Capítulo 20
Son días grises en el campamento. El tiempo pasa y yo sigo abrazada a mi almohada. El frío comienza a envolver con sus helados brazos invisibles el campamento. Parece mentira que el verano ya esté llegando a su fin. Escucho las tormentas que llegan con su ocaso, desde aquí. El olor a lluvia que tanto me gusta, se me mete en la nariz, mientras mis músculos se congelan entumeciéndose. Aún no me siento fuerte. Con cada segundo que pasa siento que la vida se me escapa como un suspiro. Azul viene con frecuencia. Pero no porque le importe yo, o como me sienta. Porque me necesita para sus misiones. Qué ingenua he sido. Supongo que eso es lo que me duele, entre otras cosas. Se tumba a mi lado y me habla, aunque yo no lo escucho.
—No soporto verte así —creí oír un día en uno de sus suspiros.
Pero sé que no es real. Azul solo me miente. Como Ce. Ambos me hacen daño, me hieren, provocando que mi dolor se haga más grande, que tarde más en desaparecer. He perdido todo lo que había conseguido; vuelvo a ser débil. No creo que nunca salga de este trance. No quiero que eso sea así. No sé qué ocurre fuera de aquí: si Rojo pregunta por mí, si los ineluctables están tomando el mundo o si se está cayendo a pedazos en manos del gobierno. Tampoco me importa. Mis amigos no me dan por perdida. Todas las noches, se congregan a mi alrededor para contarme algo, me traen comida, tratan de hacerme comer y de sacarme una sonrisa. Pero nunca lo consiguen. Sé que todos están ahí, pero no los veo. No los oigo. Es como si estuviera envuelta en una burbuja traslúcida, donde solo hay lugar para mí y mi dolor. Pero algún día esto tiene que acabar. Ese día es hoy.
Me levanto lentamente de la cama en mitad de la noche. Mis músculos se quejan, siento que me voy a partir en dos. Llevo demasiado tiempo sin moverme. Me acerco a paso tranquilo a la puerta, escrutando con aire ausente lo que tengo enfrente. Nadie se percata de que después de tantos días he vuelto a la vida. Están demasiado cansados, supongo que ahora con eso del final del mundo y todo eso, los entrenamientos serán más duros; cosa que veo una tontería, si nos vamos a morir todos igualmente. Actuemos o no. Llego a la puerta, la abro con cuidado de que no chirríe. Salgo y permanezco un momento mirando la lluvia caer sobre la hierba. Aspiro el aroma cerrando los ojos. El olor mojado de mi entorno penetra en mi nariz, me hace sentir bien. Estoy un poco más cerca de la vida.
Finalmente me decido, me introduzco bajo las incesantes gotas de lluvia que me empapan. El agua atraviesa mi ropa mojándome la piel, hace que la ropa se adhiera a mi cuerpo, haciendo más evidentes mis exageradas curvas que tanto odio. Me hace tener frío.
Todo este tiempo he creído que era cobarde por quedarme, por no tener la valentía de acabar con mi vida. Pero estaba muy equivocada, en realidad siempre he sido valiente. He luchado por seguir viviendo. Porque eso es lo que nos hace fuertes; quedarnos cuando nos estamos asfixiando cuando la muerte nos mira de cerca y se esconde en nuestras entrañas. Irnos es escoger la vía fácil. Ahora sé que morirse hace desaparecer los problemas, pero no los soluciona. Morirse no es la solución. Huir no es la respuesta. Huir es de cobardes, y yo soy valiente por quedarme mientras me estoy pudriendo.
Con esta nueva determinación me dirijo hacia el aseo. Es el único lugar que he frecuentado en estos días. Pero ahora no voy ahí para darme una ducha, como los demás días, y volver a mi paralización. Tengo la intención de dar una vuelta por aquí, de ir a donde me lleven mis pies. Cuando llego a la puerta veo un movimiento en los árboles. Será el viento, la lluvia. Pero me equivoco. Una figura oscura avanza hacia mí. La reconocería en cualquier parte. Y la detesto.
