Llegada
Llegada
.
.
.
Un castaño de orbes azul grisáceo caminaba alegremente por los pasillos de la mansión en la que vivía, buscando algo con lo que entretenerse, o más bien, buscando a Natsu. ¡Había desaparecido, y él quería seguir jugando!
Seguro que estaba con Leon, Roll y Hibird, siempre que huía iba con ellos.
Suspiró mientras abría una de las múltiples habitaciones de su casa, llamando al pequeño león que pertenecía a su mamá —por ende, a él—, y descubriendo que el cuarto en el que se encontraba era uno de los laboratorios de investigación.
—¡Giannini-san! — su exclamación pareció asustar al aludido, quien dio un pequeño salto en su asiento antes de girar en la silla para verle.
Pese a haber nacido en Italia, sus padres le habían inculcado las costumbres japonesas, por ello no podía evitar añadir el honorífico. Muchos externos a su familia le han preguntado anteriormente la razón, y como le molestaba tener que explicarlo cada vez, lo decía con desgana o directamente ignoraba la pregunta. Se había llevado unas cuantas charlas por ello.
—Pequeño, no me asustes así —sonrió nervioso el adulto, y el castaño notó como escondía algo tras suya.
Lo comprobó cuando movió su cabeza de un lado para el otro intentando ver lo que era, siendo impedida su visión por el mayor desplazándose según su mirada.
—¿Qué tienes ahí? ¿Un juguete nuevo? —dijo con curiosidad—. Justo ahora estaba aburrido.
—N-no... No es un juguete, Sora... —negó, pero el niño no quedó satisfecho con esa respuesta.
De un par de ágiles saltos, se puso encima de la mesa para ver lo que era el objeto, sorprendiéndose al descubrirlo.
—Esto es del tío Lambo —dijo tomando lo que, si no recordaba mal, se llamaba "Bazooka". El menor de sus tíos siempre le decía que no debía cogerlo, y nunca solía prestárselo—. ¡Seguro lo está buscando! Se lo devolveré si me da un dulce.
«Y de paso veré para qué sirve» pensó con diversión.
Con esa convicción, se bajó de la mesa con el objeto entre sus brazos.
—¡Espera, no puedes devolvérsela aún! —volteó para mirar al ingeniero con curiosidad, arqueando una ceja.
—¿Por qué no? —preguntó, sacándole una risa nerviosa.
—Porque... ¡no está aún reparada! —inventó, y Sora entrecerró los ojos ante su mentira.
—Mientes —Giannini pasó saliva al ver la mirada afilada del menor, dándose una palmada mental.
El pequeño Sora era conocido por ser muy sensible a las mentiras pese a tener tan solo cinco años, y una personalidad... muy cambiante.
Tan pronto como puede estar sonriendo cálidamente y parecer un dulce ángel, puede cambiar a su «modo enfadado» y parecer el mismísimo demonio, sobretodo cuando no le decían la verdad o se metían con algún miembro de su familia.
Y nadie quería ver a Sora enfadado, menos teniendo en cuenta los carácteres de sus familiares.
La genética de Hibari Kyoya sumado a que no era nada desconocido el cariño que el pequeño tenía a su «abuelo Reborn», el cual se encargaba de la educación del niño junto a su otro sádico «tío Mukuro». Y a todo eso había que añadir que, pese a lo que se pudiera pensar, Sawada Tsunayoshi tenía muy mal carácter cuando se enfadaba, y era más sádico que el ex-arcobaleno y sus dos guardianes juntos.
La suma de todo eso daba como resultado que Sora fuera el terror personificado en el cuerpo de un niño de tan solo cinco años.
Lo que el ingeniero no sabía era que, además, Reborn había incumplido uno de los pedidos de su ex-dame-alumno —aunque siguiera diciéndole Dame-Tsuna, con todo el afecto que podía expresar, por supuesto— y había entrenado al pequeño desde que este tuvo uso de razón y sabía caminar. Más o menos, cuando tenía tres años.
—Espera, no te enfades... —la silla fue a dar contra el filo del escritorio, impidiendo que pudiera seguir marcando distancias entre él y el pequeño que se aproximaba amenazante.
