Mi amigo secreto
⭐🎁"El amor, como una vela, brilla más en navidad" ⭐🎁
―Dios, como odio esto, necesito algo con bastante azúcar para soportar todas las horas que pasé en carretera.
Parpadeé y lo miré.
―Ya sé que estás cansado, pero piensa que venir en navidad a casa de mis padres te convertirá en el mejor novio del mundo.
Él resopló, echó un vistazo a los estantes y arrugó la nariz, como si en la tienda no hubiera absolutamente nada que le interesara.
―Hace dos años que soy el mejor novio del mundo, ya deberían saberlo.
―Pero ellos no te conocen, Arturo.
―Da igual, ya se los demostraré en persona, me arrastraste hasta aquí para eso, ¿no?
Extendí la mano con uñas largas y pintadas de rojo fuego hacia mi amargado novio que había manejado por tres horas y que parecía considerar el viaje como algo muy aburrido.
―Gracias por venir, sé que tenías trabajo, pero para mí es importante que mi familia y tú se conozcan.
―Lo sé, lo sé... me lo has dicho un millón de veces ―dijo mientras se inclinaba y mordía el lóbulo de mi oreja―. Oye, esa fila está muy larga, mejor te espero en el carro, no tengo ganas de estar parado.
Rodé los ojos y lo apunté con el dedo.
―Tú me hiciste estar parada por cinco horas para comprar unas entradas de béisbol.
Acercó los labios al dedo con el que lo apuntaba y lo mordió, lo aparté con un empujón mientras él reía.
―Deja de burlarte o te golpearé.
Me acorraló contra un estante y pegó la boca a mis labios.
―Pégame, pero procura que sea ahí, para que luego puedas sobarme.
―¡Si serás idiota...! ―Lo empujé con más fuerza, aunque Arturo no se movió ni un poco―. Vale, deja el fastidio, tengo que ir por el regalo de mi amigo secreto, le encanta algo que venden aquí.
―Está bien, te dejaré en paz si pronuncias las palabras mágicas.
―¿Por favor?
―No, respuesta equivocada.
―¿Permiso, mi Lord?
―Ni te acercas. Es: Arturo tiene la polla más... ―Pero de pronto algo golpeó su pierna y él se quejó con dolor.
―Las palabras mágicas son: Suelta a la muchacha porque ya te lo pidió dos veces.
―Señora, ¿qué le pasa? ¡Era un juego, es mi novia!
Sonrió ante el ceño fruncido de Arturo, lo había golpeado con el carrito de mercado. Tuve que taparme la boca para no reír.
―Pero no la dejabas en paz, parecías un pervertido en vez de su novio, yo solo la quise ayudar.
―Oh, bueno... gracias ―comenté tras su acto heroico.
―Como sea, yo me voy. No tardes una vida, o has lo que quieras... no me importa ―soltó entre dientes antes de alejarse.
Miré a la señora, cuya sonrisa no fingía para nada la satisfacción que sentía por haber golpeado a mi novio. Llevaba un vestido verde que le caía por debajo de las rodillas, un cinturón negro que no disimulaba para nada su barriga y en su corona de pelo canoso resaltaba un gorro rojo. Tenía aspecto de un Papá Noel, pero en versión femenina y tierna; aunque su sonrisa la delataba, parecía más bien una abuelita peligrosa.
―¿Qué haces con un hombre así? ―me preguntó mientras agarraba un enlatado.
―¿Así, cómo?
―Tan patán. ―Arqueé la ceja ante su comentario tan directo―. ¿Cuál es tu nombre, por cierto?
―Gabriela. ―No podía creer que le estuviera respondiendo a la señora que insultó a mi prometido, y dos veces―, Arturo no es malo ―dije sintiendo la necesidad de defenderlo.
―Me hice una idea de cómo es ―comentó entrecerrando los ojos, parecía que le costaba leer la etiqueta―. Si le permites esas actitudes te convertirá en una mujer triste e infeliz.
―Vaya, interesante opinión para alguien que nos vio juntos solo un par de minutos.
De pronto, un cliente nos interrumpió para tomar un sobre de sopa y ella tuvo tiempo para observarme de arriba abajo.
―Suelo ser muy intuitiva, yo que te lo digo, un hombre así no te conviene.
