Capítulo 17
El ruido de mis compañeros al despertarse hace que yo también salga de mi profundo sueño. Aún estoy cansada, pero tengo que prepararme. Presiento que queda poco para esa misteriosa misión y todavía tengo muchos cabos que atar.
—Hola —dice una voz que me sobresalta a mi lado.
Giro un poco la cabeza para ver quién es. Lucy. Sonrío un poco al reconocerla, es como un: Buenos días, Lucy, ¿qué te trae hoy por aquí?
—Ey —contesto—. ¿Lista para una dura sesión de entrenamiento con Rojo?
Ella sacude la cabeza, pone los ojos en blanco mientras yo me levanto de la cama y me dispongo a ponerme mis botas militares.
—¿Duras? ¿En serio? Antes eran peores..., el día que vayas a una misión sabrás que nunca han sido demasiado duros.
Trago saliva, estiro de los cordones con fuerza, creando así un potente nudo. Lucy no sabe que yo iré a la próxima misión. Aunque no he hablado con Penny después de decirle que viniese conmigo, creo que ella ha captado el mensaje de: No se lo digas a los demás o me degollarán y donarán mi cerebro a los estúpidos perspicaces para que experimenten con él. Pero tengo que contárselo.
—Ya..., de eso quería hablaros —respondo cuando me incorporo, desviando la mirada.
Ella me mira frunciendo el ceño, coge mi brazo con una de sus diminutas manos. Me obliga a mirarla a los ojos. Esto es demasiado incómodo. No sé cómo voy a explicarle todo esto.
—Os tengo que contar cosas, Lucy —logro articular con la máxima convicción posible.
Joss aparece por detrás de mi amiga con su impecable sonrisa. Y esta vez es mi salvación.
—¿Contarnos qué?
Frunce el ceño sin perder la sonrisa, yo le devuelvo el gesto y muevo las manos en señal de que ya les contaré más tarde.
—Luego, ahora..., hay demasiada gente y llegamos tarde —señalo el reloj para que mi excusa tome mejor forma.
Ambos resoplan al unísono y me rio. Al final consigo que ellos también se unan a mi carcajada y acabamos los tres haciendo tonterías en mitad del campamento mientras los demás nos observan con miradas extrañadas. Pero qué más me da a mí lo que piensen los demás.
—Estáis locos —dice Jess cuando nos encuentra por el camino; de la mano de Collin, como siempre.
Le saco la lengua, le guiño un ojo y luego sonrío.
—Debes saber que sin la locura de personas como nosotros no habría alegría en el mundo. ¿Te imaginas un lugar en el que todos fueran igual que tú? Sin duda, un mundo en blanco, negro y tal vez gris —contesto con un toque de dramatismo.
Siempre me ha gustado el teatro. Estaba entre una de las cosas que hacer antes de morir: ser actriz. Todos se ríen por mi comentario y me dan la razón. Me siento muy bien aquí, rodeada de personas que me aprecian a pesar de todas mis rarezas. Nunca había tenido amigos así. Hasta ahora. Llegamos hasta la zona de adiestramiento donde ya nos espera Rojo.
—Vamos, rápido ¡A correr! —grita histérica, dando palmadas fuertes para enfatizar sus palabras.
Nadie la cuestiona, así que dejamos atrás nuestras conversaciones mientras nuestros músculos se ponen en funcionamiento bajo los primeros rayos del sol. Noto como el sudor resbala por mi cuello perlando perla mi frente. Mi corazón se agita junto a mi respiración. Mis piernas se quejan cada vez más. Pero sé que no puedo parar. He comprendido que esto no es una tortura. Ahora el aire de las primeras horas del día entra por mis pulmones oxigenando mi sangre, purificándome. Ahora mis músculos sienten la fuerza de la que antes carecían. Ahora me siento bien. Disfruto de cada segundo trotando en los alrededores del Campamento de Adiestramiento y cuando quiero darme cuenta ya se ha acabado el momento. Suena el silbato y nos reunimos alrededor del círculo rojo de la zona de adiestramiento.
—Hoy utilizaremos las armas —dice Rojo—. Así que, escoged la que más rabia os dé.
Nos da la espalda y sale del círculo para acercarse al estante con armas. Nos reunimos alrededor de ella y vamos eligiendo uno por uno nuestra arma letal. Entonces llega mi turno, me he quedado la última, como siempre. Rojo se ríe por lo bajo cuando me acerco al estante. Se interpone en mi camino y sacude la cabeza.
—Tú no, defectuosa. Tú imagínalo.
Aprieto los puños con rabia. Sé que soy de nivel diez y que me tienen que exigir más por ello, pero... ¡No puedo hacerlo!
—¿Y si no puedo? —la desafío entrecerrando los ojos.
Ella se encoge de hombros, se acerca más a mí para asegurarse de que nadie pueda oírnos.
—Entonces me temo que no podrás ir a esa misión porque no estás capacitada.