—Dichosos los ojos —murmura cuando está a unos metros de mí—. Te vas a resfriar.
Desvío la mirada para seguir caminando hasta la cabaña donde se encuentran las duchas.
—Me alegro de que hayas vuelto, ¿quieres hablar conmigo? —pregunta reteniéndome por el brazo.
Estiro de mi extremidad, siguiendo mi trayectoria. No estoy de humor para lidiar con el suyo. Ni con sus mentiras y peticiones. Estornudo, me estoy congelando. Él se ríe. Siempre he tenido una forma de estornudar muy peculiar, yo siempre me he reído de mis estornudos, pero ahora no quiero reírme, me sonaría raro hacerlo. Algo cambia dentro de mí. Es como un chispazo, un rayo que de repente se abre paso en mi mente. Tengo que hacerle caso. Tengo que saber. Tengo que cambiar de nuevo, empezar otra vez de cero. Resoplo, me giro. No puedo creerme lo que estoy a punto de hacer. Pero supongo que algún día tendré que hacerlo. Ese día es hoy. Porque hoy es un día para el cambio, para enfrentarme a todo.
—Azul..., sí tengo que hablar contigo. Tengo que enseñarte algo. Y quiero..., desahogarme —digo.
Mi voz suena gutural, apagada, ruda. He estado demasiado tiempo sin hablar.
—Está bien, vamos.
Se acerca hacia mí, me rodea con sus brazos, intentando guarecerme de la lluvia. Me confunde. Cuando su cuerpo me envuelve siento que todo el dolor desaparece y que de verdad vuelvo a vivir. Pero no quiero quedarme en esa sensación, así que me separo de él. Me quiere conducir de nuevo a las cabañas, pero sacudo la cabeza y tiro de él hacia la montaña.
—Sígueme hoy a mí.
Se encoge de hombros, pero me sigue. Lo guío hasta uno de los lugares que ha sido testigo de nuestras peleas, entre árboles. Con solo recordarlo una oleada de calor me recorre de arriba abajo. Cuando llegamos, me alejo unos pasos de él dándole la espalda.
—He de enseñarte algo. Pero quiero que me cuentes toda la verdad. Estoy harta de que mi utilices y juegues conmigo. Tengo sentimientos, ¿sabes?
Me giro para observar desafiante a sus penetrantes ojos verdes. Él asiente. Su rostro tiene una expresión extraña, nunca lo había visto..., ¿relajado? Sí, creo que es eso.
—Lo sé. No juego contigo, es solo que... —hace una pausa y se me sube el corazón a la garganta; ¿qué pasa?—, te diré lo que quieras saber —finaliza.
Mi corazón vuelve a su lugar, emito un imperceptible suspiro. Tengo la impresión de que nunca sabré demasiado de él, que nunca me dirá todo lo que quisiera decirme. Y que yo tampoco le contaré demasiado a él. Yo tampoco le diré todo lo que quisiera decirle.
—Está bien —respondo.
Dejo escapar el aire de mis pulmones cerrando los ojos. Me concentro e imagino lo que quiero hacer realidad. No sé si ahora podré, después de tanto tiempo. Pero si lo he conseguido dos veces, lo conseguiré tres. Noto como fluye esa fuerza inaplacable de mí, como se propaga al exterior y como lo envuelve todo en su halo azul. Lo hago desaparecer, lo reemplazo por el lugar que yo quiero. Abro los ojos y ahí está.
—¿Qué ha pasado? —dice Azul confuso, observando el nuevo entorno que nos rodea.
Le dedico una mueca que pretende ser una sonrisa, me siento en el suelo, entre altos dientes de león. Ahora nos encontramos en un valle de dientes de león, al atardecer. El lugar donde mi imaginación nos ha llevado. Se sienta a mi lado abrazando sus piernas. Me apoyo en las palmas de mis manos, con las piernas extendidas por delante. Lo miro nerviosa.