―No le creo.
―Nunca lo creen, año tras año se van acostumbrando, pero llega el día en que se arrepienten.
―Él no es malo, ya se lo dije...
―Cariño, no te has dado cuenta, si él valorara a una novia como tú se hubiera quedado a ayudarte con las compras, como haría cualquier joven enamorado, sin embargo, sé que no me harás caso hasta que él meta la pata demasiado, al menos ya estás advertida. Bien, ¿qué dice aquí?
No pude reprimir un resoplido al escucharla.
―Cuesta tres dólares ―respondí, para luego devolverle la lata―. ¿Acaso es usted vidente o algo así?
―Me temo que no, solo cuento con estas canas y muchos años de experiencia. ―Se acomodó los lentes y me miró fijamente a los ojos―. ¿Tú no comprarás nada?
―Sí, claro, pero su visión a futuro me entretuvo.
La anciana rio, con una risa asombrosamente sonora viniendo de una mujer tan pequeña.
―Entonces ve, ese tipejo no dudará en dejarte aquí si te tardas demasiado.
―No siempre hago lo que él dice.
―Eso es, estás comenzando a entender, no dudes en dejarlo si encuentras algo mejor.
La miré y negué antes de irme caminando, quise volver para asegurarme de que estaría bien leyendo sola las etiquetas de los productos, pero me quedé parada en el sitio, viéndola empujar su carrito. Eché una mirada corta por la tienda, se suponía que me apuraría, Arturo dijo que estaba cansado, aunque se me antojó ser rebelde, y era porque la abuelita peligrosa tenía razón, él siempre les daba vuelta a mis planes y los adaptaba a su conveniencia.
La vida tiene formas extrañas de hacernos ver las cosas. Y en ese momento dudé de mi relación perfecta, aunque la verdadera catástrofe llegó una hora más tarde con algo tan sencillo como un mensaje de texto.
Estaba feliz pagando en la caja, encontrar lo que buscaba me había dejado entusiasmada. Año tras año mi familia intercambia obsequios la noche de navidad, el juego lo planificamos con antelación a través de una página de internet, y cuando este año me llegó el correo con el nombre de mi amigo secreto sonreí alegre; era la excusa perfecta para regalarle a Arturo eso que tanto quería. El trabajo de los últimos meses había rendido frutos y poco a poco logré reunir el monto, jamás sospecharía que lo obligué a parar en esta tienda para comprar su regalo.
Alcancé mi celular en el fondo de la cartera y desbloqué la pantalla para avisarle que pronto saldría, pero me encontré con un mensaje de un número desconocido. Fruncí las cejas extrañada, sin embargo, la curiosidad anticipó lo inevitable.
El texto venía con una imagen y les aseguro que el combo fue como una gran cachetada, tuvo tanto poder en mí que destruyó en segundos la fantasía de un compromiso.
«Tu novio es un infiel».
Sin más explicación.
Quizá no fue el texto lo que me estremeció, sino la prueba contundente del engaño.
Mis latidos se detuvieron al reconocer al protagonista de la foto, la tristeza llegó directa a mi corazón mientras observaba cómo envolvían el regalo que segundos antes había pagado. Cubrí mi boca reteniendo las ganas de llorar, esa foto no podía mentirle a mis ojos.
Sin saber cómo reaccionar agarré las bolsas de las compras y en un intento de no flaquear busqué un lugar donde sentarme, demasiado ridículo escoger un trineo para ello, pero fue lo primero que encontré.
Con la mirada cristalizada tomé el aparato y envié una respuesta, me resultaba horrible pensar que alguien se estuviera riendo de mí mientras yo despreciaba ver a mi novio besando a otra. Tenía que saber qué buscaba o de quién se trataba.
«¿Quién eres?»
Pero el mensaje no se envió.
Después de tres intentos descubrí que el número desconocido me había bloqueado.
Solté una maldición, el enfado recorría mis venas. Traté de llamar, pero salía fuera del área de servicio. Lancé el teléfono a mi cartera y me levanté del trineo, el corazón me latía con fuerza y ya tenía la mente envenenada.