La miro con odio. La fulmino con esa mirada. Ya entiendo de qué va todo esto y no me gusta nada.
—¿Es eso no? —digo incrédula—. Todo esto lo organiza Azul para que yo no pueda ir a esa estúpida misión y que no le eche las culpas a él sino a ti, ¿me equivoco?
Una pequeña sonrisa escéptica aparece entre sus labios. Mira a nuestro alrededor. He hablado demasiado fuerte y ahora todos nos miran.
—No. Eso no es de tu incumbencia. Pero si esa misión es tan estúpida, ¿para qué quieres ir? Que seas de nivel diez no te da derecho a nada. Que seas de nivel diez no quiere decir que seas una heroína. ¿Entiendes?
Ya sé que ser de nivel diez no implica tratamientos especiales, ni ser ninguna heroína ni nada parecido. Aunque en realidad me los den, con eso de los entrenamientos por las noches y más exigencias. Ser ineluctable de nivel diez no significa nada. Aún. Aprieto los puños con fuerza. Como me gustaría poder hacer con ella lo mismo que hice con Ce. Es odiosa. No sé qué se ha creído qué es. Seguramente me tenga envidia porque soy la única persona en la faz de la tierra que es ineluctable de nivel diez.
—Eres idiota, Rojo. Solo estás enfadada conmigo porque yo soy de nivel diez y tú no. Y eso es así desde que llegué —respondo escupiendo las palabras como si fuesen veneno.
Ella coge un mechón de su cabello pelirrojo, recogido en una coleta, que usa para enroscar en su dedo índice. Deja escapar una risita irónica que me hace enfurecer aún más.
—Por favor..., yo envidia de una cría. Calla y corre a jugar a las muñecas, con suerte se te dará mejor que pelear, porque eres penosa.
Mis compañeros se han congregado a nuestro alrededor atraídos por nuestros gritos. Nos observan con expectación. Me siento en la necesidad de hacer algo. Pero, aunque la sangre hierva en mis venas y tenga sed de venganza, que quiera estampar mi puño en su nariz, no puedo. Tengo que ir a esa misión, por lo que no puedo permitirme ninguna falta. Cuando vaya y haga mi trabajo correctamente, en ese momento, le daré un puñetazo en un sitio peor que su horrible nariz: su orgullo.
—Muérete —murmuro.
Doy media vuelta, empujo a mis compañeros para salir corriendo de allí. Atravieso el Campamento de Adiestramiento y me interno entre los árboles que lo rodean. Estoy henchida en rabia.
—Esa estúpida adiestradora de mala muerte, se cree que es mejor que nadie —mascullo entre dientes.
Oigo unas pisadas detrás de mí y me paro en seco. Me pongo alerta, en tensión. Como ahora sea ella va a ser muy gracioso, porque esta vez no podré contenerme.
—Seas quién seas, lárgate —digo secamente.
Sigo andando, o eso intento porque unas manos me retienen. Quiero estirar de mi brazo y escapar, pero no puedo.
—Eh, eh, eh, para un momento. Ven aquí —dice una voz bien conocida atrayéndome hacia sí—. Relájate, ¿qué ha pasado?
Lo observo desde cerca, él a mí también. Uno de sus brazos me atrae más hacia él para darme un abrazo. Me quedo apoyada en su pecho aspirando su aroma, huele a sudor y a jabón. Miro el tronco de un árbol sin rastro de ninguna expresión. Creo que esto era lo que necesitaba en este momento.
—Oh, Joss —logro articular.
Él me indica que me calle, cuando intento deshacerme de sus brazos, él me pega más a su cuerpo.
—Ya está. Es estúpida —murmura en mi oído—. Pero algo me dice que tienes algo importante que contarnos, ¿no?
Por fin, me separo de él. Es como si de repente hubiera salido de una burbuja protectora y esté expuesta al peligro abrumador. Quiero volver a esconderme en su pecho. Pero eso demostraría que soy débil, no puedo permitírmelo: he cambiado. No puedo refugiarme en nadie. Tengo que valerme por mí misma. Me resigno a resoplar, mientras desvío la mirada de sus profundos ojos marrones. Ahora estoy avergonzada por ese momento. Para él significa algo diferente.
—Sí, aunque ya lo sabes, en parte.
Joss asiente lentamente como si estuviera recordando algo, comprendiendo. Pasa su mano por mi brazo hasta llegar a mi mano, entonces entrelaza sus dedos con los míos.
—Vamos, sólo conseguirás que se enfade aún más —dice.
Le hago caso siguiéndolo de vuelta a la zona de adiestramiento. Rojo me mira con una sonrisa de suficiencia que me dan ganas de borrarle de la boca con un buen puñetazo. Joss aprieta su mano contra la mía, me hace volver a la cordura.
—Tranquila —susurra—. Solo intenta provocarte. No caigas.