Sin embargo, en su enfado, el menor no se percató de un metal que estaba desparramado por el suelo y acabó tropezando con él, haciendo que cayera y la Bazooka le tragara por completo.
Cuando la explosión de humo rosa se hubo disuelto, Giannini se dio cuenta de dos cosas problemáticas.
Una, que si la versión futura del niño no había aparecido era porque su experimento había salido bien y se había trasladado a un pasado donde aún no nacía —o pudiera existir la otra posibilidad, la cual no quería plantearse— pero no había terminado de retocar el tiempo de los cinco minutos, y no sabía cuándo regresaría.
Y eso daba al problema dos, se dijo mientras veía al décimo jefe Vongola entrando y preguntando por su hijo, y era que se había metido en un gran lío.
Mientras Giannini veía cómo excusarse y librarse del enfado de Tsuna —sin incluir que tarde o temprano los demás se enterarían—, el pequeño Sora miraba asombrado su alrededor.
La campana de lo que parecía ser una escuela, o más bien un instituto, sonó, y todos los chicos uniformados que estaban a su alrededor entraron en el recinto charlando entre ellos —en japonés, algo que sin duda le sorprendió— sin percatarse del niño que había aparecido de la nada.
Estaba en un patio, por lo que se veía, y hacía frío. Mucho si se contaba con que llevaba ropa ligera, pues no pensaba salir de la mansión en todo el día.
Corriendo, se metió dentro del edificio. Se vio entre adolescentes que iban de aquí para allá, entrando cada uno en sus aulas y se sintió desubicado, además de agobiado por tanta y tanta gente.
Mucha multitud le irritaba, aunque mamá le había enseñado que debía controlar su mal humor. Papá era más comprensivo en ese aspecto.
Sabiendo que necesitaba de alguien que pudiera decirle cómo regresar a su casa, y una vez se hubieron vaciado los pasillos, empezó a caminar entre las aulas esperando algún sentimiento que le dijera dónde entrar.
En situaciones como esas, se dejaba llevar por lo que intuía, como bien le había enseñado su abuelo Reborn, y siempre funcionaba.
—¡Sawada, atento! —exclamó una gruesa voz con enfado, mientras pasaba por una de las plantas del lugar.
¿Ese no era el apellido de mamá y la abuelita?
—¡Lo siento! —exclamó un chico, y se escuchó una risotada general.
Era algo diferente, más aguda, pero la voz era bastante parecida a la de su mamá, y además sentía que debía entrar ahí.
Sin pensarlo demasiado, corrió la puerta, llamando la atención de todos los adolescentes de dieciséis años que se encontraban en clase de biología.
—¿Un niño? —preguntó el profesor, mirando sorprendido al infante—. ¿Qué haces aquí? ¿Te has perdido?
Sora no respondió, se dedicó a pasear su mirada por todos los alumnos hasta dar con lo que estaba buscando, encontrando un par de orbes almendra y cabello castaño como el suyo.
—¡Mamá! —sonrió alegremente al reconocerle, y corrió hacia su madre contento de la vida, abalanzándose encima suya y sentándose en sus piernas.
Toda la clase quedó en un silencio de ultratumba, procesando las palabras de Sora y la imagen que se desarrollaba en sus narices.
¿Ese niño acababa de decir «mamá» a un chico de dieciséis años que era, ni más ni menos, conocido como Dame-Tsuna?
Nadie emitió sonido alguno hasta que, segundos después, tres jóvenes reaccionaron.
—¿Décimo...? —preguntó con inseguridad un chico de cabello plateado y ojos verdes al ver la cara de estupefacción del aludido.
—¿Tsuna? —llamó de nuevo otro chico de ojos cafés y cabello azabache.
—¿Tsuna-kun? —cuestionó un pelirrojo de orbes rojizos, intrigado como todos por su mejor amigo y su supuesto hijo.
Sin embargo, no lograron hacer reaccionar al castaño, quien miraba con incredulidad al pequeño desconocido que le había llamado "mamá" delante de toda la clase y ahora se abrazaba a su pecho.
¿Qué demonios sucedía con su vida? ¿Podía ser más alocada?
