Capítulo 18
—Ten cuidado, Marina —dice Joss estrechándome con fuerza contra su pecho.
Casi no puedo respirar, pero me sienta bien estar aquí. Parece mentira que unos minutos tenga que ir, puede que no vuelva jamás. Trago saliva apartando esos pensamientos de mi mente. Ahora, más que nunca, tengo que ser lo más positiva posible, concentrarme en hacerlo bien para volver. Se lo he prometido a Ce. Pero lo más importante me lo he prometido a mí misma.
—¡Eh! ¡No la acapares! —dice Jess entrometiéndose entre nosotros, me coge por lo hombros y me mira con seriedad —. Mucha suerte, nivel diez.
Me abraza también con fuerza. Están empezando a hacer que me arrepienta de haber aceptado ir a esa misión. Parece que se despiden de mí, y no me gustan en absoluto las despedidas.
—Ey —se acerca Lucy—. Tranquila, todo irá bien. Estás en buenas manos.
Me limito a asentir mientras siento que las lágrimas se congregan en mis ojos, trato de lidiar con el nudo indestructible de mi garganta. Nunca se me han dado bien estás cosas.
—Hasta luego, Marina —sonríe Dafne mientras me despide con la mano.
Le devuelvo el gesto mientras Amy me da un silencioso beso en la mejilla, envolviéndome con sus pequeños brazos. El último en desearme es suerte es Collin.
—¡Vamos a demostrarles a esos estúpidos lo que es capaz de hacer esta inofensiva chica de dieciséis! ¿No, Mil Seiscientos Diez? —dice dándome unas palmadas de aliento en la espalda.
Asiento y con una sonrisa congelada en el rostro salgo de la cabaña para dirigirme hasta el punto de reunión. No me he despedido de Russel ni de Katy, pero..., ¿qué importa? Estoy completamente segura de que voy a volver. Es mi momento. Mi oportunidad de acallar a todos aquellos que piensan que soy frágil, que no soy capaz de hacer nada. Mi ocasión para hacer algo grande con lo que siempre he soñado. Será mi instante de gloria. Llego a la puerta del comedor donde hay una multitud congregada alrededor de alguien que identifico pronto: Azul. Con solo verlo me dan ganas de pegarle un buen puñetazo. Les habla, explicándoles que nos tenemos que dividir..., y dejo de escuchar porque busco con la mirada entre la muchedumbre a mi compañera, a mi amiga: Penny.
—Bu —dice entonces su voz en mi oído, acompañadas de unas manos que me aprietan fugazmente la cintura.
Me giro para sonreírle, ella me devuelve la sonrisa. Pero no podemos convencernos: estamos asustadas.
—No has conseguido asustarme —le digo sacándole la lengua.
Nos reímos, pero enseguida nos ponemos a escuchar a Azul que está asignándonos un capitán y con él un vehículo. Nos acercamos hasta el lugar en el que descendí de la furgoneta en mi primer día, donde también fui testigo de la llegada de Ce capturado. Nunca me hubiera podido imaginar que Ce pudiese ser apresado alguna vez: él es imbatible. O al menos eso pensaba hasta aquel momento. Penny me da un fuerte abrazo.
—¡Vamos! ¡Lo pasaremos bien! —digo intentando teñir mi voz temblorosa de entusiasmo.
Ella asiente sonriendo. Pero en realidad no creo que en el lugar al que vamos nos acompañe ningún tipo de diversión. Ninguna de las dos conocemos a nuestro capitán, así que estamos un poco desorientadas. Azul pasa por detrás de mí, entonces aprovecha para agarrarme del brazo. Espero que no le dé otro de sus extraños ataques. El contacto con su piel me produce repulsión. Es como una reacción ardiente sobre mi piel. Lo miro con los ojos bien abiertos, exhalando aire por la boca, él mira mis labios y luego vuelve a mis ojos. Es tan extraño...
—Vosotras vais con ese de ahí —dice señalando a un tumulto de gente alrededor de alguien; asiento—. Ten cuidado, Mil Seiscientos Diez.