—¿Qué quieres saber?
Suspiro. Hay tantas cosas que quisiera saber. Empezaré por la más egoísta, la menos relevante para el mundo, pero la más importante para mí.
—¿Qué quieres de mí?
Él se queda muy quieto, temo su respuesta. Pero no llega. Resoplo enfadada, pero no digo nada. Mi corazón, al principio desbocado emocionado, ahora se tranquiliza decepcionado. Azul se aventura a contestar.
—No quiero utilizarte, si eso lo que piensas.
Cojo mucho aire para volver a expulsarlo con fuerza. Eso no es lo que esperaba oír. Pero tendré que conformarme.
—¿Qué quieres de Ce? —pregunto de nuevo.
Esta pregunta parece más fácil porque no tarda ni un segundo en responder.
—Ya sabes que el mundo está cambiando y tratamos de que no lo haga como ellos quieren. Necesito sacarle información para elaborar los planes. Próximamente se iniciarán las misiones más cruciales y definitivas de toda nuestra historia —responde.
Asiento lentamente. Lo comprendo. Seguramente quiera que yo vaya a esas misiones. O tal vez no. Por lo que sucedió. Me siento muy egoísta por haber reaccionado así aquel día hace mil años. Pero estoy tan quebrada que no me siento con fuerzas para nada. No sé si ahora estoy preparada para hablar de eso, pero necesito hacerlo. Siento un impulso desde dentro que me incita a hacerlo. Siento que si lo hago me quitaré un peso de encima. Siento que así poco a poco podré recomponerme.
—¿Qué pasó allí, Azul?
Se encoge de hombros, como si a él le costará más que a mí hablar de esto. Noto que su mandíbula está apretada y que sus músculos se tensan cuando aprieta los puños. Deja escapar el aire de sus pulmones a través de su boca, con lentitud.
—Soldados como Ce vinieron a por nosotros. Nos deshicimos de ellos con facilidad. Pero faltabais tú y Penny —hace una pausa, mientras noto como un nudo se apodera de mi garganta—. Vi a un hombre con bata blanca y lo seguí. Tuve suerte de encontrarte. La suerte de mi vida.
Me estremezco al oír esas palabras. Al escuchar su relato de lo que sucedió. La suerte de su vida. La suerte de su vida encontrarme. ¿De verdad? Algo me cosquillea por dentro amenazándome con hacerme explotar. Pero él aún no ha acabado.
—Cuando te vi ahí tirada, rodeada de sangre..., pensaba que también habías muerto y fue la peor sensación de mi vida.
No puedo creerme lo que estoy escuchando. ¿De verdad Azul me está diciendo eso? Me mira a los ojos acercándose a mí. Envuelve mi rostro en sus manos y cierra los ojos. Me quema. Sus manos me abrasan. Su respiración contra mis mejillas me cosquillea la piel. Por dentro estoy ardiendo de arriba abajo, como un pino en medio de un incendio.
—Pensé que te había perdido. Y no me lo iba a perdonar nunca. Pero me acerqué y estabas inconsciente. Te saqué de allí y ahora estás aquí, viva y conmigo.
Vuelve a su posición de antes, suspira. Yo también lo hago. Todas las sensaciones ardientes desaparecen súbitamente, pero ese cosquilleo interior, late con más fuerza. La explosión es inminente y tengo miedo.
—No volveré a salir —murmuro.
Él me mira con el ceño fruncido. Esa es su expresión habitual, con la arruga entre sus cejas, sus ojos verdes penetrantes, pícaros, alerta, con ese brillo que los caracteriza.
—Claro que lo harás, Mil Seiscientos Diez. No fue tu culpa —sentencia.
Abro la boca para replicarle, pero me lo pienso. Aunque finalmente lo hago. Parece que de repente confía demasiado a mí.
—Tú mismo has dicho que no te hubieras podido perdonar mi muerte, te sentías culpable. Yo no puedo perdonarme la de Penny.
