Capítulo 5: Convénceme, y quizás escuche

Holland me golpeó sin piedad en la cabeza antes de soltarme todo un discurso sobre cuan descortés era dejarla plantada en medio de Venecia y hacerlo a través de una llamada telefónica. Eso sin contar todo lo que tenía para decir sobre cómo ignoraba sus llamadas y no la había contactado en estas semanas. ¿Pero cómo comenzar a explicarle lo que habían sido estas semanas para mí? Por empezar, habían sido más que semanas, pero el tiempo era retorcido y no tenía sentido. Miré discretamente a Robin quien estaba a un lado hablando por lo bajo con James.

 A veces era demasiado sencillo pasar por alto el hecho que ambos eran hermanos, tan opuestos como eran y teniendo en cuenta lo que ambos significaban para mí. Pero los dos habían perdido un padre, y al igual que James, Robin también había intentado detenerme de atacar al kitsune al creer que era el magister; y lo hubiera hecho de no ser por Holland.

—¿Saliste a comer con James? ¿Qué demonios está mal contigo? —pregunté—. ¿Eres masoquista ahora? ¿Te dejo sola unas semanas y sucede esto? ¡Es peor que cincuenta sombras de Grey!

—¿Puedes calmarte? No he salido a comer con James —respondió Holland.

—¿Y qué hay del hummus? ¿Ahora es así como los brujos vegetarianos llaman a la falta de respeto por uno mismo? Porque no toleraré que te hagas esto.

—Robin estaba ocupado intentando rastrearte y yo lo estaba ayudando con los mapas así que James se ocupó de la comida.

—¿Y compró hummus?

—¿Puedes olvidarte del hummus?

—¿Cómo demonios olvidarme del hummus? Si has vuelto a llorar por culpa de ese imbécil...

—Apenas le he hablado o prestado atención desde que apareció en la puerta de mi dormitorio en el campus —dijo Holland con fiereza.

—Buena chica.

Ella intentó mantenerse seria pero su amable sonrisa terminó por vencerla y tomó mis manos para balancearlas como solía hacer. Demonios, había extrañado dolorosamente a esta chica. Solo quería reír y pasar el tiempo en su compañía, aunque solo fuera para quejarme de la comida vegetariana o su obsesión con las historias de amor. ¿Existía alguien en todo el mundo más dulce que Holland? Solo otro motivo más para respaldar mi decisión de dejarla atrás, ella no merecía ser parte de mis problemas.

Suspiré al apoyarme contra el muro que tenía detrás, no estaba de humor para regresar al bar o lidiar con más kitsunes. La noche era fresca y tranquila, Lokabrenna brillaba enseñando el camino a seguir. Las tierras orientales tenían un encanto similar a Rike, aunque nunca igual. Quizás fuera parte de la similitud que los kitsunes guardaban con los cambiaformas. Sus calles de tierra y construcciones de barro y madera quizás resultaran primitivas para los brujos pero yo adoraba esa sencillez que implicaban.

—Pensé que tendríamos un verano memorable juntas —dijo Holland y suspiré.

—¿Cuenta si te digo que te he extrañado un infierno?

—Nunca antes pasamos tanto tiempo separadas.

—Lo sé. Pero no podía, no puedo. Si seré acusada de haber asesinado al magister, entonces no pienso arrastrarte conmigo como posible cómplice.

—¿Nina, no has comprendido todavía que no tengo nada que perder? Porque ya lo he perdido todo, hace años, incluso antes de conocerte. ¿Qué más puede hacerme la comunidad?

—Exiliada sigue sonando mejor que cómplice en el asesinato del magister —dije y ella sonrió tristemente.

—No sabes por qué fui condenada, no creas que soy un ángel ni me tengas en un pedestal. Estamos juntas sin importar la situación, y ahora mismo estoy donde debo estar —dijo Holland y apretó mi mano—. Y eso es contigo. No debiste haber tratado con un kitsune por tu cuenta. ¿Cuánto daño te ha hecho con sus engaños?

—No dudaste de mí a pesar de lo que veías. No intentaste detenerme al ver que atacaría al magister cuando los demás no vacilaron. ¿Por qué?

—Porque confío ciegamente en ti, y porque sé que sabes lo que haces.

