el viento entra azotando con fuerza mi ropa y mi pelo, cierro los ojos frunciendo los labios. Hay demasiada presión.
Entreabro los ojos, veo que ante mí se extiende la inmensidad del mar azul, que se agita bajo nuestros pies, a la luz del rosado amanecer. En el centro de toda la infinidad añil, se alza un alto y cuadrado edificio inmaculado. Lo reconozco. Es otra de esas bases o cuarteles. Recuerdo las palabras de Morado y ahora sí que son reales.
«Bienvenidas al principio del fin».
Un puñal se me clava en el corazón al recordar las últimas horas de Penny. Pero sacudo la cabeza cuando el nudo se hace dueño de mi garganta. Tengo que mantener la mente despejada. Una terrible sensación me sube desde el estómago a la garganta: es el miedo. El terror cuando noto la mano ardiente de Azul sobre mi espalda. Me paralizo cuando exclama:
—¡Preparada...!
Me muerdo el interior de la mejilla, no puedo hacer nada más que mirar las bravas aguas del mar bajo mis pies. No soy consciente de lo que pretende que haga.
—¡Lista...! —me recuerda Azul.
Me he olvidado de respirar, no recuerdo que necesito hacerlo para sobrevivir. Oigo en mis oídos, los acelerados latidos de mi corazón, pugnando por no dejar de hacerlo.
—¡Ya! —grita.
Siento un fuerte empujón. Aferro el arma con más fuerza sintiendo como algo vuelve a recorrerme desde el estómago hasta la garganta y ahora lo dejo escapar: un alarido ensordecedor. Percibo como el suelo desaparece bajo mis pies, me precipito hacia el embravecido mar azul, cuyo olor salado me golpea la nariz. El corazón se me sube a la garganta, veo diferentes colores jugar en mis ojos. El aire con olor a sal me sacude subiendo mi ropa. Sigo descendiendo hacia las profundidades del océano, donde nadie jamás podrá encontrarme. ¿Por qué me han hecho esto? ¿Acaso es mi castigo por matar a Penny? ¿Por congeniar con el enemigo? ¿Por ser de nivel diez? ¿Se desprenden de mí para olvidarse de los problemas y vivir en paz? La gravedad cada vez me atrae más hacia su centro, mientras miles de pensamientos absurdos vagabundean en mi mente, instigados por el miedo de perderme en la eternidad, en un instante efímero.
El agua mojada, húmeda, embravecida y salada me envuelve de pronto, empapándome por completo cuando la atravieso aguantando la respiración. Pataleo, al tiempo doy algunos manotazos para encontrar la superficie. Es inútil. Parece que la oscuridad me traga y las profundidades marinas me absorben. ¿Acaso es este el final? ¿Por qué me han hecho esto? ¿Eran realmente ellos mis aliados? Cuando pienso que ya todo está perdido, mientras dejo escapar algunos gritos ahogados por el agua, noto unas manos en mis hombros, unos brazos que tiran de los míos hacia el fondo. Grito y pataleo aún más, haciendo que el agua me entre por la boca y por la nariz, así me ahogo con más facilidad. Entonces sí que se ha terminado. No logro deshacerme de los brazos, que se cierran ahora, como acero entorno a mi cintura. Creo que estoy llorando de frustración, pero no lo sé. Es difícil saberlo mientras te ahogas. Ya no pienso en nada. No vale la pena lamentarse por nada, ni acordarse de nadie.
Pero entonces, soy consciente de algo. No voy hacia el fondo. Mi mente me ha estado engañando. Estoy más cerca cada vez de la luz. Estoy llegando a la superficie. Dejo de resistirme, pongo todo mi empeño para llegar. Me arden los pulmones, necesito inhalar una buena bocanada de aire. De pronto, mi cabeza emerge a la superficie, sintiendo el viento sobre mi nariz, haciéndome estremecer, mientras jadeo un instante. No dejo de moverme para mantenerme a flote, aunque no me hace falta porque alguien me sujeta. Toso hasta que toda el agua que ha entrado en mis pulmones sale de ellos. Los pulmones son un lugar para aire, no para agua. Por fin vuelvo a respirar, es como si volviese a nacer. Ahora noto algo recorriendo mis venas, algo fuerte, impulsivo, cosquilleante: la adrenalina.