Dicho esto, me suelta para ir a recoger dos armas. Una pistola para mí, otra para él. Nos ponemos frente a unas dianas para empezar a disparar. Esto me recuerda... Ce intentó enseñarme a hacerlo. Me pareció fácil, sólo tenía que desearlo, que imaginarlo. Pero luego..., luego me desestabilizaba, me desconcentraba. No era tan fácil. Aún recuerdo lo que sentí cuando tuve un arma en la mano por primera vez: poder. Se habían acabado los juegos, ahí comprendí que esto va en serio. Necesito aprender rápido a usar las armas en momentos en los que no pueda concentrarme. Una diana no es lo que necesito.
—Eh... Joss, ¿estás dispuesto a una pelea con uno de estos bichitos? —le digo mientras apunto, suelto el aire y disparo.
Doy justo en el centro. Lo miro interrogante, con una sonrisa de oreja a oreja. Él traga saliva y sacude la cabeza.
—¿Quieres matarme?
Ambos reímos, aunque me siento un poco decepcionada. Podría pedírselo a otra persona..., pero me resigno. Practicaré con Azul, supongo. Después, como siempre, hacemos un circuito para ponernos en forma, más ejercicio físico. Como siempre acabo agotada. Cuando acaba la sesión diaria, Joss me toma de la mano. Demasiadas confianzas.
—¿Qué haces? —le digo, aunque no suelto su mano suave.
Como respuesta se encoge de hombros mientras me sonríe. Yo le devuelvo el gesto, aunque temo que me malinterprete, no quiero para nada eso. Así, volvemos a la cabaña dieciséis a esperar que sea nuestra hora de la ducha. Azul está al pie de la escalera. Se queda mirando nuestra unión por un instante, me mira a los ojos con una expresión rara mientras se acerca.
—Esta noche no habrá entrenamiento —dice.
No puedo creerlo. Abro los ojos como platos, intento decir algo pero se me atragantan las palabras.
—¿Qué? —logro decir—. Pero..., pero..., yo... —titubeo.
Azul me corta con un tajante gesto de su mano, vuelve a mirar nuestras manos entrelazadas, sin mirar a Joss. Se pasa una mano por su cabello dorado, una y otra vez, hasta que sacude la cabeza, como si estuviese incómodo, o nervioso.
—Pero nada. No hay entrenamiento y punto.
Desvío la mirada resoplando. Quería practicar con él esta noche.
—¿Qué te pasa? —me aventuro a preguntar; gran error, Marina—. ¿Por qué?
Él se ríe sarcásticamente. Joss carraspea sin entrar en la conversación.
—¿Y a ti qué? No te importa —dice empujándome el hombro con un dedo.
Joss suelta mi mano para empujarlo hacia atrás. Esto no me gusta nada.
—¡No la vuelvas a tocar! —le grita.
Azul lo mira enfurecido. Antes de que mi amigo pueda reaccionar, el puño de Azul va directo a su mandíbula, lo hace perder el equilibrio cayendo hacia atrás. Rápidamente me arrodillo ante él, le pregunto si está bien mientras trato de ayudarlo a levantarse. Fulmino al odioso Azul con la mirada cuando pasamos de largo mientras el brazo de Joss rodea mis hombros atrayéndome hacia él, ya sin hacer caso a Azul.
—¡Que sepas que puedo tocarla cuando me dé la gana, niñato! —grita Azul a nuestras espaldas.
¿Pero qué se ha creído? Cada vez me da más asco. Y lo peor es que tiene razón. Sin girarme, subo mi brazo para enseñarle mi dedo corazón. Sonrío complacida al imaginar su expresión. Joss se acuesta en su cama mientras se frota su mandíbula dolorida, y yo me tumbo en la mía.
—Eres un bobo. No sabes con quién te estás metiendo.
Él sacude la cabeza, yo le doy la espalda y miro hacia la pared del fondo. Prefiero no mirarlo. Son ambos unos estúpidos.
—Pensaba que me darías las gracias.
Bufo un momento, incrédula por sus palabras y reprimo una risa.
—¿Por qué? Nadie te ha pedido que te metas en una pelea con alguien tres años mayor que tú —le respondo—. Si a eso puede llamársele pelea, claro. Me las puedo apañar solita.
Oigo como resopla enfadado, pero no me importa. Estoy harta de los hombres. Logro relajarme hasta el punto de quedarme dormida profundamente. Están siendo unos días muy duros. Pero mi relajación no dura demasiado.
—Eh, Marina, vamos, hora de la ducha —dice una voz dulce cerca de mí.
Abro los ojos que se me quedan pegados. Este sueño ha sido reparador, pero ahora estoy más cansada y lenta. Me doy la vuelta, dándole la espalda a la voz, vuelvo a cerrar los ojos a la vez que introduzco las manos bajo la almohada.
—¡Vamos, Marina! ¡Vamos! —empieza a chillar entre risas la voz.
Inmediatamente noto como la cama empieza a botar con un estrepitoso chirrido. Odio ese sonido. No puedo soportarlo.