—¡Dame-Tsuna es madre! —soltó uno de los alumnos, burlándose tras salir del asombro inicial. Seguidamente, todos empezaron a reírse de la situación mientras el profesor aún seguía algo desorientado ante las palabras del niño. Era licenciado en biología, después de todo...
Mientras, se notaba a leguas que a Sora no le agradaban para nada los comentarios que hacían los compañeros de clase de su madre. Nadie se metía con su mamá, menos esos herbívoros que no le vencerían ni juntándose en manada, y el derecho de llamar a su mamá «Dame-Tsuna» solo lo tenía su abuelo Reborn.
—¿Tenéis algún problema con mamá? —la clase volvió al silencio absoluto con la mirada fulminante junto al aura asesina que emanaba el niño.
Ninguno podía creer que un infante de cino años, a lo mucho seis, pudiera imponer el orden en una clase que ni el profesor más severo lograba acallar. Y lo había hecho con solo cinco palabras y una mirada.
La guardiana de la niebla ahí presente no pudo evitar sonreír al escuchar las palabras del infante, tomando su móvil para enviar un mensaje a cierta persona que seguramente se interesaría por la situación, atrayendo la atención de Uni, quien había seguido asistiendo a ese instituto pese a las contras de Gamma.
La ex-arcobaleno del cielo tan solo podía alegrarse por el chico, pues Byakuran le había comentado alguna que otra cosa en sus experiencias por mundos paralelos relativo a Sawada y el conocido como «Demonio de Namimori». Kyoko solo veía las reacciones de sus amigas con algo de curiosidad y bastante intrigada acerca de la identidad del pequeño.
Mientras, Tsuna tan solo pudo reaccionar cuando reconoció esa característica mirada de «os odio a todos y no dudaré en morderos hasta la muerte como sigáis haciendo algo que no me gusta».
Por favor, ¡si tenía el mismo color de ojos y todo! ¡Era exactamente igual a su guardián de la nube!
—Pro-profesor, creo que este pequeño está perdido —se levantó con el niño en brazos, excusándose—. ¡Lo llevaré a dirección!
Con esa mala excusa, y sin esperar respuesta alguna, salió como alma que lleva el diablo del aula.
Chrome decidió dejar en manos de los demás la tarea de tranquilizarlo mientras reía ante el leído de su mensaje, y Uni convenció a la hermana del boxeador para que no fuera tras ellos, sabiendo que sería lo mejor y deseando interiormente la mejor de las suertes al castaño.
Enma le siguió de inmediato, Hayato y Takeshi se miraron mutuamente en un gesto cómplice antes de seguir al castaño, quien corrió hasta una de las aulas vacías.
—¿Pasa algo, mamá? —Sora parpadeó ante la mirada de incredulidad que le dedicaba Tsuna, quien le sentó encima de uno de los pupitres.
—Vale, tengo que estar tranquilo —se repetía continuamente el castaño mayor, respirando profundamente antes de mirarle con duda—. Bien, pequeño... —se dirigió a él, sacándole una mueca.
—Sora, me llamo Sora, mamá —corrigió—. ¿Es que no te acuerdas?
—¡Tsuna-kun! —exclamó el poseedor de la llama de la tierra, accediendo al lugar.
—¡Tsuna! —irrumpió el beisbolista a continuación, seguido por el bombardero, ambos preocupados por la situación.
—Tío Enma, tío Hayato, tío Takeshi —sonrió Sora, alegre de encontrar a sus familiares ahí—. ¿Dónde está Kai? ¿Y Riku? ¿No han venido con vosotros?
Los aludidos quedaron sorprendidos ante sus palabras. ¿Quién demonios era Kai? ¿Y Riku?
Sora, mientras tanto, veía las expresiones de sus familiares con fastidio. ¿Qué se suponía que les pasaba? ¿Solo porque parecieran más pequeños ya no lo recordaban o qué?
—Décimo, ¿quién es este niño? —preguntó Hayato tras unos minutos de asimilación.
—Ojalá lo supiera —suspiró Tsuna.