Antes de que pueda replicarle ya ha desaparecido entre otro grupo multitudinario. Nos acercamos a nuestra cuadrilla. Un chico de tez oscura, bastante más mayor que nosotras habla sonriente en el centro. El pelo negro como el carbón, al igual que sus profundos ojos, le llega por su poblada barbilla y lleva un semirecogido. Sus brazos que abrazan una gran metralleta, como quien abraza un osito de peluche, están repletos de tatuajes que desaparecen bajo las mangas de su camiseta. Sus ojos se clavan en mí, luego en Penny.
—Vosotras sois las que faltabais. Soy Morado, ¿y vosotras...? —pregunta.
Penny se aventura a hablar por mí cuando mis labios ya forman mi nombre.
—Yo soy Ciento Cincuenta y Dos —dice señalándose, luego me señala y añade con una sonrisa de suficiencia—: Y ella es Mil Seiscientos Diez.
El chico de tez bronceada, llamado Morado, también sonríe. Sus ojos escrutan los míos, como lo hacen los demás: tratando de averiguar mi secreto. Mi secreto mejor guardado, que me temo que nunca podré compartir porque ni yo misma lo sé.
—Subid. Todos. Vamos —dice, golpea la furgoneta blanca con la culata de su arma y el motor del vehículo se pone en funcionamiento, a la vez que las puertas se abren—. Bienvenidas al principio del fin —dice cuando subimos.
Cierra las puertas detrás de él, que es el último en entrar, la oscuridad se apodera de la camioneta. Sus palabras me han asustado. No han sido nada tranquilizadoras. Penny parece sentirse igual porque busca mi mano y la aprieta con fuerza, igual que yo la suya. No hacen falta palabras para saber que nos apoyamos y que estamos juntas en esto: pase lo que pase. Después de unos segundos, Morado enciende la luz que hay en el techo, así puedo ver con claridad lo que hay a mi alrededor. Este vehículo es grande. Como en el que vine aquí, hay dos bancos dispuestos en cada lado de la furgoneta, pero esta vez son mucho más largos. Somos más. Reparo que esparcidas por ambas filas de asientos hay armas idénticas a la de nuestro capitán, que se apoya con una mano en el techo mientras nos ponemos en marcha.
—Sentaos —ordena y hacemos caso—. Hay una de estas preciosidades para cada uno. Mantened el seguro puesto hasta que lleguemos al lugar del asalto.
Cojo con sumo cuidado el arma entre mis manos, intentando acomodarla en mi regazo temiendo que pueda dispararse en cualquier momento. Morado se ríe al ver mi reacción. No tiene nada de gracia. No quiero autodispararme.
—Es una metralleta, no un bebé.
Asiento devolviéndole la sonrisa. La sujeto con más determinación y firmeza, ahora contra mi pecho, imitándolo.
—Bien, este es el plan —dice decido a contárnoslo mientras pasea sus ojos por todos y cada uno de los integrantes del grupo.
Penny y yo cruzamos una mirada, sonreímos y volvemos a observar a nuestro capitán. Estoy preparada para saber lo que me deparará el futuro cuando lleguemos a nuestro destino.
Acaricio el ya descolorido el lunar de mi dedo meñique cada vez más rápida, como los golpecitos que doy con el pie en el suelo de la furgoneta. Mantengo el arma apuntando hacia el techo, apoyada en mi pecho, con el seguro puesto. Nos mantenemos en silencio. Hay tanto silencio que casi puedo escuchar los fuertes latidos de los corazones de todos los que me rodean. Suspiro. No sé cuánto tiempo llevamos aquí, pero ya empiezo a desesperarme. Eso me lleva a plantearme una duda que no había tenido hasta ahora.
—¿Dónde está el campamento? —le pregunto a Penny en el oído para no quebrar el silencio.
Mi amiga abre los labios para contestar, frunciendo el ceño. Pero la respuesta no sale de su boca.
—En algún lugar del mundo, eso seguro.
Vuelvo la vista hacia delante, veo el rostro sonriente de mi capitán, Morado. Aún está de pie en el centro del vehículo, con una mano apoyada en el techo, para mantener el equilibrio, con la otra sujetando su arma, con el dedo índice colocado sobre el gatillo. Le devuelvo la sonrisa.
—Algo más concreto, por favor —le pido.
