Encuentros

Encuentros

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Sora era orgulloso, eso era indudable, pero si algo había heredado de su madre era lo volátil de sus enfados. Difícilmente podía estar enfadado durante demasiado tiempo si en la ecuación entraba su familia, más si se trataba de su madre.

Era entonces cuando dos aspectos de su personalidad entraban en juego y se llevaban la contraria.

Por una parte, ya no estaba enfadado con su madre y sabía que su actitud no había sido la correcta, siendo más sensato ir y disculparse.

Pero por otra estaba su orgullo, tan grande que daría dos vueltas al mundo, y le impedía decir «perdón» a alguien. No señor, tenían que disculparse primero con él.

Claro que esto poco importaba si se consideraba que estaba más perdido que una aguja en un pajar y no podía ni disculparse ni nadie le podía pedir disculpas.

—Mamá... ¿por qué tengo tu sentido de la orientación y no el de papá? —preguntó para sí, recordando que el abuelo Reborn le había dicho que debía mejorar su pésima herencia materna de orientación.

Estaba en alguna de las múltiples calles de Namimori, maldiciendo tener la apariencia de un frágil y perdido infante. Sentía las miradas de unos tipos que le llevaban siguiéndole desde hacía ya mucho, ¿qué tan malos podían ser los secuestradores de hoy en día? ¡Pero si lo disimulaban fatal!

—Bien, me he cansado del juego —volteó para ver una calle aparentemente vacía y se cruzó de brazos—. Si me queréis ayudar, bienvenido sea, si queréis secuestrarme... —puso una mano en su barbilla a modo pensativo para luego sonreír sádicamente—. Intentadlo, me vendrá bien morderos hasta la muerte. Estoy muy irritado ahora mismo.

Bastó eso para que los inteligentes huyeran y los idiotas tratasen de atacar. Aunque por favor, ¿qué clase de ataques eran eso? ¿A qué escuela de secuestradores habían ido estos?

—No me valéis ni como calentamiento —bufó mientras se sacudía las manos del polvo y miraba despectivo a los cinco hombres inconscientes le rodeaban, tirados en el suelo.

Rodó los ojos y siguió caminando, intentando ubicarse en aquel lugar. Lo cierto era que toda su vida había vivido en Italia, y por tanto era la primera vez que veía las calles japonesas, tan diferentes a las de su país natal. Sin embargo, no estaba de turismo, necesitaba encontrar a su madre...

—¡Abuela! —exclamó feliz de la vida al reconocer la cabellera castaña de su abuela al girar en una esquina, aunque esta no se dio por aludida.

Corrió hacia ella y la abrazó por detrás. Estaba salvado.

—Ara, ara, ¿quién eres tú, pequeñín? —preguntó Nana con una sonrisa, mirando de reojo al pequeño que abrazaba sus piernas por detrás.

—¡Soy Sora! ¡Tu nieto! —exclamó el castaño, soltándose de ella para extender sus bracitos.

La mujer parpadeó algo sorprendida, pero a esas alturas ya no había demasiado que pudiera impresionarle. Se podría decir que había visto ya de todo.

—Ara, seguro que Tsu-kun y los demás se alegrarán de tener un nuevo amigo —rió ante la actitud del pequeño, cargándole en sus hombros. Sora se sujetó a sus orejas para no caer—. ¿Estás cómodo, Sora-kun? —el aludido asintió—. Bien, vamos a casa, estoy segura de que a los niños les encantarás cuando regresen de clase.

Sora se alegró de haber encontrado a su abuela, pues eso era el equivalente a no estar perdido y comida deliciosa a raudales.



Kei estaba confuso, y eso era decir poco.

Sacudió el polvo de su ropa y se dispuso a mirar a su alrededor. Estaba en una especie de edificio, y completamente solo. No había rastro ni de Kai ni de Miu.

Se preocupó un poco por ese hecho. Al ser el mayor —un minuto más que Miu, por tanto el mayor— debía hacerse el responsable de su hermana —a la cual no le gustaba para nada estar sola— y ahora, del azabache.

Por tanto, debía ponerse a buscarlos...

—¡Lárgate de aquí, maldito malvavisco pervertido! —exclamó una voz que resonaría por medio mundo.

