Capítulo 6: Invitado(s) (In)deseado(s)

Había demasiadas cosas mal con lo que estaba haciendo. Por empezar, debería haberme desecho de los brujos tan pronto como habían aparecido. ¿Pero cuántas veces en la corta vida que me esperaba tenía la posibilidad de poder manipular el gobierno de la comunidad de brujos? Maldita sea, realmente prefería este método a tener que recurrir a mayores instancias. Pero, tanto como me gustaría aprovecharme del imbécil de James descaradamente, dudaba que él fuera tan idiota y no podía hacerle eso al hijo del magister y el hermano de Robin.

¿Desde cuando mi maldita moral me impedía torturar a James? ¡El maldito se lo merecía más que cualquier otro! Pero al menos Holland no estaba llorando sino que había impuesto una admirable ley del hielo de por medio. Quizás esa bruja hubiera pasado demasiado tiempo en mi presencia. Ella no duró mucho más cuando la noche comenzó a pesarle. Al tercer bostezo simplemente le dije que durmiera en mi cama y ella no se molestó en protestar o dar algún discurso sobre culpabilidad y lo mal que se sentía por invadir mi espacio, como si a mi me importara eso cuando se trataba de ella. Eso bastó para mostrarme qué tan cansada debía estar. Dudaba mucho que hubiera dormido tan relajada como de costumbre si había pasado los últimos días con James.

—¡Tú no puedes ni entrar en mi camarote! —grité tan pronto como él se puso de pie—. ¡Lo tienes prohibido terminantemente!

—¡Estoy cansado también! —respondió James.

—¡Pues duerme en la cubierta!

Ese imbécil tendría que pasar sobre mi cadáver si pretendía estar cerca de Holland. Él me miró con odio pero terminó por sentarse de nuevo en el suelo. Tenía suerte que no lo hubiera matado o tirado al mar como tanto deseaba. Pero, tanto como dudaba que James fuera más astuto que yo en cuanto a política, no podía pasar por alto que ahora mismo era el brujo joven más poderoso que debía existir. Quizás no supiera de estrategia y planificación como yo, pero era un hábil mentiroso y no dudaba del tipo de pociones que podía preparar.

Suspiré, definitivamente tendría que haberme desecho de estos. ¿Cuál era el riesgo de jugar con James? No podría permitirme el lujo de bajar la guardia, mejor ni pensar en beber algo que hubiera pasado por sus manos. ¿Y Robin había creído que sería una buena idea traerlo? Lo miré de soslayo solo para encontrarlo recostado tranquilamente a un lado, su capucha fuera ahora que solo estaba con su hermano, su cabello tan despeinado como era habitual, demasiado distraído escribiendo en su libreta. Resistí la tentación de arrebatársela solo para saber cómo estaba su no-tan-lineal vida, lo que había vivido y lo que no; pero no me arriesgaría a saber algo sobre el futuro. Mi mente ya estaba demasiado jodida actualmente como para agregar eso.

—Sigues sin haber respondido —dijo James sin levantar la vista del pequeño fuego fatuo que había creado delante de él—. ¿Qué hacías con ese kitsune?

—¿Puedes apagar esa maldita cosa? —pregunté y él sonrió con maldad.

—¿Por qué? ¿Te molesta? Nunca antes has rechazado la magia, pajarito.

—La flama es violeta, James. Para los cambiaformas es el color de la muerte. Tienen varias historias sobre fuegos fatuos siendo en realidad espíritus malignos —dijo Robin sin dejar de escribir en su diario y de un distraído movimiento con su mano libre cambio el color del fuego por rojo—. Tampoco es seid, my lady. No es más que inofensiva y simple magia de brujo sin nada más detrás. Nosotros no vemos tan bien en la oscuridad como tú. Y si se supone que ustedes dos planean negociar, lo mejor será que hagan un esfuerzo por intentar llevarse bien.

—Eso no era parte del trato —dijo James enseguida.

—He negociado con gente a quien odiaba casi tanto como a este imbécil. Además, hasta que él no me demuestre que puede encargarse de Valerie no negociaremos nada.

—Siempre puede drogarla para que haga lo que queramos —dijo Robin y rió de aquel modo maníaco-temporal que lo caracterizaba—. ¡Eso sería tan irónico!