Él se encoge de hombros, mira hacia un lado y otro, luego vuelve a posar la vista en mí y en Penny.
—Es secreto, Mil Seiscientos Diez —dice con voz cansina.
Asiento, aunque no entiendo por qué tanto secretismo. Si ahora somos invisibles. ¿Y para qué un ineluctable iba a revelar al mundo nuestro emplazamiento? Es ridículo. Suspiro.
—¿Y adónde vamos? ¿Queda mucho? ¿Nos desplazamos por la carretera? ¿No será sospechoso? —digo desesperada.
Penny aguanta la risa, pero Morado se ríe sin ningún tapujo.
—Haces muchas preguntas, Mil. Demasiadas... —responde.
Ahora soy yo la que se encoge de hombros. Siento el cuerpo entumecido. Quiero salir ya de aquí, poner en marcha el plan, aunque no es demasiado emocionante: pararse a esperar a que otros hagan el trabajo sucio. Ahora entiendo porque los demás no han querido venir. De repente, como si se hubieran escuchado mis súplicas, la furgoneta se detiene en seco, lo que logra arrancarme una sonrisa. Ha llegado el momento de entrar a la acción.
—Oye y... ¿tú mente no abarca poderes de teletransporte? —pregunta Penny, creo que para no pensar en que estamos a punto de someternos al peligro.
La miro con el ceño fruncido y con una sonrisa entre los labios.
—Podías haberlo pensado antes de tantísimas horas de viaje y lo hubiera intentado.
Se encoge de hombros mientras me dedica una gran sonrisa, que sé que esconde algo. ¿Miedo? Puede ser.
—Para la vuelta.
Asiento dándole la razón, así que nos ponemos en pie mientras seguimos a Morado hacia las puertas.
—Vale, ahora quiero sigilo, que os mantengáis juntos. No descubráis nuestra posición hasta la señal, ¿entendido? —se gira para mirarnos y todos asentimos levemente—. ¡Pues a darles duro a estos cabrones! —exclama saltando del vehículo.
Una negra marea de ineluctables salta de la furgoneta, entonces llega mi turno y el de Penny. Cierro los ojos y aspiro el aroma de este lugar desconocido: huele a lluvia y a plantas que hacen que me pique la nariz y me den ganas de estornudar. Aprieto el arma contra mi pecho, busco con la mano libre la de Penny, nos la apretamos, infundiéndonos valor.
—Tengo miedo, Marina —dice.
Sin abrir los ojos le contesto en un susurro:
—Yo también. Pero ya no hay vuelta atrás y nada nos pasará.
Suelto mi mano de la suya, apunto hacia adelante y abro los ojos mientras vuelo un instante hasta el suelo. Me interno sigilosamente en las sombras entre la espesura de los altos matojos de hierba mientras me pregunto dónde estamos. De pronto el miedo ha rehuido de mi ser, ya no lo siento. Ahora solo escucho el latido de mi corazón emocionado, junto al viento ulular en mi oído. Nada puede pasarme. Avanzo en la oscuridad con la certeza de que estoy segura y de que Penny viene detrás, la escucho. Está siendo demasiado ruidosa. Ahora ya solo queda llegar a nuestro destino y hacer lo que hemos venido hacer, con ello conseguir que no me vean frágil e incapaz. Soy mucho más fuerte de lo que todos piensan. Soy de nivel diez. Soy indestructible. Este pensamiento me hace sonreír siniestramente. Y esta sonrisa se queda congelada en mis labios mientras sigo avanzando hacia el peligro.
La Marina de hace unas semanas, ahora mismo estaría muerta de miedo, paralizada, sin poder dar un paso más. Le temblarían las manos y no podría sujetar con firmeza el arma, ni siquiera podría andar. Ahora, en poco tiempo, he cambiado. Las circunstancias me han impulsado a hacerlo. Ahora, escruto ansiosa como se alza, escondido entre la maleza un blanco edificio cúbico. Ahora, cojo con fuerza la metralleta entre mis manos y apunto al frente. Mi corazón palpita con fuerza, está deseoso de adentrarse en ese lugar para cumplir con su cometido.
