🎼2do
SeokJin había dedicado los primeros días a familiarizarse con el ritmo pausado del lugar, un contraste bienvenido con el bullicio al que estaba acostumbrado. Sus idas y venidas se convirtieron en una danza tranquila: seleccionando cuidadosamente los víveres que llenarían la despensa de su nuevo hogar, explorando cada rincón que ahora le pertenecía, y dejando que el ambiente impregnara su ser, esperando pacientemente a que la inspiración hiciera su magistral aparición.
La casa, una estructura rústica y señorial, se erguía imponente. La iluminación, un juego de sombras y destellos, creaba un ambiente perfecto para el misterio que estaba por desplegarse, o al menos eso esperaba SeokJin, después de estar ahí hacía unas semanas, necesitaba que su imaginación trabajara. Aunque la señal de cualquier dispositivo moderno era escasa, era lo último que importaba en aquel refugio alejado del mundanal ruido.
En su interior, los preparativos estaban completos. Las compras recientes habían surtido la despensa con víveres suficientes para sobrevivir un asedio, prefería tener todo a mano. Con todo listo, se disponía a cerrar puertas y ventanas, creando un santuario personal donde, esperaba, la inspiración fluiría tan libremente como el vino que ya reposaba en su copa.
—No beberé mucho, solo una copa —susurraba para sí mismo.
Acomodándose en el viejo escritorio de caoba, frente a la ventana que daba al bosque de la pequeña isla. La naturaleza, cómplice de sus pensamientos, parecía susurrarle retazos de su historia al oído con cada golpe de viento. Inspirando profundamente, dejando que el aire cálido limpiara su mente, se preparaba para lo que sería una larga noche de creación y fantasía. Sus dedos, finalmente, había comenzado a tipear al ritmo de una melodía que solo él podía escuchar, dando vida a las palabras que pronto se convertirían en la siguiente parte de su saga.
Aunque el sonido melodioso no estaba realmente en su cabeza, desde la primera noche hospedándose allí, una melodía preciosa y pacífica, viniendo de un saxofón, era la música perfecta que necesitaba en ese silencio pacífico. La suave cadencia del instrumento se deslizaba a través de las paredes, llenando cada rincón de la habitación rústica con notas que parecían acariciar el alma. Era como si el saxofonista conociera el secreto para calmar las tormentas internas, ofreciendo con cada soplido un refugio seguro contra los vaivenes de la vida. O los vaivenes de sus emociones las últimas semanas.
La música se había convertido en un compañero constante, un susurro melódico que prometía noches de sueño reparador y días de reflexión serena. No había necesidad de ver al músico; su presencia se sentía en la profundidad de cada nota, en la manera en que la música parecía entender y responder a los latidos de su corazón. En ese lugar, alejado del bullicio y la prisa, el saxofón no era solo un instrumento, sino un puente hacia un estado de paz que parecía tan esquivo en otros tiempos y lugares.
SeokJin sabía que podría ser TaeHyung, su propio padre, o quizás la viuda Park, a quien había conocido en su segundo día en aquel lugar. La presencia de la señora Park era inconfundible, marcada por una tristeza tan profunda que incluso a SeokJin, por encima de sus propios problemas, la hacia sentir abrumado. Era evidente que el alma de su difunto esposo aún vagaba a su lado, reacio a abandonar el mundo terrenal y a la mujer que tanto había amado.
Cada encuentro con la viuda era un recordatorio de la fragilidad de la vida que SeokJin, como cualquier otro ser humano, enfrentaba. Su don sobrenatural que mantenía sus ojos abiertos a un mundo que nadie más podía ver aparte de él, lo hacía sentir una empatía silenciosa hacia la señora Park. En sus ojos, él veía el reflejo de innumerables noches solitarias, cada una añadiendo peso al ya pesado manto del luto.
Había cruzado palabras con la viuda, algunas susurradas por su esposo a quien ya le había mencionado que debería soltarla para que su alma pudiera descansar en paz, pero el hombre se rehusaba. Y para ser honestos, SeokJin estaba un poco cansado de insistirle. Sin embargo, había encontrado un nuevo propósito la segunda semana en su isla: ayudar a la señora Park a encontrar la alegría de vivir nuevamente.
SeokJin había pasado un de tiempo con la viuda, compartiendo historias y risas, intentando iluminar los rincones oscuros de su duelo con la luz de la compañía y la comprensión. Poco a poco, la señora Park había comenzado a sonreír más a menudo, y sus ojos recuperaron parte del brillo que había perdido. SeokJin se había convertido, en cierto modo, un puente entre ella y el recuerdo de su esposo.
