🖇️ Capítulo uno

CAPÍTULO UNO: UN DÍA EN SATORI.

"Hay peces que guardan sueños y colores en sus escamas. Otros son llamados a chocar contra ellos."


Lunes por la mañana, a dos horas de convertirse en tarde.

El sol, simulando ser un pez de oro, calentaba suavemente la ciudad con sus aletas translúcidas, llenándola de vida. Como si los tonos amarillos y azules claros trajeran nuevos comienzos para aquellos que caminaban por sus calles. O un atisbo de esperanza para los que nadaban tristes.

Hoy era un día bonito y en los días bonitos, y quizá comunes como este, las puertas de un restaurante con temática hogareña solían abrirse, listo para comenzar a recibir los primeros clientes a las diez de la mañana.

Paredes de color beige, decoraciones y muebles hechos con madera barnizada en tonos tierra, decenas de macetas y plantas colgantes que adornaban las esquinas y ventanas, las cuales siempre se conservaban abiertas. De esta forma, la luz natural inundaba el establecimiento, junto al aroma característico de un buen desayuno con café y leche tibia reconfortantes.

"Satori": el restaurante-cafetería más concurrido en varias cuadras a la redonda.

Probablemente te gustaría visitarlo.

Tan pronto como el encargado de barra abrió las hermosas puertas acristaladas, entró una multitud de personas a ocupar las primeras dos mesas del día.

— Espero que tengas ánimos de trabajar, porque tus clientes ya están aquí, Yoon —exclamó con voz cantarina BangChan, el mencionado bartender, al entrar de nueva cuenta a la cocina con sus compañeros.

— Nunca los tengo, pero veremos qué me depara el día... Odio los lunes —bufó Yoongi, nuestro mesero principal.

— Silencio ya, Garfield. Te toca la mesa dos —indicó Chan con una sonrisa burlona, la cual fue correspondida por el peli negro.

Un día en Satori podía tener muchos tonos.

A veces se ponía gris cuando un cliente llegaba a quejarse y a esparcir su mal humor; aún así, los empleados —más BangChan— trataban de entender a esas personas. Todos tenemos un mal día.

En otras ocasiones el lugar se ponía color rosa cuando llegaban muchas parejas a la vez, cada una sentada en su mesa, coqueteando y riéndose mientras se sentía el amor en el aire.

Y la gran mayoría de días eran dorados, como los goldfish, llenos de la luz exterior que calentaba el ambiente y la buena energía que se respiraba; los clientes iban y venían felices, satisfechos por el servicio y la comida.

Y por los guapos dependientes.

Tanto Yoongi como BangChan, el resto de empleados y por supuesto los dueños, procuraban siempre mantener a Satori como un lugar familiar y cálido, en donde la gente realmente podía estar cómoda. Y claro que lo lograban.

De diez de la mañana a ocho de la noche, Satori era el punto de reunión favorito en los alrededores y casi nada podía igualarle.

Pero ahora hablemos un poco de nuestro mesero principal, el cual suele decir "odio los lunes", y también los martes, miércoles, jueves y cualquier día en el que debiera trabajar.

No lo malentiendan, le gusta su empleo y el sueldo (sobre todo el sueldo), sólo que no se siente completo sin quejarse de algo o de alguien. Asimismo, se niega a arrancar aquella pereza bien arraigada a su ser, aunque siempre deba luchar contra ella; se queja, pero después se ríe y continúa con su vida.

Min Yoongi es un chico que fácilmente podría dedicarse al modelaje si quisiera.

¿Atractivo? Sí.

¿Inteligente? También.

¿Trabajador? Tiene qué.

¿Sociable? Mmm... Sí, cuando se lo propone.

Él no es el mejor si de sentimientos y muestras de afecto se trata y probablemente sea el segundo peor ejemplo que pudiéramos dar —sí, había alguien peor en el primer ejemplo—. Es por ello que solía mostrarse prudente respecto al tema. Quizá demasiado.

Yoongi pensaba: "si yo no puedo expresarme correctamente y el compromiso no me gusta, mejor me quedo soltero". Así al menos no dañaba a nadie en su proyecto de vida y tenía tiempo para divertirse con amigos y personas al azar.

Vivía su vida bien.

Tenía sueldo fijo (más propinas diarias), con lo cual podía perfectamente mantener sus gastos básicos y darse lujos como fiestas o compras.

