III
Cada vez estaba costándome más, no podía con eso. La gota que derramó el vaso fue una noche en la cafetería, allí me encontré a Casie, mi odiosa compañera de escuela, justo cuando intentaba comerme un chocolate y ella no dudó en decirme todos los carbohidratos que tenían y lo cerda que estaría si seguía comiendo porquerías, sus palabras me torturaron a tal punto que llegué a casa con el estómago revuelto y sin poder evitarlo, todo lo que había ingerido salió de mi cuerpo, como si lo rechazara. Fue así como llegué a la conclusión de que podía comer lo que quisiera y vomitarlo luego para no enfermar y, ¿qué creen?, eso fue lo que hice: comencé a comer como todos querían, pero cuando nadie me miraba entraba a mi habitación, introducía un dedo en mi boca y dejaba todo en un retrete.
Así pasé seis semanas hasta que mamá me descubrió una noche. Esa noche fue tortuosa para todos, yo sentí mucho pesar al verla llorar por mí, pues ella a eso también le tenía un nombre, bulimia.
Ese fue el fin de mi libertad. Caí nuevamente en un centro de salud.
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