Noto que algo emerge de mi estómago a mi garganta, una risita histérica. Mi cuerpo me pide más. Tal vez vuelva a hacer esto algún día. Esta sensación es única. Me gusta el efecto de la adrenalina en mis venas. Miro a mi alrededor, percibo que más gente está cayendo al agua, pero igual que cae, emerge, su reacción es igual que la mía: la adrenalina nos recorre, nos impulsa, nos hace fuertes. Esto está bien. Creo que me estoy volviendo loca.
—¿Qué ha sido eso nivel diez? —dice una voz enfadada a mi espalda; la conozco demasiado bien—. ¿No sabes nadar? ¡A mí no me hace ninguna gracia!
Me remuevo entre sus brazos girándome hasta encontrarme con sus profundos ojos verdes. No pierdo la sonrisa. Pensaba que estaba muriendo, era solo un simple juego de ineluctables. Supongo que el pánico nos juega malas pasadas.
—¡No sabía que tenía que hacer! ¡Pensaba que me estabais matando! —le contesto.
Su ceño fruncido desaparece, me parece que esboza una pequeña sonrisa, luego asiente.
—Está bien, tienes razón —suelta mi cintura y coge mi mano, apretándola con fuerza—. Respira hondo, se entra por ahí abajo.
No tengo tiempo para pensar en lo que está a punto de ocurrir. Solo me dejo llevar de la mano de Azul a las profundidades del mar, con la respiración contenida y el latido de mi corazón en la palma de la mano, donde Azul se une conmigo. Tenemos una importante misión. Es crucial, de vital importancia que concluya con éxito: de ella depende el destino de todo cuanto conocemos. No sé si soy capaz. No sé si seré capaz. Tendré que serlo, soy ineluctable de nivel diez y puedo con todo. Unos segundos más tarde, Azul deja de propulsarse hacia delante y de sumergirse a más profundidad. Se para en seco. Es como si se supiese este sitio de memoria. Tal vez ya haya estado aquí. Tal vez fuera aquí donde fue torturado. Me estremezco al imaginarlo. Aunque no lo creo. No pudo ser aquí. Ante nosotros, se yergue lo que parecen ser los cimientos del cuartel, donde hay una pequeña compuerta. Sé que es ahí donde nos dirigimos. Azul se detiene enfrente de ella. Ya siento mis pulmones arder otra vez, además me escuecen los ojos debido a la sal. Necesito aire, necesito oxígeno. Quiero respirar. Quiero vivir.
Pone una mano sobre la puerta, empujando hacia a un lado. El acero cede por lo que ante nosotros se extiende ahora, un largo y oscuro pasillo, que se llena de agua al instante. Entramos en él y cerramos la compuerta. Inmediatamente, la estancia se vacía, haciendo que se enciendan las luces, mostrándonos un blanquecino pasillo con una pequeña cuesta. Puedo inhalar un pesado aire de extraña composición. Huele raro. Aunque mis pulmones me lo agradecen. Azul me sonríe, me suelta para coger con ambas manos su arma, así que lo imito. La aprieto con fuerza: será mi mejor aliada, además de Azul, al que debo proteger. Le devuelvo la sonrisa desviando la mirada. Puede que sea la última vez que vea sus ojos verdes con vida.
—¿Te dejo un momento para que recuperes el aliento o les abro a los demás? —me pregunta.
Como respuesta inspiro y espiro una vez más, después lleno mis pulmones de aire, hinchado los mofletes, provocando una risita por lo bajo. Asiento, cuando se dirige a la compuerta de nuevo y se gira para mirarme. Empuja de nuevo el acero hacia un lado, el pasillo vuelve a inundarse de agua, volvemos a sumirnos en la oscuridad. Unos segundos después, el corredor se llena de ineluctables vestidos de negro, como yo. Azul cierra la compuerta y ya no nos da un segundo para recuperar el aliento.