Sacudí la cabeza sin molestarme en entender, él llevaba demasiado tiempo sin haber dado muestra de locura como para que me sorprendiera su repentino arrebato. Robin rió de nuevo, echándose hacia atrás y retorciéndose en el suelo. James lo miró con preocupación pero no hizo nada. ¿Y qué se podía hacer? Su cordura era un caso perdido. Nadie podía quedar sano mentalmente si vivía el tiempo del modo en que Robin lo hacía. Demasiado desordenado, demasiado ilógico. Patee ligeramente a Robin para hacerlo callar y él se apoyó sobre sus codos para mirarme sonriendo como el niño travieso que siempre había sido.

—Despertarás a Holland —dije—. ¿No tienes que dormir también?

—Ya he dormido. Unas largas y excelentes horas —respondió él y rió de nuevo—. ¡Dormí mientras ustedes dos hablaban!

—¡Eso ni siquiera tiene sentido! —exclamó James.

—Sí, sí lo tiene, tan solo el tiempo es molestamente complicado —dije—. Detuvo el tiempo, durmió, y luego lo reanudó. De ese modo puede dormir todo lo que quiera sin perderse nada.

—Has mejorado en interpretar mi estilo de vida —dijo Robin sonriendo.

—¿A quién le importa? ¿Soy el único aquí que parece haber notado que ella se hizo pasar por mí para hablar con un kitsune que casualmente lucía como papá?

—Necesitaba que el kitsune tomara esa apariencia y no cualquier otra, si me hubiera presentado como yo el maldito hubiera tenido una lista interminable para elegir y ya he soportado eso durante días. Pensé que contigo no habría muchas opciones.

—¿Y por qué no mi hermano?

—¿Estás loco? Contigo podía estar segura de lo que vería. ¿Qué demonios sé lo que estuvo haciendo Robin todos estos años? Conociendo mi suerte, terminaría hablando con Napoleon.

—No era tan bajo como todos creen —dijo Robin y lo miré incrédula.

—No puedes hablar en serio —respondí y lo señalé acusatoriamente ante James—. ¿Ves?

—De hecho, es cierto —dijo Robin intentando ser tan serio como le era posible sonriendo y con el cabello totalmente despeinado—. Era un poco bajo considerando el promedio de altura masculina entre humanos, pero tampoco tan bajo como todos dicen.

—Soy tu hermano mayor, se supone que si mi persona es usurpada por una cambiaformas que se atreve a hacerse pasar por mí, tú estás de mi lado y defiendes mi punto en vez de darle la razón a ella —dijo James y Robin se encogió de hombros.

—No le estoy dando la razón, solo diciendo que Napoleon no era tan bajo. Además, tengo entendido que no es la primera vez que se hace pasar por ti.

—¿Qué? —exclamó James y patee de nuevo a Robin.

—Tampoco ayudas —dije.

—No tomaré ningún lado aquí. Será mejor que ambos empiecen a llevarse bien.

—Lo preguntaré una última vez —dijo James—. ¿Por qué habrías de hacerte pasar por mí para querer que un kitsune tome la apariencia de mi padre?

—Porque hablar con el magister siempre me ayudó a poner mi mente en orden, y necesito tener mis ideas claras para el lugar donde planeo ir.

—¿Y dónde es eso?

—El Helheim —dije simplemente y cualquier sonrisa se borró del rostro de Robin.

—No volverás a poner un pie en ese lugar —dijo él seriamente.

—Hay historias, en mi cultura, de personas que lograron ir al Helheim y regresar sin pasar por la vía rápida. Es difícil, pero no imposible.

—No me importa. No irás de nuevo a ese lugar. ¡Tuviste suerte de salir la primera vez!

—Y saldré de nuevo. Loki claramente no me quiere allí.

—¿Y lo mejor que se te ocurre es regresar al maldito infierno cuando casi quedas atrapada allí la primera vez?

—Casi fui asesinada esa vez. Esta vez utilizaré el boleto clase turista en lugar del de primera.

—No puedes estar hablando en serio respecto a pisar el maldito infierno —dijo James y desvié la mirada.

—No es su asunto.

—No permitiré que lo hagas —dijo Robin.

—¿Y quién demonios eres tú para impedirlo?

Él abrió la boca pero fue incapaz de responder. Sinceramente, yo tampoco sabía qué era exactamente Robin para mí. Complicado no comenzaba a explicar la maldita complejidad del tiempo. Y ahora debía agregar a James a la ecuación. La gran probabilidad de una guerra tan solo le daba más puntos a mi necesidad de entrar al Helheim. El problema era encontrar la autopista al infierno, y para eso al parecer necesitaba a un kitsune de nueve colas. ¿En serio? Apenas había tolerado a los novatos que no superaban las cuatro colas, casi había perdido con uno de siete. ¿Y pretendían que me enfrentara al jefe del juego? Debí haber abandonado mi cordura en Las Vegas, o en el primer Woodstock.