—Es bueno saberlo —dije e intenté en vano contener mi sonrisa—. Supe que te cambiaste a la UCLA, debiste sacar buenas notas en tus exámenes para lograr el traslado.

—Al parecer tuve cierta ayuda desde adentro. ¿Sabes quién pudo haberme conseguido la plaza cuando el encargado de admisiones casualmente es un cambiaformas? —preguntó ella e hice una mueca.

—Nop. Ni la menor idea.

—Tienes mucho que contarme, empezando por lo sucedido con cierto guardián del tiempo —dijo Holland y puse los ojos en blanco.

—¿No puede esperar?

—¿Estuviste con Robin y no me contaste nada?

—Es complicado.

—¿Qué tan complicado?

—Muy complicado.

—Adoro lo complicado, eso solo fortalece a la pareja.

—Tú no acabas de decir lo que creo haber escuchado. ¿Viniste al otro lado del mundo para hablarme de Robin?

—Tengo que saber a quién golpear si mi mejor amiga resulta herida.

—Eres incapaz de lastimar siquiera una mosca, y puedo ocuparme de eso perfectamente sola.

—Sí, pero yo puedo asentir y decir que tienes toda la razón mientras lo insultas.

Sonreí sin poder evitarlo, tal vez ella no fuera Bass quien ya tendría cavado un pozo si le decía que estaba molesta con alguien pero el apoyo incondicional de Holland valía tanto como un cómplice en asesinato. ¿Cómo esta bruja había decidido ser mi amiga? Eso era un completo misterio que dudaba que hasta los espíritus en ese acantilado del infierno pudieran resolver. Sacudí mi cabeza, intentando en vano alejar el buen humor que Holland siempre me provocaba sabiendo que sería más difícil dejarla atrás luego.

—¿Puedes simplemente dejar de lado el asunto? Es solo una persona más en mi interminable lista.

—Nunca antes habías dicho que fuera complicado.

—Siempre es complicado con un maldito guardián del tiempo.

—Te gusta lo complicado.

—No es cierto.

—Tú también eres complicada.

—¡No soy complicada! Y deja de repetir la palabra complicado. Tan solo... —eché mi cabeza hacia atrás, no queriendo pensar en ello—. El tiempo es un maldito desastre.

—Lo entiendo —dijo Holland sorprendentemente y la miré, ella me ofreció una de sus dulces sonrisas—. Podemos hablar de ello más tarde si quieres, sabes que escucharé todo lo que tengas para decir.

—Quizás luego, de momento me interesa más terminar con este asunto de una vez —dije y me enderecé.

Silbé para captar la atención de los dos hermanos. Si me hubieran escuchado entonces habría podido ahorrarles el mal rato. Ellos no lo veían del mismo modo que yo, no lo superarían luego de un amigable saludo con el kitsune responsable. Sí, el juego en sí mismo no era divertido cuando llegaba a tales extremos, pero nada que luego no se pudiera solucionar al mostrar el respeto debido como al final de cualquier duelo. ¿Pero qué podían saber los brujos de duelos?  Al igual que la mayoría de los seres se apegaban a las cosas sin notar el mal que podía hacerles.

Tal vez yo hubiera terminado de buen modo con el kitsune, pero no podía decir lo mismo de ellos dos. Dudaba que alguna vez hubieran tratado con un kitsune antes, mucho menos que estuvieran acostumbrados a los engaños y los cambios de apariencia. ¿Quién era yo, una cambiaformas, para juzgar al kitsune? Podía maldecirlo por lo molesto que resultaba, podía haber querido matarlo por llevar su juego al extremo como resultaba a menudo cuando se provocaba demasiado a mi tipo, pero seguía siendo un pariente y comprendía su modo de vivir.

—Tal vez, la próxima, cuando mencione que no es un buen momento deberían tomar mis malditas palabras en serio —dije sin ocultar mi molestia—. ¡Porque créanme que no era un buen momento!

—¿Qué hacías siendo perseguida por un kitsune? —preguntó Robin.

—¡No es tu asunto! Y no estaba siendo perseguida, estaba hablando con este hasta que el imbécil de tu hermano interrumpió y arruinó mi mano. ¡Podría haber ganado el juego sin recurrir a lo físico!

