Vol 3 Las viejas costumbres...

Los ojos de Aketz se abrieron de golpe, levantándose sobre sus dos piernas tan rápido como sus adormecidos instintos le permitieron, dirigiendo su mano derecha a su cintura tratando de desenvainar una espada inexistente. Con el rostro más pálido que de costumbre y con la frente llena de sudor, se percató que se encontraba de pie sobre una elegante cama con sabanas rojas, y en una habitación bastante hermosa.

— Buenos días, señor Aketz— dijo una serena sirvienta a un lado de la cama— Se recuperó bastante rápido de la marca de contrato.  Ya veo por que mi señora Vianca lo tiene en muy alta estima.

Aketz al ver a esa señorita, decidió relajarse, bajando su guardia, y sentándose sobre la cama, mirando confundido todo el lugar, al igual que inspeccionó esa extraña marca que ahora tenía en su palma derecha.

— ¿Dónde estoy?— preguntó algo desconcertado.

— Estamos en la casa de mi señora. Usted perdió el conocimiento cuando recibió la marca de contrato.

— ¿Dónde está ella?

— Me dejó a cuidado de usted, e iremos a verla lo más pronto posible. Pero antes, primero lo primero.

Aplaudió, entrando más sirvientas a la habitación, llegando entre una de ellas, una bella chica con una bandeja de madera llena de manjares, bandeja que después puso frente a Aketz. 

— Come, y después nos encargaremos de lo demás.

El muchacho lo hizo tomando los cubiertos, y aunque su rostro rara vez mostraba alguna expresión, nadie duraría en decir que realmente disfrutaba de la que muy probablemente haya sido la comida más deliciosa que hubiese probado en toda su vida.

Cuando terminó su plato, le retiraron la bandeja, y entre un montón de sirvientas lo tomaron de la cama a la fuerza, lo desnudaron y lo llevaron cargando a la bañera, donde lo arrojaron a una tina y cada una con un cepillo en mano, le limpiaron cada parte de su cuerpo.

— ¡Lo dejaremos impecable!— expresó una de ellas.

— Puedo hacer esto por mi cuenta— dijo Aketz antes de que cayera un balde con agua en la cabeza y le enjabonaran el cabello.

— Lo siento, ordenes de mi señora.

Una vez bañado, lo secaron con finas toallas blancas y lo llevaron otra vez frente a la cama. Ahí, sobre las sabanas, estaban unos calzoncillos, calcetines, una elegante gabardina oscura con algunos cinturones, una camisa blanca, guantes de cuero al igual que las botas, y una espada en su funda.

Lo tomaron y lo vistieron, ajustando los cinturones, abrochando sus botas, también le humectaron la piel con varias cremas, le cepillaron los dientes y peinaron su largo cabello blanco.

Por último, la sirvienta, la que era claramente superior a las demás, le entregó la espada.

— No hagamos esperar más a mi señora. Por favor, sígame señor Aketz.

Aketz lo hizo, caminando detrás de ella, acomodando la espada en su cintura, y aún asimilando todo lo que había pasado en una sola mañana. Aunque se tomó un momento para verse en uno de los espejos de la habitación; su silueta nunca había sido tan llamativa hasta ese entonces, sintiendo un poco de repulsión hacia sí mismo. Una fina marca de esclavitud.

Por otro lado, cuando salieron de la habitación, el rostro de una de las criadas que se quedaron en el cuarto, se tornó rojo y sonrió encogiéndose de hombros.

— S-sí que tiene bonito cuerpo.

La compañera que tenía al lado le correspondió la sonrisa y con sus palmas tocó sus mejillas sonrojadas, sacudiendo su cadera de un lado a otro— ¡Sí, era muy lindo! 

Otra de ellas agarró la camisa que antes Aketz traía puesta y frotó su rostro en ella— ¡Y olía muy bien! ¡Ojalá todos los sirvientes de la señorita Vianca fueran como él!