—¡Claro que lo sabes! ¡Soy tu hijo! —se indignó el pequeño—. ¡Sora! ¿Recuerdas?
—Verás, Sora-kun... —el castaño se revolvió el cabello con una sonrisa nerviosa—. Es que yo no tengo hijos... Y si lo fueras, sería tu padre, no tu madre —intentó explicar, pero el niño negó repetidamente con la cabeza.
—¡Eres mamá! ¡Ma-má! —silabeó, sacándole un suspiro resignado al joven Sawada.
—No creo que mienta, Tsuna —intervino Takeshi—. Se le ve muy sincero.
—Y se parece a ti, Tsuna-kun —rió levemente el pelirrojo, señalando el cabello del pequeño. Su peinado anti-gravedad de color chocolate era exacto al de Tsuna, y claramente no se podía conseguir fácilmente.
—¡Es que no miento! —declaró, cruzándose de brazos.
—Mi intuición también me dice que está siendo sincero —admitió Tsuna—. Pero... ¿cómo es posible?
—¡Pues siéndolo! —exclamó hastiado de tanta duda, aunque segundos después su boca fue tapada por la mano de su mamá que no le recordaba.
—Haz silencio, si sigues gritando de esa manera... —no terminó la oración cuando la puerta se volvió a abrir, dejando ver a un molesto azabache de orbes azul grisáceo. El cielo se tensó al sentir la presencia de su guardián—. Hi-Hibari-san... —tartamudeó Tsuna, sonriendo nerviosamente.
—¿Qué ocurre aquí? —preguntó, fijándose en el pequeño.
Había ido al escuchar escándalo en una de las aulas que deberían estar vacías a esa hora, y aunque se había dispuesto a morder hasta la muerte a los alborotadores, no pensó que había un chiquillo ahí y que el omnívoro estuviera involucrado.
—Mmm... —Sora se revolvió, quitando la mano del castaño de sus labios—. ¡Papá! —bajó de la mesa para correr hacia el azabache, saltando para aferrarse a su cuello.
Kyoya, gracias a sus reflejos, llegó a sostener al niño en sus brazos para que no cayera, y le miró con una ceja arqueada ante el llamado.
Y no era el único asombrado.
Los guardianes de la lluvia y tormenta abrieron los ojos como platos ante la exclamación, boquiabiertos. El jefe Simon sonrió, sabiendo lo que significaba eso y alegre por su amigo al ser conocedor de los sentimientos de este, pero el más estupefacto era, sin lugar a dudas, Tsuna.
Sería un Dame, como medio instituto y su tutor le decían siempre, pero era simple cuestión de sumar dos más dos. Si Sora le había llamado «mamá» y al prefecto «papá», eso solo podía significar una sola cosa.
Se sonrojó hasta las orejas, avergonzado al pensar esa posibilidad.
—¡Mamá no me recuerda! —recriminó, mirando de nuevo al de orbes almendra con reproche. Al lado de su «padre», el aludido podía ver con claridad el parecido que portaban.
—¿Mamá? —cuestionó el prefecto, dirigiendo su mirada a Tsuna, quien no sabía dónde esconderse.
—¡Sí, mamá! —como si no hubiera sido suficiente, Sora levantó el dedo para señalar aún más al chico—. ¡Ni siquiera mis tíos!
Ninguno se atrevió a replicar ante la acusación, aunque sinceramente, Kyoya tampoco tenía ni la más mínima idea de quién era ese niño que le había llamado «papá».
—Creo que todo esto es una confusión —rió nerviosamente Tsuna, acercándose cautelosamente a ambos.
—¡No es una confusión! —el pequeño empezaba a enfadarle seriamente el que se hicieran los tontos—. ¡Díselo, papá! —miró al mencionado, haciéndole parpadear—. ¡Dile que soy vuestro hijo!
Kyoya y Tsuna se miraron al mismo tiempo, el cielo profundamente ruborizado mientras la nube, aún en su asombro, pensaba qué decirle al niño, pues estaba claro que él no podía ser su padre, no tenía hijos. Mientras, los otros dos guardianes miraban, como si se tratase de un partido, las caras de ambos «padres» y Enma contenía a duras penas la risa.