—¡Te estabas haciendo pasar por mí! —gritó James—. ¡Y quiero mi magia de regreso!

—No tengo ningún poder sobre eso, eventualmente regresará —dije y me encogí de hombros—. No es mi culpa si necesitas tu magia para compensar lo que te falta de hombre.

—Personalmente, me siento violado por el hecho que te atrevieras a suplantarme —dijo James arreglando su chaqueta con la poca dignidad que le quedaba a esta altura.

—Créeme que no fue nada placentero ni algo que hubiera hecho de tener otra opción.

—¡No puedes aprovecharte así de mí!

—¡Basta! —dijo Robin y ambos callamos.

—No fue aprovecharse, más bien fue una utilización descarada —susurré y James me miró con odio.

—No tendrás la última palabra.

—Mírame hacerlo.

—Ahora comprendo por qué no deben estar a menos de un kilómetro de distancia —dijo Robin negando con la cabeza—. ¿James, no tienes algo que decir?

—Tú me arrastraste en esto —respondió James.

—Deja tu orgullo de lado por una vez y haz lo que debes —dijo Robin pacientemente.

Era más fácil lidiar con estos dos por separado. ¿Y se suponía que James era el mayor? Aunque, en tiempo pasivo, considerando todas las pausas y saltos temporales, Robin era quien más había vivido de todos. ¿Qué tan jodida estaba mi cabeza por las reglas temporales como para saber eso? Por supuesto, en sus mayores momentos de locura Robin no parecía más maduro que un niño de tres años. De hecho, era sorprendente que todavía no hubiera hecho algo que me hiciera cuestionar su cordura.

—Bien —dijo James a regañadientes y tomó aire antes de fijarse en mí, levanté una ceja esperando el gran asunto—. Quiero negociar contigo de un modo pacífico y diplomático un arreglo para ponerle fin a los conflictos actuales.

—Bésame los pies —dije y él me miró incrédulo.

—¿Qué?

—Bésame los pies y quizás acepte escucharte —dije y apenas me contuve de reír—. ¿Realmente crees que basta con rastrearme hasta aquí y decir eso para llegar a algo? ¿Quién demonios crees que eres?

—El hijo del magister —dijo James con el ceño fruncido y me incliné hacia adelante.

—No tienes ningún poder político. Ninguno. Democracia. ¿Qué vale el primogénito del difunto gobernante?

—En términos de cambiaformas es algo así como un príncipe —dijo Robin.

—Un príncipe que no tiene poder alguno, ni influencia sobre el gobierno. No negociaré nada contigo. Ahora, si eso es por lo que vinieron, pueden irse porque no hay nada que discutir.

—Nina, no queremos ninguna guerra —dijo Holland mirándome con dolor—. Pero si el conflicto escala...

—¿Crees que yo quiero una guerra? ¿Piensas que deseo la muerte y destrucción que eso implicaría? Pero mi lealtad es primero hacia Rike, y eso es algo que siempre he dejado en claro. No negociaré, en nombre de todo mi pueblo, con un brujo que no tiene poder alguno en cuanto a temas de política. Esto va más allá de mi decisión personal.

—Tampoco pareces muy dispuesta a colaborar —dijo James.

—Seguro hay un modo —dijo Robin.

—No me pidas esto. Pídeme cualquier otra cosa, pero no me pidas algo que pueda involucrarme en el desarrollo de los sucesos porque jamás te lo perdonaré —dije mirándolo a los ojos.

—¿Por qué no?

—Tan solo no lo hagas.

—Podrías ayudarnos.

—¡No hay nada que pueda hacer! —grité.

Cerré fuertemente mis manos, mordiendo mi lengua para contenerme de soltar cualquier dato indebido. Él me miró sorprendido por mi arrebato pero no dijo nada. ¿Cómo demonios explicarle que su futura esposa había muerto en esa guerra, o moriría? ¿Cómo comenzar a describir lo destrozado que eso lo había dejado, o dejaría? ¿Si esa guerra había hecho que Robin dejara de sonreír, tan vivaz y alegre como era, entonces qué quedaba para el resto de nosotros? El tiempo era una perra que no tenía piedad por nada ni por nadie, y jamás toleraría contribuir a que esa guerra sucediera sabiendo las consecuencias. Porque si yo de algún modo había ayudado a provocar semejante desgracia... No. Jamás lo perdonaría, ni a él por pedirme de intervenir ni a mí por lo que causaría.

