I
En primer lugar, a mí no me pasaba nada, pero en casa todos se obsesionaban conmigo.
A los diecisiete años a mi familia se le ocurrió que yo tenía un problema, a pesar de que yo no creía tener ninguno, ellos se empeñaban en decir lo contrario. Yo solo trataba de cuidarme, no quería ser una gorda, fea y que todos a mi alrededor me siguieran rechazando, aunque para ellos se llamaba anorexia.
Me resultaba vital hacer ejercicios diariamente y llevar una dieta buena, comer poco y entrenar mucho era esencial para mí.
Todo comenzó con mis retrasos menstruales, mi período era muy irregular. Al principio, mi madre me agobió mucho con el tema de un embarazo y me realicé muchas pruebas, aun cuando le repetía mil veces que yo era virgen, porque ¿Quién iba a querer estar conmigo, así de gorda y fea como lucía? Mi madre parecía no entenderlo, poco a poco mi piel fue perdiendo luminosidad y leves moretones aparecieron en mis piernas, mi familia insistía constantemente en convencerme de que tenía un problema, pero yo no les hacía caso
Hasta que un día me desmayé en plena clase de gimnasia, y todos tuvieron el pretexto perfecto para llevarme a un médico, donde, por supuesto, luego de estabilizarme, hablaron conmigo de lo mal que me encontraba, según ellos, y fue así como lograron convencerme de internarme en una clínica psiquiátrica para ayudarme con lo que ellos llamaban un trastorno alimenticio.
Al estar allí, entendí poco a poco que las cosas no eran como yo las pensaba, tomó tiempo, pero finalmente acepté que tenía un problema y debía poner de mi parte para mejorarme porque no solo me afectaba a mí, también afectaba a mi familia y no quería hacerlos sufrir.
Acepté lo que me sucedía y empecé a trabajar con ellos para mejorarme. Les confieso que no fue fácil, a mí no me gustaba alimentarme, me daba asco la comida, para mí era totalmente dañina, por lo que era muy difícil ingerir alimentos. Pasé un año interna recibiendo tratamiento y sin recibir visitas, cosa que no me afectaba mucho, pues no era de tener amigos y no hablaba tanto en casa.
Mi cumpleaños número dieciocho se acercaba y ese día me permitirían una primera visita, la cual para mí era un gran reto, ya que sería una comida con mi familia en el centro.
—Mamá, papá, ¿cómo están?, ¿y el enano?
—Mi amor, ahora mejor porque estamos contigo. —Me dieron un abrazo—. Tu hermano ya viene, está en el baño.
Ese enano llegó unos segundos después, entró velozmente como si estuviese en un maratón y no en un centro de ayuda. Me alegraba tanto verlo. Él tenía los ojos marrones, de piel muy blanca y una sonrisa encantadora, solo tenía diez años, pero a mi vista, era todo un galán.
—Sofi, pensé que habías muerto.
—¡Alejandro! —dijo mamá entre dientes a modo de regaño y con el ceño fruncido.
—Tranquilo, enano, que casi muero aquí. —Reímos.
—Hija, queremos saber de ti —comentó papá al fondo.
Les mostré un poco el lugar y mi habitación, para luego pasar al comedor, donde ambos se sorprendieron de que yo pudiera ingerir alimentos normales, como pollo a la plancha, por ejemplo; no mucha cantidad, pero me esforzaba y todo lo hacía por ellos.
Pasé unos meses más en el centro y parecía estar avanzando con mi terapia, ¿por qué parecía? Porque verdaderamente lo intentaba, me esforzaba, pero no lo hacía completamente por mi propia voluntad, era tan confuso para mí, que lograba agobiarme. Sí, entendía que no debía dejar de alimentarme, pero aún había algo que no me permitía poder comer tranquilamente, era como si alimentarme me generara un remordimiento.
Hola a todos... Les dejo está historia corta de género erótico, aunque no lo parezca jeje. Espero que les guste, solo son 6 capitulos.
Me dejan saber en comentarios su opinión. BESITOS!!!
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