Todo rastro del miedo que antes me corroía por dentro ha desaparecido. Antes no encajaba en ningún lugar, creía que no estaba hecha para el mundo, o que el mundo no estaba hecho para mí. Ahora he encontrado un lugar donde establecerme, poder ser yo misma, sin miedo. Siempre he sabido por qué no encajaba con los demás: porque soy diferente a ellos. Mi cuerpo, mi mente, yo, funcionamos de forma diferente al resto. Siempre he sabido que soy extraña. Pero no sabía porqué. Ahora sí lo sé. Soy ineluctable. Ineluctable de nivel diez. Mi lugar está aquí, con ellos, con los defectuosos. Pero yo ya no lo veo como un defecto, sino, más bien, como una imperfecta perfección. Entonces sé que no tengo a que temer, este es mi sitio, en esta misión. Arriesgando mi vida para salvar el mundo de un peligro aún incierto. Eso es lo que debo hacer. Eso es lo que voy a hacer, sin que me tiemble el pulso al apretar el gatillo. El mundo está cambiando. Y solo yo puedo arreglarlo. Tengo una difícil misión a mi espalda. Y no solo yo, mis compañeros también. Será difícil, pero hemos de conseguirlo. No podemos permitir que suceda lo que está a punto de pasar. El mundo está cambiando. Y no debe cambiar.
Estudio el edificio con minuciosidad: está rodeado por un pequeño río, tiene tres plantas, con ventanas largas y estrechas en cada piso. Pero lo que me preocupa son las entradas. Hay distintos puntos de acceso, se llega a ellos tras cruzar unas pequeñas rampas metálicas, detrás de ellas hay puertas blindadas. Es una fortaleza. Aunque no hay vigilancia, será bastante improbable que entremos ahí.
Miro a mi alrededor para buscar al capitán de mi pelotón. A mi lado se encuentra Penny, que me sonríe. Ella ya tampoco está asustada. Encuentro a Morado que con un asentimiento de cabeza nos indica que procedamos. Así que, solo nos basta ese gesto para salir de nuestro escondrijo y dirigirnos a nuestro gran enemigo para truncar sus planes.
Llegamos hasta una de las grandes puertas blindadas. Sé que este es mi momento. Cierro los ojos con fuerza, me imagino lo que pasa a continuación. Un halo de color azul sale expulsado de mí, acompañado de una convulsión, cuando abro los ojos. Brota de todo mi cuerpo, como siempre, un cosquilleo me recorre. Entonces ocurre. Antes de que suceda todos nos tiramos instintivamente al suelo al tiempo que nos cubrimos la cabeza. El fulgor se extiende a una velocidad vertiginosa hasta llegar a las puertas infranqueables, haciéndolas estallar en mil pedazos en una gran explosión que afecta a la fachada. El calor me envuelve por un momento. Luego con un salto me pongo en pie, me sacudo la ropa, sin pararme a mirar las dimensiones de mis destrozos: lo que soy capaz de hacer.
—Vía libre —murmuro.
Miro a Penny, ambas asentimos. Me asomo al pasillo ennegrecido y humeante por la explosión para asegurarme de que no haya nadie. Con un gesto indico a Penny que me siga. De esta manera nos adentramos en la fortaleza del enemigo. El polvo y el humo provocados por la explosión desaparecen, ahora dejan paso a unos largos pasillos de paredes lisas y blancas, con poca iluminación y suelos negros. En realidad, esto parece un laberinto. Miro hacia el techo, buscando algún símbolo de vigilancia, pero nada. Avanzamos por el pasillo en silencio, mirando hacia atrás y hacia delante constantemente.
—Debemos quedarnos aquí, Marina —dice Penny cuando llegamos al centro del pasillo.
Asiento, me quedo parada mirando hacia ambos lados del pasillo, esperando que algo ocurra. Nada sucede. Solo un silencio embotado en el que se escuchan algunos disparos de fondo. Tras unos minutos, suspiro con fuerza, me apoyo en la pared resbalando hasta el suelo. Estiro las piernas, dejo la metralleta a un lado, mientras clavo la vista en la inmaculada pared de enfrente. Penny se une, apoyándose en la otra pared.
—Ahora entiendo porque nadie quería venir —digo con una media sonrisa irónica.