—¿Papá está en el infierno? —preguntó James luciendo de pronto pálido y sacudió su cabeza—. Eso no está bien. Él no merece estar allí, no era una mala persona...

—El Helheim es un término bastante amplio, y como cada vez que un imbécil cree que puede traducir una palabra nórdica se perdió bastante de su significado. El infierno no es tan malo como todos tienden a creer —dije sin mirarlo—. Es lo que ustedes llaman la vida después. Sí, por supuesto que hay gente que la pasa peor para pagar lo que hizo en vida, pero no significa que todos los que están allí están condenados a eso. De hecho, lucía bastante genial el lugar cuando estuve.

—No hay modo de robarle a la muerte. No existe forma de recuperar algo que ya cobró. Si lo que quieres es traer a alguien del Helheim... —dijo Robin y reí.

—¿Crees que no sé que es imposible? ¡Yo tuve suerte de salir y eso es porque la maldita reina del Helheim es mi hermana, y tuvo que intervenir Loki para eso! Maldita sea, Hela no dejó ir a Baldr cuando básicamente todo ser viviente y no viviente lloró para que lo hiciera. ¿Y crees que soltará a otro? ¡Ni siquiera sé cómo esa perra me dejó ir a mí!

—¿Entonces para qué demonios quieres ir al Helheim? Sai scema, ragazza!

¡No me insultes, pazzo! —dije y él me miró incrédulo.

—¿Acabas de llamarme loco? —preguntó Robin.

—Porcentualmente.

Él me miró un momento más antes de echarse a reír como el lunático que en realidad era. Sonreí sin poder evitar sabiendo que él no me vería. Maldita sea, no debería haberlo extrañado tanto. Era curioso el modo en que Robin jamás cambiaba en algunos aspectos, sin importar con cual versión estuviera tratando. Mientras él riera de esa forma todo estaría bien, aún habría esperanza. Mi cuerpo se sentía inquieto por la necesidad de acercarme a él pero me contuve. No sabía cuándo había sido la última vez que este Robin me había visto, ni qué me consideraba ahora mismo.

—Parla italiano!

—¿Para qué quieres ir al Helheim? —preguntó James seriamente, dejando de lado la evidente locura de su hermano.

—Hay alguien con quien necesito hablar.

—Existen otros métodos para hablar con los muertos, excepto que sean cambiaformas.

—¿Crees que no lo sé? Pero el asunto que necesito tratar no puede ser escuchado por otros, no puedo arriesgarme a involucrar un tercero.

—¿Tienes idea de la falta de sentido común que hay en lo que planeas?

—¿Es eso preocupación por mí, James?

—Me preocupo por mis negocios, pajarito. Y de nada me servirás si a causa de esta odisea suicida terminas atrapada en el maldito infierno. ¿Lo que quieres es posible?

—Según las historias. Llevo meses tras esta pista.

—Y necesitas de un kitsune de nueve colas para saber dónde seguir.

—Así parece.

—Bien —dijo James y se estiró como si fuera un gato—, supongo que visitaremos el maldito infierno.

—No pondrás un pie en el maldito infierno —dije—. No estás invitado.

—¿Tienes idea de en cuántas fiestas me he metido sin invitación, pajarito? —preguntó él y me guiñó un ojo—. Si tú tienes la otra mitad de esta paz, lo mejor será tenerte vigilada. Deberías sentirte honrada por mi compañía.

—Me siento espantada.

—Oh, vamos. Seguro será divertido. ¿El primer brujo en pisar el infierno y regresar? Adoro como eso suena junto a mi nombre. ¿Imaginas cuántas chicas me conseguirá? Ahora, par de lunáticos, ustedes pueden conformarse con sus extraños ciclos nocturnos pero este hermoso rostro requiere de un sueño de belleza de mínimo ocho horas por noche. Despiértenme cuando esté el desayuno.