—¡Para! —exclamo como una niña de cinco años.
Me incorporo con la almohada entre las manos y golpeo con ella a la persona que está saltando encima de mi cama. Es Jess, que se arrodilla en la cama y me sonríe.
—Estúpida —masculla mirando al techo haciendo como que silba.
Sacudo a la cabeza sonriendo yo también.
—¿Perdona? ¿Qué has dicho?
Me mira a los ojos, su sonrisa se hace aún más amplia. Ambas nos reímos.
—Perdonada. ¿Qué ha pasado con Joss? Parece enfadado.
Resoplo, me pongo en pie y le ofrezco mi mano para que se levante. Estiro de ella, cuando ya está en pie nos dirigimos a la puerta donde Lucy y Dafne nos esperan. Encima hora seré yo la mala. Tendré que soportar sus quejas.
—¿Qué le ha pasado a Joss? —pregunta Dafne, siempre tan cotilla.
Sacudo la cabeza, pongo los ojos en blanco y respondo:
—Se mete donde no le llaman —ellas me miran frunciendo el ceño y no puedo evitar reírme—. Parecéis a punto de matarme. ¿Qué pasa?
Trato de quitarle hierro al asunto, pero para ellas parece muy importante, así que no me van a dejar escabullirme con tanta facilidad. Lucy me coge por el brazo y todas me rodean.
—¿Marina? —dice esperando una respuesta convincente.
Me deshago de su brazo con un tirón y las miro a las tres. Ahora dan miedo.
—Está bien —digo—. Ha intentado defenderme de Azul y bueno pues a él no le ha sentado muy bien. Pero no tenía porqué defenderme porque Azul..., bueno, siempre estamos así. Y no necesito que nadie me defienda.
Seguimos andando en silencio. Me incomodan. ¿Qué pasa?
—Oye, chicas, me asustáis. ¿Hay algo que deba saber?
Dafne resopla exasperada, Jess se lleva las manos a la cabeza y Lucy sacude la cabeza alzando las cejas.
—¿Cómo puedes estar tan ciega? —responde Lucy; la miro frunciendo el ceño—. A Joss le gustas y está celoso porque pasas demasiado tiempo con Azul. Y, además, él no le cae bien, y no solo por eso. Por como te trata —susurra para que nadie más la oiga.
Amy se añade al grupo, pero guarda silencio, parece notarse que pasa algo. ¿de verdad se creen que no sé lo de Joss?
—No estoy ciega —digo en el mismo tono—. Sé lo de Joss, intentó besarme en las duchas, ¿vale?
Todas abren la boca y los ojos asombradas, todas menos Lucy. Jess hasta se pone a dar saltos de emoción. Por favor, que alguien la pare. No quiero que hagan una montaña de un grano de arena. Más cuando entre Joss y yo solo hay amistad.
—¿Cómo no nos habías contado? ¿A ti no te gusta? —casi chilla Jess.
—¡Jess es obvio que no! —exclama Lucy.
—Pero... Nunca hubiera imaginado que sintiese celos de Azul. Yo y Azul... Nos odiamos —añado eludiendo los comentarios de Jess y Lucy.
Esto es demasiado para mí. He intentado que Joss no se sintiese ofendido por mis actuaciones y ahora por el imbécil de Azul, está enfadado. Sé que es egoísta, pero lo necesito.
—¿Qué pasa? —pregunta Amy que no se ha enterado.
Me encojo de hombros y Dafne le cuenta lo que ha ocurrido, después asiente con una sonrisita.
—Nada nuevo —dice—. Tendrás que hablar con él, no podrá estar enfadado contigo mucho tiempo.
Eso espero yo también. Llegamos a la puerta de la cabaña y entramos. Cada una escogemos una ducha, dando por finalizada la conversación. Dejo al agua fría purificar mi piel, eliminar cada resto de suciedad y de sudor pegajoso. Es el mejor momento del día, sin duda alguna: la hora de ducha. Cuando puedo dejar en blanco mi mente, que mis preocupaciones cesen. Donde puedo olvidar que soy ineluctable de nivel diez, signifique lo que signifique para mí eso, y todas las exigencias que conlleva. Mi momento de gloria se acaba y en cuanto salgo de la cabaña voy con todos mis amigos al comedor. Penny se acerca a mí.
—¿Sabes ya algo? —susurra para que solo la escuche yo.
Sacudo la cabeza.
—Tenemos que contárselo a ellos —respondo—. Tal vez sepan algo.
Ella asiente dándome la razón y no hablamos más. Cuando entramos en el comedor voy a sentarme, hoy les toca a otros traer la cena. Ni siquiera me detengo a olisquear el delicioso aroma que impregna la estancia para identificarlo. Tengo que pensar en cómo les diré a mis amigos lo de la misión sin que se enfaden. Y me dan miedo.
—¿Qué pasa, Marina? ¿Cansada? —pregunta Katy sentada enfrente de mí.