Penny asiente cansada, mira hacia el lado derecho del pasillo, aún vigilante. Yo la imito. Y sigue sin pasar nada. Ambas suspiramos al unísono. Entonces súbitamente un sonido inunda la estancia, es como si hubiera una fuga de gas. Inmediatamente se propaga por el corredor un humo blanco de aroma dulzón que quiebra nuestra calma. No me deja ver, anula mis sentidos. Quiero gritar, quiero utilizar mi ineluctabilidad, quiero coger el arma y disparar a ciegas, pero estoy como petrificada. Poco a poco se me va nublando la vista.
—¡Penny! ¿Qué ocurre?
Grito en mi mente, mientras me voy abandonando al sueño, mis pensamientos se hacen más espesos, la negrura me envuelve, sin que pueda hacer nada para evitarlo. Todo ha desaparecido. El enemigo ha vencido sin ni siquiera dar la cara y luchar. Hemos bajado la guardia, y no he sabido usar mi ineluctabilidad. He sido una imprudente. Ahora no sé que será de mí, ni que está pasando en este momento. Me adentro más en la espesa oscuridad, entonces entiendo, que quizás me esté yendo a un lugar del que no pueda volver jamás.
Noto una presión en mis brazos, en mis piernas, además de los músculos entumecidos. Poco a poco, va desapareciendo mi parálisis, voy recobrando el poder de mis sentidos. Oigo algunos murmullos cercanos, me molestan. Es como si me estuvieran observando. Pestañeo varias veces, tratando de que mis ojos se acostumbren a la iluminación. Estoy viva. Pero por poco tiempo. Me encuentro atada en una silla, a mi lado está Penny, con un foco de luz que recae sobre nosotras. La estancia está vacía. Enfrente de nosotras hay un cristal blindado, probablemente, tras él hay tres personas: dos con una bata blanca que cuchichean entre ellos, son una mujer de pelo blanco y gafas y un hombre unos cuantos años más joven que ella, con una protuberante nariz. El otro, es un hombre calvo que está sentado, inclinado sobre un panel de control. La mujer sonríe, posando sus ojos en mí y se agacha hasta que su boca queda a la altura de un micrófono. Le indica al hombre calvo algo y su voz se propaga por la estancia.
—Qué grata sorpresa encontrar a dos defectuosas en mi base —dice una asquerosa voz nasal, sonríe y añade—: ¿Qué hacéis aquí? ¿Nos revelaréis vuestro secreto?
Giro lentamente la cabeza para encontrarme con la mirada asustada de Penny. Todo esto es por mi culpa. Si yo no hubiera bajado la guardia esto no hubiera ocurrido. Ahora los demás también están en peligro. Miro de nuevo a la mujer, que tamborilea con sus dedos sobre el panel de control, mientras su sonrisa se desvanece.
—No tengo todo el día. ¿Hay más como vosotras aquí? —dice impacientándose.
Vuelvo a mirar a Penny, las dos negamos levemente con la cabeza. Entonces no saben que los demás están aquí. Probablemente ellos no sepan tampoco que estamos aquí. Así que, debo usar mi ineluctabilidad cuanto antes para que podamos escapar.
—¿Cómo nos habéis encontrado? —respondo.
Mi voz suena ronca, como un gruñido, me asusta. Debe haber sido ese gas blanco. La mujer deja escapar una carcajada y sacude la cabeza.
—Querida, eso ahora no es de importancia. Lo importante ahora, es tu vida. Y tienes cinco minutos para explicarme qué hacéis aquí, cómo funcionáis y si hay alguien más.
La mujer acciona un botón, e inmediatamente, del suelo emerge un reloj digital de color negro. Marca cinco minutos. Esto no me da buena espina. Miro desafiante a la mujer de pelo blanco. No pienso darle lo que quiere. Prefiero morir antes que traicionar a mis compañeros.
—No digas nada —susurro a Penny—. Puedo sacarnos de aquí.
Veo por el rabillo del ojo como asiente. Espero que aguante, que sea tan fuerte como yo. Pero empiezo a dudar. En estos tiempos la confianza es un bien que escasea.
—Pues hazlo ya —murmura.