Respiré profundamente en un intento por calmarme. Me había prometido que no daría ningún paso hasta poder hablar con el magister y comprender los motivos detrás de su suicidio. Quizás entonces no hubiera sabido las respuestas que debía, pero ahora lo hacía y sabía qué preguntar. Tan solo necesitaba un modo de llegar hasta él para obtener un último consejo. El tiempo no era nadie para dictar mi vida o decir que el futuro ya estaba escrito, tenía que haber un modo de cambiarlo. Tenía que existir una forma de asegurar que no sucedería lo ya escrito.

—Tal vez deberíamos discutir este asunto en otra parte —dijo Holland mirando con discreción a nuestro alrededor—. No es algo para tratar en la vía pública.

No, no lo era. Miré de soslayos a los pocos habitantes locales que se habían detenido a prestarnos atención a pesar de no estar hablando en la lengua del lugar. Éramos un grupo demasiado inusual como para pasar por alto, y el sitio estaba lleno de bares y demás locales frecuentados por los pobladores de la isla. La política no se trataba en público, menos en territorio extranjero, eso sin mencionar que estábamos hablando de una inminente guerra entre dos razas que jamás deberían enfrentarse en un campo de batalla.

—El puerto no está muy lejos de aquí, tienen una hora para convencerme que no estoy cometiendo un error al no mandarlos al diablo ahora mismo y dejarlos atrás como debería —dije seriamente—. No hagan que me arrepienta de esto o juro que los tiraré por la borda. ¡Y no bromeo porque ya lo he hecho!

Ninguno dijo una palabra mientras me seguían los pocos metros hasta el puerto. Las islas orientales no eran específicamente conocidas por su tamaño o la expansión de sus pobladores más allá de las costas. El interior era salvaje e impenetrable, lleno de seres y vegetación letal; y los pocos asentamientos se encontraban en las costas y no eran más que bares y lugares de pescadores. Un archipiélago no era lugar para vivir por mucho tiempo, tampoco iba con mi estilo. ¿Era mucho pedir que, por una maldita vez, las cosas fueran simples?

¿Qué demonios podía hacer? Holland era una cosa, era incapaz de hacerle daño alguno a esa chica. ¡Ni siquiera podía llamarla tonta! Demasiado amable como para merecer ser herida, demasiado bondadosa como para sacar lo peor de mí. Esa bruja era incapaz de daño alguno. Y, aún cuando prefería mantenerla fuera de mis problemas, era cierto que ella no tenía nada que perder. Pero Robin tenía algo, y lo perdería todo en el futuro. Y James... Bueno, James realmente no me importaba pero de todos modos formaba parte del paquete para mi disgusto.

Le lancé unas pocas monedas al niño kitsune que se ocupaba de vigilar los barcos antes de saltar dentro del que me pertenecía. Los brujos dudaron un instante pero luego me siguieron cuando mi dura mirada les dijo que los dejaría atrás si no lo hacían. Les di la espalda mientras me ocupaba de desamarrar los cabos correspondientes. Necesitaba poner mi mente en orden, si un kitsune había creído que mi cabeza era un caos entonces no me conocía lo suficiente como para saber el eufemismo que eso era.

—El viaje hasta la otra isla más cercana no es muy largo, tienen ese tiempo —dije y patee lejos el muelle para que el velero estuviera a la deriva—. Ese es mi límite y estoy siendo amable.

—¿Tienes un barco? —exclamó James sorprendido.

—La maldita flota de Rike me pertenece por completo si así lo quiero. ¿Y te sorprendes por un miserable barco?

Él no pudo decir nada al respecto. Oh, amaría dejar a James en medio del océano a bordo de un barco solo para ver cómo se las arreglaba para sobrevivir. Tan poderosos como los brujos podían llegar a ser con su magia, también podían ser de inútiles sin esta. Holland observaba todo asombrada como siempre. Habíamos vivido en costas antes, habíamos conseguido pequeños barcos para pasear durante el día mientras yo presumía de mis habilidades marítimas y ella aprovechaba el sol. Nada como estar solas en medio del agua para hacer lo que deseáramos sin temor a miradas indebidas.