—¡Ya está bien! —Sora se había dado cuenta de que ni siquiera su padre le creía—. ¡Sois mis padres, y puedo demostrarlo!
De alguna manera que los adolescentes no pudieron percibir, logró quitar al azabache las tonfas que siempre llevaba consigo —aunque le costó un poco levantarlas dado que eran del tamaño de la mitad de su cuerpo, pero cosas peores había levantado a su corta edad. El abuelo Reborn no tenía piedad— y saltó fuera de sus brazos antes de que pudiera retenerlo.
Siendo el centro de atención, cerró los ojos y se concentró en recordar los entrenamientos con su abuelo Reborn.
Para sorpresa de los cinco estudiantes de Namimori, una flama naranja y brillante apareció en el cabello castaño del niño, igual o al menos muy semejante a la de Tsuna. Las tonfas que había arrebatado a Kyoya irradiaron las características llamas moradas de la nube.
Para cuando abrió los ojos, estos eran una mezcla de naranja y morado que nunca habían visto antes.
Sora sonrió cuando vio que sus espectadores no podían creer lo que observaban, pero enseguida la fatiga le pasó factura. Era lo malo de activarlas, que consumía demasiada energía en muy poco tiempo y le dejaba al límite de sus fuerzas.
Sin aguantarlo más, desactivó las llamas y sintió que las fuerzas le fallaban, haciendo que no pudiera mantenerse en pie.
Viendo lo que sucedería momentos después, Tsuna y Kyoya se apresuraron a ir a por él antes de que cayera al suelo, casi chocando entre ellos al ir ambos al mismo tiempo.
Lograron capturar al pequeño para que no se diera un buen golpe contra el piso, ambos sujetándolo y quedando bastante cerca uno del otro con la única separación del menudo cuerpecito del niño. Sus miradas conectaron en un segundo, y no se volvieron a separar, creando una atmósfera única y especial.
Antes de que Hayato pudiera exclamar algo que rompiera el ambiente, el espadachín le tomó del brazo y le tapó la boca con una mano mientras le sacaba fuera del aula ayudado por Enma para que no se le ocurriera irrumpir.
—Buena suerte, Tsuna-kun —susurró el pelirrojo, más para sí que para su amigo, y con una sonrisa cerró la puerta con cautela.
Ninguno se dio cuenta de su salida. Sora había caído dormido en la seguridad de los brazos de sus padres, mientras estos seguían mirándose como si no pudieran despegar la vista del otro.
Las preguntas eran obvias, las respuestas claras y a la vez confusas. Solo sabían con certeza que ese infante afirmaba ser hijo de ambos, tenía todas sus características e incluso se podría decir que compartía el carácter de ambos.
Solo que las cosas, pese a ser tan claras y simples, se complicaban en el momento de la inseguridad y el misterio que había en los sentimientos de la persona amada.
En algún momento que no se pudo percibir, sus rostros estaban a centímetros, como si el silencio tan solo cortado por sus respiraciones les incitara a acortar todas las distancias, a dejar de lado cualquier reparo.
En ese instante en el que el viento revolvía sus cabellos y tan solo la naturaleza del exterior sería testigo de lo que sucedería, tan solo deseaban fundirse en un beso, un beso que fuera único y especial...
Sin embargo, cuando sus labios estaban a punto de encontrarse, el castaño pareció salir de la burbuja de ensoñación y se ruborizó al ver lo que estaba a punto de hacer, retrocedió levemente con vergüenza y rompiendo el contacto visual.
El azabache desvió su mirada al pequeño dormido para no dejar translucir su frustración ante el alejamiento. No obligaría a Tsuna a nada que no quisiera hacer, menos en ese aspecto.
—Se-será mejor... que me lo lleve a casa... —dijo el de orbes almendra al cabo de unos momentos—. Seguramente... Reborn sepa qué está sucediendo...
Una parte de Kyoya se negaba en dejar ir al pequeño, pese a que no había pasado demasiado tiempo con él, sentía que no debía apartarlo de su lado. Sin embargo, sabía que estaría mejor con Tsuna, y que este no dejaría que nada le sucediese.