Entonces todas ellas rieron y suspiraron.







La seria mucama y Aketz caminaron por un pasillo, uno bastante largo a decir verdad, sin nada de puertas a los alrededores, solo un piso con tapices rojos, muros blancos, y algunos candelabros iluminando.

— ¿A dónde vamos?— preguntó él mientras caminaba detrás de ella.

— Vamos al despacho de mi señora.

— Eres demasiado leal, a pesar de que tu señora es un mago. Todas ustedes.

Hizo a un lado su serio rostro por un momento y enseñó una ligera sonrisa— Si no fuera por ella, muchas de nosotras no estaríamos aquí. No sé cómo sean los demás magos, pero la señorita Vianca es una buena persona, y con eso me basta.

— Espero que así sea.

— Lo es. 

Se detuvieron frente a una puerta de madera con finos acabados en oro y símbolos extraños, haciéndose ella a un lado.

— No puedo entrar con usted. Adelante, señor Aketz, fue un placer servirle— inclinó su cuerpo hacia adelante haciendo una reverencia.

— Gracias 

Se retiró, y fue cuando Aketz abrió la tan llamativa puerta.  Frente a un elegante escritorio se encontraba la gran maga Vianca, la cual con pluma y tinta a la mano, escribía sobre unos papeles, la misma que al notar la presencia del muchacho, dejó la pluma en el tintero y relajó su cuerpo en su asiento.

— Lo sabía, ese estilo no te queda nada mal. Me sentiría celosa si fueras de alguien más.

— Creí que no podías ver.

—  Querido, los ojos solo son una manera de ver. Hay muchas formas de observar el mundo, solo debes estar atento. Aunque, bueno...—  se levantó de su asiento estirando su brazo y bostezando— No soy la primera en descubrir como usar la vista así. Puede que conozcas a más gente como yo, aunque, lo dudo.

— Dime lo que sigue.

—  Tú no pierdes el tiempo, eh. Bien, te diré— abrió uno de sus cajones y tomó un mechero, el cual luego le arrojó a Aketz para que lo tomara. Después, de ese mismo cajón, sacó una larga pipa— ¿Puedes darme fuego?, tener un solo brazo no ayuda mucho.

Aketz prendió la pipa y dejó el mechero en el escritorio. Por otro lado, Vianca probó una buena cantidad de humo, saliendo éste por su nariz, y luego por sus labios en forma de circulo.

— Odio Roam, pero amo su tabaco. ¿Gustas?

— No fumo.

—  Vaya, pareces un santurrón— inhaló humo una vez más, y lo dejó salir en el rostro del joven, cerrando éste un poco sus ojos— Tú te lo pierdes. Bien, el traje que llevas puesto representa a mis exploradores, solo que el tuyo lo personalicé un poco; lo hice negro aunque normalmente sería verde oscuro, cuenta también con varias bolsas, es tan ligero como el aire, y tan duro como escamas de dragón, además de que es a prueba de fuego y repele un poco la magia. Puede que sea una de mis mejores creaciones.

— Es bastante ligero.

Ella dirigió su atención a los estantes de la habitación repletos de libros dándole la espalda— Hace tiempo, quizá unos cuatro-, no, unos quinientos años atrás, hice una mazmorra.

— ¿Mazmorra?

— ¿Qué puedo decir?, era la moda de aquel entonces, una de mal gusto. Constantemente se colaba la lluvia y había mucha humedad. Un completo Caos, en fin...— probó de nuevo su pipa, dejando salir después el humo— En ella tenía una hermosa copa hecha de oro que me regaló un príncipe de Roam. Quería casarse conmigo a toda costa, lo rechacé, obvio, era un perdedor, pero siempre me gustó su regalo. Hace unos días un grupo de exploradores descubrieron esa mazmorra, pero no han llegado al fondo. Quiero que vayas al gremio, te apuntes para la exploración y me traigas esa copa.

— Creí que iríamos por los heraldos.