No podía estar hablando en serio. Pero él simplemente se puso de pie y partió a la punta opuesta del barco, encontrando la trampilla que llevaba a la diminuta bodega y saltando dentro como si de su propia suite de lujo se tratara. ¿Realmente? Regla n° 22: James era así de imbécil. ¿Cómo demonios era posible que existiera alguien así de estúpido y narcisista? Él rompía los records hasta dentro de los parámetros normales de un brujo. ¿Cómo era malditamente posible que Holland hubiera estado con un sujeto así? ¡Creí haberle enseñado algo mejor! Bien, yo nunca había sido un ejemplo a seguir, pero le había advertido mil veces sobre involucrarse sentimentalmente.

¿Y ahora tendría que compartir barco con el imbécil? ¿Ese idiota pretendía seguirme al Helheim? Lo empujaría por la borda. Lo echaría al mar tan pronto como fuera posible y estuviéramos lo suficientemente cerca de tierra como para no matarlo por accidente. Tanto como deseaba asesinarlo, no podía. James sostenía la otra maldita mitad del acuerdo. Y era mejor James a Valerie. ¿En qué clase de retorcido infierno en vida me había metido? ¿Desde cuándo James era mejor a otra opción? Tiré de mi cabello hacia atrás, apenas conteniendo la necesidad de gritar por la frustración. ¡Esto no era justo! ¡Él no podía simplemente aparecer en mi vida y hacer lo que se le antojase!

—No creo que vayas a lograr que cambie de opinión —dijo Robin y suspiré.

—Robin, hazme un favor, y cállate de una maldita vez. Todo estaba bien hasta que tú decidiste aparecer. Para ser un guardián del tiempo, tienes un sorprendente talento para aparecer en el momento menos indicado.

—O tal vez lo contrario —respondió simplemente apoyándose sobre sus codos—. ¿Si todo estaba bien por qué los kitsunes son capaces de torturarte?

—No. Es. Tu. Maldito. Asunto.

—¿No puedo preguntar?

—¡No!

—¿Ni siquiera si es de mi interés?

—Tu curiosidad hace que todo sea de tu interés.

—No. Créeme que no. ¿Piensas que tengo curiosidad por los hongos de los pies? Eso es desagradable. Y mejor ni hablar de las malditas pulgas del papel.

—No existe tal cosa como las pulgas del papel —dije pretendiendo una paciencia que no tenía.

—¿Quién ha pasado casi toda su vida encerrado estudiando? No hay cosa tan odiosa como las pulgas atemporales en los pergaminos —respondió Robin y se rascó detrás de una oreja—. Y son difíciles de quitarte de encima una vez que te tienen. Peor que las pulgas normales.

Apenas pude contenerme de comenzar a golpear mi cabeza contra el suelo de la cubierta. Esta conversación había perdido cualquier sentido. Enterré mi rostro entre mis manos mientras intentaba encontrarle algo de sentido a mi ya demasiado caótica vida. ¿Qué tan jodida podía estar? Él estaba loco, y yo debía estar más loca por permitirle permanecer aquí junto con los demás. ¿Pulgas del papel? ¡No existía nada similar! Aunque no dudaba de su experiencia con pulgas reales si James lo había convertido en perro una vez. Como si con uno de ellos no fuera suficiente, ahora tenía que lidiar con ambos a la vez.

—Solo... Olvídalo. Déjalo ahí. No necesito nada de esto —murmuré.

—Mi curiosidad es en un noventa y siete punto cinco por ciento hacia ti y cualquier cosa relacionada, por lo que ahí tienes el principal objeto de mi interés —dijo él y sonrió cuando lo miré entre mis dedos—. Y acabo de inventar completamente ese número pero estoy seguro que no está lejos de la realidad.

—¿Estuviste en su funeral? —pregunté y cualquier sonrisa se borró de su rostro ante el desgarrador recuerdo—. Me echaste. Estaba igual de destrozada que tú por su pérdida y todo lo que hiciste fue gritarme que me fuera y no volviera a poner un pie en la comunidad. Fue mi padre también. Porque en toda mi vida, fue el único hombre que alguna vez se preocupó por mí más que por mi propia sangre. Todos los que me cuidaron antes que él... Bueno, ellos solo jugaron el rol de padres para una Loksonn, se aseguraron de cuidarme y educarme del modo correcto, mantenerme con vida hasta que pudiera tener descendencia.

—Te hubieran atrapado si permanecías allí —dijo Robin y negué con la cabeza.

—No viviré para tus excusas —respondí—. No puedes esconderte detrás de pretextos, no conmigo. Soy descendiente directa del Dios de la mentira y el engaño. ¿Crees que no sabré cuando alguien me miente? Esa vez no me querías allí, y aun ahora mismo no me crees cuando digo que yo no lo maté.