Kei supo inmediatamente que se trataba de su madre. Por Dios, ¿quién más tenía ese tono de voz y le hablaba así a su padre?

Sora había hecho mucho mal al apodar a su padre «Tío malvavisco», pues en la familia todos le llamaban así. Y lo peor era que el desgraciado castaño conseguía que le diera malvaviscos.

¡Pensar que a Sora sí le daba y a ellos, sus hijos, no les dejaba ni ver sus malvaviscos!

Pensar en eso le ponía de mal humor y le daban ganas de dejar sin heredero a su tío Tsuna.

—¿Vas a dejarme explicártelo, piña-chan? —sí, sin duda alguna ese era su albino padre.

—¡En tus sueños! ¡Muérete! —Kei suspiró. Tan enamorados como siempre.

Se dirigió hacia donde procedían los gritos, colocando a su alrededor una barrera que le protegiera de todos los ataques que podría recibir en el fuego cruzado. No era la primera vez que sus padres demostraban su gran amor de esa manera, se podría decir que Miu y él estaban acostumbrados.

Abrió la puerta que le separaba de la batalla que se desarrollaba en la sala, el escudo evitando un ¿rayo? lanzado por su madre.

Logró captar la atención de ambos al entrar de aquella manera, y Kei buscó con la mirada a su gemela. No la encontró.

—¿Quién eres tú? —cuestionaron los dos adultos, mirando al niño totalmente indiferente a su pelea cuando cualquier otro hubiera salido corriendo.

Por no hablar del escudo que le rodeaba y había parado una de las ilusiones de Mukuro, que era ya sorprendente.

—¿Cómo que quién soy? —sus orbes tan violetas como los de Byakuran les dedicó una mirada de reproche—. Ahora no me vengáis con esas, si es cosa de Miu...

—Kufufu, parece que cierto niño es un poco insolente —interrumpió el ilusionista mayor—. No sé quién eres, pero no permitiré que me hables así, criajo.

—¿A qué viene eso? ¡Es como siempre hablo! —se quejó—. Miu, como sea cosa tuya, te dejaré sin chocolate durante el resto de tu vida —habló al techo como si este fuera su hermana.

—Parece que estás perdido, pequeño —sonrió el albino—. ¿Qué tal si nos dices cómo te llamas, para empezar?

—Vamos, papá, no le sigas el rollo tu también —se cruzó de brazos, sorprendiendo al cielo—. Sé que Miu puede ser convincente, chantajista y demás pero es algo absurdo hacer esto.

Mukuro y Byakuran se miraron simultáneamente ante la declaración del niño, entendiendo lo que sucedía y enseguida el de orbes heterocromáticos se abalanzó a matar al albino.

—¡Desgraciado, te voy a matar! —exclamó el ilusionista, muy dispuesto a clavarle su tridente al Millefiore, siendo detenido por este ni bien esquivó el ataque.

—Piña-chan, yo estoy tan sorprendido como tú —inmovilizó a la niebla, cambiando posiciones y acorralándole entre el suelo y su cuerpo con las muñecas firmemente sostenidas.

—¡Vete al infierno! —exclamó, intentando librarse del agarre del albino.

—¿Podríais dejar vuestras muestras de amor para otro momento? —cuestionó asqueado el menor—. Por lo que veo, Miu no está aquí, ya habría salido con la amenaza de los chocolates, así que ayudadme a buscarla.

—¿Quién es Miu? —cuestionaron desde sus posiciones, Mukuro temiendo la respuesta.

—¿Quién más va a ser? —arqueó una ceja—. Vuestra hija, mi hermana.

«Mierda, lo sabía» maldijo para sus adentros el ilusionista, fulminando con la mirada al albino, quien sonrió inocente.

—Ya lo has oído, piña-chan, hay que buscar a nuestra hija —gracias a sus palabras y distracción, se llevó un buen cabezazo por parte de Mukuro, dejándole adolorido mientras la niebla se libraba de él y marcaba sus distancias.

—Vamos a buscarla, pero quiero una explicación detallada —le dijo a Kei, quien sonrió con burla.

—Al final sí que va a ser cierto que Sora ha viajado al pasado —rió el niño—. Esto será interesante.