―Señorita... ―murmuré entre dientes antes de sacar la costosa espada Samurai de colección para arrojarla en la mesa de artículos defectuosos, no le regalaría más que una patada en el culo a ese idiota, pero por desgracia no pudieron devolverme el dinero.
Darme cuenta de todo lo perdido ese día me clavó una astilla en el alma. Lo que deseaba era tomar la espada e ir hasta él para cortarle la cabeza, porque entiendan, tenía pensamientos desesperados y no lograba sacudirme el dolor.
Salí de la tienda echa una fiera y renuncié a mis modales para dar pelea por mi corazón herido. Mis gritos inundaron el estacionamiento mientras el infeliz que había estado viéndome la cara quién sabe por cuánto tiempo me miraba horrorizado desde la parte de adentro del vehículo.
―¿En qué estabas pensando? ¡Abre la maldita puerta! ¿Cómo pudiste, Arturo? ¡Me fallaste! Nos íbamos a casar, ¿por qué me mentiste? ¡Eres un falso!
El asco me invadía, ¿cuántas noches me habría besado después de estar entre los brazos de otra? Posiblemente no quería viajar a casa de mis padres para estar con ella, mi cabeza armaba miles de teorías y recordaba muchas excusas anteriores.
―¿Creíste que nunca me enteraría? ―inquirí furiosa, golpeando el parabrisas una y otra vez, abandoné cualquier juicio cuando giré la espada y con el mango golpeé el vidrio hasta romperlo, y no hice ni una mueca de dolor al cortarme las palmas de las manos.
Otra oleada de ira me atravesó cuando encendió el auto, avanzó y huyó como el cobarde que era. Bien por mí, porque si él se hubiese bajado del carro seguro termino presa.
No quería verlo más nunca en mi vida, el rencor predominaba en mi cuerpo, romperle el vidrio no fue ni la cuarta parte de mi desprecio; tan culpable era el muy infeliz que me dejó allí sin dar ninguna excusa.
Entonces sentí la voz cercana de alguien que se compadecía de mí. La abuelita peligrosa estaba a unos metros y la gente volvía a circular y a sumirse en sus propios asuntos. La vergüenza me embargó, pero no me arrepentía de mi pequeña venganza.
Ella me contempló las manos y caminó hacia mí, al ver la sangre el miedo paralizó sus sentidos, aunque cuando me revisó supo que no eran heridas graves. La anciana me empujó hasta alejarme de los vidrios que se encontraban en el piso y de inmediato se ofreció a buscar ayuda para que me curaran, aunque preferí declinar su oferta, su intención fue amable, pero yo solo quería irme a casa, después de todo no estaba tan lejos.
―¿El súper novio metió la pata? ―curioseó.
Levanté el rostro, hallando otra vez satisfacción en sus ojos.
―Sí, hasta el fondo ―confesé sin ninguna posibilidad de mentir―, siento que soy una completa idiota, descubrí lo lejos que estaba Arturo de ser el novio perfecto, acabo de regresar a la realidad, usted tenía razón ―reconocí con vergüenza.
―Aunque en este momento duela, fue lo mejor que te pudo pasar ―soltó con sinceridad, y yo asentí limpiando cualquier rastro de humedad de mi cara―. Tranquila, los finales siempre son complicados, pero no te preocupes, todo estará bien.
Sus palabras fueron cálidas, y que intentara consolarme me hizo dibujar una sonrisa débil, en cambio, ella replicó otra grande y sincera que por alguna razón me dio esperanza.
―Esta navidad no se parece en nada a lo que tenía en mente ―me encontré diciendo, no quería pensar en lo que dirían mis padres al verme llegar sola, triste y herida, era una cuestión que no quería vivir.
―¿Y qué tenías en mente?
―Una cena deliciosa, un intercambio de regalos alrededor del árbol, la oportunidad de presentarle a mi familia al hombre de mis sueños ―comenté con pesar―. Pero ya nada de eso será posible.
―Al menos te queda la cena, los regalos y la familia ―enumeró―, eres afortunada, Gabriela, tienes todo lo que una persona podría desear en estas fechas ―respondió reflexiva.
Afilé mi mirada y noté un rastro de melancolía en sus facciones, la idea de que no tuviera con quien pasar la noche buena me aturdió un poco.