— No seas impaciente, todo a su debido tiempo. Además, la copa no es lo único que quiero; hay un regalo para ti, una arma, una espada.

— Pensé que la espada que me diste era buena.

— Lo es, fue hecha por uno de los mejores herreros de reino, pero la espada que buscamos es de un material muy raro, excelente para tu búsqueda, hecha por uno de los mejores herreros del viejo mundo en toda su historia. Tomalá como una prueba para ganar tu confianza.

Ante estas palabras, el muchacho no tardó en decir lo que pensaba— Nunca confiaré en ti.

— Aún así, lo intentaré. Buena suerte, Aketz. Ah, por cierto, quité tu oficio de recolector y te hice aventurero explorador, mis chicas te darán tu nueva tarjeta.

— Bien— se dio la media vuelta, disponiendo en salir de la habitación.

— Una vez que salgas de la mazmorra, habrá uno de mis subordinados afuera de la entrada. Reporta todos los datos ahí.

— Entiendo

Y finalmente, salió de la habitación.



Vol 3 Las viejas costumbres...





Aketz abrió las puertas del gremio aun siendo temprano, habiendo toda clase de aventureros, de todas la razas, tamaños, y colores; era fascinante la cantidad de extranjeros que buscaban oportunidades como aventureros en la capital del reino.

El muchacho pasó en medio de tan interesante multitud, casi desapercibido, de no ser por su raro cabello blanco, algo que solo poca gente en el viejo mundo podría jurar haber visto en un joven y no en un anciano. 

Caminó hasta la barra, atrayendo un par de miradas; era normal que forasteros estén todo el tiempo en la capital, pero no forasteros tan peculiares como él. Resaltando también bastante su vestimenta, como si fuera un niño rico saliendo en busca de nuevas experiencias.

Al llegar a la barra, inmediatamente fue atendido por la recepcionista del gremio.

— Buenos días, ¿en qué lo podemos ayudar?

— Vengo por la misión de exploración.

— Oh, con que también vas a la mazmorra. Muy bien, te explicaré. Todos los objetos que encuentres, incluidos tesoros, te quedarás la mitad de ellos, y la otra mitad la darás al gremio. Claro que puede elegir cuales entregar y cuales serán para ti, aunque claro, habrán filtros para determinar lo que se considere tesoro, y lo que no. No hay un objeto en específico para recolectar, ya que son nuevas cámaras descubiertas y será una misión de reconocimiento.

— Me parece bien.

— Muy bien, entonces, permíteme tu tarjeta.

Aketz sacó su tarjeta de uno de sus bolsos, dándosela a la señorita, la cual a su vez tomó un sello de debajo de la barra.

— Muy bien, señor Aketz, diga el juramento.

— Desde este momento, hasta que mis servicios acaben, cumpliré este contrato con mi vi-

— Espere— lo interrumpió la señorita— Ese es el anterior, tiene que decir el nuevo.

— ¿Nuevo?

— Puede que no lo sepa, ya que viene de afuera, pero desde hace seis meses que se viene implementando en todas las cedes un nuevo juramento, ya que el anterior se consideraba un poco grotesco. Ahora es "Cumpliré este contrato protegiendo sus intereses".

— Cumpliré este contrato cumpliendo sus intereses.

— ¡Perfecto!— selló su tarjeta— Buena suerte en su misión, señor Aketz. Reúnase con los demás afuera del gremio.

Hizo justo como la señorita del gremio le indicó, llegando junto a más aventureros a las afueras del gremio, todos ellos fieros guerreros, armados hasta los dientes, ya sea que hayan aceptado la misión solos, o que hayan ido en grupo como muchos acostumbraban. Todos ansiosos de ir a la misión que les esperaba. Sin duda la capital de Roam daba fe de ser un lugar de buenas oportunidades para los aventureros.

— ¡Hermano, hey hermano, por aquí, Aketz!