A Mukuro no le gustó la expresión tan parecida a la suya del pequeño. Sus cabellos tenían el estilo de peinado del malvavisco, sin embargo su color era de un azul oscuro como el suyo, además de poseer una sonrisa idéntica a la que ponía cuando tramaba algo.

Era innegable, ese niño era su hijo.

El guardián de la tormenta del décimo Vongola estaba bastante cabreado, aunque no es que fuese una novedad teniendo en cuenta su carácter.

¿Razones? Simple, le había tocado buscar al supuesto hijo del décimo y el friki de las peleas con nada menos que el friki del béisbol, y no era un secreto precisamente lo mal que se llevaban.

Mientras Takeshi mantenía una sonrisa y decía que había que tomárselo con calma, Hayato estaba del todo intranquilo al pensar en lo que podría haberle sucedido a Sora.

Y si había algo que odiaba de la lluvia, era esa sonrisita que siempre llevaba consigo.

—¿Podrías ser serio por una vez en tu vida? —bufó, sacándole una risa al azabache.

—Lo soy, estamos buscando al hijo de Tsuna, ¿no? —asintió rodando los ojos—. Entonces deberíamos ir a donde van los niños normalmente.

—¿Y según tú es...? —dejó la cuestión al aire, y Takeshi señaló por delante suya.

—El parque —nombró el japonés.

Hayato iba a reprobar su propuesta cuando el de orbes cafés se esfumó como el humo, corriendo al ver a unos cuantos niños jugando al béisbol.

—Nunca cambiará —refunfuñó el de cabellos plata, siguiendo al idiota antes de que se separaran y tuviera que ponerse a buscar a un niño y a un adolescente que se comportaba como crío.

—¡Increíble! —aplaudían los niños en coro, rodeando a un bateador que disparaba las pelotas a kilómetros.

Takeshi se sorprendió al ver uno de los bateos, ciertamente el niño que estuviera bateando era un prodigio.

—¡Kai irá en nuestro equipo! —exclamó uno de los pequeños a otro, quien negaba con la cabeza, ambos alejados del grupo que rodeaba a la pequeña estrella.

—¡Ni hablar! ¡Irá en el nuestro! —refutó el otro.

—¡Si ya, para que ganéis!

—¿Qué ocurre, niños? —la lluvia se acercó a ellos para ver si podía mediar en la disputa.

Ambos pequeños le miraron sorprendidos, reconociéndole al haber disputado un partido importante en los torneos juveniles de béisbol como titular.

—¡Es el chico que hizo tres home run seguidos! —exclamaron emocionados los niños, haciendo que el azabache riera nervioso.

—Sí, bueno, ¿por qué discutíais? —preguntó amablemente.

—¿Ve a ese niño? —señaló al bateador tapado por la masa de fans—. Bueno, el que batea, es Kai y es muy bueno. Ambos lo queremos en el equipo...

—¿Y por qué no lo decidís a suertes? —propuso el beisbolista, sonriente.

Los dos niños parpadearon para luego asentir, empezando a jugar a "piedra, papel, tijera" para decidir quién se quedaría a Kai.

Por su parte, Takeshi decidió ver quién era el niño de la discordia y sonándole el nombre del pequeño por alguna razón.

Se hizo paso como pudo entre la masa, y vio a un pequeño azabache de orbes verdes bateando con una sonrisa divertida todas las pelotas que venían hacia él.

—¡Friki del béisbol! ¡Tenemos que buscar al hijo del décimo! ¿Qué demonios se supone que estás haciendo?

Los gritos de Hayato lograron atraer la atención de todos los niños, incluido la pequeña estrella, quien conectó su mirada verdosa con los ojos cafés del azabache mayor.

—¡Papá! —exclamó feliz, dejando el bate caer mientras se abalanzaba a los brazos de la lluvia, quien apenas pudo cogerle.

Pocas cosas podían sorprender a Takeshi a esas alturas, las aventuras con Tsuna eran descabelladas e inéditas, pero definitivamente eso logró asombrarle de sobremanera.

Todos los pequeños miraban sorprendidos la escena, dándose cuenta que tenía sentido si el ídolo juvenil del béisbol fuera el padre de aquel pequeño bateador tan bueno.

Hayato, por su parte, paró en seco al escuchar la exclamación del niño. ¿Acababa de decirle «papá» al friki del béisbol?

