Vol 2 La Encomienda del Mago


Aquel muchacho, derrotado, sometido, no pudo hacer más que postrarse sobre sus rodillas con el cuerpo completamente destrozado en medio de ese río de su propia sangre, y con la cabeza apuntando al suelo, dijo:

— Desde este momento... hasta que mis servicios acaben..., cumpliré este contrato... con mi vida...

Vianca tiró un último resplandor— Viajarás a la capital de Roam, allí buscarás el monumento a los guardianes. Te estaré esperando, Aketz.

La gran maga, de un destello violeta desapareció soltando una estela luminosa y dejando varias marcas sobre el suelo en el que se postraba, abandonando a ese joven en medio del bosque congelado.

Y fue así... como de nuevo quedé a merced de los magos...


Vol 2 "La Encomienda del mago"



Las ruedas de la carreta daban brincos con cada bache que pasaban, levantando a todos los pasajeros, e inclusive también al veterano chofer de vez en cuando, creando algunas nubes de polvo.

Aquel muchacho de cabello blanco ya se había acostumbrado al brusco vehículo, distrayendo su atención a los alrededores. Lentamente el bosque quedaba atrás, al igual que los campos de cultivo y toda ganadería. Fue cuando las grandes estructuras empezaron a aparecer, acercándose poco a poco a la ciudad. Un sin fin de vehículos aparecían de todas partes, al igual que bastantes viajeros caminando con sus enormes mochilas, todos dirigiéndose a la gran ciudad.

— Ah, que viaje tan más incomodo, ni siquiera se puede dormir bien.

Exclamó un peculiar joven estirando su cuerpo, con la piel bronceada, una piel que también daba la impresión de pequeños tatuajes en forma de escamas por todo su cuerpo, al igual que su cabello rojizo como el fuego resaltaba mucho. Todo apuntaba a que pertenecía a la raza de los Ignis.

— ¿No piensas lo mismo compañero?

Aketz no era una persona muy sociable, y en todo el viaje no había dicho una sola palabra más que para pagar su boleto. Pero ahora, ante tan extrovertido personaje que lo codeaba, podría decirse que dialogar no era lo suyo.

— ¿A qué te refieres?— dijo con su apagado tono de voz similar a un susurro.

— Vamos, puedo ver que eres un aventurero también. Sé que es parte de nuestro trabajo, pero jamás pensé que sería tan malo para la espalda viajar así.

— Es irrelevante.

— Cielos, qué eres, ¿un viejo?, todos aquí afuera actúan muy serios, tanto que da miedo. ¿Qué raza eres?, jamás había visto a alguien como tú. Bueno, tampoco es que conociera a muchas personas más allá que las personas de mi pueblo. ¿También vienes de uno?

— ... — su gran ausencia de palabras azotó el ambiente.

—Eh... veo que no eres muy platicador.

— No mucho.

— No te preocupes hermano, me han dicho que hablo hasta por los codos. Solo que es emocionante salir de la rutina. Finalmente iré a la capital del reino, podré cumplir mi sueño.

Aunque era evidente que la repentina conversación apenas podía digerirla, no dejaba de causarle algo de curiosidad. ¿Sueños?, otra palabra que no conocía, ¿él tenía sueños?, un sin fin de preguntas azotaban su mente como una roca.

— ¿Cuál es?

— ¿De qué hablas, hermano?

— ¿Cuál es tu sueño?

— Pues obviamente el de todo aventurero. Quiero dinero, fama, chicas lindas, poder, y demostrar ser el más fuerte. Quiero respeto, podría decirse.

— Suena... bastante simple.

— Sí, puede ser, pero no creo que sea tan sencillo, tendré que esforzarme como nunca. ¡Ya quiero llegar a la capital! Dicen que las chicas de ahí son muy hermosas— las mejillas se le tornaron rojizas al jugar tanto con su imaginación— Ten cuidado, eres muy apuesto debo admitirlo, pero pueden comerte si ven que eres de las afueras de la ciudad.