La señora de pelo blanco se aclara la garganta sonriéndonos. Como me gustaría darle un buen puñetazo para borrarle esa sonrisa.
—Bien, queridas. Esa sala está llena de dinamita oculta. Cuando el reloj marque cero minutos y cero segundos, explotará y moriréis. A no ser que habléis.
No puedo evitar reírme. Está claro que hablemos o no, la explosión se producirá. Pero no importa, soy ineluctable y puedo protegerme.
—Nos mataréis de todas formas, ¿para qué darte la satisfacción de saber? —respondo.
Ella alza las cejas analizándome, incrédula. Aprieta otro botón con el que empieza la cuenta atrás.
—Hablad —repite.
Sacudo la cabeza, con una sonrisa satisfactoria en los labios.
—Ni lo sueñes —interviene Penny.
La mujer de pelo blanco la observa analíticamente, ahora a ella.
—Vaya, vaya, vaya. Veo que sois unas temerarias.
Mi sonrisa se hace más amplia. Sí. Ahora soy temeraria, ahora soy valiente. Se vuelve para decirle algo al hombre de protuberante nariz y este desaparece de la estancia.
—Vamos, Marina, hazlo —me pide Penny.
Miro el reloj. Ya marca tres minutos. Cierro los ojos con fuerza y pienso. Pienso. Imagino. Veo. Expulso. Abro los ojos, pero aún estoy atada de pies y manos. ¿Qué me ocurre? ¿Por qué no funciono ahora?
—Vamos —me apresura Penny.
La miro fulminándola con la mirada.
—Déjame, me pones nerviosa.
—Perdona.
—¡Hablad! ¡Dejad los jueguecitos! —brama la mujer de pelo blanco.
Cierro los ojos de nuevo. Respiro hondo imaginándome de nuevo en el pasillo, con Penny, sin cuerdas. Suspiro al abrir de nuevo los ojos. Nada. Miro el reloj, menos de un minuto y medio.
—Contadme de vosotras —nos pide la mujer, más tranquila.
Noto un nudo en la garganta, así que miro de nuevo a Penny buscando el apoyo que necesito en este momento.
—Penny, no puedo —digo agonizante.
Me mira asustada, pero inmediatamente su expresión cambia, me sonríe y con la voz quebrada dice:
—Marina, sí que puedes. Volveremos al campamento y vamos a salvar el mundo, ¿me oyes?
Trago saliva intentando deshacer el nudo que me atenaza la garganta, al tiempo que asiento levemente, no estoy muy convencida. Miro el reloj por última vez; un minuto. Cierro los ojos con fuerza, una vez más. Imagino como Penny y yo nos liberamos sin ningún problema y salimos por una puerta que emerge de repente. Lo deseo con todas mis fuerzas.
Vamos, Marina, tienes que conseguirlo. No puedes morir aquí.
Abro los ojos, intentando que mis pensamientos fluyan y se conviertan en realidad. Quiero que mi aura azul lo envuelva todo, haciendo mis ensoñaciones realidad. Miro el reloj de nuevo. Entonces veo como cambia. Un segundo. Se acabó el tiempo.
Cierro los ojos con fuerza esperando la explosión. No lo he conseguido. El estallido es inminente. Espero. Espero. Espero. Pero no llega. Entonces soy consciente de que algo esta surgiendo de mí. Ese cosquilleo emergiendo de todo mi ser hacia fuera. Esa gran fuerza, que ejerce una gran presión sobre el entorno. El sonido estruendoso llega, pero llega amortizado. Abro los ojos y veo lo que está ocurriendo.
—¡No! —grito.
Ahora noto como las lágrimas anegan mis ojos, como un fuerte nudo se apodera de mi garganta. La escena es desoladora. Es algo, que no sé cómo describir. Es muy extraño. La estancia no ha volado por los aires, el edificio sigue intacto, igual que el cristal. Pero está completamente en llamas. Lo único que ha resultado intacto es lo que está rodeado por mi campo de fuerza. Mi cuerpo. Unos metros más allá, desprotegida, se encuentra Penny. Las lágrimas van resbalando por mis mejillas.
—¡Penny! ¡Protégete! —sollozo.