―Es verdad. Usted es una mujer rara, pero muy sabia ―confesé―. Quisiera ser amable e invitarla hoy a mi casa, si puede claro, iba con la idea de entrar con mi prometido, pero no me molestaría hacerlo con la esposa de Papá Noel.
―¡Vaya! Jamás me habían comparado con ella ―admitió divertida―. Aunque no me molesta, no puedo esperar a contarle eso a Ángel.
―¿Quién es? ¿Su esposo? Si quiere también puede invitarlo, hay comida para todos.
―No, soy viuda, querida, Ángel es mi nieto y justo acaba de llegar a recogerme ―explicó, y luego señaló con su dedo unos metros más allá.
Observé hacia la dirección de su dedo y no supe qué decir, fui cuidadosa al no soltar una expresión de asombro porque posiblemente era el tipo más bello que había visto en mi vida, y cuando comenzó a caminar hacia nosotras con un traje de tres piezas, el bullicio de la gente, la música navideña y el olor de la feria de comida desaparecieron, me quedé en blanco.
―Hola, damita. ―Fue lo primero que salió de esa boca sexi antes de besar a la abuelita peligrosa en la frente, luego me miró con atención y pese al repaso que me dio no parpadeé.
―Hijo, que alegría que llegaras. Bien, ella es Gabriela ―priorizó con una simpática sonrisa, como si la llegada de su nieto fuera una perfecta coincidencia―. ¿Tendrías problema si pasamos noche buena en su casa? Fue muy amable al invitarme.
Los días en que una chica como yo termina con su prometido y a los minutos conoce a alguien que le roba el aliento son tan poco frecuentes que deberían ser marcados en el calendario con marcador rojo, habría que ver si a alguien más le ha pasado. Por suerte pude tenderle la mano, pero él frunció los labios y me obsequió una mirada interrogante con sus alucinantes ojos negros, eran igual de bonitos que las piedras de turmalina.
―¿Y eso, qué te ocurrió? ―preguntó.
Miré hacia abajo, recogí el brazo y metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta.
―Fue un accidente, pero estoy bien... voy a estarlo. No se preocupe por eso, señor Ángel.
―¿Señor Ángel? ―repitió en un tono divertido―. Ajá, ¿y por qué el título? Me parece que somos contemporáneos.
―Yo solo trataba de... es decir... yo no...
Él asintió, sonrió tan grande como su abuela y soltó:
―No te preocupes, Gabriela, entiendo que no nos conocemos, pero me gustaría que ocurriera, así que acepto la propuesta de pasar navidad en tu casa.
La abuela suspiró. Sí, he dicho que suspirando le pidió que se encargara de nuestras compras. Él fue obediente y se llevó las bolsas para meterlas en la maleta de su auto.
―No te preocupes, querida, entrarás a tu casa con un buen hombre ―dijo guiñándome el ojo con alegría, antes de obligarme a seguirla.
Era la primera vez que veía a mis padres desde la navidad pasada, les había avisado que iría con Arturo, aunque tampoco lo iban a extrañar, no lo conocían. Mi padre estaba esperándome en el porche cuando Ángel estacionó en la entrada, bajó los escalones y corrí a sus brazos. Le presenté a mis acompañantes y él me miró confundido, pero haciéndome la loca hice que cargara los regalos dentro de la casa.
Apenas entré amé el olor del pan horneado, el pastel y las galletas. Mi madre nos dio la bienvenida y los invitó a ellos a sentarse en el sofá. La abuela pronto comenzó a hablar acerca de lo hermosa que estaba decorada la casa y de lo agradecida que estaba por la invitación.
En cuanto a mis manos, las desinfecté, y como hacía frío me puse unos guantes. Ellos sospechaban que algo pasaba, pero honestamente no tenía ganas de contarlo. Los planes habían cambiado y no iba a echar a perder la noche.
―¡Feliz navidad, familia! ―gritó mi hermana cuando entró a la casa, seguida de mi cuñado Omar y mis dos sobrinos.
Más tarde llegaron dos tías con mi abuela paterna, un primo con su pareja e hijos y mi madrina. Cada vez que presentaba a mis nuevos amigos mi padre me miraba, me parecía un poco fastidioso, pero yo seguía sonriendo.