Con cada día que pasaba, SeokJin se esforzaba por mostrarle a la señora Park las pequeñas maravillas de la vida, desde la belleza de un atardecer hasta la calidez de una taza de té compartida. No era una tarea fácil, pero cada pequeño paso adelante era una victoria, un momento de paz en un viaje de recuperación.
La señora Park había comenzado a salir más, a participar en actividades comunitarias de la isla y a reír con los vecinos. SeokJin sabía que el camino hacia la sanación era largo y que el esposo de la viuda siempre tendría un lugar especial en su corazón, pero ahora ella también tenía espacio para nuevos recuerdos, nuevas alegrías y, tal vez, un nuevo comienzo.
Lamentablemente, un día, SeokJin había preguntado cuál había sido el motivo de su muerte y sí, había sido jodidamente injusto. Estaban en un barco, el profesor Park DoSoo, junto a otros colegas, estaba a cargo de la banda que saldría a tocar por una audición donde el premio para sus alumnos era poder extender sus estudios en una prestigiosa escuela de música y arte en Seúl. Pero el clima se había vuelto loco a mitad de camino; trayendo consigo a la que llamaron "La tormenta negra" que no habían tenido en cuenta y había desatado la furia en el mar, volcando el barco con treinta estudiantes y cuatro profesores. Los fallecidos habían sido cinco: cuatro estudiantes y el profesor. Una horrible injusticia, pero aún así, el hombre necesitaba dejar este plano antes de convertirse en algo oscuro y horrible. Ya había pasado casi mes y medio.
El recuerdo de aquel día fatídico perseguía a todos los que habían sobrevivido. El cielo había oscurecido repentinamente, como si presagiara la tragedia que estaba por desencadenarse. El viento soplaba con una fuerza descomunal, y las olas se alzaban como gigantes enfurecidos contra el casco del barco. El profesor Park DoSoo había intentado mantener la calma entre los pasajeros, organizando a los estudiantes para que se pusieran los chalecos salvavidas y se prepararan para lo peor.
Cuando el barco se volcó, el caos se apoderó de la escena. Gritos de pánico se mezclaban con el rugido del viento y el estruendo de las olas. El profesor Park DoSoo, en un acto de valentía, había logrado salvar a varios estudiantes, pero, lamentablemente, no pudo salvarse a sí mismo. Su sacrificio fue un acto de amor puro hacia sus alumnos, una última lección de coraje y altruismo.
La viuda Park, aunque devastada por la pérdida, encontraba consuelo en el legado de su esposo. SeokJin, había sido bueno con ella, socializando para que dejara de estar tan encerrada en su miseria y dolor. Con cada conversación, con cada momento compartido, la señora Park comenzaba a aceptar que, aunque su esposo ya no estaba físicamente, su espíritu viviría siempre en los corazones de aquellos a quienes había tocado. Y así, poco a poco, el alma del profesor Park DoSoo comenzaba a encontrar la paz, sabiendo que su amor y sus enseñanzas seguirían navegando en las vidas de sus estudiantes y en el recuerdo de su amada esposa.
Probablemente había sido el trabajo más fácil y más rápido, la mujer sólo necesitaba aprender a vivir con ese dolor y bueno, ese era básicamente el secreto "vivir" y no encerrarse a llorar todas las noches.
En sus viajes al centro de la isla, había pasado por la florería D'Kim y, alguna que otra vez, había visto a TaeHyung a lo lejos. El chico era hermoso; a veces lo encontraba caminando por las calles, a veces estaba escribiendo algo y otras veces se lo veía acompañando a su padre. Siempre sonriendo de esa forma rectangular adorable que lo dejaba un poco estúpido, pero no quería molestarlo. No se animaba a saludarlo. Era lo más bonito del lugar.
Y no estaba seguro de su edad, pero era un niño. No más de veinticinco.
SeokJin lo observaba desde la distancia, cautivado por la gracia con la que TaeHyung se movía, brillaba incluso en el día más gris.
En las calles, TaeHyung era un faro de luz. Su sonrisa tenía el poder de transformar el ambiente, de hacer que los transeúntes se detuvieran por un segundo para hablar con él y su padre. SeokJin se preguntaba qué historias se escondían detrás de esos ojos brillantes, qué sueños alimentaban esa sonrisa.
Y aunque SeokJin se reprendía por no tener el coraje de acercarse, de iniciar una conversación, sabía que había algo especial en la simple observación. TaeHyung representaba la belleza en su forma más pura, no solo en su apariencia, sino en su esencia. Era el tipo de belleza que inspiraba, que recordaba a SeokJin que aún había magia en el mundo, magia que valía la pena buscar.