—¡No es lo mismo! —exclama alzando los brazos.
Lo miro abriendo la boca incrédula.
—Claro que lo es —respondo con rabia.
Él sacude la cabeza. Nos quedamos en silencio. Solo se escucha el castañear de mis dientes; estoy completamente empapada.
Se quita su sudadera oscura para dármela. Miro la prenda y luego a él, que se ha quedado sin camiseta. La sudadera también está mojada.
—Póntela antes de que me arrepienta, yo también tengo frío.
Vacilo un momento, pero le hago caso. Aspiro su aroma a jabón y tierra en la sudadera y sonrío un poco. Me viene grande, así que escondo las manos en las mangas.
—Yo también he vivido una situación así, ¿quieres que te la cuente?
Asiento tragando saliva. ¿Va a hablarme de su pasado oscuro? Recuerdo que Lucy me dijo que nadie sabía que le había ocurrido a él a Rojo, salvo sus adiestradores y que nunca habían hablado del todo. Debe ser algo muy duro.
—Eres la primera persona del mundo que lo sabe —dice intentando sonreír.
Estoy lista para saber lo que esconde la difícil personalidad de Azul. Estoy preparada para saber, para perdonar y para aprender a olvidar con ello mis propios errores.
Veo como la nuez de su garganta sube y baja al tragar saliva. Respira entrecortadamente, mantiene los músculos en tensión y los puños apretados. Debe ser algo realmente fuerte. Abre la boca, así que asiento, animándolo a que dé el paso. Se humedece los labios. Como le gusta hacerse de rogar. Después desvía la mirada y asiente. Estoy nerviosa. Quiero saberlo todo de él ya.
—Mi familia y yo estábamos en nuestra casa de Nueva York; un apartamento en uno de esos altísimos rascacielos —empieza con un hilo de voz.
Me parte el alma verlo así. El chico duro, irritante y creído, mostrándome su vida, la que nunca ha enseñado a nadie. Abriéndome una puerta para conocerlo mejor. Dejando en mis manos sus sentimientos, vivencias y experiencias más duras. Me siento privilegiada.
—Y de repente, ya no estábamos ahí. Volamos por los aires, explotamos. Se desintegró todo cuanto conocíamos. Yo tenía seis años entonces. Mi hermana, mi padre y yo fuimos los únicos supervivientes. Éramos ineluctables. Y nos descubrieron. Nos retuvieron y torturaron con sus estúpidas pruebas.
Vaya, fue sometido a lo mismo que yo. Nunca podría haberlo imaginado. Un Azul más pequeño siendo torturado por unos locos científicos ansiosos de saber. Ansiosos de poder. Un poder que para obtener tendrían que pasar por encima de muchas cabezas, entre esas estaban los ineluctables. Estamos nosotros. Su historia me produce un nudo en la garganta, pero quiero seguir escuchándolo. Temo que esto es solo el principio. Sigue hablando con la voz quebrada:
—Se deshicieron de mi padre delante de mis propios ojos, me dijeron que a mí me pasaría lo mismo si no colaboraba. Después escapamos y estuvimos varios años vagando por el mundo en busca de algo que no sabíamos muy bien qué era. Vivimos en la calle; pasando hambre y frío, mientras los fantasmas de nuestros padres y la culpa de su muerte nos perseguía. No sé ni cómo lo conseguimos.
Me mira a los ojos por fin, puedo ver que los tiene brillantes. No puedo creer lo que estoy viendo. Se me encoge el corazón y me contagia su pena. No puedo verlo así. Nadie debería haber visto a su padre morir ante sus ojos cuando eres tan pequeño. Nadie debería sufrir tanto nunca.
—Nos colamos en un tren. Y también explotó. Nos estaban buscando y nos habían encontrado. ¿No ves que cada cierto tiempo hay una gran catástrofe? Ahora ya sabes para qué es. Para encontrar ineluctables.