Tenía mucho tiempo libre en las noches, ocho horas de descanso y quince minutos de llegada a Satori. Residir a una cuadra y media de distancia le ayudaba bastante, cabe destacar.

Tenía dos grandes amigos que le daban giros a sus días. A veces para bien y a veces para la locura.

Entonces... ¿Por qué tener una pareja? No la necesitaba y a sus 26 años no había mucho de qué quejarse. Aquí hablando con honestidad.

Pero claro que lo iba a hacer. Sin quejas no era Min Yoongi.

— Cierra ya, me voy —dijo el susodicho al llegar a la barra, después de haber atendido su quinta mesa del día.

— Ay, vamos. Si siquiera son las tres de la tarde. No seas flojo —respondió el peli rojo en tono de burla—. Además, te han tocado mesas sencillas.

— Se ven sencillas desde tu barra —Min sonrió de lado, siguiéndole el tono.

Una amistad como la de BangChan y Yoongi no era algo que se encontrara en cualquier esquina.

Ambos se habían conocido justamente en Satori, cuando el peli rojo trabajaba ya de bartender y Min estaba en busca de un empleo mejor que su anterior desgracia.

Fue tan casual como un "sólo tráeme un americano cargado, tengo que regresar a la oficina" y una respuesta –más humana que la usual– dicha por Chan: "¿Has dormido al menos? Te ves mal, amigo".

Y es que Yoongi había estado trabajando en un cubículo de oficina desde que decidió que estudiar la universidad no era su fuerte y, si era sincero, ese era un trabajo que realmente odiaba.

No dormía casi nada, siempre a las prisas, tomando café como loco y con veinte minutos exactos de descanso al día.

BangChan se enteró de ello en su primera conversación, la cual se tornó rápidamente en algo más que una plática cliente - empleado.

Poco a poco, su amistad se fortaleció, entre visitas diarias de Yoongi al restaurante y la sonrisa energética que Chan siempre le otorgaba al verlo; un día compartieron números, quedaron para salir finalmente como "conocidos" y fue allí cuando su lazo acabó por crearse. Poco después, él mismo le consiguió su puesto de mesero y entonces la vida de Yoongi mejoró por arte de magia.

El chico de cabellos rojos cual cereza era alguien bastante contrario a Min: muy alegre, enérgico, dedicado a su trabajo, amigos y casa; con una visión del futuro en donde quería encontrar un amor real y comprometerse de por vida.

Él quizá daba los mejores consejos de la ciudad y sobre todo, siempre procuraba estar para sus personas queridas cuando lo necesitaran.

Había estudiado gastronomía y conseguido su empleo en Satori hacía ya un tiempo. Por supuesto que su otro sueño más preciado era abrir un restaurante propio, donde finalmente podría mostrar todo lo que había aprendido en la universidad.

Un alma libre, brillante. Como un shot de cafeína, pero mucho mejor.

Tal vez por eso se llevaba tan bien con Yoongi. Se sabían complementar en una amistad bonita y divertida.

Hablando en otros términos: era el angelito sobre el hombro del peli negro.

— Pero miren quién llegó a molestar —comentó con sarcasmo divertido BangChan, mientras ambos –él y Yoongi– dirigían su vista a la puerta.

Desde la barra vieron como el tercer amigo del grupo entraba a Satori, con su típico traje negro, corbata gris, cabellos violetas y una sonrisa coqueta permanentemente plantada en el rostro.

Choi Soobin: el empresario del trío.

Y el primer peor ejemplo.

El chico caminó hasta llegar con sus amigos, tomó asiento en el primer banquillo disponible que vio y los saludó con un choque de puños, irradiando confianza.

— Llegó por quién lloraban, querrás decir —bromeó el peli morado, para después soltar un suspiro de cansancio fingido—. Chan, sírveme algo fuerte, ¿quieres? Lo más fuerte que tengas. Necesito despejar la mente.

— En primer lugar, lo más fuerte que tengo aquí es café sin azúcar o el limpiador de trastes... Y en segunda, ¿estás cansado de qué? —respondió el peli rojo, con las comisuras levantadas.

— Dale limpiador, eso quizá le deje impecable la conciencia —añadió Yoongi riéndose, comenzando a fregar la barra con algo de desinfectante. Levantó el trapo húmedo y lo meneó en el aire, simulando luego que se limpiaba las sienes.