—Nina...

—Tú mejor que nadie, de todas las personas que me conocen, deberías saber que yo jamás sería capaz de hacer algo similar. Has visto a todas las personas que he perdido. No esperes que esté de humor para hablar contigo. Al menos no con esta versión de ti. Todo estaba bien y entonces debiste estar aburrido y haber decidido que sería entretenido pasar a molestarme.

—Hay cambiaformas que están siendo golpeados ahora mismo por ser lo que son. Cada día tuve que detener peleas entre estudiantes.

—¿Crees que no lo sé? ¿Piensas que yo no tengo idea de lo que está sucediendo con mi gente?

—No quiero que continúe. Tú puedes detenerlo —dijo Robin y reí tristemente.

—¿Realmente crees que es tan simple? No puedo hacer todo. Apenas puedo sostener la maldita mitad —dije y lo miré a los ojos—. Robin, la única razón por la cual la guerra todavía no comenzó, es porque llevo semanas jugándome mi corona con los nobles. Rike quiso declarar guerra apenas esos episodios comenzaron. Yo me opuse. Los nobles pueden querer la guerra y ser el gobierno, pero el pueblo apoyará la decisión de su gobernante legítima. Y llevo semanas teniendo que soportar los reclamos y acusaciones de los nobles sobre cómo estoy siendo blanda o un juguete de los brujos al no declarar la maldita guerra. ¿Sabes qué es lo único que sostiene esta paz? La inexistente importancia que le doy a las acusaciones de traición de parte de un puñado de idiotas que creen que sus voces valen más que la de una Loksonn. Aprende esto, tu gente puede dormir en paz esta noche porque yo estoy arriesgando mi credibilidad frente a mi pueblo. Así que hazme un maldito favor, y en vez de buscarme para pedirme que yo lo solucione, intenta hacer algo de tu lado de la línea.

Él fue incapaz de responder por un largo rato. Lo ignoré, concentrándome en las enrojecidas flamas del fuego. Si esa cosa marcaba de algún modo la cubierta haría que James lo limpiara con su lengua. Maldito brujos con su falta de lógica. ¿Que el fuego era inofensivo? ¡Eso no estaba bien! El fuego debería ser ardiente e incontrolable, y nunca extinguirse. ¿Cómo demonios hacerle entender que estaba haciendo todo esto por él? Tarde o temprano, Rike decidiría que mi argumentación para retrasar la guerra no era más importante que lo que estaba sucediendo. Los nobles podrían votar por mayoría absoluta y mandarme al diablo muy fácilmente, en cualquier segundo. Tenía el tiempo contado para encontrar un modo de evitar lo inevitable.

En otra situación hubiera sonreído. ¿Una Loksonn lidiando con lo imposible? Pero ahora mismo era demasiado peso sobre mis hombros como para burlarme de tal desafío. Una cosa era lidiar con algo que solo me involucraba a mí, otra muy distinta era formar parte de un juego que involucraba a millones y bien podría causar millones de muertes. Un paso en falso, eso era todo lo que bastaba para perderlo todo. No quería esa guerra, porque no quería considerar a Holland mi enemiga; pero si se llegaba a ese extremo mi gente me necesitaría al frente para pelear y encontrar el modo de vencer. Con o sin corona, era mi deber.

—¿Alguna vez te he contado cuál fue la primera regla que rompí? —preguntó Robin y sonrió tristemente—. Es pasada la medianoche, no puedes mentir durante la vigilia.

—No —admití.

—Era joven, y tonto, y creía tan ingenuamente haber comprendido cómo era todo ese asunto del lío temporal. Sinceramente, no sabía por qué los guardianes de círculos superiores insistían tanto con su seriedad y delicadeza al tratar el asunto. Estaba en Génova, ni siquiera recuerdo la fecha exacta. Estaba en medio de una lección. Tanto como me gusta creer que algunas cosas están destinadas a suceder, el tiempo es una perra y no solo planifica lo bueno —dijo Robin y cogió uno de sus más viejos relojes para observarlo—. Al tiempo no le gusta ser cambiado. Y no solo te castiga a ti por intentarlo, sino que a los demás para hacerte pagar el doble. Había un niño, y se suponía que debía morir. Era inocente. Su único pecado había sido tropezarse con un sujeto demasiado borracho y demasiado violento. Sabía que lo iba a matar, esa era la maldita lección después de todo; pero como un idiota grité para advertirle. ¡Cómo si no supiera mejor que nadie las reglas del tiempo! ¡Cómo si no me hubieran repetido mil veces que era en vano! Pero de todos modos lo hice, y el chico se movió a tiempo para evitar la bala. En su lugar le dio a otro hombre, el único guardia en la zona, y lo mató en el acto. Y el niño se tropezó por el susto, y se rompió el cuello. Y el hombre, completamente ebrio y sin remordimientos, simplemente se dio vuelta y partió impune. Ni siquiera pude intentar detenerlo, porque estaba demasiado ocupado gritando de agonía en el suelo al experimentar por primera vez lo que es que te arranquen directamente tiempo de vida por romper las reglas.