Kai miró desde los brazos de su sorprendido padre al de cabellos plateados, y le dedicó una amplia sonrisa.

Lo siguiente que dijo no se lo esperaron ni lluvia ni tormenta...

—¡Mamá!



Miu estaba desorientada.

A saber dónde estaba y el tonto de su hermano gemelo había hecho el gran favor de separarse de ella cuando sabía perfectamente que detestaba estar sola por lo que sucedió aquella vez.

Sus orbes heterocromáticos como los de su madre recorrieron el espacio. Una calle, no, una avenida, bastante transcurrida con transeúntes de aquí para allá hablando en japonés. Dios, agradecía a Sora y Kai por haberle enseñado el idioma.

—Pequeña, pareces perdida —un hombre viejo con una retorcida sonrisa se agachó delante de ella—. ¿Quieres acompañarme? Te llevaré de nuevo con tu mamá.

—¿Se cree que soy tonta? —se cruzó de brazos—. No voy a ir a ningún lado con usted. Y si no quiere sufrir, largo.

—Niña insolente —hizo el amago de agarrar sus albinos cabellos, pero la pequeña sonrió sádicamente y el hombre vio su mano en llamas.

Gritó alejándose de la pequeña, cuyo ojo carmesí brillaba con una llama índigo y se fue corriendo de allí, dirección seguramente a apagar el fuego ilusorio de su mano.

—Kufufu, como diría Sora, menudo herbívoro —rió la niña con sadismo.

Empezó a caminar cuando fue detenida por un brazo por alguien. Volteó para ver quién era, aunque su expresión se suavizó al reconocer a la persona.

—Tío Tsuna —sonrió la pequeña, sacándole un suspiro al castaño—. Tío alondra —el azabache arqueó una ceja ante el saludo.

—Esta es hija del herbívoro piña —afirmó Kyoya, haciendo que Miu asintiera y Tsuna volviera a suspirar—. Tiene el mismo estilo de peinado y sus mañas.

—Y de Byakuran, supongo —señaló sus cabellos albinos—. Al final Sora no mentía... ¿Eres Miu? —la aludida asintió—. Y supongo que estás perdida.

—Sí, Kei y Kai se separaron de mí en la explosión —explicó la albina—. Mataré a Kei por dejarme sola.

—Kei es tu hermano, ¿verdad? —la niña asintió—. ¿Y Kai es...?

—Kai, el hijo de tío Takeshi y tío Hayato —parpadeó la pequeña, y el castaño miró al azabache con preocupación.

—Hay que encontrarlos, ¿has visto a Sora? —preguntó Tsuna, llevándose una negación.

—Fuimos al laboratorio de tío Sho-chan y tío Spanner porque pensábamos que estaba jugando por ahí, pero nos dijeron algo de que viajó al pasado —explicó—. Estaban haciendo unas pruebas cuando Kai entró, y con Kei intenté apartarle pero era tarde y la explosión nos dio de lleno...

—Entiendo —sonrió el castaño—. Por el momento, vendrás con nosotros.

—Aunque no es que sea débil —sonrió levemente Kyoya al recordar a ese herbívoro con la mano incendiada.

—Obviamente, ese tipo no era más que un idiota. No estaba a mi altura —se apartó el cabello con aires de diva, una sonrisa burlesca adornando su rostro.

Kyoya arqueó una ceja ante la actitud de la pequeña mientras Tsuna suspiraba por tercera vez consecutiva.

«¿Por qué las cosas más raras siempre me pasan a mí?».

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¡Salut lectores!

Después de negociaciones y tratos con Ama-kun, deberíais amarme. Va a subir su cap de su fanfic a cambio de este, io se que todos la leéis.

amano_hikaru ya puedes subir cap e.e

¡Os respondo luego porque me voy a la disco! ¡Party! Okiz, no, usea me voy a un concierto XD. Deus, me siento mega enana .//////. Estoy en una grupal y :v soy la enana D=

Jeje, ¡espero que os haya gustado! =D

¿Merezco comentario/voto? ¿Disparos? ¿Tartita? (Pleease, animadme que me siento súper enana .//////////////.)

¡Au revoir! ¡Nos leeremos pronto~!


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