—Vamos, ya sabéis lo que tenéis que hacer —dice secamente.
Me reúno con él caminando unos metros por detrás de su cuerpo. Llegamos los primeros al final del pasillo. Todos los demás se agrupan detrás de nosotros. Somos todo un ejército de ineluctables. Azul abre con una patada, la inmaculada puerta que nos impide el paso. Nos adentramos en la plenitud del cuartel. No difiere mucho de los otros en los que ya he estado: todo es blanco, no hay ventanas, ni puertas, pero está bien iluminado.
—Esto va a ser complicado, Mil Seiscientos Diez, debes tener mucho cuidado —dice Azul.
Sus palabras no me tranquilizan en absoluto. Pero al menos, me hace estar más alerta. Abro todos mis sentidos, los agudizo al máximo. Y no ocurre nada: solo tranquilidad, solo calma. Eso quiere significar que está a punto de llegar la tormenta. No cometeré el mismo error. Me mantengo en tensión, alerta, como los músculos de Azul. El pasillo desemboca en una estancia redonda, a nuestros lados hay algunas ventanas, por las cuales se puede ver el mar. En el centro, hay un mostrador vacío, de oscura madera que contrasta con la blancura de lo demás. Enfrente hay dos aberturas, una a cada lado. Azul se detiene para mirar hacia atrás, sus ojos se cruzan con los míos, pero no es eso lo que buscan: miran más allá. Agudizo el oído, pero no oigo nada. Estamos solos. Mira hacia adelante, por un instante vacila, entonces se decide, camina hacia la obertura de la derecha.
—¡Alto! ¡Ni un paso más, rebeldes! —oigo unos gritos.
De la obertura izquierda emergen varios soldados de verde, me recuerdan a Ce. Con su expresión impasible avanzan hacia nosotros apuntándonos con sus potentes armas.
—¡Tirad las armas! —insisten mientras se acercan; me pego más a Azul y nos tensamos, alerta.
Pensaba que el miedo me paralizaría, que me haría temblar hasta desmayarme. Pero esta vez no es así. Ahora el miedo me instiga a seguir adelante, me hace fuerte. Seis soldados nos rodean, no lo pienso ni un instante cuando levanto el arma para disparar al abdomen del que tengo enfrente, sin tan siquiera mirarlo a los ojos y preguntarme quién es, quién era. Cae abatido al suelo. No me detengo a mirar sus ojos muertos, no hay tiempo. No hay tiempo de sentirse culpable de nada. Azul también dispara. Esta vez no cometo ningún error que pueda lamentar. Dejo fluir, sin ninguna dificultad, ese cosquilleo que encierro en mi mente, en mi cuerpo, que forma parte de mí. Me envuelvo. Lo envuelvo. No volveré a perder a un compañero de misión. Luchamos codo con codo, mientras los soldados intentan abalanzarse contra nosotros, dispararnos, sin éxito. Somos ineluctables. Somos indestructibles. No se puede luchar contra nosotros. Pongo una bala en la recámara, apunto a mi enemigo, esta vez sí lo miro a los ojos: veo a Ce. Pero sé que no es el. Cierro los ojos, dejo escapar el aire en un suspiro y disparo.
El soldado cae al suelo. Ya solo quedan tres. Oigo otro disparo: Azul ha derribado a un cuarto. Eso nos deja en dos. Se abalanzan contra mí con un gruñido de rabia y frustración, Azul se interpone. Lanza su puño contra la boca de uno, haciéndolo sangrar, su pierna contra el estómago del otro, haciéndolo caer hacia atrás. Cuando está en el suelo le apunta con su pistola, aparta la mirada y dispara. Ya solo queda uno. Que intenta golpear a Azul, ahora soy yo quien lo impide. Sin pensarlo un momento más le disparo, justo entre los ojos. ¿Cuándo me he vuelto tan cruel? Noto un nudo en la garganta: en un momento he matado a tres hombres sin ninguna piedad. Ellos hubieran hecho lo mismo si hubieran podido. Pero jugaban con una pequeña desventaja, yo soy ineluctable de nivel diez.
—Vamos —susurra Azul jadeando.