Gritaba un peculiar joven pelirrojo en medio de la multitud; se trataba de ese chico raza de los ignis, junto a otro sujeto muy parecido a él. El muchacho no perdió el tiempo y fue corriendo hacia el aventurero de cabello blanco, el cual solo los observaba con su inexpresiva mirada.

— ¡Aketz, que gusto encontrarte hermano!

— Oh, eres el chico de la carreta. Zarr, si no me equivoco.

— Veo que me recuerdas bien. Bueno, a ti por otro lado, es difícil olvidarte, desde que llegué aquí no hay nadie que se te parezca. Por cierto, él es mi hermano del que te hablé, Dom.

El hermano, notablemente más alto y de más edad, pero de rostros casi idénticos, inclinó un poco su cuerpo haciendo un saludo cordial— Un gusto en conocerte, mi hermano me habló de ti. Realmente luces muy peculiar, sin oferte claro está.

— No te preocupes— dijo Aketz.

Zarr le paso el brazo por encima del cuello— Vamos hermano, sí que luces muy diferente a como te vi la última vez. Pero tengo que admitir que te ves muy bien en esa ropa, me da un poco de envidia.

— Es cómoda.

— Puedo notarlo. Oye, sé que te registraste, pero mi hermano y yo haremos esta misión, ¿te nos unes?, puede que hasta encontremos algunos tesoros.

— Gracias, pero paso.

— Oh vamos, no seas tímido, de seguro esa mazmorra está plagada de monstruos, nos servirá ir con un aventurero veterano como mi hermano, ya que somos novatos en la gran ciudad.

— No, creo que de verdad-

— ¡Oh, vamos hermano, no seas un aguafiestas, será divertido ir!

— No, es que-

— ¡Está decidido, vendrás con nosotros!

¿Mi opinión no cuenta?

Pensaba Aketz, mientras que Dom solo ponía sus dedos en sus cienes, presenciando esa forzada escena. Después simplemente tomó a su hermano reprendiéndolo.

— Oye, no puedes hacer que una persona nos acompañe por tus caprichos, ya te dijo que no.

— ¿Qué?, pero vamos, es Aketz, me agrada.

— Pero aún así...

En medio de ese escandalo, uno más grande se alzaba, dejando esos dos hermanos a un lado la disputa, y de inmediato un color rojizo invadió sus mejillas, y sus miradas y expresiones se tornaron a las de un hombre enamorado, saliendo ambos corriendo apresurados hacia esa multitud que se juntaba en un circulo. Aketz al presenciar todo esto, lo gobernó la curiosidad y también se acercó.

Le costó abrirse camino con esa gente estorbando, y cuando finalmente llegó al centro, no vio a ningún encargado del gremio ni nada similar a lo que él esperaba. Sino que en ese lugar que llamaba tantas miradas se encontraba una dama que saludaba a todos como solo una celebridad lo haría, pero no era cualquier dama, sino una hermosura, una flor como ninguna otra, de piel tan clara y brillante como la nieve misma, con la cabeza decorada de ese largo y fino cabello pelirosa peinado con una liga, con esos ojos rosados lindos y cautivadores decorados con largas pestañas, esa refinada nariz, esos labios semirojizos que tentaban a cualquiera, y una figura que parecía tallada por el más grande artesano de los nueve reinos, una figura que dejaría suspirando a cualquier hombre. Aunque lo que más destacaba, era esa esponjada cola en la parte inferior de su espalda, y esas orejas sobre su cabeza similares a las de un felino.

— ¡Cásate conmigo!

— ¡Por aquí!

— ¡Salúdame!

— ¡Pero que hermosura!

Gritaban algunos, y otros simplemente guardaban silencio sin saber qué hacer ante tal belleza. Varias de las mujeres ahí presentes no podían ocultar sus celos y rabia hacia ella, pues aun por más hermosas que fueran, simplemente no podían rivalizar contra la aventurera que tenían en frente, siendo opacadas de manera fatal.

¿Quién es ella?