Después que cenamos los niños corrieron al árbol de navidad y se enterraron bajo la montaña de regalos que le habían comprado los mayores.
―¿Ya podemos jugar al amigo secreto? ―preguntó mi sobrina Fabiana.
Mi madre sonrió y le dijo que empezara, pero el juego no saldría bien, faltaba un jugador y alguien se quedaría sin regalo, así que me vi en la obligación de interrumpir.
―No podemos jugar.
―¿Por qué no podemos jugar? ―Papá suspiró.
―Lo siento, no tengo ganas de explicar lo que pasó con Arturo, pero he de decir que no tengo su regalo.
La sensación de desastre inminente se fue agudizando mientras los niños me miraban con tristeza, la abuela tampoco me quitaba el ojo y Ángel me pidió con amabilidad que lo acompañara y me llevó hasta afuera, hasta su auto.
―¿Qué hacemos aquí?
―Me parece que necesitas esto ―dijo, y me tendió un paquete con un lindo envoltorio azul. Entonces lo entendí, me estaba ofreciendo el regalo que faltaba.
―Dios, no... no puedo aceptarlo.
―Pero yo quiero dártelo. Además, es algo genérico, sirve para cualquier miembro de tu familia ―explicó con voz sincera―. Mira, velo como un gesto de agradecimiento por habernos invitado esta noche.
―Pero es que...
―Por favor, Gabriela, ¿no viste la cara de los niños?
―Sí, claro que los vi, y lo odié... Voy a matar a Arturo por hacerme esto, a todos, no necesitaba este drama en navidad.
Ángel empujó unos cuantos mechones de cabello suelto detrás de mi oreja, su toque me produjo un escalofrío, uno que me gustó. Asentí tras su gesto y sacó otro paquete de su auto, ese tenía escrito en la etiqueta: «Te amo, abuela Noelia». Era el nombre de la abuelita peligrosa. Sonreí.
―Estamos listos, ¿vamos? ―preguntó.
Y eso hicimos. Entramos y les avisé a todos que sí habría juego.
Lo comenzó mi sobrina Fabiana, luego escuchamos un sonido de asombro cuando su hermano Fernando descubrió el carro a control remoto que ella le obsequió. Entre risas, bebidas y música, se fue develando el amigo secreto de cada uno, hasta que al final solo quedaron dos regalos.
Resulta que yo le regalaba a Arturo y él a mí.
Ángel saltó del mueble con el paquete azul en sus manos, me enderecé y sonreí con una extraña emoción y timidez.
―Esto es para ti, ¡feliz navidad!
―¡Oh! ―exclamé, él sonreía con la mirada―. Siéntate conmigo para abrirlo.
Los demás oyeron y como quien no quiere la cosa se fueron retirando de la sala con excusas, supe que pretendían darnos privacidad y negué con la cabeza, pero al ver la sonrisa en el rostro de Ángel me olvidé de todo lo demás.
Desaté el lazo blanco con cuidado y retiré el papel, en el interior hallé una caja negra y levanté la tapa para descubrir unos bombones con formas navideñas, cogí uno y me lo llevé a la boca.
―Está delicioso, gracias ―dije saboreando el relleno. De inmediato puse la caja a un lado y me giré hacia él―, no tengo un regalo para ti, a menos que quieras una gran espada filosa ―susurré avergonzada―. No sé en qué estaba pensando cuando la compré.
―El mejor regalo que pudiste darme fue recibirnos en tu casa. ―Extendió la mano y cogió la mía, mis ojos encontraron los suyos y mi ritmo cardiaco se aceleró―. No necesito una espada, solo saber si las cosas con el dueño terminaron.
―Terminaron ―murmuré con seguridad―. Terminaron para siempre, Ángel.
―Creo entonces que deberías invitarme para año nuevo ―dijo.
Y yo comencé a reír, al igual que él.
¿Cuál es el presente más significativo que te han dado?
Nunca sientas alegría por un regalo, sino por lo que representa, valora más el aprecio de la persona que te lo da, porque quizá algún día te pasa como a Gabriela, que esa navidad recibió algo invaluable: unos bombones deliciosos y alguien con quien comprar regalos el resto de los años.
¡Feliz navidad!
Ustedes siempre serán mi mejor regalo.
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