Me toma de la mano para conducirme a través del pasillo de la derecha, voy corriendo a trompicones, tratando de seguirle el ritmo. Parece seguro. Sabe adonde va.
—Azul... —digo; él no responde, parece concentrado—. ¿Fue aquí?
Él sacude la cabeza, se detiene frente a una puerta. Pone la mano en el pomo, antes de que pase un segundo más lo gira. La puerta cede sin ningún impedimento. Me pregunto por qué sabrá dónde tiene que ir exactamente si no fue aquí. Me oculta demasiadas cosas.
—Entra, rápido —me apremia.
Hago caso de sus palabras, así que avanzo para perderme en la oscuridad. Es una habitación realmente pequeña y oscura. Apenas tenemos espacio para los dos. Estamos el uno frente al otro, muy juntos. Su cuerpo roza por completo al mío, me quema, hace que mi corazón lata con fuerza. Una fuerza inaplacable y abrumadora.
https://youtu.be/mS76fAFumtk
—¿Qué es esto? —le pregunto sin ver sus ojos, mientras recupero el aliento.
No puedo ver su expresión, pero me da igual, solo necesito escuchar su voz para tranquilizarme, para saber que vamos a estar bien.
—Es una especie de túnel entre dos pasillos. Nos llevará al corredor por el que llegaremos a la estancia que queremos. Es un atajo. Tranquila, todo saldrá bien —responde con voz dulce.
Asiento, aunque no pueda verme, estamos tan pegados que sé que me siente. Me pego más a la pared, debo de tratar de tener el menor contacto con su cuerpo posible. No sé qué me ocurre. Pero siento que si paso un segundo más rozándolo acabaré en llamas. Noto sus manos avanzando por mi cintura, me quema, ahora más, con mucha más intensidad. Sus brazos abrazan mi cuerpo, lo pega más aún al suyo. Jadeo, se me ha olvidado cómo se respira. A mi corazón le da un vuelco. También se ha olvidado de latir. Debería estar concentrada, si nos pillan podrían matarnos. Pero su susurrante voz me hace olvidarlo todo.
—¿Puedo hacer algo que siempre he querido hacer? —pronuncian sus labios cerca de mi boca.
Ahora el corazón me late con más fuerza de la que recuerdo. Dejo de pensar. Me paralizo. Solo existe él. Solo existo yo. Solo existe el fuego propagándose por mi cuerpo, por mis venas y arterias, por todos y cada uno de mis órganos vitales.
—Sí —respondo.
Iniciando el camino hacia mi perdición. Noto como se acerca más a mí, aplastando todo el espacio que queda entre nosotros. Su nariz roza la mía, produciendo de nuevo una ardiente reacción. Solo es el principio de un gran incendio. Sus labios salados se encuentran con los míos en la oscuridad de este cuarto con reducido espacio. Es como una bomba, que explota con fuerza, que me hace arder. Estoy ardiendo. Estamos ardiendo juntos. Nunca había experimentado esta sensación, pero es maravillosa. Aprieta sus labios contra los míos con suavidad, danzan juntos, como si fueran los componentes de una batalla en la que ninguno puede salir vencedor. Siento una oleada de calor que crece y crece dentro de mí.
Se extiende por cada parte de mi ser, arrasándome por completo. Se separa de mí para dejarme respirar. Pero es que yo ahora no quiero que pare. Necesito ese fuego tan potente que produce. Es inextinguible. Me abalanzo sobre él, hago que se dé contra la pared. Ambos nos reímos, mientras nuestros labios siguen jugando. No importa donde estemos. Solo quiero arder con él para siempre, hasta que me consuma y nuestros cuerpos queden reducidos a cenizas. No importa lo que tenemos que hacer. Ahora solo importamos nosotros. Introduce sus manos bajo mi camiseta, acariciando suavemente la piel de mi espalda desnuda, siento que me abraso. Yo también hago lo mismo, llevo mis manos hasta su pecho. Me siento segura, me siento fuerte.