Miré el cielo solo para comprobar la localización de Lokabrenna antes de girar el timón y trabarlo en la posición correcta. La persecución de la estrella tendría que esperar hasta que me deshiciera de mis invitados. Al menos era una buena noche, aunque la casi inexistente brisa no ayudaba mucho a inflar la vela para ganar velocidad. Estaba segura que la maldita magia tenía algo que ver en esto. Pero James andaba discapacitado, no quería acusar a Holland de nada y Robin seguía siendo infantil cuando hizo su capa a un lado y se sentó sobre la cubierta con las piernas cruzadas como si fuera un niño pequeño.

—¿Por qué el kitsune te llamó denka? —preguntó él sonriendo.

—¿Haces toda esta molesta jugada para conseguir hablar conmigo, y lo primero que me preguntas cuando tenemos privacidad es eso? —dije y él rió.

—Solo tengo curiosidad.

Al menos eso no había cambiado, Robin seguía estando loco. Había extrañado su risa. ¿Qué tan tonto era eso de mi parte? Pero la última vez que él me había visto no era la misma última vez que yo lo había visto y de solo pensar en la diferencia temporal ya podía sentir una migraña.

—En lengua oriental existen distintos honoríficos para referirse a otros, denka es para una princesa sin corona —dijo James captando la mirada de todos—. ¿Qué?

Y el imbécil sabía algo de protocolo en lo que respectaba a seres orientales. Era bueno ver que las clases del magister no habían sido en vano y sus enseñanzas no se habían perdido.

—Si han venido hasta aquí solo porque estaban aburridos...

—Tu gente se está preparando para la guerra —dijo James.

—Somos duelistas. ¿Cuándo demonios entenderán que solo porque nos gusten los duelos y portemos espadas no estamos constantemente buscando una guerra?

—Tenemos razones para creer lo contrario.

—¿Acaso los han provocado?

—¿No estás al tanto de la situación? —preguntó Robin confundido e hice una rápida mueca.

—La comunicación con Rike es malditamente lenta cuando no puedes poner un pie allí y además tienes que huir de los brujos, eso sin contar otras cosas que me mantuvieron ocupadas —respondí—. Y los nobles tienden a exagerar bastante. No me llevo con ellos. Tienen suerte que no lo haga, su comunidad debería estarme agradecida de cuántas veces la salvé.

—Nina, no están exagerando —dijo Holland negando con su cabeza—. Incluso yo sé que nada bueno saldrá de las historias que escuché.

—¿Y qué dicen esas historias? —pregunté y ninguno respondió—. Ya veo. Son lo suficientemente valientes como para venir hasta aquí y tener el descaro de pedirme que haga algo, pero cuando tienen que admitir sus propios errores de pronto pierden el habla. En lo que a mi concierne, son el enemigo, porque tal vez no me digan nada a mí pero nada me asegura que no le dirán a su comunidad lo que yo les cuente. Y no hablan, porque no son más que cobardes, porque saben que lo que tienen para decirme no me gustará y hará que los mande al diablo.

—¿Y quién demonios te crees que eres tú para tratarnos de ese modo? —dijo James acercándose hasta estar frente a frente conmigo—. ¿Qué eres tú para mí más que una hipócrita? Porque si la situación hubiera sido al revés, si un Loksonn hubiera sido asesinado y un brujo encontrado en la escena; Rike no hubiera dudado en declararnos la guerra de inmediato.

—¿Se supone que deberíamos estarles agradecidos por eso? ¿Los misericordiosos y benevolentes brujos todavía no han declarado la guerra a los salvajes e incivilizados cambiaformas? No pienses ni por un maldito segundo, que no eres tú quien está en deuda conmigo. Podría dar vuelta tu maldito gobierno con solo chasquear los dedos si lo deseara. Tú deberías estar agradecido de mi piedad. ¡Cualquier otro ya te hubiera declarado la guerra por acusarme de un crimen que no cometí!

—¿Y qué me asegura que no tienes planeado hacerlo? Quizás por eso te muestras tan poco dispuesta.

—¿Y tú? ¿Qué es lo que tu gente le está haciendo a mi gente?