— Menos mal me quieren —Soobin hizo un ademán dramático con las manos, llevándolas a su pecho con falso dolor. Los contrarios se miraron entre sí completamente incrédulos y entonces Choi volvió a su postura coqueta de siempre—. Ya, vale, salí con la chica que les conté y me cansé de esperarla en una tienda de ropa.

Su mayor tragedia era sostener bolsos y quedarse de pie un par de horas.

Vaya que merecía un shot... De limpiador.

— ¿Cuál chica? ¿Haerin?—preguntó Yoongi, queriendo saber más detalles.

— No, a ella la corté recién.

— Entonces... ¿Danielle? —le siguió Chan.

— ¡Vaya, no! Ella me exaspera... Aunque quizá la vea mañana.

— ¿Bahiyyih? —esta vez preguntaron al unísono, visiblemente sorprendidos del listado en crecimiento de chicas con quienes salía Soobin.

— ¡Ella! ¿O era Bibi? ¡Ay, no sé! Empezaba con B —finalmente el peli morado se rindió en su objetivo de decir el nombre correcto—. Como sea, salimos, la llevé de compras... Una odisea entera para encontrar un vestido y ni siquiera me gustó el color.

— Señor idiota Choi —inició Yoongi, deteniendo sus movimientos de limpieza anteriores—, tienes como cien novias, de las cuales no recuerdas ni sus nombres, ¿y tu mayor preocupación es el color de un vestido?

— No el color, el tiempo que tardó en elegirlo —respondió con naturalidad, sonando aún más tonto a los oídos contrarios—. Ah, y no son cien, son —por un instante, el hombre fingió pensar, con el dedo apoyado en la barbilla—... Seis. Sí, seis. Ninguna es mi novia oficial, por cierto.

— ¡¿Y tienes el descaro de aclarar?! ¡Me dará un derrame por tu culpa! —reclamó BangChan—. ¿Entonces por qué todas piensan que sí eres su novio, eh? Explícate.

— Cosas de mujeres —respondió el otro, tomando un sorbo del café cargado que Chan le acababa de preparar y servir, el cual escupió al instante por su sabor algo raro—. ¡Vamos, amigo! ¡Esto es asqueroso! ¿Qué le pusiste? Demonios... —limpió su traje, ahora un poco salpicado de aquella sustancia sospechosa.

— Probablemente sal... O el limpiador que mencioné —y con eso, Yoongi y BangChan rieron, burlándose de su amigo.

— Y toma, no quiero café con saliva en mi vista —dijo el peli negro, quien le cedió el trapo que estaba usando. El contrario con muecas lo recibió.

— Pésimo servicio, cero estrellas.

Choi Soobin, todo un personaje.

Este chico de altura considerable y ego aún más grande, era un empresario relativamente pequeño quien siempre prefería ir a Satori antes que a cualquier otro lugar.

Debido a su empleo, no tenía mucho tiempo libre por las tardes, por lo que tuvo que buscar la mejor opción referente a comida y así aprovechar sus treinta minutos de descanso. Satori era famoso también por su servicio rápido al cliente y por su ubicación casi céntrica, por lo que pasó el filtro de Soobin y terminó siendo la mejor opción. Comía rico, rápido y estaba cerca de su empresa. El combo completo.

Así fue como empezó a ir al restaurante todos los días y claramente, acabó en una amistad con Yoongi y BangChan.

Al ser cliente frecuente, ambos empezaron a hablar con él sobre otras cosas además de la comida que ordenaría y Soobin mostró la disposición de entablar conversaciones amistosas con ellos.

Todo marchó tan bien que una noche Choi llegó al restaurante justo cuando estaba por cerrar, sólo para invitar a sus nuevos amigos a un evento del trabajo.

Aquella fue la primera de muchas fiestas y eventos a los que iban juntos. Se divertían, bebían juntos y se quedaban a dormir en el departamento de BangChan.

Y por supuesto, durante el día se veían en Satori cuando Soobin salía a comer, además de aprovechar sus días de descanso para estar juntos en planes más tranquilos como ver televisión o jugar videojuegos.

A veces parecían niños en cuerpos de adultos.

Claro, sólo a veces.

Choi era un hombre del tipo deslumbrante.

Podía atraer a prácticamente cualquier chica gracias a su apariencia y personalidad naturalmente coqueta, sumando que se comportaba como un encanto total con ellas. Por eso tenía a varias detrás suyo, tan sólo siendo felices con las mínimas oportunidades que Soobin les daba para verlo y estar a su disposición.