Con un asentimiento de cabeza, dejó al niño en brazos del castaño mientras se incorporaba, y Tsuna le imitaba. Se disponía a irse, hasta que vio la escena que se desarrollaba frente a él y la cual le dejó paralizado.
El adolescente había esbozado una pequeña y cálida sonrisa con sus mejillas aún rojizas y acariciaba el rostro del pequeño con dulzura mientras este, al sentir el tacto, se acurrucaba hacia su pecho mientras murmuraba algo inaudible para el azabache.
Aquello le sacó una pequeña y sincera sonrisa. Sora al final habría estado en lo cierto, aunque no se pudiera creer en primera instancia, Tsunayoshi sí que parecía en ese momento una madre preocupada por su hijo.
Cualquiera que viera de lejos aquella escena, pensaría sin duda que se encontraba frente a un bonito cuadro familiar.
Tsuna notó que el azabache aún no se había marchado, algo sin duda extraño teniendo en cuenta su carácter solitario y tendencia a salir de cualquier lugar donde hubiera más de una persona. Sin embargo, aunque no le incomodaba, su presencia le avergonzaba de por sí, más cuando estaba con ese pequeño que se había presentado como su hijo.
Un hijo de ambos... ¿sería eso posible en un futuro?
—¿Futuro? —susurró para sí, recordando sus experiencias con la Bazooka de Lambo.
¿Pudiera ser...?
Kyoya vio como el castaño se sonrojaba nuevamente hasta las orejas, sumido en algún pensamiento que desconocía.
Tsuna levantó la mirada para verle con sus orbes almendra llenos de vergüenza y asombro, con sus labios levemente entreabiertos. Su expresión le hacía querer acercarse y robarle el beso que había estado a punto de conseguir momentos antes. Tuvo que contenerse para no hacerlo.
—Creo que ya sé qué está pasando —declaró—. Aunque... —su cabeza se agachó, profundamente avergonzado.
—¿Aunque? —instó, acercándose al chico y obligarlo a levantar la mirada con suavidad y conectar sus ojos.
—Es... una tontería —negó con nerviosismo, restando importancia.
—No importa, dímelo —el castaño pasó saliva, sin saber dónde meterse.
—E-es posible... que Sora-kun venga... del futuro... —se atrevió a decir tras muchas vacilaciones.
No hizo falta aclaración alguna después de ello, Tsuna supo que su guardián sabía lo que quería decir, aunque tampoco era tan difícil adivinarlo.
Si Sora venía del futuro alegando que ambos eran sus padres, eso solo podía significar que habían acabado teniendo una relación amorosa. Pero el castaño lo veía como una locura, ¿Kyoya correspondiéndole? ¿Era eso posible en un futuro?
No quería hacerse demasiadas ilusiones. Después de todo, las cosas podían cambiar. ¿Y si el pequeño venía de alguna dimensión paralela?
Un momento, ¿dimensiones?
La imagen de un albino devorador de malvaviscos le llegó a la mente. El que más sabía acerca de esas cosas era, sin duda, uno de los jefes de la familia Millefiore. Byakuran podría ayudar a aclarar esa situación.
—Si es nuestro hijo, habrá que cuidarlo —dijo simplemente, sorprendiendo a Tsuna—. Y también habrá que pensar cómo devolverlo a su tiempo.
—S-sí... —afirmó nervioso. El tacto de la mano del azabache en su rostro no ayudaba a su descontrolado corazón—. Quizá... Byakuran pueda ayudarnos...
—¿El tipo ese? —Kyoya hizo una mueca. No era de su agrado la confianza con la que el italiano trataba al joven castaño. Le llamaba con una familiaridad... muy natural para su gusto. Aunque bien sabía que el interés del albino no se centraba en su omnívoro, seguía molestándole—. No me convence.
—Pero es el que más sabe de esto... —claro que al azabache le molestaba aún más que Tsuna insistiera.
—Kufufufu~. Así que al final era cierto lo que me dijo Nagi —lo que faltaba, se dijo el prefecto al escuchar la estúpida risa característica de la piña tras suya mientras daba media vuelta para echarle de la sala con la mirada—. Os habéis adelantado demasiado, ¿no?