—¿Debo recordarte que acabas de atacarme hace menos de una hora y me has dejado sin magia?

—¿Y tú? Ni siquiera te molestaste en escucharme esa vez, solo me atacaste. Qué ser tan despreciable, ni siquiera te atreves a ocuparte con tus propias manos de tus problemas. ¿De qué modo estás insultando la memoria del magister?

Su mano fue rápida al estar alrededor de mi cuello, casi tanto como la mía al poner el cuchillo contra su garganta. Él estaba muy equivocado si creía que mi actual apariencia le daba ventaja. Le sostuve la mirada sin parpadear del mismo modo que él a mí. Enseguida levanté una mano para detener cualquier intervención externa, necesitaba ver hasta dónde era capaz de llegar James, qué tanto podía empujarlo. Sus ojos verdes brillaban tanto por furia como por frustración, porque ambos sabíamos que no haríamos nada. Podíamos desear matarnos mutuamente pero no lo haríamos, no era lo que el magister hubiera querido sin mencionar el asunto de Robin.

—Me haces daño, y habrá guerra —dijo James.

—Lo mismo digo.

—No estuve días rastreándote para que no te dignes a negociar conmigo, y no me iré de aquí hasta no conseguir eso.

—¿Y qué demonios puedes hacer? Supongamos, por un instante, que estoy lo suficientemente loca como para hablar contigo de diplomacia. ¿Quién se asegurará que la psicópata de tu madre cumpla lo que acordemos?

—Es mi problema ver cómo consigo eso.

—¿Lo es? Porque estamos hablando de mi pueblo, y nada me asegura que podrás cumplir con la otra parte.

—Escúchame muy bien, no permitiré que el capricho de una mocosa malcriada como tú al no querer negociar inicie una guerra.

—Es tu tipo quien dio el primer paso, no yo. Por alguna razón tú quieres solucionarlo, y no soy yo quien te está pidiendo eso. ¿No?

—Negociarás...

—¿O qué? —pregunté de un modo desafiante—. ¿Me obligarás? ¿Me harás daño? ¿Me matarás?

—No permitiré que un solo brujo muera solo porque tú no quieres colaborar —respondió James.

—¿Eres capaz de matar por tu gente? ¿Estás dispuesto a derramar sangre, de ser necesario, por el bien de tu pueblo? Piénsalo muy bien, James. Siempre he separado mi vida personal de la política pero no me quieres como enemiga en ese terreno. Cuando tú estabas comenzando a caminar, a mí me estaban enseñando a sostener correctamente un arma. Y cuando tú comenzaste a jugar con tus pociones, a mí me obligaban a beber veneno cada semana para poder notar al instante si alguien intentaba matarme de ese modo.

—No quiero la guerra.

—No lo demuestras.

—¿Y qué hay de ti? Tampoco te veo haciendo algo por evitarlo.

—Si quisiera esa maldita guerra, créeme que ya estaríamos en medio de esta. ¿Pero qué hay de ti? ¿Qué estás dispuesto a hacer por evitarla?

—Cualquier cosa. No me importa el sacrificio que deba hacer, no me importa al nivel que deba rebajarme, porque mi padre dedicó cada segundo de sus últimos años a hacer posible una alianza con Rike y garantizar la paz. Él murió creyendo que lo había logrado. ¡Y no me importa si personalmente tengo que manipularte a ti y a mi propia madre porque no permitiré que esta estúpida enemistad entre ustedes dos destruya el sueño de mi padre! —gritó James.

Lo miré un segundo más antes de sonreír y bajar el cuchillo. Quizás, después de todo, fuera algo más que un niño mimado y malcriado. No había dudado en atacarme cuando me había visto junto al cuerpo del magister. Había mantenido su furia bajo un helado control, dañándome pero sin arriesgarse a matarme para declarar una guerra. No había duda alguna en su mirada tampoco. Se sorprendió porque cediera, tanto que su agarre perdió fuerza y empujé su mano lejos sin cuidado.

—Entonces bienvenido al mundo de la política, brujo —dije y me incliné sobre él, bajando la voz para que solo pudiera oírme—. Convénceme que tienes poder sobre Valerie, y solo así negociaré contigo.

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