Era mujeriego, sin interés alguno por una relación amorosa estable y muy alejado de la monogamia.

¿Amor eterno? Falacias para sus oídos.

Él era como la parte contraria de BangChan: un diablito en el hombro de Yoongi, el cual se encargaba de darle los peores consejos habidos y por haber, contarle sus experiencias con mujeres distintas y llenarle la cabeza de ideas poco morales.

Pero, aún así, tenía buena madera de amigo.

Irónico. El muchacho se hacía querer bastante.

— Ya, ¿feliz? —dijo el peli morado cuando acabó de limpiar el café de la barra, dejando el trapo allí sin delicadeza.

— Satisfecho diría yo —Yoongi lanzó un suspiro, mientras estiraba sus brazos por encima de la barra, quedando como un gato aplastado—. Estoy muy cansado... Y me duelen las rodillas...

— ¿También te duele el codo y quieres ir al baño? Vamos, Yoon, ya cambia tu diálogo —comentó Chan con tono de burla y al fondo se escuchó a Soobin decir "eso es la edad".

— Ver la película Up cincuenta veces te frio el cerebro —añadió el aludido y ambos comenzaron a reírse de su pobre amigo en desgracia.

— Ja, ja... Que graciosos... Si hubieran atendido esa última mesa de la señora anciana con pésima memoria entonces entenderían porq- —y a mitad de su queja se detuvo en seco, distraído por algo frente a él. O más bien, alguien.

Un hermoso y exótico pez perdido en ese arrecife.

Por unos segundos, Yoongi también se perdió en otro coral, con los sentidos desactivados a excepción de la vista y con una sensación de nervios que no era para nada común en él. Enajenado, sentía el cuerpo entumecido y la mente flotando dentro de una burbuja tornasolada.

¿Min Yoongi nervioso? Eso jamás. No se lo permitía ni por error.

Pero... ¿Por qué dejaba todo a flote cada vez que lo veía a él? Con sus halos imaginarios de colores y sus movimientos fluidos y gráciles.

— Hey, idiota, aquí —dijo Soobin, chasqueando los dedos justo frente a la cara del peli negro.

— Tierra llamando a Yoongi, ¿hay alguien ahí con vida? —Chan se unió a la situación, pasando su mano de arriba a abajo frente a él, hasta que finalmente ambas acciones lo hicieron espabilar.

— ¿Qué? —trató de fingir que realmente nada había pasado. Sin embargo, no lo logró.

— ¿A quién ves, loco? —cuestionó Choi con una ceja arqueada.

— A nadie... —el pálido bajó la mirada con vergüenza, tratando de aclarar su garganta que de forma repentina se le había secado. Carraspeó.

— A nadie, sólo al chico de allá —BangChan señaló con la mirada a una mesa junto al ventanal más grande—. Ha estado viniendo muy seguido en las tardes y a Yoon le parece lindo.

— No es cierto... Sólo dije que parecía agradable —fingió demencia tomando su trapo y fregando la barra, que ya estaba completamente limpia.

— ¡Iugh! No puede ser posible, hermano. No quiero escuchar tus cursilerías —Choi hizo una mueca exagerada de asco, para luego soltar una risita burlona—. ¿Dónde quedaron todas mis enseñanzas?

— Esperemos que muy por debajo de la tierra —añadió Chan y le dió un leve y amistoso codazo a Yoongi—. ¿Cuándo piensas hablarle? Llevas una semana viéndolo en lugar de acercarte.

— Ni loco, mejor así lo dejamos —de nuevo, el peli negro se sentía nervioso. Raro. Logrando percibir como su cara subía de temperatura y las mejillas le cambiaban de color.

— ¡Anda, ve! ¿Qué es lo peor que puede pasar? —BangChan volvió a empujarlo con el codo.

— ¡No le des esas ideas! Pueden congeniar y terminar en una relación estable. ¡Qué horror! —y así, estos dos polos opuestos se enfrascaron en una mini discusión sin sentido. Y el diablillo soltaba objeciones fuertes.

Soobin hacía de todo para argumentar el porqué Yoongi no debería gustar de una sola persona, ni mucho menos acercarse a hablarle como si de una película se tratara. Por otro lado, BangChan le reclamaba por su estúpida forma de pensar y le daba buenos contraataques para refutar semejante tontería, haciéndole ver que podía ser una linda oportunidad para Min si este decidía dar el primer paso.