Sin apenas saberlo me estoy metiendo en la boca del lobo. Estoy tomando al peligro de la mano sin ser consciente de ello, nadie me obligaba a hacerlo, lo estoy eligiendo yo sola. ¿Un error? No creo que sea un error. A veces hay que salirse un poco de la línea y vivir aventuras, que las locuras nos guíen, que nadie nos cuente cómo fue, ser nosotros mismos los dueños de esas historias, saber qué fue de lo que pasó. Hay que vivir la vida bien, que cuando mañana nos sentemos a recordar, pensemos: Sí, tal vez me equivoqué, pero también fui feliz. Y pienso, que aún habiéndolo sabido no me voy arrepentido de tomar esta decisión, por lo que después traerá. Pienso que, aún habiéndolo sabido, no me hubiera acobardado ante el peligro, pues siempre he sido una chica valiente. O eso me quiero creer.
Me aparta, baja sus manos de mi espalda, temo haber hecho algo mal, haber sido demasiado estúpida. No tenía que haber hecho esto. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué me ha pasado? Yo odio a Azul. Entonces sube sus manos por mis brazos, dejando un rastro eléctrico. Es la adrenalina que corre por mis venas. Es un componente extraño que ahora se ha instalado en mi sangre. Es como electricidad. Me acaricia el cuello, vuelvo a sentir como me calcino a la temperatura que debe de tener el sol. Sube sus manos, acuna entre ellas mi rostro, acariciando con sus pulgares mis mejillas, que deben estar muy sonrojadas.
—Ya habrá tiempo después. Tenemos una misión que cumplir.
Aparto mi mirada de lo que deben ser sus ojos e intento deshacerme de sus manos, pero no me lo permite. Estoy avergonzada. No sé que me ha pasado. Yo odio a Azul. ¿Acaso he confundido mis sentimientos? ¿De verdad lo odio? Ya no lo sé.
—Perdona —murmuro—. Soy estúpida.
Deja escapar una ahogada carcajada, mis mejillas arden aún más. Debo ser un tomate andante.
—Eso ya lo sabía —susurra.
Me deja un suave beso en la punta de la nariz que me alivia. Me suelta y como podemos, logramos salir al siguiente pasillo.
—Tenemos que llegar hasta la sala de control —me explica mientras pasa hacia adelante.
No soy capaz de mirarlo a los ojos después de esto. Estoy avergonzada, no sé lo que siento. Pero eso no debe preocuparme ahora. No puedo distraerme. El pasillo está en silencio, tranquilo, no hay nadie. Todo esto me resulta muy extraño.
—La seguridad aquí es pésima —comento.
Como respuesta se encoge de hombros, sin girarse. Creo que es mejor que no nos miremos. Doblamos a la derecha donde el pasillo se hace más oscuro.
—Ya estamos cerca —murmura.
Sus palabras me hacen ponerme nerviosa. Ahora tengo que estar más alerta. No puede permitirme hacerlo mal. Más allá, hay un arco, los suelos y las paredes se vuelven negros. Intuyo que es por ahí. Así es. Al final del pasillo hay una gran puerta blindada, protegida por un alto soldado que nos apunta con su pistola, sin pensarlo un momento dispara. Pero ya es demasiado tarde, porque Azul ha sido más rápido y ya le ha disparado, justo en el corazón. El soldado, con un grito ahogado cae al suelo, llevándose una mano a la herida, mientras la sangre se le escapa entre los dedos, como su vida. Nos protejo con mi ineluctabilidad, así que la bala no impacta contra ninguno de los dos. Azul no se detiene, sigue avanzando, intenta abrir la puerta, pero no puede. Me mira e inmediatamente entiendo.
Cierro los ojos e imagino como se abre la puerta, sin oponer ninguna resistencia, sin hacer ningún ruido que pueda hacer saltar las alarmas que debería haber. Creo que los dirigentes de estos lugares nos subestiman. Entonces sucede. Se hace realidad, sin más. Cada vez me es más fácil utilizar mi ineluctabilidad. Cada vez soy más fuerte. Entro detrás de Azul en una estancia oscura, llena de aparatos electrónicos, que emiten pequeños pitidos, y pantallas. Aquí no estamos solos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top