— ¿Son... hermosas?

— Eso decía la carta de mi hermano. Él es un aventurero que ya vive en la ciudad, y dice que hay toda clase de hermosuras allá. Sobre todo... esa...

— ¿Quién?

— Todos en Roam hablan de la hermosa veterana aventurera Kairy. Dicen que es muy fuerte y hermosa, que flor más bella no hay en los nueve reinos.

— Eso suena a algo imposible.

— No lo sé. Hasta no ver, no creer.

Los caminos dejaron de ser polvo y tierra, siendo ahora reemplazados por empedrados que resonaban con los cascos de los caballos. Y ahí estaba, a lo lejos se podía contemplar ya, la tan codiciada capital de Roam, protegida con un muro tan grande que ni siquiera las aves lo sobrevolaban tan fácilmente, con una gran puerta que parecía hecha para un gigante, conectada a un enorme puente, y toda una armada afuera dando acceso a los vehículos.

— Mira eso, eso sí es presupuesto, sin duda ya no estoy en mi hogar, aunque...

— ¿Qué?

— Muchos de los guardias son humanos.

— ¿Eso es malo?

— Pues... escuché desde que Rolself, el reino vecino, se alió con el reino de los humanos, han estado usando sus soldados y tecnología para las ciudades y fronteras. Esto confirma que Roam está haciendo lo mismo. Los humanos... ¿Cómo podría decirlo?, son...

Un viejo señor que viajaban con ellos en el mismo carruaje, tomó la palabra repentinamente, con una mirada bastante disgustada.

— Son unos cerdos tatkenianos— expresó con desagrado el anciano— Tatkezu es una basura, un reino sin magia, lleno de desprecio hacia las demás razas. Los humanos son codiciosos, mentirosos, nunca se sabe lo que traman. La mayoría de guerras en el viejo mundo siempre fueron causadas por ellos. Tenerlos aquí es como una enfermedad.

— Eh, sí, podría decirse que es todo lo que dijo el viejo. Gracias viejito. 

— Anden con cuidado, jóvenes. Un humano al que se le da una pizca de poder siempre es un humano peligroso. Yo que ustedes mejor me alejaba de ellos.

— Tendremos en cuenta el consejo.

La carreta se acercó cada vez más a la entrada a la ciudad, siento interceptados por una armada tatkeniana.

Los humanos en realidad eran todo lo que decía el anciano, pues Tatkezu es una nación meramente de humanos, y una tierra donde los hechiceros le son un misterio, pues no poseen ni una pizca de magia, y no se sabe como es que la raza al ser tan inferior, perduró tantos años. Aunque por otro lado, hay una explicación más razonable; los humanos no tienen fuerza ni magia en sí, pero su gran inteligencia y habilidad hizo que pudieran ponerse a la par con las otras razas y reinos.

El ejemplo más claro estaba frente a ellos, simples humanos vestidos con sus peculiares armaduras negras con cristales mágicos incrustados, una capa roja con el símbolo de su nación que les cubría el hombro izquierdo, varios engranajes distribuidos en su vestimenta, y esa letal espada anti-magia que podía cortar, absorber o repeler hechizos bastantes poderosos. Un humano bien entrenado era algo que temer.

— Por favor, muestren sus identificaciones.

Dijo el que claramente era el encargado de la armada, con la capa bordada con unos ligeros toques dorados. Aketz procedió a sacar de su bolso una tarjeta, la cual después le entregó.

— Aketz, eres un aventurero recolector, eh. No creo que haya muchos trabajos de esos por aquí.

— Vine a probar suerte.

— Bueno, es una ciudad de oportunidades, seguramente habrá algo. Ahora, muéstreme su espada por favor.

— Claro.

Desenfundó esa oxidada espada, llena de residuos de sangre y para rematar, estaba partida a la mitad.

— Veo que le ha dado un uso.

— Monstruos.

— Los alrededores de la capital son peligrosos, le recomendaría hacerse de un mejor equipo, por su propio bien.