Le sonrío para quitarle hierro al asunto, para que no sepa que algo me preocupa. No quiero perderlos por una estupidez.
—¿Sabéis algo de Joss? —pregunto mirando a mi alrededor al ver que no está.
—No.
—Nada.
—Tampoco.
—Ni idea.
Van contestando poco a poco las chicas que se encuentran conmigo: Katy, Amy, Lucy y Penny. Suspiro. Él también debería estar aquí. Como si hubiese escuchado mis súplicas, cuando me giro, ahí está. Me mira de arriba abajo, me duele ver la sombra del desprecio en su mirada antes de dar media vuelta y echar a andar.
—¡Joss! —exclamo precipitándome detrás de él.
A mitad de camino lo alcanzo, consigo retenerlo cogiéndolo de la mano.
—Déjame en paz, Marina. Eres dañina para la salud —dice sin mirarme.
Su voz suena como cansada, como si hubiera perdido toda la alegría que hace unas horas poseía. Hace unas horas, cuando él me ha ayudado con un simple abrazo. Eso es lo que debo hacer yo ahora. Ayudarlo. Pero no puedo evitar sentir otra vez esa sensación de que soy mala para todo el mundo. Nunca cambiaré. Pero puedo intentarlo. Así que finjo un poco cuando me lanzo a sus brazos mientras siento demasiadas miradas clavadas en mi espalda. Abrazo con fuerza su cuerpo sin que él me corresponda, esperando poder transmitirle toda esa fuerza para devolverle la felicidad. Se queda paralizado, sin saber qué hacer. En realidad no siento lo que estoy haciendo pero quiero hacerlo sentirse mejor. No quiero que piense que soy mala.
—Perdóname, Joss. Estaba bromeando. Muchas gracias, eres el mejor. No puedo vivir sin ti.
Soy consciente de lo que he dicho, tal vez lo malinterprete. Quizás no debería haberlo dicho, porque no siento eso en absoluto. Me gusta pasar tiempo con él, pero a veces resulta incómodo. Vacila un poco hasta que finalmente también me estrecha entre sus brazos. Ya me siento mejor, como si me hubiera quitado un peso muy pesado de encima.
—Te perdono, tonta —susurra en mi oído.
Sonrío y aunque no quiero que este momento acabe nunca, tengo que hacer cosas. Tengo que volver a la tierra. Me separo lentamente de él, me sonríe y volvemos con las chicas.
—Nunca más te enfades conmigo, por favor —le digo haciéndole pucheros.
Él sacude la cabeza mientras su sonrisa se ensancha. He conseguido lo que quería. Se sienta a mi lado y contesta:
—Nunca lo había pasado peor que estando enfadado contigo. Creo que no quiero experimentar la sensación de nuevo.
Las chicas nos miran sonriendo de una manera extraña, yo frunzo el ceño y sacudo la cabeza. Sé lo que están pensado. No es así.
—¡Una cena rica para mis chicos favoritos! —exclama Jess cuando llega con una bandeja llena de comida.
Nos repartimos los platos para empezar a comer cuanto antes. No es gran cosa: tortilla francesa. Pero está rica. Aunque después de todo un día de ejercicios se queda escaso.
—Chicos, tengo que contaros algo —todos me miran expectantes.
Lo he dicho demasiado seria. Ahora me siento intimidada por sus miradas. Me aclaro la garganta y les indico que sigan comiendo. Empiezo a relatarles mi historia: que fui a ver a Ce, que creé una capa invisible para el campamento y el punto más álgido de todo; la misión.
—¿Vas a ir a esa misión? —dice Russel casi atragantándose.
Asiento levemente mientras se da golpes en el pecho y Dafne se los da en la espalda. No me gusta nada su reacción. Me ofende. Es como si tratara de darme a entender que no soy válida.
—Y yo también, soy su compañera —dice Penny con voz cantarina.
Ya está. Todo está dicho.
—¿Sabéis la importancia de la misión? —pregunta Lucy.
Yo la miro intentando escudriñar su expresión. Cada vez me siento más intrigada, con más ansias de saber de esa misión. ¿Por qué ellos saben?
—¿Tú sabías que se llevaría a cabo? ¿Sabes que vamos a hacer?
Todos estallan en una sonora carcajada, menos Penny y Joss, que parece preocupado.
—¡Todos sabemos de esa misión! ¡Iríamos si quisiésemos! —responde Collin.
Me encojo de hombros. Cada vez las dudas se hacen más fuertes y angustiosas. Siento que me están ocultando algo. Pero ¿el qué?
—No sabía nada. ¿Por qué no venís? ¿En qué consiste? —pregunto con el ceño fruncido.
Los rostros de Katy, Dafne, Russell, Lucy y Amy se quedan petrificados como si hubieran visto un fantasma. De repente una mano se aferra a mi brazo y me levanta de la silla, interrumpiendo mi conversación. Cuando veo a quién pertenece me dan ganas de partirle la cara. Azul. Siempre tan oportuno. Me arrastra a través del comedor mientras forcejeo con él.