No obstante, aquella acalorada plática no era más que ruido blanco para Yoongi, quien tenía su propia lluvia de pensamientos saboteadores.

"¿Y si no resulta bien? ¿Qué tal si le caigo mal? Podría parecer un acosador. ¿Estará bien si hago esto?"

Min tenía ganas de ir, hablarle y al menos hacerse su amigo. Una intensa curiosidad sobre el origen de sus nervios le atacaba cada vez que veía a ese chico en especial, no importaba la hora o el momento. Lo llamaba como el canto de la sirena llama a un marinero y Yoongi mordía el anzuelo como un pequeño pez.

Se sentía fascinado.

Y envuelto en ese miedo latente a dos cosas: ser rechazado por completo o iniciar algo que después no sabría cómo parar.

¿Qué debía hacer?

El ruido de ambiente se arremolinó en sus oídos. La sangre bombeó con fuerza.

Si bien no tenía la respuesta, Yoongi tampoco era conocido por ser un cobarde, así que tomó una decisión rápida de la cual no estaba cien porciento seguro, pero... ¿Cuándo se está realmente seguro de algo?

— Al carajo, iré —anunció por encima de la discusión de sus amigos y dejó la barra para comenzar a caminar.

— ¿Qué? —dijeron los dos contrarios al unísono.

— Yoon, ¡espera! —alcanzó a escuchar la voz de Chan a lo lejos.

Yoongi se abrió paso entre sus compañeros e incluso se metió en el camino de otro mesero para llegar primero a la mesa del chico en cuestión. Ya tendría tiempo de disculparse por el ridículo.

Con una velocidad envidiable, el azabache sacó la libreta de comandas para anotar la orden que aquella fantasía viviente le pidiera, preparó su bolígrafo de tinta azul y tomó una gran bocanada de aire antes de llegar a la mesa del ventanal. Luchó por mantenerse sereno.

Cosa que no le funcionó en lo absoluto.

— Buenas tardes, seré su mesero en esta ocasión, mi nombre es Yoo... —de nuevo, a mitad de la presentación que ya debía ser rutina, se quedó en completo silencio, siendo escaneado por un par de iris color miel.

— Buenas tardes, es un gusto... Ah... ¿Cómo dijo que se llama?—el chico –más bien la reencarnación del tritón más bello– le habló con voz dulce, estableciendo contacto visual y rematando con una bonita sonrisa en forma de corazón.

Sí, por eso Yoongi se quedó sin habla.

Uno podría pensar que cinco o diez segundos, pero en realidad fueron casi dos minutos en los que Min sólo se mantuvo ahí, frente al chico, parpadeando y en modo tieso.

Ciertamente preocupante y un tanto perturbador.

— ¿Está bien? —preguntó el chico, envuelto en una tierna consternación y dudando entre si debía remover el cuerpo del peli negro o esperar a que saliera por sí mismo de aquel trance. Tenía algo de hambre, la verdad.

Por fortuna, BangChan se dió cuenta del número tan vergonzoso que su amigo estaba montando sin querer y dejó la barra de lado para ir a ayudarle. Soobin se tapaba la cara como Marge Simpson.

Bang pasó por detrás de Yoongi, y sin pensarlo mucho y con bastante sutileza —nótese el sarcasmo— le otorgó un empujón tremendo tras clavarle el codo en la espalda, haciéndolo reaccionar antes de caer encima del cliente. Luego le sonrió también al aludido antes de irse de nuevo a su puesto, en un silencioso "Perdónalo, ya lo arreglé".

Yoongi se aclaró la garganta antes de hablar, parpadeó varias veces con rapidez y entonces logró continuar con la conversación que había dejado atorada.

— Disculpe... No sé que me ocurrió —trató de recobrar aquella postura profesional de la que a veces alardeaba y –en contra de sus mejillas calientes– prosiguió—. Mi nombre es Yoongi y le estaré atendiendo. ¿Listo para ordenar?


— Menos mal que está bien, debo decir que me preocupé bastante —el chico emitió una risa suave y volvió a sonreírle—. Mucho gusto, mi nombre es Hoseok, y sí... Creo que estoy listo para ordenar.

Hoseok.

Un día en Satori podía tener muchos tonos. Hoy era de color miel.

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