— Lo haré.

— Bien— le devolvió su tarjeta— Bienvenido a la capital de Roam, buena suerte señor Aketz— se alejó junto a los demás soldados una vez terminaron de revisar a todos los pasajeros, dándoles acceso a la capital.

La carreta se movió una vez más, saliendo de las sombras de la gran muralla, encontrándose con una vista que casi para todos los presentes, eran solo historias oídas. Las calles festejaban el festival anual de la cosecha, pasando un montón de gente bailando, miles de pequeños pequeños pétalos volando por los aires, gente portando máscaras, toda clase de manjares en los puestos; un deleite a la vista. Una ciudad llena de vida hasta donde la vista alcanzaba.

— ¡Mira, eso es de lo que estaba hablando!— dijo lleno de asombro el joven pelirrojo— ¡Nueva vida, aquí voy!

Pasando por las calles repletas de tráfico, las muchachas que ahí pasaban los saludaban, enviando besos y bailando para llamar la atención, siendo aquel hombre victima de tanta hermosura que no podía ocultar su emoción.

— ¡Buenas tardes, señoritas!— se paró en la carreta devolviéndoles los besos y bailes— ¡Así es, soy un aventurero! ¡Si quieren conocerme, vayan al gremio!

Ellas rieron entre ellas moviendo sus coquetas pestañas, solo para después seguir su camino.

Aketz, por otro lado, no reflejaba emoción alguna. No disfrutaba estar ahí, entre tanta vida y fiesta. Solo deseaba llegar lo más pronto a su destino para acabar con todo esto; pensaba constantemente en haber vendido su alma nuevamente, que a pesar de sus esfuerzos, estaba volviendo a servir a un mago.

Finalmente el carruaje aparcó, descendiendo todos los pasajeros.

— Que viaje tan largo— expresó el chico pelirrojo— Iré al gremio directamente, quedé de verme ahí con mi hermano. ¿Qué harás tú?, ¿tienes donde quedarte?

— Sí, iré a un sitio antes de todo.

— Bueno, si tienes alguna dificultad más adelante, puedes encontrarme en el gremio— le extendió la mano— Soy Zarr, un gusto.

Miró la mano del chico antes de siquiera moverse, luego correspondió con su tembloroso brazo el saludo— Aketz.

— Bien, Aketz, nos vemos hermano. Cuídate.

— Igual.




Aketz caminó hasta el centro de la ciudad, donde las multitudes de gente lo apretaban. Con solo un par de indicaciones de amables personas, llegó frente al monumento acordado en medio de una plaza.

Frente a él estaba la gran estatua de Roam, un ser imponente con un gran martillo, el cual, según las leyendas, fue el primer guardián del Alba en la historia, dueño del relámpago dorado, individuo que por sus hazañas inspiró a que se alzara uno de los grandes nueve reinos del viejo mundo, y adoptó su nombre. Reino que ahora es bien conocido como el reino de Roam.

— "Monumento dedicado al primer guardián del alba, Roam, padre de nuestra nación"— leyó Aketz en voz alta para sí mismo, una mala costumbre que había desarrollado a lo largo de los años.

— Señor Aketz.

Habló alguien detrás de él;  se trataba de un hombre, con un elegante traje puesto.

— ¿Quién eres?

— Sígame— dijo aquel extraño— la señora lo espera.

Dicho eso, le dio la espalda y comenzó a caminar, intentando Aketz seguirle el ritmo entre toda esa multitud.

Accedieron a un edificio de un blanco brillante, muy lujoso a simple vista. Ahí, al entrar tres hombres más se sumaron a un lado de Aketz, que más que parecer que lo escoltaban, daba la impresión que llevaban a un prisionero a su celda. Descendieron algunas escaleras en espiral que daban justo con la entrada a un ascensor.

— Por aquí, señor Aketz.

Ambos subieron y descendieron aún más a las profundidades. Un completo silencio se apoderó del ambiente, tanto que apenas se notaba la ligera corriente del aire. 