—Suéltame, ¿es qué no puedes hablarme cómo las personas normales? —digo.
No contesta, ni siquiera me mira. Hace que la sangre vuelva a hervir en mis venas. Noto la cara roja de la rabia. Aprieto los puños. Si pudiera darle y romperle su perfecta nariz seguro que más de uno me daría las gracias. Aunque me pondría a todas las chicas en mi contra.
—Eh, suéltala —dice Joss detrás de nosotros.
Reconocería su voz en cualquier lugar del mundo. No sé si es buena idea que vuelva a enfrentarse de nuevo a él en este día. Antes solo le ha hecho daño, pero ¿quién sabe lo que podría hacerle ahora? Azul deja escapar una risa falsa. Se gira y lo mira con desprecio.
—¿Vienes a por más? Mira, ella sabe defenderse solita. No te necesita, ¿entiendes?
Me sorprende que diga que se defenderme sola. ¿En serio piensa eso? Porque él ha probado en demasiadas ocasiones que no es así. Pero sé que podré. Sin una palabra más salimos del comedor, dejando atrás a Joss que no sale a por mí. Siento un nudo vagar por mi garganta, agarrándose con fuerza, me aclaro la garganta para obligarlo a marchar.
—¿Sabes lo qué has hecho? —le grito intentando deshacerme de una vez por todas de su mano.
Él sigue sin mirarme, cada vez su agarre es más fuerte, me produce más rabia e impotencia. Llegamos a la zona de adiestramiento, me suelta, me separo de él. No quiero estar ni un centímetro cerca de su cuerpo.
—Te odio —digo con toda la rabia que soy capaz.
Él me sonríe, como si estuviera satisfecho de sus palabras. Por fin tiene el valor de mirarme a los ojos.
—¿Para qué lo necesitas? Eso demuestra tu debilidad y...
Todas las piezas del puzle encajan una vez más. A veces es muy fácil adivinar la mente de este chico. Por ello me da asco.
—Espera... —digo entendiéndolo todo de golpe—. Eres asqueroso —le suelto—. Has hecho todo esto para que no vaya a tu misión, ¿verdad? Eres penoso.
Él alza las cejas, se acerca a mí mientras yo retrocedo.
—No des ni un paso más o te juro que —empiezo.
Llega hasta a mí con una zancada grande, como si estuviese desafiándome. Rodea mi cintura con un brazo, estira de mi cuerpo hacia el suyo hasta que quedan totalmente pegados. Jadeo un instante, mi respiración se agita de repente. Pongo las manos en su pecho para empujarle para que me suelte. Es inútil. ¿Está hecho de acero?
—¿O qué? —pregunta en un susurro.
Su aliento me da en la cara, me estremezco entre sus brazos. Sé que soy ridícula. Jamás ganaría una batalla contra él. Acerca su rostro al mío que quiere alejarse, pero se ha quedado paralizado, como si se hubiera convertido en piedra. Mi corazón late con fuerza. No quiero que siga acercándose. Pero sigue haciéndolo. Agacha su cabeza hasta que nuestros labios entreabiertos quedan a la misma altura.
—Para —susurro con un hilo de voz inaudible.
Él sacude un poco la cabeza a los lados, pero no desvía su trayectoria. Entonces sé que sólo me queda una opción.
Antes de que pueda acercarse un milímetro más, mi mano golpea con una potente fuerza sonora en su mejilla. Inmediatamente me suelta. No podía permitir que posase sus labios en los míos. No me gusta. No quiero que sea él quien me dé mi primer beso.
—La misión es mañana por la mañana. A las cinco y media en el comedor —susurra desviando la mirada.
Sin una palabra más me voy corriendo. La estupidez de Azul cada día logra sorprenderme más. Me confunde. No sé a qué está jugando, pero sea lo que sea no me gusta ni un ápice. Dejo de correr cuando me aseguro de que no me está siguiendo. Estoy en la puerta del comedor, sin embargo, no me veo con fuerzas para entrar y dar explicaciones. Azul siempre metiéndome en situaciones comprometidas. Lo odio. Aprieto los puños mientras continúo andando. No hace falta que piense donde quiero ir ahora para que mis pies lo sepan, ya han puesto el rumbo hace rato. Rodeo la cabaña, estoy segura de que es esta. Y ahí están los matorrales. Es aquí. Miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie me sigue. Los aparto para abrir la trampilla. Un olor a sudor, sangre seca y humedad emerge de las profundidades del túnel golpeándome con fuerza en la cara. Hago una mueca intentando aguantar la respiración. Entonces comienzo a bajar, tapándome con dos dedos la nariz.