Cuando se formulaba esa pregunta en su cabeza, Zarr salió de entre la multitud tomándolo repentinamente y lo sacudió de manera brusca y exaltado.

— ¡Ella es Kairy, es tan hermosa como lo decían! ¡Oh amigo, estoy enamorado!

Aunque ciertamente esa mujer era bastante hermosa, Aketz no veía otra cosa más que eso, una mujer. Por otro lado, a pesar de que a esa chica apenas la dejaban caminar sus admiradores, Aketz podría jurar haber visto una penetrante mirada de ella hacía él, pero no una amistosa, más bien como si fuera una serpiente mirando a un ratón, congelando el tiempo un momento entre ellos dos, una mirada que solo duró unos instantes, antes de volver esa chica a su alocada vida social.

¿Estaré imaginando cosas?

— Lamentablemente, ella no forma equipos— dijo Zarr regresando a la realidad— Estoy seguro de que si fuera un chico popular voltearía a verme. ¡Me esforzaré al máximo para tener chicas lindas!

De repente, una campana sonó gritando un viejo hombre.

— ¡Todos los aventureros de exploración, fórmense en dos filas; se repartirán los mapas y material para la misión!

Aketz de inmediato fue a formarse, aunque le costó apartar la vista de esa chica, no por su gran hermosura, sino por otra razón que no podía explicar. Una vez que le dio la espalda, sentía como si alguien le clavara la mirada, una mirada que activaba un poco sus instintos de supervivencia.

Andaré con cuidado...





Aketz se sacudió las ramas y maleza de los arbustos y hierva silvestre que se le habían clavado en la ropa. Delante de él, cubierta de enredaderas y musgo, estaba la entrada a la mazmorra. Profunda y oscura sin duda alguna, con algunos peculiares símbolos en el arco formando extrañas palabras en un idioma que desconocía, un lugar semi-explorado que daba la pinta de estar abandonado por el mundo. Fue cuando él dispuso a sacar una pequeña esfera de cristal de uno de sus bolsos, la quebró, y de ésta se elevó una pequeña esfera de luz blanca que comenzó a flotar sobre su cabeza. 

Ir al ritmo de los demás entorpecería mi misión.

Pensó para sí mismo, pues a sus espaldas no había ningún otro aventurero, dejando claro que les tomó bastante ventaja en el tiempo de llegada. De otro bolso, tomó un mapa de lo que ya estaba explorado dentro de la mazmorra, y la ubicación de dónde se encontraba la entrada a la nueva zona. 

— Si voy por aquí, debería estar bien— guardó su mapa doblándolo en varias partes.

Descendió por aquellos escalones de piedra, notándose aún más la oscuridad que ahí habitaba. Cuando llegó a una distancia considerable, notó que cadáveres llenaban los suelos, restos de monstruos muertos que de seguro llevaban meses o años así, y otros de aventureros momificados aún con espadas en mano y armaduras.

— Entrar al hogar de un mago... siempre es peligroso.

Siguió avanzando con toda cautela, explorando pasillos y habitaciones abandonados, escuchando de vez en cuando el rápido caminar de ratas que pasaban por los rincones, o el grito de insectos siendo atrapados en alguna red de una araña para ser devorados vivos. Así fue hasta finalmente dar con la puerta que buscaba, la entrada a una nueva parte de la mazmorra.

Cuando llegó al lugar, al acercarse cada vez más y más, la pequeña luz que flotaba sobre su cabeza iluminó la puerta, la cual, al igual que la entrada principal, poseía símbolos y letras en idiomas desconocidos, una puerta hecha de piedra bastante cuarteada, pero lo que más llamó la atención del joven aventurero era que estaba entreabierta.

— Que extraño...