El ascensor se detuvo marcando el último piso, y después se abrieron sus puertas. Se mostró frente a sus ojos un cuarto bien iluminado, con algunos tapices dorados en las paredes, y una fina alfombra roja que cubría la mayoría del suelo. Habían varias criaturas disecadas, criaturas que ni siquiera Aketz sabía que existían en el viejo mundo. Se notaba que los muebles estaban hechos de madera de primera calidad, una madera con un tono rojizo bastante hermoso, resaltándolos aun más con candelabros en el techo, y los sillones con perfectos acabados de cuero.

— Lo he traído como me indicó, mi señora.

Se apreció la espalda desnuda de la gran maga Vianca, con la piel tan clara como la nieve, llevando sobre su rostro esa peculiar máscara similar a un cuervo que solo le dejaba libre los labios; ella procedió a hacer señas a un viejo señor que le estaba rodeando con cintas la cintura y pecho, anotando sus medidas en una libreta.

— Déjalo así, acabaremos luego— dijo la maga.

— Como diga, mi señora.

El viejo hombre tomó sus cosas y se retiró, llegando en el momento tres doncellas para vestir a su ama con elegantes ropas oscuras.

— Así que has venido, Aketz— caminó hasta él aún teniendo a sus sirvientas encima, y cuando estuvo frente a frente, era notable que había una gran diferencia de tamaño entre el chico la maga, teniendo la maga que bajar la mirada para hacer contacto visual.

— Así es.

— ¡Magnifico!— procedió a chasquear los dedos haciendo que sus sirvientas se retiraran y fue a sentarse en uno de los hermosos sofás, acercándose de inmediato un muchacho con una charola con copas de licor, tomando ella una con su única mano— Siéntate, por favor.

Aketz lo hizo,  sentándose frente a ella, sin dejar de sentirse un tanto nervioso y alerta. Su experiencia con magos aumentaba su instinto de supervivencia constantemente.

— Como puedes ver, tengo el poder para cumplir mi promesa— expresó Vianca levantando un poco su copa— Este es el imperio que hice, con el sudor de mi frente, tras siglos de trabajo duro y estudio de la magia.

— Aun así, no confío en los magos.

— Pero estás aquí, ¿no? No buscaste huir, pudiste haber rechazado mi oferta y no viajar hasta aquí, pero te arriesgaste y ahora estás delante de mí.

El joven no dejaba de clavarle la mirada con desprecio, intentando adivinar su próximo movimiento si era necesario.

— Thoren y yo... somos muy diferentes. Jamás disfruté de la sangre y las masacres, pude hacerlo, pero no lo hice, cabe aclarar. Lamento nuestro primer encuentro, pero necesitaba convencerte y que me oyeras, aunque veo que estás completamente recuperado, ni siquiera tienes una cicatriz. Así que es cierto que puedes regenerarte.

— Vine hasta aquí por tu promesa.

— Cierto— dio un trago a su copa con esos delgados y rojizos labios— Seré muchas cosas, pero no una mentirosa. Trabajarás para mí, y yo cumpliré mi parte, te haré un hombre libre, un hombre sin pasado, tal como dije antes en ese bosque. Paz, dinero, soledad, inclusive si quieres cambiar de rostro y cuerpo puedo hacerlo, darte un lugar para ti hasta el otro lado del mundo si fuese necesario.

¿Yo, alguien libre?

Pensaba, analizaba, una oferta bastante tentadora, bastante dulce a su parecer.

— Conozco a los magos. Aunque yo termine el trabajo, no me dejarás ir.

— Veo que no eres solo músculos y una cara bonita, niño. Es cierto, una vez accedas por completo, tendrás mi marca, solo por precaución para que no me traiciones como lo hiciste con Thoren. Y sí, una vez que la uses, me pertenecerás toda tu vida. Un contrato irrevocable.

— Ese es el problema. No volveré a servir a los magos.

— Parecías muy convencido en aquel bosque. 