Quizás, algún día, SeokJin encontraría la valentía para cruzar esa distancia invisible, para compartir nuevamente unas palabras y risas con el chico de la sonrisa rectangular. Pero por ahora, se contentaba con ser un espectador silencioso, atesorando cada encuentro casual como si fuera una pequeña joya en su colección de momentos preciosos.
Y porque en su vida no había lugar para el romance.
El crepúsculo se cernía sobre la isla, tiñendo el cielo de tonos de óxido y lavanda. SeokJin, con la mirada perdida en el horizonte, había dejado que sus dedos danzaran sobre el teclado, imprimiendo palabras en el archivo antes vacío de su historia. La isla, aunque esporádicamente habitada por almas errantes que lo observaban desde la distancia, le ofrecía una paz inusitada. La tranquilidad del lugar era un bálsamo para su espíritu, un contraste marcado con el bullicio de Seúl.
Por ahora, estaba contento de dejar que la serenidad de la isla lo envolviera, permitiéndole sumergirse en la introspección y la creatividad que su alma artística tanto deseaba. Jodidamente lo necesitaba o Sehun y toda la editorial a cargo de su trabajo pedirían su cabeza.
Así que mientras la oscuridad se extendía como un manto sobre el firmamento, y en ese mágico entrelazado de sombras y estrellas, SeokJin sentía que su narrativa tomaba un aliento propio. Era cierto que el romance adolescente no era el tema que deseaba explorar; le resultaba ajeno, casi como descifrar un idioma que nunca había hablado. Sin embargo, había algo en la expectativa del público que lo impulsaba a adentrarse en ese género desconocido.
SeokJin se encontraba en un diálogo constante con su creatividad, negociando entre sus deseos literarios y las anticipaciones de sus lectores. A medida que las palabras fluían, comenzaba a encontrar belleza en la inocencia y la pasión de los amores juveniles, en la intensidad de los primeros encuentros y en la profundidad de los corazones inexpertos. Alguna vez había sido adolescente, pero realmente nunca había vivido la experiencia de enamorarse y saber que se sentía. Sus relaciones habían sido superficiales y cortas.
SeokJin nunca había sentido las mariposas en el estómago, ni el latido acelerado del corazón que acompañaba al amor verdadero. Su vida amorosa había sido una serie de encuentros fugaces, ninguno lo suficientemente significativo como para dejar una huella duradera en su memoria. No había nombres que resonaran en su mente, no había historias que contar frente a una fogata. Sin embargo, se enfrentaba al desafío de escribir sobre un romance adolescente, de capturar todas esas emociones intensas y abrumadoras que nunca había experimentado.
Era un terreno desconocido, un viaje a través de un paisaje emocional que solo había observado desde la distancia. Pero SeokJin era un observador agudo; había visto el amor en los ojos de otros, había escuchado las confesiones y despedidas, y había sido testigo de los pequeños gestos que decían más que mil palabras. Con esa sabiduría prestada, comenzaba a tejer una historia de amor en tiempos apocalípticos, donde cada momento compartido era precioso y cada toque podía ser el último.
En el clímax de su inspiración, la habitación se sumía en sombras a causa de un corte de luz, dejándolo a merced de la tenue luz de su portátil y la escasa carga de su móvil.
—Maravilloso, simplemente maravilloso. Y se me olvidó comprar velas —murmuraba, pasando sus manos por el rostro con frustración.
Al levantarse, percibía algo más; aquella melodía enigmática y persistente flotaba en el aire, emanando de aquel saxofón que teñía sus oídos de un color sonoro inigualable. Un impulso interior lo incitaba... Ansiaba comprobar si aquel atractivo joven tendría velas, porque él carecía de ellas. Así, armado con su móvil de batería menguante, su amuleto de protección y calzado deportivo, se dirigía hacia la residencia contigua, hogar de los Kim.
Era una buena excusa para atreverse a ver esa sonrisa de nuevo. De cerca, cruzar unas palabras, pedir una ayuda simple... El melodioso saxofón sonando a la distancia, posiblemente en las manos de TaeHyung, lo impulsaba a tomar el coraje para ir en esa dirección. No era solo la ayuda lo que buscaba, sino la conexión que cada nota del saxofón parecía tejer entre ellos, un lazo invisible que lo atraía hacia el misterioso músico.
Muy en el fondo, SeokJin sentía que la melodía no solo venía de TaeHyung, sino que algo más lo atraía hacia ese chico al que había estado evitando durante las primeras semanas. Era como si cada nota musical tocara una cuerda en su corazón, resonando con emociones que no se atrevía a explorar. A pesar de la distancia autoimpuesta, la música era un puente que lo conectaba con TaeHyung, un llamado suave que le susurraba que tal vez era hora de enfrentar la instantánea atracción que habían tenido.
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