Luz. Con solo pensarlo mi camino de piedra se ilumina con una potente luz roja. Me sorprende la facilidad con la que consigo algunas cosas. Estoy mejorando poco a poco. Bajo con cuidado los estrechos escalones, apoyándome en la pared. Tras unos minutos, mi camino desemboca en un largo pasillo, con celdas en el lado derecho. Sé muy bien adonde tengo que ir. A no ser que..., no, no puede ser. Sacudo la cabeza deshaciéndome de oscuros y temerosos pensamientos para seguir caminando hacia delante. Hasta detenerme en el último calabozo. Sentado en el suelo, con la espalda y la cabeza apoyada en la pared puedo ver una imagen consumida de lo que un día fue un hombre fuerte y hasta poderoso, tanto como malhumorado: Ce. Me examina desde la penumbra durante unos segundos, luego se levanta para acercarse a los barrotes. Esboza una media sonrisa con un componente extraño que no sé descifrar. Un escalofrío me recorre entera, pero no dejo que me afecte.
—Has venido —dice con una voz grave y gutural que no le pertenece—. ¿A qué has venido?
Frunce el ceño y la sonrisa desaparece de sus labios. Intento buscar una respuesta a su pregunta. Yo tampoco sé a qué he venido, en realidad. ¿A buscar consuelo? No, sería absurdo. Debo de dejar de refugiarme en la gente.
—A ver si tu boca está bien desde luego que no —respondo cortante.
Él emite un suspiro, se deja caer al suelo, cruza las piernas, como los indios y apoya el peso de su tronco sobre sus manos.
—¿Entonces? —pregunta.
Yo también me siento con las piernas cruzadas y desvío la mirada un momento, qué he venido a hacer. Miro sus ojos grises que en la oscuridad no puedo distinguir bien. Ya no logra intimidarme, ahora soy más fuerte, yo soy quien lleva el mando. Tal vez sea porque ahora lo veo desde el otro lado de las rejas, lo veo como un chico acabado y consumido.
—Mañana voy a ir a una misión —le cuento.
No me gusta nada su reacción. Por un momento abre mucho los ojos sorprendido, pero luego se relaja. Es como si pensase que no estoy cualificada. Eso me da rabia. Todos piensan que soy una inútil.
—¿Cómo? —logra articular.
Me encojo de hombros y sonrío.
—¿Estás sordo o qué te pasa? ¡Que voy a una misión mañana! —exclamo saboreando cada sílaba.
Ce sacude la cabeza a los lados con un suspiro.
—Pero no estás preparada —contesta como si protestase; lo fulmino con la mirada y él sonríe satisfecho—. Y..., ¿has venido para despedirte porque no vas a volver?
Parpadeo exageradamente observándolo perpleja. Era exactamente lo que estaba pensando, que no estoy preparada. Además, sus palabras me dejan helada. Me está asustando. ¿De verdad piensa que puede que no vuelva? Porque yo todavía no lo había contemplado desde ese punto de vista.
—¿Estás insinuando que voy a morir?
—En absoluto. Estoy insinuando que quiero que me lleves para protegerte —dice con la voz dura de siempre.
No puedo quitarme la expresión de perplejidad del rostro. Debe estar de broma. Opto por esta opción, así que me rio. Debe ser mentira, sin duda. Odio que me vea como una niña frágil, que necesita protección. Ahora soy fuerte. Ahora soy ineluctable.
—Claro, ¿y qué más? —contesto.
Me doblo hacia delante, meto mi cabeza por entre los barrotes hasta que ya no cabe, y los abrazo con las manos.
https://youtu.be/j5bvac58xVo
—He venido para pedirte consejo. ¿Crees que lo haré bien?
Me examina unos instantes, luego acerca su rostro al mío y con una de sus grandes manos coge mi mandíbula, apretando mis mofletes de forma que mis labios queden hacia afuera. Debo parecer un pez, como me dijo Joss. Me hace daño. Quizás no haya debido venir sola, puede que trate de persuadirme para salir o que me golpee y..., no, Cyril no es así. Es cruel y despiadado, pero no lo creo capaz de esas horribles cosas. Sus ojos fríos como el hielo se clavan en los míos algo más cálidos, como armas letales que congelan la sangre en mis venas.
—Claro que lo harás bien, Marina. Eres ineluctable de nivel diez. Puedes con todo —me dice con una dulzura extraña que incluso me da miedo.
Trago saliva y asiento como puedo, aún hipnotizada por sus ojos. Bueno, al menos reconoce que lo haré bien. Aunque creo que solo trata de animarme. Me aclaro la garganta para recordarme que tengo que volver al mundo real. Aún hay más preguntas. Pero él no ha acabado.
—Ya sabes, protégete, siempre. Y protege a todos los compañeros que seas posible. Cuantas menos muertes mejor, ¿me entiendes? —vuelvo a asentir y continúa—: Que no te distraigan cuando vas a disparar, golpea con los nudillos, utiliza la velocidad, no dejes que te acorralen.