— No vale la pena vender mi alma. No hay trato.

Aketz se levantó, rodeándolo todos los sirvientes de la maga, invocando toda clase de hechizos para atacar en cualquier momento.

Vianca meneó su copa, regresando todos sus sirvientes a su estado neutro, enderezando la espalda y reanudando sus deberes.

— No te obligaré— dijo ella— No uso el miedo y la violencia como Thoren. Si quieres irte, lo aceptaré. No te molestaré más.

— Si ese es el caso...

El muchacho comenzó a caminar, dirigiéndose a la salida. Fue entonces que la maga, simplemente dio un pequeño trago a su copa, y dijo.

— Debió ser duro. Ya sabes, perderlos.

Aketz se detuvo en seco, sin regresar la mirada— ¿Qué?

— Ya sabes, a todos ellos. Tener un hogar, hermanos, comida caliente..., amor...— expresó son una ligera sonrisa en sus labios.

— No sé de qué hablas.

— Ese viejo, su esposa y sus dos hijos. Pobrecita niña, debió ser duro tener que sostener su mano mientras tenía las viseras de fuera.

Aketz se dio la media vuelta, apartó de un golpe el sofá que lo separaba de ella agrietando la pared a donde lo arrojó, colocándose cara a cara con aquella maga, perdiendo la compostura.

— Cierra la boca— dijo, con su puño listo para darle un buen golpe en cualquier momento.

Todos los sirvientes regresaron a su pose de batalla, esta vez mucho más serios, rodeando a Aketz con sus más letales hechizos.

Vianca, por otro lado, tomaba tranquilamente su bebida— ¿Toqué algún nervio sensible?

— Una palabra más y al mago que tendré que matar no será Thoren.

— Sé quién lo hizo.

— ¿Qué?

— Sé quién lo hizo. Aquella noche, sé todo lo que pasó, quién acabó con tu tan preciada familia.

— Fue el ejercito de Thoren. Los conozco.

— No, solo se necesitó a una persona para arrasar con un pueblo tan pequeño como ese.

— Por que...

— Thoren te ha herido, y nunca estarás completo. Yo te ofrezco una opción, te ofrezco poder y venganza. Trabaja para mí, Aketz, y te ayudaré a hacer pagar a todos lo que te arrebataron lo que amabas, haremos que Thoren y cada uno de sus lacayos paguen con sus vidas lo que te hicieron. 

— Yo no soy un asesino.

— Piénsalo, fuiste tú, mañana serán más personas que perderán todo. ¿A cuanta gente le arrebató sus sueños y esperanzas? Puedes hacer que esto pare, ya no tener que huir, saber que hiciste el mundo un poco mejor y nadie más sufrirá como tú lo hiciste. 

— Y luego serás tú, ocuparás su lugar.

— No busco poder, quiero venganza— estrelló su copa contra el suelo, y se levantó— ¡Vengaré mi brazo cortado, y los ojos que me arrebató! ¡Ese animal lamentará el día en el que se atrevió a ponerme un dedo encima! ¡Yo soy Vianca, la gran maga del viejo mundo, y te juro Aketz, trabaja para mí, y Thoren caerá!

Hicieron contacto visual durante varios segundos en tan tenso escenario. No se sabía el próximo movimiento del otro, todo podría pasar.

Entonces Aketz, bajó los brazos, y relajó más su cuerpo.

— Me dirás el nombre del que los mató.

— Yo misma lo capturaré para ti.

— Dime el nombre o no hay trato.

Vianca chasqueó los dedos, alejándose todos sus criados— No puedo permitir que hagas una búsqueda independiente fuera mis intereses. Te diré el nombre cuando mates al último heraldo. Te doy mi palabra.

— La palabra de un mago no vale nada.

— Si no es por mí, ni por ti, hazlo por ellos. Te daré el nombre cuando todos los heraldos mueran— le extendió la mano— Es lo mejor que puedo ofrecerte.