Cruzó por aquella puerta, escuchándose sus pasos como si estuviera pisando grandes charcos de agua, aunque fue más su sorpresa cuando al mirar sus pies, sus tacones estaban pintados de un rojo vivo, y el olor a hierro se impregnaba en el aire. Al alzar la mirada, se encontró con cuerpos de monstruos de aspecto horrible descuartizados sobre el suelo, tantos que la sangre parecía un pequeño arroyo, dándose un festín con sus restos las ratas e insectos. Ante tal escena, no dudó en desenfundar su espada y avanzar con toda la precaución del mundo. Alguien ya estaba adentro, y sea lo que sea, era bastante fuerte, ya que enfrentar a esa cantidad de monstruos supondrían un problema para cualquiera.

Las vísceras de las criaturas decoraban todo ese pasillo, tanto en suelo, como techo y paredes, cayendo inclusive un ojo hinchado sobre el hombro izquierdo de Aketz, el cual tomó con sus dedos y lo arrojó a otra parte abalanzándose las ratas de inmediato. 

No tardó mucho para que sus pasos lo llevaran hacia una recamara enorme, pero lo asombroso de ésta no eran los incontables monstruos muertos en el suelo, ni los enormes pilares y paredes hechos de roca, sino el techo, que daba la impresión de dejar entrar luz del sol, cosa que era imposible dado que estaba varios metros debajo de la tierra. Esa era más bien una proyección de magia de luz encerrada en cristales, y una magia así solo podría crearla un mago bastante talentoso. 

— Mantener una luz así por cientos de años...

Mientras decía esto, múltiples rugidos y chillidos vivieron de las puertas al fondo de la recamara, mismas que al escucharlas el joven aventurero, no dudó ni un segundo en comenzar a correr a una velocidad absurda con su espada en mano, listo para cualquier situación.

Al cruzar las puertas, una criatura con cuerpo de hombre, cabeza de sabueso, y de grandes colmillos, fue la primera en tirarse sobre él, cortándolo Aketz de inmediato en varios pedazos dejando ver su perfecto manejo de la espada; después llegó otro, y a ese se le sumaron muchos más, todas esas criaturas de sanguinarios ojos se empujaban y rugían por reclamar su cuerpo, repeliendo el joven a todos y cada uno de ellos.

Con esa cantidad de enemigos, uno se coló a sus espaldas y logró morderlo, entre su hombro izquierdo y su cuello, clavándole sus filosos colmillos en la carne. Aketz de inmediato se giró y de un codazo con una inmensa fuerza, le rompió el cuello a la criatura haciendo rebotar su cuerpo muerto contra un muro.

Me descuidé...

Sus pies se volvieron firmes sobre el suelo donde se encontraba, y en un parpadeo, el muchacho movió su espada como si fuera un rayo, saliendo volando por los aires las extremidades de aquellos monstruos, quedando empapado en sangre y jadeando. 

Se preparó de inmediato para los demás, pero cuando se percató, en el cuarto desde que iniciaba, hasta las puertas del fondo, no había ser que estuviera vivo. Muchos de ellos muertos a causa de su espada, pero los cadáveres al pie de las puertas al otro lado de la habitación no fueron tocados por su hoja.

Caminó con toda cautela hasta el final de la habitación, escuchándose levemente el eco del tacón de sus botas con cada paso, empuñando su espada de la forma más diestra posible. 

El suelo de aquella recamara estaba repleto de miles de espadas que hacían difícil el caminar, y ahí, de pie sobre una pila de monstruos muertos y amontonados, estaba una mujer, una bastante hermosa, resplandeciendo aún más su belleza con la luz que salía del techo.

— Y no hay ningún tesoro más que espadas oxidadas y esta vieja copa...

Expresó, mientras sostenía una copa dorada con joyas incrustadas en sus delicadas manos. Cuando se disponía a bajar de aquel lugar, notó la presencia del aventurero mirándolo de reojo.

— Así que al final sí eras tú...

— ¿Qué?

Respondió Aketz confundido, colándose una ráfaga de viento en la habitación que sacudió el cabello y vestimenta de ambos, fijando sus miradas como dos extraños profesionales buscando el mismo tesoro.






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