Sigo asintiendo con cada palabra hasta que termina. Deberé tener sus palabras muy presentes a cada momento, así que intento empaparme de ellas. Aún tengo otra pregunta.
—Gracias —le digo, él asiente y disparo mi pregunta—. ¿Sabíais que existíamos? Es decir, que estábamos organizados así.
Él sacude la cabeza a los lados.
—Pensábamos que eráis rebeldes en contra del gobierno. Jamás había habido ataques tan grandes como los que se están produciendo en los últimos meses. Debíamos haberlo supuesto. Siempre se llevan a los ineluctables.
—Azul tenía razón —murmuro deshaciéndome de su mano y sacando la cabeza de entre los barrotes—. ¿Y qué tendré que hacer?
Él se encoge de hombros y sonríe. Jamás lo había visto de esta forma, podría aventurarme a decir que estar en una celda sin compañía le hace bien. Ahora hasta me parece simpático, después de todo lo que me hizo en el cuartel. Aunque comparado con la puñalada en la mano de Azul, lo que me hizo él, no es nada.
—¿Me ves con pinta de saberlo? —contesta bromeando.
Le devuelvo la sonrisa y nos quedamos un instante en silencio, con la sonrisa congelada en los labios. Podría decir que es un silencio agradable, porque lo es. Pero no puede durar demasiado.
—Claro que no —respondo rompiendo el silencio—. Oye..., tengo que irme, le he pegado a Azul y no creo que se lo haya tomado muy bien, si me encuentra aquí pues...
Ce me indica que me calle y lo hago. Los dos nos reímos en silencio, luego añade:
—Lárgate, defectuosa. No te metas en más líos, no deberías jugar con chicos mayores.
Le sonrío mientras ambos nos levantamos, recordando cuando le dije que él no debería jugar conmigo. No quiero que juegue conmigo y me haga daño. No quiero irme, pero he de hacerlo, así que paladeo cada instante en este inmundo lugar oscuro con mal olor.
—No le diré a nadie que has estado aquí —dice.
Se acerca más a los barrotes, saca un brazo entre ellos para coger mi mano y acariciarla; me estremezco. Estos gestos son los que me hacen dudar. ¿Siento algo por él? ¿Siente algo por mí? Es imposible.
—Prométeme que volverás a verme y decirme que estás bien cuando vuelvas —me pide.
Me sorprende el tono casi suplicante de su voz que ahora parece tan dulce. La estancia entre estas paredes mugrientas y mohosas está afectándole al cerebro, no hay duda. Pero me gusta esta parte de Ce. No puedo creerme lo que me ha pedido. Se preocupa por mí. Sonrío, con los ojos empañados en lágrimas, con un nudo en la garganta y asiento.
—Te lo prometo.
Él también asiente, ahora frunciendo el ceño, me suelta para volver a su rincón mientras yo me alejo. La distancia se hace insoportable, una agonía. ¿Pero qué me ocurre? ¿Y si no lo vuelvo a ver? ¿Y si no vuelvo a decirle que he vuelto y estoy bien? No sé cómo lo voy a hacer, pero tengo que cumplir mi promesa. Salgo y respiro con fuerza, empapando mis pulmones de aire puro y limpio. Después suspiro.
—¿Qué quería Azul? —pregunta una voz delante de mí.
Dirijo mi vista hacia el individuo: es Katy. Le sonrío y ella me devuelve la sonrisa acercándose hacia mí. Puedo notar una punzada de celos en su voz.
Sonrío. Katy nunca cambiará. Así es mejor, porque me gusta así. Loca como siempre. No la cambiaría por nadie. Así que espero que se olvide pronto de Azul, porque es un estúpido y no quiero que la rechace más veces. Además, solo le gusta por su físico. Debería fijarse en lo que tiene dentro de la cabeza, si lo hiciera, seguro que lo odiaría tanto como yo. Todas lo harían.
—Mejor no preguntes —sacudo la cabeza y recuerdo nuestra conversación interrumpida—. ¿Y vosotros? ¿Por qué no venís?
Se encoge de hombros y subimos las escaleras.
—Tampoco hay que abusar. Ya tendremos tiempo. ¿No crees?
Le doy la razón sin mucha convicción, intuyo que me ocultan algo y no sé el qué. Nos dirigimos hacia la cabaña. Justo cuando me detengo, mis ojos se clavan en alguien como si tuviesen un imán: Azul. Desvío la mirada inmediatamente, pero sus ojos se clavan en mí y me examinan con minuciosidad. ¿Cómo se atreve?
Ya estoy cerca de la puerta cuando una mano me agarra por el codo. Resoplo exasperada. Qué harta estoy.
—¿Puedo hablar un momento contigo?
Estiro de mi brazo al reconocer esa voz y salgo por la puerta. No quiero tener nada que ver con él. Me gustaría volver a pegarle, pero sería malgastar mi tiempo. Así que mejor, lo ignoro.
—Hasta mañana, Azul —digo secamente antes de que la puerta dé un portazo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top