Aketz dudaba, formulando toda clase de dudas— ¿Porqué yo?, ¿por qué quieres que yo vaya por él?

Vianca movió sus dedos, con ademanes como si se tratase de un baile— Déjame ver tu esfera, la "llave de los heraldos" que planeas usar para ir por Thoren.

Aketz metió la mano a su pequeño bolso de cuero, y de allí sacó una pequeña esfera de un destello celeste, esfera que la maga tomó apresurada, observándola como si se tratase de una gema inigualable.

— Es interesante, una llave como esta... tan simple... tan sencillo... encontrar a Thoren puede ser así de fácil...

— Eso no responde a mi pregunta.

— No te elegí solo por casualidad.

— ¿A qué te refieres?

Vianca dejó de prestar atención a la esfera, y fijó su mirada en el rostro de Aketz— Eres raro, un espécimen en el que Thoren confiaba y lo traicionaste, aunque sé claramente tus motivos para hacerlo y los entiendo, aún así sé que ocultas algo.

— No oculto nada. Solo quiero dejar esa vida atrás.

— ¿Sabías que Thoren te está buscando?, pero no es una búsqueda cualquiera, literalmente está buscando en cada rincón de cada reino por ti, para encontrarte. Yo tuve suerte de encontrarte antes, pero solo iba a ser cuestión de tiempo para que él también lo haga.

— Lo traicioné, por eso va por mí.

Ella movió sus finos dedos delante de él en señal de negación— No se persigue así a una persona solo por una traición— se inclinó un poco y dejó la esfera en una pequeña mesa de madera que estaba a un lado del sofá— Tú tienes algo que él quiere, por eso te busca. Tienes algo que él necesita, y lo sabes; y no dejará de perseguirte hasta que lo que sea que quiera lo tenga en sus manos. Eres el perfecto anzuelo para que finalmente salga de su escondite ese malnacido.

— ¿Entonces buscas lo que él busca?

— No me interesa en qué o dónde tenga metida sus narices, solo me importa que está detrás de ti, y tú me lo traerás. Mata a los heraldos, y tráeme su cabeza. Será mi mayor trofeo— chaqueó los dedos y de inmediato se acercó unos de sus sirvientes sosteniendo una charola con copas de vino, tomando ella una— Después fin, serás un hombre libre. Cumpliré tu deseo, lo que sea que me pidas y te dejaré en paz.

— ¿No me buscarás de nuevo?

— Serás viento para mí, lo juro por mi nombre. 

Aketz no dejaba de pensar, pero sabía que la maga tenía razón en algo, jamás lo dejarán de buscar. Solo tenía que hacer una última misión, una última petición para que su vida cambie, un hombre nuevo, volver a empezar.

— Esto... esto no es vida. Viajé mucho para alejarme de lo que fui, tanto dolor que hice, pero no puedo dormir sin que mi mente me atormente, o esté alerta esperando que alguien corte mi garganta.

— Lo arreglaré, cuenta con eso. Solo has este último encargo y todos tus problemas... desaparecerán.

— Si lo hago... será por ellos, no por ti, no por venganza.

Dio un trago a su copa rodeando su cuerpo esa aura de un destello violeta— Me perece perfecto, señor Aketz— y dicho eso, sonrió. Dejó la copa de nuevo en la charola que sostenía uno de sus sirvientes, y le extendió su mano.

Aketz respondió el saludo, y en cuanto le dio la mano, varios hechizos se le clavaron en la palma como navajas, apartando su brazo al instante— ¿Qué me hiciste?— miró su mano, teniendo un pequeño símbolo tatuado.

— Es mi marca. Ahora me perteneces.

— Maldita maga.

— Con el tiempo, descubrirás que no soy como él. Ganarás confianza.

La visión de Aketz se tornó borrosa, cayendo en seco al suelo completamente inconsciente.

— Eres mi soldado ahora, así que te proporcionaré todo lo necesario. Después de todo, matar a uno de los grandes magos del viejo mundo no es cosa fácil.












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