Todo tiene sentido. Aprieto los dientes y los puños con rabia. Los odio. Al gobierno no le importa cuantos inocentes perezcan con tal de tener lo que desea. Tras un año más de vagar por el mundo, encontramos a alguien que nos habló de este lugar. Conseguimos llegar, y ahora me encuentro aquí, contigo. ¿Ves que seguí adelante? ¿Que no me dejé vencer?
Me incorporo e intercambiamos una intensa mirada vidriosa. Me duele la garganta y el pecho. Siento su pena dentro de mí, sumándose a la mía, es una pesada carga insoportable. Tenemos que combatirla. Juntos. Acerco, como movida por una fuerza invisible, mi rostro al suyo, y poso mis manos en sus mejillas. Hay algo en él que es como una fuerza potente e inaplacable que me atrae hacia él. Cada vez más. Cada vez con más fuerza. El tiempo parece haberse congelado, como mi corazón, mi sangre o mi respiración. He olvidado con quién me hallo o dónde me encuentro. Han desaparecido de mí todas las sensaciones, emociones y experiencias. Todo se ha esfumado como el humo de un cigarrillo ya consumido. Ha sido arrastrado por la lluvia por una calle vacía y perdida en alguna ciudad que solo existe en mi mente. Pero entonces lo recuerdo. Sé exactamente cómo me siento.
—Tú no tienes culpa de lo que pasó. Solo era el destino. Tu sitio está aquí, Azul —le susurro con dulzura.
Él sube una mano por mi espalda, la pasa por mi brazo para encontrarse con la mía, la coge y entrelaza uno de sus dedos con uno de los míos.
—Kenneth —susurra inaudiblemente; frunzo el ceño y añade en voz más alta—. Me llamo Kenneth.
Sonrío un poco. Me ha dicho su verdadero nombre. Me lo ha regalado. Me siento más privilegiada que antes. Ahora soy afortunada. Kenneth. Es mi mayor secreto. Más grande que la ineluctabilidad.
—Bueno, Kenneth ¿y cómo conseguiste tu color? —pregunto curiosa, separándome de él, consiguiendo así que el frío me entumezca.
Él se encoge de hombros haciendo una mueca con la boca.
—Simplemente fui valiente.
Posa la vista en el horizonte, con la mirada perdida en algún lugar muy lejano. Sospecho que, si sigo la dirección de sus ojos, no encontraré lo que observa de esa manera tan ausente.
—Siempre lo has sido —murmuro.
Me sorprendo a mí misma. Pero es que en realidad lo admiro, después de todo lo que me ha contado. En realidad, siempre lo he admirado en secreto. Siempre me ha dado rabia admitirlo, puesto que se supone que lo odio. Y que él me odia. No debería haberlo juzgado antes de saber el por qué de su actitud. Aunque tampoco está bien lo que ha hecho conmigo, su pasado no lo justifica todo. Tiene que haber algo más aquí. Que por supuesto, no está dispuesto a contarme.
—Y tú también debes serlo —vuelve a mirarme con intensidad; siento que algo dentro de mí, tira hacia él de nuevo, pero lo reprimo—. Tienes que ayudarme. Vas a venir conmigo a la misión, dentro de dos días, yo seré tu compañero y nada nos pasará, te lo prometo.
Pasa su mano por mi pelo, me pone un mechón detrás de la oreja. Sacudo la cabeza y el mechón vuelve a su lugar. No me gusta que se me vean las orejas.
—Aún no me siento con fuerzas. Si te pasa algo por mi culpa... —empiezo, pero un nudo se apodera de mi garganta.
Él resopla poniéndose en pie, dándome la espalda. Típico de Azul. Que me haya abierto las puertas de su pasado no quiere decir que haya cambiado su presente, su actitud, su forma de ser.
—Sabes que eso es imposible —se gira para mirarme y me tiende la mano—. Volvamos.