—¡Mukuro! —exclamó sorprendido Tsuna, y el ilusionista ignoró completamente la mirada fulminante de Kyoya.
—Alondra-kun siendo padre, quién lo diría —de un par de movimientos, el azabache ya tenía sus tonfas preparadas en sus manos, dejando tras suya al castaño y el niño—. Déjame decirte que tienes gustos muy extraños, Tsunayoshi.
—Por irrumpir en el instituto, te morderé hasta la muerte —Mukuro hizo aparecer su tridente y empezaron una lucha en el aula.
Sabiendo que el lugar sería peligroso en segundos, Tsuna se dispuso a sacar a Sora de ahí. Sin embargo, ante el ruido que hicieron los choques entre ambos guardianes, el niño se despertó.
—¿Mamá...? —murmuró, atrayendo la atención del castaño.
—Se podría decir que sí —suspiró, sabiendo que no iba a poder convencerle de lo contrario. Era terco, como bien había podido comprobar.
—¿Papá? —señaló al azabache, quien se centraba en su batalla contra el ilusionista—. ¿Y ese no es...? ¡Tío Mukuro!
Se deshizo de los brazos de su madre y fue corriendo hacia ellos, ignorando el peligro de la situación. Cuando ambos se metían en una pelea, no salían de ella hasta que, o bien alguien interfería —y salía herido— o acababan por dar tregua al cansancio. Por tanto, ni escucharon al pequeñín.
—¡Sora, regresa! —exclamó Tsuna preocupado, siguiéndole.
Mientras, Mukuro se preparaba para lanzar una patada al azabache, y este para asestarle un golpe en la pierna, cuando se interpuso el niño en el punto de ataque seguido por el otro castaño, quien abrazó protectoramente al pequeño y se arriesgaba a recibir el daño.
Kyoya pudo detener a tiempo su brazo, quedando a centímetros del cabello de Tsuna mientras la niebla caía hacia atrás al parar en seco su ofensiva, acabando sentado en el suelo.
—¡Tío Mukuro! —exclamó Sora, deshaciéndose de los brazos de su mamá para correr hacia el ilusionista.
—Oya, oya —el peso inesperado del niño le hizo caer definitivamente de espaldas al suelo—. Deberías tener más cuidado, pequeño.
—¿Tampoco te acuerdas de mí? —se apenó.
Mukuro no supo qué responder a eso. Sus ojos le miraban con lástima, y no tenía el valor para confesarle que no tenía ni idea de quién era. Tan solo sabía que era el supuesto hijo de la alondra y Tsunayoshi por lo dicho por Nagi, y el aspecto del niño no hacía más que reafirmarlo.
El ilusionista le tomó en brazos, levantándose junto a él.
—Supongo que tú eres el famoso hijo de esos dos —señaló al par que se había vuelto a sumergir en su propio mundo cuando Kyoya había ayudado a Tsuna a levantarse, tomándole de la mano.
—¿Entonces sí me recuerdas? —se alegró el pequeño, y aunque Mukuro no asintió, él tomó su silencio como una afirmación—. ¡Gracias tío Mukuro! ¿Lo veis? —se dirigió a sus padres—. ¡Tío Mukuro sí me recuerda!
Azabache y castaño salieron de su ensoñación al escuchar las palabras del niño y acto seguido miraron a la piña con una ceja arqueada, haciéndole sonreír.
—Kufufufu~, qué malos padres sois para no recordar a vuestro propio hijo —se burló, molestando en demasía a cierta alondra.
—No sabes ni cómo se llama —recriminó Tsuna, también molesto con el guardián de la niebla.
—¡Claro que lo sabe! ¡Me llamo Sora! —intervino indignado Sora, haciendo que el ilusionista riera.
—Me ofendéis, ¿cómo olvidar el nombre de mi querido sobrino, Sora-kun? —siguió el juego Mukuro, sabiendo que el azabache solo se contenía porque tenía al pequeño en brazos.
—Por cierto, tío Mukuro —echó su cabeza hacia atrás para mirarle—. ¿Dónde están Kei y Miu? ¿No están contigo?