Pero Penny no me hace caso. Su ineluctabilidad no funciona. ¿Por qué no funciona? Debo ayudarla. Me concentro e intento llevar mi protección hasta su cuerpo, pero el fuego es poderoso, no me permite llegar. La energía del fuego choca con la mía agotándome. Cada vez estoy más cansada. No sé si podré conseguirlo.
Cambio de planes, imagino como mis manos y mis piernas se desatan, así que por fin logro que se haga realidad. Ha sido fácil. No me importa que esa mujer de pelo blanco me esté observando. Ni siquiera me acordaba de ella. Llego hasta ella, después de limpiarme las lágrimas. Está envuelta en llamas emitiendo leves gritos de dolor. Mi aura azul me ayuda a abrirme paso entre el fuego, la desato cuando la envuelvo con mi protección, se pone en pie tambaleándose.
—¿Qué ha pasado, Penny? —le suelto secamente.
Estoy decepcionada con ella. Pensaba que sería una buena opción para que me acompañara, pero me acaba de demostrar que no. Se ha bloqueado. Aunque yo también. Estamos aquí por mi culpa.
—No lo sé —dice bajando la mirada con los ojos anegados en lágrimas.
Su voz quebrada queda sepultada bajo el crepitar de las llamas que nos envuelven.
Marina, actúa.
Mi cuerpo me obedece, surge de mí ese hormigueo, ahora con más fuerza, fluye por mis venas emergiendo de mi ser para propagarse como una ráfaga de aire frío por toda la estancia. El fuego desaparece. Haciéndose el silencio. Miro a través del cristal con odio, apretando los puños. La mujer del pelo blanco no está, solo queda el hombre calvo, inclinado sobre el panel de control. Oigo unas palmadas detrás de mí, aplausos pausados.
—Bravo, bravo, bravo —dice esa horrible voz detrás de mí, con lentitud, ¿cómo ha entrado aquí? —. Ahora ya te hemos visto actuar y queremos más.
Me giro bruscamente cuando oigo el grito ahogado de Penny. No. No puede ser. Lo que estoy viendo no es real. La mujer la ha inmovilizado, tapando su boca, pegando una daga a su cuello. Antes de que pueda reaccionar, resbala con un movimiento violento, el cuchillo por la garganta de mi amiga. Me abalanzo sobre ella, pero ya es tarde.
—¡No! —grito sintiendo las lágrimas resbalar lentamente por mis mejillas calientes.
Pero ya es demasiado tarde. La mujer de pelo blanco me lanza una patada provocando mi caída hacia atrás. Me quedo en el suelo gritando y llorando mientras observo la terrible escena. Un líquido escarlata recorre el pecho de mi amiga, bajando hacia abajo, como un torrente de aguas bravas. Sus ojos vacíos, sin vida, me observan, me miran acusadoramente. Siento como me rompo, me quiebro en mil pedazos. Pero no me dejo vencer. Me hago más fuerte. Con las últimas fuerzas que le quedan a mi cuerpo, logro imaginar algo nuevo. Algo que no había conseguido nunca. Pero lo hago. Me visualizo ahogando con mis manos a la mujer de pelo blanco que ha matado a Penny. No puedo creer que esto sea verdad. ¿Penny ha muerto? No, no es cierto. No me parece real. Abro los ojos, estoy junto a la mujer de pelo blanco, con las manos entorno a su cuello, su piel pálida, quedando aún más pálida. Lo he hecho realidad. No puedo creerlo. Después todo es negro. Oigo ruidos, pero no sé de donde provienen. Solo escucho gritos, pisadas fuertes, golpes y disparos.
Pero no siento nada. Solo frío, un dolor que me desgarra las entrañas. Solo asimilo una realidad en lo más profundo de la inconsciencia: Penny ha muerto. Penny ha muerto por mi culpa. Aún siento sus ojos acusadores clavados en los míos, unos ojos que me atormentarán para siempre, si es que sigo viva un día más. El dolor se hace grande, se extiende y es imparable, indestructible, ineluctable. Como yo. Pero ahora he descubierto que sí que hay algo que puede conmigo. La pérdida. La culpa. El dolor. Lo sé, hasta en esta profunda y angustiosa negrura que hace más grande la brecha en mi interior.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top