Tomo su mano concentrándome, cerrando los ojos con fuerza. Dejo que la fuerza vuelva a enterrarse dentro de mí, que remita. Antes de abrir los ojos de nuevo, siento un molesto repiqueo mojado sobre mi cuerpo. La oscuridad vuelve a envolver mi entorno. El sonido de las pequeñas gotas de lluvia sobre el césped me hace recordar que vuelvo a estar en casa. En mi lugar. Aquí no somos normales, nos peleamos constantemente y algunos hasta mueren por protegernos. Pero aquí es donde me aceptaron por primera vez en mi vida. Aquí es donde me siento bien. Este es el lugar al que pertenezco. Debo defenderlo. No puedo permitir que desaparezca. Sonrío a Azul mientras me castañean los dientes. A él también. Aún llevo su sudadera puesta, me siento mal. Pero a él parece no impórtale eso. Levanta su mano acercando sus dedos ásperos y fríos a mis labios entreabiertos. Los roza con suavidad, así que siento como inmediatamente una corriente eléctrica ardiente me recorre, por instante el frío desaparece. Sus dedos sobre mis labios queman. Pero es una quemazón casi agradable.
—Tienes los labios morados —observa.
Yo asiento ladeando la cabeza.
—Y tú. Y no llevas camiseta —contesto.
Se encoge de hombros aproximándome a su cuerpo. Jadeo un instante, me apoyo en su pecho para aspirar su aroma, él mismo que llevo conmigo ahora. Jabón y hierba. Aquí ya no siento el frío colarse por cada rincón de mi cuerpo.
—Pero yo doy igual —responde mientras comenzamos a andar de nuevo hacia el campamento.
Sonrío, porque me gusta estar cerca de él. ¿En serio? ¿Qué te pasa, Marina? No, creo que no es eso. Seguramente ahora me gustaría estar hasta con Rojo. Después de tanto tiempo siendo estando muerta en vida es lo normal. Supongo. Caminamos a través del campamento en silencio. Me envuelve en sus brazos para refugiarme del frío y la lluvia, supongo. Y lo consigue.
—¿Me ayudarás? —dice.
Me separo un poco de él, para poder mirarlo a los ojos. Vacilo un poco y finalmente asiento. No tengo otra opción que ayudarlo. Porque así estaré ayudando también al mundo. Tengo que defender mi hogar. Protegernos. Yo puedo hacerlo; soy fuerte. Me toma de la mano para conducirme hasta el otro lado del campamento. Su mano rugosa y áspera, está caliente, casi quema. Hace que la temperatura de mi cuerpo también suba, que me den pequeñas descargas. Me suelta para apartar los matorrales que ocultan la entrada.
—¿Los demás saben que esto está aquí? —le pregunto movida por la curiosidad.
Abre la puerta, se gira para mirarme con los ojos brillantes y una sonrisa entre los labios. Sacude levemente la cabeza y me invita a acompañarlo dentro. Suspiro mientras bajo las escaleras con la vista fija en su nuca. Me pongo nerviosa, con cada escalón que bajo el nerviosismo crece un poco más. Sé que esto va a ser difícil. Muy difícil. Pero debemos conseguirlo. Ce es complicado. No le sonsacaremos información tan fácilmente. Azul me toma de la mano cuando llegamos al largo pasillo y la aprieta con fuerza para infundirme ánimos. Juntos recorremos el oscuro corredor de las mazmorras del Campamento de Adiestramiento, hasta llegar al lugar indicado: la celda de Ce. Se encuentra con su expresión habitual: apoyado en la pared, mirando al exterior con el ceño y los labios fruncidos. Cuando sus ojos se posan en mí y luego en Azul, desvío la mirada.
—¿Qué queréis? —dice con voz grave, después de aclararse la garganta.
Miro a Azul, buscando la respuesta, él asiente, como intentando decir que yo estoy al mando de la situación. Suelto su mano y avanzo hasta los barrotes.
—Tienes que ayudarme, Ce —le respondo con voz dura.
Ce evalúa mi rostro, mi expresión y resopla. Se levanta y se acerca a mí.