No levantó la mirada del gastado reloj entre sus manos. Demasiado viejo, demasiado simple. Estaba abollado en una parte y dudaba que funcionaria del todo bien, pero considerando todos los tipos distintos de relojes que Robin cargaba consigo ya ninguno me sorprendía. Él había cargado con un reloj hecho por cambiaformas, el mismo que ahora colgaba de mi cuello luego que me lo entregara. No era justo que hiciera esto, no era nadie para recordarme que todavía sufría de compasión.

—Dos muertes. Eso era lo que debía suceder esa vez. Pero no se suponía que el guardia muriera, sino que lo haría el borracho al resistirse a un arresto por el asesinato de un niño. Así que, en lugar de morir un inocente y un homicida, murieron dos inocentes y el homicida siguió con su vida. No volví a saber de él, y lo considero una suerte porque no quiero saber si por mi estúpido error le di la oportunidad de matar a más personas en el futuro. O el pasado, considerando la época a la que pertenece —dijo él y rió sin sentimiento alguno—. Creo que no hace falta decir que reprobé esa vez. Fui tan idiota al creer que era tan simple manipular el tiempo, pero no lo es. ¿Si no pude salvar a un niño sin nombre alguno de un incidente tan vulgar con un borracho, cómo podría haber evitado la muerte de mi propio padre? No puedes imaginar los sacrificios que he tenido que hacer para ser capaz de controlar el tiempo, el interminable estudio o las cosas a las que he renunciado. ¿Y todo para qué? ¿Para ser un esclavo de mis propias reglas?

—Todos somos esclavos del tipo de persona que decidimos ser en esta vida —respondí.

—¿Sabes por qué escogí el tiempo? Porque creí que, tal vez, de ese modo; pudiera hacer algo bueno. Me gustaba la idea de ser el sujeto que en secreto se ocupaba que las cosas salieran del mejor modo posible. Tengo prohibido involucrarme en la política, porque ningún sujeto que sepa al menos un décimo de lo que yo sé debería estar habilitado para tomar decisiones que representan a todos; pero no creas que no he estado intentando de hacer entrar en razón a mi madre a pesar de todos los insultos y acusaciones que he recibido por eso. Porque si simpatizar con los cambiaformas es un acto de traición hacia la comunidad, entonces temo que soy un traidor.

—Sabes que nada de eso tiene valor si solo me lo dices a mí. ¿Verdad? —pregunté mirándolo—. Robin, es simple confesarle tus ideales a una persona. Lo que no es simple, es tener el valor para gritarlos y defenderlos ante millones. Esa es la diferencia entre un peón, y un líder.

—No soy un líder, tampoco quiero serlo. Jamás podría ver el mundo del modo en que mi padre lo veía, o en que James y tú lo hacen. No soy nada más que un loco, intentando mantener el juramento de un inocente muerto —dijo él mostrando su reloj—. Servire con onore. No esperes que sea un héroe, porque soy un cobarde que teme perder lo poco a lo que aún no renunció. Pero estando contigo puedo intentar tener un poco de valor, o al menos pretenderlo.

—Tan solo intenta no molestarme demasiado y tal vez no te tire por la borda —dije y él sonrió ligeramente.

—Puedo intentarlo.

—Y será mejor que guardes silencio, porque disfruto de hacer la vigilia en silencio.

Robin puso su mejor expresión de solemnidad antes de fingir sellar sus labios para silenciarse. Él simplemente se recostó sobre la cubierta, luciendo más distraído por las estrellas que otra cosa. Tonto brujo. Sacudí mi cabeza sin poder evitarlo, esperando que mi cabello bastara para ocultar la sonrisa que no pude reprimir.

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