Ahí había pillado al ilusionista. ¿Quiénes eran esos?
—Eso, "tío Mukuro" —sonrió maliciosamente el castaño al ver su expresión, apoyado por el azabache a su lado—. ¿Dónde están?
Mukuro entrecerró los ojos. Con que a eso jugaban, eh.
Pues no pensaba perder.
Cogió al menor en un brazo y puso su mano libre encima de los cabellos castaños, alertando a Tsuna y Kyoya.
—¿Qué le estás haciendo? —preguntaron ambos al unísono, listos para dar una lección a Mukuro si se le ocurría hacerle algo al niño.
—Tranquilos, vuestro hijito está bien —dijo, aunque el menor pareció caer dormido, haciendo que se alarmaran—. Solo estoy sacando un poco de... —abrió los ojos como platos al ver algo en la mente del pequeño, y miró a este como si fuera un extraterrestre—. ¡Ni de coña! ¡Algo debe estar mal aquí!
Futuro capo y prefecto se miraron entre ellos por un segundo antes de dirigir su vista al ilusionista, que seguía murmurando algo ya inentendible.
La piña había perdido la cabeza.
El pequeño se removió y despertó en los brazos de la niebla, mirándole inocente mientras seguía en su negación propia.
—Será mejor que me des al niño, Mukuro —aconsejó Tsuna, viendo que su guardián estaba alterado y podría dejar caer a Sora en un descuido. El ilusionista se lo entregó sin rechistar, aún mirando al pequeño incrédulo.
—Eso no va a ser real —negó de nuevo el italiano, desapareciendo a través de la puerta sin siquiera molestar, como era su costumbre, a Kyoya.
—¿Qué habrá visto? —preguntó el castaño al aire.
—¿Mamá? ¿Por qué tío Mukuro se ha ido? —cuestionó curioso el pequeño.
—No lo sé, Sora-kun, no lo sé —negó con la cabeza.
—Yo creo que sí —sonrió Kyoya al pensar un poco en los motivos de la piña herbívora para irse de esa manera. Tendría material para molestarle de por vida.
—¿Por qué, papá? —preguntó Sora al azabache, haciéndole suspirar ante el llamado pero sin corregirle.
—¿Por casualidad conoces a algún herbívoro de pelo blanco? —el niño parpadeó, y Tsuna comprendió al cabo de unos instantes.
—¿Tío Byakuran? —dudó el pequeño—. ¿Es porque Miu y Kei estaban con él?
—Algo así, Sora-kun —rió nervioso el castaño—. Algo así... ¡Itee! —exclamó al sentir una bala rozando su mejilla.
El que faltaba, se dijo Tsuna, teniendo voltear para ver al autor del disparo. Sabía muy bien quién era.
—Dame-Tsuna, debes mejorar tu velocidad de reacción y tu percepción.
Vio como Sora abría los ojos sorprendido y se iluminaba su mirada ante la voz que resonaba en la estancia.
Solo había una persona que podía llamar «Dame-Tsuna» a mamá y vivir para contarlo.
Se liberó de los brazos de su madre y de un salto abrazó al ahora ex-arcobaleno del sol aún en su forma infantil.
—¡Abuelo Reborn! —exclamó feliz de la vida, dejando boquiabierto a Tsuna y haciendo arquear una ceja a Kyoya.
—¿Abuelo? —preguntaron los tres al unísono, el hitman sintiendo el abrazo casi asfixiante por parte del castaño menor.
Tsuna suspiró. Sora era toda una caja de sorpresas, y Reborn demasiado insensible para explicar al pequeño que no estaba en su época.
«¿Por qué mi vida es tan complicada?»
.
.
.
Salut lectores~
Nuevo fanfic nueva vida. Okno.
#EstáCrazy
Bueno... No sé que decir. Planeaba que sea un one-shot pero se me alargó demasiado y poz lo divido porque iolo.
No sé de donde saque la idea. Mucho Travels XD
Am... Y y y... No sé qué más decir.
¿Merezco comentario/voto? ¿Disparo? ¿Tartita?
¡Au revoir! Nos leeremos pronto~
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top