—Tienes que sacarme de aquí, Eme —contesta él.
Oigo la risa de Azul detrás de mí. Debería haberlo supuesto. Quiere algo a cambio. Ese algo es salir de aquí. Salir de aquí e intentar huir
—No —responde secamente.
Ce alza las cejas y entrecierra los ojos. La tensión es palpable. Azul odia a Ce. Ce odia a Azul. ¿Y yo? ¿Los odio a los dos? Creo que sí. Son odiosos.
—Como quieras —dice mirándolo a él.
Me giro para mirar a Azul que vuelve a asentir. Tendré que utilizar mi ineluctabilidad. Vuelvo la vista a Ce. Noto un nudo en la garganta que me impide hablar, pero tengo que luchar contra él. Me concentro para mirar a Ce intensamente. Quiero averiguar qué secretos esconde su mente. Qué misterios alberga su cerebro.
—Ce, tú sabes los planes que tiene el gobierno. Eres importante para ellos. Por favor, ayúdame.
Lo miro fijamente a los ojos, intentando transmitir mucha intensidad con mi mirada, intentando persuadirlo. Él sonríe, sus ojos grises se vuelven traviesos. Creo que sabe a qué estoy jugando y no me va a dejar ganar tan fácilmente.
—Puede ser. Pero ¿qué te hace pensar que los voy a compartir contigo? ¿Qué te hace pensar que quiero que ganéis? Solo eres una niña tonta. No pienses que puedes hacer nada para evitar el destino del mundo que conoces. Además, a estas alturas los planes que tenían ya habrán cambiado. Aquí os sirvo de muy poco.
Sus palabras me caen encima con extremada pesadez, aplastándome, destrozándome. Siempre soy demasiado ingenua, demasiado frágil y me dejo engañar. Él es mi mayor debilidad. Siempre bajo la guardia con él, como bien ha observado Azul, siempre me dejo engatusar por él. Por eso lo tengo que odiar. Pero no puedo, porque sé que más tarde volveré a caer en su red. Mientras el agujero de mi interior se hace más grande, le sostengo la mirada, apretando la mandíbula, intentando hacer como que sus palabras no me afectan. Pero lo hacen. Odio que me recuerde que soy una niña.
—No te hagas el duro y habla si quieres salir de esta mugrienta celda —habla Azul con un tono amenazante.
Los ojos de Ce relucen en la oscuridad. Es como si estuviera disfrutando de todo esto. Es estúpido. Pero yo muchísimo más. Las palabras de Azul también me sientan como una patada en el estómago. No necesitaba que interviniera. Puedo hacerlo sola.
—Hagamos un trato —dice.
Entonces hago algo que tenía que haber hecho nada más entrar aquí. Aprieto el puño derecho para acto seguido lanzarlo contra su mandíbula, antes de que pueda reaccionar, doy impulso a mi pierna y la estrello contra su entrepierna. Pero no reacciona. Parece estar hecho de acero. Lo odio. Pero algún día, encontraré su punto débil.
—¡No queremos tratos contigo! —grito con la voz quebrada—. Eres un mentiroso sin escrúpulos. Me das asco.
El único gesto que hace es apretar la mandíbula y tragar saliva. Nada más. Azul me envuelve con un brazo atrayéndome hacia él, una oleada de calor me asalta inmediatamente.
—Para. Ya está —susurra contra mi pelo—. Necesitamos esto, ¿vale? —dice cogiéndome de los hombros, mirándome a los ojos—. Compórtate.
Me deshago de él asintiendo levemente. Me acerco de nuevo a los barrotes. La ineluctabilidad no funciona con él. Pero me da igual. Voy a conseguir esa información y no voy a permitir que muera otro inocente más, ni que nos sometan bajo su poder.
—Habla —le exijo con voz tranquila y dura.
Vuelve a evaluarme, deja escapar una gran cantidad de aire, con fuerza, por su nariz y asiente.
—Está bien.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top